❈•≪10. Doméstico≫•❈
Después de la catarsis que había sido el jueves para Hongjoong, el artista logró establecerse. Volviendo a tierra y a una mentalidad más centrada. Las lluvias por otro lado, no se habían detenido en lo más mínimo. Tiñendo los cielos de grises tormentosos y repiqueteando los suelos con gotas enormes como balas. Dando la bienvenida al otoño con una avalancha de humedad que te pegaba el flequillo a la frente y te erizaba los vellos del cuerpo en una advertencia adelantada.
Una sensación desagradable que no pasaba desapercibida para nadie.
Y lo peor ni siquiera era eso, sino las ráfagas repentinas de tormentas que te atrapaban en situaciones comprometedoras y te dejaban completamente desamparado. Tales como a mitad del campus o de salida de una clase, si no era eso, era a medio de entrar a una. Destruyendo por completo tu apariencia y lo que cargaras encima sin protección.
Es por esa razón y siguiendo el buen consejo de Jongho, que Hongjoong comenzó a llevar un paraguas con él. El cual no tenía nada de especial, más que ser negro como muchos otros que había visto por lo alrededores sumidos en una atmósfera relente.
Suspirando del cansancio, cerró su paraguas al encontrarse bajo la marquesina de concreto del edificio y tras aguardar a que secara un poco, ingresó con un andar arrastrado y una expresión de entero cansancio que sumergía sus facciones en una pesadez innegable. Aún así, realizó una reverencia al recepcionista cada vez más familiar y se dirigió directo a uno de los ascensores. Ignorando por completo a las personas que permanecían en la zona de correos viendo su correspondencia con el mismo entusiasmo que él cargaba en el cuerpo; tan insustancial y fingido, o aquellos que simplemente pasaban su rato allí. Sin nada mejor que hacer.
Al llegar al piso que le correspondía, soltó un respiración profunda y llamó a la puerta, sólo para ser recibido con una expresión ilegible y una reverencia superficial. Rozando lo frívola. Nada por lo que asustarse o armar un escándalo. Acostumbrado al trato distante e indiferente, lo regresó de la misma manera, con una cordialidad plástica que no tenía que fingirse.
Tras eso hecho, dejó sus zapatillas donde otras reposaban y anduvo con sus pies descalzos por el pequeño departamento, encontrándose con que esta vez, sí se hallaba ocupado por sus inquilinos. Encogiéndose de hombros, se afirmó a las correas de su mochila y tras dar dos toques en la madera de la puerta semi abierta, ingresó con naturalidad.
Siendo recibido por una espalda ancha y un silencio indiscutible. Rodando los ojos, pasó a dejar sus cosas en una silla disponible y sin entender de dónde surgió el impulso, se encaminó hasta quien parecía concentrado en sus cosas y con auriculares puestos, para rodearlo por los hombros, presionándose en la curvatura de su cuello con profundidad. Tomando de su fragancia con deliberación, esta vez siendo algo más suave, aparte del gel del baño, podía distinguir algo floral y dulce. Agradable a la nariz. Respirando hondo, notó cómo los vellos de la nuca del moreno se erizaron y su lápiz dejó de moverse, para a continuación, verlo girarse en su dirección.
Un rostro serio cincelado por la confusión y abstraído en pensamientos que no podía descifrar, haciendo de sus facciones brutas, una marcadas en la composición de su naturaleza. Líneas suaves que se perdían a medida que la intensidad de su mirada crecía como la de un sol engullendo planetas.
Sonriendo con diversión, Hongjoong estiró los labios hasta que obtuvo lo que pidió en silencio, un beso corto y de bienvenida que en la fugacidad de su nacimiento, le supo dulce. Encantado con ello, no pudo evitar apretar el agarre en el cuello ajeno y pegar sus mejillas en una muestra de su emoción incontenible. A pesar de que estuviera muriéndose del cansancio y no fuera alguien realmente afectuoso.
—¿Qué sucede contigo? —preguntó Mingi, haciéndose hacia atrás y olvidándose de su tarea. De la cual, el más bajo sólo podía destacar fórmulas y letras complejas que su cerebro de secundaria había olvidado en su totalidad.
—Necesito esto, fue un día duro —es todo lo que dijo, cerrando los ojos y disfrutando más del contacto entre sus cuerpos.
Como bien dijo, desde su pequeño colapso el jueves, habían transcurrido un par de días, en los cuales, Hongjoong especialmente, había desarrollado el hábito de visitar el dormitorio de Mingi con mayor regularidad a pesar de que al principio se hubiera mostrado reticente a la idea. Nunca hacía demasiado allí, a veces sólo terminaba su tarea o en otras ocasiones, como la de ahora, terminaban por iniciar una sesión de besos acalorados que no llevaban a ninguna parte, pero la insinuación latente de qué podría pasar, dejaba un ardor indescriptible en la superficie de su piel. Como un anhelo no consumado que sólo continuaba creciendo.
—¿Tan malo? —preguntó el moreno, enarcando una ceja.
Asintiendo con brevedad, el de cabellera morada se limitó a los hechos—. Los días lluviosos apestan, pero el profesor Shin, es de lo peor. Nada lo satisface.
—¿Otra mala crítica? —cuestionó el nadador con interés.
—Entiendo que es parte del proceso de aprendizaje, pero hay maneras de hacer llegar el mensaje, ¿sabes? Decir que lo mío no tiene ni pies ni cabeza, es un poco brusco y grosero.
Mostrándose comprensivo, el alto le dio un beso en la mejilla antes de girar la silla que ocupaba y tirar de él a su regazo, acomodándose en sus muslos gruesos, le rodeó el cuello con los brazos, nuevamente. Manteniendo la distancia de sus caras a escasos centímetros. Con tal de que no se deslizara fuera de su posición, el moreno tomó la oportunidad de sostenerlo por el culo con ambas manos.
Complacido con el nivel de contacto, el más bajo liberó un suspiro prolongado y se pavoneó en su sitio, enderezando la espalda y arrimándose más cerca, hasta que la distancia se tornó peligrosa y el calor de sus respiraciones se acariciaron mutuamente.
—¿Quieres mostrarme?
—Luego —dijo sacudiendo la cabeza con levedad—. ¿Qué hay de ti? ¿Llego en mala ocasión?
Esa era la cosa entre ellos dos, que ninguno avisaba al otro en qué momento se aparecerían por el dormitorio ajeno. Una vez incluso, Hongjoong que recién había salido de clases y no poseía el mejor de los ánimos, llegó a su dormitorio, sólo para llevarse la sorpresa de que Mingi se encontraba allí. Sentado en la modesta sala mientras uno de sus compañeros de residencia le daba conversación.
Al instante de verlo, su primera acción fue ir a abrazarlo y cuestionar qué hacía allí, sin embargo, la sonrisa que traía en la cara ese día, no aludió a que estuviera molesto o muy preocupado por su presencia. No obstante, la respuesta que recibió: simplemente quería verte; lo derritieron por completo y lo llenaron de una sensación burbujeante que nació de lo profundo de su estómago.
Le gustó demasiado. A pesar de que todavía se sintiera desalineado con respecto a su vinculación de límites difusos. Y sin contar con el hecho, de que él había accedido a seguir adelante con lo qué sea que tuvieran.
—¿Qué planeas hacer, entonces? —preguntó el moreno cuando el silencio se extendió con una densidad perceptible.
—Espero ser mimado por ti, por supuesto.
Riéndose de forma ronca, el atleta echó la cabeza hacia atrás y apretó el agarre de sus manos, haciéndolo jadear, superficialmente. Humedeciéndose los labios, lo observó detallarlo con fijeza. Ojos cafés impregnados en un interés brillante y determinados en una oscuridad deliberada que te dejaba sin aliento.
—Pobre criatura, siempre esperando lo que no puede tener.
—¿Por qué no? —inquirió con una ceja en alto—. ¿Vas a ponerlo difícil para mí por alguna razón? Creí que ya había sido castigado, ¿ahora no merezco un premio?
Sonriendo, los ojos de Mingi se iluminaron como dos faroles en un fuego cargado de insinuaciones—. ¿Un premio de qué tipo?
—¿Cuál quieres darme? —preguntó de regreso, removiéndose en su sitio con inquietud.
Volviendo a reír, una de las manos del moreno, danzó a través de su cuerpo por los costados de sus curvas cubiertas y se posicionó con comodidad, al costado de su mejilla. Sosteniéndola con un cuidado impecable que se asemejaba a una suavidad de seda. Una palma grande y de dedos largos, pero gentil en su opresión. Hongjoong suspiró. Fascinado.
Embelesado por ese trato siempre tan excepcional, el más bajo se dejó guiar cuando aquella mano tiró de él más cerca y la separación de sus labios se desintegró en un concepto insustancial. La unión de sus bocas fue mágica y ya familiar, abiertas y receptivas a las emociones que los embargaron en el instante que el contacto se volvió más sentido.
Una presión exigente que pidió de una apertura obediente. Y eso fue justamente lo que el nadador obtuvo cuando sus dientes mordisquearon el labio inferior del artista, tiñendo su encuentro tentativo en un calor aprensivo. Abrumador al punto que ensordeció sus demás sentidos.
La bola de fuego ardió de manera dulce en el fondo de sus estómagos y los encandiló en unas sensaciones demoledoras, abstrayendo sus mentes de cualquier pensamiento críptico y dejándolas flotando en una suavidad de terciopelo que los llevó a una piscina de placeres carnales. Limitados a percibir al otro y las sensaciones que evocaban en sus profundidades. Y cuando ese calor de mil soles comenzó a tornarse intenso, al punto de cegarlos, sus cuerpos comenzaron a moverse al unísono, inquietos en una opresión asfixiante.
Moviendo sus caderas, Hongjoong jadeó por segunda vez cuando encontró la posición incómoda, la silla no era muy amplia y sus piernas demasiado abiertas empezaban a entumecerse, sin embargo, no hizo nada para cambiar la posición o de lugar, permaneciendo en esa tensión electrizante que tironeaba de sus músculos como cuerdas endulzadas en un ardor especial. Abriendo su boca con mayor entrega, permitió que la lengua del moreno se colara en sus cavidades y profanara su interior con un raudo demoledor.
Gimiendo en la profundidad de la boca ajena, el más bajo sintió como una de esas manos amasaba su trasero por encima de la prenda, apretándolo y tironeando de él pese a la prenda poco cooperativa que llevaba puesta. Cerrando los ojos con fuerza, Hongjoong tuvo que hacer lo imposible para contener sus sonidos, cuando esa misma mano ascendió por las curvas de su cuerpo y se entremetió por debajo de su remera, alisando la piel de su abdomen con afecto y subiendo por sus abdominales hasta llegar a su pecho. Donde con suavidad, comenzó a masajear su pezón.
Al principio fue eso, dedos cariñosos que toquetearon su pezón erecto con suavidad, masajeando el bulto entre sus yemas ásperas y tironeando de éste de vez en cuando, provocando que su espalda se arqueé y pequeñas corrientes viajen por sus terminaciones. Fue agradable y cosquilloso al mismo tiempo. Pero cuando esos dedos se tornaron osados, las caricias pasaron a ser más sentidas y mucho más intensas. Hubieron presiones que hincharon su areola y tirones que lo hicieron jadear más de una vez. Incluso retorcieron los botones sensibles hasta hacerlo exclamar por lo bajo una maldición, pese a ello, se encontró disfrutándolo. Moliéndose en el moreno y con el miembro goteando en un deseo deliberado.
Y cuando la siguiente área en su cuerpo en ser maltratada fue su cuello, la mente de Hongjoong comenzó a dispersarse fuera de su alcance. La cantidad de adrenalina que bombeaba su corazón y repiqueteaba en sus oídos como tambores, era incalculable, al igual que la densidad espesa como brea que era la lujuria que quemaba en sus venas. Incomparable a ninguna otra y seductora como ella sola. Envuelta en una insinuación ardiente y pesada como el plomo.
—Siempre tan sensible —pronunció Mingi contra su oreja, jugueteando con el caparazón y respirando adrede su aliento caliente, haciéndolo temblar—. Siempre tan receptivo, incluso con mis compañeros al otro lado —susurró con un indicio de sonrisa maliciosa que pudo sentir al costado de su mejilla—. ¿Cómo debería llamar a una criatura tan necesitada como tú?
—Min... —murmuró con la boca seca y los ojos cristalizados.
—¿Cómo debería tratarte? —preguntó con una voz de terciopelo, un arrullo afectuoso y un susurro discreto—. ¿Como si merecieras las estrellas o no?
—Del modo que quieras —contestó sin realmente prestar atención, queriendo arrimarse para un beso pero obteniendo sólo migajas de una caricia fantasmal contra la comisura de su labio.
—Es así, ¿incluso con mis compañeros al otro lado? —preguntó sólo para obtener un asentimiento ciego—. ¿Color? —dijo cuando sus bocas se rozaron.
—Verde.
Y eso fue todo lo que Mingi pareció necesitar, porque de repente, estaba girando a ambos en la silla y poniéndolo de enfrente contra su escritorio, para en consecuencia, girarlo a él en su regazo. Haciéndolo apoyar las manos sobre la superficie de madera. Desorientado, en lo único que Hongjoong se pudo concentrar, fue en el bulto que se presionaba con urgencia bajo su trasero. En un pedido silencioso por liberación.
Cegado por la cantidad desmedida de estimulación repentina, comenzó a frotarse en él, meciendo sus caderas de forma circular y haciendo al nadador gruñir contra su nuca, donde para su sorpresa, sintió el ardor de una impresión marcarse con fuerza. Lo que pronto y muy vagamente, reconoció como unos dientes fundiéndose en la ternura de su carne.
—La propuesta es simple, cariño —anunció pronto el alto, una voz baja y una cadencia amorosa—. Nada de sonidos. Si sientes que es demasiado, ¿qué tienes que decir?
—Rojo —respondió a duras penas, continuando con su vaivén.
—¿Y si quieres detenerte por completo?
—¿Seúl? —respondió, vacilante. Para acto seguido sacudir la cabeza—. Seúl —expresó con mayor claridad, obteniendo un beso de recompensa en la parte trasera de su oreja.
—Buen chico.
Mordiéndose el labio inferior, el artista tuvo que hacer milagros para no gemir ante el cumplido, pero cuando vino acompañado de una mano que se dirigió directo a sus pantalones. El movimiento de sus caderas tartamudeó y su cabeza cayó, viendo cómo lo acariciaban por encima de la tela, delineando con devoción la curva de su erección. Parpadeando varias veces, sintió la lujuria empañar su vista. Llenándola de imágenes sugerentes y de escenarios eróticos difíciles de resistir.
No obstante, cuando esa mano, en efecto ingresó al interior de su pantalón luego de eliminar las obstrucciones que se lo impedían, sus labios se vieron teñidos de un rojo sangriento por la fuerza que sus dientes ejercieron en ellos al instante de ser sujetado por la base.
Bañado en un ardor sudoroso y de intenciones calientes, Hongjoong se encontró apoyando la frente contra la madera del escritorio al mismo tiempo que meneaba sus caderas, estimulando la erección todavía cubierta de Mingi. Quien al parecer, no se veía muy dispuesto a cambiar su situación pronto y, por el contrario, se decidió por presionar el pulgar en la hendidura de su glande. Haciéndole rodar los ojos hacia atrás y exclamar un gemido ahogado en sus propios labios maltratados.
La sensaciones sólo se elevaron cuando comenzó a embarrar su líquido preseminal por toda la cabeza, al mismo tiempo, que comenzaba a descender por el largo de su tronco, apretándolo con la presión justa para hacerlo retorcerse. Cogiendo aire de manera inesperada, Hongjoong jamás anticipó que esa mano se pusiera a jugar con sus bolas, sosteniéndolas y acariciándolas con un cuidado de seda que lo bañó en un sudor perlando.
—Lo estás haciendo tan bien para mí —escuchó decir al moreno en algún punto donde su garganta comenzaba a doler, ansiando exclamar su placer—. Sigue así, cariño.
Enderezándose, Hongjoong presionó sus caderas hacia abajo, estimulando con mayor insistencia a Mingi, sólo para que de la nada, una mano volara a su mandíbula y le hiciera doblar la cara a un costado, inopinadamente, hubieron unos labios sobre los suyos, comiéndole la boca con una pasión descarriada que te robaba el aliento y hacía arder tus pulmones. Confundido y con la mente en cualquier lado, al más bajo se le dificultó seguir el ritmo, razón por la cual, se detuvo un momento, simplemente disfrutando del beso. Boca abierta y lánguida.
Sus dedos en cambio, se encontraron tensos, aferrándose a la madera del escritorio con fuerza. Poniendo lo mejor de sí para no romper la única condición que se le fue dada. Pero cuando aquella mano comenzó a acelerar el ritmo con el cual lo bombeaba, sus sonidos comenzaron a aflorar, pedido de la lascivia que tironeaba de sus cuerdas para hacerlo perder en una danza donde bailaban tres.
Embrujado en ese hechizo de presunciones oscuras, Hongjoong perdió el control de su propio cuerpo, como si ya no le perteneciera y su mente se vio sumida en una neblina intoxicante que lo dejó desamparado, a merced de las manos calientes del placer. Y fue así, que la liberación brilló a través de toda esa capa de densidad, estallando como fuego artificiales y llamaradas de colores vibrantes. En ese lapso en el cual alcanzaba la cima de su clímax, el interior de sus pantalones y ropa interior se humedeció. Su glande fue apretado y su hendidura molestada al punto de que las lágrimas se acumularon en las comisuras de sus ojos.
La sobreestimulación ardió como una bola de fuego y los pedidos porque se detuvieran fueron recibidos por oídos sordos. Sus plegarias muriendo en la quietud de lo que podían considerarse murmullos. Fue en el crecimiento de ese dolor que, inesperadamente, su cuerpo se encontró sacudiéndose de forma violenta por un segundo orgasmo. Sus sentidos se vieron sobrecogidos y su mente totalmente aplastada de sí mismo. En ese estado, Hongjoong no pudo hacer otra cosa que rogar.
—Rojo —masculló en una voz quebrada que daba indicios evidentes de las travesías que había surcado—. Rojo, Min, rojo —pero el moreno no obedeció, y por segunda vez, lo terminó llevando más allá de sus límites. Entumeciendo sus músculos y arruinándolo por completo—. Seúl —dijo en un llanto y con el labio roto, tiñendo la suavidad de su superficie de una intensidad indescriptible—. Seúl —repitió entre lágrimas. El cabello pegado y sudoroso al igual que su cuerpo cubierto.
Deteniéndose en su totalidad, Mingi fue rápido para envolverlo con ambos brazos y consolarlo. Repitiendo palabras dulces bañadas en una cadencia de cristal. Elogios afables y palabras afirmativas que lo hicieron estremecerse, sin embargo, no ayudaron demasiado a que bajara de su nube de endorfinas y químicos desatados. No fue hasta que comenzó a sentir un contacto más literal, más específico en la zona de sus muslos y cuello, como lo fueron besos y caricias reconfortantes, que su mente empezó a restablecerse. Volviendo a sí misma.
—¿Por qué no te detuviste? —preguntó con la voz rota por el llanto—. Creí que estaba recibiendo un premio, no un castigo.
—Porque sabía que podías darme un poco más —respondió el moreno con facilidad. Como si no hubiera sido nada.
—Te detesto mucho ahora mismo —masculló entre dientes, limpiándose las lágrimas—. Pero admito que esa fue una buena experiencia, la siguiente vez, avísame o voy a arrancarte las pelotas. Ya te lo dije, me gusta con moderación.
—Lo sé, sólo que es divertido verte rogar.
«¿Divertido o excitante?», pensó para sus adentros, sin embargo, no lo dijo.
—Bastardo sádico —pronunció con acidez, a pesar de ello, enseguida procedió a girarse, conectando miradas con al atleta—. ¿Quieres ayuda con tu problema? —preguntó al notar que aún se encontraba erecto.
—¿Qué piensas hacer? —replicó, para acto seguido, tomarlo por la mandíbula—. Porque con esa boca sucia que tienes supongo que sí podrías ayudarme un poco.
Limitándose a las acciones, Hongjoong se deslizó fuera del regazo ajeno y procedió a desprender sus botones, sin dilaciones de por medio y determinado. Una vez hecho, el miembro erecto del nadador se irguió como un mástil frente a su cara. Decorado por venas a reventar y teñido de un brillante rojo. Líquido preseminal en la punta.
Humedeciéndose los labios, no se fue con preámbulos y de forma directa, se tragó parte del glande y del tronco. Lo que no pudo caber en las dimensiones de su boca, lo trabajó con las manos. Sintiendo como sus mejillas se estiraban y su garganta se resentía de una manera diferente al llanto.
Momentáneamente desconcertado, el artista vio como el nadador llevaba una mano a su mejilla y con lentitud, comenzaba a frotar la zona donde la punta de su miembro sobresalía con el pulgar. La sensación fue extraña en un inicio pero no le disgustó, y cuando hubo una segunda mano entrando en acción, supo a lo qué abstenerse. Porque de repente, el moreno se hallaba moviendo las caderas. Jodiendo su boca.
Cerrando los ojos y relajando la mandíbula, el artista se dejó hacer. Disfrutando de la sensación abrumadora que lo embargaba por dentro. Percibiendo la sensación resbaladiza del miembro en su interior y del agarre férreo a los lados de su cara. Las bolas chocando con su mentón y el sonido resonando por la habitación como un eco inexacto de una presunción libertina. Sosteniéndose a los muslos ajenos, involuntariamente, una de sus manos se encontró palmeando la superficie dos veces. La intensidad de los embistes desacelerando de forma gradual.
Respirando por la nariz, Hongjoong se sintió más tranquilo y cuando Mingi sacó el miembro de su boca, todavía la mantuvo abierta, perceptivo a lo que pasaría a continuación y con la lengua de fuera. La explosión de semen caliente lo obligó a cerrar los ojos por segunda vez. No obstante, la sensación de tenerlo encima no duró más que un par de segundos, porque enseguida de ello, hubo algo húmedo que percibió como una toalla, limpiándolo.
—Lo hiciste genial —y luego del cumplido, hubo una presión ligera sobre sus labios que describió como un beso fantasmal que lo dejó con ganas de más—. Ya puedes abrir los ojos.
Y al hacerlo, se encontró con la imagen imponente de Mingi por encima de él, muslos grandes, cintura estrecha, pecho amplio y hombros infinitos que lo hicieron mirarlo con admiración. Hongjoong lo encontró semejante a una escultura romana esculpida en la grandeza de su persona por el artista más talentoso.
Fue fascinante.
Poniéndose de pie, siguió ese impulso que lo corrompió desde las profundidades y lo llevó a besarlo con una pasión que los tomó desprevenidos. Bocas abiertas y lenguas enredadas en una acción experta y familiar.
—¿Por qué fue eso? —preguntó el moreno cuando se separaron, su respiración pesada.
—Me apeteció —le dijo con una sonrisa corta, pestañeando un par de veces. Dispersando los pensamientos impuros—. Aunque no debería, teniendo en cuenta que arruinaste mi ropa interior —farfulló en un mohín, recordando la incomodidad ya seca que residía en sus piernas—. Necesito una de tus prendas.
—Las qué quieras, cariño —le dijo tras guiñar un ojo. O intentar hacerlo.
Riéndose, Hongjoong se inclinó por un segundo beso, siendo este más breve y dulce, pese al sabor que persistiera en sus bocas. Al enderezarse, se dirigió con toda naturalidad al armario del moreno. Observando sus prendas con asombro, tenía tantas y tan diversas entre sí que era fascinante por alguna razón.
Y tras analizarlas con cuidado, se decidió por una sudadera gris con estampado tribal y unos pantalones cortos de color gris, perfectos para la ocasión. Satisfecho por su elección cómoda y simplista, eligió unos bóxer comunes y se giró en dirección del moreno, encontrándolo con el labio inferior atrapado entre sus dientes y los brazos cruzados con firmeza.
—Eres hermoso, ¿sabías?
Inevitablemente por lo imprevisto del cumplido, las mejillas de Hongjoong se decoraron de un rosa gentil que hizo sonreír a Mingi en grande, revelando sus dientes disparejos pero encantadores.
—Por supuesto que lo sé —murmuró con la voz temblorosa, levantando el mentón en un acto de dignidad fingido—. Pero gracias —susurró más bajo, en un tono que rozaba lo tímido.
Riéndose, el moreno se levantó de la silla y sacudiendo la cabeza con una incredulidad fingida, se dirigió hacia la puerta de su habitación, abriéndola con despreocupación pero siendo detenido por el más bajo unos segundos más tarde.
—¿Crees que nos hayan escuchado? —preguntó con ligero nerviosismo, cambiando el peso de una pierna a la otra. Estático en su lugar.
Suspirando, el moreno arrastró los pies en su dirección y sostuvo sus mejillas con ambas manos, obligándolo a mirar hacia arriba. Obsidianas cafés y de intensidad abrasadoras, fue con lo que se encontró. Una sonrisa delineada con sutileza en labios gruesos.
—Te escucharon llorar, eso sin dudas —contestó con la mayor de las honestidades, apuntando hacia su escritorio con el mentón—. Me llegó un mensaje, preguntando si todo estaba bien aquí adentro —sintiendo como el calor comenzaba a trepar por su cuello de forma asfixiante, el artista cerró los ojos fugazmente—. Sólo les contesté que habías tenido un día muy duro.
—¿En qué momento fue eso que no lo noté? —inquirió con una inflexión aguda. Avergonzado.
—Mientras estabas colapsando por la sobreestimulación.
—Oh —exclamó sin ánimos. En ese estado mental no era consciente de estímulos exteriores, por lo que le hacía sentido que nunca se hubiera dado cuenta del sonido de los mensajes. Ido apenas era consciente a un nivel superficial de su propia condición física o mental. Rara vez de algo más allá de lo ajeno.
—Descuida —susurró Mingi a centímetros de sus labios—. Lo hiciste bien —le aseguró, para acto seguido, besarlo superficialmente.
Suspirando hondo, el de cabellera morada vio al moreno apartarse y encaminarse hacia la puerta por segunda vez, murmurando algo a sus compañeros de lo que no tuvo idea, y para cuando le regresaron la vista, hubo una mano tendida esperando por la suya. Espabilando, no tardó en enredar sus dedos con los ajenos y dejarse arrastrar por el final del pasillo hacia el baño.
—¿No sería sospechoso si ingresamos los dos? —preguntó cuando la puerta ya se encontró cerrada y con el pestillo puesto.
—Saben que nos liamos, tranquilo.
Enarcando ambas cejas, el más bajo se mostró cero impresionado—. Eso es lo menos tranquilizador que podrías decirle a alguien. ¿Y cómo lo saben? —preguntó con un declive agudo que lo comprometió.
—Bueno, cada vez que sales de aquí pareces un desastre, eso les debe dar alguna idea —comentó con casualidad, abriendo la llave de la ducha—. Y el hecho de que no salimos nunca de mi habitación, otra mucho más creativa. ¿Sabes a qué me refiero, no?
—No soy estúpido —replicó al rodar los ojos. Y por el bien de su sanidad mental, decidió zanjar el tema, declarando que la idea de que otras personas sospecharan de que ellos tenían sexo, no le hacía gracia. No era un exhibicionista—. ¿Piensas ducharte conmigo? —preguntó para cambiar de tema, viéndolo con ojos grandes y atentos.
—Lo necesito, y además así ahorraremos agua. ¿No quieres?
—No me molesta, era sólo una pregunta. ¿Te encargas de lavarme el pelo?
Mostrándose predispuesto, el moreno realizó un ademán elegante con la mano indicándole que ingresara primero, para que enseguida de ello, el nadador le siguiera. Estando de espaldas al alto, Hongjoong aún así pudo percibir su presencia y el calor natural que emanaba su cuerpo bien construido. Sus manos ásperas repartieron masajes en sus hombros antes de tomar una esponja y repartir el gel de baño por su cuerpo. El aroma fresco lo relajó inmediatamente y lo hizo suspirar del gusto. Aunque cuando la esponja llegó a las zonas de sus costados, un par de risas escaparon de sus labios, a sabiendas de las cosquillas que tendía a sentir. Riéndose de él, Mingi pareció cogerle maña porque se entretuvo demasiado en esas áreas sensibles. Hasta el punto de que tuvo que darle un codazo para que se detuviera.
—Creí que no te gustaba agresivo —fue todo lo que dijo mientras comenzaba a lavar su cabellera.
—Sólo cállate y haz bien tu trabajo. No quiero residuos.
—Qué exigente —farfulló por lo bajo. Ganándose un segundo codazo.
Riendo por lo bajo en un sonido ronco, el moreno se inclinó y depositó un beso detrás de la oreja del artista, viéndolo estremecerse con sutileza. Sonriendo con satisfacción, continuó limpiándolo. Al terminar, el más bajo se ofreció para hacer lo mismo por él. Propuesta que no fue declinada y con todo el gusto del mundo, el alto se dejó hacer. Disfrutando de las atenciones del artista. Eran suaves y pacientes, destacadas por una prolijidad inmaculada. Diferentes a las suyas en algún punto.
Y al concluir con la parte esencial: lavarse y vestirse; procedieron a secar sus respectivas cabelleras. Los que no les tomó mucho tiempo con ayuda del otro. Al finalizar, volvieron al dormitorio. Mingi echándose sobre su cama con un brazo cubriéndole el rostro, mientras que Hongjoong, hurgaba en su mochila y sacaba de ella un pequeño lienzo. Entusiasmado sin entender porqué, saltó encima de la cama del alto haciéndolo revotar y se lo mostró desde la plenitud de su altura exagerada.
Frunciendo el ceño, el moreno lo tomó entre sus manos y lo observó en silencio, sin emitir un juicio inmediato de lo que se encontraba contemplando con detalle y minuciosidad.
Lo que sostenía entre sus manos, era un trazado de horas de un Árbol de la Vida, el tronco y las ramas exuberantes que lo componían, pintados en un brillante dorado que no tenía comparación. Retocado por sombras marrones que le otorgaban profundidad. En el fondo del personaje principal, se destacaba una galaxia de tono morados, con notas salpicadas de azul y rojo en algunas partes estratégicas. Mezclándose en un disolución natural de naranja y rosa que hacían de la composición más elegante. El fondo negro del lienzo, aportando ese toque místico que te encerraba en una apreciación sin límites.
—¿Y cómo es posible que recibieras una mala nota por esto? —se halló preguntando el nadador, desconcertado y con las cejas fruncidas—. Lo siento, pero desconozco de arte y apenas sí puedo nombrar a tres grandes artistas según la historia, aún así esto es hermoso, Hongjoong. ¿Qué se supone que está mal?
Desplomándose en la cama, el susodicho no demoró en apuntar a ciertas zonas del cuadro—. El concepto era místico, así que esta fue mi elección, el profesor no tuvo problemas con eso. Sino que con la ejecución, le pareció hosca. Estos trazados no están completamente difuminados entre sí y me costó trabajo ensamblar los colores metálicos para darle esa apariencia mágica. Además de que la galaxia se ve algo sucia, podría haberlo pulida un poco más, centrándome en la proyección de luz y sombras... —deteniéndose de repente, el más bajo giró el rostro y le mostró una sonrisa de disculpa—. Lo lamento, sé que hablo demasiado sobre esto.
Sacudiendo la cabeza, el moreno se mostró en desacuerdo—. Es la primera vez que te escucho hablar tanto de algo y con semejante pasión, no me molesta. Es encantador.
Riéndose, el más bajo lo golpeó en el hombro—. No coquetees conmigo ahora. Estoy cansado. Mi límite son dos sesiones.
—Qué débil —abucheó a modo de juego, haciéndolo reír más—. Pero en serio, Hongjoong, es precioso.
Mordiéndose el labio inferior, el aludido dirigió su mirada hacia el escritorio del moreno, allí todavía estaba su obra apresurada hecha en acuarela, reposando como si fuera algo de valor entre los libros del atleta. Y regresando su mirada hacia el pequeño lienzo que sostenía con adoración, tomó una decisión. Pese a que no fuera muy abierto con respecto a sus trabajos y se mostrara mayormente renuente a compartirlos, se sentía seguro con Mingi lo suficiente como para dar ese paso.
—Puedes tenerlo, si lo quieres.
Mostrándose sorprendido, el moreno se volteó a verlo—. ¿Hablas en serio?
Asintiendo, el más bajo desvió la mirada unos segundos—. Sólo si te gusta. No es un compromiso y creo que a ti te...
—¿Estás de broma? —interrumpió el nadador con un declive impropio de su voz—. Por supuesto que lo quiero, si alguien me pregunta quién lo hizo, te podré presumir.
—¿La palabra adecuada no sería promoverme?
—También —accedió con facilidad, mostrándole una sonrisa cegadora—. Pero más me gusta presumirte. ¿No te has dado cuenta todavía?
Colocándose de lado sobre la cama ajena, Hongjoong usó su mano de apoyo, viendo a Mingi desde arriba con ojos que desconocía, brillaban con una intensidad abrumadora. Como si miles de estrellas se hubieran instalado en sus pupilas redondas y encendido un cielo completo.
—¿Es así?
Girándose y dejando el lienzo a un lado, el moreno reposó una mano en su mejilla, antes de inclinarse y besarlo con una suavidad amorosa que no había experimentado hasta el momento.
—Totalmente —confesó en un susurro—. Eres precioso y talentoso, tengo mucho de lo que hablar con mis amigos. Además, me regalas tu arte, es otro nivel de encantador. Por cierto —dijo al verlo sonrojarse—, a mis amigos les gustan también. Así que no tienes nada de lo que preocuparte, sólo estás aprendiendo. Es normal frustrarse y siempre que te sientas así, me tienes a mí. Puedo joderte las neuronas fuera o mimarte, lo qué prefieras.
—Eres un descarado sinvergüenza —declaró tras rodar los ojos, golpeándole el hombro con suavidad, apenas haciendo que se mueva de su sitio. Riéndose, el moreno pasó a envolver sus hombros con un brazo, lo que lo obligó a desplomarse en su pecho y a ocultar su rostro en la curvatura fresca de su cuello.
—Aún así te acuestas conmigo —replicó en un tono de broma, haciendo, sin saberlo, enrojecer al artista de cabellera morada.
—Culpa la compatibilidad sexual, no a mí.
Carcajeándose, el nadador no respondió y en cambio, selló sus labios en un beso profundo que los tuvo sonriendo a mitad del encuentro. Enredados entre sus piernas y brazos, Hongjoong lentamente comenzó a ceder al cansancio de su cuerpo y con el arrullo natural que era la voz grave de Mingi, fue como si lo hubieran transportado a un segundo plano donde los sueño eran tangibles y la imaginación no tenía límites.
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Despertar junto a Mingi, fue una gran sorpresa para Hongjoong, porque eso significó una cosa, que habían pasado la noche juntos. Y después de toda la actividad que habían tenido, era comprensible. Sin embargo, no le dejó de asombrar. Verlo en esa faceta vulnerable, removió cosas en su interior que habían permanecido sedadas por mucho tiempo y no supo cómo sentirse al respecto.
Sin embargo decidió no darle importancia. Sepultando las emociones despertadas, bajo capas de obstinación ciega.
Removiéndose en su lugar con cuidado, se dio cuenta de que uno de los brazos del nadador descansaba en su cintura, percatándose de ese detalle, intentó tomarlo con sigilo y apartarlo de su cuerpo de la misma manera, no obstante, el agarre se volvió apretado y antes de que lo notara, se encontraba con el rostro fundido en el pecho desnudo de Mingi. Hongjoong no pudo evitar soltar una exclamación por eso. Impresionado por la repentina actividad.
—¿Intentando escapar? —preguntó el moreno en una cadencia somnolienta pero en un tono grave, rasposo incluso que le dio un color diferente a su voz.
Riendo, el más bajo sacudió la cabeza—. Planeaba ir al baño y cambiarme, tengo clases, por si se te olvida.
—¿Tan temprano? —preguntó el otro, claramente cansado. Echándose para atrás unos centímetros, notó que todavía mantenía los ojos cerrados y el ceño ligeramente fruncido. Sonriendo en grande, le rodeó la cintura como pudo.
—¿Quieres llevarme? —preguntó de regreso—. Me ahorrarías tiempo de hacerme el favor.
—¿Qué obtengo yo a cambio? —inquirió con los ojos abiertos, viéndolo luego de parpadear varias veces.
—¿Un chico lindo sentado en tu Jeep? —dijo a modo de broma, observándolo rodar los ojos.
—Con que dijeras un beso me conformaba, ¿sabes?
Pese a querer verse disconforme, Hongjoong atisbó el amago de sonrisa que hicieron los labios de Mingi, fue ligero y casi imperceptible, pero estuvo allí. Decorado con un tinte de diversión. Fascinado por alguna razón que seguía sin poder explicar, le mostró una sonrisa al impropio. Bañada en una alegría auténtica y un encanto singular.
—Deja de verme así —pidió el moreno luego de cubrirse el rostro—. Haces que quieras besarte y ninguno se lavó los dientes.
Riéndose del teatro ajeno, Hongjoong apoyó una mano en el pecho de Mingi y se inclinó en su dirección, besando su mejilla con suavidad. Un segundo sustancial que se sintió eterno. Con su travesura hecha, consiguió separarse del atleta y tras espiar que no se encontrara nadie en los pasillos, se dirigió hacia el baño, colocando el pestillo para mayor privacidad.
Allí resguardado, se llevó una mano al pecho, sintiendo como las palpitaciones de su corazón latían con exageración, retumbando en su esternón y costillas con una fuerza impetuosa. Ligeramente asustado, se preguntó de manera fugaz si el moreno las había atestiguando, rezando para que no.
Palmeándose el rostro con las manos, se hizo espabilar. Y una vez frente al espejo, se dio cuenta que tenía mucho trabajo por delante. Su cabellera, para empezar, parecía un nido de pájaros. Revuelta en todas las direcciones y con algunos mechones enredados. Exhalando con fuerza, tomó el primer peine que vio a su alcance y comenzó a desenredar su melena morada. Procurando ser cuidadoso. La acción le llevó cerca de diez minutos, tiempo suficiente para que se viera presentable y al finalizar, procedió a lavarse la cara, echándose agua únicamente, ya que sus productos no los tenía a la mano, un poco decepcionado por esto, tomó el cepillo con la etiqueta de MG sin miramientos, y se lavó los dientes.
Poco complacido con su apariencia simplista, se encargó de sus necesidades básicas y al concluir, se dio un último vistazo en el espejo. Chasqueando la lengua, se recordó que no podía hacer más, por lo que procedió a salir, encontrándose justo con uno de los compañeros de residencia del nadador a medio tocar la puerta. Cruzando miradas, él sólo hizo una reverencia de disculpas y se encaminó rápidamente al dormitorio del nadador, encontrándose con que Mingi ya se había alistado.
Su cuerpo desnudo ahora vestía pantalones de mezclilla celestes y una remera blanca por encima y de mangas cortas, junto con una chaqueta del mismo material, un tono más oscuro. Era una apariencia simple y cómoda, casi urbana que le quedaba bien. Mordiéndose el interior de la mejilla, se dirigió a tomar sus prendas de la noche anterior. A pesar de que el moreno las hubiera puesto a lavar, la mancha de su orgasmo seguía en su prenda interior, la que en su consideración, ya no tenía uso. Mascullando una maldición, metió todo al interior de su mochila y antes de que pudiera girarse a tomar su celular, hubieron dos brazos enredándose en su cintura y un rostro ocultándose en la curvatura de su cuello.
—¿Por qué estás enojado ahora? —preguntó Mingi con suavidad, besándolo debajo de la oreja.
—En serio arruinaste mi ropa interior —masculló entre dientes, terminando de cerrar su mochila—. Y era nueva.
—Me pareció que lo querías sucio, además, no podíamos hacer demasiado ruido, ¿recuerdas?
—Al final me escucharon llorando, así que no tuvo mucho sentido.
—Pero no te escucharon a ti, haciéndolo bien para mí —replicó el nadador en una cadencia baja, rozando la gravedad natural de su voz. Estremeciéndolo.
Mordiéndose el labio inferior, Hongjoong tuvo que hacer un gran esfuerzo por quitarse a Mingi de encima y mirarlo con lo que consideraba determinación—. No tenemos tiempo para nada, deja de intentar seducirme.
Riéndose, el moreno lo apuntó con ambas manos—. El que está seduciendo a alguien aquí, es otro. No yo.
Tomándolo por la chaqueta, Hongjoong lo empujó hacia la puerta—. Déjate de tonterías y ve a cepillarte los dientes, no tenemos tiempo para esto. Hablo en serio. No quiero que me regañan por andar acostándome contigo en la mañana.
—¿No te gustaría intentarlo? —preguntó Mingi con malicia, estirando sus labios en una sonrisa ladina. Y la tentación le dio comezón en el vientre y quemó sus yemas, sin embargo, fue más obstinado y sacudió la cabeza en negación—. Eres duro —reconoció el moreno—. Me gusta, lo hace entretenido.
—Sólo muévete.
Carcajeándose, el nadador finalmente obedeció, yéndose por la puerta camino al final del pasillo, hacia el baño. Suspirando profundo, el más bajo aprovechó para limpiarse el sudor de las manos y acomodar su cabellera hasta estar satisfecho. En lo que terminaba, escuchó su móvil sonar, apresurándose por sacarlo de su bolsillo, se di cuenta que se trataba de su mejor amigo. Respondiendo al instante, tiempo tenía. Mientras fuera rápido.
—¿Por qué no estás en tu dormitorio? —fue la primera pregunta que le soltó al contestarle. Un tono serio que bordeaba la preocupación.
Golpeándose en la frente, el de cabellera morada se apresuró por disculparse. Era normal que, si sus horarios coincidieran, o Jongho o Wooyoung lo pasaran a buscar. Ya que tendía a ignorar sus alarmas o a tardar demasiado buscando sus herramientas para el día. Un mal hábito del cual no se deshacía.
—Lo siento tanto, Woo, se me pasó avisarles. Me quedé en lo de Mingi.
—¿Pasaste la noche en su dormitorio? —cuestionó con una inflexión que no pudo determinar—. ¿Están saliendo y no quieres decirme?
—No, sólo nos acostamos. Literal y metafóricamente —dijo con un ademán, viendo hacia la puerta, preguntándose qué hacía demorar tanto al atleta—. Ya hablamos de esto.
—Sí, pero no deja de sorprenderme, es todo —murmuró al otro lado de la línea, por alguna razón, se escuchaba poco convencido—. ¿Cómo te trata?
—¿En qué sentido? —preguntó sin entender, echado atrás por lo inesperada de la pregunta.
—En términos generales, ¿es bueno contigo?
¿Bueno? Hongjoong quería decir que Mingi era excelente con él, lo trataba de maravilla y era divertido, cuando no estaba metiéndose con él o burlándose de algo en particular. Era como una gran cachorro con más de una faceta que le maravillaban al conocerlas.
—Lo es —se encontró diciendo, mordiéndose el labio inferior—. ¿Por qué? ¿Tienes dudas?
—No, sólo preocupaciones. Con Jongho creemos que estás bastante metido en él, ¿sabes?
—Si es por lo de la exclusividad, Mingi ya me confirmó que no ve a nadie más.
Removiéndose en su sitio, esperó por una respuesta, no supo de qué tipo, pero aguardó. Nervioso y con el pulgar entre los dientes. La aprobación de sus amigos, tanto consciente como inconscientemente, siempre sería importante para él. Incluso si no sabía qué demonios tenía con Mingi.
¿Sólo sexo sin compromiso? ¿Eran conocidos que jodían? ¿Una especie retorcida de amigos con derechos?
Aún le costaba ponerle un título, inclusive el de "ligue", lo sentía demasiado blando y a todos los anteriores, inexactos de una forma que no podía explicar bien. Era confuso y extraño. Ya que en el fondo, sabía que no quería aceptar la realidad que, tarde o temprano, lo terminaría ahogando.
—Felicidades entonces —murmuró el bicolor con pocos ánimos, para luego suspirar—. Sólo hazle llegar este mensaje, si te hace daño de alguna manera, voy a ir por él. ¿Entendido?
—Sí, señor. Nos vemos en un rato.
Y sin esperar respuesta, colgó. El corazón acelerado y la respiración trabajosa, Hongjoong sabía bien lo qué Wooyoung quería decir, esa frase sólo la usaba en pocas ocasiones, y todas cumplían con el mismo patrón, cuando estaban a punto de romperle el corazón. Lo que no creía que fuera posible, él no tenía sentimientos por Mingi. No esa clase de sentimientos, por supuesto.
Era su vía de emergencia para quitarse la frustración de encima y un compañero de cama con el cual se divertía, pero nada más... ¿Cierto?
—¿Por qué estás pálido?
Parpadeando hacia arriba, Hongjoong se dio cuenta porqué Mingi había demorado. Su cabellera café tenía gel y se encontraba echada hacia atrás, a excepción de dos mechones que caían sobre sus sienes con naturalidad. Dándole una apariencia fresca y juvenil. Era arrebatador.
—Wooyoung llamó —murmuró tras carraspear—. Dijo que iría tras de ti si no nos apurábamos.
Riendo, el moreno se acercó hasta rodearlo por la cintura con los brazos, esas acciones tan amorosas de su parte fuera de la cama y las sesiones que tenían, eran lo que enredaban sus pensamientos y confundían su cabeza. Porque en el fondo, sabía que no estaban limitadas a esos ámbitos, había conocido a otros chicos igual de afectivos y con un nivel desproporcionado por el contacto, sin embargo, ese había sido un punto de inflexión para él que lo había hecho alejarse de ellos.
Sin embargo, allí estaba él, disfrutando de la compañía de Mingi y del excesivo contacto físico que proponía en cualquier ocasión, sea inesperada o no. En realidad, incluso se encontraba anhelando a que esto sucediera. Lo que no tenía explicación o sentido, porque él era alguien más reacio a ese tipo de muestras de afecto, incluso si venían de sus amigos. Algunas veces. Pero con Mingi era una especie de imán que lo atraía hacia él. Gravitando en su sistema solar y no al revés.
—Vaya amenaza, ¿debería preocuparme? —preguntó con la cabeza ladeada, divertido.
—Un poco —contestó con la voz más clara y propia de su persona. Su mejor amigo era de tomar acciones, así que no dudaba en que cumpliera con lo prometido—. Pero es mejor no averiguarlo, así que andando. Rápido.
—Tengo la sensación de que quieres escapar de mí, ¿me equivoco?
No lo hacía, Hongjoong quería poner algo de distancia segura entre ellos, pero atrapado entre sus brazos, se le dificultaba, no sólo pensar.
—Tal vez —murmuró al esquivar su mirada—. Actúas demasiado cariñoso hoy, es raro.
—Suelo ser así, cariño. No entiendo la sorpresa.
—No soy tan afectivo, es todo —explicó de forma vaga, jugueteando con el final de la chaqueta ajena—. ¿Podemos irnos?
Observándolo con determinación, algo brilló en los ojos cafés de Mingi antes de que éste procediera a soltarlo y a asentir. Fue fugaz, una luz que no pudo asegurar su procedencia y que lo dejó con la incógnita.
Aún así y para su completo asombro, una vez ambos tomaron sus pertenencias, el nadador no dudó en sostener su mano y guiarlo a través del edificio que ya conocía de esa manera. Sus mejillas no pudieron evitar el nacimiento de un sonrojo al igual que sus entrañas no pudieron evitar retorcerse en una sensación incómoda pero dulce. Fue un gesto casual que no se sintió incompatible o incorrecto. Lo que lo dejó pensando todavía más.
Al llegar al Jeep del nadador, el contacto se perdió, dejándolo con un sentimiento abstracto de soledad. Sacudiendo la cabeza, se obligó a pensar que no tenía tiempo para analizar sus emociones y en todo lo que duró el trayecto, se encargó de bloquearlas.
No necesitaba ese tipo de distracciones ahora mismo. O eso fue lo que se dijo al llegar a la entrada de su edificio. Wooyoung y Jongho se encontraban fuera, platicando.
—Aquí estamos —anunció Mingi con un ápice de diversión, viéndolo de costado y con el codo apoyado en el marco de la ventana. Una postura relajada y atractiva—. Sanos y salvos, ya puedes decirle que se tranquilice.
—Sí, no creo que eso pase pronto. Es un poco testarudo —replicó con un esbozo de sonrisa cariñosa, mirando hacia el nadador con los ojos en medialunas, cargadas en un afecto indescriptible—. Gracias por traerme, Min.
—No fue nada, cariño. Siempre que me necesites, puedes llamarme como la última vez.
—¿No tienes problemas si se trata de mí? —se aventuró a preguntar, una sensación burbujeando en su estómago.
—En lo más mínimo.
Riéndose, Hongjoong procedió a sacarse el cinturón de seguridad y tras pensarlo con fugacidad, se inclinó hacia Mingi, usando su muslo de soporte, presionó sus labios juntos en un beso rápido que dejó a ambos con una sensación de insatisfacción.
—Eres el mejor, Min —y con eso dicho, procedió a tomar sus cosas y a bajarse del auto, yendo al encuentro de sus amigos. No sin antes despedir al moreno con la mano—. Dejen de verme de esa manera —les dijo antes de voltear. Sintiendo en la nuca las interrogantes del dúo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Jongho, haciéndose el tonto.
Girándose con el ceño fruncido, el más bajo no tardó en replicar—. Saben de qué hablo.
—Bueno, para ser honesto, parecen novios —murmuró Wooyoung, encogiéndose de hombros—. Listo, lo dije. Es lo qué pienso y no puedes juzgarme por eso.
—Qué tontería más grande —masculló el más bajo, ingresando al edificio. Por más que le gustara llevar las prendas de Mingi encima, no eran apropiadas para su clase, además, comenzaba a tener frío en las piernas.
—Te regaló una paleta cara, Hong —señaló Jongho, sorprendiéndolo—. Ambos vimos la publicación que hiciste.
—Son sólo acuarelas —intentó restar importancia, sacudiendo la mano en un ademán indiferente. Aunque sabía que no eran sólo eso.
—De cuarenta millones —agregó Wooyoung. Casi parecía sonar escandalizado—. Además, ¿de dónde obtuvo el dinero? ¿Es rico?
—Sus padres lo ayudaron —murmuró tras rodar los ojos—. Y no lo sé.
—Conduce un Jeep —adjuntó el castaño como si no fuera obvio—. Esas mierdas son caras.
—Regalo de sus padres.
—Nadie te está criticando, Hong, sólo decimos lo qué nos parece. Te trata como si fueras suyo, ¿no lo habías notado?
—Creo que están leyendo demasiado entre líneas, lo único que hacemos es tener sexo, es todo.
—¿Y él lo sabe? —preguntó Jongho cuando llegaron a la puerta.
Volteándose a verlo, enarcó ambas cejas—. Por supuesto que lo sabe.
—Intenta de hacer que lo recuerde entonces, porque desde afuera, luce muy interesado en ti.
—Lo que no significa que sea a nivel romántico, Jongho. Eres listo, deberías saber que el interés surge por varias razones y en nuestra dinámica, me entristecería si no fuera el caso y le diera igual.
—¿Pero al punto de darte una paleta tan cara? —cuestionó Wooyoung sin todavía creerle, escéptico.
—Lo que haya decidido darme queda fuera de mi alcance, chicos. Un regalo, es un regalo. Y por favor, suficientes dudas tengo ya, como para que ustedes me planteen más.
Cruzando miradas, el par se mostró ciertamente reacio, sin embargo, fueron benevolentes y optaron por callarse la boca. No volviendo a tocar el tema por el bien de su amigo. Lo que éste agradeció infinitamente.
No obstante, Hongjoong sabía, por más que lo quisiera negar, cómo lucían las cosas entre él y Mingi. Lo doméstico del comportamiento de cada uno, sin embargo, absorto en su obstinación, decidió atribuirlo a la compatibilidad sexual.
Sepultándose a sí mismo en una condena que no tardaría de pesar como cadenas de plomo.
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