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›«Los tratos»‹

Omnisciente

La desesperación que sentía fue mayor a la que en sus cortos 13 años tuvo que haber sentido.

Era un verano de 1973, regresaba de Durmstrang con una sonrisa por haber conseguido terminar el año con excelentes notas y con una carta del director en sus manos dirigida a sus padres, comunicándoles que no deseaban que tan revoltosa alumna volviera para el siguiente curso. Ella imaginó que sus padres o mentora irían a recogerla, nada grata fue su sorpresa, al no encontrar a ninguno de los mencionados en el puerto. Pensó, entonces, que se trataba de alguna que otra prueba a la que la sometían sin previo aviso, para medir su paciencia y, lo que tanto ella como ellos llamaban, su maldición.

Quedó, entonces, sentada encima de su baúl, viendo cómo las personas pasaban sin prestarle atención alguna. No se sorprendía, ella comprendió que en Noruega las personas eran tan fríos de carácter, como lo era el ambiente en donde vivían. O eso querían aparentar, porque formó amistades que, después de entrar en confianza, se comportaban igual o más cariñosos que un niño pequeño con su mamá.

El sol empezaba a ocultarse, para ese momento, horas transcurrieron de su llegada al colegio. La sonrisa que, su rostro mantuvo por el logro obtenido, desapareció con el tiempo. Por su cabeza, llegó la idea de que los encargados de su persona de seguro asumieron que ella consiguió el ser — en términos para nada cordiales — expulsada, por lo que de seguro la estaban castigando de esta forma: dejándola desolada para que pensara en sus acciones cometidas a lo largo de su internado.

Claramente ellos estaban confundidos si es que pensaban que se arrepentiría de algo. Una de las mayores enseñanzas que le inculcaron era que todo lo que uno dice, debe darse por cumplido. Su mente, debido al pensamiento, comenzó a divagar por el bosque donde se hallaba escondido el único lugar que llamaba su hogar, la misma a la que le agarró un especial cariño. En donde llegó a conocer por primera vez a un niño, uno de su edad, y consiguió a su primer amigo. Le prometió, recordaba, ella prometió que haría lo posible para entrar al colegio donde él estudiaría, y de esta forma estarían juntos.

De ese momento transcurrió, con este, dos años. Y reconocía que ya no podía demorar más en el cumplimiento de esa palabra si quería conservar la amistad con el pelinegro poseedor de los ojos grises más intensos que conocía.

Suspiró aburrida, mirando el vapor que causó por la acción. Los últimos momentos del sol en el cielo culminaban, llevándose consigo la calidez que brindaba.

Decidida entonces, por los sonidos de su barriga exigiendo comida, que era momento de encaminarse hacia donde recordaba que era su hogar. No le resultaría tan difícil, ella sabía, tenía un muy buen sentido de orientación y una gran memoria para cosas tan sencillas como lo era el camino hacia el departamento alquilado por sus padres... o el primer libro que leyó.

Suspiró mientras que negaba con su cabeza, agarrando sus pertenecías para iniciar su camino. Existía veces, se decía internamente mientras caminaba, en las que quería convencerse de que estos talentos eran por mérito propio y por su esfuerzo tras tantos años de estudio en casa, pero el recurrente pensamiento que todo lo que lograba era gracias a la maldición que poseía, la hacía sentirse una farsa en su completa totalidad.

En realidad, nunca comprendió del todo porqué debía de temerle. Aún con su infantil mentalidad, veía a estos cuatros talentos que poseía como una oportunidad única, como algo que la hacía sentir especial y que le permitía poder crear y expandir más su magia. Porque como era natural en su inocencia, ella, a escondidas de su mentora, expandió los límites de tres de los cuatro talentos, puesto que el uso de uno seguía siendo complicado.

Porque, para poder desarrollarlo mejor, ella tenía que utilizar toda su concentración y estar en un estado de alerta constante, que la dejaban demasiado desgastada.

Su mentora le comentó que era normal, todas las mujeres antes de ellas, las mismas que también fueron poseedoras de tal maldición, tuvieron un talento rebelde, uno que se les complicaba el hacer uso de todos los dones otorgados por las grandes magas, aquellas que condenaron a la hija de la mejor amiga de una muggle.

La historia era tediosa — y compleja —, la niña admitía que llegó a sentir fascinación por las brujas en los primeros relatos escuchados. Sin embargo, al seguir más a fondo sus pasos, comprendió por qué su mentora tachaba de este don, como otras predecesoras también lo nombraron, una maldición.

Porque al final, todas esas brujas que admiró por sus inicios, fueron las mismas que se rindieron ante la oscuridad dentro de sus personas, provocando una pelea que culminó con la muerte de cada una de ellas.

Desde entonces, quienes fueron elegidas por el don, tuvieron que pasar por un trágico final, muy similar, al de las grandes brujas. O al menos, eso le contaba su mentora, porque lo que descubrió de sus predecesoras en las bibliotecas de los colegios a los que asistió, era que aprovecharon sus dones para crear soluciones a los problemas que un mago simple no podría controlar. Era por ello, por esta misma razón, que desobedeció algunas reglas que su mentora le enseñó. Para nada se comportó como una niña antisocial como le indicó, sino que creó lazos, aunque nunca lo demasiado fuertes como para que la maldición siguiera.

Aquella debía acabar con ella, esa era otra de las enseñanzas que le inculcaron.

Dejó de lado sus pensamientos al llegar al departamento, saludó al señor que la veía con extrañeza, pero que no dijo nada cuando entró al edificio. Cargó su baúl, con las fuerzas que gracias a las prácticas de Quidditch en Durmstrang obtuvo, para empezar a subir por las escaleras en dirección al departamento de sus padres. Ya estaba pensando en cómo les reclamaría el que dejaran en el olvido a su primogénita, su única hija, en el puerto esperando a que aparecieran. No obstante, sabía que no podría llevar a cabo tal acto, porque ellos empezarían con el mismo sermón que el año anterior le dedicaron por la expulsión de Beauxbatons.

En su defensa... bueno, ella realmente quería cumplir con su promesa.

Toco la puerta, en espera a que le abrieran, pero eso no sucedió. Su ceño se frunció ¿Y a ella le decían rencorosa? Volvió a tocar, esta vez con mayor fuerza, llamando la atención del señor que se encargaba de la limpieza, quien se acercó a la pequeña pelinegra con una expresión molesta.

Fue después de un serio intercambio de palabras con el señor que, este, con una rara expresión — a la que después pudo definir como compasión —, le entregó un periódico que narraba los hechos ocurridos hace tan solo un día. El señor seguía hablando, lo notaba por el movimiento de su boca, pero para la niña de 13, nada, en ese momento, tenía sentido.

No...

El pitido que escuchaba no podía ser real.

No.

Ese ardor en su garganta tampoco podía serlo.

¡No!

La puerta del departamento donde se quedaban sus padres se abrió, y ella entró sin pensarlo, dejando al anonadado muggle fuera del lugar. Dentro miro detenidamente el lugar, estaba completamente desordenado — por no decir destruido —. Los cuadros con los que decoró la sala estaban esparcidos en el suelo, rotos. Los muebles y objetos con los que decoró el departamento con su padre se hallaban en cualquier lugar menos en el que debían de estar, esparcidos y magullados... Incluso las macetas de las plantas que su madre con tanta estima regaba, se hallaban rotas y marchitas.

Negó desesperada, azotando la puerta de la habitación de sus padres, esperando encontrarlos echados en su cama, la misma donde se quedaron los tres dormidos después de charlas y risas antes de su partida al colegio de magia. La misma a donde siempre recurría tras un mal recuerdo que en sus sueños aparecía. La misma donde ellos, a pesar de ya no ser una niña, la recibían porque siempre sería su niña.

No había nadie.

Vio nublado, su vista le fallaba. Y aun con las lágrimas retenidas, se dirigió hacia la que era su habitación. Olvidándose de la magia por el tumulto de no reconocibles sentimientos, forzó la puerta. Debía de ser otra prueba, se convencía. En el momento en que entrara a su habitación, encontraría a sus padres, se decía. Ellos la mirarían con cariño al notar su llegada y, con clara sorpresa, por cómo se encontraba. Ella lloraría, recriminándoles el espectáculo organizado. Y cuando la calmaran, la abrazarían para brindarle consuelo, procediendo a explicarle nuevamente por qué debía de mantener sus emociones en dominio debido a su metamorfomagia o... o cualquiera que fuera el motivo o razón de tal inexplicable prueba.

Entró a su habitación.

No, entró a la habitación.

Suya ya no era, los posters muggles que pegó a penas llegar no se hallaban. La estantería con los libros, los mismos que le regalaron año tras año, parecían ser parte de su imaginación, porque las maderas se hallaban vacía. Ninguna sola foto junto a sus padres, su mentora, incluso las pocas que tenía con un par de pelinegros, estaban impregnadas en cierta pared. Y la mesa donde los materiales para sus pociones ella colocaba, en ninguna de las esquinas se encontraba.

Esa no era su habitación... Y allí no estaban sus padres para abrazarla como pensó.

El mismo ardor en su garganta apareció. Se abstuvo a ceder al sentimiento, porque conocía con claridad lo que ocurriría, y no lo quería. Retrocedió con pasos lentos, dirigiéndose nuevamente hacia el salón que te recibía una vez que entrabas en el departamento. El lugar dio vueltas, no sabría si era porque ella giraba o porque todas las paredes buscaban caer encima de su persona, atormentándola más de lo que sus pensamientos lo hacían. Tapó sus oídos y cerró sus ojos con fuerza. No quería ver nada, no quería observar el salón donde tantas veces disfruto de las canciones muggles con sus padres, donde bailaban los tres entre risas o cuando se acurrucaba en el regazo de su mamá, a la par que su padre les leía el libro favorito del matrimonio. No quería escuchar nada, no quería escuchar de nuevo la ilusión de las voces... de las risas de sus padres, no quería oír de nuevo el sonido de los carros que la hacía recordar cuando viajaban por carretera o siquiera hacer caso a los golpes que daban en la puerta.

La niña solo quería abrazar a sus padres.

Sus manos impactaron con el suelo, intentando que la caída no provocara ningún golpe en ella, quién abrió los ojos encontrándose con uno de los cuadros en el suelo, siendo este el culpable de su casi caída.

Lo tomó, notando como el vidrio se despegaba, rompiéndose más de lo que creía posible. Descubrió la escritura de su madre en la parte trasera, y sonrió al verla. Sus dedos pasaron por las letras, delineando con delicadeza cada una de sus curvaturas, reconociendo la frase por ser una de las que, con tanto cariño, sus padres le repetían. Juraba, ella juraba que podía escucharlos decir que era la estrella que brinda esperanza cuando todo parece perdido, siendo procedido por el mote que únicamente ellos, con una excepción, le dedicaban. Al culminar de trazar la frase, al terminar de recordarla, dio la vuelta con la ilusión de observar la metafórica foto de su persona junto a sus padres de espaldas, los tres mirando las estrellas.

El cuadro cayó de sus manos y la desesperación creció en ella.

Se alejó del objeto, como si no quisiera creer lo que sus ojos veían, como si lo visto se trataba de una de sus peores pesadillas. Chocó con uno de los muebles y se quedó quieta, intentando reconstruir su respiración, intentando que su mente se encargara de comprender qué era lo que sucedió el día anterior, intentando controlar sus agitados latidos mientras buscaba alguna explicación.

Fue cuando el temor la invadió, fue cuando las palabras impresas en el periódico, que el muggle de la limpieza le entregó, empezaron a tomar sentido. Fue cuando el presentimiento... cuando ese maldito hincón persistente en su cuerpo, comenzó a tener relevancia. Miró sus manos, indecisa si quitar la protección que su mentora le enseñó, que se encargó de poner en sus extremidades superiores para que tuviera un respiro de la maldición que la escogió. En menos de dos segundos, su varita llegó a sus manos temblorosas, que temblaron aún más cuando comenzó a desaparecer los guantes mágicos que siempre traía puestos, aunque no fueran capaz de sentirse, aunque no era capaz de verlos.

Se paró sin tocar objeto alguno con sus manos, como en sus prácticas le habían enseñado. Miró con detenimiento el departamento, pensando en qué podría contarle todo, hasta que notó manchas rojas a unos pasos de ella. El ardor en su garganta emergió con más poder y, antes de que se dejara inundar por él, tocó con ambas manos, ahora libres de barreras mágicas, el suelo donde la sangre seca de alguno de sus padres se hallaba.

Usó su maldición, uso el don que fue creado por las grandes magas, sin saberlo, en el momento en que otorgaron un poco de su poder al bebé que crecía dentro de una muggle, únicamente con el tacto hacia la barriga de la embarazada. Traspasándole la magia que las convertía en especiales, que las convertía en parte de las cinco grandes.

Al igual que un pensadero, ella apareció en medio de todos los momentos en el que el suelo estuvo presente. Siguiendo lo instruido por su mentora, pensó en lo que realmente le interesaba conocer, lo que quería saber. Se dejó llevar por el don, viendo de manera rápida cómo muggles iban y venían del departamento, como el mismo señor que le entregó el periódico muggle limpió el departamento unas ciento de veces, hasta que se detuvo cuando un señor de capucha apareció por medio de un humo oscuro.

La niña de trece años observó, sin poder intervenir, cómo el hombre gritaba una de las maldiciones imperdonables en el mundo mágico, lanzándolas en dirección a sus padres, los cuales arrodillados, gritaban y suplicaban por clemencia. Pero el señor caso omiso hacía, él seguía repitiendo la misma palabra una, y otra, y otra vez.

No obstante, por momentos, cambiaba la palabra por otra.

¡Memoriuntac! — exigió — Díganme como puedo encontrarla y esto acabará — los progenitores de la niña no emitían otra cosa que no fueran quejidos — ¡Crucio! ¡Memoriuntac, digan que es eso ahora! — ninguno de ellos tenía la capacidad, o conocimiento, para hablar — ¡Crucio, crucio, crucio!

La pelinegra cerró sus ojos y se tapó los oídos con la misma fuerza que aplicó en la primera acción, más los gritos de sus padres, y del señor de capucha negra, traspasaban la barrera que creó con sus manos.

¡BASTA! — ordenó con desesperación — ¡Para! ¡Detente! ¡Soy yo, soy yo! ¡Soy yo! — sollozó entre los gritos, posicionándose delante de sus padres, con la intención que el señor los dejara en paz — ¡Yo soy la Memoriuntac! ¡Déjalos, déjalos, déjalos! ¡Ellos no tienen la culpa! — rogó con la voz rota, desesperada porque de esta forma el hombre dejara a su familia en paz.

De frente pudo observar mejor su aspecto, su horrible y aterrador aspecto. ¿Era tan siquiera un ser humano? Había visto pieles blancas, pero nunca con tanta palidez como la del hombre, sus ojos tenían un color sanguinario que le recordaba a los suyos cuando la ira la controlaba. Él, con una sonrisa la miró, levantó su varita, lista para blandirla. La pequeña cerró los ojos, a la espera de un impacto que no llegó. Los gritos de su madre provocaron que abriera sus ojos con rápides, y dejara escapar otro sollozo, el hombre siguió repitiendo lo que demandaba por ya varios minutos, sin reparar en ella.

— ¡Soy yo! ¡Eres un estúpido! — escupió con coraje — ¡Soy yo la Memoriuntac! ¡DÉJALOS! — gritó, lanzándose en contra del hombre.

La niña sintió el choque, pero no con el cuerpo del hombre que torturaba a sus padres, sino con el suelo. Se paró y con una mano intentó tomar la capa del señor, más solo lo traspaso. Volvió a intentarlo, y lo volvió a hacer después de que fallara. Sus sollozos, que no pararon, aumentaron. Entre gritos intentaba detener al hombre, entre gritos intentaba salvar a sus padres, entre gritos pedía que la sacaran de ese recuerdo, que la sacaran del trance en el que se encontraba.

La desesperación que sentía fue mayor a la que en sus cortos 13 años tuvo que haber sentido.

Sus lágrimas recorrieron sus mejillas, sus gritos se fueron apagando cuando su voz comenzó a desgastarse, pero los de sus progenitores no cesaban. Sus padres seguían sufriendo tras cada crucio que ese maldito les lanzaba. Él intercalaba las palabras, decía crucio y luego el nombre del don.

No, se dijo, el nombre de su maldición.

La odió. Odió y odió con toda su alma esa maldita palabra.

Entre llantos de impotencia, odió el don, odió a su mentora, y odió el estrecho vínculo que ella compartía con su madre.

Pero ninguno de ellos, ninguno de esos sentimientos, se comparaba con el odio que sentía hacia una persona.

A sus 13 años, ella se odió.

Se quedó en medio de sus padres arrodillados, viendo como la poca esencia que quedaba de ellos se desvanecía tras cada crucio que recibían. Intentó, nuevamente, tomar sus manos, lloró con un profundo dolor al no poder tocar siquiera la mano de su querida madre. Quiso gritar cuando no pudo envolver con sus brazos el cuerpo de su padre, pero no fue capaz de, porque su garganta se hallaba en su totalidad dañada después de tantos gritos que escaparon de su tráquea. No sabía cuánto tiempo duraría la tortura, pero la niña solo quería desaparecer, solo quería despertar, quería dejar de ver, quería volver.

Quería volver a la cabaña que tenían en medio del bosque, donde estaban alejados de todos. Quería volver a Inglaterra, al lugar que marcó por creces su infancia. Quería volver a esos momentos en donde seguía siendo una niña. En donde podía abrazar a su madre y a su padre. En donde podría quejarse por los babosos besos que su madre le regalaba y reír por las cosquillas que el pequeño bigote, que su padre poseía, le causaban cuando dejaba un beso en su mejilla.

Quería regresar al bosque, al lugar donde conoció los abrazos que la hacían sentir protegida, quería regresar a esos momentos donde sentía una chispa en su interior al jugar con su mejor amigo.

Quería a su madre... Quería a su padre... ella, ella quería su niñez de vuelta. Ella anhelaba tanto...

Una luz verde.

Percibió un destello verde aun cuando sus ojos estaban cerrados. Su respiración se detuvo, y por un momento, sintió que todo iba en cámara lenta. Los gritos de su madre la hicieron reaccionar, y al igual que ella, se acercó al cuerpo de su padre. Su madre lo pudo tocar y abrazarlo entre lágrimas, pero ella no pudo.

Lo intentó.

Lo intentó, lo intentó, lo intentó, pero sus manos atravesaban el cuerpo de su adorado padre.

— Última oportunidad, dígame dónde puedo encontrar a la Memoriuntac — exigió.

La niña se paró entre sollozos, reclamando entre lágrimas que ella estaba allí. Estoy aquí, pronunciaba. No le hagas daño, suplicaba. Deja... déjalos, por favor, con la voz entrecortada musitaba. Pero el hombre solo oía los gritos de lamento de la mujer y, con una mueca de desagrado, blandió su varita, pronunciando por segunda vez en esa casa, el maleficio asesino. La niña sintió como el hechizo la atravesaba, los gritos de su madre se detuvieron. Un ruido seco resonó en la habitación, ahora, silenciosa. Y con una lentitud, sintiendo temblores en cada parte de su cuerpo, volteó a verlos.

Sus padres, abrazados, estaban en el suelo. Se acercó a ellos, pensando que solo estaban durmiendo, relajándose al saber que en cuanto el hombre se fuera, que en cuanto el monstruo desapareciera, ellos despertarían, dejarían de fingir, y podría abrazarlos.

Sus pechos no se movieron.

Y ellos nunca se levantaron.

En un silencio tormentoso, el hombre desapareció en un humo negro, uno que terminó cegándola por completo.

Se sentó sobresaltada, tomando una bocanada de aire, su corazón latía demasiado rápido que creía que saldría de su pecho. Sus ojos se dirigieron hacia el lugar donde sabía que los cuerpos de sus padres descansaron.

Se acercó a este, importándole poco pisar la foto en donde solo estaban sus padres mirando las estrellas, sin ella. Importándole poco que ella ya no se hallaba en ninguna de las fotos en las que antes estaba, como si nunca hubiera existido en esa casa. Porque al llegar, el recuerdo de lo que vivió la inundó y el mismo ardor en la garganta apareció.

Pero esta vez, no se contuvo.

Gritó, gritó como nunca antes lo había hecho.

Cayó de rodillas, aun gritando de dolor.

Las ventanas del departamento terminaron por romperse, al igual que los vidrios que la rodeaban.

Dejó escapar el lamento de la Banshee, dejó escapar el lamento que una de las brujas le otorgó aun cuando se esforzó en no heredarlo.

Y lo último que pudo observar antes de caer en la inconsciencia, fue una barba blanca junto a unos ojos celestes brillosos escondidos tras unos lentes de medialuna.

Adhara, sonrió al pensar que, eran del mismo color de ojos que los de su madre.

°•°(...)°•°

Cuando Dumbledore escuchó el grito, supo que había llegado tarde.

Conectó miradas con la niña antes de atraparla en sus brazos, para evitar que chocara estrepitosamente con el suelo. Y se lamentó, se lamentó profundamente por la manera en la que se enteró de la partida de sus padres. Leer en un periódico muggle que ellos murieron de un paro cardiaco, no sin antes escuchar gritos de súplicas, no era la forma más empática para poner al tanto a una niña de la situación que atravesaría.

Pensó si era necesario el llevarla de inmediato al orfanato donde se quedaría hasta que el siguiente curso de Hogwarts comenzara. Negó ante la idea, no era tan desalmado como para dejarla en ese lugar sin brindarle respuestas o explicaciones. Además, no podía negar que sentía curiosidad por la palabra que, entre los muggles, intentaban encontrarle alguna explicación a la muerte de dos extranjeros.

Memoriuntac era una palabra tan peculiar que le causaba gran interés.

En sus años de vida, que eran muchos en realidad, no había escuchado nada acerca de tal palabra, pero debía de tener un significado importante si Tom torturó y mató a dos magos por tal conjunto de letras.

Con un movimiento de varita, arregló el desorden del departamento. Reconoció el baúl, que no se movió de su lugar, como el de las pertenencias de la pequeña. Así que lo señaló con su varita, para que se acercara a él y pudiera tomarla. Ya teniendo todo lo necesario, asegurando a la joven en sus brazos, desapareció del departamento a tiempo para que, el muggle al que le modificó la memoria, entrara a cumplir con su trabajo.

Tuvo paciencia, una vez que llegó a la enfermería, escuchó las indicaciones que Madame Pomfrey brindó sobre el estado de la niña. Le informó que, por el impacto emocional debido a la forma en que recibió la información de la muerte de sus padres, se desmayó. El cerebro trabajaba de formas distintas en cada ser humano y, el de la pelinegra, decidió que lo mejor era apagarse, deseando calma para la pequeña, optando por brindarle esta sensación en la inconsciencia. Así que esperó, esperó sentado en una camilla, a qué la niña se levantara por sí sola para explicarle la situación a la que se vería obligada a afrontar.

La noche ya estaba por terminar, pero el director no se movió del lugar. Deseaba tranquilizarla cuando despertara, estaba seguro de que se sentiría pérdida al no saber dónde se encontraba, seguro de que escaparía de la enfermería en busca de respuestas, seguro que no se hallaría en tan estable estado tras la pérdida de sus protectores.

Sus queridos amigos, directores de otros colegios, le comentaron acerca de la pelinegra a través de cartas. Redactando que se trataba de una buena estudiante, pero con un carácter incontrolable junto a una afinidad por desobedecer cada una de las reglas que sus propios colegios poseían. No quería descubrir que tantas barbaridades podía causar alguien de su pequeño tamaño para ser expulsada de Durmstrang con tanta facilidad — y en tan solo un año —, pero debía darle crédito por ser la primera fémina en lograrlo.

Cuando los primeros rayos del sol empezaron a entrar por el ventanal de la enfermería, cayendo en la cara de la niña, está se removió incómoda al perder la paz que sentía. Dumbledore observó con atención, como de a poco los amarronados ojos de la niña se abrían, y sintió curiosidad cuando se quedó echada con los ojos abiertos, mirando a la nada. El director de Hogwarts lo atribuyó a que estaba digiriendo el último suceso por el que atravesó antes de la inconsciencia, comprendiendo que sus padres murieron en una desagradable situación.

La niña se sentó, utilizando sus codos de apoyo. Analizó el lugar donde se hallaba, y al no reconocerlo, se puso en alerta. Miró al frente, encontrándose con el celeste que confundió antes de que todo se volviera negro. Se había desmayado, reconoció, y ese hombre la trajo a lo que, por las paredes blancas y camillas, suponía que era una enfermería.

— ¿Cómo se encuentra? — el tono calmado que utilizó fue como encontrar agua entre el desierto, lo último que escuchó fueron gritos y, el ya no escucharlo, la reconfortaba.

Aun así, no respondió y se quedó analizando al señor. Blanco, tanto su cabello como su barba eran blanco. Era por muchos años, mayor que ella. Se encontraba sentado de manera encorvada, significando que estaba relajado y en confianza, pero por sus manos entrelazadas, daba a entender que era una persona formal con la cual debía de tratar con cordialidad.

— Veo en su persona algo de desconfianza — él mantuvo la tranquilidad en su voz — Pero no ha de preocuparse, me llamo...

— Albus Dumbledore — completó por el señor, y su garganta no dolió como creía, pero el fantasmal ardor de igual forma apareció.

El señor sonrió, no era una fingida, era una curiosa, reconoció. Lo bueno, es que no se ofendió al verse interrumpido, pensó.

— Así es — asintió — Puedo suponer, entonces, que sabe dónde se encuentra — observó fijamente a la pelinegra, igual como ella lo hacía.

La pelinegra asintió, sin querer hablar nuevamente. Dumbledore supuso que la niña no lo sabía, sin embargo, en un intento de mantener la seriedad y formalidad en su persona, mintió.

— Bien. ¿Le parece si nos trasladamos a otro lugar? Uno en donde podríamos hablar con mayor comodidad — preguntó, esperando que de esta forma la niña musitara alguna palabra.

Pero desde que pronunció su nombre, a la vista del mayor, no quería hablar con él. Ella asintió, aún sin dejar de observarlo fijamente.

— Acompáñeme entonces, Señorita... — espero a que dijera su nombre.

— Jone, Adhara Jone — la formalidad en su voz le sorprendió de la misma forma en la que la manta que la tapaba se alzaba por sí sola.

En cuanto la tela terminó de doblarse, la niña ya se encontraba parada junto a su lado, a la espera que guiara el camino. Dumbledore así lo hizo, guiándola por el camino más largo hacia su despacho, esperando que los cuadros o las vistas del castillo despertaran en ella un interés digno de su edad, de esta forma, tendría que saciar respondiendo lo que la pequeña preguntara, estableciendo cordialidad...

No existió conversación alguna en todo el trayecto.

Y se sintió ligeramente ofendido porque su colegio no despertara el interés en la pelinegra, aunque no la culpaba, sus pensamientos no debían de siquiera estar dirigidos en el lugar que recorría en esos instantes tras la última noticia recibida.

Al llegar a su despacho, se sentó en su asiento correspondiente y espero que la niña se sentara en la silla frente a él. Igual que con la manta, la silla se movió sola, dándole el espacio suficiente para que pudiera sentarse sin tener que tocarla. Dumbledore advirtió que se abstenía a tocar las cosas con sus manos.

— Señorita Jone — la niña lo observó con detalle — Antes que nada, quisiera lamentar el llegar tarde a su encuentro. Se me había asignado recogerla para que pudiera comentarle con más tacto lo sucedido con sus padres de lo que un periódico puede hacerlo — ella asintió.

Espero unos segundos, pero la niña ya no hablaba. ¿Estaría en algún shock emocional? ¿O solo no quería hablar del tema?, se cuestionaba.

— Aun así, es mi deber informarle que sus padres murieron por un paro cardíaco y que... — quiso dar la explicación de los muggles designaron, debido a que aún era muy pequeña como para conocer la verdad de lo sucedido.

Pero ella lo interrumpió.

— Se equivoca, Señor Dumbledore — parpadeo descolocado, hace ya años que no escuchaba a nadie decirle señor — Ellos murieron por un Avada — la seguridad con la que pronunció tales palabras le causaron preocupación.

Sus queridos colegas no le mintieron cuando le decían que, gracias a la gran suspicacia e inteligencia que poseía Adhara, no sintiera sorpresa si descubriera la verdad a los días.

Pero era imposible que lo hiciera a los segundos.

— ¿Cómo ha llegado a esa conclusión, Señorita Jone? — cuestionó, esperando que hablara.

La miró fijamente, imaginando que le explicará que tenía conocimiento de varios sucesos similares en las que un mago asesinó a un muggle, declarando en el mundo de los no-magos, que un paro cardíaco fue el culpable de lo que los llevó al otro mundo.

— Porque lo vi.

Más en sus años de vida, nunca se esperó tal respuesta.

— Hasta dónde sé, Señorita Jone, usted se encontraba en Durmstrang cuando sucedió la pérdida de sus padres — comentó.

La niña asintió confirmando lo dicho, y su ceño se frunció tan solo un poco. ¿Estaba jugando con él, acaso? ¿Era alguno de los trucos o de la rebeldía que decían que poseía?

— Señorita Jone, no creo que este momento sea adecuado para...

— El hombre de piel pálida los torturó y luego los mató — informó de una forma... demasiado neutral — Estuvo utilizando la maldición cruciatus por un largo tiempo hasta que terminó con la vida de mí padre y luego con la de mí madre — demasiado monótono como para hablar de un homicidio, de un homicidio de sus padres — ¿Por qué a de creer que estoy jugando con usted, Señor Dumbledore?

El mayor quedó pasmado por un instante. Sabía con claridad que lo relatado era verídico. ¿Pero cómo ella sabía de ello? ¿Cómo estaba tan segura de sus palabras? ¿Cómo, en nombre de Merlín, podía hablar con tanta frialdad de la muerte de sus padres?

— Veo que tiene conocimiento de lo ocurrido — la niña nuevamente asintió — Entonces, procederé a comentarle lo que el ministerio de magia ha ordenado para usted — dejaría el tema por un instante — ¿Tiene conocimiento de algún familiar que pueda hacerse cargo de usted? — cuestionó.

La niña no asintió ni negó.

Adhara se cuestionaba si debía decir o no el nombre de su mentora. E internamente, su cerebro se burló de ella por tal idea. Si decía el nombre, el Señor Dumbledore pensaría que seguía jugando con él porque, a fin de cuentas, para el mundo mágico, su mentora estaba muerta. Para el mundo mágico, quien le inculcó y guio con su maldición, murió semanas antes de que ella siquiera naciera. Para el mundo mágico, quien se encargó de borrar su mera existencia de la memoria de sus padres, no existía.

Negó con su cabeza.

No podía decir su nombre, no podía siquiera decir que la conocía. Los demás no debían enterarse de que su mentora seguía con vida — si es que aún lo hacía — porque ellos preguntarían la razón por la cual fingió su muerte, por la cuál planeó un trágico accidente muggle para su muerte, y las razones de sus decisiones, no podían saberse.

— Entonces, debido a que no cuenta con algún otro familiar del que se pueda hacer cargo de usted — comenzó a indicar — tendrá que quedarse en un orfanato hasta que comience el año estudiantil y pueda retomar sus estudios aquí, en el colegio de magia y hechicería de Hogwarts — le informó.

— No — habló, y con clara confusión, Dumbledore la observó.

— ¿No? — repite — ¿No desea ir a un orfanato? — cuestiona, esperando a que hablara en vez de que negara con su cabeza.

— No deseo estudiar en Hogwarts — corrigió, causando una mayor confusión en el director.

— Señorita Jone, según lo que los directores de los dos colegios a los que ha asistido previamente me han comentado, usted siempre ha tenido de meta el poder ser expulsada para estudiar en este castillo — la niña asintió, no podía mentir que aquello era cierto — ¿Por qué el cambio repentino, si se puede saber?

Ella no respondió, porque si decía la razón debería de hablar de... ella debería de hablar sobre su maldición.

Después de años, de una forma estremecedora, las palabras de su mentora sobre las costosas consecuencias del poseer la marca cobraron sentido en su persona. Las Memoriuntac siempre perdían a los seres que amaban, todas y cada una de ellas perdieron a seres queridos por personas que buscaban con avaricia lo que ellos consideraban un don.

Años antes de que las Memoriuntac se dieran cuenta que por cada talento poseído existía una pérdida, eran conocidas por ambos mundos. Su don, era apreciado por la comunidad mágica y la no mágica. La buscaban a ellas para poder solucionar sus problemas, para poder tener los hechos verídicos de lo que sucedió en algún juicio, para poder hacer uso de sus otros dones en distintas áreas, para poder hacer de la vida algo más fácil con magia. Y ni hablar de los muggles, quienes las consideraron sacerdotisas, deidades que merecían gratitud por las fantásticas soluciones brindadas. Y no solo eran ellos, tras los ataques de los paradones en la época oscura hacia distintas criaturas mágicas, ellas lograron crear ambientes seguros, llenos de encantamientos protectores para todos y cada una de las criaturas mágicas que aceptaban su ayuda, promoviendo un respeto mutuo entre estos mismos seres y las elegidas, porque ambos reconocían que su magia superaba por creces a las de un mago corriente.

Pero entonces, la utopía se desgarro cuando empezaron a perseguirlas.

La cacería de brujas existió por ellas. La leyenda de su don llegó a oídos de muggles avariciosos, por magos de oscuras intenciones, que deseaban encontrarlas y poseerlas para obligarlas a hacer uso de su don para situaciones a las que ellas jamás aceptarían. Los muggles dejaron de verlas como sacerdotisas, y las empezaron a ver como mensajeras del mismo demonio, una mítica criatura que, según diversas fes que los muggles tenían, era el encargado del infierno. Era por ello, que tanto los magos como los muggles, empezaron a cazarlas, como si fueran otra criatura más a la que debían de sublevar para sentirse poderosos. Era por ello, que dieron inicio a la búsqueda de la Memoriuntac de la generación y sus cercanos conocidos, con la finalidad de saber cuál era el secreto, con la finalidad de descubrir cómo ese don que tanto avariciaban fuera suyo, olvidándose de su moral, e incluso de su humanidad, para obtener sus avariciosos deseos.

Porque eran ellos, eran ellos mensajeros del demonio, y lo demostraron cuando... cuando los magos empezaron a matar a todos los familiares, a todos los conocidos de la marcada, de la Memoriuntac.

En los libros de historia jamás aparecerían, no en los mágicos, al menos. Porque, aunque quisieran hacerse los superiores al fingir que no se relacionaban con los humanos inferiores, bien usaban de su mundo para hacer delitos que jamás serían considerados por los mandatos de la comunidad mágica. Porque solo quedaron grabados en la historia de quienes se preocupaban por toda la humanidad, las numerables muertes de los familiares, amigos y conocidos de las marcadas.

Pero nunca daban con la persona vinculada.

Era una suerte, un "milagro" — como varias predecesoras lo consideraron —, que jamás dieran con la persona con el que se formaba el vínculo. Y aunque Adhara sabía, o creía saber, que la verdadera razón era por la intensa conexión que una formaba, no podía evitar pensar que, verdaderamente, existía una cosa o ser superior que las vigilaba para, al menos, recompensar todos sus dolores al salvar a esa persona que traspasaba la barrera de amar.

Porque en los años de cacería, ni muggles ni magos, dieron con la persona que daría a luz a la próxima Memoriuntac. Y no porque quisiera, no porque lo deseara, sino por tener un vínculo con la Memoriuntac de la generación.

Era así cómo funcionaba la transición de tal maldición. Cada Memoriuntac, a lo largo de su vida, encontraba a la persona con la que más cercana se sentía, a la persona con la que formaría un vínculo irrompible. Independientemente del género, la relación que tenían con la vinculada o vinculado, se podría tratar de una estrecha amistad o una relación amorosa. Aunque mayormente, la persona elegida eran mujeres, con quienes se formaba una amistad que sobrepasaba las barreras de lo que era amar.

Solo una vez una Memoriuntac nació de otra, cuando se dio la situación de un vinculado junto a una relación amorosa. Y esta llegó a sufrir un mayor número de consecuencias, un mayor número de pérdidas. Porque todo lo que una vez conoció, fue destruido. Su familia, sus amigos, sus conocidos, su pueblo...

Pero nunca, nunca, perdían a la persona vinculada.

Adhara no había conocido a su persona. Hasta el momento, jamás creó una relación tan estrecha, tan única, ni con un hombre ni con una mujer, como para llamarla su persona.

No lo había hecho, porque sabía que la maldición debía de terminar con ella.

Su mentora perdió, al igual que ella, a sus padres. Pero no sólo a ellos, sino que también a sus hermanos y su propia mentora. Todos los que alguna vez fueron sus amigos fueron torturados, y solo ella logró escapar de su pequeño pueblo, salvando únicamente a sus padres, llevándolos consigo por distintas ciudades y países para protegerlos, para protegerla.

Y ahora, que perdió a sus padres. Ahora, que daba por perdida a su mentora, Adhara no deseaba que nadie pasara nuevamente por su situación.

No deseaba que la maldición siguiera existiendo. Ella sabía que, si se quedaba en Hogwarts, uno de los mejores colegios de Magia y Hechicería, uno que era reconocido porque la gran mayoría de estudiantes formaba estrechas relaciones, porque era común encontrar en este colegio a tu compañero de vida... No, ella no podía exponerse a encontrar a su persona y a condenarla a una futura muerte...

Ella ya no quería asistir a Hogwarts.

Ella ya no quería conocer a más personas.

La llevarían al orfanato, no sería difícil escapar de allí. Iría directamente a la cabaña, a la única casa que nombraba hogar, que estaba ubicada en medio del bosque. Estando allí, aplicaría intensos hechizos de protección y de seguridad para que no sea encontrada. Únicamente haría pequeñas salidas para intentar buscar a su mentora, porque ella debía de seguir con vida si logró borrar su existencia en los recuerdos mentales y físicos de sus padres, debía de estarlo. Y luego de encontrarla, se aislarían. Estaría alejada de todo y de todos, como en un principio tuvo que suceder.

De esta forma la maldición ya no sería otorgada, ya no sería heredada.

Y ninguna otra persona moriría por culpa de... por su culpa.

— Señorita Jone... — Dumbledore la llamó, en un intento que saliera de sus pensamientos y contestara, pero la niña no daría respuesta — Por más que no quiera asistir a Hogwarts, la decisión no recae en su persona — indicó al no ver señal alguna de ella — Ahora está bajo la protección del Ministerio y, mientras siga siendo menor de edad, tendrá que asistir a este colegio para que pueda aprender a controlar su magia.

— No hay nada que no sepa ya — el mayor río ante las palabras de la menor.

— ¿Está segura de ello? — cuestionó con tranquilidad — Tan solo ha tenido dos años de estudios, reconozco que su promedio ha sido el más alto que se ha visto en sus anteriores colegios, pero dudo que pueda tener conocimiento de los temas que le esperan en los siguientes cinco cursos — la seria mirada de la niña cambió a una retadora.

— Tengo entendido que siempre han de sobrar exámenes para los TIMOS — el director asiente sin comprender a qué viene esas palabras — Si lo resuelvo y obtengo una calificación acertada, como sé que la obtendré, — declaró con seguridad — no estudiaré en Hogwarts.

— Veo que tiene demasiada confianza en su persona — le parecía interesante, no podía negarlo — Y la verdad, tengo curiosidad sobre cuál podría ser su resultado — admite.

Con un movimiento de su varita, el director hizo que unos papeles llegarán a su oficina.

— Cada curso tiene su propio examen, tendrá cinco horas para desarrollar cinco exámenes. ¿Quiere comenzar? — la niña asintió.

El director dejó los papeles delante de ella y le ofreció una pluma. Fue en ese momento, cuando por primera vez desde que su conversación inició, que vio la duda en su mirada. Sonrió para sí mismo, convencido de que la pelinegra se hallaba ligeramente arrepentida, porque no era del todo consciente al ofrecerle tal trato.

— ¿Se arre...? — quiso cuestionar.

— ¿Puedo saber dónde está mí varita? — más parecía ser que la niña había encontrado una afinación en interrumpirlo.

— ¿Su varita? — repitió extrañado, la niña asintió — Supongo que se quedó en la enfermería — le informó, un mago jamás podría negarle tal conocimiento — ¿Por qué la pregunta? — pero de igual forma, quiso saber.

No obstante, la niña, como ya se había acostumbrado, no respondió. La miró con una ceja alzada, esperando a que dijera palabra alguna o aceptara la pluma ofrecida, hasta que unos toques en la puerta de su despacho sonaron. Con un movimiento de su mano, hizo que estas se abrieran, esperando ver a algún profesor que vendría a despedirse, pero allí no se encontraba ninguna persona, y en un veloz movimiento, un objeto se acercó de manera rápida a la mano de la niña.

Se dio cuenta que se trataba de una varita. Dumbledore quiso preguntar cómo logró que viniera hacia donde ella, pero la pregunta quedó en su boca cuando notó por qué requería de esta.

Tal cual la raíz de una planta, de la punta de la varita salieron hilos plateados. Estos empezaron a rodear los dedos de la pelinegra. Con elegantes movimientos, desde sus manos hasta sus codos, los hilos plateados se extendieron, creando un diseño sumamente encantador. Era un guante, reconoció el mayor, una protección que nunca observó con anterioridad. Y cuando las raíces terminaron de crecer, el plateado brilló para luego desaparecer.

Con la protección ya puesta, Adhara cogió la pluma que el director le ofreció momentos antes, para empezar a resolver los TIMOS.

Viéndola tan concentrada, completando cada una de las preguntas sin titubeos, y no dejando ninguna sola línea en blanco, Dumbledore se preguntó si realmente la pelinegra decía la verdad.

La rara palabra, que gran curiosidad provocó en su persona, llegó a su mente, pidiendo que la recordara y que la analice. Procedió a hacerlo, porque si era algo que Tom exigía, si era la razón por la cual torturó a los padres de la pelinegra que tenía enfrente, algo en ella debía de ser importante.

La palabra Memoriuntac debía de esconder un secreto de gran importancia.

Podía notar, con facilidad, la procedencia del latín en ella. El Memoriun podía ser una combinación de Memoriam y un, que se traduciría como Memoria a, pero no encontraba sentido en el tac. No existía palabra en latín como tal, por lo que podría tratarse de otro idioma. ¿Pero cuál? Se cuestionaba. Podía ser... podría tratarse de la abreviatura o única sílaba de alguna palabra que comenzara o terminara con tac, pero no encontraba alguna.

Miró a la niña frente suyo, notando como ya se encontraba por el tercer TIMO. Se sorprendió ante ello ¿Cuánto tiempo estuvo sumido en sus pensamientos? Al revisar la hora cayó en cuenta que tres y cuarto de hora pasaron. Recordó entonces, que tanto él como la niña no habían ingerido alimento alguno. Por lo que, murmuró el nombre de uno de los elfos domésticos que trabajaba en el colegio y este apareció ante su mención con el usual "crack".

La pelinegra dejó de mirar el examen.

Desde que se sumergió en resolver las preguntas, no levantó la vista, pero ahora lo hacía sólo para observar a la criatura que apareció a su costado. La mencionada conectó mirada con la pelinegra y el director presenció cómo el elfo parecía erguirse y sonreír a la niña, mientras la examinaba disimuladamente.

Desde que la recogió hasta ese momento, la seriedad estuvo impregnada en la señorita Jone. Pero allí, junto al elfo, dejó salir una pequeña sonrisa que la definió como perfecta. Y Dumbledore se sintió completamente anonadado por tal gesto, reconociendo que el elfo también compartía el sentimiento.

Atribuyó su sorpresa a que no la había observado con otra cara que no fuera una sería. Y la reacción del elfo, con la anonadación de que alguien lo observara con tanta amabilidad como la niña lo hacía. La conexión de miradas ceso, la niña volvió su vista al examen para seguir respondiendo. No obstante, el elfo no apartó su mirada de ella, no hasta que Dumbledore le pidió que trajera el desayuno tanto para él, como para su acompañante. La pequeña criatura asintió antes de desaparecer rápidamente.

Observó, entonces, con mayor curiosidad a la niña. Según ella, fue espectadora de la tortura y muerte de sus padres, por lo que debía de tener conocimiento de la palabra que tanto interés le provocaba.

Como si su mente se iluminara, los recuerdos de que ella evitó tocar la pluma, no sin antes ponerse ese elegante y bello hechizo en sus manos, aparecieron.

Táctil, pensó.

Una palabra en español que se definía por estar relacionado con el tacto, con lo que una persona podía percibir a través de la palma de su mano. ¿Podía significar aquello? Si juntaba las palabras en una directa traducción, sería Memoria a táctil, que no tenía sentido y parecía ser una frase creada por un bebe. Sin embargo, al igual que todo balbuceo, podía esconder grandes significados.

— Terminé — avisó la pelinegra, el director asintió aún perdido en sus pensamientos y tomó los exámenes.

— En unos segundos traerán el desayuno. Mientras comamos, iré revisando, y al finalizar, le daré sus resultados — comunicó, la niña asintió, dejando la pluma en su lugar y sentándose de manera recta como lo venía haciendo.

Procedió a leer las primeras respuestas de los timos, que estaban correctas y bien fundamentadas. Se concentró tanto en estas, que se sobresaltó cuando en un simple parpadeo, apareció el desayuno...

El gran desayuno.

Los elfos siempre fueron muy agradecidos con su persona por darles buenas condiciones en las cuales trabajar, más no era común recibir tantos platos como los que ahora se encontraban en su mesa. Miró a la niña, que nuevamente estaba sonriente, con gran atención, al notar un papel que se encontraba frente a ella junto a un plato. Nunca sabrá que pudo contener tal escrito porque, después de leerlo, la niña terminó por guardarlo.

Cogió uno de los panes para ingerirlo y seguir con la corrección de los TIMOS. Aunque la definición correcta sería una revisión, porque no encontraba respuesta errónea. Con una elegante letra, las palabras escritas no parecían ser de una niña, no parecían ser de Adhara. Pero no podía tratarse de algún truco, en todo momento fue espectador de cómo ella sola resolvió los TIMOS.

No obstante, el hechizo de esos plateados guantes podría haberla ayudado, su mente le dijo. Podía ser que, ese elegante hechizo, era la razón de sus respuestas, al fin y al cabo, no conocía la finalidad con la que la niña los convocó.

Cuando ambos terminaron de desayunar, los TIMOS fueron revisados. Las respuestas eran, en su totalidad, correctas. La niña solo esperaba que, cumpliendo el trato, el Señor Dumbledore aceptara su decisión de no estudiar en Hogwarts, así la mandaría al orfanato, donde esperaría algunas semanas para luego escapar de tal lugar en dirección a su verdadero hogar.

Por otro lado, el director, solo pensaba en cómo sería la formulación adecuada para preguntarle sobre si, el hechizo que utilizó antes de comenzar a resolver los exámenes, le brindó alguna especie de ayuda para la resolución de los TIMOS, sin ofenderla por dudar de su intelectualidad.

— Sorprendentemente, ha completado correctamente los TIMOS — le informó, la niña asintió volviendo a su silencio y seriedad — Solo tengo una consulta que hacerle — la examinó con la mirada.

Podía matar a dos pájaros en un tiro, pensó, si le preguntaba por la palabra por la que sentía curiosidad y, el hechizo de sus manos era un truco, podría encontrar la respuesta al significado. Por otro lado, si no respondía, podía asumir que estaba tratando con una prodigio por naturaleza.

Por ende, sin meditarlo un segundo más, preguntó:

— ¿Sabe usted qué significa Memoriuntac?

La reacción de la niña jamás la habría esperado.

En unos rápidos movimientos que él no previó, ella blandió su varita, lanzándole un hechizo que esquivó a las justas. Adhara rápidamente se paró, dirigiéndose con pasos acelerados hacia la puerta, siendo contenida por Fawkes, quien se interpuso, sin siquiera dejarla llegar a la salida. Con más hechizos, la pelinegra intentó atacar a su fénix, pero Dumbledore estuvo allí para protegerlo. Sin quedarle otra opción, al verse acorralada entre un fénix y un gran mago, la niña se dio vuelta con velocidad, apuntando al mayor con la varita.

No existía temblor alguno en su mano, no existía miedo en su mirada, ni tampoco, inseguridad en su postura. La de trece años era consciente de sus decisiones, estaba segura de ellas y no mostraba arrepentimiento alguno de sus acciones, más bien, parecía dispuesta en seguir atacando.

— ¿Señorita Jone, que...? — lo cortó nuevamente.

— Silencio — demandó con autoridad — Señor Dumbledore, usted me dejará ir, y no le dirá nada a su compañero de cara deforme — le ordenó.

— No tengo ningún compañero con cara deforme, Señorita Jone — indicó con suavidad, sosteniendo con precaución su varita.

— No quiera mentirme — escupió con odio — Si usted sabe de la existencia de esa palabra, es porque tuvo que escucharlo de su compañero.

— En parte, es cierto — admitió, y al instante, tuvo que esquivar los hechizos que la niña lanzó.

Su vista se quedó en un punto fijo una vez que los ataques de la niña se detuvieron, observando con detenimiento como uno de los encantamientos desviados, evaporizaba un regalo de hace ya unos cuantos años

— La palabra la escuché de los muggles que viven en el edificio donde se quedaban sus padres — musita, volteando a observarla con lentitud — Allí, ellos escucharon esa palabra proveniente de una voz gruesa. Es así como conozco está — explicó, esperando que sus ataques se detuvieran.

— Y si sabe que es por esa palabra por la que mis padres fueron torturados — comenzó sin creer en su palabra — ¿Por qué preguntarle a una niña de trece años sobre ello? — lo atacó y el director quedó sin palabras.

No, no había pensado en ello, y se reprendía por únicamente querer descubrir el significado de la palabra, olvidándose de que trataba con una recién huérfana.

— Dejé que me retire, — era una orden — no querrá sufrir las consecuencias — y una amenaza.

— Le recuerdo señorita Jone, — comenzó luego de un suspiro — que usted es tan solo una...

— Niña que ha completado cinco exámenes para personas que le superan en edad — notó una pizca de arrogancia en su voz — He escuchado de usted, Señor Dumbledore, demasiadas maravillas y conozco bien los títulos que posee — admitió al recordar sus palabras — Pero mí mano no ha de temblar si tengo que luchar para que me deje salir de este lugar.

— La dejaré ir... — cedió, más para ello tenía una condición — La dejaré ir, si me explica qué importancia tiene esa palabra — otros destellos salieron de la varita de la pelinegra.

Dumbledore esquivó cada uno de ellos sin devolverlos, pero mientras más se adentraba en la pelea, mayor era la complicación de repeler sus encantamientos. Por lo que, para su pesar, la atacó con un hechizo que el mayor, pensaba, lograría dejarla paralizada.

El hechizo no llegó a ella, de hecho, ni siquiera llegó a rozarla, porque se le fue devuelto.

Con cuidado, Dumbledore procesó la posibilidad de que alguien esquivara un hechizo suyo con tanta facilidad. Pensó, y siguió pensando, porque esa niña podía poseer tantos saberes y tanto poder a tan corta edad. Pensó en porque sentía que estaba tratando con un adulto y no con una niña, en porque sentía que, en ella, se encontraba un tumulto de responsabilidades y mentiras.

Y es allí donde lo comprendió.

— Tú eres una Memoriuntac — afirmó, teniendo una ligera idea de lo que se trataba la palabra.

La niña temió, lo pudo ver en sus ojos. Y es con este temor, fue por lo que lo atacó nuevamente, con una intensidad que él sabía, que la dejaría desgastada. Dumbledore, esta vez, tanto esquivó como atacó, con la intención de poder dejarla petrificada, o controlarla, para que pudieran volver a una charla calmada.

Los hechizos pararon y los magos se vieron entre ellos.

— Sé que cree que soy parte de la muerte de sus padres, pero no es así — le comentó, la niña negó, no queriendo escucharlo.

— Esto ya no se trata de mis padres — respondió sin dejar de apuntarlo.

— Entonces es por esa palabra ¿No es así? — teorizó él, ignorando la aflicción en la mirada de la menor — Por Memoriun...

— ¡No la mencione! — ordenó, lanzando un hechizo, descifrando que era la única forma de poder capturar su atención.

— Señorita Jone, — musitó después de defenderse — quiero que tenga conocimiento de que no sé de qué trata esa palabra y cuál es su relación con usted. Pero le pido, que guarde la calma — utilizó una mayor amabilidad en su voz.

La niña flaqueo, dudando si lo que decía el señor era cierto... O si era otro intento, si era otro de esos magos poderosos, pero temerosos por ser inferiores a su marca, buscando crear confianza cuando lo único que querían era atraparla.

— Y yo quiero recordarle, Señor Dumbledore, que hicimos un trato — fue el turno del adulto para asentir — Yo he cumplido mí parte, pero fácilmente noto que no está dispuesto a cumplir la suya.

— Lamento que no puedo hacerlo — parecía sincero, pero la infante no se dejaría llevar por ello — En mi opinión, el hechizo que utilizó antes de dar el examen fue lo que la ayudó a completarlo — explicó con una seriedad que se evaporo por la acción de la fémina.

La niña río, confundiendo al adulto.

— Son solo unos guantes — informó con gracia, antes de volver a su postura de alerta.

— ¿Y por qué a de necesitar guantes antes de dar un examen? — cuestiona con cuidado, acorralándola con tal pregunta.

Adhara calla, sin saber qué responder. Si decía la verdad, estaría comprometiendo el hablar de la maldición, pero si no decía nada, el de barba blanca pensaría que tenía razón... rodó los ojos en su imaginación.

Odiaba tanto cuando los mayores se creían mejores por el simple hecho de haber existido más.

— Quiero creer, que fue su propia capacidad la que le permitió llenar todos los exámenes — admitió, queriendo que creyera en él — Pero teniendo esta duda presente, no puedo permitir que deje sus estudios, — indica con suavidad, esperando a que se abriera a él — A menos, que me explique en qué consiste el hechizo que ha utilizado.

La niña se desesperó, lo supo porque volvió a lanzarle hechizos de una complejidad que no creía fuera capaz de utilizar. Se detuvo nuevamente, ambos magos estando alertas a las acciones o palabras del contrario. Y entonces, supo que no obtendría respuesta por voluntad propia.

No obstante, necesitaba de ella. Si Tom, si el encargado de la guerra en el mundo mágico se habría mostrado interesado en tal palabra, era por un motivo, por una razón que únicamente debía incluir cuestiones de poder, de oportunidades para lograr su radical objetivo. Y no debía, pero era el bien mayor lo que...

— No intente leerme la mente — la pelinegra ordenó al sentir el hincón en su cabeza aumentar.

— ¿Qué tanto necesita proteger? — cuestionó, sintiendo cada vez un mayor interés a lo que la niña se aferraba en esconder.

— ¿Quiere morir? — pregunta ella, tomándolo por sorpresa.

— ¿Quiere usted acabar con una vida? — devuelve la pregunta, no esperándose que una niña de su edad se expresara sin dificultad alguna sobre la muerte.

— Yo no acabaría con su vida — niega ella de inmediato — Pero si sigue insistiendo, temo que otra persona pueda hacerlo.

— Todo esto, es por esa palabra ¿Cierto? — la niña asiente, no podía mentir descaradamente cuando era obvia la respuesta — Tengo comprendido, que ha oído hablar maravillas de mí persona — recordó el Director, la pelinegra asintió confirmando lo dicho — Bien, entonces pido que me otorgue el beneficio de la duda — pidió, esperando alguna reacción de la niña, más no obtuvo nada — Por lo que he visto, sabe para qué sirve la poción veritaserum — la niña volvió a asentir en forma de confirmación — Qué le parece si yo hago uso de esta poción y respondo cada una de las dudas que tenga sobre mí persona — brinda su idea.

Adhara frunce el ceño, intentando descubrir si existían segundas intenciones en esa petición.

— ¿En qué le beneficiaria? — cuestiona con rudeza, no encontrando la conveniencia que este trato le daría al mago.

— Ganaría su confianza y podríamos tener una conversación civilizada — exclama, esperando que accediera.

Un breve, y muy dudoso, asentimiento de la niña, es suficiente para que, en un suspiro de alivio, blandiera su varita reparando lo que se rompió en su despacho por los hechizos esquivados. Tomó asiento en su silla, y con un amable gesto, invitó a la pelinegra a sentarse delante de él, pero ella se quedó alejada de su persona.

Soltó un suspiro de resignación, la niña aún no confiaba en él, al parecer.

— Muy bien, pediré que traigan un frasco con la poción — señala él, abriendo su boca para indicarle a uno de los cuadros que fuera a avisarle al profesor Slughorn sobre su solicitud, más se detiene cuando la niña niega.

— No ha de ser necesario — le dice, antes de que unos toques vuelvan a sonar.

Esta vez, es la niña quien abre la puerta. Un frasco transparente se hace presente. Las pequeñas manos de la pelinegra lo reciben, revisándolo para saber si era el correcto. Después de unos segundos, se acerca a Dumbledore con paso firme, tomando asiento donde antes se encontraba, dejando el frasco delante del mencionado.

— ¿Qué es esto? — cuestiona, aun sabiendo que se trataba de la poción de la verdad.

— No querrá decir ¿De quién es? — Alude con un ligero tono divertido — Es de mi propiedad — responde — Si va a contestar mis dudas, debo de asegurarme que no se trate de ningún truco.

— De acuerdo — acepta el mayor, sin ánimo de contradecir a la niña.

Estaba demasiado preparada para este tipo de situación, pensó antes de tomar del frasco, muy preparada.

— ¿Cuál es su nombre? — pregunto con seriedad.

— Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore — dejó que la poción surgiera efecto.

— ¿Qué día es hoy? — volvió a preguntar, y Albus se sintió extrañado por tales preguntas cotidianas.

— 31 de junio de 1973 — respondió.

— ¿En dónde nos encontramos?

— En el despacho del director del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería — la niña asintió, reconociendo el lugar, supuso el mayor.

La realidad de los hechos era, que la pelinegra quería cerciorarse de que haya tomado la poción y que el mago estaba dejando que esta diera efecto, no buscando espacios vacíos para evitar responder con sinceridad.

— ¿Cómo sabe usted de la palabra Memoriuntac?

— Escuche a los muggles comentando que muchos gritos se escucharon en el departamento donde mataron al matrimonio Jone. — Albus vio como la pequeña parpadeaba con rapidez — Ellos creen que una tercera persona estuvo presente, porque decían que una voz gruesa gritaba crucio y Memoriuntac repetidas veces.

— ¿Qué sabe...? — su tono de voz flaqueo, antes de suspirar y volver a su determinación — ¿Qué sabe usted de esa palabra?

— No tengo conocimiento certero de lo que pueda significar — una ceja se alzó ante la especificación, estaba buscando lagunas, identificó la menor.

— ¿Por qué creé que mataron a mis padres? — pero no dejaría pasar ninguna.

— Porque querían saber qué significaba la palabra Memoriuntac.

— ¿Por qué creé que yo soy una Memoriuntac?

— Por la manera en la que ha reaccionado a la palabra.

— ¿Por qué quiere saber el significado de la palabra Memoriuntac?

— Nunca he escuchado de ella y quisiera saber la razón por la que tus padres fueron asesinados por esta misma.

— ¿Quién es ese hombre deforme que torturó y asesinó a mis padres? — la seriedad aumentó al notar el minúsculo silencio.

— No sé con certeza quién es — y nuevamente lo notó.

— ¿Quién cree usted que es ese Hombre deforme? — Dumbledore se abstuvo a responder — ¿Quién cree usted que es ese hombre deforme, Señor Dumbledore? — la cuestión salió con una exigencia en su tono de voz que, combinado con la poción, era imposible de ignorar.

Albus no pudo luchar más.

— Creo que es Tom Riddle — contestó.

— ¿Quién es Tom Riddle? — Dumbledore creyó ver leves detalles rojizos en sus ojos.

— Un exalumno del colegio — pero tan rápido como apareció, se fueron.

— ¿Por qué creé que fue él? — y tal parecía, que la niña sabía hacer las precisas preguntas.

— En su estadía en Hogwarts tuve mis sospechas acerca de Tom a pesar de ser considerado un buen estudiante — explicó — Seguí sus pasos después de Hogwarts hasta que desapareció, desde entonces y a sabiendas de su pasado, considero que puede ser quién está detrás de actos crueles como lo sucedido con tus padres.

La niña quedó callada, digiriendo el nombre del posible asesino de sus padres. Dumbledore pensó que ya no preguntaría, sintiéndose aliviado por no revelar ningún aspecto de suma importancia bajo tal interrogatorio que, de por sí, no esperaba que fuera tan intenso. Por lo que se permitió suspirar, bajando su guardia.

— ¿Qué cree usted que significa Memoriuntac? — y aprovechándose de su error, la menor cuestionó tan repentinamente, que no le dio tiempo al mayor de pensar en cómo escapar de la cuestión.

— Siento que es una combinación de palabras de latín y español — musitó — Creo que quiere decir Memoria a Táctil, no le encuentro un sentido, pero considero que debe de ser importante.

— ¿Y por qué considera que es importante? — los amarronados ojos estaban fijos en los celestes, presionándolo a que responde con sinceridad.

— Porque, por un motivo, Tom buscó respuestas en sus padres — y cede, debido a la poción, quiere creer — Por un motivo, los torturó para descubrir de qué se trata tal palabra.

Otro silencio se hace presente, más esta vez, Dumbledore se mantiene con su guardia en alta, aprendiendo de su error. Pero al observar a la pequeña pelinegra, quien parece estar asimilando las respuestas, se pregunta, que tanto pasaría por la mente...

— ¿Qué es lo que quiere realmente de mí persona?

Estaba claro para Dumbledore.

— Quiero que entre en confianza para que me diga el significado de esa palabra.

La joven delante suyo, era una... peculiaridad.

— ¿Por qué quiere saber el significado?

— Para estar un paso delante de los planes que Tom tiene preparado.

Adhara lo examinó, recapitulando todas las respuestas brindadas, pensando en las palabras descriptivas que escuchó de su persona, analizando su comportamiento desde que ella despertó... Podía... ella podía... negó, antes de decidir, debía de hacer más preguntas.

— ¿Cree en mí cuando le digo que vi a mis padres ser torturados y asesinados? — no apartó la mirada del director.

— No, no lo hago — entonces de verdad no tenía conocimiento de la palabra, descifró.

— ¿Cree en las...? — tomó aire, pensando antes de decidir — ¿Cree en las leyendas?

— No — asintió a su respuesta.

— ¿Es usted, una persona de mente abierta? — el interrogado pareció pensarlo, antes de asentir y musitar:

— Sí — bien, tal vez, solo tal vez, podría darle una oportunidad.

— Si nacía sin magia y se enterara de ella — planteó la situación — ¿Qué hubiera hecho para conseguirla?

— Todo lo que esté a mí alcance, — inconscientemente, ella alzó su ceja — siempre que no lastimara a nadie.

— ¿Qué tan peligroso es ese tal... Tom Riddle? — pronuncio con lentitud su nombre.

— Demasiado — notó un deje de ¿preocupación? en su voz.

— ¿Tom Riddle es su compañero? — aunque lo había negado, debía de cerciorarse.

— No — y ahora notó que sonaba ofendido por la cuestión.

— ¿Esto es un truco para darle información a Tom Riddle? — pero realmente no le importaba si le ofendía.

— No — después de todo, él mismo se ofreció a responder sus dudas.

Se detuvo, sabía bien que el efecto de la poción culminó. No obstante, pensó, una última pregunta sería perfecta para ver si podía confiar en el tan famoso y muy conocido mago, Albus Dumbledore.

— ¿Qué clase de persona se considera que es?

Y Dumbledore también estaba enterado que el efecto de la poción culminó, sin embargo, algo en ella... algo en su propia persona, le recomendó que respondiera de manera sincera.

— Un humano — así se definía — He cometido errores a lo largo de mis años y no dudo que seguiré cometiéndolas, — porque era esa su naturaleza — pero estoy seguro de que, a su vez, he logrado hacer cosas buenas — su reivindicación, era una de ellas — Todos dicen que soy el mago más poderoso y correcto del mundo mágico, mientras que yo solo creo, que soy un anciano con suerte.

La pelinegra asintió, parecía que analizaba con una gran profundidad su respuesta, con tanta intensidad, que Albus se sentía ligeramente expuesto ante su mirada.

— Si lo que se dice a continuación llegara a oídos de extraños — la niña empezó a hablar — Usted podrá tener el mismo final que mis padres — advierte con seriedad.

— Tenga mí palabra que nada será revelado sin su previo consentimiento — le hizo saber, esperando que de esta forma depositara, con mayor seguridad, su confianza en él.

— Su definición es acertada, pero no completa — comienza — Memoriuntac está formada por las palabras mencionadas, pero ese no es su significado como tal — la pelinegra soltó un suspiro, esperaba que lo que hacía fuera correcto — Está palabra es el nombre de un don, de una maldición, — se corrigió — que fue otorgada por las grandes.

— ¿Está hablando de la leyenda de la época oscura? — cuestiona con escepticismo.

— Así es — afirmó — Ellas lograron su objetivo sin saberlo, otorgaron un poco de su poder a una persona, y la combinación de todos estos dones, dio paso al talento nato de las Memoriuntac — lo miró fijamente, antes de pronunciar: — El poder consiste en percibir a través del tacto las memorias — reveló el significado — Cualquier recuerdo, cualquier hecho que un objeto, o ser vivo, pudieron experimentar, las Memoriuntac con tan solo tocarlo, podrán descifrarlo — explica.

— ¿Por eso utilizó los guantes? — preguntó, comprendiendo de lo que iba tal poder.

— Es una barrera de protección — explicó lo que era — Permite que, al igual que usted, pueda hacer uso de mis manos sin temor a entrar en los recuerdos de todo lo que toco.

— La tortura y muerte de sus padres... — comienza a inferir, descubriendo la razón por la cual ella sabía de tal acontecimiento.

— Quité la barrera de protección, los guantes, para saber qué sucedió con ellos — Dumbledore pudo reconocer el dolor en sus palabras — Entre a los recuerdos del suelo, dejé que la maldición me guiará hasta llegar al momento en que fueron torturados y luego... asesinados — sus ojos parecían cristales debido a las lágrimas retenidas — La maldición funciona igual que un pensadero, por más que quieras intervenir en este, tan solo traspasamos los cuerpos.

Se estremeció. Dumbledore sintió un profundo pesar cuando el dolor plasmado en sus palabras escuchó. Sentía compasión, compasión por lo que la niña contaba, por ella misma. No era capaz de dudar de sus palabras, no cuando la voz se escuchaba tan rota... tan vacía.

Y porque su mirada se hallaba perdida.

— Lo presenciaste todo — declaró.

— Y no pude hacer nada para evitarlo — informó aún ida.

Dumbledore esperó, reconocía la existencia de un trasfondo, pero le dio un respiro, esperando a que pudiera, por sí sola, salir de los amargos recuerdos.

— Pero ese no es el único talento que las Memoriuntac pueden poseer — indicó, concentrándose en algo más que no sean los gritos de sus padres, llamando más la atención del director por tal información— Eran cinco grandes brujas, cada de ellas poseedores de un talento nato. La bruja más inteligente de su generación, una Veela, una Metamorfomaga, una Legerement, y una Banshee — nombró — Así estaba conformado las cinco grandes. Como mencioné, el talento nato de las Memoriuntac nació del conjunto de todos sus talentos, de la forma en que otorgaron estos.

— Dice usted... — frunció su ceño — ¿Qué es poseedora de estos cinco poderes?

— Tres de ellos, en realidad — corrigió — Metamorfomagia — el cabello de la niña cambió de color — Inteligencia superior — recordó los TIMOS — Y... Visión.

— ¿Visión? — cuestionó curioso — ¿Por parte de cual bruja?

— De la Banshee — respondió.

— El grito que dio antes de que ingresara al departamento... — la niña asintió.

— Era el lamento de una Banshee, por esa razón las cosas se rompieron en el departamento — indicó.

— Si dice que posee el talento de la visión — su confusión pide respuestas — ¿Por qué no vio la muerte de sus padres antes de que sucediera?

— La Banshee sabía que su poder no era uno grato, en realidad — comenzó a relatar — No quería condenar a esta persona a que tuviera que ver la muerte de sus seres queridos o personas cercanas antes de que sucediera — indica — Por lo que, hizo lo posible para otorgarle el tercer ojo.

— ¿Cómo la adivinación? — quiere saber.

— Un poco más complicado, en realidad — responde — La visión a veces puede tratarse de sueños, de ideas, o de presentimientos... — relató con misterio — Depende de la situación y del dolor.

— Disculpadme si no lo comprendo a la primera — mentía, lo que quería era comprender en su totalidad tal don.

— La visión no es solo sobre la muerte — la información despertó un claro interés en Dumbledore — Es sobre el dolor, el dolor que la Memoriuntac en cuestión, o sus relaciones, pueden sentir si es que el suceso del que son advertidas se lleva a cabo — explica con lentitud — Pero todo depende de qué tan atenta esté la Memoriuntac, porque al tratarse de sueños, de ideas o de presentimientos... — deja suelta la idea.

— Pueden pensar que no son relevantes — concluye él — Que son solo eso, presentimientos — la niña asiente.

— Las Memoriuntac a lo largo de los años han poseído el don nato y alguno de los otros cinco talentos que las cinco grandes otorgaron — retomó la explicación, evitando despertar más interés del que el don de la visión logró en el director.

— ¿Cómo saben cuáles talentos fueron otorgados? — preguntó, dándose cuenta del cambio de tema.

— Por nuestra marca — responde ella. Alzó su varita y con ligeros trazos, formó la marca que poseía — Se encuentra en la parte posterior de nuestro hombro derecho, justo en la espalda. Está de aquí, es mí marca — indica, mientras que una especie de flor aparecía delante de ellos — Cada pétalo significa un talento, mientras que la cola, al ser la unión de estos, indica el don nato.

— ¿Y el corazón al final de la cola? — cuestiona mientras que traza con su dedo la parte nombrada.

— Que será heredado — responde, permitiendo que la marca desapareciera — En todos los años que procedieron a la época oscura, ha existido una Memoriuntac por generación. Al principio fue conocido, tanto el don como la bruja, pero la avaricia apareció en los magos y ellas empezaron a ser cazadas.

— ¿Por ello se mostró tan reacia a compartir este don? — la menor asintió.

— Por cada talento que uno posee, pierde a un ser querido — exclama, provocando que Albus parpadeara impresionado — Hay veces, en las que se cumple y... y otras en las que no.

— ¿En las que no se pierde a nadie? — dudó.

— En las que se pierde todo — la seriedad utilizada le hizo saber que no bromeaba — Quienes conocen el don, pero no son poseedores de este, buscan a la Memoriuntac de la generación para atraparla y obligarla a otorgarle el secreto de la heredación — relata, aparentando no verse afectada — Secuestran, torturan y matan a todo ser que haya tenido contacto con la Memoriuntac en cuestión, porque ansían tener en sus manos estos talentos que poseemos.

Para Albus Dumbledore, tales actos en contra de las personas como la niña no le sorprenden. Fue testigo de muchos actos crueles llevados a cabo por el humano, simplemente por querer, por ansiar, por obtener más poder, por la necesidad de sentirse superior a los demás. Comprende ahora, porque la niña se mostraba tan seria en un principio, y se compadece de ella por tener que sobrellevar todo este peso a tan corta edad.

— Usted lo ha llamado maldición ¿No es así? — la niña asiente — Pero sabe que en realidad es un don — niega de inmediato.

— No se debe de considerar un don por las pérdidas que causa — expresa con rencor — Estoy maldita y cualquiera que se relacione conmigo podría perder la vida — declara con firmeza — ¿Usted lo llamaría don a sabiendas de esto? — cuestiona con molestia.

— Comprendo su perspectiva — perdió recientemente a sus padres por tal don, la comprendía — Supongo que es esta la razón por la que no quiere asistir a Hogwarts — cambió de tema, suponiendo la razón de su decisión.

— En su parte, sí — acepta, provocando que Albus la mire por sobre sus lentes.

— ¿En su parte? — repite con duda, sin dejar de observarla.

— Tiene que ver con la forma en la que la maldición es heredada — responde bajo, maldiciéndose por haber sido demasiado sincera con la anterior respuesta dada.

— El secreto que no puede desvelar — comprende al no recibir más información — ¿No es así?

— He contado lo suficiente para que pueda brindarme su palabra de no decir nada y, también, protección — musita mirándolo fijamente — Pero en lo que respecta a la heredación, jamás podrá conocerlo — afirma, porque Adha no quería arriesgarse.

No podía arriesgarse más de lo que ya se había arriesgado al contarle los sutiles, pero concisos, datos acerca de su maldición.

— Imagino que es porque no quiere que se siga heredando ¿No es cierto? — teoriza a pesar de notar la clara evitación que la niña manifiesta con relación al tema — Desea que esta maldición culmine con usted para no condenar a otras personas — la pelinegra sutilmente asiente — Pero... ¿No podría existir otra opción para evitar que se herede? — tantea terreno.

— ¿De qué opción estamos hablando? — la ilusión en su voz es notoria.

Allí, observando un brillo de esperanza en la mirada amarronada, Albus recae que seguía tratando con una niña, con una joven de trece años. Una niña tan... rota, que buscaba con anhelo un pegamento que la reparara, buscaba con desesperación, una solución a la maldición que le costó la vida a los padres que, por el claro resentimiento que profesaba al don, sabía que los amó con creces. Estaba tratando con un alma inocente, ingenua... con alguien a quien podría ofrecer su ayuda.

— De las maravillas que le han contado de mí persona, quiero asumir que sabe que soy considerado uno de los magos más poderosos — la pelinegra vuelve a asentir, confirmando su suposición — Podría buscar la solución a esta maldición, como usted le llama, — menciona con empatía— podría ayudarla a terminar con ella, de una vez por todas, como usted anhela — explica con mejores palabras.

— Pero para ello, — el brillo en sus ojos comienza a desvanecerse — necesita toda la información que tengo — concluye, con una densidad que lo aturde.

Dumbledore asintió con delicadeza, reconociendo la fragilidad del tema.

— Si ha de usted confiar en mí persona, — empieza tras unos segundos — le aseguro que haré lo posible para ofrecerle protección aquí en el castillo, así nadie podrá hacerle daño nuevamente. Además, de que haré lo necesario para encontrar una solución a esta maldición — da su palabra, en una promesa que, se convence, cumplirá.

— ¿Qué sucede si no confío? — pregunta, queriendo tener en claro cada una de sus opciones.

— A sabiendas del don que posee y del peligro que correrá, — menciona, sabiendo que lo siguiente no será del agrado de la menor — tendré que dejarla en el orfanato con una protección que impedirá que entren o salgan del lugar — le informa, habiendo atinado a su reacción.

— ¿Me encerrará en un orfanato? — el mayor niega, aunque en parte es cierta su cuestión.

— Le daría un lugar donde pueda estar segura — explica con mejores palabras.

Adhara niega, ese no era el plan que tenía cuando le contó sobre su maldición. Ella, en realidad, esperaba que la dejaran en el orfanato, mismo lugar donde podría escapar y llegar a su hogar, a su cabaña en medio del bosque donde jugaba con su mejor amigo...

Su mejor amigo.

Desde el suceso de sus padres no pensó en él. Ya no podría... Ella ya no podría reunirse con él, pensó con intensa pena. No, ella no podría hacerlo porque temía que el tal Tom Riddle se llegara a enterar de su existencia y... y acabara con la vida del pelinegro, que lo asesinara de la misma forma en la que lo hicieron con sus padres y... Y no solo eso. Si no, que en la búsqueda de cazarla, de debilitarla, decidiera arremeter en contra de su hermano menor, con aquel pequeño de 11 u 12 años con le cuál compartía charlas y galletas. Y ella... Adhara no...

No, no podía permitirse eso.

Pero... pero tampoco podía permitirse romper su palabra.

Le prometió que haría lo posible para poder reencontrarse y estudiar juntos. ¿Pero cómo ser fiel a su promesa, a sus palabras, sin exponerlo al peligro que era conocerla? ¿Cómo volver a verlo, cómo conversar con él, sin pensar en las futuras y drásticas consecuencias de su presencia?

No quería, pero a la vez... joder, se regañó así misma, ¿cómo era capaz de pensar en arriesgarlo solo por querer...?

— Señorita Jone — su llamado la sacó de su dilema — considero que la primera opción que le estoy ofreciendo es la más acertada. — señala con suavidad — Usted quiere acabar con esta maldición, y yo puedo ayudarla. Ambos sabemos que, por algún motivo, quería venir a estudiar en este castillo — por una persona, pensó Adha — Si acepta, podrá comenzar su tercer curso aquí y, únicamente, se quedaría hasta que encontrará alguna solución a su problema — concluye.

— La protección que me brindará... — Dumbledore nota con satisfacción cómo empieza a ceder — ¿También podrá brindarla a las personas con las que me relacione?

— Toda persona que esté en Hogwarts está completamente segura de cualquier peligro — declara con entera seguridad.

— ¿Incluyendo el peligro que es Tom Riddle? — pregunta, reconociéndolo como el peor riesgo.

— Incluyéndolo a él — no hay titubeos.

— Tomé del veritaserum, por favor — pidió.

El director lo hace sin presentar objeción, sabe que la desconfianza es una de las herramientas que utilizan las personas que pasan por situaciones similares a las de la niña, en donde uno no puede confiar ni en su propia sombra, sin arriesgarse a estar en peligro.

— ¿Para qué quiere utilizar mí don? — Dumbledore no esperaba tal pregunta.

— Lo quiero utilizar para ponerle fin a las fechorías de Tom Riddle — por ello, es que no es capaz de esquivarla.

— ¿Para qué me va a utilizar cuando confíe en usted? — y, aunque le ofendiera las cuestiones de la menor...

— Para que use sus dones y pueda rastrear, o probablemente, detener a Tom Riddle y sus seguidores — ...reconocía que era poseedor de sus respuestas.

— ¿Cómo piensa utilizarme? — en definitiva, ella carecía de ingenuidad, como se planteó.

— Ganándome su aprecio y su confianza, — pero no era lo único que Albus había pensado — pidiéndole favores a cambio de encontrar la solución de su maldición.

— ¿Me forzará a hacer algo que no quiera?

— Jamás lo haría — y no mentía.

— ¿Puede conseguir la solución de la maldición...? — un ligero destello apareció en su mirada — ¿O solo está mintiendo para manipularme?

— Confío en qué puedo encontrarla — uno que le indicaba que aún dudaba de su palabra.

— ¿A qué personas le contaría sobre la maldición?

— A las que sean de mí extrema confianza.

— ¿Quiénes son esas personas?

— Los participantes de la orden del fénix.

— ¿Orden del fénix? — repitió confundida — Orden... una organización... — murmuró para sí misma, y Albus temió que descubriera de qué se trataba con tan solo mencionar el nombre de la organización — ¿Cuál es la intención de la orden del fénix?

— Proteger al mundo mágico y muggle de los actos de Tom Riddle — contesta, pidiendo interiormente porque no indagara con mayor ahínco.

— ¿Cuáles son los nombres de los integrantes? — Dumbledore se abstiene a responder.

No podría hacerlo, por más que estuviera contestando a una niña de trece, no podía cometer tal traición de desvelar sus nombres.

— ¿Cuáles son los nombres de los integrantes, señor Dumbledore? — pero estar bajo la poción de Veritaserum, hacía vulnerable a cualquiera, incluido él.

— Alastor Moody, Minerva McGonagall, Emmeline Vance, Benjey Femwick, Caradoc Deardebon, Elphias Doge... — el director nombró, con dolor, a cada uno de los integrantes de la asociación secreta.

— Podrá borrar después los nombres si gusta — comentó, sorprendiéndolo de sobremanera.

Y es que, ¿tales nombres de qué le servirían a Adhara? Únicamente tendría que conocerlos si aceptaba la propuesta y el director le contaba de su maldición, pero fuera de ello, no tenía ni el menor interés en una organización que daba lucha hacia el tal Tom Riddle.

Simplemente indagó sobre ellos para verificar, nuevamente, que el mago hubiera tomado de la poción. Además, para que este reconociera que, quien tenía un mayor poder en la situación, era ella.

No él.

— ¿Por qué se los contaría? — cuestiona.

— Para que me ayuden a encontrar una solución al don Memoriuntac — responde, y aunque intenta abstenerse, sigue revelando: — Y para planear cómo podrías ayudarnos a detener a Tom Riddle.

— ¿Qué tantos actos ha cometido Tom Riddle? — si un mago como Dumbledore era capaz de crear una organización en contra de él, pensó Adha, no sólo debería de ser un mago oscuro y homicida que iba detrás de su maldición.

— Quiso apoderarse del Ministerio de Magia para capturar a los nacidos de Muggle — la pelinegra frunce su ceño, ¿se trataba de otro purista?, se preguntaba — Quiere acabar con ellos porque considera que son inferiores y están manchando la pureza de la sangre — sí, en definitiva, se trataba de otro estúpido purista.

El efecto de la poción culmina, ambos lo saben. Las miradas no se separan, no después de la revelación de las verdaderas intenciones del director.

Dumbledore está seguro de que ha perdido la oportunidad de hacer uso de tales talentos para culminar con la persona que tanto daño ha causado, y seguirá causando, en el mundo mágico. La misma niña relató que las Memoriuntac fueron cazadas y que siguen siendo buscadas para cumplir con los deseos de sus perseguidores. Albus escuchó las pérdidas de sus seres queridos por esta misma razón, y ahora, ella tiene conocimiento que él se encontraba dentro de ese particular grupo.

Si bien, Albus no sería capaz de obligarla, o de extorsionarla, para que usara su don de la forma en como él deseaba, seguía utilizándola para su propia conveniencia.

El mutismo se ve roto por el sonido de un movimiento.

La niña blandió su varita, y por instinto, el mayor agarra la suya, convocando un encantamiento de protección, no obstante, no hay hechizo que choque con este. Al igual que otras veces, unos toques en la puerta de su despacho suenan, para luego entrar un objeto que es recibido por la pelinegra. Quien, aún con la duda en su cuerpo, dice:

— Aquí está la verdadera historia detrás de la leyenda — sostiene el libro con fuerza, temiendo a la idea de prestarlo — Desde la manera en cómo las cinco grandes lograron su objetivo, sin proponérselo, hasta cómo puede ser heredado — indica, trazando el encuadernado con sus dedos, confiando en la propia protección del libro — Explica con mayor intensidad, cada uno de los talentos y las repercusiones que se tienen por ellos — suspira, convenciéndose que estaba haciendo lo correcto — Estoy otorgándole mi vida — enfatiza — al darle este libro, pero para ello, requeriré de ciertas condiciones.

— Dependiendo de que consideres, puedo aceptarlas — indica, sin separar la vista del libro que tenía la niña en sus manos.

— Necesito que cree una sección en la biblioteca que únicamente se pueda encontrar porque quienes deseen con intensidad encontrar los libros que pondré en esta sección — indica.

— ¿De qué libros estamos hablando? — pregunta.

— De los que tienen relación con mí don — responde — De aquellos que han sido escritos por las Memoriuntacs escondidas.

— Puedo permitir eso — no habría mucha diferencia, pensó, no debían de ser libros tan reconocidos, consideró.

— Cada vez que tenga un avance, o siquiera alguna idea de la solución a esta maldición, se me será informado — el director asiente.

— Sería lo justo — porque lo era, después de todo, era la razón por la que accedería a su trato.

— Por cada persona a la que le cuentes de mí maldición, — porque Adhara, creía saber, que Albus les contaría a sus conocidos con el objetivo de encontrar una posible solución — necesitaré un expediente y un juramento de que no lo divulgará ni contará a alguien más.

— ¿Un juramento inquebrantable? — su ceño se frunce.

— Podría pedir que fuera así, — estaba en su derecho — mi vida, y la de mis conocidos, se están poniendo en riesgo por cada persona que conozca esta palabra — y Albus no podía decir que exageraba — Pero no soy tan drástica, y no deseo que más gente muera por esta maldición. Con un juramento escrito, teniendo una leve maldición para reconocer que es un soplón, será suficiente — comprendiendo su petición, no tiene otra opción más que concordar y aceptarla.

— Me aseguraré de que hagan el juramento antes de contarles — asegura.

— Y lo más importante — Adhara lo mira seriamente — Quiero extrema protección a los amigos que haga en este lugar — su petición se escucha más como una... orden.

— Le he mencionado que toda persona en el castillo cuenta con una protección segura — repite sus palabras.

— Que estén protegidos dentro y fuera del castillo — aclara, sin dejar su postura... ¿intimidante? ¿autoritaria? El director, en ese momento donde no la conocía, no podía definirla.

— Haré lo posible por asegurarme de eso — asegura antes de cuestionar: — ¿Alguna otra petición más?

— Esto es algo personal — el hombre asiente, esperando pacientemente la que, considera, sería su última condición — Quiero... Quiero que borre el recuerdo de la tortura de mis padres — sus ojos delatan el dolor que siente — Pero no al completo.

— No lo comprendo — admite, tomándose de las manos para prestarle mayor atención.

— Deseo que acorte la duración de la tortura — explica — Aún puedo escuchar sus gritos, aún puedo ver sus caras, aún puedo sentir la desesperación que me embriago cuando no pude tocarlos — cierra sus ojos, en un vano intento de desaparecer tal memoria — Deseo que lo acorte y que no borre está conversación, quiero no recordarlo, pero a su vez, sé que es necesario tenerlo presente.

— ¿Por qué quiere mantenerlo con usted? — pregunta.

— Porque así, sabré y recordaré, que estoy haciendo lo correcto al confiar en usted — responde, volviendo a mirarlo — Si Tom Riddle es quien mato a mis padres, contará con mí persona para acabar con él — promete — Pero en el momento en que consiga la solución de la maldición, y que esté sujeto se encuentre en Azkaban, usted ni nadie tendrá conocimiento del don.

— ¿Por qué? — indaga, si ya no existía más heredación, ¿por qué seguir ocultándose?

— Por qué estoy fallándoles — confesó en un suspiro — Estoy fallando a mis padres al contarle sobre mí maldición — le dice, sintiendo la culpa pesarle — Y porque puede que esta maldición se rompa, pero no es certero que todos los que se enteren del don, lo acepten.

— Está bien — cede comprendiendo sus motivos — Todas sus condiciones serán aceptadas.

— Solo le digo que, si intenta por asomo, borrar otro recuerdo, indagar aún más en mí mente o siquiera transformar parte de esta conversación — enumera con clara advertencia — Será usted quien no recordará ni su nombre — amenaza.

— Confíe en mí, Señorita Jone — pide, solo sintiéndose ligeramente amenazado por la menor — Cumpliré con mí palabra y con este trato.

Eso espero, Señor Dumbledore — porque estaba arriesgando su vida... la de él, la de ellos, al aceptar la ayuda del supuesto gran mago.

La pelinegra extiende su brazo, esperando que el director tomara de esta, para cerrar el trato. La mano de Dumbledore atrapa por completo la mano de la pequeña, cubriéndola enteramente al ser notoriamente de tamaños diferentes. Después de eso, ella procede a entregarle el libro, aun sintiendo las dudas recorrerle, pero recordando que, de esta forma, podría acabar de una vez con la maldición.

Que, de esta forma, podría cobrar venganza por sus padres.

El adulto lo recibe con emoción en sus ojos, sintiéndose satisfecho de poder estar un paso adelantado a Tom Riddle. Es entonces, en dónde mira fijamente a la niña, y con un asentimiento de ella, procede a elevar su varita para comenzar a recortar el recuerdo de la tortura de sus padres.

Dumbledore no niega que sintió una lágrima caer por su mejilla al ver lo destrozada que la niña se encontraba. Observando tal escena, confirmaba que lo dicho por la pelinegra, era en su totalidad, certero. No había mentido con su don, no había mentido con nada de lo que le informó.

Es allí, en ese mismo instante, en donde Albus le hace una promesa inconsciente: se aseguraría que no volviera a pasar por el mismo sufrimiento. Donde se dice internamente, que velaría porque la menor pudiera disfrutar de sus años en Hogwarts, que velaría porque ella creara recuerdos maravillosos por cada lágrima que derramó aquel día.

El pobre director no contaba con que no sería capaz de cumplir con su promesa.

Después del trato, Albus pidió que se quedara unas semanas en el castillo, para que se acostumbrara a este. Además, de que lo ayudaría a resolver algunas dudas que pudieran presentarse al leer el libro del don Memoriuntac. Ella aceptó, porque sentía curiosidad de conocer el lugar que, con tanta devoción, su mejor amigo le contaba cuando se juntaban en el bosque.

En esas semanas, la seriedad de la niña parecía nunca haber existido, sacando el lado rebelde que sus colegas le comentaron, Dumbledore encontró en ella unas ansias de conocer y de disfrutar el mundo y su vida.

Alrededor del primer año de estudios de Adhara en Hogwarts, él cumplió con su palabra, y buscó la solución para su maldición. Encontrando una opción de la cual no estaba seguro de que funcionaría, pero, que era lo mejor que tenía para darle un avance a la Memoriuntac.

Y desde ese momento, Albus dejó de buscar una solución a la maldición.

Los ataques de Tom se volvieron más constantes, más fuertes, más... drásticos. Y él necesitaba de toda la ayuda posible, incluyendo los talentos de la pelinegra, para poder detenerlo.

Fue entonces, cuando le propuso practicar el don que, hasta ese entonces, Adhara no podía controlar. Fue, cuando olvidó su promesa principal y se concentró en que la joven pudiera hacer uso del don de la visión en su perfección, fallando en el intento, porque este era mucho más complicado de lo que Albus Dumbledore consideraba. Más eso no evitó que le pidiera ayuda con sus otros dones, que le pidiera el favor de participar activamente en las misiones de la orden, de analizar a sus compañeros de casa y, de buscar en ellos, información acerca del Riddle.

Adhara aceptó, porque ella también hizo peticiones.

Pidió que dos aurores, o integrantes de la orden, siguieran de cerca a los Lovegood, los Black, los Potter, a Lupin, a Snape, a Malfoy y a Pettigrew por protección, apenas su tercer curso en Hogwarts culminó.

Pidió que se le diera la posibilidad de abandonar su orfanato cuando deseaba, para cerciorarse del estado de los mencionados, para poder ir a visitarlos.

Y pidió de un lugar para poder "mejorar su don" sin distracciones, cuando en realidad, lo utilizó como un regalo de San Valentín.

Y como se sabe, también pidió tener un animal fantástico de mascota. Dumbledore no lo permitió claramente, porque sabía que Adhara lo hizo con la intención de fastidiarlo.

Puesto que, entre el mayor y la adolescente, se creó una relación de confianza. Que, si bien sus conversaciones se basaban mayormente en su don y en Tom Riddle, ninguno de ellos podía mentir que sentían aprecio hacia el otro, menos cuando surgían ciertas cómicas conversaciones durante las reuniones con la orden, en un intento de disuadir la tensión que los casos presentados causaban entre las escasas integrantes de las féminas, porque tuviera o no una gota de magia, todas eran aliadas.

O eso fue hasta que Albus Dumbledore falló.

Un integrante de la orden del fénix fue informado de un supuesto ataque que se llevaría a cabo ese día al anochecer. Se reunió con la orden y comenzaron sin contratiempos con la planificación del ataque sorpresa que le darían a los mortífagos, omitiendo las preguntas sobre la ausencia de Adhara en la misión, porque Albus consideró que era una buena idea darle un... ¿descanso?, de sus deberes con la orden.

Los mortífagos aparecieron, pero no eran ni la mitad de los atacantes de los que se le fueron informado. Supo que algo andaba mal cuando lograron atraparlos con sencilles, sabiendo que estaba en lo correcto, cuando una lechuza — que reconoció de inmediato — llegó hacía él con una carta llena de protecciones que reconocería después de cuatro años de recibirlas.

Cómo le enseñó Adhara a sus 13, Albus sacó cada una de las protecciones, para luego leer la carta en clave que fue mandada. Su rostro delató preocupación, y los integrantes de la orden lo notaron, más nuevamente, decidió ignorarlos por completo.

Usó la aparición para llegar a su colegio, concretamente, aparecer en el gran comedor, donde varios alumnos se refugiaban. Fácilmente, encontró al Profesor Slughorn atendiendo a los heridos. Se acercó a este, quien empezó a agradecer a Merlín por su llegada. El profesor de pociones procedió a comunicarle lo sucedido durante su ausencia, y una angustia fue emergiendo en el interior del director.

Utilizó por segunda vez la aparición para llegar al patio. Miró con pasmo las dos grandes magnitudes de magia que se enfrentaban. Viendo cómo estás empezaban a desestabilizarse.

No dudo ni un solo segundo en aparecerse al lado de Adhara, con el objetivo de tomarla y obligarla a desaparecer conjuntamente, llevándola lejos de la explosión que denotaría el choque de magia, porque reconocía que ella sería incapaz de abandonar tal enfrentamiento por la sed de venganza. Apareció a unos pocos metros lejos de la explosión, con la joven que tenía en brazos, desmayada.

El recuerdo de la última vez que la sostuvo de tal forma apareció en su memoria, encontrando como la única diferencia entre ambas escenas, era la madurez en las facciones de la pelinegra.

La profesora McGonagall se les acercó con rapidez, cargando consigo una mirada llena de preocupación. Albus conocía la razón, el sentimiento se debía al estado de la alumna que traía en brazos. Compartió una mirada apenada con su colega, entendiendo el pensamiento que generaba culpabilidad.

No cumplieron con ella, no cumplieron con las promesas hechas.

El mismo año en el que Adhara Jone comenzó a estudiar en Hogwarts, la Profesora McGonagall fue informada de la situación de la joven. Desde ese momento, la jefa de la casa de Gryffindor tenía charlas con la estudiante acerca de su don y de su estadía en el castillo. Y a pesar de la clara diferencia de edad, Dumbledore sabía que ambas crearon un fuerte lazo y que, de alguna forma, Minerva sentía el mismo deber de protegerla que en su momento, sintió.

El director del castillo y la profesora de Transformaciones, para ese entonces, conversaron entre ellos, llegando a la conclusión de que Adhara era una alumna extraordinaria que, a pesar de su rebeldía y sus bromas, merecía mantener la sonrisa y alegría que mostraba cuando estaba con sus amigos o realizaba sus bromas.

Adhara Jone era extraordinariamente peculiar. No solo por su don, sino por su única personalidad, principios nobles y metas extravagantes que poseía.

Gracias a ello, es que tanto Dumbledore como Minerva, cayeron por ella, sintiendo un deber en protegerla y asegurarse que la sonrisa nunca desvaneciera de su rostro.

Ambos fallaron ese día.

A los pocos segundos de compartir miradas, la pelinegra que Albus traía en brazos, despertó. El mayor la dejó en el suelo, asegurándose de que pudiera mantenerse de pie. Intento hablar con ella, pero su mirada estaba completamente perdida en algún lugar que desconocía. McGonagall le ofreció un brazo, uno al cual la pelinegra se aferró sin dudarlo.

Con una presión en su corazón por verla en ese estado, Minerva camino junto a ella a su despacho. Mientras tanto, Dumbledore pensaba en el rompimiento de la promesa, preocupándose por las acciones que tomaría Adhara en relación con su trato.

Fue por esta razón, por la que Albus se permitió entretenerse con la reconstrucción del castillo y la curación de sus estudiantes, alargando el deber de encaminarse para enfrentar a la pelinegra, de enfrentarse a su aliada.

— Habías prometido la seguridad de todos mis seres queridos — fue lo primero que escuchó cuando entró en el despacho de la jefa de la casa de Gryffindor — Toda persona que estuviera dentro del castillo contaría con una protección, dijiste — citó la estudiante.

— Adhara, sabes que soy un humano que puede cometer errores — se excusó, sin saber qué podría responder ante la acusación.

— Te advertí, Albus — la seriedad utilizada le hizo recordar a su primer encuentro — Te advertí acerca del Profesor Gallagher. Te dije, que no era para nada común que mostrará tanto interés por una leyenda.

— Lo recuerdo, Adhara — musito con pesar — Y lamento no escucharla en su debido momento.

— Paula está muerta — la rabia en su voz estuvo presente — Murió de la misma forma en la que mis padres lo hicieron y tú, Albus, no estuviste allí para detenerlo.

— Adhara... — Minerva quiso intervenir, sintiendo que la joven era demasiado dura con el director.

— ¡Seguí sus consejos! — gritó exasperada — ¡Le conté de mi maldición al que ustedes consideran un don! ¡Le dije todo! ¡Y ella me odio! — las lágrimas aparecieron en sus ojos, sin llegar a caerse — ¡Paula me odió! En el momento en que supo que estaba maldita temió ¡Y no por mí, sino por ella! ¡Me temió y pude sentir su arrepentimiento por haberme conocido! ¡Pude sentir su repudio por haberla maldecido!

— Adhara, Paula la aprecia... apreciaba demasiado como para odiarla — indica con lentitud, maldiciéndose por el error — Bien sabe usted que su relación con ella era demasiado profunda.

— Yo le conté de mí maldición, yo le conté lo que le podía pasarle a su hija cuando naciera — la cabeza de Adha se agachó — ¿Y qué fue lo que sucedió? — preguntó sin recibir respuesta — La mataron.

— Esto no es tu culpa, Adhara — dice con firmeza.

— ¡Seguí sus consejos y la mataron! ¡Le conté de mí maldición y la mataron! — expresa ella — ¿Sabes cuáles fueron las palabras que Tom repetía sin cansarse mientras torturaba a Remus para que Paula hablara? — el rencor se sentía en su tono — ¡Las mismas palabras que repetía cuando torturó y mató a mis padres! — y el dolor causaba un resquemor en sus ojos.

— Adhara, no pudiste haber tocado... — Albus quiso hablar, no creyéndola capaz de...

— ¡Toque la maldita barrera de protección que puso para romperla! — interrumpió — ¡Me adentre a su maldita memoria, donde observé cómo los torturaban, para llegar al momento en donde el jodido de Tom convocaba la barrera para saber con qué hechizo derrumbarla! — ambos mayores quedaron absortos a lo que la joven contaba — ¡Pasó lo mismo que prometiste que no ocurriría! ¡Y esta vez, un obliviate no aliviará mi dolor, Albus!

La respiración agitada de la pelinegra era lo único que se escuchaba. El dolor que sentía no se comparaba con la ira que poseía. Estaba molesta, furiosa, con las dos personas que la acompañaban y... y consigo misma.

A sus 16 años, ella se volvió a odiar.

— Se que no existe una solución para la muerte, — menciona, aprovechándose del silencio — pero aún puedo prometerle que encontraré la solución de su maldición.

— ¿Cuándo será eso, Albus? ¿Cuándo haya perdido a todos mis seres queridos? Han pasado cuatro años y el único avance que consiguió fue hace cuatro malditos años, — una ironía que se convirtió en molestia — y desde entonces, dejaste en olvido tu promesa.

— He hecho todo lo que esté a mí alcance para... — Dumbledore supo que todo saldría mal cuando la pelinegra lo cortó.

— No mientas... — murmuró con rudeza — ¡No intentes mentirme, Albus!

— Adhara, Albus no está mintiendo, tu bien sabes que él... — intentó intervenir la jefa de la casa de Gryffindor.

— ¿Qué él qué, Minerva? — la interrumpe — ¿Qué él ha estado detrás de mí pidiéndome ayuda para encontrar a mortifagos? ¿Qué él ha estado buscando las maneras de utilizar mis talentos para acabar con Tom? ¿Qué no ha hecho nada para acabar con mí maldición?

— Eso no es cierto, Adhara — se intenta defender.

— Comete una galleta con veritaserum y veremos si lo que digo es cierto — le ordenó, pero el adulto no hizo nada — Confíe en ti — pronuncia con amargura — Hace cuatro años, pude borrarte la memoria, escapar de este castillo y esconderme, pero no lo hice. Rompí mí promesa a mis padres, rompí mí palabra al darte la información que compartiste con miembros de la orden a quien no hizo juramentar — Albus no sabía de dónde había sacado tal verídica información — y ¿qué sucedió?

— Adhara... — evitó responder.

— ¿Qué sucedió, Albus? — pero ella no lo dejaría escapar.

— Mataron a Paula — murmuro la respuesta, sabiendo lo que se venía.

— ¡Te dije que teníamos que reforzar la seguridad! — regañó con frustración — ¡Te indiqué, claramente, después de lo ocurrido en Hogsmeade, que no podías abandonar este lugar! — le recordó — ¡Te supliqué, te rogué, para que despidieras a ese idiota de Gallagher! ¿Y qué fue lo que hiciste? — Albus quedó callado, lo que agravió la molestia de la pelinegra — ¡Nada! ¡Me ignoraste! ¡Pensaste que tan solo se trataba de caprichos de una adolescente de 16 años! ¡Me trataste nuevamente como una niña de 13 años!

— ¿Qué querías que hiciera? — pregunta — ¿Qué podía hacer?

— Quería que me escucharás, — no demora en responder — quería que confiaras en mí palabra, pero nunca lo hiciste. Y ahora ¿Qué vas a hacer Albus? — el mencionado presionó con duda su varita, lo que desató una amarga risa en la pelinegra — ¡Adelante si quieres! ¡Bórrame la memoria nuevamente! ¡Igual como lo hiciste hace cuatro malditos años! — Minerva los observó confundida.

— ¿Albus? ¿Le borraste la memoria? — cuestionó a quien consideraba un amigo.

— ¿No estabas enterada, Minerva? — pregunta con fingida sorpresa — ¡El gran Albus, para asegurarse de tener en sus manos a una Memoriuntac, transformó los recuerdos de una niña! ¡Hizo que pensara que mis padres solo desaparecieron y yo lo creí! — espetó con furia — ¿Recuerdas los dolores de cabeza que sentía? ¡Era porque mi memoria se esforzaba en que recordara la verdad, no porque me hallaba practicando hasta el cansancio el don que Albus deseaba que perfeccionara! — reveló, haciendo que Minerva viera alarmada a quien consideraba un amigo — Te lo perdoné — murmuró derrotada — Te lo perdoné, Albus, te lo perdoné porque lo hiciste pensando en que a mi edad no tenía que llevar tal peso. Pero esta vez... ¿Qué vas a hacer? — volvió a cuestionar.

El mayor quedó en silencio, pareciera ser, que los papeles de ambos habían intercambiado por un momento.

Adhara sintió una ira recorrer su cuerpo entero.

— ¿Qué harás, Albus? — volvió a preguntar — ¿Ofrecerme nuevamente los mismos tratos, pero mejor elaborados, que nunca cumplirás porque esta maldición es tan jodidamente conveniente para ti que no quieres acabar con ella? — el mayor no respondió — ¡Di de una maldita vez qué es lo que harás! — el nudo apareció nuevamente en su garganta — ¡Di algo! — suplicó con ira en su voz — ¡Di que lo vas a solucionar! ¡Di que podrás encontrar una manera de acabar con mi maldición! — el grito desesperado afectó a los mayores.

Pero lo que finalmente los destrozó, fue la desesperación de la siguiente petición:

¡Di que podrás traerla de vuelta!

La habitación quedó en silencio.

La pelinegra vio con impotencia, cómo las segundas personas a las que más confianza les tenía se quedaban callados. El mismo ardor, que sintió cuando sus padres fallecieron, apareció en su garganta. La puerta del despacho de la Profesora McGonagall se abrió con fuerza, sobresaltando a los mayores, quienes no detuvieron a la pelinegra cuando salió por esta.

Se sabe qué sucedió después. Cuando Adhara llegó a su sala común, los estudiantes de menores años se acercaron a ella con la esperanza de que pudiera, al igual que otras veces, contarles algún cuento que los hiciera olvidar de los sucesos en el castillo. Aún con el ardor en su garganta, la pelinegra hizo todo lo posible para complacer a esos niños que no tenían la culpa de su maldición. Se quedó con ellos, fingiendo una sonrisa tan natural que sus amigos cercanos pensaron que todo en ella estaba normal, a excepción de Severus.

De ese día, muchos tuvieron que transcurrir para que la pelinegra, por voluntad propia, se dirigiera al despacho de Dumbledore. Se quedó sentada, escuchando las palabras del mayor sobre qué opciones podría ofrecerle, sobre la pena que sentía al fallarle, sobre que se lamentaba por no haberla escuchado. Se quedó sentada, con la misma seriedad que tuvo cuando era tan solo una cría de trece años, asintiendo o negando a lo que el director decía. Esperando a que él mismo se diera cuenta de lo que necesitaba.

— Adhara... — el anciano suspiró — ¿Qué quieres que haga?

— Quiero volver a confiar en usted — admite — Y necesito que, para eso, me haga creer que ha trabajado en la manera de cómo romper la maldición.

— Le haré creer una mentira — se sincera.

— Una por la cual tendrá un año en la que trabajar — su voz era firme, pero su mirada era de súplica — Y si no lo llega a lograr...

— ¿Aceptara mi propuesta? — la pelinegra niega.

— He estado pensando y creo que... — suspiró, reevaluando sus opciones, más al recordarlo, supo que estaba haciendo lo correcto — Lo conveniente, es que cuando ellos ingresen a la orden, podrán saber de mi maldición.

— Aceptará la propuesta de McGonagall — la pelinegra asiente.

— Lo seguiré ayudando con los mortifagos — le informa — Pero esta vez, no es por un intercambio de peticiones — Dumbledore ve en ella una chispa que le advierte lo que dirá — Tom tiene que pagar por lo que me ha quitado — declara con un claro rencor.

— La venganza no es la mejor manera de solucionar las cosas, Adhara — musita, viendo en ella el dominio de esta negativa emoción.

— ¿Quiere mi ayuda en las misiones de la orden? — cuestiona con dureza — ¿Quiere seguir teniendo informes de los estudiantes que son mortifagos? — el director asiente — Yo... — parpadea con fiereza, intentando ahuyentar las lágrimas, intentando no ceder por completo al odio que sentía hacia ese monstruo — He perdido a demasiadas personas, Albus — sus padres, su mentora, su ge... a Paula, sin contar a los pocos miembros de la orden que no fue capaz de salvar — Y... y no sé qué haría si perdiera a más.

— Aún le quedan personas por la cual luchar, Adhara — indica con empatía, intentando que no se centrara en las pérdidas, sino en lo que aún tenían.

— Y es por ello por lo que no he aceptado su propuesta, Albus — informa, nuevamente tomando un control en sus emociones — Es por ello por lo que estoy aquí, confiando nuevamente en usted, sólo porque ellos lo hacen — declara, dejando en claro que la única razón por la que sigue teniendo esperanza en él, es por sus amigos, es por él — Es por eso, que usted, al igual que toda la orden, aún no ha perdido la memoria. Porque soy consciente de que sola, no podré protegerlos — aunque lo deseara, aunque tuviera su don, no tenía la oportunidad de cuidar a cada uno de sus conocidos.

Porque eran demasiados, e internamente, se reprendía por ignorar los concejos de su difunta mentora, de quien asumió su pérdida, cuando la conexión que sentía con ella desapareció abruptamente.

— ¿Realmente cree que...? — intentó preguntar, pero se detuvo cuando notó el dolor de la adolescente en sus ojos.

— Tengo tres pétalos — comunicó Adhara — Mi padre, mi madre y, asumimos, mi mentora... — cerró sus ojos, nombrarlos seguía siendo doloroso — Fueron cada uno de ellos. Tres pétalos, tres muertes — señaló — Pero ahora... — su voz tembló — Ahora que alguien más ha muerto por la maldición, sé lo que puede suceder... Sabemos lo que puede suceder.

— Adhara... — quiso evitar que lo dijera, que tan siquiera lo pensara.

Porque incluso para él, era aterrador lo que se avecinaba.

— Conoces bien qué es lo que va a suceder ahora — declaró, mirándolo directamente a los ojos, pidiendo que lo admitiera para que él aceptara la verdad, que aceptara lo que ella ya afirmaba con pesar.

— Algunas veces el número de pétalos no importa, y es a todos a los que pierde la Memoriuntac — dice él, recordando la primera charla que tuvo con la pelinegra.

— No quiero que mueran — declaró, volviendo a su tono de firmeza — No quiero, ni deseo, que ninguno de ellos sufra — nuevamente informó, aun cuando Albus tenía conocimiento de — Los mantendremos alejados lo más posible de la situación con Tom y, si es posible, si todo acaba antes de lo esperado, ellos jamás se enterarán de la maldición, o siquiera, tendrán que formar parte de la orden — indica, recibiendo su asentimiento.

— Concuerdo con su petición, de hecho, sabe que es lo que le pedí que hiciera — recita el mayor, recordando una de las conversaciones que tuvo con ella y la profesora McGonagall.

Una donde Minerva pedía a Adhara que se abriera a sus amigos y fuera sincera con ellos. En donde le pedía que les contara sobre lo que ambos profesores consideraban un don. En donde, incluso Albus, en un principio, estuvo a su favor. Una conversación donde Adhara, se dio cuenta, de lo importante que era dejar en claro su posición. Porque fue en ese momento, en que la bruja les explicó a ambos magos que cuando sus amigos se enteraran del don, no tan solo existía la posibilidad de que le temieran y la abandonaran. Porque esa no era la única razón por la cual temía decirle a los chicos sobre que era una Memoriuntac, no era sólo porque decidieran alejarse de ella. Si no, que, al contarles sobre el don, los expondría a convertirse en objetivos de Tom.

Porque en esa situación, el conocimiento era condena.

Y Albus — por más que Minerva estuvo en completo desacuerdo, señalado que, de una u otra forma, ellos se enterarían de lo que ocultaba, y que lo mejor para la situación era que se enteraran por la misma Adhara, en vez de terceros — se dejó convencer por las palabras de la pelinegra, viendo en ellas una oportunidad.

— Tan solo son unos jóvenes que creen conocer de qué trata la guerra — menciona, esperando que Adhara completara su idea.

— Y la verdad es que ni siquiera están cerca de conocerla — murmura ella — Ellos deben quedar lejos de esto el mayor tiempo posible.

— Está bien, Adhara — cedió el mayor.

— Y Albus — la vio por sobre sus lentes de medialuna —, me refiero a todos — especifica ella.

El aludido se tensa por un momento, notando cómo sus planes para cierta persona se verían arruinados por quien tenía frente suyo. Pero bien reconocía que era mejor conservar a la serpiente memoriuntac que perder a esta por querer a otro espía. El director asintió, cediendo a la petición de la pelinegra, tranquilizándola con esa acción.

Albus aún no descubría como Adhara descifraba sus planes por más que evitara pensarlos en su presencia. Pero de cierta forma, agradecido estaba porque la pelinegra, especialmente, se centrara en aquellos planes donde involucraba a sus amigos. Y no en los que tenía preparado para ella.

En la charla que tuvieron, ellos afinaron y dejaron en claro las peticiones de ambos para que la reconstrucción de la confianza que se tenían diera un nuevo comienzo, sin reconocer que está, ya se hallaba lo demasiado dañada como para ser reparada.

Finalizaron la reunión después de largas horas.

Y con un asentimiento junto a un apretón de manos, Adhara aceptó darle otra oportunidad, — pero Albus reconocía que no volvía a confiar por su propia persona, sino lo hacía porque ella seguía confiando en el juicio de sus amigos — antes de marcharse del lugar.

Cuando la fémina salió de su despacho, como era costumbre en él, se decidió a repasar con exactitud las charlas que tenía con la sobresaliente estudiante. Su paso lo dirigió a su pensadero, y sacando con su varita el reciente recuerdo formado, lo depositó en el agua, permitiéndose sumergirse para revivirlo.

— Tengo una duda — cuestionó él y Adhara lo miró expectante — ¿Qué harías si ellos...?

— ¿Desconfiaran? ¿Alejaran? ¿Abandonaran? — completó por el mayor — Pienso en eso todos los días — confesó, dirigiendo su mirada hacia las vistas que el castillo le ofrecía.

Ellos habían dejado de lado la oscuridad del despacho para apoyarse en el balcón que el director poseía, con la intención de que la tensión en sus cuerpos se disipara al observar las maravillosas vistas de Hogwarts.

— Me imagino diferentes situaciones... — Adhara le había contado — Y en todas ellas, pido a Merlín, a Morgana y a cualquier gran mago, porque no se vuelvan reales.

— ¿Por qué? — quiso saber debido a su nata curiosidad.

— Por que estaría sola — declaró — Y una memoriuntac sola en el mundo, cuando su don se originó por una conexión tan profunda e íntima, es la peor tragedia que puede suceder — informó.

— ¿Los abandonaría? — preguntó curioso — ¿Si eso significara salvar sus vidas? — dio un propósito.

— Jamás lo haría — no dudó ni un solo segundo en responder — Jamás me alejaría de sus vidas, aún después de que ellos me dejaran, estaría cuidando sus espaldas — la firmeza en sus palabras lo seguía asombrando.

— La lealtad que posee... — su otro yo comenzó a decir.

— ¿Parece ser digna de un Gryffindor? — Adhara cortó, como tenía la costumbre de hacer, pero ahora que lo vivía por segunda vez, pudo notar un poco de sarcasmo en su voz — Los Slytherins, Albus, profesan su lealtad a quienes tienen una relación que sobrepasa la amistad.

— ¿Y esa relación es? — recordaba que tenía una ligera idea de la respuesta que daría, pero no dijo nada porque quería escuchar la de ella.

— La familia — respondió, con su mirada aún enfocada en las vistas del castillo — La sangre de nuestra sangre — explicó con énfasis.

— ¿Pero si se enteraran? — cuestionó nuevamente, queriendo saber su respuesta — ¿Aceptaría mi propuesta?

La pelinegra sonrió amargadamente.

Y es que, bien Albus sabía, que su propuesta, la llevaba a perderlos aún sin, realmente, perderlos. Su propuesta, su idea de poder detener la maldición de los Memoriuntac, consistía en un olvido masivo de su existencia. La llevaba a utilizar uno de los más conocidos métodos de escape entre las de su clase, para no dejar rastros ni huellas de su existencia. Borrar... o, mejor dicho, encerrar, las memorias de la Memoriuntac en el inconsciente de cada uno de sus conocidos, podría ser la solución de sus problemas.

Si el don de las Memoriuntac se basaba netamente en las memorias, ¿cómo podría heredarse si no existiera ni un recuerdo de su persona? ¿cómo alguien podría saber que tiene un vínculo tan fuerte si es que no lo recuerda?

Esa era su propuesta, la única opción que había encontrado para detener el don. Porque era una solución, pero como a Minerva le gustaba indicar, ¿a qué costo? ¿Era realmente más importante dar por finalizado una maldición, que su vida? Porque ese era el precio.

Después de todo, ¿qué seríamos, sin las memorias?

— Si llegaran a convertirse en traidores a la sangre, en traidores a mi sangre — mencionó, dirigiendo su mirada hacia el director, sacándolo de sus pensamientos — Lo tendría en consideración.

Su persona asintió. Albus recordaba sentir la necesidad de culminar con las preguntas sobre ese tema, si es que deseaba, mantener una conversación amena con Adhara. Bien sabía él que cada vez que mencionara sus amigos — o familia como, ella los consideraba —, una seriedad invadía a la joven serpiente, revelándole lo importante que eran ellos para su persona.

No obstante, y con las últimas palabras en mente, Albus Dumbledore supo lo que debía hacer.

— Engañarlos, capturarlos y luego desaparecer — enumeró las acciones.

— Debilitaríamos sus fuerzas — declara con seriedad — Perdería a todos, y cada uno, de los mortífagos más cercanos y leales a él — informó, viéndola pensar.

— ¿Y borrarme de sus memorias para que no vayan en busca de venganza? — el mayor asiente.

— Ambos ganamos, Adhara — menciona con sutileza — Con menos fuerzas, no será necesario reclutarlos — Adhara frunció su ceño

Reclutarlos... Desde que los ataque de Tom aumentaron, desde que los Mortífagos comenzaron a ingresar a Hogwarts para convocar a más alumnos, Albus había presentado una extraña necesidad de también aumentar sus fuerzas. Y lo comprendía, no podía negar que la orden del fénix necesitaba a más reclutas para dar una buena batalla en contra de los mortífagos, porque, aunque consideraba a todos los integrantes unos poderosos magos, lamentablemente, debido a la gran diferencia, la cantidad era de relevancia en estas ocasiones.

No obstante, lo que la molestaba, lo que le provocaba tedio, era que pensara en reclutarlos, a ellos, cuando habían quedado en un trato, cuando él mismo le había brindado su palabra, cuando Albus presentó su concordancia de alejarlos de esta guerra, para una lucha de la cual aún no estaban preparados.

Y aunque lo quisiera ocultar, tales drásticos cambios de opinión, le hacían pensar a Adhara que el mayor sólo estaba buscando la forma de acorralarla.

— Al mismo tiempo, que borrarías las dianas en sus espaldas — la pelinegra asiente, siendo sacada de sus divagaciones, mirando fijamente al ojiazul — Y las sospechas acerca del don Memoriuntac se irían con ellos.

— No existiría conocimiento, no estarían condenados a ocultarse por conocerme... — une las ideas, las repasa, intentando descifrar la intención oculta de Albus — Y Tom no los buscaría, no los torturaría con tal de encontrarme — pero fingiendo que no sospecha de él.

— En especial, no lo haría si temiera acercarse a ellos — Albus está preparado para dar vuelta a su última carta — Si conociera lo que eres capaz de hacer por ellos — informa, y Adhara lo descifra.

— Si conociera lo que mi don me permite hacer — interpreta correctamente sus palabras — ¿Sabes que eso solo aumentará su deseo de poseerme? — cuestiona, sin dejar de analizarlo.

— Lo sé — asiente, sin aparente intención de mentirle — Pero al mismo tiempo, — una de sus manos se movió sobre su escritorio, dejando ver unos frascos — se arrepentirá de no haber demostrado respeto hacia ellos — Adhara reconoció cada una de las pociones.

La poción sumisa, la causante de sus discusiones con los leones, la causante de la casi muerte de McKinnon.

Filtro de muertos en vida, el que utilizaron para sacar a Peter del camino, para llevar al cabo el objetivo de McKinnon.

Poción multijugos, el que utilizaron para arriesgar la vida de Severus, para arriesgar el secreto de Remus, la vida de James y de... y de Sirius.

Y... amortentia. La que... — siente un retorcijo de emociones crecer desde su estómago — La que utilizaron para engatusarlo, para obligarlo a...

— Se arrepentirá de haber atentado contra ellos... — prosigue Dumbledore, sintiéndose complacido al ver la reacción de Adhara ante la última poción.

— Porque me tendrá miedo — concluye, levantando su vista de las pociones para volver a mirarlo.

Y Albus puede ver un destello rojo desaparecer lentamente de sus amarronados ojos.

— Así es — asiente, soportando la intensidad de su mirada — Y lo único que debes de hacer, es arrebatarle la seguridad de tener poderosos seguidores — explicó, antes de suspirar — Sé que es mucho pedir, no obstante, es lo mejor si...

— ¿Cuál sería la diferencia entre Tom y yo si aceptara tu trato? — no se deja influir por sus palabras, no se deja influir por el enojo que sentía al saber que lo envenenaron — ¿Cuál sería la diferencia, Albus? — vuelve a cuestionar, esperando su respuesta.

— Tom sólo busca el poder, — responde lo que ella ya sabe — busca dominar la comunidad mágica para acabar con los seres que lo hicieron sentir inferior — relata, sabiendo que Adhara lo entendería porque fueron al mismo orfanato — En cambio, lo único que tu buscas es protegerlos — declara, viendo como desvía su mirada, pensando en sus palabras — Tus deseos no son egoístas, a comparación de los suyos, no estás buscando tu propia felicidad, sino la de ellos.

— El fin no justifica los medios — musita, levantando su mirada.

— ¿Y quién decide cuál es cuál? — Albus nota el conflicto interno en la estudiante — Adhara... la persona que eres no desaparecerá, no lo hará — determina con seguridad — Eres apasionada, eres leal, astuta y determinada. Sin ti, la orden no hubiera logrado tantas capturas. Sin ti, no hubieran escapado de las emboscadas — reconoce, esperando que vea el valor que tiene — Te necesitamos, y necesitamos nuevamente, de tus dones para lograr derrotarlo — suspiró — Para lograr atemorizarlo.

— Cuando indiqué que quería venganza, — musita sin ceder — me refería hacerlo sufrir a él.

— Y lo hará, créeme, que lo hará — pide.

Confiando en las cartas mostradas, en la baraja utilizada, Albus Dumbledore miró con atención a Adhara Jone. Intentó analizarla, leerla a pesar del neutral semblante y los escasos movimientos que daba, llegando a conseguir la nada. Más ya todo estaba puesto en bandeja de plata, y sólo debía de esperar a que lo servido fuera de su agrado.

— Nunca más, nunca más, — enfatizó cada palabra — pensará en reclutarlos sin mi consentimiento — un regocijo invadió al director — ¿Quedó claro?

— ¿Es un trato, entonces? — cuestionó, estirando su mano.

— Lo es — aceptó el apretón de manos — Con tal de protegerlos, lo haré.

°•°(...)°•°

𝐁𝐮𝐬𝐜𝐚𝐫 𝐞𝐧 𝐝𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐣𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐐𝐮𝐢𝐝𝐝𝐢𝐭𝐜𝐡,
𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐯𝐢𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐞𝐧 𝐮𝐧 𝐝𝐞𝐬𝐜𝐮𝐛𝐫𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐚𝐭𝐫𝐨𝐳

            A las tempranas horas de la mañana, dos magos salieron en búsqueda de un lugar, entre el medio del bosque, donde podrían jugar Quidditch sin que los muggles los vieran. Queda claro, que ninguno de ellos, sabía que se arrepentirían de la decisión de jugar un partido amistoso durante el amanecer.

Encontrando no solo uno, ni dos o tres, sino que, más de treinta magos en medio de un bosque no se escucha para nada aterrador ¿Cierto? Pero indicar que, lo que se encontraron, fueron los cuerpos de estos magos, cambia radicalmente el asunto, ¿no es así?

Como lo han leído, alrededor de unos treinta cuerpos fueron encontrados por dos magos durante su búsqueda de un campo de quidditch. Estos, de inmediato, llamaron a los aurores, pensando que se trataría de un ataque protagonizados por los, ya tan conocidos, mortífagos. Más vaya sería la sorpresa, no tan solo de ellos, sino también de nosotros, al enterarnos que los mortífagos estaban incluidos en este acto, pero no porque fueran los atacantes.

Si no, porque eran las víctimas.

Como bien han leído, de estos treinta cuerpos — de los cuales, diez padecen de mortales heridas y la mitad de ellos, según Mendimagos, parecen no poseer uso de razón — se tratarían de nada más, ni nada menos, que de mortífagos.

Pero ¿cómo sabemos que lo son si sus nombres son aún desconocidos por la sociedad por las máscaras que nunca se quitan? La respuesta es clara cuando nos enteramos de que, además de los cuerpos, se encontraron unos archivos muy bien elaborados, revelando información de estos magos.

Información donde señalaba con extremo detalle, y de manera individual, los ataques en los que estos mortífagos se han visto incluidos.

Desde disturbios, torturas y asesinatos, hasta los secuestros y atentados sexuales hacia la comunidad tanto muggle, como mágica, han sido algunos de los cometidos que presuntamente estos supuestos mortífagos han cometido.

Por el momento, se desconoce desde qué día se encuentran en tales términos, más por las investigaciones de los aurores, nos hacen sospechar, que se dio durante la Ceremonia de Egreso de los estudiantes de séptimo año del colegio de magia y hechicería de Hogwarts.

El director del departamento de seguridad mágica, Bartemius Crouch Sr., comenta: "Nuestros aurores han comenzado la investigación debida ante estos homicidios, corroborando y verificando la credibilidad de los informes encontrados. Si han de ser correctos, la esperanza de atrapar a más mortífagos se hace presente, de ser erróneas, estaríamos tratando con un mago más cruel y poderoso del que es el quien no debe de ser nombrado".

Hasta el momento, la tercera parte de estos informes han sido corroborados y declarados públicamente verídicos, lo que ha levantado los ánimos y expectativas de lo que sucederá en esta guerra que afrontamos.

Muchos nos han escrito preguntando nuestra opinión al respecto de estos asesinatos. En el diario El Profeta, no somos partidarios de la magia utilizada en los magos asesinados, no obstante, tras la verificación de los informes declarados por día, no podemos ser sordos al pensamiento de que, los presuntos mortífagos, merecían este final, tras las atrocidades cometidas.

Por otro lado, ¿ustedes qué opinan? ¿Se alegran por este cruel descenso de los presuntos mortífagos? ¿O se sienten intimidados de la aparición de un nuevo mago a quien no le tiembla la varita para asesinar?

Véase la página 13,
Bartemius Crouch Sr. y el posible decreto que permitirá a los aurores utilizar las maldiciones imperdonables en contra de los mortífagos a raíz del descubrimiento de los 30 cuerpos.

Véase la página 16,
Albus Dumbledore y su posible relación con los panfletos de seguridad ¿Será que el director de Hogwarts ha decidido, por fin, tomar un papel activo en esta guerra?

Véase la página 21,
Fleamont Potter, el gran creador de la poción alisadora, junto a su esposa, afectados por el gran, e inesperado, brote de viruela de dragón.

Véase la página 27,
 Todo acerca del presunto atentado mágico hacia un orfanato muggle, ¿será que los mortífagos tienen algo que ver?

°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°

21 139 palabras

Ultimo capítulo antes del epílogo, askljdasdjas

No puedo, de verdad, no puede creer que falte tan solo un capítulo para el final... ¡Pero no se preocupen! Que ya bien saben que tendrán el siguiente libro nada más terminar este ;)

En fin, ahora sí podemos comentar acerca de lo que se ha revelado, ¿cierto?

So... ¿Ahora qué opinan de nuestra beba Adha?

¿De su don? ¿Qué opinan de las Memoriuntac?

Que, por cierto, ¿Quién creen que es la persona vinculada de Adha? Quien lo descubra, tendrá de premio la dedicación de este capítulo ;)

¿Ahora pueden comprender el por qué decidió "borrar" la memoria de todos?

¿Yo? Yo orgullosa de que no se dejó vencer por las presiones y, a pesar de todo, siguió sacando sonrisas a sus amigos :')

¿Quieren hablar de como, literalmente, hizo todo por Sirius? 🥺❤️

I just-... es que esa relación me pone muy soft * procede a iorar *

Aunque, no hay que olvidar, que también pensó en el Renacuajo :')

¿Pudieron comprender por qué el fic se titula Blood Traitors?👀✨

Y... ¿que opinamos sobre la propuesta de Minnie?

¿O tal vez de los tratos con Dumbledore?

Y sobre todo... ¿Qué opinan de lo ocurrido al amanecer?

¿30 magos? ¿Por qué motivo?

Saben que adoro sus comentarios, y me alegraría saber qué opinan al respecto, sobre todo, en esta siguiente pregunta:

¿Qué creen que ocurra en el epílogo?

¡Sin nada más que decir! Recordarles que son hermosas y maravillosas personas, por ende, es que tendrán un día más que fantabuloso, estoy segura <3 Recuerden cuidarse ¿está bien? Y no se olviden de tomar awita, por favor <3

Los quiere y ama,

Una Slytherin,
no tan Slytherin

Psdt: Maybe me demore con la publicación del epílogo, debido a que, probablemente, tenga una larga cantidad de palabras. So... espero y puedan comprenderlo <3

Psdt2: No se olviden de seguirme o visitar la cuenta de instagram (PassionistRead) donde iré revelando ciertos detalles, resolviendo dudas y brindando gráficos de la historia uu Y también en vivos <3

Psdt3: ¿Qué tal suena Blood Memories?

Psdt4: El epílogo está dedicado a todo aquel que lo lea <3

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