Capítulo 33
Matías no se detuvo hasta llegar a su oficina. Una vez allí, se dirigió hacia el sofá que tenía en un rincón de la misma y la depositó sobre este con sumo cuidado. Aún posicionado entre sus piernas, se inclinó sobre ella para seguir devorando, con ansias, aquellos labios que tanto había deseado. No podía creer que por fin la tenía en sus brazos y sería capaz de saciar el intenso deseo que despertaba en él. Le acarició los muslos con delicadeza disfrutando de la suavidad de su piel a la vez que depositó un camino de besos húmedos por todo su cuello.
La respuesta apasionada de ella lo enardecía. El contacto de sus dedos enredándose en su cabello junto al suave tirón que ejercía con evidente pasión, lejos de hacerle daño, lo excitaba aún más. Impaciente por recorrer todo su cuerpo, dejó caer hacia los costados los breteles de aquel precioso y sensual vestido para comenzar a besar sus hombros desnudos. Oyó un pequeño gemido escapar de su boca cuando su lengua se deslizó lentamente hasta el tan anhelado escote. Apartó la tela para dejar al descubierto uno de sus pechos y sin darle tregua, lo atrapó con su boca. Sentir su firme pezón entre sus labios hizo que su miembro palpitara con fuerza. ¡Dios, esa mujer lo enloquecía!
Sol jadeó al sentir el ardiente calor y humedad de su boca sobre su piel sensible. Se arqueó hacia atrás ante el glorioso placer que Matías le provocaba al jugar de forma implacable con su lengua y succionar con fuerza para luego volver a empezar. Jamás nadie la había excitado tanto besándola de ese modo. Sin embargo, empezaba a entender que con él todo era diferente. Sus besos la debilitaban dejándola por completo a su merced. Su tierno y a su vez anhelante contacto la hacía vibrar y volar alto. Sintió su mano recorrer su costado lentamente desde la cintura hasta la rodilla y luego regresar metiéndose por debajo de su vestido.
Matías no podía esperar un segundo más. Necesitaba sentirla sin que nada se interpusiese entre ellos. Sus dedos, ansiosos y demandantes, se enredaron rápidamente en aquella fina tela que la cubría para deslizarla hacia sus tobillos. Tras deshacerse de la pequeña prenda, volvió a recorrerla en sentido ascendente acariciando la parte interna de sus muslos con deliberada lentitud. Sin dejar de torturarla con ardientes besos, le separó las piernas con suavidad para tener pleno acceso a ella. La sintió estremecerse bajo sus expertas caricias y retorcerse de deseo cuando su mano por fin alcanzó aquella zona sensible.
Sol dejó escapar un prolongado gemido cuando lo sintió tocarla de ese modo tan íntimo. Su respiración se aceleró y todo su cuerpo tembló en cuanto los dedos de él comenzaron a explorarla con anhelo. Perdió por completo la noción de tiempo y espacio y sin poder evitarlo, pronunció su nombre en medio de un suspiro. No podía creer lo que estaba experimentando. Nunca antes se había sentido de esa manera. Si él era capaz de provocarle semejante frenesí tan solo con sus caricias, ¿cómo sería cuando finalmente le hiciera el amor?
Matías emitió un ronco gemido cuando notó en sus dedos el intenso calor y la humedad de su sexo. Todo su cuerpo se tensó de anticipación al imaginar cómo sería sentirla con sus labios. Dispuesto a saciar su sed, abandonó sus pechos para colocarse de rodillas entre sus piernas. Sujetándola con una mano a cada lado de su cadera, se inclinó hacia abajo y comenzó a besarla con ferviente deseo. Recorrió su centro con la lengua y saboreó cada centímetro de ella embriagándose con su exquisito sabor. Sus inmediatos gemidos y la deliciosa forma en la que comenzó a moverse ante sus atenciones, lo animaron a profundizar el beso. Succionando con afán su zona más sensible, deslizó lentamente sus dedos en su interior.
Sol se retorció al sentir la exquisita tortura a la que la doblegaba con su lengua y jadeó con pasión ante la invasión de sus dedos. Él sabía exactamente qué hacer y cómo hacerlo para enloquecerla de placer. Se sujetó con firmeza del sofá y arqueó su espalda dejando caer la cabeza hacia atrás. Nada la había preparado para la vorágine de sensaciones a la que él la sometía sin pausa. Poco a poco fue perdiendo el control de sí misma hasta que, con una fuerza arrolladora, un sorprendente y demoledor orgasmo acabó con ella dejándola extenuada.
Matías advirtió cómo Sol se aferraba al sofá a la vez que se arqueaba entregada por completo a un profundo éxtasis. La sintió contraerse hasta alcanzar el clímax con una sensualidad que lo enardeció aún más. Sin detener los movimientos de sus dedos, se incorporó levemente hasta quedar sobre ella y la besó con desesperación permitiéndole saborearse a sí misma en él. Quería más de ella. Lo quería todo y lo quería ya.
—¿Estás tomando pastillas? —le preguntó suplicante con la respiración agitada—. Puedo usar protección, pero la verdad es que me encantaría sentirte.
Ella abrió los ojos encontrándose de inmediato con su celeste mirada encendida. Por un instante tuvo dificultad para encontrar las palabras. Su sola imagen la hacía olvidarse hasta de su nombre. A pesar de que desde que había empezado a salir con su ex pareja se cuidaba, siempre lo había obligado a usar preservativo. Sin embargo, tampoco deseaba que hubiese nada en medio de ellos. Un fuerte cosquilleo en la boca de su estómago la invadió de solo pensar en sentirlo a él dentro suyo.
Matías gimió al verla asentir y se apresuró a abrirse el pantalón para liberar la opresión de su duro miembro. Podía sentir las manos de Sol sobre su pecho desprendiendo uno a uno los botones de su camisa. Se acomodó en la posición adecuada dispuesto a hacerla suya de una vez por todas. Acercó su rostro al de ella para besarla cuando sintió en su punta palpitante, su ardiente calor.
El repentino sonido de la puerta principal cerrándose lo detuvo. Abrió los ojos de inmediato a la vez que giró la cabeza hacia el pasillo. Si bien siempre se aseguraba de cerrar con llave cuando iba más temprano, al parecer la visita de Sol lo distrajo tanto que hizo que lo pasara por alto. Miró su reloj y frunció el ceño al darse cuenta de que aún era temprano para que llegase el encargado.
—Quedate acá —le dijo serio mientras se puso de pie.
—Está bien —respondió ella, aún atontada.
Lo vio subirse el cierre del pantalón y salir de la oficina mascullando una maldición mientras se abotonaba la camisa. Luego de que desapareciera por el pasillo, miró alrededor en busca de su ropa interior. Sin embargo, no la veía por ningún lado. Nerviosa e incómoda por la situación, se puso de pie y estiró la falda de su vestido para cubrirse lo más que pudo.
Matías se dirigió al bar dispuesto a mandar a volar a quien fuese que se le hubiese ocurrido llegar más temprano ese día. Aún no había terminado de cerrarse la camisa cuando se detuvo, sorprendido, al descubrir de quien se trataba. De pie, junto a la barra, lo esperaba una de sus camareras. Al verlo, le sonrió de forma seductora y comenzó a caminar hacia él meneando sus caderas provocativamente. Por cómo iba vestida, era más que clara su intención.
—¿Qué estás haciendo acá, Lorena? Pensé que era tu día libre —cuestionó con más brusquedad de la que pretendía.
—Lo es —le respondió al llegar a él—. Solo estoy haciendo lo que me sugeriste.
La miró, confundido. No recordaba haberle sugerido nada.
—No sé de qué...
—¿Acaso no me dijiste que si me aburría podía venir y darte una mano? —susurró acercándose demasiado.
—Me parece que me malinterpretaste. Me refería a que podías venir a trabajar si así lo deseabas —afirmó, incómodo. Después de todo, era su empleada—. Ahora me vas a disculpar, pero tengo muchas cosas que hacer antes de abrir.
Intentó ser claro sin necesidad de tratarla mal, pero al parecer, ella no entendía las sutilezas. O tal vez, no quería entenderlas. Dispuesta a conseguir lo que había ido a buscar, le apoyó una mano en el pecho justo donde la camisa no alcanzaba a cubrirle y poniéndose en punta de pie, lo sujetó de la nuca con la otra para besarlo. Matías se apartó de ella agarrándola de ambas muñecas para impedir que se acercara nuevamente. Le ordenaría que se fuera en ese mismo instante y se olvidara de volver.
Hacía varios minutos que Sol aguardaba en la oficina y estaba comenzando a impacientarse. ¿Qué lo demoraba tanto? ¿Y si se trataba de un ladrón y estaba en problemas? Miró en su escritorio en busca de algo con lo que defenderse en caso de ser necesario. Entre los papeles, alcanzó a ver una tijera. Sin siquiera detenerse a pensarlo, la agarró con firmeza y salió a su encuentro.
Se frenó de golpe cuando vio a esa camarera apoyar sus sucias manos en el pecho de Matías. Era la misma que había visto insinuársele la vez anterior y que parecía haberse tirado un litro de lavandina en la cabeza. ¿Acaso pensaba besarlo? No le pareció que él estuviese oponiendo demasiada resistencia tampoco y eso la enfureció todavía más.
—¡¿Qué mierda está pasando acá?! —exclamó apretando con fuerza la tijera.
Ambos la miraron al oírla. La mujer se soltó del agarre de Matías y retrocedió en el acto, sorprendida. Era obvio que no esperaba encontrarse con nadie más allí. Él advirtió de inmediato la tijera en sus manos. Cauteloso, se acercó a ella con la intención de quitársela.
—Sol, dame eso.
—¡No te me acerques y contestame la pregunta! —lo interrumpió apuntándolo con ella—. ¿Se estaban por besar? ¿Acaso no te alcanza con una mina que necesitás dos?
Matías cerró los puños al escuchar la sarta de estupideces que salía de su boca. No podía creer que no fuese capaz de ver lo que estaba pasando.
—Perdón... Yo no sabía... Será mejor que me vaya —dijo la camarera, avergonzada.
—Te acompaño hasta la puerta —gruño Matías aun con la mirada fija en Sol.
Ahora sí estaba en verdad molesto. No solo por el atrevimiento que había tenido su empleada al asumir que podía abusar de su confianza de ese modo, sino también por la acusación recibida sin justificativo alguno. No iba a permitir que Sol se comportara de ese modo con él, pero antes debía asegurarse de que realmente estuviesen solos. Luego de cerrar, ahora sí, la puerta con llave, regresó para enfrentarse con esa pequeña adolescente que iba a terminar por volverlo loco.
Ella lo estaba esperando junto a la barra. Había dejado la tijera sobre la misma y caminaba de un lado a otro, furiosa. Ahora entendía la razón por la que estaba yendo más temprano al bar. Como compartía su departamento con Dante, debía estar manteniendo sus encuentros allí. Se sintió una ilusa al haber pensado que un hombre como él, atractivo, simpático y lleno de mujeres querría estar exclusivamente con ella. No podía creer que estuviese pasando por la misma situación otra vez. Alzó la vista cuando lo oyó acercarse de forma apresurada.
—¡Sabías que iba a venir! Quedaste para verte con ella y yo te arruiné los planes, ¿no?
—¡¿Qué?! ¡No! No tenía idea de que vendría y menos hoy que era su día libre.
—¡Ay, por favor! ¿Te pensás que me voy a creer eso? ¡Sos un mentiroso!
—¡No lo soy! —se defendió comenzando a perder los estribos.
—¿Ah no? ¿Y cómo sabía entonces que estabas acá?
—¡Todos saben que estoy viniendo más temprano!
—¿Sabés qué? No quiero escucharlo. Me voy —le dijo negando con su cabeza a la vez que alzó ambas manos en el aire.
Matías podía entender que no le resultara fácil volver a confiar luego de lo que le había pasado, pero estaba siendo injusta con él y verla alejarse así, terminó por sacarlo de quicio.
—Al final no sos más que una nena caprichosa que no sabe lo que quiere. ¡A ver si madurás de una vez!
Ella se detuvo al oírlo. A continuación, dio media vuelta y se acercó, furiosa, para replicarle.
—Esa... camarera... —dijo en lugar de lo que en verdad quería decir—, vino sabiendo perfectamente que te encontraría solo y sé que, si yo no hubiera aparecido, te habría besado. ¿Qué otra cosa querés que piense, Matías?
—¡Que no soy para nada como el imbécil con el que salías! Aun si no hubieses estado, si ni siquiera hubiera sabido lo que sentías por mí, no habría hecho absolutamente nada con ella. No quiero nada con nadie que no seas vos. ¡¿No lo entendés todavía?!
Sol se estremeció al escuchar sus palabras. Estaba desquiciada de celos. Sin embargo, en lo único en lo que podía pensar era en que él volviera a besarla.
Matías advirtió el efecto que tuvo en ella lo que había dicho y cansado de seguir discutiendo, caminó hacia adelante con la intención de demostrarle, con hechos, lo que acababa de afirmar con palabras. Cuando estuvo a escasos centímetros, la sujetó con fuerza de la cintura y pegándola a él, estampó sus labios sobre los de ella. Esta vez, la besó con violencia, sin un ápice de delicadeza y a juzgar por el gemido que la oyó emitir, supo que ella también lo deseaba.
—Ahora vamos a terminar lo que empezamos ahí dentro y vas a ver cuan serio soy en esto —le dijo contra sus labios.
Sin esfuerzo, la subió a la barra, tal y como había deseado hacer desde que la había visto, y continuó devorando sus suaves labios besándola con vehemencia. En cuestión de segundos, el intenso fuego que despertaba el uno en el otro, comenzó a arder consumiéndolos rápidamente. Se ubicó, una vez más, entre sus piernas advirtiendo de inmediato que no llevaba nada debajo de ese bendito vestido.
Sin ser capaz de seguir dilatándolo, se apresuró a desprenderse el botón del pantalón y tras deslizar el cierre hacia abajo, liberó por fin su impresionante erección. Su necesidad por ella ya empezaba a resultarle dolorosa. Debía hacerla suya de una vez por todas o enloquecería. La rozó con la punta de su miembro hasta ubicarse justo en su entrada y de una fuerte embestida, se enterró profundo en ella. ¡Dios, se sentía tan apretada y caliente! Se obligó a sí mismo a hacer una pausa para no lastimarla y permitirle amoldarse a él.
Sol dejó escapar un fuerte gemido al sentirlo entrar en ella de esa forma tan impetuosa, brusca, extremadamente excitante. Sintió el calor de sus manos sobre la espalda recorriéndola con deseo hasta depositarlas a ambos lados de su cadera para sujetarla con fuerza. No podía creer lo que estaba sintiendo en ese momento. No había un centímetro de ella que no estuviese cubierto por él y eso la volvía loca. Notó que se quedaba inmóvil por unos segundos y aunque imaginó que lo hacía en consideración a ella, lo único que quería en ese momento era que empezara a moverse.
Lo buscó con la mirada. Tenía los ojos cerrados y por la expresión en su rostro, supo que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse. Le acarició una mejilla con ternura provocando que la mirara. Sus ojos celestes se clavaron en los marrones de ella transmitiéndole, sin palabras, lo mucho que la deseaba. Apoyó una mano en su pecho sintiendo los fuertes y acelerados latidos de su corazón. Lo vio cerrar sus ojos de nuevo ante su tacto intentando regular su respiración. Entonces acunó su rostro entre sus manos y lo besó con toda la pasión que él despertaba en ella.
Matías podía sentir la fuerte presión alrededor de su miembro. No había contado con que ella fuese tan estrecha y temía lastimarla si la tomaba de la forma que tanto ansiaba. No obstante, su suave caricia y el brillo del deseo que había advertido en sus ojos pudieron con él. Su beso apasionado volvió a encender cada fibra de su cuerpo provocando que se olvidara de todo. Se alejó solo un poco y con ansia contenida, volvió a introducirse en ella. La sintió jadear a la vez que lo envolvió con sus piernas instándolo a ir más profundo.
Comenzó a moverse de forma lenta, pero pronto aumentó la intensidad de los movimientos llevándolos a ambos hacia un torbellino de placer y éxtasis. Sol no era como ninguna otra mujer con la que había estado. Divertida, inteligente, dulce, apasionada, lo hacía desear mucho más que solo sexo. Con ella no solo buscaba saciar su voraz deseo. La quería a su lado, con él y para siempre. La oyó suspirar su nombre cuando los primeros espasmos por fin la alcanzaron. Intensificó las embestidas hasta que ambos estuvieron al borde del abismo. La sintió comprimirse alrededor de su miembro durante su clímax provocando inevitablemente que su propio orgasmo se desencadenase. Con un gemido ronco, la penetró por última vez derramándose en su interior.
Sol quedó por completo laxa tras experimentar la majestuosidad de lo que acababa de sentir. Jamás había vivido algo así en la vida y de pronto, tomó consciencia de que solo él era capaz de brindárselo. Su respiración se había vuelto agitada y su corazón aún martillaba fuerte dentro de su pecho. Casi sin fuerzas, le rodeó el cuello con sus brazos colgándose del mismo para no caer. De inmediato, notó los de él alrededor de su cintura. De alguna manera, ese simple gesto la hizo sentirse cuidada. Sabía que él nunca dejaría que le pasara nada malo.
Matías estaba agotado. Necesitaba sentarse o pronto las piernas le fallarían y por la forma en la que Sol se aferraba a él, podía deducir que le ocurría lo mismo. La abrazó para transmitirle la poca fuerza que aún conservaba y saliendo con suavidad de ella, la ayudó a bajar de la barra. A pesar de que se había asegurado de que tenía los pies en el piso, no la soltó. Pegándola a su cuerpo, doblo las rodillas y se deslizó hacia abajo para que ambos se sentaran. Sin embargo, estaba tan cansado que perdió el equilibrio y en el último tramo, terminaron por caer de espaldas al piso.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupado. Pero entonces ella empezó a reír contagiándolo en el acto—. Estás loca, mujer.
—Sí, loca por vos. ¡Dios, si hubiera sabido que así se sentiría un orgasmo! —exclamó cubriéndose la cara, avergonzada.
—¡¿Qué?! —preguntó arqueando las cejas, sorprendido—. ¿Me estás diciendo que es la primera vez que tuviste uno?
Sol lo miró al oírlo y acomodándose de costado, dobló el codo para apoyar su cabeza sobre su mano. Asintió con una sonrisa traviesa.
—Uno, dos... ¿quién lleva la cuenta?
Matías sonrió, complacido, al darse cuenta de lo que eso significaba.
—Eso es porque nunca estuviste con un hombre de verdad —la provocó aun sonriente.
—Nunca estuve con un hombre —aclaró, ahora seria, en clara alusión a su ex quien, después de todo, no era más que un chico en comparación a él.
Nada más oírla, la acercó a su costado para hundir su rostro en el hueco de su cuello. Inspiró profundo llenándose de su aroma provocando que ella se estremeciera. Se alejó solo lo suficiente para mirarla a los ojos.
—Te quiero, Sol. Para mí sos la única. No hay ni habrá nadie más mientras estés conmigo —declaró con vehemencia.
—Mati —alcanzó a susurrar antes de que él volviera a apoderarse de sus labios besándola con renovada pasión.
Esa noche Sol se quedó en el bar para ayudarlo. Sin embargo, su presencia lo distrajo más que cualquier otra cosa y, de tanto en tanto, terminaban besándose sin importarles quien estuviese mirando, olvidándose por completo de todo. Cuando por fin culminó la jornada, Matías la llevó hasta su casa. Ninguno de los dos deseaba despedirse, pero sabían que debían hacerlo. Bajaron del auto y caminaron abrazados hasta su puerta.
—Creo que esto te pertenece —le dijo con tono divertido.
Sol miró lo que tenía en la mano y se lo arrebató con prisa. Era su ropa interior perdida.
—¡Matías! ¿Dónde estaba? ¿La tuviste vos todo el tiempo?
Él rio a carcajadas al ver su sonrojo y le acarició el rostro con ternura.
—La encontré debajo del sofá. Iba a dártela antes, pero la verdad es que me excitaba un poco saber que no tenías nada debajo.
—¡Dios, sos el diablo en persona!
—Y a vos te encanta arder conmigo en el infierno —le retrucó sujetándola de la nuca para acercarla a sus labios.
La besó por última vez dejándolos a ambos con ganas de más y esperó hasta que ella ingresara a su vivienda. Al girar para regresar a su auto, se dio cuenta de que no estaba solo. Un hombre alto y de complexión atlética lo miraba con expresión de recelo. Lo había visto una vez junto a su amigo y le había parecido una persona amable. Sin embargo, entendía que, en esta oportunidad, las cosas eran un poco diferentes.
—Señor Rodríguez —lo saludó extendiendo la mano hacia él.
Mariano se sentía exhausto después de haber estado toda la noche en la agencia buscando algo que pudiese ayudar a Facundo con el problema que tenía. Ahora que por fin había llegado a su casa y se disponía a relajarse en su cama, encontró a Sol besándose con un chico mayor que ella. "Dios, mis hijos quieren acabar conmigo", pensó negando con su cabeza. Lo miró por unos segundos y correspondió el saludo, quizás estrechando su mano con más fuerza de la necesaria.
—Matías, ¿verdad?
—Sí —respondió, sorprendido de que recordase su nombre.
—Bueno, por lo que acabo de presenciar, asumo que ahora estás saliendo con mi hija.
—Sí... Nosotros... —comenzó a decir, pero fue interrumpido.
—A juzgar por su sonrisa, sé que ella es feliz. Pero no voy a negar que me preocupa un poco. Ya estuvo con un idiota que no supo valorarla. No me gustaría que eso volviese a suceder.
—A mí tampoco me gustaría eso, señor.
Le gustó que no se acobardara ante él y lo tratase con respeto aún a pesar de estar siendo acorralado.
—¿Por qué ahora? —insistió evaluándolo con la mirada—. Sé que se conocen de hace tiempo por Facundo y estimo que estando él de por medio no estarás jugando. Sin embargo, es más chica que vos. ¿Qué estás buscando?
—Entiendo su preocupación, pero le puedo asegurar que voy en serio con ella —le dijo con seguridad—. Solo busco que sea feliz. Estoy enamorado de su hija y le prometo que no es mi intención lastimarla.
Mariano supo que estaba siendo sincero. Sin embargo, prefirió seguir presionando para dejar las cosas claras.
—Muy bien. Mientras mantengas eso en mente, vos y yo no tendremos problemas. Creéme, no te gustaría verme enojado.
—Con todo el respeto señor, a la única a la que no quiero ver enojada es a Sol. Si ella está bien, yo estoy bien. Lo demás no me importa —le respondió cuadrando los hombros.
Mariano asintió, conforme, al advertir que al muchacho le sobraban agallas.
—Veo que nos entendemos —afirmó palmeándolo en el hombro—. Ahora si me disculpás, me voy a dormir. Tuve una larga noche y no doy más.
Avanzó hacia la puerta dispuesto a entrar a su casa. Sin embargo, se detuvo antes y giró hacia él.
—Por cierto, supongo que ya no hace falta que me trates de usted o me digas señor. Al fin y al cabo, ahora que estás con mi hija, ya sos parte de la familia. Buenas noches.
Matías entendió a la perfección la advertencia.
—De acuerdo. Buenas noches, Mariano —respondió sonriendo a la vez que negó con su cabeza.
A pesar de su actitud desafiante y la forma en la que se había empeñado en provocarlo, debía reconocer que el padre de su chica le caía muy bien.
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