Capítulo 6
Paula se encontraba, una vez más, en el interior de su oficina. Daba igual que fuese sábado en la noche. El enfrentamiento que acababa de tener con su marido, hacía poco menos de una hora en su casa, la había motivado a alejarse de él con urgencia.
Este había regresado antes de tiempo de un viaje de negocios y estaba de pésimo humor ya que la reunión con uno de los principales y más viejos clientes de la agencia, había salido realmente mal. Paula había sido la directora de su cuenta desde el principio hasta que se vio obligada, unas semanas atrás, a cedérselo a otro director. Andrés le había ordenado hacerlo ya que quería que se dedicara de forma exclusiva al nuevo proyecto que debía presentar el lunes.
Esa solicitud no le había gustado demasiado, pero no le había quedado más remedio que aceptar. Después de todo, él era el presidente. No obstante, le había advertido que algo así podría pasar. Conocía a ese cliente desde hacía muchos años y sabía lo quisquilloso que podía llegar a ser. Como de costumbre, no la escuchó y ahora corrían el riesgo de perderlo de forma definitiva ya que la marca se había puesto firme y lo había amenazado con rescindir el contrato si ella no volvía a estar a cargo de todo.
Andrés también era publicista y sabía cómo funcionaban las cosas. Un cliente inconforme era un cliente que se iba y aquello podía llegar a significar no solo una gran pérdida financiera, sino también mala prensa para la agencia. Eso era algo que no se podían permitir y por esa razón, luego de la presentación, Paula volvería a hacerse cargo de su cuenta.
Sabía lo mucho que a él le molestaba admitir sus errores, en especial delante de ella. La empresa había crecido considerablemente desde su incorporación a la misma y eso se debía a su gran trabajo. Él era perfectamente consciente de eso, se lo había dicho en varias oportunidades, pero también la hacía responsable cada vez que algo no salía tal y como esperaba.
Así habían sido siempre las cosas. A Andrés nunca le había gustado que le marcaran sus fallas, aunque últimamente se enfurecía más de la cuenta cuando eso sucedía. Estaba segura de que se debía al progresivo alejamiento entre ambos, pero no había nada que ella pudiera hacer para arreglarlo. No podía forzar un sentimiento que no le nacía de forma natural y espontánea.
Con el tiempo, las diferencias entre ellos se hicieron aún más notorias e ineludibles volviéndose irreconciliables y eso, en parte, fue lo que provocó que ella finalmente tomara la decisión de mudarse al cuarto de huéspedes. Andrés no estuvo de acuerdo, pero tampoco la detuvo.
A pesar de que no lo amaba —y a esta altura estaba segura de que ya no lo haría—, sentía un gran aprecio hacia él. Lo había conocido en la universidad por medio de unos compañeros que tenían en común y aunque él se encontraba terminando la carrera y ella apenas en el comienzo, se volvieron grandes amigos. Paula siempre había sido consciente de sus sentimientos hacia ella. Andrés nunca se había molestado en disimularlos. Sin embargo, jamás la presionó. Entendía que estaba en una relación con otro chico y que su corazón le pertenecía por completo.
Pero de pronto, la tragedia llegó a su vida y todo cambió aquel horrible día que aún hoy se esforzaba por olvidar. Su novio fue encontrado muerto en su departamento y de la noche a la mañana, pasó a ser la principal sospechosa. Todos sus conocidos se asustaron ante semejante situación y se alejaron rápidamente dándole la espalda por completo. Todos, menos Andrés. Él creyó en su inocencia desde el principio y estuvo a su lado en todo momento. De hecho, gracias a los abogados que él le brindó, se desestimaron las pruebas en su contra por ser insuficientes para demostrar su culpabilidad y, en consecuencia, el juez se vio obligado a sobreseerla.
A partir de eso, la relación entre ellos se volvió mucho más cercana. ¿Cómo no lo haría si su ayuda había sido la que evitó que fuera a la cárcel? Por esa razón, debido al profundo agradecimiento que sentía hacia él, accedió a estar a su lado cuando se lo pidió. Paula no se creía capaz de amar de nuevo y se lo hizo saber, pero a Andrés no le importaba realmente. Estaba convencido de que, con el tiempo, aprendería a quererlo. Claramente, eso no fue lo que sucedió.
Cuando se enteraron al poco tiempo de que estaba embarazada, fue una dura prueba para ella ya que no se consideraba apta para amar. Sin embargo, en cuanto oyó el fuerte latido del corazón de su bebé en la primera ecografía, sintió que la coraza que había creado a su alrededor se resquebrajaba y cada hueco oscuro en su alma volvía a llenarse de luz. Nunca se había sentido tan feliz en su vida, ni siquiera con su anterior pareja y no tuvo dudas de seguir adelante con su embarazo.
Andrés, alcanzado por su felicidad, le propuso matrimonio de forma inmediata. Se hizo cargo de la empresa de su padre, quien ya se encontraba en la etapa final de un agresivo cáncer de pulmón, y la instó a que continuara con sus estudios. Después de todo, sabía lo brillante que era y la quería a su lado en la agencia.
Pero como la vida es injusta y al parecer, se había empecinado con ella, a los pocos meses, su bebé murió en su interior. A pesar de que los médicos le aseguraron que era más normal de lo que se pensaba, no pudo evitar sentirse culpable. Después de todo, no había sido capaz de proteger a su hijo y toda esperanza que había vuelto a sentir, murió ese mismo día junto a su pequeño.
Paula jamás se olvidaría del gran soporte y sostén que su marido le brindó. Sin él, no habría podido llegar tan lejos, al menos, profesionalmente. Pero ya no le quedaba nada más para dar y pronto se volvió tan fría como el hielo. Ya nada podría dañarla porque no se permitiría volver a sentir. Sin embargo, Andrés comenzó a ponerse exigente y luego de un tiempo prudencial en el que respetó su duelo, comenzó a pedirle más. Ya no se conformaba con tener solo su cuerpo, también quería su amor, su corazón. Lo que no entendía era que ella nunca podría dárselo ya que el mismo estaba muerto. Lo estaba desde ese triste día en aquel hospital.
La discusión que habían tenido no se diferenciaba de otras tantas que solían tener. No había sido eso lo que provocó en ella la necesidad de salir corriendo de su casa y alejarse de él. Muchas veces la frustración hacía que Andrés tomase de más. Sin embargo, jamás la había agredido en ese estado. Esa noche, algo cambió y la bebida lo afectó de forma diferente lo cual no le permitió a ella anticiparse a lo que sucedería después.
En medio de la discusión, se encontró de pronto en sus brazos, con los labios de él pegados a su cuello mientras que sus manos la recorrían con exigencia por todo su cuerpo. Le ordenó que se detuviera, que no podía hacerle eso, pero su marido no le hizo caso y sobrepasando un límite que jamás se hubiese imaginado, la dobló con violencia sobre su escritorio provocando que su pecho quedase pegado a la dura madera. Paula ya no pudo moverse. Algo le decía que esa vez no se detendría y ella no tenía la fuerza necesaria para quitárselo de encima. Debía encontrar la forma de evadirse y no sentir. No podía permitirse sentir.
Fijó los ojos en el único objeto que había sobre el escritorio dentro de su campo de visión. Se dio cuenta de que era un book de fotos. El mismo se encontraba abierto en su primera hoja, por lo que alcanzó a ver la imagen de la modelo, así como también su nombre. Otra rubia más, justo como a él le gustaban. Era extraño que su marido tuviese eso en la casa ya que no era él quien se encargaba de la selección.
Se había alienado tanto de su propio cuerpo que apenas fue capaz de advertir el momento en el que la liberó de su peso al apartarse de ella. Para su fortuna, se había detenido antes de cometer semejante locura. Sintiéndose entumecida por la rigidez que había adquirido su cuerpo ante la agresión, se enderezó con cierta dificultad. Inmediatamente después, lo buscó con la mirada. Estaba en el minibar que había en un extremo de su oficina sirviéndose un vaso de whisky. Se encontraba de espaldas, pero justo en ese momento, volteó hacia ella mirándola con resentimiento.
—Tendría que haber sabido que nunca serías del todo mía —le dijo con desprecio luego de vaciar, de un trago, el contenido del vaso—. Estar con vos es como tocar una roca. Como si no sintieras absolutamente nada. Dura, fría, como si fueras un maldito...
—¿Bloque de hielo? —lo interrumpió haciendo un esfuerzo para que la voz no se le quebrara. Andrés se sorprendió al escucharla—. Sí, estoy al tanto de cómo me llaman todos y sé perfectamente quien dio origen a ese apodo. Haceme un favor, ahorrate los lamentos y andá a darle el cariño que sé que ya no sentís hacia mí a la amante que tengas ahora.
—¡Siempre te quise y lo sabés! Aún te quiero.
—¡¿Y así pensabas demostrármelo?! ¡¿Violándome?! ¡Porque eso era lo que ibas a hacer, Andrés! —exclamó, al borde de las lágrimas.
Él bajó la mirada, arrepentido.
—¡No! Eso fue un error. Yo solo quería...
Pero ella no se quedó a escuchar sus disculpas. Aunque se esforzaba por no sentir o demostrar nada, la realidad era que en ese momento se sentía aterrada. Jamás lo había visto comportarse de esa manera y estuvo más segura que nunca de la decisión que había tomado al mudarse de habitación. Sin embargo, necesitaba alejarse de ese lugar cuanto antes. Sus piernas se sentían como gelatina y temía derrumbarse allí mismo. Se dirigió a su habitación, apagó la computadora y luego de guardar su celular en la cartera, corrió hacia la salida.
No supo cómo había llegado a la empresa. Simplemente había hecho todo en piloto automático. Salió del ascensor y caminó hacia su oficina. Estaba todo oscuro por lo que fue encendiendo las luces a su paso. Luego de entrar, dejó su cartera sobre el escritorio y tras encender su computadora, fue hasta la máquina de café para prepararse uno bien cargado. Más que un café, debería tomar un té de tilo para calmar sus nervios, pero quería terminar de una vez por todas el trabajo pendiente y solo podría hacerlo estando despierta y despejada.
Menos de un minuto después, se sentó para comenzar y abrió la carpeta donde se encontraba el archivo con el que había estado trabajando de forma remota desde su casa. En cuanto lo abrió sintió que su estómago le dio un vuelco y su rostro se volvió blanco de repente. La última versión guardada era la del día anterior. ¡¿Acaso había perdido los avances de más de cinco horas de trabajo?!
Pronto sintió que todo el estrés acumulado hizo ebullición y una vieja, aunque inconfundible, sensación de intenso calor proveniente del interior de su cuerpo, comenzó a recorrer la parte alta de su espalda. Sabía muy bien lo que le estaba pasando. Estaba teniendo una crisis de ansiedad. Hacía mucho que no le pasaba, lo cual hizo que se sorprendiera un poco. Sin embargo, no era rara su aparición dada la sumatoria de cosas que estaba viviendo.
Como le sucedía cada vez, era absolutamente consciente de cada centímetro de su cuerpo. Su corazón comenzó a latir de forma rápida y errática dentro de su pecho. Su respiración se volvió acelerada como si estuviese corriendo una maratón. Sus manos comenzaron a temblar y su visión se volvió un poco nublosa. Entonces, su mente se vio invadida por miles de pensamientos negativos los cuales a su vez le generaron una horrible sensación de muerte inminente.
Cerró sus ojos y se concentró en las técnicas que le había enseñado una psicóloga a la que había recurrido cuando las crisis comenzaron. No debía luchar contra ella o de lo contrario, la misma se prolongaría más de la cuenta. Aunque la sensación fuese desagradable, tenía que dejarla seguir su curso y pronto, todo pasaría. Comenzó a respirar tal y como ella le había indicado.
Inspiró profundo permitiendo que el aire alcanzara su estómago y contuvo la respiración por unos segundos. Luego fue expulsándolo de forma lenta hasta sentir que se vaciaba por dentro. Repitió dos veces más la operación sintiendo como, poco a poco, los síntomas comenzaban a remitir. Finalmente, intentó correr el foco de atención hacia otra cosa. Eso era fundamental para calmarse del todo.
Por unos segundos sintió una leve mejoría, pero en cuanto sus ojos se posaron de nuevo en el archivo, volvió a sentir la ansiedad con fuerza desestabilizándola, una vez más. No podía dejar de pensar en que lo había perdido todo. Ahora tendría que volver a hacerlo y sabía que no llegaría a terminarlo para el lunes. ¡Por culpa de ella perderían la única oportunidad con este nuevo cliente y no sabía cómo reaccionaría Andrés ante eso!
Cerró sus ojos, una vez más. Tenía que encontrar la forma de calmarse y solucionar el problema. Esta vez no podía, ni quería, recurrir a su marido. En un pasado, solo con su presencia lograba calmarse cuando le daba una crisis, pero ahora todo era diferente. Además, años de terapia le habían enseñado que el poder estaba en ella. Solo ella era capaz de calmarse a sí misma de forma correcta. Mientras continuó con los ejercicios que conocía a la perfección, luchaba con el pánico que intentaba devorarla.
Entonces, el rostro de un hombre apareció en su mente acaparando toda su atención. Eso era nuevo. Jamás le había pasado. Sabía quién era y aunque la sorprendió evocarlo justo en ese momento, no intentó buscarle explicación. Se dedicó a observarlo centrándose especialmente en sus ojos oscuros, cálidos, serenos. El miedo detuvo su incesante ataque y en ese momento supo lo que tenía que hacer.
Con una mano buscó su celular en el interior de su bolso mientras que con la otra abrió la base de datos en su computadora donde estaba la información de todo el personal. No tardó en encontrar su número y se apresuró a guardarlo entre sus contactos. No sabía porque lo llamaba desde su teléfono en lugar de hacerlo desde el de la empresa, pero tampoco se molestó en cuestionarse.
Temía que, por ser sábado en la noche, no respondiese la llamada, pero no quería siquiera pensar en ello. Necesitaba hablar con él.
Un tono...
"¡Dios, por favor atendeme!", pensó desesperada.
Dos tonos...
"¿Qué voy a hacer ahora?", se lamentó.
Tres tonos...
Y de repente, su voz. Exhaló aliviada. En ese momento, aquella voz le pareció el sonido más bonito del mundo.
—¿Facundo Rodríguez? —preguntó con voz temblorosa—. Habla Paula Agui... Garibaldi.
Estaba tan nerviosa que estuvo a punto de decirle su apellido de soltera: Aguilar. La sorprendió un poco ya que hacía años que no lo usaba. Había dejado de hacerlo en cierto modo para dejar atrás una parte de sí misma que no quería recordar.
Lo oyó nombrarla, confundido. Era obvio que no esperaba su llamado y se sintió inoportuna. Seguramente estaba con su novia o alguien y lo estaba interrumpiendo. Pero su situación era de vida o muerte y necesitaba su ayuda con desesperación.
—Disculpá la hora. ¿Estabas ocupado? —le preguntó con torpeza.
En cuanto oyó su negativa y su amable disposición para atenderla, se apresuró a relatarle lo sucedido. Solo esperaba que pudiese entenderla entre tanto parloteo nervioso de su parte. Y no la defraudó. Facundo comprendió de inmediato cuál era el problema y además de eso, le aseguró que iría para allá en unos minutos.
En cuanto cortó la comunicación, volvió a sentirse nerviosa. Pero, esta vez, no tenía nada que ver con su crisis de ansiedad. Un ya olvidado cosquilleo en la boca de su estómago la sorprendió, de repente, provocando que se llevase la mano hacia ese lugar. Suspiró sonoramente y se reclinó en el respaldo de la silla.
"Nos vemos en unos minutos", le había dicho él. Solo debía ser capaz de aguantar unos minutos más.
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