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Capítulo 04

No le dijo del bebé porque no sabía cómo iba a tomárselo. No sabía si eso la haría feliz, porque Jennie ya no parecía interesada en ella.

La tensión seguía presente en ambas: apenas se hablaban y dirigían la mirada, no se tocaban ni salían a comer juntas. Lisa dejó de visitarla en el trabajo y se la pasaba encerrada en casa, sin querer salir con nadie. Además, con la noticia del bebé en camino, su mundo pareció dar un vuelco completo.

Así pasaron varias semanas, en el que Lisa no dijo nada sobre su embarazo. No es como si Jennie hubiera preguntado algo tampoco, y la omega tenía la tentación de sacarle en cara que era fértil, que podía dar a luz, que podía tener cachorros. Al final, sólo se callaba y dejaba que los días pasaran. Ni siquiera sabía cuánto tenía, porque no quería ir a visitar un ginecólogo. Necesitaría dinero para pagarlo, y no es como si Jennie no le diera dinero, pero tenía una tarjeta de crédito y los gastos siempre iban a la cuenta de la alfa.

Navidad sería pronto. Lisa no sabía cómo sería ese año.

Lo que sí era seguro es que todos los años había una cena-fiesta en la empresa de Jen y tenía la obligación de ir. Iban todos los trabajadores con sus parejas, y sabía que, si faltaba, los rumores después serían mucho más horribles de lo que ya eran.

―¿Vas a ir? ―preguntó Jennie, cuando Lisa se lo mencionó en la comida.

Lisa no la miró.

―¿No quieres que vaya? ―preguntó con amabilidad―. Si es así...

―No he dicho eso ―se veía irritada, pero Lisa no contestó―. No pensé que quisieras ir.

La omega removió su comida con el tenedor, sin demasiado apetito. Ahora, muchas cosas le provocaban náuseas y debía disimularlas para no llamar la atención.

―¿Pensabas llevar a otra persona? ―inquirió, usando todavía ese tono suave.

Jennie volvió a enojarse y se puso de pie, marchándose. Lisa se puso a llorar, pero cubrió su rostro para no emitir ruido alguno. Con las hormonas alborotadas por el embarazo, el llanto salía con más facilidad y le costaba mucho reprimirlo.

El día de esa odiosa cena sería el veinte de diciembre, así que, mientras Kim se duchaba, Lisa decidió ponerse un vestido que no usaba hacia mucho: era color crema, pero con unos extravagantes vuelos en la parte baja, más su abrigo negro y de tela fina. Le quedaba un poco apretado de la cintura, pero mientras se duchaba, tocó su vientre levemente hinchado. Pronto, tendría una gran panza que no podría ocultar bajo ninguna ropa. Ese pensamiento, sorprendentemente, le hizo sonreír.

Un bebé de Jennie y ella. A pesar de que las cosas estuvieran mal, Lisa sabía que lo iba a querer mucho.

Sus uñas ya las tenía pintadas con un bonito diseño de gatitos, así que se aplicó un labial suave y desordenó su cabello en suaves ondas. Se veía linda, por lo que esperaba que no juzgaran su aspecto ese día.

Jennie salió del baño y le observó con aspecto crítico. Casi esperaba que la alfa le dijera que se veía ridícula, pero permaneció callada unos segundos.

―¿Dónde está el vestido gemelo? ―preguntó, y Lisa supo enseguida a qué se refería: ellas compraron esos vestidos de pareja luego de que la omega se lo suplicara.

A diferencia del de Lisa, que parecía más desordenado, el vestido de Jennie se veía mucho más cuidadoso, entero de negro y sin mucho detalle. Mientras Jennie se acomodaba el abrigo, Lisa se acercó a arreglarle los tirantes de su vestido.

Se miraron un instante y parecieron llegar a un acuerdo silencioso con eso. Aquella noche, dejarían esa discusión de lado e iban a aparentar ser el estable matrimonio Kim. Puede que, para el final de la noche, todo quedara olvidado entre ellas.

El enorme centro de eventos al que fueron quedaba en el exterior de la ciudad, en medio de una enorme parcela lujosa donde cabrían bien quinientas personas. Siempre arrendaban el mismo lugar para esos eventos. Contaba con dos piscinas, juegos para niños pequeños, tres quinchos y un enorme salón, con mesas, sillas y sofás. Allí fue la fiesta de bodas de Lisa y Jennie.

No fueron las primeras en llegar, pero tampoco las últimas. El lugar ya estaba bastante lleno cuando llegaron, así que les tocó saludar a varias personas. Se aseguraron en ir siempre de la mano y conversar un poco con cada pareja.

―¿Sigue sin darle un cachorro? ―escuchó susurrar.

Lisa quería gritar que ya estaba embarazada, que le daría un hijo a Jennie, que el heredero de los Kim venía en camino.

Sólo se quedó callada, sonriendo con encanto y sin soltar a su esposa.

―¿Cómo pudo venir con ese vestido?

―No se compara en nada a la amante de Kim.

―¿Quieres beber algo? ―Jen llamó su atención―. ¿Tal vez un vino, Lisa-ah?

―No te preocupes ―se apresuró en decir ella―, hoy no tengo ganas de alcohol, tomaré sólo un jugo.

Iba a moverse para ir a la mesa, sin embargo, Jennie la agarró de la barbilla antes de siquiera dar un paso. Lisa le miró con inocencia, pero era evidente la sospecha en ojos de su mujer.

―¿Te sientes bien? ―le preguntó, seria―. Has estado muy rara, Lisa, ¿crees que no lo he visto? Dejaste de comer muchas cosas, ¿acaso quieres bajar de peso?

―Debería bajar de peso, está gorda, mira esas mejillas ―escuchó murmurar.

La omega se rió, como si hubiera escuchado una buena broma, a pesar de que quería llorar. Malditas hormonas de embarazo.

―Me descubriste ―bromeó, y se inclinó a darle un beso en la boca―. El vestido me quedó un poco apretado cuando me lo puse.

―No digas tonterías ―Jennie la soltó―, tú no estás gorda. Eres perfecta así, Lili.

Su sonrisa fue más honesta ahora, menos forzada, y volvió a darle un beso a la castaña, quien aceptó con gusto.

―Voy por algo para beber, nos vemos ―le dijo, coqueta, y su esposa rodó los ojos.

Se abrió paso por entremedio de las personas, deteniéndose también cada tanto para saludar y conversar con la gente a su alrededor. Todos la conocían al ser esposa de Jennie, y ella con suerte se acordaba de los nombres de esas personas. A las únicas que ubicaba bien eran a Sana, Rosé y Nayeon, con las que se encontró en la mesa de comida.

―Vamos, Sanake, come esto ―decía Nayeon, tratando de forzar a su novia a comer unas galletas con crema.

―¡No me gusta la calabaza! ―se quejaba Sana, empujando a la actriz―. ¡Mira, es Lis!

―¡Lisa, tanto tiempo! ―Nayeon olvidó las galletas para ir a abrazarla.

Nayeon era demasiado conocida por ser la actriz estrella de la empresa. Las películas y dramas en los que participaba siempre eran un éxito, y el hecho de ser extremadamente guapa le ayudaba mucho más. Ella y Jennie estudiaron juntas cuando niñas, de ahí se conocían, así que Nayeon estuvo en la boda de ellas.

Por otro lado, Sana era otra abogada de la empresa, pero omega. Lisa estuvo muy sorprendida cuando se la presentaron, pues nunca vio a una omega que se aventurara en esa carrera. Fue la mejor de su generación.

Ambas llevaban saliendo un año y parecía que se entendían muy bien a pesar de todo. A Lisa se les hacía muy lindo verlas juntas.

Una vez Nayeon la liberó, se acercó a la mesa para agarrar una de las copas con jugo, buscando algo que comer también. Se decidió por un inocente coctel de frutas y crema, rogando no derramar algo en su ropa.

―¿Y dónde está la vejestoria de tu esposa? ―le preguntó Im.

Lisa le dio un codazo inocente.

―Por allí, en negocios ―contestó―, me aburro en esas cosas, así que me deja libre para vagar.

―¡Qué dulce! ―se burló Sana―. Jennie siempre tan decente. Debería dejar de hacer negocios, ¡se la pasa trabajando!

La omega asintió, apoyándola con la cabeza y queriendo gritarlo a los cuatro vientos, porque tenía razón. Ni en esas fiestas Jennie dejaba de trabajar.

―¿Y qué harán para navidad? ―les preguntó Lisa.

―Iré a ver a mis padres ―contestó Rosé luego de tragar un canapé―, pero decidimos pasarla con nuestra familia en Australia. Nos vamos en dos días.

―¡Decidimos ir a Nueva York, hasta año nuevo! ―dijo Sana, entusiasmada.

―Queremos celebrar estas fiestas a lo yankee ―dramatizó Nayeon, antes de mirarla―. ¿Y tú y Jennie?

Lisa se llevó una frutilla a la boca para hacer tiempo.

―Todavía no lo tenemos planificado, pero le diré que vayamos a esquiar ―contestó, como hizo el año pasado también.

Una mentirita piadosa. Cuando Lisa le sugirió eso a Jennie, la alfa dijo que no había buena conexión de internet en esos lugares por si surgía alguna emergencia, y el asunto quedó allí.

Sana abrió su boca para decir algo. Nayeon, maliciosa como era, agarró la galleta con crema de calabaza y se la metió de golpe. Su novia escupió y comenzó a rabiar, y la atención fue desviada.

La omega abogada se marchó al baño entre quejidos, con Nayeon riéndose por la diversión y siguiéndola. Rosé y Lisa quedaron solas.

―¿Cómo va todo con Jennie? ―preguntó la alfa.

―Igual que siempre ―suspiró Lisa, removiendo el cóctel frutal con el pequeño palillo―, trabajando y trabajando ―le miró de reojo―. ¿Puedo contarte algo? Pero no aquí.

―Claro ―Rosé miró a su alrededor―. ¿Vamos a la terraza?

La omega asintió y le siguió a través de la multitud de personas. Los susurros parecieron aumentar con cada paso que daba.

―¿La viste con esa alfa?

―Qué puta, engañando a Jennie a la cara.

―Tan inocente que se ve y es una gran zorra por dentro.

Los ignoró, los empujó hacia abajo, los deslizó por el suelo, fingiendo que no le hacían daño.

Mientras caminaba, buscó a la castaña a su alrededor, y la vio conversando con otros alfas y omegas, encendiendo un puro. A su lado, Shuhua le ayudó con el encendedor, inclinándose contra ella, y ambas se rieron como si hubieran compartido una buena broma.

El lugar tenía cuatro terrazas que daban hacia las piscinas y el resto de la parcela. Para su propia fortuna, llegaron a una vacía, y Rosé sacó un cigarrillo para encenderlo. Se lo ofreció a Lisa, pero la omega lo rechazó con amabilidad.

Qué fortuna que ese día no estuviera lloviendo, a pesar de ser inicios del invierno. Probablemente en enero empezaría a nevar.

Miró a Roseanne.

―Estoy embarazada ―le dijo, y la otra enarcó una ceja―, y Jennie no lo sabe.

La más alta se tomó su tiempo para responder: dio una calada y exhaló el humo, que se esfumó con rapidez en el frío aire invernal. Desde el interior de la enorme casa salían las risas, conversaciones, la suave música. A pesar de que las separara un ventanal, la omega seguía sintiendo los ojos puestos en ella.

―¿Por qué no lo sabe?

Lisa lo pensó un momento, tratando de encontrarle sentido a todo. A esa ridícula situación en la que cayó y de la que no podía escapar, porque lo más doloroso era saber la inevitable verdad: ella seguía queriendo a su alfa, a pesar de todo. Tal vez fuera culpa de la marca, que generaba esos sentimientos, pero, ¿qué importaba? Lisa no lucharía contra ella. Ella no fue criada para luchar, sino para contentar, y no sabía cómo escapar de esa realidad.

Jennie no le amaba. Jennie le engañaba. Sólo estaba para saldar la deuda de los Kim y nada más.

Y, a pesar del ofrecimiento de Rosé, el futuro a su lado era muy incierto y oscuro. A eso, por supuesto, se le sumaba lo evidente, y es que ella no le quería ni amaba de esa manera. Lisa prefería el futuro que conocía, al lado de la alfa que tenía su corazón, y ese era Jennie. Aun cuando Jennie no le quisiera.

―Porque tengo miedo ―confesó―, de lo que significa. De decirle y no ver alegría o emoción en sus ojos. De decirle y que sólo me dé una palmada en la cabeza, como si ya hubiera cumplido con mi deber.

―Lisa...

―Lo sabrá, por supuesto, no puedo ocultárselo ―quería abrazar a Park, pero debía contenerse, porque la gente la vería y Jennie también podría verla, e iba a enfurecerse con esa humillación―, o puede que sí. Por dios, con suerte va a casa, no me toca ni me mira. Podría parir en un hospital sin que se enterase.

―No digas eso, Lisa ―Rosé le agarró el brazo―. Mira, no soy la más indicada para decirlo, pero le preocupas.

―Por supuesto, soy su mujer ―se rió―. Sería un escándalo que yo me muriera y ella no mostrara el más mínimo afecto.

―Lisa ―volvió a insistir Rosé.

Se quedaron en silencio. La más alta pareció notar que tocarla no era la mejor idea, así que, con lentitud, alejó su brazo. Volvió a darle una calada a su cigarrillo.

―Me gustaría que fuese niña ―comentó, y eso bastó para hacerla llorar.

Se giró, de espaldas hacia el ventanal que llevaba al interior, y dejó que las lágrimas cayeran por sus ojos. Rosé tuvo la sensatez de no abrazarla, a pesar de que parecía tener las ganas de hacerlo, pero también se dio vuelta y se ubicó a su lado.

―Por favor, Lis, ¿cuándo vas a florecer? ―suspiró Roseanne, con cariño.

―El día en que le diga todas sus verdades a Jennie ―bromeó Lisa entre sollozos.

Permanecieron en ese lugar hasta que el frío secó las lágrimas de la menor y el llanto desapareció poco a poco, aunque su cabeza comenzó a doler. Genial, lo que le faltaba.

Quitó los restos de lágrimas de sus mejillas, enderezándose y mirando hacia el interior de reojo. Todavía le quedaba una larga noche por delante, pero ya quería irse a su cama.

―Necesito el baño y arreglar este desastre ―dijo, agradecida de no haberse aplicado sombras en los ojos, porque si no habría parecido un payaso en ese instante―. ¿Entras, Rosé?

―No, deja que consuma el cigarrillo ―contestó en un gesto despreocupado.

Lisa le observó con rapidez, adivinando enseguida que no sólo era el cigarrillo, sino un momento para ella. A pesar de que Rosé dijera que estaba bien con su rechazo, era obvio que también le hacía daño. Eso era lo que más odiaba Lisa en esa situación, el saber que podía causarle daño a alguien a quien apreciaba.

Le murmuró una despedida, entrando al lugar para dirigirse con rapidez hacia el baño, esquivando con agilidad a las personas para no quedarse conversando con ellas. Para su propia fortuna, nadie se detuvo a verla, porque la omega sabía que sin Jennie, no era importante para ellos.

Una vez en el baño, hizo sus necesidades y luego mojó su cara con agua para quitar los rastros de llanto. Se quedó un momento allí, tomando aire y sabiendo que ya debía buscar a Jennie. Tal vez, si tenía suerte y lo veía fastidiada, podría sugerirle regresar a casa.

Salió del baño, caminando por el pasillo hacia el salón principal. Al salir, escuchó unas risitas.

―¿Notaste lo horrible que viste? Parece que sacó ese vestido de la basura.

Lisa se volteó a verlas: eran dos mujeres, mayores que ella, apoyadas en la pared y sosteniendo unas copas con champagne. Ellas miraron a otro lado, pero todavía tenían sonrisas socarronas en sus rostros.

―¿Disculpen? Creo que dijeron algo sobre mí ―habló, con la voz grave.

Ellas tuvieron la decencia de enrojecer.

―No, claro que no ―dijo la de cabello corto y vestido rojo―, de seguro escuchaste mal.

―¿Sí? Estoy segura de que escuché que decían que mi vestido es de la basura ―replicó.

La otra mujer, una alfa de pelo negro y vestido azul, rodó los ojos. La mujer de vestido rojo era omega, lo que explicaría esa actitud más pasiva.

Lisa, por lo normal, ignoraría ese comentario y seguiría de largo, pero ahora estaba muy cansada. No entendía el motivo de todos esos murmullos, de esos susurros. ¿Y qué si vestía mal? ¿Y qué si no le había dado hijos a Jennie?

―Bueno, es que lo es ―habló la alfa, despectiva―. Sólo... Mírate, no te comparas al resto de omegas de aquí. Ahora entiendo por qué tu esposa tiene amantes.

Apretó sus manos en puños, la rabia recorriéndola, pero la alfa se enderezó. Era más alta que Lisa.

―Eres tan insignificante ―continuó―, una pequeña basura que no contentaría a nadie. Ni siquiera sirves como criadero, ¿cuatro años de casada y ningún hijo? Eres una burla.

Sumado a la rabia, las ganas de llorar volvieron, porque la alfa parecía saber exactamente qué decir para hacerle daño. Esa valentía que sintió desapareció, y ahora lo único que quería era correr lejos de allí, lejos de ese lugar.

―Basta ―masculló, y su voz se quebró.

La otra mujer sonrió.

―¿Siquiera sirves para follar? ―agregó, con una mirada de asco―. Lo dudo mucho, tu culo debe ser muy suelto, como el de una puta-

―¡Cállate! ―gritó, enfurecida.

La omega se encogió, con pánico en la mirada. Sin embargo, la alfa tenía los ojos refulgiendo por la ira.

―¿Cómo te atreves a mandarme a callar? ¿Quién mierda te crees-?

―Mi esposa, por supuesto.

Lisa aguantó el aire, volteándose para ver a Jennie de pie ante la multitud. La omega, de pronto, fue consciente de la gente que las rodeaba, de lo que esa alfa dijo, y la humillación provocó que su rostro se pusiera roja. Todos debieron escuchar lo que dijo, incluso Jennie, que miraba a la alfa azabache con calma. Con calmada cólera, se veía en sus ojos.

―¿Puedes repetirme lo que dijiste sobre mi omega, Nanhee? ―habló Jennie, dando otro paso. Lisa vio las manos de la castaña temblar.

―Señora Kim ―barboteó ella―, no lo decía en serio, sólo...

―¿Bromeabas? ―le interrumpió Kim―. Si es así, no entiendo la broma. Lisa, ¿era una broma? ¿Te causó risa todo lo que dijo?

La omega sacudió su cabeza en una feroz negativa, pero también habló:

―Jen ―murmuró―, quiero irme a casa, por favor.

―Por supuesto, preciosa ―contestó Jennie―, sólo tengo unas cuentas qué arreglar ―pareció pensarlo un poco antes de volver a hablar―. Nanhee, estás despedida. No quiero ver tu rostro nunca más en ninguna compañía Kim, y me aseguraré de que no seas contratada en otra empresa. Tú y tu omega están fuera de los negocios de mi familia.

―¡Se-señora Kim! ―suplicó, espantada.

―Además, hablaré con los padres de Lisa ―continuó, despiadada―, y me encargaré también de que cancelen tus préstamos y asesorías. Les diré cada palabra que dijiste sobre su hija, y puede que ellos hablen con otras personas para hacer de tu vida una miseria.

―Por favor...

―Por último ―Jennie apuntó a Lisa―, quiero que te pongas de rodillas, te inclines y le des las disculpas a mi omega sobre toda la mierda que dijiste. Si no lo haces, Nanhee, ni siquiera te daré un finiquito.

Hubo un instante de silencio entre la multitud de personas. La alfa, humillada y derrotada por completo, obedeció con los ojos llorosos.

―Lo siento, Kim Lalisa ―susurró, a punto de llorar.

―Que patética, Nanhee ―escupió Jennie, antes de voltearse a la multitud―. Espero que sirva de lección para ustedes, también. Si vuelvo a escuchar cualquier estupidez contra Lisa o sobre mi matrimonio, no dudaré en hacer esto. Incluso si Lisa me dice que la están molestando, y si no tiene ninguna prueba, también lo haré, ¿queda claro?

Otro silencio sepulcral en el salón. Lisa, a lo lejos, vio a Nayeon con la boca llena de comida y a Sana con la mano levantada, alimentándola. Ambas parecían a punto de aplaudir.

Jennie estrechó los ojos y las respuestas no se hicieron esperar.

―Sí, señora Kim.

―Por supuesto, no se preocupe.

―Jamás haríamos eso, señora Kim...

La alfa se volteó hacia Lisa, que le observaba con la garganta apretada. Caminó hacia ella, y con suavidad, le agarró la mano.

―Bien, vamos a casa. Ha sido un largo día, Lisa-ah.

Asintió con la cabeza y se dejó llevar. La gente les abrió paso, sin decir nada, y la música pronto volvió, pero nadie parecía qué esperar exactamente. Jennie no se detuvo, sacándola del salón y caminando hacia el auto.

Fue, en ese momento, que Lisa se percató de que Jennie sostenía algo: una bolsa de caramelos.

Cada fiesta de navidad, siempre se daban de regalos bolsas de caramelos a las parejas que tenían hijos, para que las llevaran a sus cachorros.

―Jen ―habló, y su voz salió ronca―, ¿y esa bolsa?

―¿Ah? ―la alfa parpadeó, mirando el pequeño regalo―. Ah, es para ti. Sé que te gustan mucho los caramelos. Te la daré, pero no te los comas enseguida, que luego te duele la tripa ―agregó, con una mirada de advertencia.

Lisa hizo un débil puchero, que tembló de forma inevitable, y las lágrimas volvieron a caer. Por dios, ¿es qué podía ser más llorona? No entendía cómo sus emociones estaban tan revueltas en ese instante, pero sólo quería que esa sensación de constante miedo desapareciera.

―Lo siento ―sollozó.

―¿Qué dices, bebé? ―cuestionó la mayor, abriéndole la puerta del copiloto y sentándola―. ¿Por qué pides perdón?

―Por... Por a-arruinar la noche... ―lloró, recibiendo la bolsa de dulces.

―No has arruinado nada ―le agarró de las mejillas y le dio un beso en la frente―. Por Dios, casi me lanzo a golpear a esa mujer, Lili...

―¿Escuchaste todo? ―preguntó la rubia.

―Por supuesto ―el tono de la alfa también era grave―, no podía creer las tonterías que escuchaba, ¿cómo se les ocurrió tanta mierda? ―otro beso, ahora en la punta de la nariz―. Veamos, ¿por eso crees que te estoy engañando? ¿Has estado escuchando tontos rumores, bebé?

El llanto aumentó. Lisa la abrazó y lloró en su hombro, destrozada, cansada, quebrada por toda esa situación. Jennie le devolvió el abrazo, consolándola con cariño y ternura, acariciándole la nuca. No la soltó hasta que sintió que se calmaba un poco, lo suficiente para darle otro beso, en la comisura de la boca. Jen olía a cítricos y cigarros, pero a Lisa no le importaba una mierda.

―E-ellos dicen que no soy suficiente ―trató de explicar―, que yo jamás te voy a satisfacer, que... Que jamás te daré un cachorro, Jennie, y eso...

―Eso es pura mierda. Lis, sólo inventan cosas porque sus vidas son veneno puro ―le volvió a agarrar de las mejillas―. Mírame, mírame ―la omega trató de observarla, pero terminó por bajar la vista―. No, mírame, Lisa ―Jennie le agarró de la barbilla, obligándola a levantar su cara―, y escúchame: yo jamás, jamás, te voy a engañar, ¿está bien? Tú siempre serás suficiente para mí, me satisfaces más de lo que yo espero, y un cachorro no me importa en este momento. Lo que dije el otro día, fui una idiota, ¿bueno? Fui una estúpida y sé que te lastimé, pero no volverá a ocurrir, ¿me crees?

Lisa volvió a llorar y Jennie la abrazó una vez más. Se quedaron en esa posición, a pesar del frío, por varios minutos, hasta que la menor hipó y sorbió por su nariz, en clara señal de que ya se calmó un poco. No sabía por qué lloraba exactamente, porque todo era un cúmulo de emociones en ese instante y lo único que quería era hacer un nido con su alfa.

Jennie pareció adivinarlo, porque le besó en la boca. Los labios de Lisa sabían salado por las lágrimas.

―¿Vamos a casa? ―le preguntó, dándole otro beso―. Podemos hacer un nido...

―Hazme el amor ―suplicó la omega―, y luego, hagamos nuestro nido, Jen...

La alfa asintió, soltándola y cerrando la puerta. Rodeó el auto y subió al asiento del piloto, saliendo pronto de esa parcela para dirigirse al hogar que compartía con Lisa. En menos de media hora, estaban entrando entre nuevos besos, gruñendo y gimiendo a medida que caminaban. El recorrido nunca se le hizo tan largo para Lisa, que jadeaba y dejaba que Jen le besara y marcara el cuello.

―Te quiero ―gruñó la castaña―, te adoro tanto, preciosa...

―¿De verdad? ―masculló Lisa―. ¿Lo dices en serio?

―Nunca he dicho algo tan en serio como esto ―afirmó, y las ropas volaron por el cuarto, que se llenó de más gemidos y jadeos.

Diez minutos después, Lisa se acurrucó contra Jennie, sucia y pegajosa, pero sin importarle un poco. El cuarto olía a feromonas, relajándola y haciéndola cerrar los ojos por el sueño. Qué extraño fue, pensó, porque Jennie se corrió primero, sin embargo, no se detuvo: la masturbó, besándole el cuello, hasta que Lisa también terminó llegando al orgasmo y tocó el cielo.

Ahora, agotada, cansada, no quería alejarse nunca más de su alfa. Su única alfa, el amor de su vida, a pesar de todo.

―¿Sabes? ―dijo Jennie, acariciándole los cabellos, y la omega levantó la vista. Observó las mejillas coloradas de Jennie, su mirada risueña, y Lisa le besó la barbilla―. Me tomaré unas vacaciones.

―¿Sí? ―parpadeó por la sorpresa, pero la coreana le sonrió, como si fuera una niña pequeña, llena de emoción.

―Claro ―Jennie comenzó a besarle el rostro, enderezándose y volviendo a ubicarse encima de ella. Lisa la recibió sin problema alguno―. ¿Vamos a la nieve, como me pediste el año pasado? Desde navidad hasta año nuevo.

―Pero la conexión... ―gimió Lisa.

―A la mierda la conexión ―volvieron los besos en la boca, calientes, lascivos―, quiero disfrutar de mi bonita esposa como corresponde.

Lisa no pudo decir que no. Jamás podía decirle que no a Jennie.

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