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Capítulo 23

Había pasado más de una semana desde que Sol había visto por última vez a Matías y desde entonces, no podía sacarse de la cabeza el ardiente beso que le había dado sin su permiso. Aún no podía creer qué fue lo que se había apoderado de ella para hacer una cosa así. Había violado su confianza y se había aprovechado de la situación en la que se encontraba para saciar su curiosidad. Porque sabía que era eso nada más, simple curiosidad. ¿O no?

Ella estaba de novia hacía un largo tiempo con su amigo de toda la vida, de quien siempre había estado enamorada. No tenía motivos para mirar a otro hombre. Pero entonces, ¿por qué el maldito recuerdo de aquel beso, robado en la intimidad de habitación de él, la perseguía cada minuto del día? Estaba segura de que solo se debía al hecho de haberlo visto convaleciente. Eso siempre activaba en ella su modo protector. Sí, debía tratarse de eso.

Durante todos esos días no había querido ni siquiera ver a David ya que en parte se sentía culpable por lo que había hecho. Por esa razón, con la excusa de tener que estudiar, le había dicho que no podría asistir al evento. Sin embargo, sabía perfectamente que los estudios podían esperar. Estaba al día con la universidad y aún faltaba para los próximos exámenes. Lo que en realidad pasaba era que le aterraba el hecho de volver a ver a Matías después de lo que había pasado entre ellos. No estaba segura siquiera de que él lo recordase, pero se ponía nerviosa de solo pensar en que sí lo hiciera.

Asimismo, tampoco su novio le había reclamado demasiado su ausencia. Había estado ocupado ensayando para el show que la banda brindaría esa noche en el bar con el objetivo de mostrar su repertorio completo al productor que se había mostrado interesado. Al parecer, su música era más importante que cualquier otra cosa y si bien reconocía que era una increíble oportunidad para ellos, le hubiese gustado que al menos, demostrara un poco más de interés en que ella lo acompañara.

Se encontraba en una encrucijada y no sabía qué hacer. Por un lado, no quería ir y tener que soportar el estrés que siempre manifestaba David antes de cada show. Pero, por el otro, se moría por saber de Matías. Deseaba comprobar que estuviese bien. Necesitaba ver su sonrisa y oír sus estúpidos chistes que siempre lograban hacerla reír. Anhelaba sentirlo cerca. Un gruñido de frustración emergió de su garganta mientras enterró su rostro en la almohada.

—¿Qué pasa, Solcito?

La voz de su padre la tomó por sorpresa. No quería hablar con él sobre lo que le preocupaba. Sabía que odiaba a su novio y que cualquier cosa que ella dijese de él lo utilizaría en su contra. Pero lo peor era oírlo llamarla del mismo modo en el que lo había hecho Matías días atrás. ¿Por qué había tenido que nombrarla como siempre lo hacía su padre?

—Nada papá, tranquilo. Solo estoy en esos días —le dijo girando apenas el rostro para mirarlo.

La expresión de Mariano cambió en el acto y alzando ambas manos en el aire en ademán de rendición, optó por la retirada. No había peor enemigo que una mujer en medio de su período.

—Oh, está bien. ¿Necesitás algo? —preguntó con cautela.

—No, nada. Solo quiero estar sola.

—Bien. Cualquier cosa...

Pero la frase quedó inconclusa y su padre desapareció con la rapidez y sigilo que siempre lo caracterizaban.

Sol rio ante su comportamiento. Era con lo único con lo que lo podía engañar y siempre que podía utilizaba ese recurso. No obstante, pocos minutos después, la voz de su madre interrumpió sus lamentos para regañarla.

—Es muy feo mentirle así a tu padre. Él se preocupa por vos.

—Mamá, por favor...

—¿Qué está pasando, Sol? Y a mí no me engañás. Sos demasiado regular en eso y sé que todavía no te toca.

Sol se acomodó sobre su espalda al sentir que Victoria se sentaba a su lado en la cama. Pensó en contarle lo que había hecho. Sabía que no la juzgaría y la escucharía con comprensión. Además, necesitaba hablar con alguien o se volvería loca. Con su prima no podía porque en estas cuestiones, no tenía la experiencia como para ayudarla y jamás se le ocurriría hacerlo con su hermano o su padre.

—Estoy confundida. Hice algo que no debía y ahora no sé lo que siento. Soy una mala persona —dijo con un nudo en su garganta.

Los ojos azules de su madre estaban fijos en ella y una sonrisa se dibujó en su rostro al oírla.

—No sos una mala persona y estoy segura de que lo que sea que hayas hecho no es tan grave como para que estés así —le dijo mientras le acarició el cabello con ternura.

—Besé a otro chico —dijo sin más y se apresuró a cubrirse la cara con las manos, avergonzada.

Hubo un breve silencio que a Sol le resultó eterno. Si había algo que siempre le habían inculcado sus padres era manejarse con la verdad y el respeto hacia la otra persona. No quería ver la decepción en sus ojos. Pero entonces, sus palabras la sorprendieron.

—¿Y ese chico es Matías?

Apartó las manos de forma refleja y la miró con asombro.

—¿Cómo lo supiste?

—Tendría que ponerte un espejo enfrente para que veas cómo te brillan los ojos cuando hablás de él. Cada vez que vas al bar volvés con una sonrisa diferente y cuando nos contás cómo te fue, no es a David a quien mencionás cada dos palabras.

—¿Cómo puede ser que te hayas dado cuenta de eso si ni siquiera yo misma tenía idea?

—Tu papá y yo estuvimos separados varios años antes de que vos nacieras.

—Sí, ma, lo sé. Me contaste la historia miles de veces. Él no sabía que estabas embarazada y seis años después, cuando volvieron a encontrarse, descubrió que tenía un hijo y se reconciliaron. Después, me tuvieron a mí.

—Sí, así fue. Pero lo que no sabés es que en esos seis años yo no estuve del todo sola. Hubo otros hombres, pero con uno en especial intenté tener algo un poco más serio.

Sol abrió grande los ojos. No tenía ni idea de eso.

—Tu padre lo sabe —agregó con una sonrisa al ver su desconcierto—. Pero tratá de no recordárselo, por favor. No es algo que le haga demasiada gracia.

Ella asintió con una sonrisa. Sabía perfectamente lo celoso que era Mariano con ella.

—Facu tenía dos años cuando lo conocí. Congeniaron de inmediato. Era muy bueno con los chicos y siempre que venía se ponía a jugar él. Lo atendía con mucho cariño y tu hermano estaba encantado. A mí me ponía contenta verlo así y me convencí a mí misma de que necesitaba darle una figura paterna. No se me ocurría nadie mejor que él para eso. Era una increíble persona y llegué a quererlo muchísimo.

Victoria hizo una pausa en la que inspiró profundo para luego exhalar con resignación.

—¿Y qué pasó?

—No era Nano —respondió encogiéndose de hombros.

A Sol se le llenaron los ojos de lágrimas al tomar consciencia de todo lo que había vivido su madre antes de ser finalmente feliz.

—Jamás iba a funcionar porque yo no lo amaba y aunque mi cerebro me decía que era lo que debía hacer, mi corazón se rehusaba a aceptarlo. Perdí años por no escuchar lo que ya en ese entonces este me decía. Si lo hubiese hecho, Facu no habría tenido que crecer sin su padre y Nano hubiese tenido la posibilidad de vivir los primeros años de su hijo. Eso es algo por lo que siempre voy a estar arrepentida.

—Mamá —balbuceó con voz ahogada—. Pero todo resultó bien. Papá y vos están juntos.

—Gracias al cielo que el destino hizo que volviese a mí. Pero siempre me pregunto qué hubiese pasado si no lo hacía. No me gustaría verte pasar por lo mismo. Que mi experiencia te sirva para que decidas no ignorar lo que te indica tu corazón. Cuando lo descubras, que nada te detenga, ni tus miedos, ni la culpa. Nada. Allí donde quieras estar, andá. Solo vos podés hacer realidad tus sueños.

Victoria la besó con ternura en la frente y sin decir nada más, se puso de pie para dejarla sola. Sol se quedó pensativa. Lo que le había dicho su madre le hizo repensar todo. ¿Qué estaba haciendo al lado de un chico que solo la tenía en cuenta cuando no estaba con su música? ¿Por qué se forzaba a estar al lado de alguien que ya no le hacía sentir nada? Y más importante aún, ¿qué le impedía ir hablar con el único hombre capaz de hacerla temblar con tan solo pronunciar su nombre?

Respiró profundo y se levantó de la cama. Acababa de tomar una decisión. Iría al bar y enfrentaría a Matías. No sabía si a él le pasaba lo mismo o había sido consecuencia de un delirio febril, pero no dejaría pasar más tiempo. Esa noche lo averiguaría. Por otro lado, terminaría con David. No tenía ya sentido seguir a su lado cuando claramente no era en quien pensaba cada noche antes de dormir.

Tras saludar al guardia de seguridad, se adentró en el bar. Por lo tarde que era, estaba segura de que la banda habría terminado el show y por un instante tuvo la esperanza de que se hubiesen ido. No tenía ganas de cruzarse con ninguno de ellos antes de llevar a cabo lo que había ido a hacer. Miró alrededor y los vio, sentados en una de las mesas pegadas al escenario tomando cerveza. No estaban solos, varias chicas a las que reconocía por haberlas visto en cada recital, se habían ubicado entre ellos.

David, sentado un poco más apartado, mantenía una expresión seria en el rostro y su mirada se encontraba fija en un punto a lo lejos. Siguió con los ojos el trayecto de su mirada y la encontró a su prima bailando con Dante en medio del bar. Se los notaba cómodos uno con el otro y de tanto en tanto, Lucía reía a causa de algo que el chico le susurraba al oído. Sonrió al verla. Al menos una de las dos lo estaba pasando bien.

Un movimiento por detrás de ambos, llamó de inmediato su atención. Matías se encontraba en la barra junto a uno de sus empleados ayudándolo a preparar unos tragos. Se lo notaba bien, tranquilo, como cualquier otro día. Inspiró para tomar valor y acercarse, pero entonces, una de las camareras se le acercó y apoyándole una mano sobre el pecho, le dijo algo al oído. Él rio en respuesta y negó con su cabeza.

Sus ojos se clavaron en aquella mano mientras el intenso fuego de los celos la invadió por dentro. Durante más de una semana había estado esperando a que él le mandase un mensaje confirmando que estaba mejor o agradeciéndole por haberlo atendido. Sin embargo, nada llegó y ella tampoco se animó a escribirle o llamarlo por si necesitaba descansar. Y ahí estaba. En perfecto estado y coqueteando con esa rubia teñida con más raíces que un bosque, dejando que le tocase, sonriendo hacia ella.

Lo vio alzar la mirada hacia ella encontrándose con sus ojos que lo miraban como si quisiera asesinarlo. La expresión de su rostro cambió y la sonrisa que mantenía hasta ese momento desapareció por completo. Esquivando su mirada, le entregó las bebidas a la chica y se alejó hacia donde sabía, se encontraba su oficina. ¿Acababa de simular no haberla visto?

Un sentimiento de ira se apoderó de ella y sin meditar siquiera lo que haría a continuación, caminó entre la gente a gran velocidad en la misma dirección en la que lo había visto marcharse. Sabía que no tenía motivos para reclamarle nada, pero no podía quedarse con todo lo que tenía en la garganta atascado. No podía quitarse de la mente todo lo que le había dicho cuando deliraba de fiebre, todas esas palabras que la hacían desvelarse cada noche desde ese día.

Matías se encontraba tras su escritorio repasando unos pedidos cuando advirtió que alguien entraba. Levantó la vista de los papeles en cuanto oyó la puerta cerrarse con brusquedad. Sabía, sin necesidad de verla, que se trataba de ella. La había visto mirarlo fijamente justo en el momento en el que una de sus camareras hacía su cuarto intento por hacerle ver que estaba disponible. A él no podía interesarle menos, pero no por eso tenía que ser descortés. Con una sonrisa fingida ante su sugerente comentario, prosiguió a servirle lo que le había pedido y se alejó.

Era consciente de que su comportamiento no era el habitual. En otras circunstancias la hubiese recibido con alegría y la inevitable sonrisa que siempre hacía emerger en él su sola visión, pero esta vez no podía. Había tomado la decisión de mantenerse lejos ya que sabía que, de no hacerlo, nada podría detenerlo. En cuanto despertó al día siguiente, ya en mejores condiciones, recordó cómo ella se había preocupado por él y se había desvivido por cuidarlo. Así también, aquel beso que le había dado mientras él se encontraba en estado de casi inconsciencia.

—¿Estás evitándome? —La oyó cuestionarle con evidente enfado.

—¿De qué hablás?

—Acabás de verme ahí afuera y ni siquiera me saludaste. Hace más de una semana que espero al menos un mensaje tuyo diciéndome que estás mejor. Pero no, nada. Y ahora que vengo, te encuentro más que bien coqueteando con esa... con esa...

Matías podía notar su nerviosismo. Estaba celosa y ese descubrimiento le gustó tanto que no pudo resistirse de provocarla. La notaba al límite y quería que estallara de una vez por todas y le dijese lo que realmente sentía y se empeñaba en no reconocer.

—¿Con esa qué?

Ella lo miró con furia en los ojos. Sabía perfectamente a quien se refería. ¿Acaso quería que lo dijera? Bueno, si eso era lo que buscaba, le iba a dar el gusto.

—¡Con esa regalada que lo único que quiere es meterse en tu cama! ¡¿O no te diste cuenta de lo que estaba haciendo?!

Él arqueó las cejas al oírla y con una sonrisa que ya no pudo contener, se levantó de la silla. Avanzó hacia ella lentamente sin apartar los ojos de los suyos. Notó como retrocedía a la par de su avance, pero no pensaba detenerse. Ya no. Continuó hasta quedar a escasos centímetros de distancia y se inclinó hasta que su cercanía empezó a dolerle. Podía sentir su agitada respiración y estaba seguro de que no solo se debía a su enojo.

—Soy perfectamente consciente de cuando una mujer se me insinúa. Lo que no entiendo es por qué te molesta. ¿Estás celosa, Solcito?

Sabía el efecto que tendría en ella el llamarla de esa forma y lo complació ver que su reacción no se hizo esperar. La sintió contener la respiración y tragar con dificultad. Advirtió que sus ojos, más oscuros que nunca, estaban fijos en su boca lo cual provocó que tuviese que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no ceder ante el intenso deseo de besarla en ese preciso instante.

Sol había retrocedido hasta sentir la puerta sobre su espalda en cuanto lo vio acercarse. Con cada paso que daba hacia ella, sentía que el poco valor que había reunido antes de entrar, la abandonaba cada vez más. Estaba acostumbrada a que su impulsividad la llevara a meterse en situaciones complicadas, pero siempre se las ingeniaba para salir indemne. Esta vez, no se sentía tan segura de eso. Matías era un hombre experimentado con un manejo soberbio de este tipo de circunstancias. Sabía qué decir y cómo decirlo para que la otra persona perdiera incluso el hilo de sus pensamientos.

—Yo no...

Su voz era apenas audible y nada tenía que ver con el fuerte sonido de la música que lograba filtrarse a través del marco de la puerta. No, no era por eso. Era más bien por su proximidad, por su exquisito aroma y por el cálido aliento que podía sentir sobre sus labios con cada palabra que él pronunciaba.

—A ver si estoy entendiendo bien. Te fuiste de mi casa tras besarme. Oh sí, lo recuerdo todo —aclaró al ver la forma en la que se tensó al oírlo—. Llevo días sin saber nada de vos pensando que quizás no querías verme por lo ocurrido. ¿Acaso pensaste que yo tenía que dar el primer paso? ¿Debería haberlo hecho?

—No es eso...

—¿Entonces qué es exactamente lo que me estás recriminando?

—Na... nada. No debería haber venido.

Intentó girar para abrir la puerta, pero él no se movió ni un centímetro, impidiéndoselo.

—Estuve recuperándome de una fuerte gripe que en años no me agarraba —continuó cada vez más cerca de su boca—. Soñando con volver a tenerte en mi casa, en mi cama y sentir tus suaves labios sobre los míos otra vez. Estoy cansado de tener que verte con ese payaso al que llamás novio que ni siquiera te valora como merecés. No podés venir a hacerme una escena como esta cuando la realidad es que soy libre para estar con quien quiera. ¿Y vos, Sol? ¿Sos libre?

De repente, advirtió la solitaria lágrima que comenzó a rodar por su mejilla encendida y retrocedió en el acto. Estaba molesto, pero en ningún momento había tenido intenciones de hacerla llorar. La miró a los ojos. Los mismos estaban empañados a causa de más lágrimas que aguardaban ansiosas por salir. Se maldijo a sí mismo por haberla presionado tanto.

Sol sabía que no podría seguir conteniéndose por mucho más tiempo. Las ganas de llorar habían comenzado a ahogarla. Podía notar la tensión en él, su enojo y por supuesto, la verdad en sus palabras. Era consciente de que tenía razón en todo lo que le había dicho. No tenía ningún derecho a recriminarle nada. Sintió la traicionera lágrima que se deslizó por su mejilla y supo que pronto le seguirían otras. No quería quebrarse delante de él. Necesitaba salir de allí antes de que su llanto la avergonzara, aún más.

Advirtió el momento exacto en el que él notó su angustia ya que se apartó de ella dándole el espacio suficiente para escapar. Sin despegarse de la puerta, dio la vuelta y girando el picaporte, la abrió de par en par. Salió con prisa y caminó por el pasillo que también conducía a los baños para luego continuar hasta el bar. No obstante, se detuvo al toparse con Lucía quien venía del lado opuesto con expresión de espanto en el rostro. David y Dante estaban detrás de ella y a juzgar por sus caras, nada bueno había pasado.

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