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Era mediados de noviembre cuando las familias del pueblo organizaban sus fiestas anuales. En comparación con otros grupos, ellos preferían celebrar antes de que el frío fuese imposible de manejar.

Habían desde concursos de caza, hasta reuniones ceremoniales frente al fuego, las fechas se celebraban con gran gozo y emoción. Sin duda era una época en la que los rituales de matrimonio o de presentación de nuevos miembros ante la diosa luna abundaban.

En los días de celebración, todo adquiría un tinte espléndido y místico, por lo que era parte de sus tradiciones el que la junta de sabios compartiera a los más jóvenes sus conocimientos, entre relatos y poesías.

Es así que en las primeras noches, el enviar a los adultos luego de establecerse en el claro, a cazar lo que sería su comida durante su celebración, era uno de los puntos más importantes. Sin embargo, esta inofensiva tradición no era solo un algo que se hacía para conseguir alimento, sino que era también una competencia silenciosa que implicaba estatus social y un símbolo de prosperidad en el año venidero.

Todo un honor ante el pueblo.

De modo tal, que mientras la competencia se realizaba, los pequeños nuevos miembros debían permanecer en el resguardo creado por sus padres y mayores, al cuidado de los viejos sabios, mientras éstos les hablaban de la vida.

—Tengan cuidado con el bosque -–Decía el viejo sabio inhalando de su pipa malgastada por los años de uso, sentado en el pedestal de madera con su regordete cuerpo cubierto en mantas y pieles — Tengan cuidado niños, con aquel que esconde su rostro de los curiosos. Porque si encuentran su mirada azul profundo, será lo último que verán.

Hoy en los cuentos, el viejo hablaría sobre la leyenda del joven de ojos azules. La más famosa y contada por los pobladores cercanos al bosque.

No sé sabía de dónde había surgido el mito, sin embargo, no había joven o adulto que no conociera aquella que iniciaba con una advertencia.

—Deben temerle hasta a su sombra cuando crucen el claro rodeado de piedra y vean a la lejanía los robles de doble copa — Continuaba el gruñón Señor Lee ante el tumulto de niños que expectantes a sus palabras, abrían y cerraban sus bocas, fascinados y asustados en partes iguales. — El de ojos azules no dudara en degollar sus cuellos y usar sus ojos como condimento para su comida— Tosio con sus malgastados pulmones pidiéndole un descanso — Sus pieles será lo que adornen su casa y sus dientes pasarán a ser parte de la colección  en su particular collar.

En el campamento, en compañía de la luz de la luna, ningún sonido era perceptible además de la voz de Lee, que rasposa por el constante tabaco, tintaba de oscuridad el  ambiente. Muy lúgubre.

—Nadie sabe qué es realmente— Susurraba el adulto, rascándose perezosamente la barba, en una muestra de cansancio por su responsabilidad de contar tan absurda leyenda, pero modulando su voz para acompañar el misterio. —Ni de donde provino, ni si aún gobierna impasible los bosques. Pero créanme, ustedes no son lo suficiente listos o habilidosos para cruzar y salir con vida para confirmarlo. — Dio otra calada e hizo un movimiento extraño con su mano — Pues, es más probable que el mismo "joven de ojos azules" venga a acabar con todos nosotros por irrumpir en su bosque, que el suyo de huir. No hay nada más que lo enoje que intrusos en sus tierras.

El fuego ondeaba furiosamente y como si las palabras de Lee fueran un presagio, el sonido de una rama quebrándose alertó por completo el cúmulo de niños, quienes al verse en desprotección completa, juntaron sus pequeños cuerpecitos y lloraron silenciosamente, mientras esperaban su inminente final.

Voces lejanas y murmullos comenzaron a ser perceptibles, al igual que las miles de luminarias provenientes de las lámparas de aceite de los adultos

Lee nunca en su vida había aguantado tanto la risa al ver el terror fundirse en cuerpo y alma con los pequeños. Bueno, algo que no duró mucho porque terminó explotando en carcajadas sonoras que retumbaban en la madera más vieja que les rodeaba.

Los niños nunca habían maldecido tanto a alguien como ese día por sentirse, por primera vez, al borde de la muerte.

Así era, al menos para la mayoría, ya que un pequeño castaño no salía de su asombro ante tan magnífica historia a medio contar y la electrizante corriente que sintió recorrerle la espalda ante el posible avistamiento de "la criatura".

En definitiva, ese niño con ojos soñadores había encontrado lo que muchos desearían a su edad, una presa que le daría para siempre un reconocimiento. Aún si eso ponía en riesgo su vida.

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