Emma vivía a cuatro puertas de mi apartamento, justo al lado de las escaleras que daban hacia la azotea del edificio, el lugar donde me gustaba pasar el rato tocando la guitarra y viendo los atardeceres. Me sorprendía que no muchos fuesen a ese lugar, aunque sabiendo que la mayoría ahí eran personas adultas con obligaciones, era algo lógico. Era un lugar hermoso para pasar el rato, a decir verdad.

Volviendo a Emma; el día que la conocí iba caminando hacia las escaleras y ella iba saliendo de su pequeño apartamento, lucía cansada y su cabello rubio estaba pegado a su rostro por el sudor. Frecuentemente a aquellos apartamentos se les dañaba la calefacción, era comprensible sudar demasiado en esos días, pero algo en su expresión me decía que ella no andaba bien. Para nada bien.