❈•≪09. Visita inadvertida≫•❈
—¡Señor Song! ¡Señor Song! ¡Señor...!
El aludido detuvo sus pasos al mismo tiempo que miraba por sobre su hombro, enfocándose en la silueta de su secretaria, que apresurada se encaminaba en su dirección.
—¿Qué ocurre?— preguntó cuando la mujer se detuvo frente a él.
—Alguien está esperando por usted, señor.— anunció tan pronto su respiración se reguló, como si no hubiera recorrido un tramo largo en tacones—. Según se me informó, ahora mismo se encuentra en su oficina.
—¿Y esa persona es...?
Casi de inmediato, la mujer de corta cabellera movió sus ojos hacia abajo en busca del dato solicitado en su agenda personal—. Kim HongJoong, señor.
Ante la contestación recibida, YunHo a su lado le dio una mirada evaluadora. Interesado por su reacción o por saber qué hacía el mestizo allí. Ignorándola agradeció a la mujer por el aviso. Una vez se le recordó sus actividades del día, MinGi retomó su andar. Dando grandes zancadas para dejar a su amigo atrás.
No estaba interesado en charlar sobre nada que pudiera preguntar, eso y que no tenía idea de qué hacía la criatura allí. Si se le preguntaba por ello, no sabría qué responder. La última vez que se vieron fue hace horas y éste nunca le comentó que se pasaría por su trabajo. Pero teniendo en cuenta que era de los que iban a su propio ritmo sin considerar a nadie más, no le sorprendía.
Su cabeza se sacudió con desapruebo ligero en el momento que se halló frente a la puerta de su oficina y con un suspiro se dispuso a abrirla. Al ingresar, sus ojos no tardaron en divisar la silueta de HongJoong, estaba a unos pasos de su escritorio y en cuanto advirtió su presencia, sus ojos pasaron a verle y sus labios a ladear una sonrisa.
—Señor Song, un placer volver a verlo.
El moreno se dirigió directo a su escritorio luego de resoplar una risa sin gracia, pasando del mestizo. Sobre la superficie colocó el manuscrito corregido al que debería de darle un vistazo pronto y su vaso de café a nada de acabarse. Con esto en su lugar, se enfocó por completo en su inesperado invitado.
—¿Cómo conseguiste subir hasta aquí?
—Gracias a mis encantos y al elevador, por supuesto.
Una de sus cejas se enarcó con lo escuchado, al mismo tiempo que su mirada recorría el cuerpo del más bajo. Portaba tejanos desgastados, una camisa blanca con dos botones superiores desabrochados y para cerrar, su cabellera estaba levantada de forma que su frente quedaba al descubierto.
Su editorial no tenía código de vestimenta, pero conociendo a sus guardias, ellos se lo pensarían tres veces antes de permitir que alguien con su apariencia ingrese a sus instalaciones. Lucía arrebatador y ese era el problema, desentonaba con notoriedad. Del lugar y del resto. Además, su secretaría jamás dejaría que alguien esperara por él en su oficina. Estuviera en ella o no.
Decir que era inusual el que ahora lo hubiera hecho, sería quedarse corto.
—Estira tu brazo.— pidió el noble, luego de largar una exhalación profunda. El mestizo se mostró confundido pero de todos modos le obedeció y le extendió su brazo derecho. Sus ojos castaños observaron cómo su meñique y el contrario se entrelazaban a la par que las yemas de sus pulgares se presionaban entre sí—. ¿Prometes no volver a hipnotizar a mi personal?
La resolución pareció llegar a HongJoong en el instante que sus cejas se elevaron y sus labios formaron una pequeña O, para que seguidamente el desconcierto quede a un lado y la diversión se abra paso en su expresión, manifestándose en una risa.
—Lo prometo.— aseguró con la mueca alegre todavía decorando sus labios—. En mi defensa, uno de tus hombres me preguntó si no me hallaba en el lugar equivocado; ¿no deberías estar en el distrito rojo con el resto de furcias?— masculló entre dientes, recitando con exactitud las palabras que recibió.
—¿Recuerdas quién fue?— preguntó cuando el contacto entre sus manos se perdió.
—El más robusto, tenía canas y una barba dispareja.
MinGi asintió, ese sujeto estaba casi en sus cuarentas—. Hablaré con ellos luego.— aseguró con suavidad—. Ahora dime qué haces aquí.
—Quiero que vayamos a comer juntos.— su respuesta fue rápida y sincera—. Es mi turno de invitarte y oh, ten. Para ti.
Fue algo torpe pero al final aceptó los dulces que se le entregaron. Apenas pasaron dos días desde que le habló de ellos y sin embargo, ya tenía una reposición de sus dulces. Una sonrisa quiso curvarse en sus labios por el gesto.
—¿Tú sabes que debes llamar con antelación, cierto?
—Sí, pero supuse que estarías disponible si venía en el mismo horario. Incluso está nublado.— agregó en un intento por convencerlo. Su cabeza apuntó hacia los ventanales—. ¿Qué dices?
Ignorando la mirada expectante en el mestizo, no encontraba motivos para negarse. Exceptuando su horario, aún así no dejaría que la ida del joven sea infructuosa y en vano.
—Sólo procura llamar la siguiente vez.
Con sus palabras, el pelinegro dio varios aplausos al aire, entusiasmado por que hubiera aceptado. Dejándose hacer, permitió que lo arrastrara fuera de su oficina. Su travesía hacia el elevador y de éste a la entrada, estuvo acompañada de espectadores y sus miradas curiosas. No todos los días veían como un "hombre" más joven tiraba de la muñeca de su jefe para llevarlo a quién sabe dónde. Pese a ello, le hubiera gustado que disimularan.
—¿Siempre usas trajes cuando trabajas?
—No, sólo en ocasiones importantes como reuniones con los escritores y el equipo. Sería incómodo e ineficiente usarlos todo el tiempo.
—¿Y cómo vistes usualmente?
—Informal.
La única respuesta que obtuvo fue una risa y por el resto del camino anduvieron en silencio. Era agradable así que a ninguno le molestó. Lo disfrutaron de buena gana. El cielo cubierto de nubes grises y sin rastros del sol por ningún lado ayudó a la atmósfera ligera de prisas.
Doce minutos después se encontraron ingresando a un local bastante amplio, la decoración era excéntrica por todos lados y los tonos en las paredes oscuros; marrones y rojos para ser precisos. Habían cuadros también, hombres y mujeres en diferentes posiciones, cuerpos tocándose o simplemente posando de manera sugerente. La iluminación era tenue para ser alrededor de las cinco de la tarde y en cuanto a la concurrencia, no era mucha pero tampoco podía decir que poca. Todos parecían estar en lo suyo, ya sea comer o charlar. En su perspectiva, el lugar era una mezcla extraña entre un café y un bar nocturno cualquiera.
Y mientras más miraba, más parecidos hallaba con esto último.
Por su mente surcó la fugaz pregunta de si a ese lugar se iba únicamente a comer tan pronto llegaron a un sitio que dividía las mesas con telas. Algunos tenían las suyas abiertas y otros completamente cerradas, sus siluetas apenas y se distinguían. Estaba impresionado, no sabía si de buena o mala manera.
Nunca había estado en un sitio como ese antes.
—¿Qué te parece?
—Cuando pruebe la comida te diré.
HongJoong se rió pero le dijo que estaba bien, podía esperar. Al ver el menú, MinGi no destacó nada particular, la variedad de comida que ofrecían era interesante y los precios lucían razonables, incluso en las bebidas alcohólicas.
Así que optó por ordenar una sopa de tofu, el mestizo en cambio ordenó un bistec a punto medio que acompañaría con vino. Un espumoso que le comentó, era muy bueno y debería de probar. Siete minutos exactos tuvieron que pasar para que sus platillos llegaran, lo que encontró relativamente rápido.
El noble notó el primer aspecto peculiar cuando el espumoso del vampiro fue servido, su color debería de ser claro, entre las gamas del amarillo y el rosa, pero el existente en la copa impropia era de un vibrante cobre. La segunda peculiaridad que notó fue en su propia sopa, el aroma que prevalecía por sobre los otros le era familiar y si tenía que ponerlo en palabras sería oxidado.
«Por Cristo...»
Los labios del moreno se torcieron en una mueca disgustada en cuanto el líquido caliente bajó por su garganta. Sus interrogantes comenzaron a aclararse.
Pero quería algo más certero antes de concluir nada, por lo que estiró su mano y sostuvo la copa ajena—. ¿Puedo?— preguntó cuando su mirada fue correspondida. Ante la respuesta positiva le dio un pequeño sorbo a la bebida; intenso declaró con rapidez y malditamente picante. El sabor le asqueó—. ¿Todo aquí contiene sangre?
—La mayoría de alimentos.— contestó con simpleza su compañero—. Estás en Horizon, ¿qué esperabas?
El moreno enarcó una ceja—. ¿Y qué carajos es Horizon?
—No puedo creerlo.— exclamó el vampiro más joven, honestamente sorprendido. Sus luceros se habían expandido a la par que sus cejas se curvaban—. Me di cuenta que no tenías idea de adónde nos dirigíamos pero no lo sé, pensé que conocías el nombre al menos, es popular ¿sabes?— la excitación en su voz no se perdió, al contrario, aumentó a medida que agregaba más y más—. En nombre de Vlad, pero si no hay vampiro coreano que no haya estado aquí. Aunque sea una vez.— farfulló con incredulidad, sus palabras se vieron acompañadas por su índice en un gesto enfático—. Creado para nosotros— pronunció explicativo, ayudándose de su mano para señalar ambos cuerpos— y sólo para nosotros. Los únicos humanos que lo conocen son donadores.
—¿Donadores?— repitió, esperando no haber oído mal.
—Sí, ofrecen su sangre a cambio de dinero. El dueño los elige cuidadosamente.
—¿Cuánto lleva funcionando?
—Según JongHo, 70 años.— respondió el pelinegro luego de pensar en ello por unos segundos—. Él me introdujo.— el mayor sólo pronunció una exclamación gutural, demasiado asombrado para decir algo—. Es un punto en común para todos, creí que sabrías de su existencia.
—Acabamos de comprobar que no es el caso.
—Sorprendente, teniendo en cuenta que pareces estar al tanto de los "peligros" para nosotros allí afuera.
—Me gusta mi vida y quiero ver qué tiene para ofrecerme sin meterme en problemas, es normal que lo sepa.
El mestizo concordó, dándole la razón pero decidido a zanjar el tema—. Entonces, ¿cuál es tu opinión?, me interesaría escucharla.
—No tengo idea de quién es la sangre en mi sopa, pero su gusto es desagradable. Acapara el resto y está oxidada, no es mi tipo.— sentenció con franqueza, su ceño se arrugó inconscientemente. Dejando a la vista su descontento.
—La idea es que te gustara, aunque sea la comida.
—No es tu culpa, mi paladar es algo... singular.
Su amante sonrió—. Lo sé, YeoSang suele quejarse del suyo a veces. Sólo que él se considera extravagante.
—Bastante modesto de su parte.
HongJoong entornó su mirada pero no dijo nada, en su lugar sostuvo su cuchillo con firmeza y lo acercó a su dedo índice. La punta de acero se apoyó en la parte superior de su yema y bajó por ella con determinación, la piel se separó y el líquido carmesí brotó fuera. MinGi observó el espectáculo con atención, no se esperaba que el pelinegro hiciera eso.
—No es necesario.— murmuró por lo bajo, en un tono arrastrado. Y a pesar de sus palabras, no hizo nada para evitar que las gotas rojizas aterrizaran en su sopa.
—Pagarás por esto, tienes que comerlo.— le recordó el contrario sin ninguna emoción en particular—. Tener mucho dinero no es sinónimo de tirarlo estúpidamente.
—¿Estoy siendo regañado?
—Tal vez— dijo el pelinegro y mordió su labio inferior en un intento por no reírse—, ¿debería ser más contundente?
El noble pronunció un sonido evaluativo—. Dejar de sonreír te haría ver más creíble.
—Pero menos atractivo, así que paso.
—Creo que incluso serio continuarías siendo atractivo.
La sonrisa del mestizo se ensanchó, complacido—. Yo creo que te gusto demasiado para que hagas un cumplido como ese.
—Oh pequeño, no estaría aquí sentado si no fuera el caso.— replicó con un encogimiento de hombros, ahora sí, disfrutaba de su sopa. La sangre de su compañero acaparó por completo el sabor de la anterior y desconocida.
—¿Estás diciendo que soy un privilegiado?
El alto allí no estaba insinuando nada, lo afirmaba. Carajo, si fue a conseguirle un postre en la madrugada, con su apariencia verdadera en la superficie. Visible. Y en dos malditas ocasiones, porque en la noche anterior se le volvió a antojar.
Le estaba cumpliendo cada estúpido capricho sin oponer resistencia y la culpa no era de nadie más que propia, lo sabía bien.
—¿En tu opinión no lo eres?— preguntó en respuesta, una de sus cejas enarcándose y con su rostro ladeado, expectante.
—Sigues siendo un bastardo cuando te llamo.— farfulló con un encogimiento, apuntándolo con su tenedor.
—Sinceramente nunca llamas por algo importante. ¿Qué esperas que diga cuando me hablas del clima?— su queja no era exagerada ni teatral, él estaba siendo serio—. Vivimos en el mismo lugar, no me das mucho con lo que trabajar.
—Te doy suficiente en realidad.— masculló el impropio en objeción, su tono tranquilo—. Debes esforzarte para entretener a tu presa, ¿recuerdas? Se te podría escapar.
—¿Ah sí?— susurró al enderezarse—. Soy un cazador, lo que significa que soy bueno rastreando, deberías tener eso en cuenta.
La forma que los humanos tenían en cazar, no era tan diferente al mecanismo que los vampiros usaban. Reconocimiento del territorio, su extensión y posibles salidas, obstáculos, escondites y atajos, eran iguales en esos aspectos. Los tenían bastante en consideración, de hecho. No querían alborotos ni testigos. Allí es donde usaban el aroma de la persona y su sangre, si conocías ambos, la ventaja se agrandaba. Estos aspectos resaltarían de los otros que no. En cuanto a las trampas, los humanos usaban armamento que inmovilizaba a los animales, sin embargo ellos preferían optar por algo menos doloroso y que mantuviera la sangre dentro del cuerpo. Es allí donde creaban ilusiones. Jugaban con sus mentes.
El hacerlo ocasionaba que la víctima elegida se alterara, su ritmo sanguíneo se disparaba, volviéndose audible como dos tambores golpeados con furia. La presa podía ocultarse, pero sus latidos la delatarían. Era una práctica retorcida pero efectiva, el pánico brotaba fuera de sus poros y creaba un camino para ellos. Directo y sin lugar a las confusiones. Además, la sangre en ese estado era tan enloquecedora, pura y cargada de frenesí. Todo un manjar.
Pero él la había probado en tantos estados distintos y prefería ingerirla de buena manera, entregada por voluntad de la fuente. Si su sangre era naturalmente dulce, en el sexo lo sabría aún más y si el portador estaba feliz, el sabor era indescriptible.
En la actualidad pocos usaban ese método tan ruin, ya que les bastaba con acechar y seducir. Estaba también el detalle de que su existencia era de público conocimiento, habían personas encantadas con servir de alimento, no tenían que volverlas casi locas para conseguirlo.
—Eso quiere decir que tienes contactos, ¿no?
—Bastantes.— confirmó con simpleza.
HongJoong le miró, el brillo en sus ojos castaños era conocedor—. ¿Estás queriendo decir que me buscarías?— su tono pretendía ser monótono pero la jocosidad de su buen ánimo lo imposibilitaba—. Ya no estamos en 1700, ¿sabes? Puedo tomar mis propias decisiones.
—Por favor, tú ni siquiera tienes idea de cómo era la sociedad en esa época.— masculló MinGi en un resoplido, bajando su copa de agua—. Apuesto a que ni siquiera tus amigos lo saben.— su comentario se ganó una rodada de ojos que no le importó.
—Ese no es el punto.
—No lo es.— admitió en reconocimiento—. Tú puedes tomar las decisiones que quieras, pero eso y escapar, son asuntos totalmente diferentes. Con decir que quieres dejarlo, estará bien.
El mestizo se encogió de hombros—. Me gusta dejar grandes impresiones.
—Te aconsejo que en su lugar procures que sean buenas.
—Lo intentaré.— su contestación fue baja, carente de emociones. Una promesa que no se cumpliría—. Pero si la primera vez que nos conocimos no hubiera dejado una impresión tan fuerte no estaríamos ahora conversando, ¿no crees?
—¿No fue una casualidad?
—Para lo que se espera que suceda dentro de un bar, lo fue. Sin dudas.— el alto enarcó una ceja, en un gesto silencioso que demandaba por más información. No se conformaría con palabras a medias—. De acuerdo, no voy a mentir. Ya te había visto. Eres alto, grande y sentado donde estabas llamaste la atención de varios. Tus ojos eran como faros, así que decidí adelantarme a cualquiera.
Para sorpresa del pelinegro, el noble rió—. Tú en serio eres impulsivo.— exclamó con diversión, con su cabeza sacudiéndose.
—Lo soy, gracias.
De ahí en más, su conversación giró entorno a temas irrelevantes. Disfrutaron de su comida y ligeras bromas hasta que tuvieron que regresar a sus respectivos trabajos. Había sido una tarde tranquila y sin mayores particularidades, lo que agradecieron. Pudieron conocer un par de detalles del otro así que estaban satisfechos.
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