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El vertedero de Mensis (Micolash, Especial 8k)

Por fin, tras mucho tiempo de atraso, llega el especial 8k por Halloween.

¿Preparados para descubrir el secreto del Osario de Hemwick y del misterioso cazador en la Morada de la Bruja?

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Situado en las afueras de Yharnam, se encontraba el Paso del Osario. Todos conocemos ese lugar como una especie de cementerio en una vieja aldea cuyas principales habitantes son mujeres bastante mal de la cabeza, pero todo tenía una explicación. Y es la que os voy a contar ahora...

Hacia el Osario se dirigía una comitiva, encabezada por una carroza con el símbolo de la escuela de Mensis, y detrás de esta, varios carros con cadáveres encima y tapados con lonas sucias.

Las bestias, como perros e infectados armados con armas de fuego dejaban pasar los carros mirando con aburrimiento, pues estaban acostumbrados siempre a lo mismo. Sin embargo, había una persona que pasara lo que pasara, no se acostumbraba a la mugre, al asco que le causaba el lugar, que iba montado en la primera carroza mirando por la ventana. Tras atravesar un portón, la carroza se detuvo, y los carros detrás. Varias personas se pusieron a bajar cadáveres liados o sin tapar y a llevarlos al centro del cementerio.

Un erudito de Mensis los veía por la ventanilla de la carroza, con las piernas cruzadas y un puño en el mentón. Él no iba a salir hasta que se fueran los carros, no le apetecía estar ahí mientras sacaban tantos cuerpos que ya apestaban, aunque el olor natural del lugar era el mismo, mezclado con sangre y cenizas. Dio una sonrisa cuando vio que uno de los "cadáveres" que arrastraba una persona todavía se quejaba y se removía en su saco. Qué más da... moriría pronto. Ya había sufrido bastante, sólo le quedaba morir.

- Ah... ¿conoces ese sentimiento, mi querido amigo, de ir a un lugar al que amas pero desprecias a la vez? – preguntó – Es lo que estoy experimentando ahora mismo... aunque tú solo lo odies. Me gusta lo que se hace, pero no me gusta el lugar. Es como los que vienen buscando droga... les gusta lo que hay, no les gusta el sitio.

El hombre apartó la vista de la ventana para mirar en el asiento enfrente de él. Tenía a un cazador maniatado a sus espaldas, algo delgado y bastante asustado, con la boca sellada por una ruda cuerda vieja, dejando su vista destapada para que viera la belleza natural del Osario. Los ojos azules del cazador titilaban nerviosos, y sus cabellos rubios y lisos estaban grasientos por tanto sudor.

- Vamos, vas a tener el placer de asistir a una visita guiada por el Osario sólo para ti... - dijo el hombre abriendo la manija y saliendo de la carroza.

Micolash bajó por las pequeñas escaleras de la carroza, y tras él subió el fornido cochero para agarrar al cazador y bajarlo bruscamente. Micolash sonrió cínicamente al ver los carros siendo vaciados en el suelo como si llevasen tierra o estiércol, no como si llevasen cuerpos, que eran atados con cuerdas y llevados a rastras.

Se colocó bien su chaqueta con un rápido movimiento y comenzó a bajar por un camino de tierra hacia una plaza con una gran escultura en el centro, siendo seguido por el bruto cochero tirando del pobre cazador amordazado.

Llendo Micolash caminando delante con las manos cruzadas tras la espalda, el joven cazador amordazado era obligado a caminar siendo empujado. En el centro de la gran plaza se alzaba esa estatua enorme, muy detallada, que de lejos, con la luz de las antorchas, el joven cazador creyó que se trataba del mismo Amygdala. Parpadeó varias veces, intentando calmarse, ya que eso sólo era un producto de su imaginación creado por el miedo. La estatua era en realidad una enorme mujer armada como aquellas que observaban curiosas a una distancia prudencial, portando machetes, antorchas y otros aperos de labranza usadas de armas. Se podían escuchar sus risas contenidas y sus susurros chirriantes.

El cazador les observaba en silencio aterrado con sus ojos azules temblorosos con la pupila dilatada. Era una aldea... compuesta por mujeres, principalmente, y seguramente por los graves gruñidos que se escuchaban en la oscuridad, habría grandes monstruos. 

Inspeccionando unos instrumentos de tortura en un rincón, fue sorprendido por Micolash delante de él, quieto, con una cara que reflejaba su característica calma misteriosa.

 - ¿Interesado por los instrumentos creados a partir de la rabia y el odio de los humanos a sus semejantes? - preguntó alzando las cejas - ¿No crees que el ser humano es un ser despreciable por crear herramientas en contra de su propia raza? Somos el único animal que lo hace. Pero no por ello hace que las personas me caigan mejor... - y acercándose hacia él, inclinó su cabeza hasta su tembloroso hombro para susurrar en su oído - No es un secreto que hay muchas personas a las que odio, y a las que me gustaría ver muertas... pero yo no les cortaría la cabeza con esas guillotinas - luego volvió a incorporarse delante de él - Así sólo pueden experimentar mi odio durante cuatro tristes segundos, que es lo que dura la consciencia humana tras una decapitación - dijo mostrando cuatro dedos de una mano, ocultando el pulgar - ¿No te parece un tiempo escueto para hacerle saber lo mucho que odias a alguien?

El cazador le miraba tembloroso. Sus rodillas querían ceder y caer al suelo, pero el fornido cochero lo impedía sujetándolo. Se le heló el aliento al ver que ahora Micolash no tenía su serenidad normal, sino que estaba serio, mirando al horizonte.

 - Pero tú que vas a saber... - dijo con frialdad bajando las comisuras de sus labios - Si nunca te ha odiado nadie como te odio yo, y tú nunca has odiado a nadie al ser el elegido... al tener el respeto y la admiración de todos los que te rodean.

Tras esto le dio la espalda y continuó caminando por unas escaleras al fondo, y el cazador fue obligado a seguirle. 

Mirando alrededor, notando el frío de la noche, un olor horrible llegó a su nariz. Putrefacción, descomposición, sangre, muerte, fuego.

Levantó la mirada en su camino y vio el suave balanceo de los cadáveres ocultos en sacos colgando de las ramas de una gran árbol muerto. Fijándose mejor en ese horrible lugar, los cadáveres se amontonaban sin ningún miramiento en cualquier esquina, encima de carros viejos, colgando de los mismos árboles o en cualquier fosa, como si nadie nunca hubiese tenido un respeto por la vida, como si ahora fuesen estorbos esperando ser abiertos y despojados de varias partes, arrebatando la poca dignidad que podía guardar un cadáver: permanecer completo.

Vio en uno de los montones un saco moverse, sacudirse y quejarse con la voz de un hombre adulto. Se preguntó para sí si era el mismo saco que había visto junto con Micolash cuando iban en la carroza. Eso le confirmaba al cazador que algunos eran llevados ahí vivos, aquellos que han tenido la "suerte" de no venir muertos o no morir por asfixia dentro del saco, tal vez por un mal cierre o la rotura de este.

Al cazador se le hizo un nudo en la garganta cuando una de las mujeres se acercó al saco con una enorme horca, que clavó sin miramientos varias veces en este hasta que empezó a salir sangre por los orificios creados. Sus gritos de dolor y agonía llamaron la atención de un perro, que acudió corriendo y ladrando hacia el saco con la lengua fuera, y furioso, le ladró a los gritos hasta que terminaron. Luego mordió el saco con rabia. Era un chucho sarnoso, que no paraba de rascarse los costados con las patas traseras y haciéndole perder pelo. ¿Cuántas infecciones y mutaciones tendrían estos animales? ¿Cómo podrían seguir vivos? ¿Sufrían? El animal les miró, mientras jadeaba y sacudía su cabeza. Micolash le miró de reojo.

 - Estarías mejor con la cabeza de un cuervo... - susurró para sí mismo.

Continuando su camino, llegaron a un enorme portón cerrado, siendo la verja con barrotes de acero oxidado. El cazador miró a su alrededor mientras un hilo de saliva caía de su boca, abierta y aprisionada por la ruda cuerda que no le dejaba cerrarla entera y le quitaba oxígeno. Tenía la esperanza o la incertidumbre de que esa puerta significase el fin de su trayecto. Micolash dio un bufido de desaprobación cruzándose de brazos.

 - ¿Por qué no está abierta? - preguntó sin mirar a nadie en particular.

Tres mujeres que había detrás de ellos se miraron entre sí culpándose entre ellas mentalmente. Luego, de un pequeño y oscuro callejón a un lado, se escucharon unos lentos y pesados pasos. Los tres hombres, Micolash, el cazador y el cochero, miraron a la vez, justo cuando la enorme mano de un troll se agarraba a la piedra del muro para ayudarse a subir el último escalón. 

El monstruo les miró pesadamente, como si acabara de despertarse, y al ver la puerta cerrada, se acercó sin prisa. Micolash le miraba molesto mientras se alejaba un poco, para no percibir demasiado el aroma natural de los trolls a base de sudor y mugre. El monstruo agarró la puerta, y con un movimiento brusco, rompió el candado y la cadena del otro lado, abriendo la puerta con un chirrido y el tintineo de la cadena.

Micolash, con una maldición en un murmullo en vez de un agradecimiento, la atravesó, seguido por el cazador tras recibir un empujón del cochero.

Justo al entrar había una pequeña explanada, y al fondo de esta, un grupo de mujeres sujetaba con cadenas y cuerdas a unos perros mucho más aterradores que el que había aparecido antes. En zonas superiores, como una torre y un puente a su derecha, varias mujeres más les miraban como si estuviesen esperando su llegada, en silencio y armadas, con una mezcla de odio y curiosidad.

Mientras que el cazador les miraba, se tropezó cayendo al suelo de bruces, y al abrir los ojos adolorido, se encontró de frente con los restos de una calavera y una caja torácica. Sus pupilas se dilataron junto con un grito gutural desde su garganta y al intentar levantarse, fue ayudado por el cochero con su característica amabilidad.

- ¿Tan hermoso te parece el paisaje que no puedes ver ni dónde colocas los pies? - preguntó el erudito más adelante - Este lugar... es un vertedero... y no quiero que te tuerzas el tobillo... - dijo con una falsa preocupación.

Y retomando la marcha, esta vez mirando al suelo, el cazador descubrió muchos, muchos más restos de cadáveres, esparcidos como si fueran abono para la tierra, que tras comer su carne hacían aparecer los huesos blanquecinos que decoraban la ladera como un campo de flores de marfil. Era la belleza del osario.

Él sólo levantó la cabeza cuando notó la presencia de tres enormes monstruos de armadura negra portando hachas con una hoja que podían cortar fácilmente a una persona verticalmente. Estaban en el inicio de la cuesta a la izquierda, quietos y expectantes. Se sabía que no eran estatuas por su ruidosa respiración por el yelmo.

Pasando por ese camino en cuesta adornado a ambos lados por cadáveres empalados, llegaron a la entrada de una vieja casa.

Al entrar en ella, un olor mucho más fuerte a putrefacción les dio de golpe en la nariz a los tres a la vez, haciendo que Micolash se pusiese la manga de su chaqueta delante de la boca con un gesto de repugnancia, y al cazador casi hacerlo vomitar.

Agradecería en ese momento tener esa parte de su atuendo que tapaba su nariz y boca, que se la habían bajado al cuello para ponerle la cuerda en la boca. Cuando sus ojos se acostumbraron a la poca luz, vieron aquella zona casi cerrada llena de cadáveres amontonados a ambos lados de la estancia, y entre ellos, unas escaleras descendentes. Al verlas, el joven comprendió que su viaje por el Osario se había terminado.

Al llegar al final de la escalera, el cazador abrió los ojos de par en par, viendo el horroroso sótano adornado con cadenas colgantes del techo del que colgaban cadáveres como si fueran los frutos del sótano. Se guardaban la mejor parte para el final.

De reojo, el joven pudo ver unas sombras moverse alrededor. Al principio pensó que se trataba de las sombras proyectadas de los cadáveres por el suave balanceo de los sacos en las cadenas, pero esas sombras tenían largas piernas y brazos, y en estas, armas semejantes a las hoces... y no había sólo una. Llegó a contar hasta tres sombras rodeándoles, balanceando sus hocen lentamente.

El cazador era el único que se encontraba inquieto e intranquilo, sin querer perder de vista a esas sombras de ojos blancos.

 - Ya puedes irte - dijo Micolash.

Con la leve esperanza de que esas palabras fueran para él, el cazador notó soltar la presión de sus manos... pero era el cochero que había dejado de agarrarlo para darse la vuelta hacia las escaleras y marcharse. Pasó justo entre dos de esas sombras sin inmutarse y salió subiendo las escaleras.

 - No es que no le den miedo... - susurró Micolash demasiado cerca del oído del cazador, lo que le hizo sobresaltarse - es que no puede verlas. No sabe que ellas están aquí, pues es un humano normal y corriente. No es como nosotros.

El cazador intentaba no mirarle a los ojos. Ahora que nadie le sujetaba a excepción de sus manos a la espalda, podía huir por las escaleras y salir al exterior y correr, correr y correr, escapar por el bosque... pero estaba tan asustado que su cuerpo no respondía a ningún estímulo. Micolash rio.

 - Qué cobarde eres... espero que no seas tan tonto de pensar por qué te he descubierto tan rápido. Vamos, ven conmigo...

Como si fuera la tentadora invitación de un demonio a ponerte cómodo para devorar tu alma, Micolash señaló con un movimiento elegante una puerta al fondo. Era obvio que el cazador no quería entrar, pero al notar a esas tres sombras acercarse a él por la espalda, no tuvo más remedio que avanzar hacia la puerta y bajar las escaleras temblorosamente, seguido de Micolash.

 - Quieto - dijo este último al bajar hasta la mitad - hazte a un lado - dijo apegándose a la pared.

El cazador no entendía bien a que se refería, pero todo lo que fuese atrasar su muerte era bienvenido. Pudo ver algo parecido a un cadáver moviéndose solo por la escalera, reptando por ella, como si una fuerza invisible tirase de su pelo.

Cuando se acercó un poco más, vio que en realidad había una gran bruja tirando del cuerpo y subiendo lentamente. El cazador se horrorizó al verla de tan cerca, y al llegar a su lado, cientos, cientos y cientos de ojos se abrieron a la vez sobre el cuerpo de la verrugosa y chepada bruja que se fijaron en él a la vez.

El terror era indescriptible, manifestándose en forma de una cruel frío glacial por todo su cuerpo, llegando a pensar incluso en que si se desmayara ahora mismo y cayera por las escaleras golpeándose en la cabeza y muriendo, sería un final feliz para él.

Ni siquiera se fijó si el cadáver era hombre o mujer, niño o niña, monstruo o humano, pues no podía apartar la vista de esos ojos que le tenían atrapado en su interna desesperación que le causaba la bruja al caminar tan despacio.

Cuando Micolash le dio un leve empujón, el cazador cerró los ojos para continuar bajando una vez que había subido la bruja. Se encontró ahí  con una pequeña sala de techo roto y hundido por donde entraba la luz de la luna, iluminando una silla justo en el centro, junto a basura y suciedad. Micolash le dio otro empujón obligándose a sentarse y agarró sus manos para atar la cuerda a la silla e impedir que se levantase. Esa silla manchada de sangre de cientos de personas distintas, esa silla de la tortura inhumana testigo del último aliento de varios...

Miró hacia el techo roto al notar el agradable y esperanzador brillo de la luna, que caía como una cascada sobre aquel que se sentase en la silla, como si fuese el camino que debía seguir su alma para saber llegar al cielo y descansar. Sólo pedía no seguir tan asustado, pero la presencia de la bruja justo a su lado le hizo gritar ¡Era imposible que siendo tan lenta hubiese bajado ya! ¿¡Acaso había más de una o qué?!

 - Shh... - murmuró Micolash con un dedo en los labios, y después le quitó la mordaza al joven - Así podrás gritar mejor.

El cazador movió la boca y los labios, masajeando las zonas adoloridas por la cuerda y limpiando la sangre seca, que luego escupió al suelo junto con unas pequeñas hebras de la cuerda. También le quitó la tela del cuello y su sombrero, dejando ver a un chico muy joven rubio de ojos azules.

 - ¿Siempre te has creído más listo que yo, verdad? - preguntó más con pena que con odio.

 - No... ¡no! ¡Obvio que no! - contestó el joven - ¡Sabes que yo...!

 - Yo ya no me creo nada de lo que digas... - contestó interrumpiéndolo - Pero continúa, me gusta oír esa asustada voz.

El chico puso una mueca preocupado. Le conocía demasiado bien como para saber que no hay que entrar en su juego, pero era tan cobarde... tan asustadizo e inocente, que dejó que su lengua hablase por su cerebro.

 - Yo te admiraba... hasta que te convertirte en un monstruo.

Micolash le miró desde arriba con gran seriedad. Él no se sentaba, pues no tenía dónde hacerlo y las escaleras estaban realmente sucias. El joven bajó la mirada derrotado al suelo.

 - Oh... - dijo Micolash acercándose - el ratoncito tiene miedo del gato - y agarrando sus cabellos dorados con brusquedad, le obligó a levantar la cabeza y mirarle - Yo siempre he sido un monstruo, pero ahora doy miedo porque vosotros me obligasteis a darlo.

Micolash le soltó con tanta fuerza que el cuello del chico dio un leve crujido que le dolió.

 - Aquel que dedicó su vida al estudio de los Grandes... - dijo él dándole la espalda con odio - aquel fascina con sus historias, aquel que soñaba con aprender lo que nadie había aprendido... aquel que empezó a crear un pequeño puente entre humanos y Grandes, yo, Micolash... - dijo mirando al cazador con un atisbo de pena y nostalgia en sus ojos, que cambió rápidamente a uno de rencor y odio - quedó eclipsado por el don de un maldito crío elegido por ellos para susurrarle sus conocimientos. ¡Enterraste el esfuerzo de toda una vida dedicada a ello por nacer con el don que siempre he deseado!

Micolash caminaba dando vueltas alrededor del joven nervioso y enfadado, deseando que sus palabras hicieran el impacto y daño que quería. Al notar un silencio muy incómodo entre ellos, se detuvo suspirando, y mirando hacia la luna se peinó el pelo hacia atrás con las manos.

 - Wilhem te prefirió antes que a mí... te ayudó a huir de la escuela, consiguiéndote ropas de los primeros cazadores y yendo con ellos... te llevaste tu don y sus frutos... - Micolash se giró lentamente a mirarle - ¿Pensabais que no me daría cuenta? ¿Pensabais que mi rabia y odio morirían en el momento en que te fueses? ¿Tenías miedo a mis represalias... Caryll?

El joven volvió a temblar al oír su nombre dicho con tanto asco. Subestimó claramente a Micolash el día en que pensó escaparse de allí para no ser víctima de sus celos... pero por su culpa, Micolash se volvió un monstruo, uno que ahora le daba miedo. 

 - Al final te cacé, falso cazador... - dijo con su sonrisa de lagarto - Ahora que me has abierto los ojos sobre el poco interés que todos tenían en mí, haré las cosas a mi manera... sin que me importe nada ni nadie a excepción de mí mismo - dijo con una sonrisa complacida.

Caryll quería decir algo, algo que pudiese detenerle. Algo que impidiese que Micolash pudiese hacerle algo a alguien, o incluso hacer algo prohibido. Movió los ojos rápidamente intentando buscar las palabras, pero Micolash le negó con un dedo delante de la cara.

 - No, pequeño Caryll... no puedes hacer nada... - dijo sonriente - ¿Quieres saber por qué te he traído aquí? Hay más motivos además de hacer que sientas miedo.

Ante el silencio tímido del chico, Micolash procedió a hablar.

 - Todos esos cuerpos, todos esos cadáveres, todas esas personas... las he matado yo - dijo como si fuera lo más normal del mundo.

Caryll abrió la boca como si la realidad le golpease de golpe, y miraba con sus ojos azules a ese hombre de pie delante de él.

 - No directamente, pero espero que entiendas que el que algo quiere, algo le cuesta. Mensis necesitaba sujetos para los experimentos, personas, animales. Cogimos todo lo que nos hizo falta y quisimos, pero claro... no hay sitio para tanto cadáver... - dijo mirando a otro lado.

 - Cómo puedes hablar de esto sin ni siquiera sentir un poco de culpa... - preguntó en voz tan baja que más bien parecía una afirmación.

 - Porque igualmente iban a morir. La plaga de Yharnam, ¿recuerdas? Han servido a la ciencia y sus cuerpos serán bien usados, deberían estar agradecidos.

 - ¿¡Agradecidos de morir?!

 - ¡Agradecidos de servir para algo! 

Caryll volvió a sentir miedo mirándole. El hombre que una vez admiró por su trabajo ahora le causaba verdaderamente terror. Era un monstruo.

 - Siempre tuve la convicción de que el tener más ojos hacía más fácil la visión del mundo escondido - dijo caminando despacio - Así que, lo puse a prueba... - dijo acercándose a una esquina.

Conforme se acercaba, la silueta de una bruja aparecía. Era igual que la otra, tal vez la misma, tal vez no. Lo importante era que estaba recubierta de ojos y que en sus huesudas manos sostenía un pequeño frasco con un líquido de un suave color verde.

 - Con unas voluntarias para ser las nuevas criaturas con más lucidez de este mundo, poco a poco, con los ojos de los caídos voy creando a estas maravillosas criaturas místicas - dijo mirando los ojos que recubrían a la bruja - Parece una estupidez, ¿verdad?

 - Lo es. Es una estupidez... - Caryll se enfrentó a él.

 - ¿Pero sabes que es lo mejor? - Micolash se acercó a él y se inclinó - Que funciona, Caryll, funciona...

El labio inferior de Caryll temblaba mirando a ese hombre. Ya no se esforzaba en parecer valiente.

 - Estas brujas han sido dotadas de gran poder arcano que hace que puedan volverse a la vista de simples humanos a cierta distancia, al igual que sus siervos... y pueden usar el poder para atacar y defenderse. No parece mucho, pero porque son unas simples brujas. Pero, imagina por un momento lo que haría este poder con un humano dotado de gran conocimiento y con la capacidad de adquirir más y más...

Micolash apoyó sus manos en los bordes de la silla, a ambos lados de las piernas del muchacho, y este las cerró temblando.

 - Vamos a lo importante... ¿me las das?

 - No sé de que me hablas... - dijo temblando sin mirarle a los ojos.

 - Sí que lo sabes... lo sabes muy bien... - Micolash sonrió y metió sus manos por los ropajes del cazador para buscar los bolsillo internos.

No le costó mucho encontrar lo que quería: una caja no muy grande donde Caryll guardaba su herramienta para usar sus runas, y sobre todo, las runas. Observando la caja retrocedió unos pasos, y la abrió, encontrando sólo la herramienta de las runas. Miró de reojo al joven, que había bajado la cabeza.

 - Caryll, no me gusta que jueguen conmigo - dijo cerrando la caja - ¿Dónde están las runas? ¿Dónde están las palabras de los Grandes?

El joven levantó la cabeza, buscando las palabras, y Micolash se acercó perdiendo la paciencia.

 - Te abriré y te sacaré los órganos de uno en uno hasta que me digas dónde están todas y cada una de ellas - dijo amenazante.

 - Wilhem... Wilhem fue más listo que tú - dijo atreviéndose a levantar la mirada - Yo no me escapé con las runas... se las quedó él, ¡para esconderlas por el mundo de gente como tú! ¡Estoy seguro de que alguien podrá hacer algo bueno con ellas y que tú lo lamentarás! Ya no me da miedo que me tortures... nunca te diré por donde las esconderá.

Micolash le miró fijamente durante unos segundos en los que Caryll pensó que sería víctima de su enfado, pero lejos de todo pronóstico, Micolash empezó a reír incorporándose.

 - ¿Wilhem más listo que yo? Es una buena broma... - dijo acariciando su barbilla - Siempre has sido un tímido cobarde, Caryll, y tu ataque de valentía ahora me confirma una cosa...

Micolash volvió a mirar de arriba a abajo al cazador y se fue a su espalda, donde una vez vio algo extraño mirando sus manos. El dobladillo de sus mangas estaba cosido, algo que le llamó la atención. Por lo cual, con un buen tirón, rompió el nuevo cosido para dejar caer un objeto circular al suelo con un tintineo que hizo entrar en pánico a Caryll.

Micolash se agachó a recogerlo. Era una pequeña piedra circular de un azul metálico que brillaba bajo la luz de la luna, y lo acercó a ver el dibujo mejor.

 - Gran Lago... - dijo él con una sonrisa.

 - ¿¡Cómo sabes el nombre de esa runa?! - le recriminó Caryll.

 - No importa ahora, recuerdo que es Lago por sus líneas. Parece cierto reflejo en la superficie de un lago - dijo acariciándola con la yema de un dedo - Y si sigo pensando en qué haces con esta runa, puedo deducir que tiene que poseer un efecto reductor del dolor o algo semejante para que la lleve un cobarde como tú... - dijo Micolash mirándole de reojo.

Caryll no tenía palabras. Todas las suposiciones de Micolash... era malditamente ciertas. Era algo que asustaba, y mucho. Micolash miró al cielo acariciando un mechón de su pelo, parecía pensativo, pero después volvió a sonreír tranquilo.

 - Terminemos con esto, Caryll... ya basta... - dijo tranquilo.

Antes de que el joven pudiese reaccionar, la bruja que había en la esquina dio un paso rápido y envolvió con su antebrazo largo y punzante su cuello, obligándole a levantar la cabeza hacia la luz de la luna. 

Aquella hermosa luz que parecía el camino a las estrellas no era más que una bonita metáfora creada por Micolash, para que sus presas vieran su luz cegadoramente hermosa y cruel antes de que la bruja acercase sus uñas negras y rotas hacia los ojos azules del joven, entrando primero una por un lateral y haciendo presión por detrás con la uña para sacar el globo ocular entero, mientras escuchaba con deleite los gritos que daba el joven intentando moverse inútilmente sin poder impedir que le sacaran un ojo. La hermosa luz de luna no resultó para nada consoladora, sino era un instrumento muy bueno para que las brujas vieran mejor y extraer los ojos, significando la perdición.

Tirando despacio del globo, la bruja rompió el nervio que lo unía al cuerpo, y observándolo un momento, lo metió en el tarro, mientras Caryll seguía gritando en agonía al notar su cuenca vacía expulsando sangre y el nervio acariciarle la mejilla.

Micolash mientras miraba complacido con los brazos cruzados la extracción del segundo ojo, mientras veía también en el frasco el ojo azul claro del joven flotar y moverse. Esos ojos no serían para las brujas, sino para él. De recuerdo.

Caryll jadeaba y se hiperventilaba con la cabeza baja, completamente aterrado y dolorido  ante la ausencia definitiva de su visión, ante la derrota que estaba a punto de experimentar. Sus cuencas goteaban a sus pantalones, creando las tristes lágrimas que ahora el joven no podía crear.

 - Fíjate... que pena das ahora... - dijo Micolash delante de él, jugueteando en sus dedos con la runa - Casi estás adorable... y a todo esto, he pensado en una cosa, a ver qué opinas tú.

Micolash se agachó enfrente de él mirando su rostro, mientras el chico apartaba la cara tembloroso y con la respiración acelerada.

 - No quiero tus runas estúpidas, no quiero susurros de Grandes, ni aparatos para entenderlas - dijo devolviendo la caja a su dueño, poniéndola sobre sus rodillas - He decidido que yo mismo me comunicaré con ellos, hablaré frente a frente, y si para ellos necesito crear un instrumento que me permita contactar con los Grandes, pondré todo mi empeño en ello - dijo volviendo a incorporarse - Mmm... debería ser algo que se colocase en la cabeza... algo mucho mejor que tus runas... en fin, Caryll, un placer haber trabajado contigo.

Y tomando el frasco que le ofrecía la bruja, se giró sobre sus talones y salió de esa pequeña habitación con una sonrisa triunfal. Dejaría ahí a su compañero de trabajo hasta que muriese sumido en una infinita oscuridad, habiendo visto el hermoso resplandor de la luna blanca por última vez, y él sería el único con la capacidad necesaria para comunicarse con los Grandes, y se convertiría en un ejemplo a seguir por muchos.

Al salir fuera del lugar, sintió la fresca brisa de la noche, y sobre todo el suave viento, que movía un poco el olor a putrefacción y limpiaba el ambiente. Por el aire también se dispersó un poco la niebla que cubría el gran lago a su izquierda, y al fondo, se veía el castillo de Cainhurts. Micolash jugueteó por última vez con la runa en sus dedos antes de tomarla firmemente mirándola.

 - Y la runa de Gran Lago... al lago.

Y tomando impulso, lanzó con toda la fuerza que pudo la runa contra el barranco, que empezó a chocar contra las piedras y laterales del lugar para finalmente... no caer al agua. La runa giró varias veces sobre sí misma para quedarse justo en el borde del barranco, a punto de caer al agua, con la leve esperanza de no perderse y de ser un día encontrada.

Mientras, Micolash se disponía a abandonar el Osario rápidamente.

 - Ah, demasiado trabajo... - dijo caminando hacia la verja - Menos mal que pronto, muy pronto, todos conocerán mi nombre, para bien o para mal, dentro de la escuela de Mensis... para siempre.

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¡Se acabó el capítulo, cazadores!

¿Os ha gustado? :3

Entonces nos vemos en el 9k, a ver que traigo esta vez, se os quiere!

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