Al día siguiente había tenido la miserable oportunidad de conocer al progenitor de Emma, ni siquiera lo estaba buscando, iba caminando de la azotea hacia el pasillo de mi apartamento cuando le vi salir a él del suyo, el hombre era alto, de contextura gruesa, con bigote algo canoso en su rostro. Él había hecho contacto visual conmigo y me sorprendí bastante al saber que sus ojos eran los mismos de Emma, pero en una versión más dura y llenos de hostilidad.

Detrás de él estaba un niño pequeño y rubio, él me quedó viendo cuando yo lo hice, sus ojos eran grandes y azules, tenía la misma nariz de Emma, al menos eso pude percibir.

—Vamos, William —había dicho el hombre en un ladrido, dándole la mano al pequeño. Después de eso, traté de apresurar mis pasos hacia mi puerta, pero antes de tener la posibilidad de tocar la cerradura, me giré y miré si el hombre y el niño se habían ido, y en efecto el pasillo estaba vacío.

No lo hagas, Luke. Me había repetido una y otra vez mentalmente mientras caminaba lento hacia la puerta 207. Había una gran probabilidad de que Emma no fuese la que abriera la puerta, pero al menos no lo haría su intimidante padre, de eso estaba seguro.

El sonido de mi puño contra la puerta de madera resonó por todo el pasillo, pasaron varios segundos para que esos ojos verdes se enfocaran en los míos con asombro.

Emma iba en el mismo hoodie grande y amarillo de ayer, con pantalones deportivos y calcetines blancos. Llevaba lentes de montura marrón. Había algo diferente en esa Emma, pero no podía decir qué era.

— ¿Qué haces acá? —soltó después de aclararse la gargante.

—Vivo acá, a unas puertas, por si se te olvidaba —dije con algo de gracia, tratando de aliviar el ambiente. La rubia asintió.

Honestamente, solo quería saber cómo estaba ella, saber si estaba mejor que el día anterior o si estaba peor, pero al verla en el marco de su puerta, no pude saber con exactitud la respuesta, Emma era alguien difícil de leer, pero estaba en el proceso de ser su mejor lector si ella lo permitía.