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Pero nunca volvisteis... (Amelia, Especial 6K)

Llevo no se cuántos capítulos diciendo que me voy a jubilar de esta historia y no lo hago XD

Soy el viejito al que se le ha pasado la edad de jubilarse aún así sigue trabajando, pero supongo que cada 1000 visualizaciones haré un especial.

En fin, ¿Vamos allá con la historia de la Vicaria Amelia? :3

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- ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Dígame la verdadera razón!

En las calles de Yharnam, antes de que empezara la purga, antes de la maldición, antes de la pesadilla, una chica se resistía en una tarde noche a caminar. Le acompañaba un hombre vestido de blanco, con ropas anchas de la iglesia, que la llevaba sujeta de la muñeca.

- Amelia, es necesario si de verdad quieres servir a la Iglesia - dijo el hombre con voz grave.

- ¿¡Pero que es lo que tengo?!

La chica le miró con sus ojos azules vidriosos, a punto de estallar en lágrimas, escondidos tras su desordenado cabello rubio, ocultando también quemaduras en su cara.

- No tienes nada malo, Amelia - el hombre suspiró soltando su muñeca - Pero es el protocolo a seguir con los huérfanos extranjeros. Debemos asegurarnos.

El hombre continuó avanzando sin ella. La chica miró a su alrededor frotándose la muñeca con temor. Yharnam, aún en sus buenos tiempos, era una ciudad solitaria cuando empezaba a caer la noche. Se sacudió su viejo vestido gris y se colocó la capucha que escondía su cabeza, antes de empezar a seguir al hombre que abría una verja chirriante al lado de un cementerio. El hombre, alto y con su cara oculta en su capucha de la iglesia, le permitió pasar a la niña antes, para después cerrar tras de sí.

Amelia le siguió de cerca mirando el pequeño patio que había, lleno de flores y plantas medicinales, y al otro lado de la verja, un pequeño cementerio privado. Pensó que ahí debía vivir alguien poderoso y con dinero... ¿¡acaso la venderían?!

El hombre golpeó la puerta con el puño demasiado fuerte para el gusto de la niña, que se sobresaltó escondiéndose detrás de él. Al no obtener respuesta en un rato, tiró de la cadena al lado que era un timbre. Un señor mayor abrió la puerta vestido con una bata blanca.

- ¡Ah, señor Laurence! ¡Que grata sorpresa! ¿A qué debemos esta maravillosa visita?

- Buenas tardes... - dijo poniendo su mano en el hombro de la niña - Necesito hablar con Iosefka.

- La señorita Iosefka está ocupada ahora, pero seguro que puede atenderles si ve que es usted, por favor síganme...

El hombre les dejó pasar y caminó delante de ellos. El interior de esa enorme mansión estaba lleno de libros aparatos médicos, camillas, enfermeros y todo tipo de enseres para trabajar en la medicina y en la investigación. Amelia lo miraba todo, pero no se separaba de la espalda de Laurence. Veía sangre en las bolsas colgadas de transfusión, afilados bisturís y olor a medicina y suero. Prefirió bajar la mirada aunque su curiosidad quería seguir mirando.

Tras subir una escalera de caracol larga y ancha, llegaron a la planta privada de arriba. Se escuchaba a una mujer hablar enfadada.

- ¡Quédate quieto! ¡Si no te estás quieto, no podré hacer nada por ti y te dolerá más!

- ¡Que no quiero que me toques! ¡Así lo ha decidido el arma, y así será! - contestaba una afilada voz grave.

- ¡Estás mal de la cabeza!

- ¡No he venido aquí a que me insultes!

Después de esa pelea, un golpe resonó fuertemente en el suelo, que hizo temblar toda la planta, como si alguien molesto de esa discusión quisiera poner silencio. El doctor, Laurence y Amelia miraban desde fuera la habitación desde donde provenía todo ese ruido. Después escucharon la voz madura, rota y serena de una persona que era capaz de erizar todo el vello de cualquier persona.

- La señorita Iosefka te está curando el ojo, así que respeta y cállate. Quédate sentado hasta que termine y no seas infantil. Tanto si tu arma o no ha decidido que perdieras el ojo, no ha decidido que se te infecte la cara.

Después de esas palabras, se guardó silencio en la habitación. Ni siquiera el doctor que les acompañaba se atrevía a moverse.

- ¿La puede llamar? - Laurence metió prisa.

- Eh... sí, si... disculpe...

El doctor se acercó despacio a la puerta y llamó temblorosamente.

- Se-Señorita Io...

En ese momento se abrió la puerta, dejando ver a un hombre alto, delgado pero fornido, vestido de buenas ropas elegantes y un sombrero de copa. Tenía unos ojos amables y tranquilos, pero tras esa pupila había alguien que no tenía escrúpulos. Dio una pequeña sonrisa cuando vio a Laurence, pero este le miró con seriedad.

- Disculpad el espectáculo, ya mismo terminamos y nos vamos... - dijo con serenidad.

Sus ojos se encontraron con los de la pequeña niña en la oscuridad que daba su pelo y capucha, agarrada a la túnica de Laurence. El hombre dio una sonrisa pequeña apoyado en su bastón de manilla redonda, parecido a una luna llena. Detrás de él, salió un hombre apresuradamente poniéndose su chaqueta, manchada con algo de sangre. Tenía el cabello negro peinado hacia atrás y una cara muy afilada. Además de una venda en su ojo derecho...

El hombre empezó a bajar las escaleras sin detenerse a mirarles siquiera, con mal genio y haciendo sonar sus zapatos con velocidad contra las escaleras.

- ¡Djura, no te vayas sin despedirte! - le recriminó el hombre del bastón.

El hombre hizo un gesto de quitar importancia brusco con la mano y terminó de bajar y desaparecer de su vista.

- Disculpadle... está frustrado por perder el ojo - le excusó el hombre, que tuvo que sujetar su chistera para bajar la cabeza y pasar por la puerta para salir.

- ¿Qué le pasó? - preguntó Amelia con inocencia.

- ¡Amelia, eso no es de tu incumbencia! - Laurence le replicó.

El hombre se detuvo a su lado antes de bajar las escaleras y la miró de reojo con lentitud. Por un momento, la niña vio el otro lado sanguinario y cruel que escondían sus ojos bajo el ala de la chistera, pero el hombre volvió a sonreír despacio.

- Estaba haciendo armas de fuego... - dijo mirándola con tranquilidad - Algo salió mal y al apoyar la culata en el hombro para dispararla, la pólvora explotó y los proyectiles salieron despedidos. Y se quemó esa parte de la cara, también... como tú - dijo poniendo su mano enguantada en la cabeza de la niña.

Lawrence tiró de la muñeca de la niña para apartarla del hombre, y se miraron con severidad dos segundos eternos, hasta que una joven mujer salió de la habitación.

- Gehrman, ¿Qué haces entreteniéndome a los pacientes? Mueve el culo y sal de aquí, que no quiero verte a ti ni a más armeros por aquí.

- Oh, señorita, disculpe - su sonrisa se ensanchó, pero parecía algo... forzada - Ya mismo nos vamos...

Y sin decir nada más, empezó a bajar las escaleras con lentitud levantando su bastón. Una mujer joven, rubia y con un delantal de trabajo los miró desde la puerta.

- Laurence, ¿que te trae por aquí? - preguntó la mujer.

- Iosefka, necesito un chequeo para esta niña - dijo el miembro de la Iglesia empujando despacio la espalda de la niña para acercarla.

- ¿Huérfana y extranjera? ¿La va a adoptar la Iglesia? - preguntó la mujer acercándose al rostro de la niña.

- Sí, pero mientras que terminamos ciertos asuntos privados, no podemos tenerla allí.

Iosefka levantó rápidamente la vista de la niña hacia la del hombre y reaccionó rápidamente.

- Ah, no, no, no, Laurence, estás muy equivocado. Este no es lugar para una niña.

- Te pagaremos - insistió Laurence.

- Tengo dinero, no quiero más. Lo que quiero es seguir mi trabajo e investigaciones tranquilamente sin tener que ocuparme de nadie.

Ella les dio la espalda y se retiró para volver dentro de la habitación.

- Te daré un frasco de la Vieja Sangre... para que investigues y pruebes con ella lo que quieras.

Iosefka se detuvo un momento. Se giró despacio hacia Laurence, que la miró con una pequeña sonrisa.

- ¿Cuánto tiempo...?

- Lo suficiente para que la chequees y terminen mis preparativos. Como mucho, un mes.

- Entonces no quiero un frasco, quiero tres litros - dijo ella manteniendo su mirada.

Laurence puso una mueca. Ahora mismo no tenía mucha sangre para poder darla así como así... pero pronto tendría más... mucha más.

- Tres litros. Los tendrás cuando recoja a Amelia.

- Quiero uno ahora - recriminó Iosefka - otro pasados 15 días y otro cuando te devuelva a la niña.

- ¿Eres dura de roer, verdad? - Laurence dio una risa - Sabía que eras ambiciosa, pero no tanto.

- En un mundo de hombres, las mujeres inteligentes y con poder debemos hacernos paso para que no nos coman - dijo seriamente cruzando los brazos - Mañana quiero mi litro.

Laurence volvió a empujar despacio la espalda de la niña para que se acercara a Iosefka, pero la niña no estaba por la labor.

- ¿No podré volver a la Iglesia? - le preguntó.

- Volverás, pero de momento no puedes estar allí. Te quedarás con esta doctora. Aquí estarás a salvo y cuidada.

- Pero yo quiero estar contigo... y con mis hermanos de la Iglesia...

- No puede ser.

- No me deje sola...

Laurence miró sus ojos azules. Tenía el derecho casi cerrado por las quemaduras de su alrededor, pero podía llorar. El hombre suspiró pesadamente y miró las escaleras con ganas de irse. Luego se arrodilló delante de la niña y buscando entre sus ropas, sacó un reloj de bolsillo.

- Toma esto - dijo poniéndolo en sus manos - Vendré a verte todos los días, cuando la aguja pequeña esté aquí y la larga aquí, pero cuando es de día.

Amelia miraba el reloj entre sus manos. Nunca había sostenido nada igual, ni siquiera se sabía las horas y los números.

- ¿Todos los días vendrás a verme un rato hasta que vuelva a la Iglesia? - le preguntó.

- Todos los días, a esta hora - confirmó.

La joven miró una última vez el reloj de bolsillo y asintió un poco más convencida. Laurence dio una palmada cariñosa en su hombro y se levantó, bajando las escaleras sin despedirse. Amelia le siguió con la mirada hasta que desapareció, y entonces se giró a ver a la doctora. Era sin duda joven y bella, pero sus tratos con el mundo habían sido duros. 

 - Bueno... ¿y qué voy yo a hacer contigo? - dijo poniéndose en jarras.

Amelia retrocedió dos pasos abrazándose al reloj de bolsillo. Ella... se escondería de todos esperando a que Laurence volviese a verla, y cuando se fuera, ella volvería a esconderse. O eso querría ella...

 *

Primera semana.

Amelia comprendió desde el primer momento que quedarse sola en la clínica no era para nada una buena idea. Era realmente enorme y la gente trabajaba. Se dejó curar la cara por Iosefka, teniéndola ahora correctamente vendada y tratada, ocultando su ojo derecho. También recibió tratamiento dental y un análisis de sangre.

Sus ropas se habían cambiado por otras más nuevas y le gustaba llevar siempre una capucha puesta para esconder sus facciones.

Todos los días a la misma hora, Laurence era puntual yendo a la clínica, y Amelia ya lo esperaba al lado de la puerta en cuando entendió como se movían las agujas del reloj y sabía que quedaba poco para el momento.

Sin embargo, Laurence se quedaba apenas un par de minutos, lo suficiente para saludarles y preguntar cómo estaba todo. En ese par de minutos, Amelia era tremendamente feliz, y cuando Laurence se marchaba, todo volvía a ser lo mismo para ella. Esperar y esperar... hasta el día siguiente.

Iosefka la observaba detenidamente. Estaba claro que a Laurence no le apetecía perder su tiempo yendo desde la catedral hasta la clínica y cada día se le notaba más. Sin embargo, cada día, a Amelia le hacía más ilusión su visita. 

*

Segunda semana.

Amelia empezó a dejar de esconderse de los médicos, pues comprendió que ellos no le harían ningún daño. Es más, ni les importaba su presencia, siempre y cuando ella no molestase ni tocase nada. La clínica era aburrida para una niña como ella, y sólo hablaba con Iosefka... y muy de vez en cuando. 

Estaba sentada en una silla, mirando a Iosefka tratar el tobillo de una clienta miembro de la Iglesia por sus ropas negras y anchas. A Amelia le encantaría irse con esa mujer de nuevo a la Iglesia, aunque no la conocía de nada. Sentía que ese era su hogar.

Iosefka apoyó el pie de la mujer en su rodilla para vendarlo, pero el rollo de vendas de su escurrió de su mano yendo rondando hacia debajo de la silla donde estaba Amelia. La chica se agachó callada a recoger el ovillo, y lentamente, caminó hacia Iosefka con el ovillo extendido. La doctora sonrió mirándola.

 - Gracias, Amelia...

Iosefka recogió el ovillo y empezó a vendar el tobillo de la mujer. Amelia la miró. La mujer era algo mayor, con gafas y aspecto estricto. Ella se armó de valor para hablar.

 - Yo... quiero pertenecer a la Iglesia como usted...

La mujer tardó un poco en entender que la niña le estaba hablando, y la miró.

 - ¿Tú? ¿Quieres entrar cuando crezcas un poco de monja? - dijo sin importarle mucho.

 - No, yo quiero ser una vicaria, como el señor Laurence.

 - Pero... - la mujer puso una mueca - ¿Tienes familia vinculada a la Iglesia que te pueda dar esa posición?

 - No tengo padres... soy huérfana y vengo de otro lugar. El señor Laurence me acogió pero estoy pasando un tiempo aquí.

Ahí fue entonces cuando la mujer de negro empezó a reír fuertemente, moviendo el pie herido y haciendo que Iosefka se molestara.

 - ¿Tú? Siendo huérfana y extranjera no vas a llegar a ninguna parte más que a monja rasa. No tendrás cargos importantes en la Iglesia más que asegurarte de rezar tus oraciones y asegurarte de que el suelo esté bien limpio. Vicaria, dice la niña... hay que tener ambición, niña, pero no tanta...

La cara de Amelia se descompuso mirando a la mujer. Se había quedado muerta por dentro, y el reloj de bolsillo se escurrió de su mano, pero estaba atado a su ropa y no se rompió. Iosefka notó esa cara de decepción absoluta, y ni corta ni perezosa, torció el pie de la devota, haciendo que gritara.

 - Aquí tienes tu maldita torcedura curada, sin reposo ni nada - dijo con voz dura levantándose - ahora sal de mi clínica, y que sea la última vez que te crees con suficiente poder para joderle los sueños a una niña inocente.

La doctora la agarró del brazo obligando a que se levantara y haciendo que la mujer se apoyara en un bastón antes de caer al suelo adolorida.

 - ¿Y tú eres una doctora? ¿La mejor doctora de Yharnam? Eres una borde desconsiderada, ábrele los ojos a esta niña. ¡Laurence se enterará de lo que me has hecho! ¡Soy un alto cargo en la Iglesia!

 - ¿Te vas a echar flores por ser una mujer poderosa en un trabajo de hombres? - dijo Iosefka molesta - Eso mismo me recriminas tú a mí, todo el mundo no confía en una mujer doctora porque supuestamente las mujeres rubias somos tontas. Y aquí estoy, montando mi propia clínica con el sudor de mi frente y grandes sacrificios. Ah, y sin rezar ni un poquito...

 - ¡Ja! Tu familia era adinerada, Iosefka, no vengas vendiendo mieles de superación femenina, tenías mucho dinero para la clínica - dijo caminando coja hacia la puerta.

 - Pero el estudio y la práctica de un trabajo como el de doctor no se obtienen pagando. Se obtiene trabajando duro. Tu familia es una lameculos de la Iglesia, y por eso estás donde estás. Por eso, y de estar mucho tiempo de rodillas.

 - ¡Es importante ser devota y rezar constantemente para...!

 - No me has entendido.

Iosefka cerró la puerta de la consulta con un fuerte golpe y suspiró. Buscó por el cuarto a Amelia, encontrándola escondida debajo de la camilla. Iosefka se sentó a su lado con las piernas cruzadas.

 - Escucha, Amelia... nunca, pero nunca, aceptes que te pongan límites.

La niña estaba llorando y temblaba abrazada al reloj de bolsillo.

 - Si dejas que alguien te diga hasta dónde puedes llegar, no verás el mundo que hay más allá de eso. 

Atrajo a la niña de un brazo y la puso a su lado, quitando sus pequeñas manos de la cara.

 - No hagas caso a esa vieja bruja - dijo con una pequeña sonrisa - Con tu edad, a mí también me dijeron que sólo podría limpiar consultas si quería meterme en el mundo de la medicina. Mi cara fue igual que la tuya hace un momento. Y mírame, ahora me dedico a torcerle los pies a las brujas amargadas.

Ese comentario hizo que la chica soltase una pequeña risa y levantara la cabeza, limpiando sus lágrimas.

 - Esta ha sido la primera vez que hablas con alguien de aquí... estoy contenta - dijo la doctora - Quiero que sepas que tienes todo mi apoyo para convertirte en vicaria, si eso es lo que quieres.

Este sería el comienzo para una nueva amistad para Amelia.

*

Tercera semana.

Amelia espera, como siempre, pacientemente a que Laurence vuelva a visitarla cada día. Cada vez la visita es más corta, pero ya quedaba muy poco para que acabase el mes y podría volver a la catedral con él.

Ahora, sentada en el borde su cama, la niña controlaba el reloj. Ahora vigilaba dos números, el primero era la hora de llegada de Laurence, y el segundo era la hora de cerrar la clínica. Iosefka subió todos los días de esta última semana a leerle un cuento a la niña, pues ahora, entre ellas, hay complicidad. Ambas son unas mujeres guerreras y luchadoras. Amelia sonrió cuando vio entrar a su amiga con el libro de cuentos. Iosefka siempre acababa cansada, pero cumplía su promesa de leer a Amelia un cuento corto para niños.

Esa noche, Iosefka sorprendió a Amelia no contándole uno, sino dos cuentos, finalizando el pequeño libro infantil.

 - ¿Por qué esta noche me has contado dos cuentos? - dijo la niña bostezando.

Iosefka miraba al frente sin responder. Luego se giró hacia ella con una pequeña sonrisa.

 - Mañana vendrá Laurence para llevarte a la Iglesia definitivamente. Quería terminar el libro contigo antes de que te fueras.

La noticia era buena, sin embargo, Amelia no sonrió. Tras unos segundos, abrió la boca.

 - ¿No volveré a verte? - preguntó.

 - Oh, claro que si - la doctora sonrió arropándola - Soy la mejor doctora de Yharnam, sirvo a la Iglesia y altos cargos poderosos. Nos veremos seguramente en mi visita semanal a la Iglesia para chequeos médicos y otras tonterías que me piden eros devotos supersticiosos. Voy el último día de la semana, después de la hora de la comida. Podré verte y curarte si algo te pasa.

Eso hizo feliz a Amelia. Confiaba en la palabra de la doctora, y volvería a la Iglesia, junto con Laurence y manteniendo el contacto con Iosefka.

*

Pasados unos meses, Amelia trabajaba en la Iglesia. Ciertamente, debía empezar por lo más bajo si quería llegar alto sin influencias familiares, pero a ella no le molestaba. Estaba convencida que lo lograría.

Laurence no le pidió de vuelta el reloj de bolsillo y permitió que se lo quedara, pues así le indicaba a Iosefka el tiempo que debía tardar en realizar sus tareas. Así, ella también exigía saber el tiempo de llegada de Laurence cuando salía de la Iglesia, y él se lo indicaba en el reloj.

Iosefka siempre era puntual. Algunas veces llegó a la Iglesia terminándose un aperitivo que comía por el camino, pues estaba tan ocupada que no tenía tiempo ni para comer. Pero siempre hablaba con ella, curaba sus rodillas raspadas y revisaba su ojo derecho quemado, del que no quería mostrar al mundo. Por eso, Amelia siempre llevó sus vendas. 

Todo estaba bien, ella era feliz... pero la plaga llegó a Yharnam. Amelia era adolescente, joven e inocente, y no sabía que pasaba en el exterior, pero la Iglesia estaba revolucionada. Muchos decían que se acercaba el apocalipsis, que eran maldiciones hacia ellos y que volverían las bestias. Amelia nunca había escuchado nada de eso.

La plaga empezó siendo algo lento y gradual, que se comió la ciudad de Yharnam lentamente. Lawrence podía pasar días y días sin volver a la Iglesia, pero Amelia esperaba paciente, ajena a lo que ocurría en el exterior. Notaba menguar el personal de la Iglesia, poco a poco, iría quedándose sola. 

Los domingos llegaban, y estas veces, Iosefka tuvo que llegar en un carruaje que aparcaba al lado de la clínica. Ella no faltaba a su palabra... pero su clínica estaba a rebosar de gente infectada, herida, y muerta. Amelia la vio y corrió a su encuentro.

 - ¡Iosefka! - dijo llegando a su lado.

La doctora se veía agotada y algo demacrada, pero sonrió al verla. Amelia tocó su mejilla con tristeza y dio un pequeño suspiro.

 - Iosefka... ¿qué hay ahí fuera? - preguntó con inocencia.

 - ¿Has vuelto a notar dolor en las muelas? - dijo caminando cambiándole de tema.

Si los de la Iglesia no habían dicho nada a Amelia, ella no se lo diría. Los disgustos cuantos menos, mejor. Amelia suspiró.

 - No... no tengo más caries... - dijo mirando al suelo.

 - ¿Sabes que? - dijo ella recogiendo sus cosas - Cuando vuelva la semana que viene, voy a traerte ese viejo libro que te leía hace tiempo, ¿te acuerdas?

 - ¿El libro de cuentos? - Amelia sonrió mirándola, iluminando sus ojos.

 - Sí, ese mismo. Te traerá buenos recuerdos.

Iosefka se acercó hacia ella levantando su barbilla para ver su cara. Seguía vendada y tapada por la capucha, pero la chica había madurado mucho. Ya era una mujer.

 - Ah, Amelia... eres una mujer y ni me he dado cuenta... cómo pasa el tiempo...

Amelia sonrió con ternura, pero el momento bonito entre las dos amigas iba a durar poco.

 - Amelia, me marcho... ¿está bien? Tengo la clínica llena...

 - ¿Llena de que? - preguntó Amelia, intentando que le dijese algo.

Iosefka sonrió cogiendo su maletín, y poniéndose la bufanda, le dijo...

 - De pacientes, claro. Cuídate mucho...

La doctora se marchó corriendo a subirse al carruaje y se marchó. Hoy Yharnam estaba muy apagada y llena de niebla. Que mal día para salir, un domingo de otoño...

*

Mientras, un grupo de carruajes estaba siendo atacados por varias bestias. Los miembros de la Iglesia, armados con sus características armas, no tenían escapatoria dentro de los vehículos. Los caballos chillaban y se encabritaban, siendo atacados también y sin poder soltarse de sus amarres a la carroza. Era una muerte segura para todos ellos... o casi todos.

*

Iosefka llegó de nuevo a su clínica. Los doctores habían menguado con la plaga y quedaban menos de una docena, cuando antes tendría unos 50 a su servicio. Ahora mismo habían muchos pacientes en la sala central, pero ella tenía que ir a su clínica privada, en el ala superior. Al subir las primeras escaleras, vio a una joven cazadora que las bajaba, con su martillo eclesiástico al hombro.

 - Ah, Iosefka, me dijeron que saliste a la Iglesia... - dijo la pequeña asesina de monstruos.

La doctora suspiró.

 - ¿Has traído a más personas, Zoba? - preguntó sentándose en el primer escalón cansada.

 - Sí, a una prostituta y a una abuelita. No están infectadas, sólo algo alteradas - contestó ella pasando por su lado.

 - ¿No has podido traer a ese chico que sigue resguardado en su casa? 

 - No quiere venir... creo que prefiere morir, sinceramente... me da mucha pena, habla bien conmigo y me hace regalitos... - dijo poniendo un puchero.

(lo que yo hubiese hecho)

(A mi Gilbert me lo curan >:v)

 - Gracias... - ella volvió a suspirar.

 - Te ves muy cansada, de verdad, Iosefka... ¿no crees que te mereces dormir bien esta noche?

 - Los doctores nos dedicamos a la vida de los demás, cazadora... - dijo levantándose despacio - Es una vida sacrificada... pero bonita. Subiré a seguir investigando esa sangre que me dio Laurence. A propósito, ¿lo has visto?

La pequeña cazadora negó sin soltar su martillo. La doctora asintió dándole las gracias y siguió subiendo a sus aposentos. La cazadora se marchó de la clínica justo cuando la doctora entraba a su despacho privado, y su cara de cansancio cambió rápidamente a una de alerta y enfado. Había algunos libros tirados en el suelo, papeles revueltos en la mesa y su ventana abierta.

 - Quién está ahí - dijo con voz dura.

Una risita aguda resonó en la habitación y Iosefka giró la cabeza, metiendo con disimulo una mano en su bolsillo, donde tenía una inyección. Había una chica, peinada y vestida de la misma forma que ella, solo que más delgada y de muy mala cara. Parecía que llevaba algunos días sin comer y le empezaba a afectar psicológicamente lo que era la plaga.

- Filomena... - dijo ella con seriedad - Por todos los demonios, ¿Que haces?

La chica volvió a reír, esta vez pasando lentamente los dedos por su cara y arañando su propia piel. Sus ojeras eran muy pronunciadas y de sus labios salía saliva por un lateral.

- Filomena, te has sobrepasado trabajando - Iosefka se acercó - Voy a examinarte, tal vez algún paciente te ha contagiado algo...

- No hay cura... - dijo la enfermera de Iosefka sonriendo - es más divertido crear monstruos que personas...

Iosefka la miró con detenimiento. Filomena era una brillante enfermera bastante confiable e independiente, con un pasado de mujer luchadora y ahora... se había puesto su ropa, peinado como ella... y parecía estar perdiendo la cordura.

- Filomena, siéntate...

- Yo no me llamo así - dijo ampliando su sonrisa y se apuntó con un dedo - Soy... Iosefka.

Algún tipo de efecto secundario, sobredosis de trabajo o alucinaciones, pensaba la verdadera Iosefka. Tal vez, cuando Filomena se quedaba al cargo de la clínica cuando ella salía se creía tan buena doctora e importante como ella, que acabó subiéndosele a la cabeza con la locura de Yharnam.

Iosefka quitó el tapón de la inyección con dos dedos, aún dentro de su bolsillo, mostrando tranquilidad. Debía pillarla por sorpresa e inyectarle ese tranquilizante tan potente.

- ¿Donde... Está? - preguntó Filomena avanzando hacia ella.

- ¿Dónde esta que? - Iosefka mantuvo la distancia.

- La sangre de Laurence... por cuidar de la niña...

- A buen recaudo. Esa sangre es para analizarla y ver sus propiedades.

- Claaarooo~ - Filomena dio otra risa - Y eso sólo lo puede hacer Iosefka... - dijo señalándose con ambas manos - Y nadie es mejor que yo.

Antes de que Iosefka pudiese reaccionar, Filomena se lanzó sobre ella derribándola al suelo. Iosefka apretó los dientes y sacó la mano de su bolsillo con la inyección, pero Filomena la agarró con fuerza. Empezó a reír mientras presionaba con el pulgar la punta de la aguja, doblándola hasta que quedara inutilizable.

Iosefka quiso defenderse con la otra mano, pero Filomena le golpeó en la cara varias veces. Tras eso, agarró su cuello fuertemente, clavando sus uñas y cortando el aire a sus pulmones.

Filomena disfrutó de cada uno de los gestos de asfixia que hacía Iosefka, antes de dar un gemido ahogado y relajar para siempre los músculos de su cuerpo, con la mirada perdida en el techo. Filomena rio acercando su cara a la suya, y acariciando sus mejillas blancas, aún con calor, le dijo...

- Que hermosa te ves cuando ya no existes...

Luego se levantó y riendo entre dientes, se agachó a cogerla de un tobillo y arrastrarla para sacarla de ahí. La mano de Iosefka rozó un libro del suelo, moviéndolo un poco, siendo el libro de cuentos de la pequeña Amelia.

*

Un tiempo indefinido después... (la letra cursiva son pensamientos de Amelia)

*

¿Cuánto ha pasado...? ¿Cuánto queda...?

La catedral había cambiado mucho. Primero llegaron unos miembros de la Iglesia con un cráneo deforme, afirmando que era del gran Maestro Laurence, que mutó en un monstruo antes de morir. Se quedó en el altar como reliquia y Amelia rezaba para él todos los días.

Poco después, quedaban muy pocos miembros de la Iglesia, ya todos armados y dedicándose a vivir ellos por ellos mismos, no por los demás. Fue recién entrada la noche, un numeroso grupo de infectados humanoides y sabuesos entraron en la Iglesia por el portón principal. Todos salieron a pelear, menos Amelia, que seguía arrodillada rezando delante del cráneo de Laurence, con el reloj de bolsillo entre sus manos.

Justo cuando la pelea se estaba decantando por los infestados, un aullido desgarrador retumbó en la catedral, y todos pudieron ver cómo Amelia empezaba a mutar, deformando su cuerpo dolorosamente, dejando atrás a una inocente niña para dar paso a una especie de licántropa blanca y lacia con cuernos en su cabeza, manteniendo sus vendas en la cabeza.

La masacre fue increíble. Amelia destrozó con ira tanto a los infectados como a los miembros de la Iglesia, aullando de dolor y de rabia, y siempre siempre, sin soltar el reloj.

De eso pudo haber pasado mucho tiempo. Quién sabe cómo es la percepción del tiempo de las bestias en relación con los humanos, pues Amelia no volvió a su forma humana. Permanecía sentada sobre sus cuartos traseros, dejando sus colas como miles de vendas flotando suavemente, bajo la luz de los ventanales, delante del altar, rezando, llorando, echando de menos.

  ¿Qué día es hoy?.........¿Por qué la noche es eterna?......... ¿Por qué nadie viene a verme?

La licántropa levantó el morro al cielo. Su color blanco puro se volvió más intenso, sanando sus heridas... pero las que tenía en el alma no se podían sanar así.

Señor Laurence... ¿Que debo hacer? Ya no puedo llorar más... ¿Por qué? ¿Por qué no volvió? Faltó a su promesa... me mintió...

Me dijo... que volvería a esta hora... pero usted no me dijo el día que tenía esa hora... ¿Cuándo llegará?

La licántropa deliraba. Ya no diferenciaba lo real de lo falso, de sus recuerdos de sus sueños, de las mentiras reales y de las creadas por ella.

Iosefka... ¿Cuándo vendrás? No sé si hoy es domingo... pero me duele mucho el cuerpo... me duele todo y no puedo sanarme....... Iosefka... ¿Cuándo vendrás a traerme el libro de cuentos?.... Ya se me han olvidado todos...... Siento.... no poder cepillarme los dientes tres veces al día....

¿Por qué? Sólo quiero que alguien me de una razón por la que no volvéis conmigo.......... No me gusta estar sola... odio la soledad... por favor... alguien... quien sea...

La licántropa miró su reloj de bolsillo en sus monstruosas manos temblorosas. Dentro de ese monstruo aún había una joven durmiendo, y ahora deseaba que apareciese alguien para guiarla. Ella apretó el reloj sin romperlo, llevándolo a su corazón, siendo tan importante para ella... porque así podía saber cuando vería a sus seres queridos.

- Amelia...

La licántropa levanto el morro y abrió los ojos bajo las vendas, y giró su largo cuello hacia la entrada. Una pequeña cazadora entraba esquivando cadáveres en descomposición con un enorme martillo eclesiástico al hombro. Se giró rápidamente en posición de defensa con un aullido, semejante a un grito desesperado.

La cazadora la miró parando. No le tenía miedo, era rubia con una trenza al lado y ojos azules cariñosos. Su sonrisa estaba llena de amor. Vestía ropas de Ejecutora que le quedaban grandes.

- Amelia... se que nos hemos visto poco, pero... ¿Te acuerdas de mí?

La licántropa se incorporó, creciendo en tamaño, enseñando los dientes. La cazadora se dio cuenta que la venda que llevó una vez Amelia en la cara había sido sustituida por el abrigo con capucha que llevaba, pues las mangas colgaban de los lados.

Hay una intrusa en la catedral, quiere hacerme daño. Es una cazadora, tiene armas. Quiere quitarme a Laurece, quiere quitarme mi reloj... todos los que lleven armas deben morir...

Fue entonces cuando la pequeña cazadora recordó que llevaba ese pesado martillo a sus hombros, que soltó poniéndolo en el suelo con tanta fuerza y peso que quebró la baldosa. Encima puso su pistola y levantó los brazos para indicarle que no iba armada.

- Tranquila, tranquila... no vengo a hacerte daño - ella sonrió - He venido a ver cómo estás, Amelia...

Amelia.... ¿Acaso te refieres a mí? ¿Es así como me llamo?.......... Llevo tanto sin escuchar mi nombre que..... lo había olvidado....

- Nos vimos unas cuantas veces en la clínica de Iosefka, yo llevaba personas sanas allí.

Eras aquella chica cazadora, rubia de ojos azules como Iosefka y yo........ una mujer en un mundo de hombres...... una de las mejores en lo que hacía...... como Iosefka....

La licántropa volvió a poner tres patas sobre el suelo, mantiendo recogida la que sujetaba el reloj, y se inclinó despacio a verla de cerca y olfatearla. Zoba sonrió con cariño.

- La última vez que vi a Iosefka fue hace mucho tiempo, en realidad, apenas he tenido tiempo de ir a verla, pero me dijo que estabas aquí, luchando para ser una gran vicaria. Y me he pasado a saludar - Zoba bajó las manos y puso una postura cómoda mirando a la enorme bestia - Parece que has conseguido lo que querías.

¿Lo que quería?........ ¿Qué era lo que yo quería?....... ¿Por qué luchaba?........ Quería....

......ser una vicaria.......

- Viendo el panorama... - dijo girándose a ver a los últimos monjes muertos - esta iglesia no tiene cargos, pero si sigues siendo miembra... puedes ocupar el puesto de vicaria, aunque no haya un párroco a quien sustituir y ayudar.

¿Yo puedo ser.... una vicaria? ¿No hay nadie que lo evite? ¿Tengo tu bendición, señor Laurence?

La licántropa se giró, dándole la espalda con seguridad a la cazadora para acercarse a ver el cráneo de Laurence como si esperase que pudiera hablarle.

Zoba la miraba con felicidad. No le sorprendía que Amelia tuviese ese tamaño ni esa forma, pues en los tiempos que corren, casi ninguno se escapa de la infección. Lo que le agradaba y alegraba, es que se pudiese tratar con ella. Tenía algo de humanidad dentro, a la pequeña Amelia durmiendo en el interior de esa bestia hermosa, enorme... mira que Zoba había vistos infectados y mutaciones en sus viajes, pero Amelia sin duda, era la más hermosa para ella.

Ella se acercó caminando, rodeando a la bestia, para ver el altar. Mantenía una distancia prudencial para evitar poner nerviosa a la bestia, y vio el cráneo transformado, como el de una Bestia Clérigo. Era sin duda una reliquia, un recuerdo de Laurence. Rebuscó en sus bolsillos teniendo una idea, haciendo enfadar a Amelia, pues pensaba que sacaría algún cuchillo o bomba. Sin embargo, era un frasco de sangre peculiar.

- Toma, es sangre de Iosefka - dijo tendiendo el vial - Me la dio para una emergencia y me sabe mal usarla. Prefiero que la uses tú de reliquia para recordarla, yo seguiré bebiendo sangre anónima - dijo sonriendo con inocencia.

La bestia albina acercó su morro plagado de dientes hacia ella, olfateando el cristal. La cazadora le quitó el tapón para que oliese la sangre, y el enorme monstruo dio un lamento de nostalgia. Tendiendo su zarpa izquierda, de largos dedos con afiladas uñas, Zoba dejó con cuidado el vial en su palma. Amelia se lo llevó al morro para poder verlo de cerca y olerlo. Sí, de verdad era de Iosefka...

Intentando que su zarpa no temblase, acercó el vial al altar para colocarlo al lado del cráneo de Laurence, de pie y con cuidado.

 - Felicidades, Amelia... ellos deben sentirse muy orgullosos de ti... o debería decir... Vicaria Amelia.

La licántropa dio un aullido gutural mirándola desde las alturas. Ya no tenía deseos de matar a nadie. Se encontraba en paz. Vio a la chica despedirse con una mano y volver a echarse ese enorme martillo al hombro y colocar su pistola, para empezar a salir por la catedral.

Amelia se quedó viendo el cráneo y el vial de sangre, abrazando su reloj. Esta paz... pensaba que ya no se encontraba algo así... estaba de nuevo reunida con Laurence y Iosefka.

Mientras, Zoba se reunía fuera con un joven Ejecutor rubio que le esperaba en la escalera.

 - Alfred, ya está... podemos irnos.

El muchacho la miró y suspiró.

 - ¿Es el monstruo que llora y lamenta tu conocida?

 - Sí, es esa niña, pero ahora está bien. No puede salir de la catedral a menos que la rompa, y le tiene demasiado cariño como para hacerlo, así que no molestará ahí dentro. Pobrecita, Alfred...

 - Es su decisión, ya lo viste - el ejecutor tendió una mano para ayudarla a bajar las últimas escaleras - Has hecho bien en calmar su dolor, ahora vámonos...

Tras haber dado dos pasos, Alfred se detuvo alerta. Zoba también lo notó y miró alrededor. Había alguien, alguien venía. Alfred escondió a la chica detrás de él justo al ver venir a un cazador con gran velocidad hacia ellos con intención de darles muerte.

*

Es tranquilizador... relajante... ahora puedo esperar más tranquila a que volváis conmigo......... Laurence..... Iosefka...... yo cuidaré bien la catedral, dejaré limpio el altar........ todo listo para la siguiente misa........ la vicaria Amelia.... siempre cuidará este lugar hasta que volváis....

La licántropa se giró al escuchar unos pasos al fondo de la catedral.

 ¿Laurence? ¿Eres tú?.........¿Iosefka, has venido a traerme mi libro?....... ¿Cazadora, has olvidado decirme algo?

Pero no era ninguna de esas tres personas. Era un cazador, que blandía una guadaña y avanzaba hacia ella, vigilándola como si fuese su presa. Su cara expresaba con sinceridad la locura que había fuera de las puertas de la catedral, y su hoja goteaba la sangre fresca que acababa de obtener.

Amelia se abrazó a su reloj, sintiéndose amenazada. Olfateó el aire para ver si alguna vez había conocido a ese cazador, pero notó otra cosa... el olor de la cazadora proveniente de la sangre de la guadaña. Ella dio un gruñido a la defensiva. Este cazador no soltaba sus armas y avanzaba demasiado hacia ella. Debía... Debía proteger la catedral, a Laurence y a Iosefka. Los vicarios se encargan de todo en ausencia de sus superiores, y Amelia... era una vicaria.

*

Tras unos eternos minutos, Amelia se derrumbó temblorosa en el suelo. Sus patas traseras estaban destrozadas y no la mantenían en pie, su morro estaba partido por golpes importantes y chorreaba sangre. La zarpa que sujetaba su reloj seguía en su pecho, temblorosa y herida.

¿Por qué?....... ¿Por qué quieres interrumpir en la catedral...? Nosotros no te hemos hecho nada....... No hay nada aquí que quieras ... salvo que quieras quitarme a Laurence y a Iosefka........ ellos son mis amigos.... no me los quites...... son lo único.... que me queda.....

Y dando un fuerte aullido hacia el cazador con todas sus fuerzas, expulsando saliva y sangre de su morro roto, Amelia se levantó del suelo haciendo caso omiso al dolor de sus patas traseras y corrió en dirección opuesta al altar, lejos del cazador, buscando unos segundos en los que ella pudiese sanarse para seguir defendiendo la catedral.

Pero este cazador... no era ni tonto ni torpe. Cierto es que le sorprendió ver una bestia con capacidad para regenerarse... pero a él no le gustaba perder el tiempo. Ya había terminado con los dos ejecutores de fuera y esta bestia era su objetivo, pues pensaba que todas las bestias guardaban tesoros.

Antes de que Amelia pudiese recuperarse, el cazador corrió a su lado para hundir en su costado la hoja de guadaña por completo, haciendo a la licántropa dar un enorme alarido de dolor y de derrumbarse hacia un lado, definitivamente sin poder resistir ese golpe. De la herida empezó a salir sangre, y su pecho empezó a moverse más lento de forma gradual. 

Con un último esfuerzo, levanto una zarpa temblorosa hacia su destrozada cara, e intentó ver por última vez su reloj por debajo de su sangrante capucha que cubría sus moribundos ojos.

Lau... rence....... lo siento...... yo..... no me puedo levantar...... es como si...... si este cuerpo ya no..... fuera mío...... no soy una buena vicaria....... no he podido cuidar.... de lo que dejaste.... Io....sefka.... ¿Podrías...... curar mis heridas..... cuando vuelvas? Yo..... te esperaré aquí..... esperaré.... pacientemente...... como una buena chica......

La zarpa empezaba a temblar del esfuerzo de estar levantada, pero Amelia necesitaba... despedirse.

Yo...... he esperado tanto..... tanto tanto..... he esperado que vieseis como cumplía mi sueño...... como pasaba por encima de aquellos que.... que me dijeron que no lo lograría.... pero....

.........pero.......

........

....

......pero nunca volvisteis.....


Y dejando caer contra el suelo su zarpa sin fuerza a la vez que cerraba los ojos finalmente, el cuerpo de Amelia dejó de sufrir. El reloj de bolsillo cayó de su zarpa con el golpe y rodó por las baldosas, quedándose ahí después de girar varias veces.

Mientras, el cazador recogió su premio. Había un vial de sangre que no había tenido nunca, que se guardó en la ropa como un buen tesoro, e investigó el cráneo de la bestia. Cuando vio que sólo servía para ser un recuerdo, lo tiró por detrás del altar, como una basura.

Pensaba que ese monstruo era una basura y que no tenía nada valioso, y mientras caminaba para salir de la catedral viendo a la bestia muerta a un lado, vio el brillante reloj de bolsillo en el suelo. Pensó que eso sí que podía ser un tesoro, una reliquia protegida por la bestia y que no la soltó hasta morir, y se agachó a verlo.

En realidad, era sólo un viejo reloj de bolsillo con mucho significado para Amelia, nada especial, pero por detrás tenía algo grabado. Escrito con letra muy inestable y defectuosa, el cazador pudo leer:

No olvidar:
- Laurence a las 12:00 todos los días
- Iosefka a las 4:00 los domingos

El cazador puso una mueca de decepción. Incluso estaba mal escrito, nadie podía ir a las 4 de la mañana, serían las 16:00, pero eso... no lo sabía una niña que sólo contaba hasta 12 y se guiaba por los números del reloj.

Escupiendo a un lado un poco de saliva mezclada con sangre, el cazador se incorporó y pisó esa baratija de reloj, rompiéndolo, antes de salir de la catedral, sin importarle ni saber que había destrozado dos y llevado una de las tres reliquias de Amelia.

*

¿Dónde... estoy?

Amelia se levantó del suelo en un lugar que conocía. Era el pequeño cuarto donde dormía cuando estaba en la clínica de Iosefka. Se miró las manos. Era una niña, sin heridas, sin vendas...

Vio su cama y metió la mano por debajo de la almohada como hacía de costumbre, pues ahí guardaba su reloj. Lo miró detenidamente y acarició con cariño. Eran las 16:00 de la tarde.

Amelia escuchó a Iosefka hablar fuera, y se levantó para abrir la puerta. Abrió un poco para asomar un ojo, viendo a Iosefka atender a la pequeña cazadora, que estaba junto a un hombre más grande que ella, con un casco triangular en su cabeza. Amelia miró impresionada cómo Iosefka ponía una venda alrededor del brazo partido de la cazadora, y al retirarla, estaba curado. Parecía magia. La doctora se giró con una sonrisa a verla.

- Amelia... has despertado por fin.

La cazadora y el ejecutor la miraron. Ella se bajó de la camilla de un salto.

- ¡Amelia! ¿Dormiste bien?

La chica abrió la puerta un poco más mirándoles. Todo estaba como ella lo recordaba. Tal vez... tal vez... todo había sido un mal sueño.

- Gracias por dejarme pasar primero, Alfred, ahora tu.

El Ejecutor se sentó en la camilla y se quitó el casco. No tenía cabeza. Amelia retrocedió hasta chocarse con la pared. Iosefka sacó la cabeza de dentro del casco, separada del cuerpo. Debería estar muerto... pero movía los ojos y estaba... vivo.

Ah no no no no no... eso no podía estar pasando. Amelia miró asustada cómo Iosefka envolvía la herida de su cuello juntando la cabeza al cuello del ejecutor, para después retirarla... y que ambas partes estuviesen unidas. Eso era magia... magia o... o...

Miró su reloj como si este le diese la respuesta. En vez de eso, el reloj comenzó a avanzar rápidamente, girando sus agujas en círculos hasta marcar las 12:00. La puerta de la consulta se abrió y entró Laurence con una pequeña sonrisa.

- Saludos, compañeros - él se detuvo al ver a Amelia, primero con algo de asombro, y luego dio una triste sonrisa - Hola Amelia... no te esperábamos tan pronto...

- Señor Laurence... - la chica se acercó con timidez hacia él, viendo como él abría los brazos para acogerla.

El vicario se agachó a su altura, y Amelia vio de reojo como Iosefka hablaba con los cazadores.

-Señor Laurence... - susurró - este sitio... es raro... Iosefka cura heridas incurables con magia... y yo... y yo...

Ella se miró las manos, incapaz de explicarle que ella había crecido, pero había vuelto a ser una niña. Incapaz de explicarle sus últimos días en la catedral, lo que ocurrió y... como término. Laurence acarició su cabeza por encima de su capucha.

- Amelia, este sitio no es raro - dijo el vicario tomandola en brazos - Este sitio es tal y como tú quieres que sea.

El vicario fue hacia la puerta despacio, y Amelia recogió el libro de cuentos que le tendió Iosefka antes de que se fueran. Laurence salió despacio del cuarto cargando a la niña, y los demás le dijeron adiós con la mano.

- En este lugar no existe el dolor. Puedes ver a quien quieras cuando lo desees, cumplir tus sueños y verlos vivos.

Amelia escuchaba al vicario. Se sorprendía, porque Laurence nunca la tomó en brazos, menos con ese cariño. Bajando las escaleras, vio a los doctores de Iosefka trabajando y hablando con pacientes, todos sanos y curados.

Estaban incluso aquellas personas a las que trajo la cazadora, que la saludaron en cuanto la vieron.

- Todos parecen muy felices aquí... - dijo la niña.

- Todos aquí somos felices. Podemos estar con nuestras familias y amigos en este mundo que sólo nos enseña los mejores momentos de nuestra vida. Si tus días mas felices fueron cuando Iosefka te cuidaba, has vuelto a ser una niña y a estar aquí.

- Pero eso no... no tiene sentido... ¿Es un sueño?

- Oh, si. Tiene todo el sentido del mundo - el vicario abrió la puerta de la salida - Y si tu quieres considerar esto un sueño, adelante...

Tras la puerta, la floreciente ciudad de Yharnam estaba en primavera. El jardín de la clínica estaba lleno de flores y había mascotas dóciles. La gente paseaba por Yharnam sin preocupaciones y charlando alegremente con su familia. Ciertamente, todo aquello era lo que le gustaba a Amelia.

- Amelia, tengo una pregunta para ti... - Laurence la tomó de la mano y empezaron a pasear.

- ¿Sí? - dijo la niña mirándole.

- ¿Querrías ser mi vicaria?

La niña rio y abrazó a Laurence sin temor a ser rechazada. Se sentía satisfecha y enormemente completa. Ya no quería nada más de este mundo tan perfecto.

- Por eso... no volvisteis conmigo... - dijo la niña en un susurro.

Laurence la miró, agarrada a sus ropas. Ella levantó el rostro sonriente y con lágrimas.

- Estabais aquí... todos estabais aquí...

Laurence sonrió con tristeza, y la separó para seguir caminando y enseñándole el nuevo Yharnam. Tal vez, Laurence debería encontrar una forma sutil de explicarle a la joven que después de todo, había fallecido. Se encontraba en un lugar que era la completa felicidad para todos, donde todos descansan en paz. Si no habían ido a ver a Amelia... era porque ciertamente... esperaban a que Amelia se reuniese con ellos.

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Que a gustito te quedas después de hacer un capi que te hace sentir orgullosa.

Espero que os haya gustado, yharnamitas míos! 😝

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