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Capítulo 29

Facundo sintió la tensión en su cuerpo en cuanto notó el peso de la mano de Andrés sobre su hombro. Deseó quitársela de encima en ese mismo instante, pero como no podía reaccionar de forma tan violenta, se vio obligado a refrenarse. Advirtió la sorpresa en el rostro de Paula. Era la misma que él había sentido más temprano cuando recibió aquella llamada tan inesperada. Notó su repentina palidez y por un momento, pensó que se desmayaría, pero entonces fue testigo de la transformación.

Si no hubiese estado mirándola fijamente, no habría sido capaz de advertirlo. Su expresión cambió de forma vertiginosa provocando que un escalofrío recorriese su columna. Ante sus ojos, Paula se volvió repentinamente dura, fría... un bloque de hielo. Ver esa frialdad en la mujer que amaba —esa de la que todos hablaban cuando se referían a ella—, no le gustó en absoluto y en el acto, se puso de pie liberándose de una vez por todas de aquel desagradable contacto.

Andrés dejó caer su mano y sin perder tiempo, caminó hacia su esposa imitando los movimientos de un felino acechando a su presa.

—Hola, cariño —la saludó con un tono de voz lascivo que a Facundo le revolvió el estómago.

—Andrés —alcanzó a decir cuando pudo salir de la impresión que le había causado verlos allí, juntos—. No sabía que volverías hoy, pensé que...

Pero rápidamente fue interrumpida por los labios de su marido que la reclamaron de forma imprevista con alevosía y posesividad. Paula se quedó inmóvil ante la sorpresa de aquella demostración de afecto. Él sabía lo que ella sentía por lo que hacía tiempo que ya no se le acercaba de ese modo, mucho menos delante de otras personas. ¿Por qué ahora sí? ¿Qué era lo que lo impulsaba a comportarse de esa manera? "Facundo", pensó de inmediato y se apresuró a colocar una mano entre ambos para apartarlo.

Sus ojos se dirigieron inevitablemente hacia los de él y el dolor que alcanzó a ver la atravesó por completo provocando que la invadiera un intenso impulso de correr a sus brazos y asegurarle que nada había cambiado entre ellos. Sin embargo, no lo haría ya que sería una forma de delatarse y no estaba dispuesta a arriesgarse. Bajo ningún punto de vista permitiría que Facundo tuviese problemas por su culpa. La mirada fija de Andrés sobre ella la volvió a la realidad haciendo que se metiera de lleno en su papel.

—¿Tuviste algún problema con la computadora que llamaste al chico de sistemas? —le preguntó intentando sonar desinteresada, incluso aburrida.

Facundo apretó los puños al oírla referirse a él de ese modo. ¡¿El chico de sistemas?! ¿Eso era él para ella? Inspiró profundo para calmarse. Sabía que no lo era y entendía las razones por las que hablaba de ese modo, pero no por eso dolía menos. Se apresuró a recoger sus cosas para irse de una vez. No le gustaba la idea de dejarla con él, pero tampoco quería seguir soportando esa situación. Siempre había sido una persona tranquila, pero no cuando se trataba de Paula y estaba seguro de que, si permanecía en aquella casa por más tiempo, las cosas se pondrían feas.

—Sí —respondió Andrés con una sonrisa burlona posando sus ojos de inmediato en el muchacho que tenía delante—. No podía hacer que se conectase a internet y como en unas horas tengo una reunión importante por Skype, le pedí su número a la gente de Recursos Humanos. Y bueno, acá estamos.

—¿Y lo pudo solucionar?

Los nervios la traicionaban provocando que no dejase de hacer preguntas. Necesitaba asegurarse de que no sabía nada sobre ellos. Si bien lo veía demasiado tranquilo, algo en su interior le indicaba que de algún modo que no podía explicar, se había enterado. No obstante, lo que decía de su computadora tenía lógica.

—Sí, justo cuando llegaste. La verdad que quedé bastante impresionado con las habilidades del chico. No esperaba que alguien tan joven supiera tanto, pero supongo que las apariencias engañan, ¿no?

—Sí... puede ser —respondió frunciendo el ceño.

No entendía qué había querido decir con eso, pero no le gustó el tono que había utilizado al hablar. Tampoco la forma en la que había remarcado la palabra joven.

—Disculpen la interrupción, pero ya terminé así que me voy a retirar.

La voz de Facundo detrás de ella la hizo estremecer y por la forma en la que la estaba mirando su marido, supo que no había pasado por alto su reacción.

—Perfecto —respondió este dirigiendo sus ojos ahora a él—. Pero por favor, no te vayas todavía. Le pedí a Mirta, nuestra cocinera, que te contara para la cena. Es lo menos que puedo hacer después de que hubieses venido a esta hora y con tan poca antelación.

Facundo lo miró con desconfianza. Cuando había revisado su computadora pudo comprobar que la falla en la conexión no había sido algo casual. Se había eliminado de forma manual un controlador de la placa de red minutos antes de que lo llamase y eso solo podía indicar que lo que necesitaba Andrés era una excusa para hacerlo ir a su casa. Lo que no entendía era para qué lo había hecho.

Sin embargo, su notorio interés porque se quedase acababa de brindarle la respuesta. Era más que obvio que su intención había sido justamente esa, que Paula y él se cruzasen. ¿Acaso se había enterado de lo que pasaba entre ellos y era toda una pantomima para ver cómo reaccionaban? No estaba seguro, pero con cada segundo que pasaba, más se convencía de que ese hombre no era lo que aparentaba ser.

—Por favor, no es necesario. Solo hice mi trabajo. Además, no creo que deba quedarme. Sin duda, querrá pasar tiempo a solas con su esposa después de su último viaje.

No sabía por qué carajo había dicho eso, pero se arrepintió en cuanto oyó su respuesta.

—No te preocupes por eso —dijo sonriente a la vez que le rodeó la cintura con un brazo y la estrechó contra su cuerpo—. Te aseguro que pasaré tiempo de calidad con ella más tarde.

Facundo inspiró con fuerza para calmarse. Apretó los puños ante la impetuosa necesidad que lo invadió de apartarlo de ella de un empujón. Sus ojos se fijaron en esa mano que se hundía en el cuerpo de Paula para mantenerla junto a él. Quería quebrarle los dedos uno a uno hasta que no le quedasen ganas de volver a tocarla. Pero no podía hacer eso. Después de todo, se trataba de su esposo y él era simplemente el chico de sistemas.

—Andrés, estoy segura de que el señor Rodríguez estará cansado y querrá volver a su casa —intervino Paula deshaciéndose de su abrazo con sutileza—. Además, vos después tenés esa reunión por internet y calculo que querrás prepararte antes.

—No pasa nada. Es un cliente fácil. Dale, Facundo —insistió utilizando su nombre de pila—, no me desprecies así. Me gusta conocer a todos mis empleados y con esto del viaje, apenas pudimos coincidir. Creo que esta es la ocasión perfecta. ¿Qué te parece?

Deseó negarse de nuevo. Verlo tocar a Paula de ese modo cuando la sentía suya era demasiado con lo que lidiar. No obstante, tampoco quería dejarla sola con él. Podía notar la evidente incomodidad que ella sentía ante su contacto y la forma en la que siempre procuraba evitarlo. Por otro lado, más allá de las razones obvias, había algo en Andrés que no le terminaba de cerrar. Quizás si se quedaba a cenar y lo conocía un poco más, lograría descubrir algún detalle que lo ayudara a identificar de qué se trataba.

—Está bien, señor —dijo depositando su mochila en la silla—. Muchas gracias por la invitación. Es muy amable de su parte.

—¡Excelente! Y por favor llamame Andrés. No veo necesario que seamos tan formales. Voy a avisarle al personal que ya estamos listos para cenar —anunció antes de salir del despacho a paso apresurado.

Nada más quedarse solos, Paula lo buscó con la mirada. La situación no podía ser más extraña y no podía quitarse de encima la sensación de que su marido tramaba algo. Él tenía sus ojos oscuros fijos en los de ella como si hubiese estado a la espera de su mirada. Había preocupación en ellos, pero también calidez, esa que siempre lograba serenarla. Quería correr hacia él y dejarse envolver por la calma que solo sus brazos le brindaban, pero no se sentía capaz de mover un solo músculo de su cuerpo.

Minutos después, se sentaron a la mesa para cenar. Facundo odiaba el pescado o cualquier cosa que proviniese del mar y por esa razón, arrugó su nariz al sentir el intenso olor que despedía el plato que acababan de poner delante de él. No obstante, se apresuró a disimular su desagrado. Al menos, bebería con ganas el fino y delicioso Chardonnay que no tardaría en comenzar a disfrutar.

Paula se lamentó al identificar en su plato el exquisito salmón con verduras salteadas que tanto le gustaba. En las últimas semanas había llegado a conocer con exactitud las preferencias de Facundo y sabía perfectamente lo mucho que odiaría la comida. Sin embargo, no había nada que pudiese hacer al respecto. No se atrevía siquiera a mirarlo para no dejarlos a ambos en evidencia. Solo podía desear que la cena terminase lo antes posible y así no resultase ser una completa tortura para él.

Desde que se sentaron, Andrés no dejó de hablar ni un segundo de la empresa y lo mucho que se había esmerado para que la misma se encontrase entre las mejores. También los sacrificios que había tenido que hacer debido a su cargo de presidente y los innumerables viajes que, si bien eran increíbles, lo alejaban de su hogar con mayor frecuencia de la que deseaba. Solo al final de su largo discurso mencionó el incondicional apoyo que siempre le había brindado su mujer reconociendo que sin ella no habría podido llegar tan lejos.

—Supe que estaríamos juntos desde la primera vez que la vi —confesó a la vez que cubrió la mano de Paula con la suya apretándola con cariño.

Ella alzó la vista confundida y un tanto incómoda, miró de reojo a Facundo. Él tenía sus ojos fijos en ambas manos y en su rostro podía advertirse la molestia que eso le generaba.

—Si ahora es hermosa, no te das una idea de lo que era veinte años atrás —continuó mirándolo fijamente—. Debo reconocer que las cosas no fueron fáciles al principio, pero nada me complació más que el momento en el que finalmente fue mía.

—Andrés —lo llamó en un intento por hacer que dejara de hablar. No sabía por qué estaba diciendo todo eso, pero no iba a dejar que siguiera por ese camino. Al parecer, el vino lo estaba afectando más de la cuenta.

Facundo se removió, inquieto, en la silla. No podía despegar la mirada de aquella mano que se cernía sobre la de ella. Cerró los puños al sentir la ira que comenzaba a invadirlo. Le resultaba cada vez más difícil disimular su malestar y se encontró a sí mismo deseando, una vez más, arrancar su mano de ella y empujarlo lejos. Pero lo peor de todo era ver cómo, a pesar de la evidente incomodidad que podía advertir en Paula, aun así, ella le permitía tocarla y acariciarla.

—¿Qué? No estoy diciendo nada más que la verdad. Además, quiero que todos sepan lo importante que siempre fuiste no solo para la empresa sino también para mí y que no hay nada, nada, que no estuviese dispuesto a hacer por vos.

Facundo advirtió el énfasis que había puesto en la última frase, así como también su mirada de advertencia. Era más que claro que no se trataba del simple efecto de la bebida. No. Definitivamente era un mensaje y el mismo iba dirigido exclusivamente a él. No sabía cuanta información tendría con respecto a lo que había pasado entre ellos, pero de algo estaba seguro y era que Andrés sabía más de lo que creían.

—Si me disculpan, quisiera pasar al baño.

—Sí, claro —respondió Paula apartando por fin su mano de la de su marido—. Es por ese pasillo, la primera puerta a la izquierda. Te acompaño.

—No, está bien. No hace falta que se moleste. Puedo encontrarlo yo solo —se limitó a decir antes de marcharse en la dirección indicada.

Necesitaba estar solo por un momento. Ya no podía soportar el tener que ver la forma en la que Andrés no dejaba de tocarla y acariciarla para demostrarle que ella le pertenecía. En las últimas semanas, se había dejado llevar por todas las hermosas sensaciones que Paula generaba en él y había llegado, incluso, a soñar con un futuro juntos. Sin embargo, comenzaba a dudar de que eso fuese posible.

Lo peor de todo era que siempre había sabido donde se estaba metiendo por lo que no podía reclamarle nada. Era consciente de que ella no lo disfrutaba tampoco, pero nada lo había preparado para verla con él. En cuanto lo vio besarla al saludarla, las veces que la rodeó con sus brazos y cuando la tomó de la mano había sentido una intensa ira hirviendo en su interior. Pero, ¿qué podía hacer? Nada, absolutamente nada.

La impotencia comenzó a desbordarlo y a ahogarlo poco a poco. De repente, sin poder preverlo, gruñó desde lo más profundo de su pecho mientras golpeó con fuerza la pared con el puño cerrado descargando así parte de su frustración. Era tal el enojo que tenía en ese momento que no sintió dolor alguno. Sorprendido de sí mismo, se miró los nudillos ensangrentados. Supo entonces que debía irse de allí antes de perder por completo el control.

Abrió la canilla y dejó correr el agua sobre su mano lastimada. No podía sacarse de la cabeza lo último que Andrés había dicho: "No hay nada, nada, que no estuviese dispuesto a hacer por vos". ¿Qué mierda había querido decir con eso? Por supuesto que podía identificar la amenaza implícita, pero tenía la sensación de que había algo más en sus palabras. Solo que no era capaz de descifrar de qué se trataba. Ese tipo escondía algo y estaba seguro de que no era nada bueno.

Paula aguardaba en silencio. Su marido acababa de recibir una llamada urgente y se había retirado a su despacho para atenderla. Facundo aún no volvía del cuarto de baño. Estaba nerviosa. Había visto la expresión en su rostro antes de alejarse y sabía que estaba alterado. Ni siquiera la había mirado cuando se ofreció para indicarle el camino y eso la hacía sentirse insegura. ¿Y si a partir de ese momento decidía alejarse de ella? ¿Si esto era más de lo que estaba dispuesto a tolerar? No podría culparlo si así fuera, pero entonces ya nada en su vida tendría sentido. Nunca creyó que alguna vez estaría en una situación similar y lamentaba no tener la valentía necesaria para dejar a su marido en ese mismo instante.

Consciente de que este tardaría al menos una hora en salir de su oficina, se puso de pie y sin siquiera pensar en el riesgo que corría si alguno de sus empleados la veía, avanzó en dirección al baño. Quería que Facundo supiera que nada en ella había cambiado. Que nada de lo que pasaba tenía que ver con él. Que solo se estaba comportando de la forma en la que siempre lo hacía con Andrés.

Los minutos pasaban y Facundo no lograba encontrar la calma que necesitaba para volver a salir y enfrentarlo. No porque le temiese, sino por su propia falta de control. Si llegaba a verlo tocarla una vez más con sus asquerosas manos, ya no sería capaz de seguir conteniéndose. Cerró la canilla y comprobó su mano. No era grave, pero comenzaba a dolerle. Aun así, no era nada comparado con el dolor que estaba experimentando ante la impotencia de no poder llevarse a Paula con él.

El sonido de la puerta llamó su atención y giró el rostro hacia la misma. Era ella. Sus ojos azules, humedecidos por lágrimas contenidas, se clavaron en los suyos permitiéndole ver su desesperación y angustia. Verla así lo alteró aún más, si acaso eso era posible. Desde que la había visto llegar deseaba envolverla en un fuerte abrazo y asegurarle que todo estaría bien, que él se encargaría de que así fuera. No obstante, permaneció en su lugar. No quería que tuviese problemas si la veían cerca de él.

Pero Paula tenía otros planes. Tras mirar a ambos lados del pasillo para asegurarse de que el personal no estuviese rondando, entró en el baño y cerró la puerta. Luego, se abalanzó hacia él. Sintió sus brazos rodearla como había querido sentir desde que lo había visto en su casa y apretarla con la misma desesperación que ella estaba sintiendo en ese momento.

—¿Qué hacés acá? ¿Dónde está Andrés?

Advirtió la tensión en su cuerpo y supo que estaba realmente al límite. Se separó lo suficiente para poder mirarlo a los ojos y acunó su cara entre sus manos.

—En su despacho atendiendo un llamado. Lo siento tanto, Facu. Lamento que hayas tenido que pasar por todo esto. No sabía que él volvería hoy y mucho menos que te pediría que vinieses acá. Por favor perdoname.

—No tengo nada que perdonarte, Paula. Yo... entiendo.

—Pero no es justo y quiero que sepas que soy consciente de eso. Nada cambió en mí. Seguís siendo el único hombre a quien amo, pero si no querés seguir adelante con...

No pudo seguir hablando ya que la voz terminó por quebrársele. Solo imaginar que pudiese dejarla hacía que el corazón le doliera. Soltó su rostro y bajó la mirada.

—Shhh, tranquila —susurró él volviendo a abrazarla—. Como te dije antes, no pienso renunciar a vos.

—¿Creés que lo sabe? —balbuceó asustada.

No sabía por qué, pero de repente sintió pánico por la seguridad de Facundo. Algo le decía que Andrés no se quedaría de brazos cruzados si se enteraba de su relación.

—No, pero quizás lo sospecha y creo que con mi actitud no hice más que confirmárselo. Va a ser mejor que me vaya ahora para no empeorarlo, pero quiero que tengas mucho cuidado y me prometas que vas a llamarme ante cualquier cosa. No soporto la idea de que te haga algo.

—No te preocupes, él jamás me lastimó. Pero igual lo prometo.

Al oírla, la sujetó por la nuca y acercándola a él, la besó en los labios con ímpetu en un intento por volver a sentir que ambos se pertenecían.

Cuando Facundo finalmente se marchó de esa casa, sintió que un vacío lo invadió por completo. Algo le decía que Andrés lo sabía todo y lo de esa noche había sido un simple juego para él. Sintió la necesidad de sacar a Paula de allí y alejarla de ese hombre que tanta desconfianza le daba, pero para ello era necesario conocer más sobre sus movimientos, sus contactos, su entorno. Entonces supo lo que tenía que hacer. Solo una persona era capaz de ayudarlo y ese era su padre. Si bien lo que menos deseaba era preocuparlo, debía hacerlo si en verdad quería proteger a su mujer.

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