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Capítulo 5

Dos semanas habían pasado desde aquel sábado en el que Facundo había ido a hablar con Tamara para poner fin a su relación. No obstante, nada de eso había pasado y allí estaba, de nuevo junto a ella, en la puerta de la casa de sus padres a punto de presentársela a su familia. No había podido hacerlo. Le había faltado valor. Nada más decirle que estaba confundido y necesitaba un tiempo, ella se había largado a llorar de tal modo que habría sido cruel por parte de él dejarla en ese estado.

Sabía que no era correcto lo que hacía. No estaba bien seguir al lado de una persona a la que no quería como era debido, en especial si sus últimos pensamientos antes de dormir se centraban, noche tras noche, en otra mujer. Una mujer a la que no había podido quitar de su mente desde el día en el que la había visto por primera vez. Lo curioso era que, a pesar de haber ido con frecuencia a la empresa, no había vuelto a encontrarse con ella y eso lo tenía un poco alterado —por no decir bastante—. De todos modos, el recuerdo de aquella intensa mirada azul y ese manto de color fuego que tenía como cabello, permanecía, imperturbable, en su memoria.

La primera en aparecer ante ellos fue su madre, quien los saludó con una cálida sonrisa. Detrás de ella, su padre los miró con expresión seria, pero amable. Ambos los recibieron contentos, los invitaron a pasar y les indicaron que se sentaran en el sofá hasta que la cena estuviese lista. Mariano les sirvió unas bebidas frías para que empezaran a tomar mientras esperaban y se sentó en uno de los sillones individuales que había a cada lado del que estaban ellos. Victoria se sentó en el otro, más cerca de Tamara.

—En cuanto Sol venga, cenamos. Está en su habitación terminando de vestirse —dijo ella para romper el hielo.

—Está bien, mamá. No hay apuro.

—Quería agradecerles por recibirme, señora. Estoy muy contenta de estar acá.

Mariano casi se atragantó al oír la forma en la que la había llamado. A pesar de que a su esposa no le molestaba el paso del tiempo, odiaba que la llamasen así.

—Por favor, llamame Victoria. No es necesario que seamos tan formales —señaló con una sonrisa—. A nosotros también nos alegra el poder conocerte por fin. ¿Verdad, amor?

—Sí, claro —respondió rápidamente Mariano tras aclararse la garganta.

Sabía que su mujer lo había hecho a propósito, a modo de regaño, y no pudo evitar dedicarle una intencionada sonrisa. En ese momento, Sol se unió a ellos.

—¡Hola! —saludó con entusiasmo mientras se inclinó para besar a su hermano.

A diferencia de otras veces, Facundo no le devolvió el saludo con la misma efusividad. Por el contrario, se puso de pie en el acto y nervioso, miró en dirección a su acompañante.

—Tamara, te presento a mi hermana. Sol, ella es mi... mi novia.

Se había demorado apenas unas milésimas de segundos en decir esas dos palabras, pero lo suficiente para que todos lo percibieran. Incluso Tamara, quien forzó, aún más, la sonrisa que había impuesto en su rostro desde que habían llegado. También ella estaba nerviosa y no se le daba bien disimularlo.

—Encantada de conocerte —le dijo poniéndose de pie para darle un abrazo y un beso.

Sol era una persona en extremo demostrativa, por lo que no solían molestarle ese tipo de manifestaciones de afecto. Sin embargo, la sorprendió que la abrazara de esa manera tras recién conocerla. A continuación, la palmeó con suavidad en la espalda mientras, un tanto confundida, buscó a su hermano con la mirada.

—Igualmente —alcanzó a decir antes de separarse de ella y sentarse en el apoyabrazos del sillón en el que estaba su padre.

—¿Qué sabés de Lucía? —pregunto, de repente, Facundo inclinándose hacia ambos—. No pude hablar con ella y la última vez que la vi me pareció que no estaba bien. Estoy un poco preocupado.

—Para mí está igual que siempre. Yo no noté nada raro —respondió encogiéndose de hombros y dirigiendo ahora la mirada hacia su madre, prosiguió—: ¿Cuándo comemos? Muero de hambre.

—Si quieren pueden ir sentándose a la mesa —respondió la aludida poniéndose de pie—. ¿Me ayudás a servir, hija?

Sol alzó la vista de la pantalla del celular que acababa de sacar de su bolsillo y la miró con sorpresa. Estaba a punto de protestar cuando Tamara se ofreció a ayudarla en su lugar. Victoria aceptó encantada y ambas se dirigieron a la cocina. Esa noche usarían la mesa del comedor. Siempre lo hacían cuando tenían visitas.

Una vez que todo estuvo dispuesto, comenzaron a cenar.

—Amor, creo que olvidaste la carne —observó Mariano al ver el menjunje de verduras y arroz que había en su plato.

—No me olvidé de nada. Es una cena vegetariana.

—¿Una qué? —exclamó Sol, anonadada. Estaba famélica.

—Como Facu me comentó que Tamara es vegetariana, quise preparar esta comida para agasajarla —respondió intentando contenerse para no reprender a su hija por el comportamiento infantil que estaba manifestando—. Si tu padre y tu hermano pueden prescindir de la carne por una noche sin quejarse, estoy segura de que vos también vas a poder.

—Está bien, está bien —respondió, resignada, mientras alzó ambas manos en ademán de rendición.

—Lo siento —agregó Tamara, apenada.

—No tenés porque —intervino Mariano con amabilidad, aunque en su interior moría por un churrasco—. ¿Así que vegetariana?

—Sí, lo soy desde chica. Una vez en una granja vi como mataban a una vaca y me quedé tan impresionada que nunca más quise probar carne. ¿Te acordás, bebé, de aquella vez en ese restaurante que se confundieron y me sirvieron carne cruda llena de sangre? —preguntó a Facundo mientras le tocó el brazo para llamar su atención.

Sol hizo una mueca de desagrado al oír como lo había llamado y se contuvo de decir algo al respecto.

—Era bife de chorizo, Tamara. Y no estaba crudo, estaba a punto.

—Dios, eso no podía estar cocido. Como sea, tenía un aspecto horrible y casi me muero. De hecho, me puse tan pálida que el mozo empezó a apantallarme con la carta porque creía que iba a desmayarme —concluyó comenzando a reír.

—Ay no, pobrecita —dijo Victoria riendo.

Facundo esbozó una leve sonrisa que no engañó a nadie. No solo se lo notaba incómodo con la situación, sino, incluso, avergonzado.

Durante la cena, Tamara se dedicó a señalar la sólida e idílica relación que tenían mientras él optó por mantenerse en silencio, como si se hubiese abstraído de ese momento y su mente vagara lejos. Al menos, así pudo notarlo su hermana, quien estaba sentada justo frente a ellos. Desde allí, se dedicó a observar a su cuñada sin poder creer que Facundo estuviese con ella. Realmente contrastaban. No tardó en enviarle un mensaje a su prima para decirle lo mucho que concordaba con ella.

Lucía había tenido oportunidad de conocerla una vez que la había encontrado de casualidad en el departamento de él cuando había ido a visitarlo sin aviso y desde entonces, la había definido como egocéntrica, vanidosa y superficial. Incluso la había apodado "barbienovia" ya que la veía como a una plástica chica rubia que solo le interesaba hablar de asuntos triviales y poco profundos.

No obstante, lo que más le había llamado la atención a Sol y en parte le molestaba, era la forma en la que se la pasaba tocando a su hermano, o simplemente lo tomaba de la mano, como si tuviese miedo a que este fuese a escaparse de un momento a otro. Aunque, a juzgar por la expresión en su rostro, esa opción no parecía tan improbable.

—¿Cómo te está yendo con la agencia de publicidad, hijo? —preguntó, de pronto, Mariano provocando que todas las miradas se centraran en él.

—Muy bien, papá. Desde que me contrataron, estuve bastante ocupado, pero la verdad que el trabajo lo vale. Me pidieron que haga un upgrade de hard, un relevamiento del sistema de seguridad y que, además, cambiara todos los equipos con la última tecnología. Por suerte, no tuve limitantes en el presupuesto y me dieron libertad absoluta así que pude hacer todo como a mí me gusta.

—Qué bueno. ¿Y tocaste los servidores?

—Sí, obvio. De paso, actualicé las políticas del Active Directory —respondió, evidenciando por primera vez en la noche, entusiasmo en la conversación.

—¡Ah, bien! Entonces si trato de hackearlo...

—No vas a poder —lo interrumpió con una sonrisa—. Te diría que ni siquiera lo intentes.

Este largó una carcajada en respuesta.

—Digno hijo de su padre —acotó Victoria poniendo los ojos en blanco ante semejante desparramo de soberbia.

No obstante, le encantaba oírlos hablar de tecnología. Era el momento en el que más felices los veía y cuando más orgullosa de ambos se sentía.

—¿Vos a qué te dedicás, Tamara? —preguntó Mariano, ahora con su atención puesta en ella.

—Soy encargada en un local de ropa, pero mi sueño es convertirme en modelo. La verdad es que en eso tengo que reconocer que su hijo me está ayudando un montón ya que presentó mi book en la agencia. Así que estoy ansiosa de que me llamen.

La expresión en el rostro de Facundo cambió radicalmente en cuanto mencionó el maldito book. Lo había perseguido días enteros para que lo entregase y a pesar de sentir vergüenza al presentarse en la oficina de Recursos Humanos al día siguiente de empezar a trabajar allí, lo había hecho para no tener que seguir escuchándola. Se acomodó en el asiento, inquieto ante el recuerdo de ese día.

—¿Modelo? —preguntó de pronto su hermana con sorpresa—. ¿A tu edad? Debés tener unos treinta ¿no? Quizás tendrías que aspirar a otra cosa.

—¡Sol! —reprochó su madre.

—¿Qué? Solo digo —se excusó con falsa inocencia.

En ese momento, Facundo no pudo evitar sonreír de lado. Se apresuró a cubrirse la cara con la servilleta fingiendo limpiarse para que Tamara no lo advirtiera y a continuación tomó un sorbo de su bebida.

Nadie más que su hermana advirtió el gesto y por un breve segundo, ambos intercambiaron una mirada cómplice. Sol no necesitó nada más para confirmar que definitivamente, Facundo no estaba enamorado de esa chica. Ahora, si ella había sido capaz de notarlo, estaba segura de que sus padres también lo harían y no querría estar cuando decidieran hablarle al respecto.

Si había algo que siempre se habían esforzado en enseñarles a los dos, era la importancia del respeto y la honestidad en la pareja. Y debía reconocer que, más allá de que no le caía nada bien, no era correcto lo que hacía su hermano. Si no la quería, debería dejarla en lugar de seguir adelante con la relación. ¡Mucho menos, llevarla a conocer a su familia!

El resto de la velada transcurrió de forma tranquila y luego de preparar café, se sentaron de nuevo, esa vez para comer la chocotorta que había preparado Tamara y llevado para compartir. Estaba realmente rica y así se lo hicieron saber. Incluso Sol que, como se había quedado con hambre, repitió su porción.

—¿De verdad querés ser modelo? —insistió de pronto, al límite de la impertinencia; pero antes de que la criticaran, aclaró—: Digo, porque creo que como repostera andarías muy bien.

—Me alegra que te guste —respondió ella disimulando lo molesta que en realidad se sentía con cada cosa que le decía—. Sin embargo, aunque disfruto de la cocina, el modelaje siempre fue mi sueño.

—Y me parece muy bien que luches por tu sueño —agregó Victoria en un intento por aligerar el ambiente—. Además, es una agencia muy reconocida, por lo que sería un buen comienzo en caso de que te llamen.

—Sí, ¿verdad? —respondió, ahora con entusiasmo—. Tengo varias amigas que conocen a los dueños y me contaron que no son muy respetables, pero a mí eso no me interesa. Creo que sería una increíble oportunidad.

—¿A qué te referís con eso de que no son respetables? —preguntó Facundo, con más hostilidad de la que hubiese preferido demostrar.

—Bueno, se comenta que en realidad lo de ellos es un matrimonio de mentira. Que son puras apariencias y que la mujer solo está con él por su dinero.

A él no le agradó escuchar eso, por lo que, incorporándose al instante, puso una excusa y se retiró hacia la cocina. Mariano frunció el ceño al ver su reacción. Algo no le cerraba. No era propio de su hijo ese comportamiento.

—Bueno, tampoco serían los primeros. De esos arreglos hay miles en el ambiente —agregó Sol quitándole importancia.

Victoria, en un intento por cambiar a un tema menos sensible, comenzó a relatarle a Tamara anécdotas de la niñez de su hijo.

En ese momento, Mariano aprovechó para ir tras él. Una vez en la cocina, continuó caminando hacia el patio, donde estaba seguro de que lo encontraría.

—¿Qué está pasando, Facu? —preguntó al verlo cabizbajo.

Había notado su permanente incomodidad durante la cena y, a juzgar por lo que habían hablado semanas atrás, habría jurado que terminaría la relación con esa chica. Sin embargo, allí estaba, intentando sostener una relación que evidentemente no tenía por donde agarrarse.

—Perdón, papá. No tendría que haberla traído.

—No te disculpes conmigo. A nosotros no nos hiciste nada. Pero no me gusta verte así y creo que ella tampoco se lo merece. Parece una buena chica.

—Lo es y me siento un hijo de puta. Te juro que lo intenté, pero empezó a llorar y me dijo que si la dejaba iba a matarse. No supe qué hacer. Realmente parecía convencida y temí que cometiera una locura. Mirala ahora, ahí dentro charlando con mamá como si estuviese todo bien, con una maldita sonrisa en su cara hablando de gente a la que ni siquiera conoce.

Su voz había salido ahogada como si estuviese a punto de quebrarse por la emoción contenida y Mariano supo que había algo más que solo frustración por la situación en la que se encontraba. Tampoco había pasado por alto que había sido ese último comentario el que lo había hecho explotar.

—No sos un hijo de puta —aseguró sujetándolo del hombro con fuerza—. Diría más bien lo contrario. Te preocupaste por ella e hiciste lo que consideraste necesario para protegerla. Pero tenés que entender que no podés hacerte cargo de las decisiones de los demás.

—Jamás me perdonaría que le pasase algo por culpa mía.

—Estoy seguro de que fue una amenaza vacía. Honestamente, no tiene el perfil de una persona que pudiese cometer suicidio. Pero si me equivocara y lo hiciera, tampoco sería tu culpa.

Facundo lo miró a los ojos comprendiendo a lo que se refería su padre. Deseó por un momento poder tener la misma claridad y sabiduría que él. Pero sabía que eso solo se lograba con la experiencia y el correr de los años. Después de todo, como solía decir incluso él mismo, también había cometido errores en su vida. Uno de ellos y por el que aún se recriminaba, era haber permitido que su miedo fuese más poderoso que el amor que sentía por Victoria y, como consecuencia, perderse los primeros años de su hijo.

Estaba por responderle cuando, de pronto, su teléfono comenzó a vibrar en su bolsillo. Lo sacó de forma automática y miró la pantalla. Era un número desconocido y el mismo pertenecía a un celular. Intrigado, atendió la llamada.

—¿Hola? Sí, él habla.

La sorpresa lo golpeó con fuerza provocando que retrocediera literalmente unos pasos al darse cuenta de quien se trataba. Era ella. La mujer que no podía sacarse de la cabeza desde hacía días.

—Paula —balbuceó, aun desconcertado, ya que no podía creer que lo estuviese llamando. Jamás lo habría imaginado. Mucho menos un sábado por la noche—. No, no se preocupe. No estoy ocupado. ¿En qué puedo ayudarla?

Mariano lo miró con atención. Sabía que era una llamada laboral y que parte de su trabajo era estar disponible ante emergencias, pero no fue eso lo que vio reflejado en el rostro de su hijo. Y una vez más, la sensación de que algo más pasaba lo invadió. Si bien no alcanzaba a entender lo que decía la voz al otro lado, por el tono de la misma, sabía que la mujer estaba alterada.

—Por favor, tranquila. En media hora estoy allá. Voy a hacer todo lo que pueda por recuperar el archivo —dijo Facundo, de pronto, nervioso—. Nos vemos en unos minutos.

Respiró profundo nada más cortar en un intento por tranquilizarse. Su padre, que había estado observándolo todo el tiempo, no fue ajeno a su reacción y se preguntó si acaso ella era la razón de su confusión. Si estaba en lo cierto, entonces su hijo estaba en problemas ya que no se trataba de una simple mujer. Era su superior y como si eso no fuera suficiente, estaba casada con el presidente de la empresa.

—Tengo que irme —dijo, aun aturdido.

—Muy bien.

—Pero...

—Yo la llevo —afirmó leyendo su mente como solía hacer.

Facundo lo miró a los ojos, agradecido. Realmente necesitaba y principalmente deseaba irse en ese instante.

—Gracias, papá —lo saludó con un abrazo y fue hacia el living con pasos apresurados.

Luego de explicar a su novia lo sucedido, se despidió con una disculpa. Por supuesto que había advertido la desilusión y el enojo en sus ojos, pero no le importó. Ya no. Paula lo había llamado en medio de una crisis de nervios y él no estaba dispuesto a hacerla esperar más de lo necesario. No sabía por qué una mujer desconocida le generaba tanto, pero esa noche estaba decidido a averiguarlo. 

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