Capítulo 19
Lucía se sentó en el sofá con la notebook de Dante sobre sus piernas para pasar todas las fotos que habían tomado en el poco tiempo que estuvieron fuera. Aunque le hubiese gustado aprovechar más la ocasión para practicar, Matías no se sentía bien y había necesitado que lo llevaran de inmediato a su casa. Por esa razón, ahora se encontraban allí. Mientras Dante preparaba algo para que almorzaran en la cocina, su prima se estaba haciendo cargo del cuidado de su amigo.
Con la mirada perdida, pensó en lo alterada que la había visto todo el tiempo desde que se habían subido al auto. Al parecer, ver a Matías en esas condiciones le afectaba sobremanera sacando su parte más protectora, esa que solo le había visto en el colegio cuando los compañeros de ambas la asediaban y debía intervenir como su salvadora. Era consciente de que ese lado de Sol, heredado principalmente de su tío, emergía solo con las personas que realmente le importaban. Lo que no sabía era que Matías formaba parte de ese pequeño grupo.
Recordó todo lo que su prima le había contado la noche anterior sobre su discusión con David y sabía que debía estar aún enojada. Sin embargo, para su sorpresa, no lo había nombrado ni una sola vez desde que se encontraron con ellos en ese increíble lugar que definitivamente acababa de convertirse en uno de sus favoritos. Sol siempre había sido muy impulsiva, divertida, espontánea, pero muchas veces notaba cómo se contenía a causa de David. Era como si él la limitara de alguna manera.
¿Qué había pasado ese día entonces? ¿Por qué de pronto nada parecía importarle más que cuidar de Matías? Ni siquiera la llamada que sabía que había recibido de su novio en el camino al departamento de él, la detuvo. Evidentemente, este muchacho, que tan bien le había caído desde que lo había conocido, tenía el efecto contrario en ella. Con él, se comportaba tal cual era, sin obligaciones ni culpas, solo se dejaba llevar y era ella misma.
No pudo evitar relacionarlo con Dante. Él también era diferente al resto de los hombres que conocía y en poco tiempo, la había hecho sentir a gusto no solo con él, sino consigo misma. Su calma y dulzura le daba la seguridad necesaria para abrirse y descubrir cosas que ni siquiera ella sabía de sí misma. Ese joven de ojos verdosos e increíble sonrisa, se las había ingeniado para entrar en su vida y convertirse en parte esencial de ella. Porque sí, debía reconocer que desde esa noche en el bar en la que lo vio por primera vez, ya no fue capaz de dejar de pensar en él.
—Fijate que en el escritorio hay una carpeta que dice fotos —lo oyó decir desde la cocina sacándola de sus pensamientos—. Dentro de esa, vas a encontrar otras clasificadas por año y mes. Dentro del actual, creá una carpeta que diga la fecha de hoy y el nombre "Bosques de Palermo". Ahí guarda las que sacaste vos que en unos minutos voy y las vemos juntos.
—Está bien —respondió mientras insertó la tarjeta de memoria de su cámara en la computadora.
Nada más entrar en la carpeta indicada, advirtió la existencia de una que llamó de inmediato su atención. No tenía fecha alguna, solo una palabra que hacía alusión a su contenido: "Ella". Una intensa emoción la embargó, por completo, provocando que su estómago diese un vuelco. Su corazón se disparó, enloquecido, y unos irracionales celos se apoderaron de ella tomándola por sorpresa. "¿Quién carajo es ella?", pensó remarcando la última palabra con aversión.
La tentación la invadió con fuerza y se vio a sí misma luchando contra las ansias de abrirla y descubrir, de una vez, de quien se trataba. No sabía por qué le afectaba de esa manera, pero solo el hecho de saber que podía haber alguien especial en su vida, le molestaba. Sin embargo, no iba a hacerlo. No iba a invadir su privacidad de ese modo. No cuando él había depositado su confianza en ella al permitirle meterse en su computadora. Cerró los ojos inspirando profundo para sacarse cualquier idea loca que rondase su cabeza y se concentró en lo que debía hacer.
Mientras esperaba a que terminasen de descargarse las fotos, intentó concentrarse en otra cosa que no fuese esa maldita carpeta. Estaba a punto de sucumbir, cuando lo oyó acercarse. Junto con él, la alcanzó el delicioso aroma de unas empanadas recién horneadas.
—Son de carne. Espero que te gusten. Las preparé ayer, pero no llegamos a tiempo a comerlas porque tuvimos que ir más temprano al bar —declaró mientras depositaba la bandeja sobre la mesa ratona.
—¿Las hiciste vos? —preguntó arqueando las cejas, sorprendida.
Él asintió con una sonrisa.
—Sí. Me gusta cocinar. Es algo que hago desde chico. Mi abuela me enseñó.
Lucía se apresuró a tomar una y probarla. Estaban calientes, pero no le importó. Cerró los ojos al sentir el exquisito sabor del relleno. Eran deliciosas.
—¡Están riquísimas! —le dijo con la boca llena mientras se cubrió con la mano. Dante rio satisfecho y le dio un mordisco a la suya—. ¿Y qué otras cosas sabés cocinar?
—Lo que se te ocurra. Cuando tenía seis años mis padres se separaron y como las cosas se tornaron un poco complicadas, mi abuela decidió llevarme con ella a su casa hasta que todo se calmara. La cuestión es que eso nunca pasó y prácticamente fue ella quien me crio. Amaba la cocina y en cierta forma, logró transmitirme esa pasión. Comencé ayudándola hasta que tuve la edad suficiente como para hacerme cargo yo solo. Desde entonces, solíamos desafiarnos mutuamente para ver quien preparaba el mejor plato.
Lucía lo vio sonreír al recordar. Le llamó la atención que le contase algo tan íntimo y sintió deseos de preguntarle muchas cosas, pero no lo creyó conveniente en ese momento. Podía notar la nostalgia en su voz al hablar de su abuela. Sus ojos se habían vuelto vidriosos y aunque mantenía una sonrisa en su rostro, su tristeza era palpable. Sin proponérselo, lo tomó de la mano y la envolvió con la suya, sorprendiéndolos a ambos. Dante la miró en cuanto sintió su agarre y amplió la sonrisa.
—Perdón, no quería ponerme así. Es que la perdí hace muy poco y aún me cuesta aceptarlo. Mi abuela era muy especial para mí.
—No tenés que pedir perdón —le dijo acariciando el dorso de su mano con su dedo pulgar—. Ojalá yo hubiese tenido la suerte de conocer a la mía. Murió cuando mi papá tenía nueve años y por lo que dice siempre, le recuerdo mucho a ella, en especial por los ojos. Al parecer, tengo el mismo color que ella. Se llamaba Lucía también. De hecho, me pusieron así en su honor.
—Es un nombre muy bonito... también lo es el color de tus ojos —le dijo mirándola fijamente.
Notó de inmediato el adorable rubor que siempre invadía sus mejillas y no pudo evitar desear besarla en ese mismo instante. Pero entonces, la vio apartar la mirada para dirigirla a la pantalla de su computadora.
—Gracias —respondió, nerviosa—. ¿Vemos las fotos?
Dante se demoró unos segundos en salir del poderoso magnetismo en el que ella lo envolvía con su sola presencia. No creyó haber dicho nada malo. Aun así, podía notar que la había incomodado. ¿Acaso lo había malinterpretado todo? Quizás el interés que había creído advertir en ella solo se debía a sus conocimientos en fotografía y no a su persona. Esforzándose por no evidenciar su decepción, buscó su cámara en silencio y comenzó a pasar también las que él había tomado.
Pasaron varias horas evaluando, a conciencia, cada una de las fotos tomadas y aunque ella insistía en compararlas una y otra con las suyas, él la detenía diciéndole que no debía hacerlo. Estaba recién empezando y no debía desanimarse por no hacerlo perfecto. De hecho, era bastante buena para no tener preparación alguna y empezaba a molestarle que fuese tan dura consigo misma. No entendía por qué no se tenía un poco más de confianza.
—Quiero que veas algo —le dijo en una de las tantas veces que repitió que no servía para eso.
Como era ella quien tenía la computadora, le pidió que abriese la carpeta con la fecha más antigua y pasara, una a una, las fotos que había en su interior. Ella hizo lo que le solicitó y al instante, entendió la razón por la que había querido mostrarle esas imágenes. Todas eran preciosas, pero muy diferentes a las actuales que conocía de él.
—Las tomé cuando recién empezaba con esto. Como verás, no son perfectas. Hay fallas en todas. ¿Y sabés qué? Está bien. Me llevó años perfeccionarme para convertirme en lo que soy ahora y aún tengo cosas por mejorar. Además, tampoco te creas que me resultó fácil. Mis padres no querían saber nada con que yo me dedicara a esto. Ellos querían, y los cito textualmente, que aspirara a más. No los veía casi nunca, pero siempre que lo hacía, me decían lo mismo y estuve muy cerca de rendirme. Sin embargo, mi abuela me dijo que no debía escucharlos. Que nunca hiciera caso a lo que los demás pensaran que debía hacer. Que siempre siguiera mis sueños y me concentrara en lo que a mí me hiciese feliz.
Lucía se emocionó con sus palabras y se dio cuenta de que ella se había equivocado en todo. Estaba estudiando una carrera que le consumía todo su tiempo y energía y ni siquiera era lo que realmente quería hacer. Ya su primo se lo había señalado, pero escucharlo de Dante, con la sabiduría y experiencia propias de alguien que vivió algo similar, la hizo replantearse todo.
—Tuviste suerte de contar con tu abuela —le dijo con sinceridad.
Dante sonrió con ternura al escucharla.
—La tuve. Y consejos como ese tengo miles. Era una mujer incansable, luchadora, guerrera. Siempre me inspiró a seguir adelante, aun a pesar de las dificultades. Fue más madre que abuela para mí y le debo todo lo que soy. Por eso te digo que, si es lo que realmente querés hacer, no dejes que nada te detenga, en especial tus propios miedos o inseguridad. Podés lograr cualquier cosa que te propongas y estoy seguro de que tu familia te va a apoyar.
—Mi primo Facundo, el hermano de Sol, me dijo lo mismo —le comentó, afectada aún por sus bellas palabras—. Que debía hablar con mis padres y sincerarme. Que está convencido de que me van a apoyar porque lo único que les importa es que yo sea feliz.
—Creo que tiene razón. ¿Ves? Vos también tenés con quien contar. Por lo que me comentaste hasta ahora, tu primo siempre te apoya.
Ahora fue ella la que sonrió.
—Sí. Siempre lo hizo, ya desde chiquitos. Para mí es mucho más que un primo. Es mi mejor amigo.
A Dante le gustó la forma en la que su rostro se iluminó al hablar de él y aunque era irracional, por un momento se sintió celoso. Deseaba algún día poder ser él mismo quien tuviese ese efecto en ella.
—Voy a hablar con mis padres —afirmó, de repente—. No quiero seguir estudiando algo que no me llena, y no me gusta ocultarles lo que me pasa. Solo espero que vos y Facu estén en lo cierto y ellos lo entiendan.
—Lo van a hacer —afirmó Dante con seguridad—. También quiero que sepas que contás conmigo. Si bien en este momento no tengo trabajo, apenas encuentre algo voy a buscar la forma de incluirte.
—Gracias. Yo... no sé qué decir —susurró incapaz de proseguir.
—No necesitás decir nada. Para mí es un placer.
Lucía no podía apartar sus ojos de aquellos del color de la esperanza. Los mismos brillaban con intensidad mientras la atravesaban colmándola de una calidez nunca antes experimentada. Dante era extraordinario. No solo era talentoso, sino excelente persona. Era dulce, paciente, atento. Sabía escuchar y qué decir para sosegar sus incesantes miedos. Era apuesto y su sonrisa era capaz de derretir hasta a un témpano.
Nunca se había sentido atraída de ese modo por ningún otro chico y eso la asustaba un poco. Para ella, él era el primero, pero estaba segura de que no era así para él. Volvió a pensar en la carpeta que había visto en su computadora y una vez más, se sintió molesta. Al parecer, quien fuera que hubiese sido esa persona lo había marcado de alguna manera. Si no, ¿por qué otro motivo tendría una carpeta exclusiva suya? De repente, una idea cruzó por su mente, atormentándola. ¿Y si no se trataba de alguien del pasado, sino de su presente? ¿Y si era alguien que lo estaba esperando en su ciudad?
—¿No le va a molestar a ella? —largó, de pronto, sin poder contenerse.
Dante frunció el ceño ante su pregunta. Aunque no entendía a qué se refería, fue capaz de advertir el cambio en su expresión, por lo que sabía que algo le estaba preocupando y mucho.
—¿Qué cosa? ¿De quién hablás?
Lucía se arrepintió al instante de haberlo dicho, pero ahora no podía echarse atrás. Él la miraba con absoluto desconcierto y de seguro, esperaba una respuesta.
—Ella —se limitó a decir señalando con su dedo la pantalla de la computadora.
Dante miró en la dirección que le había indicado dándose cuenta, en el acto, de la razón de su preocupación. No pudo evitar sonreír y volvió a mirarla. Sus mejillas estaban encendidas y sus ojos lo rehuían. Estaba celosa y le encantó descubrir eso.
—¿Y ya viste lo que hay dentro de esa carpeta? —le preguntó procurando sonar lo más serio que pudo.
—¡Por supuesto que no! —respondió mirándolo con indignación.
—Ya veo. Bueno, yo creo que no le va a molestar en absoluto —provocó sin dejar de mirarla.
No quería perderse ningún detalle de las emociones que en ese momento veía agolparse en sus ojos. ¡Dios, era aún más linda cuando estaba enojada! Se sentó un poco más cerca y se inclinó hacia ella con deliberada lentitud. La sintió tensarse y respirar de forma entrecortada ante su cercanía. Esforzándose por no girar su rostro y besarla ahí mismo, extendió su mano hacia la notebook y con dos suaves golpes de su dedo sobre el touchpad, abrió la carpeta en cuestión.
Lucía abrió grande los ojos al descubrir de quien se trataba. No era ninguna mujer de su pasado. No era nadie que lo estuviese esperando en aquel lugar de maravillosas playas del que provenía. Era ella. Sí, ella. Una corriente eléctrica la recorrió entera al verse a sí misma en todas y cada una de las fotos. Las mismas habían sido sacadas la noche en la que lo había conocido en el bar mientras se encontraba fotografiando a los chicos tocando para luego subir las imágenes a la página. ¿En qué momento lo había hecho? ¿Cómo nadie se había dado cuenta?
—Soy yo... —balbuceó.
—Sí, bonita. Sos vos —le respondió, divertido.
—Pero, ¿cómo...? ¿por qué...?
Los nervios no le permitían terminar de formular las preguntas que pronto comenzaron a invadir su mente.
—Porque no puedo evitar fotografiar algo que me gusta cuando lo veo. Tenía que retratarte. No sé si te das cuenta de la felicidad que desbordás cuando estás detrás de una cámara. Yo sí puedo verlo, Lucía y no hay nada en este mundo que me parezca más hermoso que vos.
La sorpresa y lo que acababa de decirle la dejaron absolutamente sin palabras. Contrario a lo que le pasaría si se hubiese tratado de cualquier otra persona, una placentera sensación de calidez se alojó en su pecho haciéndola sentirse querida. Pero no de la forma habitual en la que lo hacían quienes solo se interesaban por su cuerpo. No, se sentía admirada. Se sentía hermosa.
Sin previo aviso, Dante alzó su cámara con un ágil movimiento y le tomó una foto.
—¡Ey! —reaccionó por fin con una sonrisa saliendo por completo de su trance.
Decidida, intentó arrebatarle la cámara para vengarse, pero no tuvo éxito. Él logró anticiparse y retrocedió impidiéndoselo. A continuación, disparó de nuevo.
—Te lo dije. No puedo evitarlo —exclamó comenzando a reír mientras se alejaba de forma desafiante.
Lucía entrecerró los ojos y, sin más, comenzó a perseguirlo alrededor del sofá para apoderarse de lo que estaba segura, sería su posesión más querida. Sin embargo, Dante no se lo hizo fácil y la esquivó con destreza varias veces antes de dejarse alcanzar. En cuanto encontró la primera oportunidad, saltó sobre él provocando que cayeran juntos contra el sofá. Él de espaldas sobre los almohadones y ella justo sobre su cuerpo. Lo vio ponerse serio nada más sentirla encima de él y en ese momento, aprovechó para conseguir lo que quería.
—¡Sí! —festejó ella, entre risas, al sacarle por fin una foto—. La venganza es el placer de los dioses.
Pero de inmediato, él la hizo girar hasta colocarse sobre ella. Luego, le sujetó ambas manos y las alzó por encima de su cabeza. Con cuidado le quitó la cámara para depositarla en el piso y volvió a mirarla. Ambos respiraban de forma agitada por la carrera.
—Dios, me encantan tus ojos —susurró mirándola con intensidad y luego bajó hasta su boca.
Lucía sintió los latidos de su corazón acelerarse al oírlo decir aquello. Podía sentir su intensa mirada, ahora sobre sus labios, y por un instante pensó que la besaría. Era tan extraño que no sintiese ese pánico que siempre la invadía en situaciones así. La verdad era que no tenía urgencia alguna por quitárselo de encima.
No obstante, los pasos apresurados de Sol saliendo de la habitación en la que hasta ese momento había estado metida, los interrumpió. Dante se puso en pie de un salto y Lucía se sentó, todavía atontada. Notó que su prima los miraba con sorpresa. Seguramente podía ver su sonrojo y notar la agitación que aún sentía. Sin saber por qué, se sintió, de pronto, avergonzada. No obstante, lo dejó de lado en cuanto advirtió la expresión de pánico en su rostro.
—¿Qué pasó? —le preguntó poniéndose de pie y avanzando hacia ella.
—¿Matías está bien? —agregó Dante, preocupado.
—¿Qué? —balbuceó ella, nerviosa—. Sí, está bien. Ya se durmió y la fiebre bajó, pero nosotras tenemos que irnos ya.
Su tono era firme y ninguno se animó a cuestionarla.
—Las llevo —dijo, renuente, Dante.
En verdad no quería que se fueran, pero tampoco podía impedirlo.
—No, está bien. Gracias. Ya lo llamé a mi hermano y está abajo esperándonos.
—¿Qué? ¿Lo llamaste a Facu? —inquirió Lucía, sorprendida.
Algo le había pasado en esa habitación para que quisiera irse de ese modo. Ella no era de comportarse así, mucho menos de llamar a su hermano para que fuese a buscarla. Sin embargo, no era ni el momento ni el lugar para averiguarlo. Ya le preguntaría cuando estuviesen solas. Lo miró a Dante, quien tenía la misma expresión de desconcierto que ella y se disculpó. Lo vio negar con la cabeza en ademán de desestimar el asunto.
Una vez en el ascensor, intentó sacarle información a su prima, pero no hubo caso. Sol no quiso decirle nada. Solo se limitó a negar con su cabeza una y otra vez mientras murmuraba algo ininteligible para sí misma. Al salir, se sorprendió de que ya fuese de noche. No se había dado cuenta de lo tarde que era. Del otro lado de la calle, divisaron el inconfundible auto de Facundo y ambas corrieron hacia él para no mojarse.
Dante no podía creer lo que acababa de pasar. Apenas cerró la puerta, fue directo a ver a Matías con la intención de preguntarle qué carajo le había hecho a Sol para que saliese despavorida de esa manera. Pero, su amigo dormía como un angelito. ¡Hasta una maldita sonrisa en el rostro tenía! Apagó la luz de la habitación y regresó al living. Se sentó en el sofá donde hasta hacía pocos minutos la había tenido a Lucía debajo de él. La habría besado si no hubiese sido por la interrupción y ahora que lo pensaba, empezaba a creer que ella no lo hubiese detenido.
Tomó su cámara que descansaba en el piso y revisó las últimas fotografías. Un estremecimiento lo recorrió entero al ver esos magníficos zafiros fijos en el lente de la cámara. "Dios, es tan hermosa", pensó lamentándose por no haber podido terminar lo que había empezado y deseaba con tantas ganas.
De pronto, un mensaje en su celular llamó su atención dibujando de inmediato una sonrisa en su rostro. Era de ella. Con el apuro, se había olvidado la cámara y le pedía de verse en los próximos días para devolvérsela. Se apresuró a escribir su respuesta y se reclinó en el sofá, feliz de saber que pronto volvería a verla.
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