Todos los cazadores deben morir (Gascoigne, Henryk y Eileen) Especial 7k
Después de enamorarme locamente de la imagen del capítulo, vayamos a este especial 7k. ¡Gracias por seguir leyéndome!
En este One Shot nos remontamos a la muerte de Gascoigne, al lore de Henryk y al mal final de Eileen.
¿Vamos a ello?
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Nuestra pequeña cazadora albina caminaba por las calles de Yharnam arrastrando su hacha por el suelo. No había monstruos que matar cerca, estaba todo limpio. Cuando cae el rey, caen los súbditos, eso dicen... pero no era necesario matar a una gran bestia para que los pocos cuervos o perros que quedaban se escondieran. Ahora era el momento de ir a casa de Gascoigne y explicar... explicarle a su hija mayor lo sucedido con su familia. Dejar de lado la parte en la que ella había matado a su padre estaba bien, pero por lo demás, debía ser la verdad. Ella tendría más tacto para contárselo a Viola.
Caminando por la plaza acercándose a la zona, se le anudaba en la garganta el pensar que tenía que terminar de joderles la vida a unas niñas que tenían demasiado encima. Pobres...
Se detuvo en la puerta de su casa y miró la fachada con sus ojos rosados. Hora de la verdad. Allá vamos...
Llamó a la puerta interpretando una melodía con los golpes para que las niñas supieran que era la cazadora, ya que tenían confianza con ella para dejarle entrar en casa y no hablar a través de la ventana. La pequeña Viola abrió la puerta.
- ¡Cazadora! - dijo con una sonrisa - ¿Has encontrado a mis padres?
- Eeehhh... ¿Puedo entrar? - dijo con una sonrisa fingida - Tengo algo de frío...
La niña se apartó de la puerta y dejó entrar a la cazadora, que buscaba a su hermana mayor con la mirada.
- ¿Dónde está tu hermana, Viola? - preguntó.
- No se fiaba de ti - dijo subiéndose a la ventana a mirar - Ha ido a buscar al abuelo.
- Anda... - susurró la cazadora de brazos cruzados - encima de que vengo a ayudar con buena voluntad no se fía de mí... espera... ¿¡QUE?!
Zoba avanzó con grandes pasos hasta ponerse enfrente de la niña.
- ¿Qué ha ido a dónde? - dijo alterada, aunque no quería asustarla.
- A buscar al abuelo, ya no hay monstruos fuera - contestó con inocencia.
Zoba se llevó las manos a la cara y se tiró de la piel agobiada. Luego empezó a caminar en círculos.
- Mira que os dije que no salieseis ninguna de la casa, aunque no veáis monstruos están, están escondidos, pero noooooo, no me hacéis caso... ¿y tu abuelo dónde vive? ¿Quién es?
- Vive... - la pequeña hizo memoria - En Yharnam.
- ¿En qué parte?
- En su casa.
- Al menos dime cómo se llama... - la cazadora se deprimía.
- Abuelo Hendy :3
- Ahh... - Zoba suspiró con las manos en las caderas - Bueno, el compañero de Gascoigne... es normal que lo consideréis abuelo... en fin, ¿y ahora yo que hago? ¿Voy a buscarla? ¿Me quedo contigo? ¿Voy a por Henryk?
La cazadora estaba devastada. Realmente no tenía ganas de nada y había muchas cosas que hacer. La niña sacó un juego de mesa con un tablero que empezó a colocar.
- Quédate conmigo... juega un poco hasta que vengan...
Zoba suspiró. A ver si jugando un poco podía despejar su mente de la masacre que acababa de ver.
*
Pasados varios minutos y con la partida a medias, la hija mayor entró por la puerta. Zoba se levantó rápidamente y fue con ella.
- ¿Por qué saliste? - le preguntó enfadada - ¿No ves que es peligroso?
- El abuelo no vive lejos - dijo bajando la cabeza - y me ha traído hasta aquí, se fue a buscar a mamá.
Zoba se asomó a la puerta, buscando al cazador de amarillo con la mirada. Lo encontró corriendo a gran velocidad por la última calle y saltando por una verja rota. Ella no iba a seguirle, sólo a asegurarse de que él realmente había traído a la niña hasta su casa. ¿Seguirle y que se vengara de ella por lo de Gascoigne? Eso es de locos, y a nuestra cazadora aún le quedaba mucha cordura. Él iba a enloquecer... pero es un destino casi inevitable para todos los cazadores.
- Creo que... irá mejor dicho a buscar a papá... - dijo con un suspiro.
- No, va a por mamá - dijo la niña quitándose el abrigo - El abuelo Henryk cuida de mamá.
Zoba dio otro suspiro. Sí, seguramente Gascoigne se lo hubiese dicho, si a él le pasara algo, debería cuidar de su familia, o algo así.
- Niñas... voy a salir, y creo que no volveré en mucho tiempo - dijo con seriedad - No salgáis de aquí, ninguna de las dos, hasta que vuelva. ¿De acuerdo? ¿Tenéis comida suficiente?
Las niñas asintieron con expresión aburrida y vieron a la cazadora marcharse. Zoba empezó a caminar, ahora pensando en un lugar donde resguardar a las niñas y en su próximo destino. Pero... ¿cuál es la característica de esta cazadora? La curiosidad que lleva en las venas, y sus pies la llevaron hasta el puente que la acercaba al Camposanto de Oedon. Ella pensando, se dio cuenta en medio del puente.
- Oh, venga... - dijo mirando alrededor - Bueno, supongo que me pilla más cerca la lámpara de allí... y de paso le echo un vistazo a Henryk... uno pequeño... bueno total, si tengo que pasar por su lado si está ahí.
Así que la cazadora saltarina fue dando botes hasta llegar al Camposanto, donde dejó sus saltos de niña pequeña para ir a pasos lentos y de puntillas sin hacer ruido.
Asomándose al portón, buscó entre los oscuros rincones la ropa amarillenta de Henryk. No estaba abajo, entre las tumbas, ni cerca de donde descansaba el cadáver de Gascoigne hecho una bestia. Estaba arriba, escondido entre las secas ramas de unos árboles, sentado en la barandilla, mirando a la luna. Si el cazador bajaba la cabeza, tenía una panorámica perfecta de todo el Camposanto y nada se escaparía de sus entrenados ojos. La cazadora se escondió detrás de la puerta y puso toda la resignación que tenía en su cuerpo en un gesto de desconsuelo.
- Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda... - dijo quejándose en voz baja.
Pero ya no había marcha atrás, la lámpara estaba ahí en medio, tan bonita, blanca y reluciente... y el cazador subido a la barandilla que podría saltarle encima en cualquier momento. Un canijo salió de debajo de la lámpara bostezando y estirándose. La vio de reojo asomada al portón y la saludó alegremente con la mano y le pidió que fuera con él. La cazadora hizo gestos para que no se riese ni se moviese tanto, que tenía al cazador encima, pero el canijo no entendía. Ella le puso un dedo en los labios y el canijo se tapó la boca. Zoba miró al cazador, sumido en el brillo de la luna, y se decidió a salir de su escondite.
Yendo de puntillas con sus botas de cazadora, empezó a poner el pie donde no había piedras ni baldosas, sólo el musgo que crecía en la tierra, del fresco, no del seco, que cruje bajo la suela.
Sin quitar los ojos del cazador dorado, Zoba avanzaba despacio, esquivando piedras y tumbas, hacia donde estaba la lámpara con el canijo, que la animaba en silencio con un bailecito ridículo. Cuando le quedaban dos metros, se cansó de tanta lentitud y corrió hacia la lámpara, para marcharse al momento sin mirar al cazador.
Una vez se vio en el Sueño del Cazador, se relajó con un largo suspiro. Ahora debía pensar en las niñas y en qué hacer con ellas, Henryk no se encontraba en buen estado mental para cuidar de ellas.
Levantó la mirada para ver a la Muñeca dormida en su sitio de costumbre y pasó por su lado sin hacer ruido. Puede que limpiando su arma se le ocurriese alguna buena idea.
Dentro estaba Gehrman, en su silla de ruedas y apoyado en su bastón delante del fuego, con los ojos cerrados. No dormía, pues su respiración no era tan profunda ni se le oía roncar. Zoba sacó un paño húmedo y se sentó en un escalón a limpiar la sangre seca que quedaba en su hacha.
- ¿Eres de esos cazadores que limpia su arma siempre que tiene un rato, aunque sólo haya matado bestias y no personas?
Zoba detuvo su trabajo al escuchar la voz de Gehrman a sus espaldas. Este podía llevar a cabo una conversación muy interesante con Djura.
- No sólo he matado bestias hoy... - contestó continuando.
- Entiendo... la sangre que queda en el arma es un recordatorio de lo que has hecho, y el limpiarla con rapidez es un alivio de la mente... si quieres seguir manteniendo la cordura. Ya decía yo que la sangre de tu arma es demasiado negra para ser humana - dijo volteando un poco la cabeza hacia ella.
- Fue humano hace poco... un cazador... - Zoba no quería hablar, pero nuestro viejo Gehrman era muy curioso.
- Pensaba que odiabas pelearte con cazadores y que me dijiste que había alguien que ya se ocupaba de ello...
- Sí, pero...
- ¿Fue acaso una encerrona? - Gehrman se acercó a ella despacio en la silla - ¿No podías huir si no le matabas? (es lo que tiene la niebla que cubre las salidas...)
- Si - dijo sin mirarle - Pero no quiero hablar de ello. Tengo otra cosa de lo que preguntarle...
Gehrman no le contestó, sólo esperaba la pregunta a sus espaldas.
- ¿Qué harías tú en mi lugar... si encuentras dos niñas que lo han perdido todo? - dijo mirando al frente - ¿Dónde las llevarías tú para que estuviesen bien?
Zoba dio un respingo cuando el primer cazador empezó a reír.
- Hay que llevarlas a un lugar donde no haya preocupaciones para ellas, donde no recuerden a sus seres queridos ni tengan miedo nunca más - dijo el anciano con una sonrisa burlona - Donde nunca tengas que volver a preocuparte por ellas ni pasen necesidades.
- No las voy a matar, Gehrman - contestó Zoba con seriedad.
- Si no lo haces tú... ya lo harán otros - el anciano se colocó bien su sombrero con un suspiro.
- He matado a su padre... - confesó ella - Sucumbió a la bestialidad. Su madre también murió y un conocido de las niñas parece que también sucumbirá a la bestialidad.
- Así que te sientes culpable y quieres enmendarlo... - el viejo se acarició el mentón - Ah... los viejos cazadores éramos más resistentes que los de ahora y eran pocos los que sucumbían. Ya deben quedar muy pocos.
Entonces Zoba se dio cuenta de algo.
- Henryk... - dijo girándose hacia él - Se llama Henryk, y es un viejo cazador.
- Henryk... - el viejo repitió haciendo memoria - Sí, Henryk... le recuerdo. Siempre me ha parecido un cazador muy extraño...
- Es callado, eso sí, pero eso no quiere decir que fuese extraño - Zoba se levantó para acercarse más al primer cazador.
- No me refiero a eso - contestó mirándola - Antes casi todos éramos muy callados. Centrados en nuestro trabajo y nada más, con pocas amistades. Era raro porque usaba un atuendo resistente al rayo... cuando no hay monstruos en Yharnam que ataquen así. (tenemos una huesuda excepción, pero no me acuerdo de más)
Zoba lo meditó. Ciertamente, Henryk no lleva ropas oscuras como la mayoría para esconderse. ¿Y qué? Alfred tampoco las lleva, por ejemplo, aunque son instituciones diferentes.
- ¿Ese viejo cazador ha sucumbido, finalmente? - dijo Gehrman sin quitarle ojo.
- No, ha sido... el Padre Gascoigne - dijo ella mirando a otro lado incómoda.
- Aaahhh... Gascoigne... si la Iglesia no llega a interesarse por él, este hombre no habría llegado a ninguna parte en Yharnam... y fíjate todo lo que consiguió.
Gehrman iba a finalizar su relato ahí, pero Zoba no iba a permitirlo.
- ¡Cuento de Gehrman! - gritó levantando los brazos.
- ¿Cuento... de Gehrman? - la Muñeca asomó la cabeza por la puerta, recién despierta.
Antes de que se diera cuenta el viejo, su pequeña casa estaba lleno de canijos que se acomodaban y aparecían por donde podían. Gehrman alzó una ceja.
- ¿Tanto os importa la historia de alguien que no conocéis para nada?
- Oye, yo si le conozco... - Zoba se sentó también en el suelo - Y sabes lo metiches que son.
Gehrman apretó los labios y dio un suspiro de resignación. El cuento iba a comenzar.
Todo comenzó en el tiempo de los primeros cazadores, el grupo que yo lideraba, como el primero en formarse como tal. Los cazadores antiguos éramos rudos, fuertes y seguros de nosotros mismos, sin apenas ataduras ni distracciones, por lo que la bestialidad apenas llegaba a nosotros.
Recuerdo a Henryk por ser ese cazador de extraño ropaje llamativo, de bajo sombrero y rostro descubierto, casi siempre iba de los últimos en los pelotones y en las cacerías, no por ser cobarde, sino porque prefería estar alejado del resto. No era muy sociable, incluso menos que nosotros. Apenas recuerdo su voz...
El día en que llegó a Yharnam ese extranjero de espaldas anchas y gran altura, con un chal de clero en el cuello, pensé: ¿Qué hace este hombre aquí? Con toda la desgana del mundo, no me apetecía que fuese uno de mis cazadores, pues si era de una Iglesia extranjera, no sabría pelear. Y no es fácil enseñar a una persona crecida a pelear si nunca has tocado un arma.
El caso es que por ser un Padre fue acogido por la Iglesia y aceptado. Tenía fuerza, no lo niego, pero poco manejo con el hacha, el justo para indicarnos a todos que tal vez fuese leñador también, por lo que no llamaba la atención apenas entre los nuestros ni salía de caza con nosotros.
Como dije antes, los viejos cazadores apenas teníamos ataduras que nos preocuparan para seguir viviendo, nadie nos esperaba en casa ni le importábamos a nadie. Es más, incluso éramos tratados, a veces, como basura. Sin embargo, Henryk sí que tenía a alguien por lo que seguir viviendo; una hija, joven adolescente ajena al terror del mundo, sobreprotegida por su padre.
No me preguntéis si ella tenía madre, o si él tenía esposa., o tal vez fuese adoptada. Ese cazador hablaba tan poco que no gastaría sus palabras en hablar de su familia a los demás. El caso es que él la llamaba "hija". Ahh... cómo se llamaba... hablé con ella sólo una vez porque solía preparar comida para nosotros aunque su padre se enfadase con ella... mmm... ¡ah, sí! Viola...
Era inevitable que una chica que se escaqueaba de casa para ver a los cazadores y a su padre y sentirse útil conociese a ese nuevo cazador que no salía con nosotros y se quedaba partiendo leña para la Iglesia, pues ese cazador no se acercaba a nosotros, y ella se acercaba a saludar a todo el mundo.
Algo pasó entonces, el caso es que ella acudía más a menudo a hablar con el Padre, más si Henryk se marchaba conmigo y los demás. Hasta que parece ser, se enamoraron.
Henryk puede que fuese callado y algo arisco, pero no era tonto y se dio cuenta rápidamente de lo que pasaba ahí. No quería que su hija estuviese con un extranjero, no quería que fuese con un cazador que no hacía nada. Su hija era su tesoro, y era para él solo. No sé qué pasó después... pero deduzco que la encerraría en casa y le prohibiría volver a verle. Aunque al día siguiente, Henryk se arrepentiría de no haber matado al Padre...
La Iglesia determinó que Gascoigne debía ser un cazador, y que alguien debía enseñarle. Fijaos mis pequeños, cómo es el mundo, que entre todos los cazadores escogieron al que más le odiaba. Henryk debía entrenar a Gascoigne.
Lo de después es cosa de ellos. Supongo que lo entrenaría, con mucha mano dura, además, Gascoigne era un poco más joven que él, considerado algo mayor para Viola, pero parece ser la pequeña no se desenamoró. Henryk desde entonces llevaba la cara cubierta, pues no quería que ese hombre le mirase el rostro. Gascoigne llegó a ser un cazador, un gran cazador, además, recuerdo eso en mis últimos días allí, que se llegó a interesar por él los de la Liga... pero esos dos seguían sin llevarse muy bien. Si Henryk estaba con él, era por obligación.
Zoba, la Muñeca y todos los canijos seguían mirando a Gehrman, pero el viejo no continuaba. El primer cazador levantó la vista a verles.
- ¿Qué? ¿Qué miráis?
- Que sigas... - pidió la cazadora - Necesito saber que fue de ellos.
- No lo sé - confesó - Bastante sé y sin tener que importarme la vida de otros. Ya me fui de allí y no volví a verlos, pero por lo que me has contado, se casaron.
Zoba empezó a meditar lo que le ha contado muy rápido en su cabeza. Luego se levantó y empezó a salir saltando y esquivando a los canijos.
- ¿Qué tantas prisas, cazadora? - preguntó la Muñeca.
- ¡Tengo que hablar con Henryk! - dijo bajando en busca de la tumba para marcharse - ¡Si como dices es un viejo cazador, puede que no le haya afectado la bestialidad! ¡Sólo está tremendamente enfadado y dolido! ¡Puede ser salvado!
- Te va a matar... - Gehrman suspiró.
- ¡Pues volveré! - la cazadora se inclinó ante una tumba e intentó acceder al Camposanto, pero misteriosamente, no podía.
- Date prisa, cazadora, no llegues tarde - le pidió la Muñeca volviendo a su sitio de siempre.
Zoba se marchó por la lámpara de la Catedral, la más cercana. Allí se encontró con la persona que menos deseaba ver en estos momentos. Eileen caminaba sin prisa hacia el interior, y se detuvo al ver a la cazadora en el medio de la sala.
- Saludos, cazadora - dijo tras su máscara.
- Ei...leen... - dijo ella tragando saliva - Saludos...
- ¿Prosigues tu camino hacia las afueras? Sí, es lo mejor que puedes hacer, mantente alejada del Camposanto en estos momentos. Hay un cazador sucumbido a la bestialidad de esos que odias matar.
La cazadora tragó saliva y se puso delante del camino de la Cuervo. Ella la miró, oculta tras su máscara.
- Yo... yo lo... mataré... - dijo apretando los puños con algo de miedo.
- Oh... - la cuervo susurró - ¿te ves cualificada para vencer a un cazador que multiplica su fuerza y velocidad en unos instantes?
- ¡Sí! - ella le gritó, haciendo lo posible para que no fuera, conociendo sus intenciones.
- Pues yo no te veo cualificada - la cuervo pasó por su lado sin mirarla - Que sueñes no te facilita las cosas. No estamos hablando de que puedas morir, cazadora, estamos hablando de una vida que sufre, y debe ser aniquilada sin que sufra más dolor. Tú no lo conseguirías.
Zoba tembló internamente. No podía pelearse con Eileen y no es fácil hacerle entender que Henryk no estaba como el resto de los cazadores... no podía contarle la historia entera.
Cuando se giró para intentar de nuevo hablar con ella, un eco resonó en el pasillo. El eco de una pelea en el Camposanto.
- Maldición...
Dicho esto, Eileen empezó a bajar rápida como un destello y sin hacer ruido. Zoba no se quedó atrás y la siguió rápidamente. Eileen era mucho más rápida que ella, y por donde ella corría en las cloacas, ni siquiera se movía el agua de las pisadas de la cuervo.
Llegó al Camposanto para encontrarse a tres personas apuntándose con sus armas: el viejo cazador Henryk, la cazadora de cazadores Eileen... y un solitario cazador llamado Dabi. Dabi era especialista en aparecer donde siempre quedaba el carroñeo: un cazador herido, una batalla sin terminar, o en cualquier lugar donde llevase una clara ventaja. Le gustaba sentirse superior.
- Cazador... - dijo Eileen refiriéndose a este último - si es que así debo llamarte... lárgate. No pintas nada en esta batalla.
- De eso nada, vieja... - el de la guadaña sonrió - Yo lo vi primero... es mío...
- ¿Quieres que me deshaga de ti primero? ¿Es lo que vas buscando? - los tres estaban muy tensos.
- Yo no estoy sucumbido, es mi forma de ser - Dabi sonreía - Además, eso iría en contra de tu reglamento.
- ¿Acaso cuando te mate habrá alguien que me reprima mi reglamento? Estoy sola en esto. Siempre lo he estado.
- Parad, por favor... - la cazadora se puso en medio - Esta batalla no es justa, Henryk...
- Aparta, niña - Dabi la miró aburrido - Te mataría, pero tú no das juego. Me aburres.
- Escucha, no voy a apartarme, necesito hablar con él... - Zoba modo meme de Jurassic Park - está bien, no ha sucumbido a la locura...
- Silencio. Ya basta - la Cuervo puso la voz dura - Zoba, aparta. No te entrometas.
- ¿¡No lo ves?! ¡Le estoy dando la espalda y no me está atacando! - indicó mirando al cazador - Por favor, no le enfadéis...
- ¡Que te quites ha dicho la vieja, pesada!
Dabi se lanzó a por la joven cazadora y de un golpe de su arma la mandó a chocar contra las grandes escaleras. Después sólo se olían pasos rápidos y el chocar de los aceros. Zoba levantó la cabeza y escupió un poco de sangre con saliva. Miró preocupada a los tres cazadores que peleaban entre las tumbas. Eileen sólo se enfrentaba a Henryk, Dabi atacaba a quien veía un punto débil, y Henryk... se defendía de todo como podía. Pobre Zoba, no se podía meter en esa pelea... a no ser que...
Ella sacudió la cabeza. Odiaba esa forma de hacer las cosas, y Eileen se podría enfadar mucho más. Pero no quedaba otra... Rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar una pequeña bolsita con unas píldoras rojas. Cogió tres y suspiró antes de tragárselas. Tosió un poco porque una se le quedó en la garganta a la torpe, pero el efecto fue inmediato. Su cuerpo se llenó de vitalidad y con ganas de actuar. Su cuerpo se fortaleció y se volvió más rápida. Dio un gran salto hacia la batalla de un empujón, le devolvió a Dabi el golpe, que le mandó volando entre las lápidas.
Ahora ella tenía zonas del cuerpo con largos pelos blancos y la mandíbula más desarrollada. La bestialidad que le daban esas píldoras de sangre de bestia coagulada podría haberla salvado muchas veces, pero esta vez había que proteger a una persona inocente.
Zoba se movió rápidamente para interponerse entre Henryk, tirado contra la capilla, y Eileen, acechante delante de él. Ella soltó sus armas y estiró las manos delante de ella.
- N-No... - susurró.
Eileen la miraba oculta tras su máscara. Su bestialidad estaba desapareciendo lentamente, lo suficiente para dejarla hablar lo mínimo.
- No está... loco... está... muy triste.... - dijo bajando los brazos.
Eileen la miraba callada, y tras unos interminables segundos, juntó sus armas y las puso en su cintura. Luego empezó a caminar hacia atrás, sin perderles de vista, hasta meterse entre las sombras más oscuras y desaparecer.
Zoba miró hacia donde había lanzado a Dabi, y ya no estaba. No estaba en todo el Camposanto. Se giró cuando escuchó a Henryk toser y se inclinó. El viejo cazador levantó la vista perdida, buscando a la cazadora con sus temblorosos ojos azules. Al ver su cuerpo peludo humanoide, cogió su sierra dentada alerta y con ella se ayudó a levantarse.
- ¡No! - dijo ella tendiéndole las manos a la defensiva - ¡Estoy bien, estoy bien! ¡No soy una bestia!
Ella retrocedía a la vez que el herido cazador avanzaba hacia ella. Zoba miró sus manos, con las uñas largas, más grandes y peludas. Aún no terminaría el efecto. Henryk levantó su arma por encima de la cabeza y Zoba tuvo que improvisar.
- ¡Henryk, tus nietas te echan de menos!
El cazador detuvo su arma en seco. Zoba puso ver en el reflejo de sus ojos un gran miedo e indecisión. Zoba empezó a perder el pelo y a recolocar su mandíbula, volviendo a ser humana en su totalidad.
- Henryk... yo... estaba con Viola cuando su hermana fue a buscarte... ella me pidió encontrar a Gascoigne y a su esposa, pero... ya sabes. Cuando te vi ir hacia aquí tan rápido... sabía que te volverías loco... pero me equivoqué con el motivo... - ella se acercaba a él despacio - No puedo ni imaginarme lo que duele perder a lo que más quieres... porque yo nunca he tenido a alguien que dependa plenamente de mí para todo... pero sé que debe doler... debe doler mucho.
Henryk bajó su arma sin destensarse, mientras Zoba se quedaba a un metro de él, intentando ver lo poco que mostraba de cara.
- Estabas siempre vigilando a Gascoigne... no creo que llegaras a fiarte de él del todo, pero... pero no estás siendo consumido por la bestialidad... porque te quedan tus nietas.
- Sí llegué a fiarme... - escuchó Zoba susurrar tras el cubrebocas del cazador.
Zoba sujetó al cazador por sus hombros, pasando su brazo por los suyos al ver sus piernas flojear. Le acompañó hasta la escalera y le dejó con cuidado en un escalón. Henryk se dejó caer con cuidado tumbado, mirando al cielo y a la gran luna llena. Zoba se sentó a su lado, pues no quería dejarle solo.
- Gehrman... me ha contado cosas... - dijo sin mirarle.
Henryk tardó un rato en contestar.
- Gascoigne se salió de la Iglesia - dijo pesadamente - Pensaba que... quería evitar que siguiera vigilándole... pero sólo quería concentrarse en su familia. Protegerla... salía de casa a defender la zona... y tardé en darme cuenta de que era lo mejor que dejara a mi hija hacer una familia en paz, pues su marido era alguien... que de verdad la quería.
- Siento haber matado a Gascoigne... - Zoba se disculpó por aquello que se le anudaba en la garganta.
- Si no lo hubieses hecho tú, lo hubiera hecho yo... - el cazador suspiró con pesadez mirando el cielo.
Zoba le miró atentamente. Su atuendo amarillo brillaba bajo la luna, dejando ver algunas canas bajo su sombrero. Fue en ese momento en el que se dio cuenta que estaba tratando con un cazador mayor y veterano, aunque se desenvolviera tan bien como alguien joven como ella. Para Eileen debía ser lo mismo.
- Gracias... por detener la pelea - el viejo cazador se incorporó lentamente, seguido de ella - Si no hubieses comprendido qué me pasaba, ahora mismo estaría muerto. Y mis nietas...
- No me las des. Fue Gehrman quien me contó lo que sabía de ti. Lo mío fueron meras conclusiones acertadas.
- Bien - el cazador asintió recogiendo sus armas del suelo - ahora debo cavar una tumba doble. Mi hija querría descansar con su marido. Luego volveré a casa con mis nietas.
- ¿Te... ayudo? - preguntó ella.
- Es algo que debo hacer yo. Has hecho suficiente, cazadora. Tus bestias te esperan.
Dicho esto, el viejo cazador empezó a caminar por el Camposanto despacio, buscando el lugar ideal para el descanso de su familia.
Zoba dio un suspiro de tranquilidad, y se marchó rumbo a la catedral mientras daba al viejo cazador intimidad. Mientras, Henryk se disponía a hacer un hoyo en el suelo, pero un siseo le llamó la atención. Una dulce caricia letal, el sonido suave de un arma de acero desenfundándose. Se giró para encontrarse cara a cara con Dabi, en la puerta del Camposanto.
- Oh, viejo, que buen oído tienes - dijo el joven cazador - Será lo único que conserves en buen estado.
Henryk le miró sin contestar. Sólo empuñó más fuertemente su arma derecha con desprecio. Dabi se acercó para ponerse bajo la luz de una antorcha mientras se lamía un dedo. Estaba lleno de sangre, y el único golpe, a diferencia de Henryk, fue el que Zoba le dio para apartarlo. Eso no pudo hacerlo sangrar tanto.
- Mírate, estás lleno de heridas. ¿Pretendes que te deje ir? Cazador herido, cazador fallecido, mi querido Henryk.
El viejo cazador seguía sin hablar. No tenía nada que decirle a ese desgraciado.
- ¿Te ha comido la lengua el gato? Tal vez esto te haga decir aunque sea una maldición...
Dabi sacó de su bolsillo una muñeca de trapo, rubia con un vestido azul, salpicada en sangre. Los ojos de Henryk ardieron en llamas. Reconocía bien el juguete favorito de su nieta pequeña.
- Tus nietas eran realmente adorables. Escuché lo que dijo la cazadora entrometida y me dije que seguro estaban solas y asustadas... así que me dije de ir a verlas - Dabi sonrió lanzando la muñeca a los pies de Henryk - Eran muy guapas, se parecían a su madre. Así que... me da que vas a tener que hacer ese foso un poco más grande... para la familia entera.
Los ojos de Henryk podrían ahora mismo echar a arder si se prendiese el odio con el que miraba a ese cazador. Dabi los miraba provocativo mientras sacaba su arma para enfrentarse a él con una sonrisa de lado. Puede que esta vez, Henryk no pudiese contener su verdadera bestialidad.
*
Mientras, ajena a lo que estaba pasando en el Camposanto, Zoba volvió a la Catedral. Dio un suspiro calmado al ver a la prostituta recién llegada.
- Oh, cazadora...
Ella se giró a un lado al escuchar esa tímida voz, inocente y temblorosa, escondida bajo esa capa roja vieja y rota. El morador de la Catedral sacó un poco la cabeza para verla.
- Dime, ¿Querías algo? - preguntó ella.
- Oh, bueno, querer querer, no es muy seguro. Solo, a ver... - el morador buscaba las palabras adecuadas - Quería agradecerte. Desde que te conozco, han ido llegando nuevas personas, y eso es algo maravilloso. Me hace replantearme un mañana mejor.
- No es necesario que me agradezcas, tú me pediste que lo hiciera, después de todo - ella dejó sus armas en el suelo y se sentó en la alfombra que había enfrente de él, a descansar y dormir un poco.
- Sí, lo sé, en efecto, pero... lo digo porque... me llena de esperanza el trato que estas personas me están dando... y me hace pensar... que en futuro... hay un sitio para mí.
- ¿Por qué no habría de verlo? - dijo ella bostezando.
- Cazadora, no intentes hacerme un cumplido... - él sonrió frotándose las manos con lentitud - Sabes que no soy como el resto... pero estas personas me hacen sentie igual a ellos. Esa chica tan guapa, la nueva, me sonríe y me saluda; la señora beata me ha dado las gracias por encontrar la cuenta que se desprendió de su rosario; e incluso la abuelita me ha cosido un gran agujero que tenía en mi ropa - el morador hablaba con nostalgia y alegría - Todo es gracias a ti...
- Si tú no hubieras sido amable con ellos, no habrías ganado nada - Zoba se apoyó sobre sus brazos para dormir - Me alegran tus mejoras...
- Sí, por eso... yo... a ver... - él se rascó la cabeza por encima de la tela - Pensaba que... al acabar todo esto... podríamos ser...
Zoba abrió un ojo mirándole, esperando que continuase.
- No no, déjalo. Es mejor así. Ya tengo suficiente...
- Dímelo... - Zoba se estaba quedando dormida.
- Bueno, pensé... pensé en que tal vez... podríamos ser... amigos. No me malinterpretes, entiendo que no quieras, no estás obligada a serlo.
- Cuando pase todo esto, querido amigo, saldremos de la catedral y de este olor a incienso y te llevaré a ver Yharnam...
- Pero... - el morador sonrió con timidez ante la idea - yo no soy como el resto...
- Eres de una raza de antepasados a la nuestra, ¿Que hay de malo? Los Pthumerios nos hicieron lo que somos ahora. No te desveles pensando...
Zoba dio un gran bostezo y se durmió finalmente. El morador escondió su tonta sonrisa bajo la capa, lleno de ilusión por un mañana mejor.
*
Un tiempo después, Zoba paseaba por el Distrito de la Catedral. No había vuelto a ver ni a Henryk ni a las niñas, y se preguntaba cómo estaban. Realmente, nunca pensó que cuando ellas le hablaban de su abuelo Henryk fuera de forma literal. Así que... era una alegría para ella saber la verdad.
Ahora le preocupaba otra cosa: Eileen. Tampoco había sabido nada de ella en todo este tiempo, algo bastante normal para la solitaria cazadora, pero no le gustó la despedida que tuvieron en el Camposanto.
Iba caminando subiendo las escaleras hacia la Gran Catedral mirando al suelo. Todo el suelo estaba lleno de sangre y de bestias muertas, y ella no había sido. Eileen tampoco, ella no mataba monstruos. Subió la vista a la entrada de la Gran Catedral para encontrarse a Dabi partiendo a un monstruo por la mitad mientras tarareaba. Luego entró en la Gran Catedral con una risa contenida. Parecía que su presencia ahí era indicativo de que había sobrevivido a sus anteriores batallas. Pero, ¿qué buscaría allí?
Zoba suspiró y subió las escaleras con pesadez. Se quedó en el último tramo, sentada y escondida entre las estatuas, esperando a que Dabi saliese de allí, pues no había otra salida.
Pasado un largo rato en el que Zoba casi se camufla con las estatuas por el frío y la rigidez, Dabi no salía de ahí dentro, y a ella se le terminó la paciencia. Se levantó y se sacudió el polvo de la ropa, y empuñando su arma, subió las últimas escaleras de la catedral. Entró por la puerta semiabierta y continuó subiendo. El sitio estaba en silencio, a excepción de un leve sonido que hacía eco, pero la cazadora no podía identificar qué era.
Siguió subiendo las escaleras con lentitud, hasta que su cabeza asomó hasta ver el fondo de la catedral. Allí, a un lado del altar, una figura estaba arrodillada. Su traje de plumas no podía pertenecer a Dabi de ninguna manera.
- ¿Eileen? - preguntó la cazadora en voz baja, más para sí mismo que para que la escucharan.
Ella siguió caminando por el interior de la gran Catedral con su hacha al hombro, intentando ver que hacía la cazadora de espaldas, pero sin duda, empezaba a reconocer el sonido que hacía eco en el gran lugar. Lento y viscoso, fluido y rasguñado. Lo había oído cuando veía a las bestias comer, buscando las partes más tiernas y jugosas, órganos tiernos encharcados de sangre. La cazadora de cazadores estaba abriendo el cuerpo del joven cazador en canal para sacar de él la mayor cantidad de sangre posible, mientras se mojaba con ella los brazos y se masajeaba esparciéndola. Zoba se detuvo a unos metros de ella horrorizada al ver lo que hacía.
- Eileen... ¿qué estás...? - preguntó con la cara descompuesta.
En ese momento, Eileen se detuvo y alzó la cabeza un poco, aún dándole la espalda.
- La sangre de los cazadores... alimenta a las bestias... - dijo cogiendo sus armas y levantándose.
Se giró mirándola y de un rápido movimiento, sacudió la sangre de sus armas para limpiarlas. Se dio cuenta que algo en sus manos iba mal, que la sangre en sus guantes hacía que su arma se quisiera girar, así que se los quitó, lanzándolos sobre el cadáver de Dabi, completamente abierto e irreconocible.
- Y yo necesito la tuya también... - dijo separando sus armas - Es más pura, más firme... sangre de cazador auténtico.
Zoba tuvo apenas un parpadeo de tiempo para interponer su hacha entre la cuchilla de Eileen, apareciendo en ese parpadeo enfrente suya, rápida como un rayo. La joven cazadora trató de retroceder todo lo que pudo, intentando escapar de los acosadores ataques de Eileen, siempre queriendo permanecer cerca de ella.
Zoba pudo alejarse lo suficiente como para alargar su hacha, cosa que aprovechó el Cuervo para lanzarle un cuchillo, que se clavó en el pecho de la cazadora, haciéndole dar un pequeño chillido.
Su fuerte ropa de cazadora había impedido que profundizara mucho, y aunque Eileen apuntaba al corazón, olvidó que estaba tratando con una señorita con sus senos desarrollados, por lo que no llegó al órgano vital. Zoba se sacó el cuchillo del pecho y lo lanzó al suelo con algo de enfado, observando al Cuervo caminar de lado sin quitarle ojo.
- Eileen, no tienes que atacarme... no quiero hacerte daño, estoy preocupada por ti... ¿Qué ocurre? ¡Déjame ayudarte!
- Qué ocurre... - repitió la cazadora entre dientes - Ocurre que estoy cansada... cansada de todo esto.
La batalla con Eileen era de pasos rápidos. Zoba apenas podía quedarse quieta, arrastrando con ella su hacha, esquivando las dagas y los cuchillos de Eileen. Sus golpes siempre caían sobre la capa de Eileen, engañando en el grosor de su cuerpo y haciéndola parecer más fornida con esa capa, aunque en realidad Zoba no quería dañarla. Pero eso debía acabar, Eileen sufría... si había caído en la bestialidad.
- ¡Todos los cazadores deben morir! - gritó Eileen.
Buscando un punto débil en la rápida técnica de Eileen, la cazadora recurrió a lo que haría cualquier otro cuando una bestia se le echa encima dispuesta a atacar: disparar, apuñalar y lacerar.
En toda la catedral resonó el disparo de la cazadora acertando de lleno en su objetivo, y luego clavó la punta superior de su hacha sobre ella, y evitando una tragedia, no la sacó lacerando, sino igual que había entrado.
Eileen dio un salto hacia atrás sujetando su vientre herido y tosió un poco. Al levantar su máscara, vio a la cazadora caer sobre ella con un gran salto.
- ¡Te tengo! - dijo cayendo encima sobre el suelo.
Con el largo mango de su hacha a dos manos, aprisionó sus manos en el suelo por las muñecas mientras se sentaba en su cadera para que no hiciese fuerza con ellas. Por la presión, la cazadora de cazadores tuvo que soltar sus armas al suelo, con sus manos temblorosas y desnudas, y su pecho subiendo y bajando profundamente y a un rápido ritmo.
- Eres... un monstruo... - dijo Eileen entre jadeos.
- Eileen... yo... - dijo la cazadora cansada sobre ella, con sus brazos temblorosos agarrada a su arma, e ignorando su cruel comentario - Me hago una ligera idea de lo que te pasa... y espero... espero de todo corazón... que no sea eso...
La cazadora apretaba los dientes para impedir que le salieran lágrimas.
- Estoy preparada para morir mil veces, preparada para hacerme enemigos en todas partes, preparada para ganarme tu odio, pero no estoy preparada para que me dejes... no... eso no...
Eileen la miraba sin moverse, mientras la temblorosa cazadora escondía un poco su cara con vergüenza.
- Cuando has dicho que estabas cansada... se me ha partido todo lo tenía dentro del pecho... una cosa más por la que ese cuchillo no me ha hecho tanto daño... como no pude darme cuenta antes...
Zoba retiró su arma de Eileen y se incorporó, sentada en su cadera, mirándola desde arriba. El cuerpo del Cuervo estaba lleno de sangre, suya y ajena, pero llena de cortes, que al ser tan oscura, apenas se notaban.
- Dabi no ha sido fácil, ¿verdad? Pero estuviese cuerdo o no... no debería seguir viviendo... - dijo ella con preocupación - Al contrario de ti... que sólo deberías beber sangre para sanar tus heridas. No eres una bestia.
Ella movió su máscara un poco para liberar su boca y nariz, que pudiese respirar bien, y destapó uno de sus frascos con la boca mientras abría un poco la boca del Cuervo. La obligó a beber de esa sangre, pero sólo consiguió que tragara la mitad, escupiendo la otra.
- No seas estúpida - dijo Zoba levantándose - Eso me dirías tú si los roles estuvieran cambiados.
Agarró a Eileen por los brazos y la levantó un poco para empezar a arrastrarla marcha atrás, pues la Cuervo estaba débil.
- A dónde me llevas... - susurró Eileen dejándose arrastrar, dejando un pequeño surco de sangre.
- A fuera, a que te de un poco el fresco de la noche. Aquí hace hasta calor.
Tirando poco a poco del Cuervo, salieron de la Catedral, con cuidado de que las escaleras no hicieran más daño a Eileen. Ella la apoyó en la barandilla, y se sentó en el escalón a su lado. Corría una suave brisa fresca que aliviaba dolores.
- Eileen... te lo he dicho antes... no estoy preparada para perderte, ¿entiendes? Así que nada de tonterías de bestialidad... por favor... - dijo poco convencida.
La Cuervo no contestó y reposaba contra la barandilla, disfrutando del viento, esperando a que su dolor se pasara lentamente. Lo que parecía un descanso a los ojos de Zoba, era una lucha en el interior de Eileen por no caer en la bestialidad. Zoba acercó lentamente una de sus manos enguantadas, buscando la desnuda de Eileen sobre su pierna, para tomarla despacio entre las suyas y apretarla con ánimo. Eileen movió un poco su rostro hacia ella, siendo sólo visible su boca, rodeada por unas finas heridas de una vejez bien llevada, manchadas de la sangre del vial.
- ¿Sabes ahora mismo... quién soy? - preguntó ella.
Eileen la miraba sin responder, y volvió a apartar la mirada de ella. Zoba apretó los dientes.
- ¿Recuerdas... a ella cazadora perdida en las alcantarillas... empapada hasta el pecho por desechos y agua con fango... agobiada por no encontrar una salida? Estaba en medio de una escalera, con varias ratas esperando debajo a que mis cansadas piernas cedieran y cayese al suelo... pero al final... apareciste tú... - Zoba dio una sonrisa nostálgica - Tiraste de mis manos para ayudarme a subir la escalera... sin importarte que soñara... pero... me ahorraste el sufrimiento de morir devorada por ratas... ¿te acuerdas de lo que temblaba y sollozaba? Seguro que pensabas que era un cría perdida en las alcantarillas... y no te faltaba razón... daba pena en mis comienzos...
Eileen miraba la luna de sangre, sin mirar a la cazadora.
- Eras muy dura conmigo, me dabas miedo... pero... te debía la vida, aunque la vida de un cazador que sueña vale muy poco. Y tal como aparecías, desaparecías de mi vida. Hasta que te volvía a encontrar. Sé que en realidad no desaparecías... sólo me dejabas sola para que aprendiese a vivir en una noche de cacería. Pocos maestros habrán más duros que tú... pero tú has estado presente en todos los logros que he tenido hasta ahora... me veías desde lejos vencer en mis primeras batallas, me veías hablar con mis amigos... y nunca participabas.
Eileen seguía sin prestarle atención, aunque Zoba sabía que le escuchaba, aunque no le mirara. Apretó su mano un poco más.
- La vez en la que fui a Cainhurts... regresé con la mente llena de gritos y llantos... tenía mucho miedo de ese lugar, y vine a la Catedral. Todos dormían, y yo no quería molestar, así que salí a desahogar mi miedo en la entrada. Ahí estabas tú, camuflada como una estatua, escuchándome llorar. Que vergüenza me dio...
Eileen giró su máscara hacia ella.
- Entraste a la Catedral conmigo, hiciste que me sentara en un gran sillón y me pusiste una manta por encima. Te quedaste a mi lado hasta que pude dormir, protegida con el olor a incienso que mantendría a los monstruos fuera... - Zoba sonrió emocionada - No se si te diste cuenta que aún no estaba dormida del todo, pero me apartaste el pelo de la cara y me dijiste...
- Siempre cuidaré de ti.
Zoba miró fijamente a Eileen, que la miraba con una media sonrisa en esos labios agrietados. Ella dio una débil risa grave.
- Y ahora eres tú quien cuida de mí... que bajo he caído...
Zoba se frotó los ojos para evitar llorar. Eileen, la cazadora de cazadores, había ganado contra la bestialidad.
- ¿Qué te tengo dicho con eso de llorar? Zoba, ya no eres una niña... - Eileen apretó su mano un poco.
- Pero sí soy una llorona... - dijo ella con una sonrisa radiante llena de felicidad - Ven, toma otro vial...
- No, no quiero... - Eileen lo rechazó - Sólo me apetece descansar, cerrar los ojos un poco y disfrutar del aire...
Zoba asintió mirándola sentada a su lado. Tenía muchas preguntas que hacerle, pero si Eileen no solía responder nada en su sano juicio, ahora había pocas probabilidades.
- Estaba... cansada... - dijo la Cuervo - Cansada de estar siempre sola en esto. Todos tienen en sus juramentos varios miembros... la Liga, los Sangrevil... y yo soy mi propia maestra y aprendiz - ella suspiró pesadamente, hablando en voz baja - Hasta ahora no me había importado, pero... pasaba el tiempo y estar sola y ser totalmente independiente se me echaba encima por la edad. Tenía que aguantar sola los remordimientos, y es duro. Entonces... te pusiste delante para impedir que matara a un cazador sucumbido - la voz de Eileen se quebraba - Y fue ahí cuando las dudas y los recuerdos volvieron a atormentarme... pues tenías razón.
Zoba la escuchaba callada y atenta, sin soltar su mano. No era fácil para Eileen abrirse a nadie, contar sus miedos y sus fantasmas.
- Empecé a preguntarme cuántas veces me habría equivocado... a cuántos cazadores inocentes habría matado. Empecé a cuestionarme para qué vivía, por qué luchaba... y tantas dudas y tan pocas respuestas hicieron... hicieron que odiase a los cazadores. Me cansé de este maldito sueño y todo lo que conllevaba. Y ahí estabas tú... - Eileen levantó un poco su máscara, hasta que la cazadora vio el brillo de sus ojos áureos. Era la primera vez que se los veía - la culpable de todo... la culpable de que abriese los ojos.
- Ya basta de lamentos y de avergonzarme... - dijo Eileen con un suspiro - Ahora déjame descansar. Márchate a reponer tus pérdidas y descansa.
Eileen cerró los ojos, pero Zoba no se movió de su lado. Es más, la apartó del frío mármol de la escalera y la dejó recostarse en su regazo.
- Así estarás más cómoda. Ahora sí puedes descansar - Zoba sonrió.
- Ah... que infantil eres... - dijo la Cuervo relajándose - Sólo será un momento...
Zoba cuidó de Eileen en su regazo, controlando su respiración tranquila mientras ella dormía, y a veces daba un gemido, por la acción del frío en sus heridas, que no se estaban cerrando tan bien como ambas querían, y encharcaban los pantalones de Zoba silenciosamente.
Pasados unos eternos minutos en los que el cuerpo de Eileen se enfriaba lentamente, camuflado por el frío viento, su respiración se relajaba demasiado. Zoba la miró, notando despertar a la Cuervo por el cambio de su respiración, como si hubiese tenido una pequeña pesadilla.
- ¿Cómo te encuentras, Eileen? - preguntó ella inocentemente.
- Sigo cansada... me pesa todo el cuerpo más de lo que debería...
Zoba intentó levantarse con ella para llevarla a algún lugar donde pudiese encender un fuego, pero la Cuervo se quejó adolorida.
- No, no te muevas... - pidió ella - No te levantes... estoy cómoda aquí...
Zoba suspiró un poco y desabrochó su capa de plumas para ponérsela por encima. Seguía teniendo tomada su mano, estando únicamente caliente la parte que la mano de Zoba rodeaba.
- Espero que esto te abrigue un poco... - susurró ella.
- Ya verás como si... - contestó la Cuervo con un suspiró - Zoba... ¿cómo te imaginas... la vida a partir de ahora?
- ¿Cómo la imagino? Pues... no creo que cambie mucho... yo debo seguir cazando. Una cazadora debe cazar, ¿no? - le dijo con una sonrisa.
- En efecto... no esperaba otra respuesta - dijo ella girándose un poco a mirarla, respirando por la boca, asomando un poco sus ojos por la máscara levantada - con tu fuerza y tu fe y tu ilusión intacta por un nuevo despertar, seguro que lo conseguirás.
- Si tú lo dices será verdad... - Zoba la miraba con una sonrisa - Además, tú estarás ahí para ver cómo vuelve el sol a Yharnam, ¿verdad? En una esquina donde nadie te vea, o sobre un edificio, con las mejores vistas del amanecer. Porque vas a estar, ¿verdad?
Eso último sonó más como una amenaza que como una petición. Eileen rio un poco con algo de ronquera.
- Aunque no esté contigo, me recordarás, que es lo importante... con tu pasión por vivir decentemente, tu sinceridad, tus ganas de soñar y despertar... serás la alegría del renacer de Yharnam sin ninguna duda...
- Eileen... ¿qué dices...? - la sonrisa de Zoba desapareció lentamente.
- Haz como siempre... recuerda que estaré contigo en todas partes... pero esta vez te será más difícil verme... creo que... no lo volverás a hacer...
La cara de Zoba se descompuso mirando el rostro de su amiga, y al tratar de moverla, vio la mano con la que la sujetaba a sus piernas llena de sangre fresca.
- ¿Por qué no me lo has dicho...? - dijo con la boca abierta y empezando a lagrimear.
- Es el destino. Una enorme bestia contra la que no se puede pelear. Ni siquiera los cazadores pueden hacerla caer... pero estoy contenta de la vida que he tenido - dijo asintiendo lentamente.
- No... - Zoba le negó en respuesta - no, no me puedo creer que... no te volveré a ver... después de todo...
- Después de todo, yo no sueño - Eileen tosió un poco - Yo no tengo más oportunidades...
- Pero... nos quedan muchas cosas por conseguir... tenemos que... tenemos que ver salir el sol... tenemos que viajar juntas a la luna... tienes que... tienes que vivir...
Ella apegó a la Cuervo a su cuerpo para darle más calor, pero ella dio un gemido de dolor.
- Maldita sea... - murmuró Zoba - Esto es tan real... - dijo empezando a sollozar - ¡Pero... pero no te puedes ir! ¡No te dejaré! ¡Incluso cuando me ayudaste a que no muriese devorada por ratas, aún sabiendo que viviría... lo hiciste! ¡Me ayudaste!
- Es por el lecho de descanso... - confesó la Cuervo en voz baja - No es lo mismo morir mientras las ratas sacan tus huesos y se pelean por tus tripas que morir en el regazo de la única persona que sabe cómo me siento ahora mismo...
Zoba rompió a llorar. Era demasiado difícil para ella, real como la misma muerte que le quería quitar a su amiga de sus brazos. Las lágrimas bajaban rápido por sus mejillas heladas para caer en la cara y en la máscara de Eileen, dando un poco de calor a esa fría piel. Ella lo estaba asumiendo, su firme coraza lo había impedido, pero Eileen la rompió para abrirle los ojos y que viera que la muerte estaba presente, tirando de la otra manos de Eileen, mientras Zoba se aferraba a la otra de su amiga.
- Es que... dios... Eileen... no es justo... no lo puedo comprender... - ella estaba nerviosa y su labio inferior temblaba sin dejarla hablar bien - Yo... yo no puedo encontrar las palabras para decirte adiós como te mereces... - ella apretó más la mano de su amiga, intentando dejar que estuviese con ella todo lo que pudiese - Me has dicho cómo me imagino el futuro, ¿no? Bien, pues no me lo imagino sin que estés... no quiero pasar los días sin oír tu voz, sin mirar al cielo y verte en lo alto de un edificio... sin sentarme contigo a hablar... sin... - Zoba empezaba a llorar con más fuerza - Sin que no estés conmigo cuando veamos el amanecer... ¡no voy a poder soportar tanto dolor!
Eileen dio una pequeña sonrisa levantando la mano para ponerla en la mejilla de la pequeña cazadora, que no podía controlar su llanto. Su mano estaba fría como el hielo, fría como era Eileen.
- Nada es eterno, Zoba. Ni la vida de los que amas, ni el dolor que sufrirás al perderlos... todo es fugaz - dijo con un largo suspiro - Ah, y por lo de ver... el primer amanecer juntas... no te preocupes. Seré la primera en ver tu triunfo... desde un sitio alto... con las mejores vistas... y sonreiré al ver hasta donde has llegado.
Eileen dio un gemido forzando su respiración ahogada, dejando caer la mano de su mejilla sobre su vientre y aflojando la mano que sostenía la cazadora. En ese momento, Zoba comprendió que se había quedado sola.
No se escuchaba nada, no había nadie en esa zona. Sólo quedaba una joven cazadora llorando y lamentándose ante un cadáver. Chillaba, chillaba con todas sus ganas, intentando así sacar el dolor que tenía dentro.
Los aullidos de dolor de la cazadora llegaron a escucharse hasta en la Capilla Oedon, donde el morador se asomó a la puerta mirando hacia las escaleras ascendentes, seguido por Ariadna. Ambos miraron a lo alto de la Gran Catedral, sabiendo que lo que cualquier persona confundiría con un monstruo, ellos sabían que era la cazadora sufriendo. Ambos se miraron incómodamente y retiraron la mirada con un suspiro.
- Cuando vuelva... - dijo Ariadna - No... no sabré que decirle.
- No tienes que decirle nada - dijo el morador cubriéndose con su capa roja - Sólo abrázala muy fuerte. Su interior está roto. Necesita un abrazo que pueda juntar todos los pedazos en los que ahora es su alma...
Y dicho esto, el Pthumerio se giró para entrar a la Catedral de nuevo, siendo seguido por la prostituta. Cuando la cazadora volviese, le harían comprender que, aunque ellos no eran cazadores ni podrían protegerla, eran sus amigos, y ella, les había salvado la vida y dado una oportunidad que no pensaban que pudiesen tener.
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Pues unas 8754 palabras bien bonitas de este One Shot, que espero que os haya gustado ^^
Nos veremos en las 8000 visitas!
¡Buena suerte, cazadores/as!
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