Emma🌻
Estoy despierta, mis pestañas se entrelazan cada vez que parpadeo. Estoy consciente que en cualquier instante, Lidia entrará en la habitación y me sacara de la cama. No estoy con ánimos como para intentarlo por mi cuenta. Siento las ligeras palpitaciones de mi corazón, respiro lo más hondo que puedo y lo dejo salir.
Giro sobre mi cuerpo, quedando boca arriba, mi mirada yendo al techo y las pequeñas manchas de humedad que este contiene, al igual que gran parte de este lugar. No suelo y no me gusta quejarme sobre este tipo de cosas, así que mejor me quedo callada. Estoy acostumbrada a guardar silencio.
A los minutos escucho cómo alguien toca a la puerta con cuidado.
—Emma, ¿Estás bien? —asiento de forma lenta, pero al percatarme de que ella no puede verme, me obligo a gritar un 《¡SÍ!》 Mi voz sale rasposa, me siento seca la boca y esa es la razón por la cual dejo de ver el techo para sentarme al borde de la cama-. Piensas salir a tomar el desayuno, ¿o qué? Ah, y también despierta a Piolín.
Mi mirada va hacia Piolín, en la pequeña cama que está al otro extremo y medio sonrío al verle envuelto entre tantas sábanas, su pequeño cuerpo escuálido y pálido se remueve debajo de estas.
—Ya la has oído, levantate.
Se escucha un gruñido de cansancio.
—No deberías faltar a la escuela, William, es importante asistir a esta si no quieres terminar no sabiendo nada...
— ¿Tú vas? —cuestiona a la vez que saca su cabeza fuera de las sábanas, sus dos enormes ojos azules me ven con intriga. Y quiero soltar un risa al ver cómo su cabello rubio está en todas direcciones. El apodo que le dio Lidia le queda bien.
—No, te lo he dicho varias veces, ya terminé la escuela —me levanto de golpe de la cama, tratando de huir de sus preguntas sobre la escuela o universidad, sé que es un niño de 7 años, pero tonto no es.
—Lidia va a la universidad, tú no.
Quiero creer que los niños no tienen la intención de herir a los demás, pero es que en serio, eso me dolió.
—Piolín, alistate, si necesitas ayuda con los cordones me dices.
El niño obedece y sale de la cama para ir al baño, donde Lidia deja todas las noches listo el uniforme para él.
Cuando estoy sola en la habitación, me veo tentada a seguir acostada, el hecho de que el psiquiatra aumentara la dosis del Lorazepam lo hace todo peor. Soltando un largo bostezo me dirijo al baño para lavarme el rostro. Piolín está ahí ajustándose la camisa y se queja de mi presencia, pero lo ignoro, abro el grifo y tomo algo de jabón para restregarlo en mi cara y enjuagarla. Y eso básicamente es la rutina para mi cara. Simple, sencillo y barato. Me lavo los dientes y salgo de ahí.
Me pongo un jean desteñido y con algunas rasgaduras, mi hoodie favorita de color amarillo y mis converse negros.
En el transcurso hacia la cocina me voy peinando el cabello con los dedos y dejo de hacerlo cuando me doy cuenta de que papá está sentado en el comendor leyendo algo en el periódico.
Creo que estoy entrando el pánico, él nunca está aquí para el desayuno. ¿Debería decirle buenos días? Maldición.
Tomo un largo suspiro y decido sentarme en el comedor. Mi mirada justo en el mantel, sin saber qué decir, sintiéndome mal por algo tan absurdo como esto.
Y lo que me temía sucede, sus ojos verdes hacen contanto con los míos. En estos instantes, mi pulso va deprisa.
—¿Cómo has estado? —me pregunta, ha dejado el periódico a un lado y ahora toma la taza de café que le ha hecho Lidia más temprano.
—Bien —respondo aunque sea mentira y sabiendo que eso no le guste a él.
— ¿Bien? ¿Tan bien para que dejes de tomar esos fármacos costosos? —suelta con algo de cansancio en su voz, sé que no es su intención hacerme sentir mal, pero lo hace.
—Yo...
—Santo cielos, Roger, déjala estar, no la presiones, hoy le toca salir a dar una vuelta —dice Lidia a mi defensa y el apetito se me va en picada. Esto significa otra posible discusión, lo sé—. De todos modos, soy yo la que costea sus medicamentos.
—Pero ese dinero vendrían bien para otras cosas y lo sabes —papá se ha levantado del comedor, ahora camina de un lado a otro, con los brazos cruzados.
—Emma tiene que curarse de... eso y a ti no te interesa tu hija.
—Claro que sí, pero es demasiada plata solamente para que un loquero le diga que está loca y le dé pastillas que la dejan como zombie. ¡Mirala! —la fuerza con lo que dice lo último me hace saltar en mi asiento—, parece muerta, dijiste que esas terapias y medicinas ayudarían, pero veo lo contrario. Emma a penas sale de estas cuatro paredes, se la pasa encerrada y durmiendo...
No lo aguanto. Mi corazón va tan rápido, mis manos las tengo heladas y en puños porque no quiero que nadie vea que estoy temblando. Trato de respirar fuerte para tranquilizarme, pero no puedo.
—No quiero que una de mis hijas sea una trastornada mental o que tenga eso que tiene.
— ¡Roger! —le reprende Lidia ya enojada—. Eres un bastardo al decir algo como eso... Emma no es una trastornada simplemente es su salud mental que está mal...
No puedo seguir aquí, quieta y en silencio, escuchando cómo debaten sobre lo que tengo o no. Me levanto de la silla y antes de que alguno de estos dos me llame, me encierro en la habitación que comparto con William.
Piolín está sentando en silencio en la orilla de mi cama, lleva sus zapatos negros en mano y cuando me ve, lo único que hace es alzarlos en señal para que le ayude.
— ¿Van a seguir peleando? —me pregunta de forma inocente, me encojo de hombros y comienzo a amarrarle un zapato—. ¿Tú estás bien?
Su pregunta me toma por sorpresa, pero asiento para no preocuparlo a él. Piolín parece feliz con mi respuesta y me entrega el otro zapato, el cual también comienzo a amarrar.
—Ve con Lidia, cuidado llegan tarde —le digo, viendo cómo se coloca la mochila en sus delgados hombros. Él se gira antes de salir de la habitación para despedirse de mí y yo hago lo mismo.
Luego de eso, lo único que hay es silencio. Quiero llorar, gritar tan fuerte hasta que mis cuerdas vocales duelan. Estoy sofocada de estar aquí, sin hacer nada, pero si intento hacer algo, es cuando el problema comienza a joderme. Me siento tan exhausta, con la presión en mi pecho que me hace recordar que no estoy bien. Fatal diría yo. Pero entonces recuerdo lo que me dijo el psiquiatra cuando duplicó la dosis de las pastillas para la ansiedad. "Puede que sientas más cansancio de lo normal al principio, por favor, busca cómo distraerte con lo que sea que te gusta hacer, es algo malo cuando el paciente pasa el cambio de dosis solo..."
Después de ahí no recuerdo nada más de lo que dijo, y justo ahora no me importa porque es tiempo de beberme una Lorazepam de 2mg. Se supone que son dos de estas al día.
Han pasado unos 30 minutos cuando siento que todo gira a mi alrededor, todo se mece como si estuviese en un barco y las olas lo golpearan una y otra vez, cuando la realidad es que solamente estoy en mi cama, quieta y mirando hacia el techo. No siento nada, nada más que mareos y mucho sueño.
Mareos y mucho sueño.
Mucho sueño.
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