Capítulo 28: Desnudo.
Elliot.
Estoy entre cinco y diez minutos parado en la entrada sin hacer nada más que debatirme internamente si esta no es una mala decisión.
Si los vecinos me viesen, probablemente pensarían que estoy loco; mirando fijamente la puerta de madera oscura, en medio de la penumbra de la noche que empieza a enfriarse, al igual que mi cuerpo.
Finalmente, toco el timbre y las ganas de salir corriendo aumentan cuando la puerta se abre, iluminando mi rostro con la luz cálida del interior.
Un Nathan bastante mal arreglado me recibe. Sus ojeras y su incipiente barba le dan un aspecto de desaliñado pero aun así increíblemente atractivo. Me sorprendo a mí mismo queriendo tocar su rostro, acariciar con mis dedos su corta barba. Su pijama azul es holgado y está un poco arrugado. ¿Cómo hace para verse bien incluso cuando su aspecto no difiere del de un vagabundo?
Su cabello en cualquier dirección me sigue pareciendo genial, le sigue quedando genial.
Me observa estupefacto, con sus hermosos ojos miel abiertos de par en par. No, no, no, tengo que mantenerme imparcial ante su belleza. Si realmente me engañó, no me convencerá con unos bellos cabellos alborotados y una maravillosa sonrisa.
Estamos unos minutos más en silencio, mirándonos. Intento que mi mirada sea inescrutable pero estoy seguro de que puede hasta leerme el pensamiento.
Sale de su estupor e intenta abrazarme, desesperado. Yo doy un paso atrás. Baja la cabeza, aprieta sus labios y cierra los puños con fuerza. Un sentimiento de culpa y dolor atraviesa su mirada. A mí se me parte el corazón.
Se hace a un lado, permitiéndome el paso. No dudo cuando entro, si me permitiese dudar un solo segundo huiría de allí al instante.
Siento su mirada en mí cuando paso por su lado. La puerta se cierra y todo queda sumido en una insoportable atmósfera incómoda y silenciosa.
Estoy de espaldas a Nathan, pero lo siento moverse en mi dirección.
—Pasa. —Murmura y me precede hasta el salón.
Se sienta en el sillón grande, quizás esperando que me siente a su lado, pero opto por el sillón individual. No podría tenerlo tan cerca, concentrarme en su explicación y juzgarlo al respecto. Ya estar en su presencia me desconcentra.
—¿Quieres café? —Asiento y una risa nerviosa amenaza con atacarme. ¿Cómo podemos actuar como si nada hubiera pasado?
Se levanta y desaparece en la cocina. Me permito relajarme en mi lugar. Trato de preparar algún discurso o algo, pero Nathan vuelve antes de que pueda aclarar mi pensamientos con dos tazas de café.
Lo deposita delante mío y él se queda parado unos segundos, murmurando más para sí mismo.
—¿Debería ir a cambiarme, arreglarme? —Se toca inconscientemente la barbilla, frotando sus dedos en el escaso vello. Quiero hacer lo mismo.
—Sientate. —Le pido y me sorprendo tanto como él porque haya hablado. Me obedece.
—Elliot, lo sien...
—¿Por qué no has ido a verme en la pelea contra Zack? —Lo interrumpo.
Empecemos desde el principio de la historia.
Me concentro en el fondo de la taza con café y doy pequeños sorbos solo para no tener que enfrentar su mirada llena de tristeza.
—Soy un imbécil, me he quedado dormido, ¿por qué no me despertaste?
Casi quiero reír de lo tonto que suena eso. ¡Y yo imaginándome todo tipo de cosas!
—¿Cómo sé que no estabas con ella? —Intento que mis palabras transmitan odio, pero es un sentimiento que no poseo. No lo odio, no puedo. Y yo soy el imbécil por eso.
Nathan se levanta y se acerca, yo hago lo mismo y me alejo.
—No volvería a estar con ella jamás. No es una buena persona, Elliot.
Intenta acercarse de nuevo, y lo mismo vuelve a pasar, retrocedo. Parecemos tontos.
—Hemos discutido y ha terminado por besarme a la fuerza, Elliot, por favor. Me separé lo más rápido que pude. —Dice con un tono asustado en su voz que hace que se me caigan abajo los muros.
Sin embargo, no me rindo, rechazo su mirada y escapo de sus ojos lo mejor que puedo. Sigo caminando por toda la sala, impidiendo que me abrace o me toque, siquiera que me mire. Si no, sé que me rendiré y le creeré.
¿Tengo que creerle o no? ¿Cómo sé que dice la verdad y no me está mintiendo?
—Tienes que confiar en mí. —Otra vez respondiéndole a mi subconsciente.
—Ella es mejor que yo, es hermosa y ambos hacen tan linda pareja... —Empiezo a atragantarme con las palabras. El nudo en la garganta que llevaba aguantando me impide hablar.
—¿Por qué te esfuerzas en pensar que los demás son mejores que tú?
No lo escucho y sigo hablando exasperado, exponiéndole todos mis sentimientos.
—Ni siquiera eras gay antes de conocerme, ella es jodidamente atractiva y ya se han acostado. ¿Por qué me elegirías? No tengo nada para darte.
Camino de un lado al otro de la sala y me detengo justo frente a él. Alzo la mirada, queriendo encontrar la verdad en esos maravillosos ojos que me miran con ternura.
—No es necesario que me ofrezcas nada, solo te quiero a ti, a mi lado.
—¿Por qué, para qué? —Las lágrimas brotan de mis ojos sin cesar, no sé ni cuándo empezaron a caer ni si tienen intención de detenerse.
—Porque te quiero, pensé que era obvio, enano. —Me logra capturar y me abraza con fuerza, mi cabeza está contra su pecho y puedo escuchar los acelerados latidos de su corazón— ¿Qué hago yo sin ti?
Estamos bastante tiempo en esa posición, sin hablar, solamente con el sonido de mi llanto en el aire. Sus brazos rodeándome logran calmarme más rápido, y aún cuando mis lágrimas cesaron, seguimos abrazados.
No quiero pensar en lo que siento en este momento, ni siquiera tengo fuerzas para pensar en su explicación.
Me quiere y eso es todo lo que llena mis pensamientos.
Soy demasiado débil cuando se trata de Nathan.
—¿Soy tu juguete? —Directo y sencillo. Decir las palabras en voz alta duelen, pero una respuesta afirmativa dolería aun más.
Me separa un poco y me mira espantado.
—¿Cómo puedes pensar eso? ¡Jamás he utilizado a nadie! —Me estremezco ante lo convencido que suena—. Te quiero, Elliot, y no para usarte. Confía en mí.
Me quedo en silencio una vez más.
—No sé qué hacer para que me quieras, Elliot.
Me tenso en su abrazo y lo miro. Sonrío ante sus ojos.
—¡Qué dices! No tienes que hacer nada, solo seguir abrazándome como hasta ahora.
Vuelvo a enterrar mi rostro en su pecho y paso mis brazos por su espalda, apretándolo más hacia mí. Siento su cuerpo sacudirse por una risa.
Nathan camina sin romper el abrazo y caemos en el sillón. Yo debajo suyo.
Nos miramos fijamente unos minutos antes de devorarnos con ansias. Su boca es ruda e intento seguirle el ritmo y no quedarme sin aliento.
Hundo mis dedos en su cabello tratando de acercarlo aun más si es posible. No hay forma de que tenga suficiente de él, de sus besos.
Sus manos empiezan a subir por dentro de mi camiseta y yo rompo el beso con un suspiro.
En menos de un segundo ya me encuentro sin la prenda superior y, aunque ya me ha visto así, estoy seguro de que las mejillas se me han teñido de rojo.
Tímidamente, pero con cierta determinación, le quito la parte de arriba del pijama. Su piel es igual de suave a como me lo imaginaba. Su torso desnudo me deja sin aliento, y mientras lo observo y me muerdo los labios, Nathan vuelve a empujarme contra el sillón.
No puedo estar ni un segundo más lejos de su cuerpo, de sus labios. Todo tipo de preocupación desaparece con cada beso y caricia, con cada jadeo y suspiro.
Sus labios abandonan mi boca que ya lo extraña. Baja por mi cuello, deteniéndose de vez en cuando para dejar alguna marca o mordida cariñosa.
Muerde el lóbulo de mi oreja y yo me estremezco por la sensación de cosquilleo.
Mi respiración se acelera aun más cuando sus labios se posan en mi estómago. Mi piel caliente contra sus besos húmedos.
Sus dedos se enganchan en la cinturilla de mi jean y tiran hacia abajo, pero no logra quitarlos del todo.
—Dime si quieres que pare. —Dice agitado, con su boca contra mi ombligo.
—Tendría que estar loco para querer eso. —Respondo igual de jadeante.
Sonríe y se deshace del cinto, que va a parar al suelo junto con su pijama y mi camiseta.
Suelta los botones. Estoy cada vez más desesperado por lo que hará a continuación. Ansioso y nervioso a la vez.
Para aumentar mi frustración, se detiene y se incorpora. Lo miro entre confundido y excitado.
Me ofrece la mano y yo la tomo sin dudarlo. Me levanta con fuerza y me guía hasta las escaleras. Mientras subimos puedo apreciar su espalda desnuda, quiero apretar mis dedos allí y dejar marcas en su piel, reclamando mi territorio.
Llegamos hasta su cuarto y me doy cuenta de que es la primera vez que estoy aquí. No me da mucho tiempo a admirar todo, lo único digno de apreciar es al modelo que tengo delante justo ahora, hambriento de mí.
Suelta mi mano y yo me quedo allí parado como un bobo mientras él se acuesta en la cama, observándome con una sonrisita juguetona.
Intento no ponerme más nervioso de lo que estoy y, sin despegarme de sus ojos, deslizo las últimas prendas que me quedaban fuera de mí.
Me desnudo ante él. No sólo mi cuerpo, sino también mi corazón. Le permito ver todo de mí, porque eso es lo que hay que hacer cuando se hace el amor.
Me acerco y me acuesto junto a él. El lugar que se ha convertido en mi favorito desde hace un tiempo.
Me observa durante unos minutos silenciosos. Casi puedo sentir sus ojos recorrer cada centímetro de mi cuerpo, y eso solo logra excitarme más. Sus ojos vuelven a mi rostro luego de su paseo por toda mi piel y sonríe. Esa sonrisa me hace olvidar por un momento por qué estaba enojado siquiera, me hace olvidar de absolutamente todo excepto de él; soy totalmente consciente de él, de la cercanía de su cuerpo al mío, de la sinceridad de su sonrisa y mirada.
Sus labios vuelven a atacar los míos repentinamente, esta vez con más delicadeza. Sus dedos trazan caricias por mis costillas y toda mi piel se eriza.
Mis manos recorren la espalda que deseé hace unos minutos y desembocan en el elástico de su pantalón.
Me permite tocarlo y agradezco el contacto; el calor, su piel, todo.
Entrelaza su mano con la mía mientras besa mi cuello.
Me toca, acaricia; me chupa, me lame, muerde y besa y yo solo puedo volverme loco debajo de él. No hay un solo sitio que su boca no explore. Es salvaje y apasionado y a la vez tierno y amable. ¡Oh, me estoy derritiendo en la cama, justo debajo suyo!
Entre mis murmullos y jadeos resuena su nombre y el nombrado parece fascinado con eso.
Todos los lugares que toca arden y piden a gritos más y más caricias. Más y más de Nathan.
Cuando ya no hay prendas que nos separen, ni nada que nos impida sentirnos, es el momento en el que se lo digo.
—Te quiero, Nat.
Y, varios minutos, caricias y besos después; nos volvemos uno.
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