Capítulo 05
Esa semana fue como un sueño para Lisa.
Al día siguiente, como era sábado, partieron a YongPyong Ski Resort, un lujoso centro de esquí en el que iban a estar por toda la semana. Poseía no sólo pistas de esquí y lujosos hoteles, sino también piscinas temperadas y un sauna, una zona de golf, habitaciones de juegos y karaoke, restaurantes y pubs, tiendas para comprar distintas cosas y un salón de bolos. Además, contaba con teleféricos para recorrer todo el lugar.
Jennie no escatimó ningún gasto en ese pequeño viaje. Llevó a Lisa a todas partes para pasar tiempo juntas, y la omega sólo se dejaba llevar por esa efímera felicidad. Efímera, porque era lo que siempre pasaba entre ellas: la alfa la mimaba unas semanas antes de volver a la rutina de todos los días.
Por eso mismo, no le dijo del embarazo todavía. Lisa quería disfrutar esos días sin preocupación alguna, sólo las dos y ese bonito lugar que parecía como un cuento de hadas. Tal vez ese era su florecimiento, pensó mientras abrazaba el brazo de Jennie y subían por el teleférico, abrigadas para evitar el frío. Florecía pocas veces al año, cuando Jennie le dirigía una mirada, y después se escondía otra vez, esperando una señal para volver a nacer.
Aunque era un poco complicado ocultarle del embarazo, comenzando por el hecho de que ya no podía beber alcohol. Usó mil veces la excusa de que no lo aguantaba bien, sin embargo, la alfa no parecía muy convencida por eso. Por otro lado, se fijó un día mientras salía de la tina, su vientre estaba un poco más hinchado. Era como si hubiera comido un montón de cosas ese día, con la tripa sobresaliendo un poco.
―Creo que estoy rechoncha ―comentó una tarde, mientras estaban en el salón de bolos―. ¿Me viste? Debería...
―No digas estupideces ―contestó Jennie, agarrando el bolo rojo con el que jugaba―. ¿Rechoncha? Aunque lo estuvieras, serías más adorable de lo que ya eres.
―¿Lo dices en serio?
―Claro ―la alfa le guiñó un ojo―, tendría más para agarrar cuando te follo, bebé.
Lisa estuvo tentada de lanzarle su bolo azul, pero sólo le sonrió, feliz.
El dos de enero les tocó volver de esas cortas vacaciones. La omega sabía que eso sería todo por ahora: Jennie volvería a trabajar y los murmullos regresarían. Estaba bien, ya se encontraba preparada para eso, porque era su rutina diaria. Atesoró esa bonita semana en el fondo de su corazón y la guardó con recelo, para recordarla cuando volvieran los días malos.
Al día siguiente, Jennie llegó a casa a las cinco y media. Lisa había estado de rodillas, en cuatro, buscando el control remoto bajo el sofá, cuando escuchó la puerta siendo abierta y Kim apareció.
―¿Jen? ―preguntó, boquiabierta, y miró la hora―. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué tan temprano?
―Quédate allí ―masculló la castaña, caminando hacia ella y agarrándola de la cintura―, ¿por qué no me recibes así todos los días?
Lisa le iba a preguntar a qué se refería, pero recibió una nalgada sobre su pantalón y las manos de Jennie le bajaron la prenda. Ni siquiera protestó o se quejó, tan sorprendida de que su alfa estuviera ahí, tan desesperada por hacerla suya.
Gimoteó al sentir la polla frotándose entre sus nalgas y sólo levantó más el culo, dándole mejor acceso.
Una vez acabaron, con la omega sentada en las piernas de la mayor y haciendo arrumacos, recordó todo.
―Jennie ―habló, con las mejillas coloradas y una sonrisa risueña―, ¿qué haces aquí? Siempre llegas más tarde, ni siquiera tengo lista la cena.
―Olvida la cena, ¿no me quieres aquí? Si es una queja, puedo volver...
―¡No! ―chilló la tailandesa―. No, llega siempre a esta hora, me encanta que estés en casa.
La omega no lo decía en serio, porque sabía que eso era una anomalía, se salía de la rutina. Tal vez Jennie sólo estaba cansada y decidió trabajar lo justo y necesario, y los próximos días todo volvería a la normalidad.
Sin embargo, Jennie volvió a llegar temprano la siguiente tarde. En ese momento, Lisa estaba en el baño, dándose una larga ducha en la tina, con burbujas en la superficie. Se sobresaltó cuando la puerta del baño se abrió, y su mujer llegó con una sonrisa satisfecha. La alfa se desnudó pronto y se metió a la tina, entre los balbuceos atónitos de Lisa, y tal como el día anterior, tuvieron sexo.
―Estás muy insaciable ―le dijo la rubia al terminar.
―No sé qué me pasa ―contestó Jennie, relajada en el agua caliente―, pero cuando siento tu aroma, mi alfa lo único que quiere es tomarte. ¿Te molesta? Sabes que...
―Tómame lo que quieras, mi amor ―contestó Lisa.
―¿Ves? ―gimoteó Jen―. Eres tú, me estás tentando. Tu aroma es distinto, ¡es como si fueras una afrodisiaca! ¿Por eso ya no consumes alcohol?
Lisa se rió, escuchando las protestas de la otra, pero sintiendo una leve culpabilidad. Debería decirle, ¿no? Ya era momento de decirle la verdad, que sería madre. Que ambas serían madres y tendrían una familia más grande y podrían usar esos cuartos vacíos que durante mucho tiempo la persiguieron.
―Te amo ―le dijo, sin poder evitarlo, y la abrazó.
Jennie le devolvió el abrazo.
―También te amo ―contestó, y la menor no pudo evitar la sorpresa una vez más, porque era la primera vez que se lo escuchaba decir.
Era la primera vez que le decía eso. Siempre usaba los te quiero para los momentos de cariño, nunca un te amo, y eso hizo que su corazón se estrujara de una forma inexplicable, la emoción provocándole temblores en su cuerpo. Sin poder evitarlo, la abrazó con más fuerza, y Jennie le besó la piel del cuello, sobre su marca.
―Me gusta cómo suena ―le susurró la alfa, y Lisa comenzó a mover sus caderas, sin poder evitarlo―, te amo, te amo, te amo, Lisa.
La extranjera se sintió embriagada con esas palabras.
Jennie siguió trabajando en su horario establecido por el resto de la semana y dejó las horas extras. Con la alfa en casa, hacían las comidas en conjunto, se ponían a ver series en la televisión y, a veces, iban de compras juntas también. La siguiente semana comenzó de la misma forma, y Lisa decidió que ya era el momento de decírselo.
Quedó en ir a verla a su trabajo a la hora de almuerzo, llevando la comida para que las dos comieran en la oficina de su esposa. Se puso lo más bonita que pudo, guardó las cosas y subió al auto. En ese momento, recibió un mensaje. Era de Rosé.
Roseanne Unnie
Lis, ¿estarás en casa más tarde?
Quería darte un regalo por tu embarazo.
Lis
¡No te preocupes, Unnie!
Voy ahora a ver a Jennie.
Roseanne Unnie
¡Bien! Te veo entonces.
Lisa tarareó todo el camino al edificio, sintiéndose tan feliz por cómo iban las cosas. Jennie, de alguna forma, pareció darse cuenta de lo que necesitaba la omega, y eso le hacía sentir tan contenta que hasta podría cantar. Además, con la amenaza de Jen en esa fiesta, los murmullos a su alrededor se esfumaron.
Es decir, a veces seguía sintiendo las miradas maliciosas, sin embargo, ya nadie susurraba cuando llegaba a algún lado. Eso era lo segundo mejor de todo.
Bajó del auto y entró al edificio, saludando a todo el mundo. En el ascensor se encontró con Sana, que también iba subiendo, y se fueron conversando todo el camino.
―Felicitaciones ―agregó su amiga omega, cuando las puertas se abrieron―, por tu embarazo.
―¿Cómo...? ―preguntó, parpadeando.
―¡Se nota! ―Sana le guiñó un ojo―. Estás resplandeciente, Lis.
Lisa se puso colorada, pero salió detrás de Sana, tan contenta y emocionada.
Mientras caminaba hacia la oficina de Jennie, se encontró con Rosé a pasos de esta. La alfa le saludó, sonriente también, y Lisa se acercó a hablar un poco con ella.
―Pareces florecer ―dijo su amiga.
―Me siento como la más bonita de las flores —bromeó Lisa, riéndose.
―¿Sí? Mira, tengo un regalito para ti, por tu embarazo ―contestó Rosé, entrando a su oficina, y salió cinco segundos después con un ramo de flores: eran gardenias, de un blanco puro muy hermoso―. Me recuerdan a ti, Lis.
―¡Rosé, no era necesario! ―dijo conmocionada, pero recibió las flores―. Muchas gracias, esto es...
―¿Qué mierda es esto?
La omega se sobresaltó cuando escuchó la enfurecida voz de Jennie viniendo detrás de ella. La chica se giró, viendo a su mujer observando a Rosé con los ojos refulgiendo por la rabia y las manos apretadas en puños. Lisa interpretó la escena enseguida: ella recibiendo unas flores de otra alfa, que le estaba cortejando desde hace mucho.
―Jennie... ―comenzó a decir, con la voz temblando.
―¿Por qué mierda le estás dando flores a mi omega? ―Jen la ignoró, pasando de largo y empujando a Rosé por los hombros. Si no fuera tan grave, sería gracioso pues su esposa era más baja que la otra alfa, pero en ese momento estaba muy asustada―. ¿Acaso no te quedó claro lo que te dije la otra vez? ¡No te quiero cerca de ella!
―No puedes impedirme estar cerca de mi amiga —replicó Rosé, mirándola despectiva—. Si Lisa me dice que me aleje, entonces lo haré. Mientras, no tienes que meterte entre ella y yo.
No fue la mejor elección de palabras, Lisa lo supo enseguida. Jennie no tardó en levantar su puño y golpear a la neozelandesa en el rostro, botándola al suelo. El resto de los trabajadores a su alrededor exclamaron por la sorpresa.
―¡Jennie, por Dios! ―exclamó Lisa, espantada.
―¡¿Ella y tú?! ―gritó Jennie, iracunda―. ¡Una mierda! ¡Lisa es mi omega, es mi esposa, y estoy harta de que trates de quitármela!
―¡Mejor aprende a ser una mejor esposa si no quieres que la enamore! ―escupió Rosé, golpeándola de vuelta.
―¡Basta, dejen esta estupidez! ―exclamó la menor―. ¡Por favor, deténganlas!
Nadie parecía querer meterse, porque las dos alfas exhalaban un montón de feromonas de rabia y cólera. El fuerte aroma golpeó a la embarazada, haciéndola temblar por el miedo de la situación.
Rosé tenía el labio roto, mientras que la nariz de Jennie sangraba. Cuando Lisa sentía que rompería a llorar, la madre de su alfa apareció con una clara expresión de sorpresa.
―¡¿Qué demonios está pasando?! ―dijo, y agarró a Rosé, que en ese momento estaba sobre Jennie, y la tiró de la camisa―. ¡Deténganse ahora!
Chanyeol, uno de los empleados, sostuvo a Park. Hyorin fue donde su hija y la asió desde el saco, arrastrándola hacia Rosé.
―¡Miren el desastre que son! ―gruñó―. ¿Cuántos años tienen? ¡Ya son adultas! ―las dos alfas menores se encogieron en sus lugares. Lisa tomó a Jennie del brazo―. ¡A sus oficinas, ahora, o las despediré! ¡Y no me importará que seas mi hija, Jennie!
Lisa tiró de Jen hacia la oficina, sin dejar de temblar. La alfa gruñía y miraba hacia atrás, a Rosé, pero al menos no volvió a lanzarse sobre ella. La menor cerró la puerta.
―Estoy harta de esa idiota ―comenzó a decir Jennie, yendo a su escritorio a buscar un pañuelo―, mirándote, haciéndote ojitos, y tú dándole falsas esperanzas, como...
―Si me ofendes, me marcho de aquí ―habló Lisa, con la voz tiritando.
Jennie comenzó a limpiar su sangrante nariz. Seguía viéndose muy enojada, enfurecida y fuera de sí. Lisa nunca la vio así, porque... Porque nunca hubo motivos, en realidad. Jennie jamás había llegado a ese punto de celos, ya que, además, Lisa no le dio motivos para ello.
―¿Regalándote flores? ―Kim la miró―. ¿Por qué esa idiota te regaló flores? ―sus ojos se estrecharon―. ¿Ahora me vas a decir que son amantes?
Lisa dio dos pasos y la abofeteó. La palmada resonó en la oficina, que estaba en sepulcral silencio, y la omega apretó sus labios. Jennie se movió a los segundos, dándole la espalda.
―Eres una cretina ―le dijo la rubia, y sus ojos se pusieron llorosos―, vete a la mierda, Jennie.
Se volteó para salir de allí, pero la alfa volvió a girarse y le agarró del brazo.
―Perdón, perdón ―se disculpó, agotada―. Lo siento, Dios, esto es... Perdón, no tuve que decir eso. Sigo muy enojada y...
Lisa sabía que no era la mejor opción, que debería esperar a que se calmaran. No era lo ideal en ese momento.
―Jennie ―sin embargo, ya no lo aguantó más―, Rosé me regaló flores porque... Porque estoy embarazada.
La mayor se echó hacia atrás, sorprendida y atónita. Abrió la boca, pero no emitió sonido alguno por otros largos segundos. Presionaba el pañuelo contra su nariz, aunque más allá de eso, no hizo algún otro gesto.
―¿Qué? ―fue lo único que dijo luego de unos minutos.
―Estoy embarazada ―repitió―, vamos a ser madres, Jennie.
Otros segundos de silencio.
Jennie fue la primera en moverse, pero no de la forma que Lisa esperaba. Ella se imaginaba el grito de felicidad y un abrazo, sin embargo, ocurrió todo lo contrario.
Jen se desmayó. Sus ojos rodaron, retrocedió un paso y cayó al suelo de forma estrepitosa. La omega no podía creer lo que estaba ocurriendo frente suyo, y sólo contempló dos segundos el cuerpo inerte de su mujer antes de gritar por ayuda.
Para su propia fortuna, Kyungsoo, otro de los trabajadores, apareció y observó la escena con sorpresa, antes de ayudarla a arrastrar a la alfa al sofá. Además, fue a buscar un paño con un vaso con agua para tendérselo a la omega. Lisa no sabía cómo interpretar todo eso.
Mientras seguía inconsciente, le limpió la nariz para quitarle los restos de sangre, y con el paño húmedo, le mojó el rostro con cariño. Diez minutos después, Jennie soltó un quejido y comenzó a removerse. Abrió los ojos de golpe y la observó, aturdida.
―Lisa ―habló, con la voz ronca―, tuve un sueño horrible.
Lisa frunció los labios.
―¿Soñaste que estaba preñada?
―¡Sí! ―Jennie tosió―. Pero me decías que era de Rosé y querías el divorcio.
Ahora, la rubia rodó los ojos, un poco enfadada todavía por lo que acababa de ocurrir. Jennie fue una idiota completa, le dijo cosas feas y, además, golpeó a su amiga. Por otro lado, se desmayó cuando le dio la gran noticia, ¿es qué podía ser más idiota?
―Jennie ―dijo, con poca paciencia―, ¿recuerdas lo que hiciste y dije?
―¡Claro que sí! ―saltó la coreana, antes de soltar un nuevo quejido―. Por Dios, esa estúpida tiene un puño fuerte. Cuando la vuelva a ver...
―¡No harás nada! ―explotó Lisa―. ¡No le harás nada, porque Rosé no hizo nada malo! ¡Estás más concentrada en eso que en...! ¡Ni siquiera me has felicitado por estar embarazada!
Jennie abrió la boca, atónita por el arrebato de la omega. Lisa le miró con rencor y su pareja tuvo la decencia de verse avergonzada.
―Yo... Uh... Lo si-siento, Lis ―se disculpó, tragando saliva―. Espera, entonces, ¿realmente estás embarazada?
―¡Claro que sí! ―Lisa se puso de pie―. ¡¿Por qué mierda estaría mintiendo?!
―Pensé que lo decías para hacerme una broma ―trató de explicar.
Lisa agarró el vaso, con restos de agua, y le lanzó el contenido. El rostro de la alfa quedó empapado, pero se quedó congelada por la acción.
A Lisa le estaba valiendo todos sus esfuerzos el no lanzarse sobre su esposa a darle otro golpe que le quebrara la nariz.
Jennie parpadeó.
―Eso quiere decir que... ―sacudió su cabeza―, ¿por eso no estabas bebiendo alcohol?
―¡Eres una genia, Jennie!
―No, no me estás entendiendo ―Jen se puso de pie también, con una expresión calculadora ahora―. Lisa, llevas sin beber alcohol por casi un mes.
Oh. Mierda.
La omega supo enseguida por donde estaba yendo la mente de Jen. Lo podía casi ver ante sus ojos.
―Y Rosé lo sabía, porque te regaló esas flores para felicitarte ―la mayor la miró―. ¿Hace cuánto lo sabías y por qué demonios me estoy enterando ahora?
Rascó su nuca, incapaz de hablar para justificarse. Por Dios, todo era un desastre en ese momento, ¿cómo las cosas podían dar un giro tan rápido en menos de un minuto? Ni siquiera sabía bien qué inventar para no salir tan trasquilada en esa tonta situación.
Aclaró su garganta, decidida a ser lo más honesta posible. Jennie iba a enfadarse y hasta ahí llegaría todo el amor que le dijo, pero ya no podía mentirle más.
―Cuando... Cuando tuvimos esa pelea grande ―habló―, a inicios de diciembre. Estuve...
―Estuviste vomitando ―Jennie tenía las cejas arrugadas.
―Sí. Me hice un... Un examen de la farmacia y arrojó positivo. Yo no... No sabía cómo decírtelo, porque habíamos discutido y estaban esos rumores y... Y tenía mucho miedo, Jennie ―su voz tembló―. Sé que no es justificativo, pero no sabía cómo te lo ibas a tomar. Tenía mucho... Mucho miedo de que ni siquiera te pusieras contenta ―se puso a llorar, sin poder evitarlo, y soltando todo lo que estuvo sintiendo esos últimos meses―. Ni siquiera sabía si me amabas en ese momento.
La omega frotó sus ojos para alejar las lágrimas, sin levantar la vista porque no quería ver el rostro de su mujer . No quería ver el odio y el repudio allí.
―¿Cómo podías creer eso, Lisa?
―Porque no me lo decías ―sollozó la chica―. Porque No... No me lo demostrabas seguido. Siempre me sentí... Me sentí en segundo lugar, como si fuera un objeto decorativo para ti. Algo que admirar en ocasiones y nada más. Te la pasabas trabajando, apenas tomándome en cuenta, y escuchaba que tenías amantes, así que no sabía qué... Qué creer. Estaba de-demasiado confundida, habíamos peleado y no hablábamos, era un caos en mi mente.
Siguió llorando unos segundos, en los que Jennie no habló. Parecía que le estaba dando su tiempo para continuar, y Lisa lo agradecía, porque temía que se pusiera a atacarla enseguida, sin dejarle dar una explicación.
―Sólo quería que... Que mi esposa me diera un poco de su tiempo, pero eso jamás pasaba. Me sentía muy, muy sola, Jen... ―sorbió por su nariz, todavía sin mirarla―. Hasta pensaba que, si me ponía a parir, ni siquiera te darías cuenta. Me sentía como un fantasma a tu lado, Jennie.
Más silencio. Lisa se sentó, desahogándose, soltando todo lo que estuvo guardando por años. Era como si el peso en sus hombros se estuviera esfumando, y era liberador, pero también muy aterrador. Si estuvo aguantando eso tanto tiempo fue porque no sabía lo que podía provocar, y ahora, estaba a punto de averiguarlo.
―Quise decírtelo en varias ocasiones, pero no encontraba el momento adecuado ―siguió―. Después, tuvimos esas vacaciones tan bonitas, aunque yo pensaba que no iban a durar. Siempre que... Que hacíamos esas cosas, cuando me prestabas atención, duraba sólo unas semanas. Yo sabía que todo eso, tus atenciones, tus cariños, iban a desaparecer en algún momento, porque volverías a trabajar, y todo seguiría siendo igual.
―Rosé, ¿cuándo lo supo ella?
―La noche de la cena de la empresa ―confesó―. Se lo dije porque necesitaba decírselo a alguien. Rosé sólo ha sido mi amiga, Jennie, nada más. Nunca ha sido nada más...
Sintió a Jennie sentarse en el sofá también, pero todavía era incapaz de verla. Estaba muy asustada de lo que fuera a pasar ahora, de lo que iba a ocurrir. Para ella, ya era casi seguro que su esposa le pediría el divorcio.
―Como la he liado, Lisa-ah.
Levantó la vista bruscamente, mirando el rostro afligido y lloroso de Jennie. Jamás la vio así de afectada en su vida, desde que la conoció, siempre lucía como una alfa fuerte y que no se dejaba doblegar por nada. Ahora, parecía a punto de quebrarse también, y eso le asustó aún más.
―No estoy enfadada, Lili ―le agarró la mano―, sólo estoy muy decepcionada de mí y de la forma en que te hice sentir estos años. No fue mi intención jamás, pero no sirve de nada que lo diga, porque al final sí te hice miserable.
―No, no miserable ―se apresuró en corregir―, sólo...
―Te hacía sentir insegura y que no valías nada, cuando eres todo para mí ―le interrumpió la castaña con amabilidad―. Cuando ocurrió eso en la cena, cuando vi la forma en la que te trataban, me di cuenta de que yo permití aquello. Fue por eso por lo que... Que me prometí que cambiaría, que sería la esposa que te mereces. Por Dios, tenía tanto miedo de que te enamoraras de Rosé y decidieras abandonarme, Lili...
La omega soltó unas risas entrecortadas, moviéndose y sentándose más al lado de Jennie ahora. La alfa seguía teniendo esa mirada desolada, como si no supiera qué hacer, y Lisa le dio un apretón en la mano.
―Lamento haber sido fría y descariñada contigo ―agregó la mayor―, lamento haber priorizado mi trabajo antes que a ti, bebé. Nunca más va a pasar eso, lo prometo ―a pesar de su rostro desconsolado, la alfa le sonrió―. Y estoy muy, muy feliz de que estés embarazada, a pesar de que quise ser la primera en saberlo.
―Eres la tercera ―contestó Manoban. Jennie le miró con interrogación―. Sana lo ha adivinado hoy, dice que se me nota.
Jen olisqueó el aire.
―Eso explica tus feromonas y por qué mi alfa parecía tan enloquecida por ti... Por Dios, ¿cómo no lo noté? Soy una idiota, Lili.
―Sí ―concedió la omega, antes de corregirse―. Lo siento, no quise...
―Vamos, dilo ―provocó la chica, más repuesta―, quiero escucharlo. Sé que te mueres de ganas, no voy a enfadarme.
Lisa, todavía con el rostro húmedo por las lágrimas, se rió torpemente. Sin embargo, Jennie le miraba con total seguridad.
―Eres una idiota ―habló, tímida―, una tonta, ¡todo es por tu culpa! Olvidar nuestro aniversario y dejándome de lado... ¡Eres lo peor, Jennie! ―se calló unos segundos―. Y te amo. Te amo tanto que estaría dispuesta a ser tu segunda opción, a pesar de todo.
―No ―la alfa la atrajo a su regazo―. Si te vuelvo a hacer sentir así, tienes el permiso para gritarme y golpearme. Y si lo sigo haciendo, puedes irte, Lisa. Puedes marcharte y romperme el corazón ―Lisa la abrazó, sintiendo el aroma de su amante envolviéndola―. Te amo, preciosa. Te amo con todo mi corazón.
―¿De verdad me amas? ―preguntó, torpe, pero esperanzada. Siempre esperanzada.
―Claro que sí ―aseguró la de ojos gatunos, besándola―. Te lo diré cuantas veces quieras, hasta el final de nuestras vidas.
―Dímelo otra vez, por favor.
―Te amo, te amo, te amo, hermosa.
Lisa se rió, abrazándola una vez más, con su corazón latiendo aceleradamente.
―¿Y a nuestro cachorrito también?
―Por supuesto ―un poco titubeante, la alfa le acarició el vientre por encima de la ropa―. Tu madre es una idiota, cachorrito.
Lisa se rió con más ganas ahora, todavía asustada por todo lo que acababa de ocurrir, pero más aún, sorprendida porque el mundo no se hubiera derrumbado. Durante mucho tiempo creyó que decir la verdad de sus sentimientos podía arruinarlo todo, pensó que priorizarse sólo traería problemas, sin embargo, no era así. Jennie la escuchó, la consoló, se disculpó y, por sobre todo, la amó también.
―Quiero que te tomes unas vacaciones ―habló, sin soltarla. Jennie hizo un ruido afirmativo con su garganta―. ¡Quiero que vayamos a Europa!
―¿Europa? ―cuestionó la mayor, pero recibió un golpe en el hombro―. ¡Ouch! ¿Tengo opción para negarme?
―¡No! ―Lisa la besó en la boca―. Si no lo haces, ¡le diré a Rosé que me lleve!
―Rosé puede irse a tomar por culo ―replicó―. Tendrás tu viaje, bebé. ¿Francia?
―¡Italia!
―¿Qué tal Alemania?
―¡E Inglaterra!
―Me dejarás en la miseria.
―Yo te haré miserable si no me llevas.
Jennie se carcajeó ante sus palabras y Lisa admiró la forma en que la chica sonreía, con sus ojitos cerrándose, sus encías asomándose. La rubia pensó en lo mucho que quería que su cachorrito tuviera esa misma sonrisa, porque era preciosa.
―Ahora debes pedirle perdón a Rosé ―agregó.
La risa murió, pero Lisa se puso seria, observándola arrugar los labios en clara señal de inconformidad.
―Esa idiota...
―Es mi amiga, nada más. Te pusiste celosa por una estupidez.
―¿Celosa, yo? Claro que no, qué dices ―bufó Jennie.
Lisa sonrió levemente, acariciando el cabello de su mujer.
―¿Puedes pedirle perdón, por favoooooooor? ―le dijo, haciendo un puchero.
Jennie soltó unas maldiciones en voz baja, provocando que la menor se riera, y poco después su alfa se puso de pie. Lisa le agarró la mano, siguiéndola fuera de la oficina. A su alrededor, los empleados volvieron a mirarlas, y algunos contuvieron el aire cuando la observaron caminar hacia la oficina de Rosé.
Lisa estaba lista para usar su arma escondida si volvían a pelear, que era ponerse a llorar. Si no funcionaba, no pensaba hablarle a Jennie en semanas.
La alfa tocó la puerta, y Rosé apareció. Tenía el labio hinchado y el cabello hecho un desastre. Detrás, estaba Hyejin, una omega que trabajaba como secretaria allí.
―¿Qué quieres? ―dijo entre dientes la alfa más alta.
Jennie se aclaró la garganta.
―Lo siento ―se disculpó―, no quise golpearte. Es decir, sí quise hacerlo, y tampoco lo siento, pero Lisa me obligó... ¡AH, MIERDA, LIS!
La omega había pellizcado a Jennie en el brazo, su rostro inconforme por lo que acababa de escuchar por parte de su esposa. Rosé rodó los ojos.
―Yo tampoco lamento haberte golpeado ―replicó la otra alfa―, te lo merecías hace mucho, por todas las veces que hiciste llorar a Lisa.
Bueno, eso definitivamente no fue una gran idea.
Agarró a Jennie de los hombros, cuyos ojos refulgieron en clara señal de amenaza. Ellas nunca iban a llevarse bien, lo tenía claro.
Sin embargo, su esposa hizo algo que no se esperaba: se volteó y la agarró de la cintura, atrayéndola a su cuerpo.
―Quiero dar la gran noticia ―dijo en voz alta, haciendo que todos los empleados la miraran. Su madre, que estaba hablando con unos mánagers, también se giró a verlas―, de que mi bonita esposa está en cinta. Lisa y yo seremos madres.
La gente lanzó exclamaciones de sorpresa, felicitándolas y sonriéndoles, aunque Lisa pudo ver algunos rostros maliciosos. Esos murmullos jamás desaparecerían, pero ahora, la omega no los iba a tomar jamás en cuenta.
Hyorin se acercó con clara expresión de sorpresa.
―¡Por fin seré abuela! ―dijo, contenta―. ¡Tu padre llorará de la emoción, Jennie! ¡Ojalá sea el primero de muchos cachorritos!
Lisa se puso colorada, sin embargo, Jennie la miró y la agarró de la barbilla.
―Claro que será el primero ―afirmó, feliz―, el primero de nuestra familia.
La rubia la abrazó, cerrando sus ojos y pensando que esa era la felicidad que siempre quiso.
Fin
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