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❈•≪Epilogo≫•❈

MinGi se pasó ambas manos por el rostro, si bien era sábado y el sol lentamente caía por el horizonte, se sentía como si en realidad fuera lunes y tuviera que alistarse para una larga jornada de trabajo en la empresa. Pero no era así.

Sacándose las sábanas de encima, arrastró sus pies hacia el baño. Luego de comprobar la hora dos veces, fue que se metió debajo de la ducha. La temperatura fría del agua fue como una caricia para sus músculos. Ni siquiera estaban rígidos, sólo ligeramente tensos en algunas zonas. No había sido su mejor mes pero tampoco el peor, o eso concluyó mientras se rodeaba la cintura con una toalla.

Su ducha había sido corta pero lo suficientemente larga como para refrescarse. Era la tercera que tomaba así que estaba bien, en la noche tomaría una más prolongada de todos modos.

De regreso a su habitación tomó un pantalón de mezclilla cualquiera junto con una remera negra y se colocó las prendas una vez su cuerpo se secó. Recién eran las cuatro así que todavía tenía tiempo suficiente como para, antes de verse con WooYoung, comer algo con GyeongHui.

Tenían una conversación que abordar.

Cita que corroboró, se mantuviera en pie una vez se halló cerca de la rústica cafetería en la que habían acordado verse. A comparación de días anteriores, hoy el sol se encontraba en su punto más alto e intenso. Sus rayos eran como fuego que incluso podía notar a través de la tela. Era un fastidio absoluto. Su piel no estaba irritada pero la sensación de escozor era superficial, perceptible. Y podía apostar que si se mantenía más de cinco minutos con alguna parte de su cuerpo expuesta, el salpullido no tardaría en mostrarse.

Pero no había nadie a quién pudiera culpar, no en específico al menos. La sociedad y su constante evolución como desarrollo tecnológico en todos los aspectos habían ocasionado que la naturaleza y el clima en sí mismo se desestabilizara. Lo único que él podía hacer era adaptarse. Su especie había pasado por grandes cambios, desde los primeros vástagos hasta lo que hoy en la actualidad se conocían como vampiros así que, esperaba y casi deseaba que en algún punto sus cuerpos fueran capaces de desarrollar una mayor resistencia al sol. Porque carajo, ya estaba en sus quinientos años. A esta edad lo mejor que podía hacer era quejarse, quejarse y quejarse un poco más. Se le daba bien.

—¿Otra vez refunfuñando por lo bajo?

Apartándose de los rincones de su mente, levantó la mirada y dio de lleno con el rostro redondo de la vampiresa. Sus ojos oscuros lo recibieron como siempre lo habían hecho en estos últimos siete meses; impasibles y calculadores. Una mirada tan poco entrañable pero familiar.

Sus labios se curvaron en una sonrisa cortés y ocupó el asiento frente a ella con naturalidad.

—El sol es una mierda.— decretó con un vago encogimiento.

—Es una pena que no pueda decir lo contrario.

Él asintió, la rubia portaba un vestido con estampado de lunares. Era corto, un diseño lindo pero simple y lo considerablemente pegado a su silueta esbelta como para atraer miradas sobre ella. Un atuendo ideal para combatir las intensas temperaturas y cazar, pero inefectivo en contra de las irritaciones o los salpullidos grotescos que aparecerían en su piel. Al no ver ni siquiera una rojez sobre su palidez, pudo apostar que tenía una diversa cantidad de protectores que evitaran su aparición.

Cuidados necesarios que debían tomar pero si alguien quería ponerle los dientes encima a esa vampiresa en cuestión, no lo culparía si hacía una mueca de asco. No era el sabor más agradable que uno pudiera experimentar, más cuando se mezclaba con el espeso correspondiente a la sangre.

Era una combinación repudiable y ciertamente vomitiva.

—Entonces— inició la rubia, su timbre fue uno dulce pero impersonal—, ¿por qué querías verme?

—¿Querías sumar a otras personas, no?

Sus cejas cafés y gruesas se alzaron, interesadas en su mención.

—Dijiste que eso no era lo tuyo.

Su garganta vibró con entendimiento. Eso era cierto.

Actualmente tenía 564 años, pese a sus anteriores experiencias y negativas con respecto al asunto de abrir sus relaciones y sumar otros participantes, se sorprendió a sí mismo haciéndolo. Bueno, lo intentó hace un siglo en realidad.

En ese tiempo había variado de compañeros con bastante regularidad y un par habían tenido la influencia suficiente en su persona como para que accediera a complacer dichos caprichos. Hizo a un lado su aversión y aplastante inconformidad para intentarlo y tener bases más fuertes con las cuales decir que eso no era lo suyo en el futuro.

La revelación que llegó a él no fue extraordinaria ni asombrosa, para nada. En verdad fue simplista y predecible. Le incomodaba la idea de estar en relaciones grandes, repartir su atención y dividirla en más de dos personas. A la par que, le incomodaba que otros tuvieran la atención de su fuente principal. Estar enredado con más de un ser en una cama tampoco le genera una erección o ponía su sangre a correr, por el contrario, la enfriaba. A lo que concluyó que, como siempre supo, no estaba ni interesado ni predispuesto a ese estilo de vida. No había nacido para sumergirse en esas aguas.

De ahora en adelante, él podría decir que lo intentó cada vez que alguien tuviera alguna queja que poner en alto sobre el tema. Por algún motivo eso funcionaba mejor cuando se trataba de hacer callar a los indiscretos en su especie.

—Y en efecto es así.— confirmó con tranquilidad. No habían muchos humanos en esa pequeña cafetería, pronto notó—. Lo que me llevó a pensar que quizás va siendo tiempo de dejarlo. Tengo reservas y tú obviamente nuevos anhelos.

Los delgados labios de la mujer se alzaron con sutileza.

—¿Mi fecha límite ya llegó?

—Ya lo hizo.

—¿Y esto nada tiene que ver con la caja que encontré hace semanas en tu armario escondida y por la que pusiste un grito en el cielo, cierto?

Lo que le atrajo de GyeongHui en primer lugar, fue su ingenio. Era astuta aparte de hermosa, su frivolidad por otro lado nunca le produjo alguna sensación en particular. Sólo como bien dice, aquella vez que encontró la dichosa caja y hurgó en ella con tranquilidad e hizo interminables preguntas, fue que le crispó. Nada más allá. Pese a decirle que sólo contenía recuerdos, la mujer no se convenció y en cada oportunidad que tenía, sacaba el descubrimiento a colación. Su actitud inquisitiva mató cualquier rastro de pasión que le quedara.

Habían sido unos buenos siete meses a su lado, podía reconocer, pero no quería otro ni más. Esos le habían bastado.

—En lo absoluto, querida.

La aludida enarcó una ceja—. ¿Seguro?

Su escepticismo le parecía fascinante por algún motivo, así que sonrió. Podría haber dado con la caja antes y eso no habría afectado su juicio.

—Totalmente.

—Ya veo, no todos los días me citan para dejarme, ¿sabes?

—Lo superarás.

—Lo sé.— y con una elegancia propia, se puso de pie—. Fue agradable conocerte, que tengas suerte en lo que sea que hagas.

—Lo mismo va para ti, querida.

En cuanto la rubia de larga melena le extendió la mano, él besó su dorso en despedida antes de verla marchar y perderse en la agitada intemperie. Y así, sin más; acabó. Rápido, cortés y sin mayores emociones o intercambios. Con un profundo suspiro fuera de sus labios, se levantó y salió también. El calor del verano le dio la bienvenida de manera sofocante, haciéndolo resoplar.

Fue a mitad de camino cuando un entusiasmado WooYoung lo interceptó, colgándose de su cuello de forma brusca. Robándole una mueca disgustada.

—Trajiste la cámara.— comentó cerca de su oído, su tono alegre.

—¿Por qué no lo haría?— replicó, alejándose—. Acepté ver esto contigo y tomar algunas fotos, nunca fallo a mi palabra.

—Sí, sí, sí. Lo sé.— dijo y su mano se sacudió en un ademán desinteresado—. Creí que vendrías con Gyeong, ¿no le gustaban las flores?

—Terminamos.

Esa era una actividad tranquila de la cual la mujer le había comentado que gozaba cuando se hallaban en temporada de ver a las flores abrirse. Y tan pronto su amigo hizo mención de tener este gusto también, le sorprendió. Aún si era reciente. A WooYoung le encantaba ir de un sitio al otro, permanecer quieto no era su fuerte y por ello le sorprendió que le pidiera ir hasta al río Han a observar como cierto tipo de flor cobraba vida.

Era verano y habrían muchas personas, prefería estar en su casa si tenía que ser honesto, pero el desbordante entusiasmo ajeno le convenció. Los siglos podrían pasar y él seguiría concediéndole ciertas atribuciones al convertido.

Lo único bueno que pudo destacar de la situación fue que, para cuando se encontraron cerca de llegar, el ocaso teñía los cielos. Las conocidas tonalidades le dieron al firmamento de vibrantes gamas. Lo que hicieron de sus anteriores quejas unas insignificantes al poderlo retratar en una fotografía.

—¿Por qué?

—Porque ya no tenía nada que ofrecerme o que yo quisiera de ella.

—¿Y no estás triste?

Tras un bufido se giró a verlo—. No, me gustaba pero no demasiado. ¿Por qué el excesivo interés?

—Sólo es curiosidad, fueron muchos meses a su lado y era linda.

Sus ojos se entrecerraron al notarlo mirar en distintas direcciones.

—Cuando divagas es por algo, ¿qué tramas?

Como anticipaba, su pregunta fue evadida torpemente y el vampiro ofreció que tomara asiento en una banca en lo que iba por bebidas. Sus abundantes sonrisas y amabilidad injustificada lo hicieron obvio; en efecto, tramaba algo. Mentir nunca fue su fuerte, era pésimo de hecho. Y si bien tenía la opción de irse, decidió quedarse. Quería ver con qué le salía su pequeño amigo en esta ocasión. Hace veinte años le había regalado un gato, no podía ser peor que eso.

Cruzaría sus dedos para que así lo fuera.

Dios, incluso cuando WooYoung finalmente hizo las pases con San en una fiesta forzada de navidad a la que habían sido sometidos hace cien años, no hubo otro acontecimiento que lo dejara sin palabras. Ver como esos dos expiaban sus demonios y pasaban de estar tensos a ser más amistosos con el otro después de casi trescientos años, fue alucinante y extraño a partes iguales.

Creyó que el resentimiento había opacado cualquier rastro de aprecio que el más joven alguna vez tuvo por el mestizo. Pero no fue así, al parecer. Porque aunque tardó, pudo perdonar que lo haya convertido. Era algo digno de reconocer, en su opinión. Con 544 años WooYoung había madurado increíblemente.

En algún punto de sus consideraciones personales, su móvil vibró en señal de que había recibido un mensaje. Que el remitente fuera el ahora rubio, no le asombró. El contenido por el contrario, puso notorias arrugas en su frente.

Fue un poco gracioso la manera en la que esto se dio.
Si me preguntas, creo que fue el destino pero claro, eso es un poco estúpido. Nos topamos y lo sugerí, insistí mucho aunque deberías aprovechar para que él te lo cuente. Estaré con San por si ya sabes, luego quieres buscarme y golpearme, no te culparé si lo haces.

Pero recuerda, las segundas oportunidades son únicas. Te la mereces, tómala.

Debió ser algo sencillo de comprender a qué se refería, pero en ese entonces nada se lo ocurrió. Estuvo confundido viendo a la pantalla por un minuto o quizás dos hasta que alguien le habló. Satanás sabe cuánto tembló su corazón ese día, asustado de que fuera YunHo.

Desde que WooYoung había conocido lo que era el perdón, no había dejado de darle cátedra sobre cuán beneficio podía ser en la vida de cualquiera, que debía implementarlo y basura similar. Llevaba más de trescientos años sin hablar o ver a YunHo desde que lo despidió, por allá en 1890. Por lo que su indirecta brilló con demasiada obviedad para los conocedores de la disputa. Sin embargo, nunca la tomó en cuenta ni nunca lo haría.

Su vida había conseguido armonía desde que no estaba a su alrededor, por lo que no lo traería devuelta.

Pero cuando ese tono ligero con tintes bromistas se pronunció en medio del bullicio, se fue a blanco. Sus ideas, sus conjeturas y hasta el pensamiento más básico desapareció de inmediato. La conmoción le robó el aliento y a pesar de encontrarse viéndolo, la incredulidad lo mantuvo en un impresionante estado de negación.

Todas sus expectativas fueron derrumbadas de una manera tan sencilla que era absurdo.

Allí estaba, parado a menos de cinco metros, Kim HongJoong. Cuatrocientos siete años después de que hubieran terminado, quién lo diría. Era asombroso. Su cabellera oscura ahora era clara, de un color caramelo que le sentaba bien, lacia y ordenada. No había crecido ni un centímetro, podía apostarlo. Pero su rostro había madurado, sus facciones en sí no habían cambiado demasiado contrarias a su cuerpo que ganó masa muscular en ciertas áreas. Estaba conmocionado, genuinamente impresionado por su presencia.

El resoplido que escapó de sus labios fue involuntario, producto del asombro. No sabía si debió esperarse esto o no, pero ahí estaba..., intentando digerirlo, tal vez. No tiene idea para ser franco.

—¿Puedo sentarme?— preguntó el mestizo ante su silencio.

—Claro, no hay problema.

Fue lo único que consiguió decir una vez espabiló. Su boca se sentía seca y sobre sus manos había una extraña sensación de sudor. Todo ese encuentro lo tenía con vértigo.

—Gracias.— murmuró—. Creí que las fotos no te gustaban.

En un vistazo rápido, se enfocó en la cámara que colgaba de su cuello y que ahora le parecía inútil.

—Aparecer en ellas, tomarlas es distinto.

Con un breve asentimiento, la criatura se mostró comprensiva. Sus ojos castaños vagaron por el festivo alrededor que los envolvía. No parecía interesado en nada en particular, sólo miraba. Para distraerse, quizás. Sus ojos absorbieron del perfil impropio por última vez antes de que se clavaran en la distancia; en la quietud del río Han.

Ninguno dijo nada por largos minutos. Hasta que los colores rojizos-naranjas en el cielo mutaron y los matices oscuros empezaron a mostrarse. Las sombras en las calles se alargaron y no hubo brisa que llenara el aire seco.

La ligera tensión entre ellos se mantuvo, no creció pero tampoco los arrastró al extremo de la incomodidad. Lo que fue favorecedor. Casi un alivio. Sus pensamientos al respecto no pudieron estirarse mucho más, gracias al carraspeo ajeno que captó su atención y le hizo virar hacia quien estaba a su derecha.

—Lo siento.— farfulló en un tono inestable, sus dedos entrelazados y su cabeza caída. Viéndolos—. Yo..., bueno, te debo una disculpa.

El corazón del moreno se sintió trastabillar; hablarían de eso. Estaba sucediendo y más pronto de lo que anticipó. Dios, se sentía como una ilusión. Él nunca esperó que esto pasara. Pensó que su vida continuaría como si nada y que ese acontecimiento pasado se quedaría almacenado en sus memorias.

—¿Por qué ahora?— cuestionó en función de que el silencio no los aplastara—. Pasaron muchos años, ¿no crees?

—Lo sé pero...

—¿La culpa no te deja dormir?

La sonrisa que aquellos labios rosados formaron fue desganada—. No necesitamos hacerlo.

—No lo necesitamos.— concordó con lentitud—. ¿Entonces?

—Quizás sea algo de culpa pero— su voz sufrió de una inflexión cerca del medio, sus dedos incluso se apretaron entre sí con nerviosismo—. Tú fuiste compresivo conmigo y yo sólo me fui, falté a mi palabra, hice una promesa que no cumplí y desaparecí... pude decir algo.— agregó en un susurro lastimero—. Pude habértelo dicho pero yo..., yo... sólo...

—Ya no importa.— declaró al interrumpirlo, su tono fue claro y amable—. Por si te preocupa, no te guardo ningún resentimiento. Eras joven, en tu lugar habría hecho lo mismo. Lo entiendo, en...

—No me justifiques.— pidió casi en un ruego, haciéndose hacia delante y cubriéndose el rostro. Apenado—. No estuvo bien, no lo merecías. Fuiste...

—Ya no importa, en serio.

—Sí lo hace— cortó con brusquedad, enfrentándolo—. No fue justo para ti, fui egoísta y...

Enderezándose, MinGi exhaló con profundidad y tuvo el atrevimiento ansioso de llevar sus manos a las mejillas impropias. Estaban igual de suaves a lo que recordaba, pero la frustración le ponía sombras de congoja innecesarias.

—¿Recuerdas cuando solía hacer bromas de que eras un crío?— preguntó con suavidad y aunque reticente, el bajo asintió—. Bien, porque era la verdad. Tú eres muy joven entonces.— agregó con una fugaz sonrisa—. Me conociste a mí y a tres vampiros intensos que te doblaban en edad, tus amigos no fueron mejor consuelo, te mintieron y tuviste presiones de todos sitios. Estabas ahogado y asustado, no te culpo por lo que hiciste. Deja de mortificarte por eso.— le exigió solemne, mirándolo directo a los ojos. Aquellos orbes castaños brillaban con lo que parecían ser lágrimas contenidas y al notarlo, su estómago se encogió—. YunHo y lo que te hizo, yo lo vi. Quisiste resguardarte, lo entiendo. En serio lo hago.

—Pero te fallé.

—¿Y qué más da eso ahora?— farfulló con su ceño arrugado, soltándolo.

—Se supone que uno no lastima a quienes quiere, ¿no?

Así que eso le molestaba, destacó para sus adentros. Deslizándose unos centímetros en su asiento, cruzó sus brazos pensativo. Pese a que se fue, el mestizo no consiguió superar esa etapa. O no del todo.

—Es raro que lo admitas tantos años después cuando siempre te negabas a hacerlo.— comentó con su voz arrastrada, viéndolo de soslayo.

—¿Sabes que bromeaba, cierto?

Ante su ahogada contestación, sus comisuras se estiraron hacia arriba con efímera diversión.

—Por supuesto que lo sabía, tú estabas loco por mí en aquel entonces.

—Y mira cómo te pagué.

La frustración quemó su pecho, volvían a lo mismo y la insignificante cámara que colgaba de su cuello empezaba a irritarle. Pasándose ambas manos por el rostro, se tragó un improperio. Le decepcionó, sí. Faltó a su palabra y encima le rompió el corazón. Grandes daños, podía reconocer. Le habían dejado marca también pero las sanó. No era su primer corazón roto y lo que le hizo YunHo fue peor.

No se trataba de comparar tampoco, simplemente de hechos. Y quería que el otro lo entendiera, pero su terquedad lo tenía atascado en la negativa absoluta. Rechazando ver más allá.

—WooYoung me mandó un mensaje, dijo que le costó convencerte, ¿quieres hablar de eso?

—No quieras cambiar el tema, te conozco.

—Maldición, HongJoong, no voy a discutir esto.— exclamó con notable exasperación—. No tengo nada qué perdonarte, sólo déjalo ir. Suéltalo, por favor.— agregó con sus dedos presionándose en las sienes—. Si me conoces, sabes que soy honesto. No te guardo rencor. Mierda, incluso a ti te han roto el corazón y lo superaste. Tus amigos te mintieron, de seguro te sentiste traicionado pero aquí estás, ¿no?

El silencio apenas duró después de eso. Fue más como un lapso reflexivo.

—Ya no hablo con YeoSang y apenas sé qué sucede en la vida de JongHo, pero no estamos mal realmente sólo distanciados.

Él asintió comprensivo, era lógico que incluso para ese grupo de amigos las cosas no hubieran concluido de buena manera. Para ser franco, le hubiera asombrado si, sí.

—¿Y te arrepientes?

—No, no con YeoSang.— confesó por lo bajo, en un tono evasivo—. Verlo me enojaba. Si hubiera sido..., no sé, sincero yo supongo que lo comprendería. Entiendo que no le gustaras pero, ¿no fue un poco extremista?

—Bastante.

Aclarándose la garganta, el mestizo dijo—. ¿Tú y YunHo...?

—No somos amigos desde aquello.

—Lo siento.

—¿Por qué?— inquirió y sus hombros se encogieron con indiferencia—. No fue un mal amigo pero creo que la costumbre nos mantuvo unidos y WooYoung. Principalmente él.— aseguró con firmeza—. YunHo estaba muy arraigado a los criterios que se tienen en los aquelarres.

—Y creer que casi ya ni existen.— farfulló con ánimo inestable. En un intento de humor fallido.

Increíblemente esas pequeñas sociedades secretas, cerradas y que le habían dictado cómo vivir su vida en sus primeros años, hoy eran cosa del pasado. La evolución suponía.

Jesús, incluso la forma en la que los humanos veían a los vampiros había cambiado. Ahora tenían espacios en los medios, en las redes y en cualquier sitio básicamente. Menos la política. Eran aclamados y la mayoría quería asociarse con ellos, en los negocios o entre las sábanas. Tenían mejores tratos y ya no eran escoria que erradicar. Pese a las ventajas que esto significaba, lo sentía como algo sofocante.

Pero se acostumbraría, su existencia entera se basaba en eso después de todo. Era insulso y un ciclo que no podía alterarse. Perdía la gracia cuando se vivía por tanto tiempo.

Decidiéndose que ya había sido suficiente de estar sentado y percibiendo sus piernas tensas, se enderezó de repente. Lo que atrajo la atención del vampiro que le acompañaba y hasta el momento había estado atrapado en sus pensamientos.

—¿Quieres ir a dar una vuelta?

Los ojos afligidos del castaño se posaron en los suyos casi de inmediato, y observándolo con detenimiento se percató de sus hombros caídos y de su apariencia compungida. Ante la imagen comprobó dos cosas; su corazón volvió a doler, en primer lugar y en segundo, esa criatura seguía afectándolo. Un hecho que en realidad no debía sorprenderle.

Tras exhalar con profundidad, se agachó hasta colocarse en cuclillas frente al mestizo.

—Te ves triste, ¿qué sucede?— preguntó con suavidad—. ¿Alguien te hizo algo?

Confundido, el vampiro más joven ladeó su rostro a la derecha. Sutiles arrugas resaltaron en su entrecejo.

—¿Qué...?

—Soy Song MinGi, un pura sangre de 564 años. Tengo una empresa de negocios, ¿qué hay de ti?

Con su expresión desfigurada por el desconcierto, el castaño se hizo hacia atrás. Todavía sin comprender qué hacía, lo que le pareció encantador al alto. Sus labios quisieron curvarse en un gesto tierno y mostrárselo, pero lo reprimió exitosamente.

—¿Hola?— pronunció para enfocarlo—. ¿Quién eres tú?

—¿Por qué eres así?— cuestionó—. Yo te...

—Pienso que eres un poco lindo y no tengo compañero ahora mismo, tal vez podamos ser compatibles.— explicó en un tono totalmente causal, uno que puso aún más interrogantes en el rostro impropio—. Hueles dulce, me gusta eso.

Y con esas palabras, lo hizo reír. Fue una acción breve y un tanto desganada, pero le conformó. Vio sus dudas caer a la par que su actitud se tornaba en una de completa rendición. Aceptando seguir su juego.

—Soy Kim HongJoong, un mestizo de 527 años. No trabajo actualmente y estoy soltero. Un gusto.

Sonriéndole, estrechó sus manos—. El gusto es mío.— le dijo—. ¿Querrías dar una vuelta conmigo?

—Seguro— y sin más se puso de pie, sus ojos castaños le dieron una mirada inquisitiva—. ¿Siempre te acercas a los extraños?

—No, me conoces.— murmuró luego de chocar sus brazos con ligereza. Su mirada alzándose al oscuro firmamento—. Mira, para ser honesto no pensaba tomarlo en cuenta pero mientras más lo pienso, más me digo; ¿por qué no?

—¿De qué hablas?

Al respirar con profundidad, el noble se preguntó, ¿qué tenía que perder? Claramente eso no era una casualidad ni obra del destino, por el contrario, toda esa situación había sido orquestada por WooYoung. Entonces, ¿por qué no aprovecharla?

Estaban allí ahora, el tiempo había pasado y ellos habían cambiado. ¿Por qué no?, se seguía repitiendo.

—¿Qué dices sobre empezar de nuevo?

—¿En toda la extensión de la palabra?— preguntó, la intriga teñía su voz. Cuando sus ojos se encontraron, el moreno le dio una corta afirmación—. No estoy en contra como habrás visto.

Con un sonido pensativo, el de oscura cabellera no habló al instante sino que esperó hasta que llegaran a un semáforo en rojo.

—¿Qué tal si lo hacemos?— las cejas contrarias se elevaron, una acción que mezclaba la sorpresa con la incredulidad—. Hablo en serio.— se adelantó a decir—. Ya no somos los mismos, nuestros trabajos son otros al igual que nuestros pasatiempos de seguro cambiaron.

—Así que, ¿empezar de cero?

—Empezar de cero.— confirmó el pura sangre con un rápido asentimiento.

La incertidumbre tensó el corazón de MinGi, vio los autos pasar y captó algunos retazos de conversaciones ajenas. Su pie se movió inquietamente y se halló a punto de volverse a pronunciar en un afán por decir algo que rompa con el silencio entre ellos pero HongJoong se giró en su dirección y de improvisto, se atrevió a entrelazar sus meñiques. Fue un movimiento simple y que inyectó en su organismo una dosis sofocante de adrenalina.

—Esta vez— susurró, viéndolo fijo a los ojos con determinación—. Hagamos las cosas bien, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Sus pulgares se presionaron entre sí en una acción concluyente a la par que sus labios se estiraban en sonrisas ligeras, libres de preocupaciones y cálidas.

Fue en ese encuentro dado en esa noche de verano y con el contacto de sus yemas, que ambos sellaron un nuevo rumbo en sus vidas.

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