›«La ceremonia de los absueltos»‹
Omnisciente
¿Qué es lo que uno escucha antes de una discusión?
Opiniones o comentarios que contradicen tus ideales o pensamientos ¿Cierto? Así es como se comienza, así es como una discusión empieza. Con dos posturas diferentes que se enfrentan, donde cada uno intenta convencer al contrario de apoyar su punto de vista y, dependiendo del porte de los pensamientos atacados, uno puede ceder ante el plan que contradice lo acordado.
Es aquí donde una nueva variante del surgimiento de una discusión aparece: No cumplir con lo pactado. En estos casos, son más temas los que son atacados. Además de lo anteriormente mencionado, se pone en duda la lealtad, la sinceridad y la palabra del contrario. Porque en conjunto escogieron el plan, en conjunto lo diseñaron y fue aceptado por ambos. Sin embargo, al querer cambiarlo, al desear aumentar cantidades, lo planificado se desmorona.
Y no es lo único que cae. Ya que, de la misma forma, la confianza lo hace.
Pero ¿qué es lo que uno escucha antes de una discusión donde, técnicamente, participas y a la vez no?
Estas dentro de la discusión, claro que lo estás, porque eres uno de los temas que se discuten. Porque tu nombre, junto al de otros, aparecen entre las contradicciones. Son utilizados en los argumentos, son vociferados por los debatientes. No obstante, no eres quien está discutiendo, no eres quien busca defender con desesperación la palabra otorgada, no eres quien lucha contra la autoridad designada, no eres quien se esfuerza en no ser vencido por la sabiduría mayor.
Entonces ¿qué es lo que uno escucha?
Para James Potter, fue silencio.
No uno casual, no de esos que te calman por creer la existencia de una tranquilidad en las personas que te rodean. No una cómoda, no de esas que compartes con tus amigos tras largas risas o de la que aparece al disfrutar netamente de su compañía.
No, fue de las aterrorizantes.
De las mismas que te erizan los vellos, de esas que se utilizan al contar una historia terrorífica, con la intención de crear un suspenso y de avivar el miedo en los oyentes. De esas que eran tensas, porque no comprendías la razón de tan siniestro mutismo. Era de aquellas que provocaban la contención del aire, debido al temor de romper la inexistencia del sonido al respirar.
Un silencio, uno que James temió destruirlo con el sonido de sus pasos. Uno que provocó un nudo en su estómago al verse en una encrucijada de atender la invitación o de ir a su habitación. No era como si temiera repetir la historia, no era como si poseyera un internalizado miedo de escuchar lo que no debería y comprenderlo de manera errónea. No, James Potter era un valiente Gryffindor, uno que, a pesar del angustiante silencio, le permitió quedarse y no salir...
— ¡Y una mierda!
Bien, ahora sí que parecía una fantástica idea salir de la estancia fuera del despacho del director, retornar el camino por donde vino y regresar minutos — o tal vez horas — después.
— ¡Lenguaje, señorita Jone!
— ¿En serio me está pidiendo que controle mi lenguaje cuando es él quien está rompiendo cada una de las promesas que brindó? — la escuchó furiosa — No me hagas reír, Minerva — soltó con amargura — No cuando es él quien merece ser jodidamente regañado por el drástico cambio que quiere hacer.
— Adhara — sin alteración por las acusaciones, habló — Si he de comentarte estas ideas, es para así buscar... — el mismo se detuvo al escucharla reír por lo bajo.
— ¿Ideas? ¿Realmente son ideas, Albus? — preguntó — A otro perro con ese bendito hueso — exclamó y James identificó la frase como una muggle que Lily utilizaba — Lo que disfrazas con esa palabra no son más que planes que vienes elaborando con demasiada antelación.
— Has de conocerme muy bien, Adhara, por ello sabes que... — esta vez, sí lo interrumpió.
— ¿Conocerte? — repitió — Te equivocas, Albus, ya no tengo ni la más mínima idea de quién eres.
— Si me permitieras explicarte mis razones para estos cambios, podrás entender mi punto al considerar incluirlos — declaró, ignorando la clara negación de su aliada.
— Ni aunque entendiera tu punto, Albus, permitiría lo que me estás pidiendo hacer — declaró sin ningún titubeo.
— Ellos... — ¿Hablaban de nosotros?, divagó James.
— ¡No te atrevas si quiera a mencionarlos si lo único que vas a buscar es manejarlos! — oh ella estaba molesta, muy molesta — ¡Porque jamás lo permitiré! ¿Me entendiste?
— Adhara... — uh... James sabía que no responderle era una muy mala idea.
— Estoy preguntando si me entendiste — Sí, esa era su autoritaria faceta.
— Lo hago.
Un corto silencio se hizo presente, James, quien aprovechó el intenso intercambio de palabras para acercarse a la entrada de la oficina del director, se dedicó a observar el limitado panorama de lo que sucedía dentro de la habitación por la ligera separación de las puertas. Notó entonces, que su director se encontraba sentado, con Minerva de su lado, ambos frente a Adhara, a quien veía de espaldas.
— Sé... — su voz tembló — Sé muy bien lo que crees que ocurrirá después de la ceremonia, Albus — creyó ver la forma en que sus manos temblaban — Pero estás completamente equivocado si crees que dejaré que rompas lo pactado. Si crees, que después de la reunión, tendrás la posibilidad de reclutarlos. Quedamos en que...
— Conozco la importancia de su seguridad para ti, Adha — habló antes de que terminara la oración — Pero estoy seguro de que son poseedores de la capacidad de cuidarse por sí mismos — comentó con la misma calma, una que James no sería capaz de mantener si tuviera que soportar la intensa mirada, del que estaba seguro, Adhara le dirigía — Al igual, que serán ellos quienes buscarán, en todos los sentidos, la forma de luchar en contra de los que atentan su seguridad.
— Y tú estarás malditamente dispuesto a ofrecerle esa maravillosa oportunidad — entonó con sarcasmo — ¿No es así?
— Adhara... — Albus suspiró — Lo mejor será posponer esta charla — James se alejó de la puerta al creer que lo descubrieron espiando — Ambos nos encontramos sobresaltados y... temo que expresemos palabras que realmente no sentimos. No es lo que deseo, menos para nuestras últimas conversaciones.
— No me trates como si no fuera capaz de controlarme en momentos de tensión, Albus.
— Adhara, Albus tiene razón — Minerva intentó calmarla, acercándose para posicionar sus manos en sus hombros — Lo mejor será que ambos se tomen un tiempo para ordenar sus ideas, sabes bien que no soy partidaria de sus decisiones, pero, aun así, será mejor que lo discutan cuando puedan controlar sus temperamentos — habló en plural.
No obstante, hasta James notó que lo decía por una persona en especial, notó que sus palabras eran dirigidas directamente a Adhara. Y él, más que nadie, sabía que ambos mayores se equivocaban al suponer que la serpiente no era capaz de dominarse.
— Dejen de tratarme... — comenzó con exasperación antes de zafarse del tacto de la profesora — ¿Saben qué? Sí, puedo ser una tonta adolescente con intensos sentimientos — admitió, alejándose de McGonagall — Pero no soy tan idiota como para dejarme llevar por ellos, porque de ser así, jamás habría conseguido la perfecta dominación de mi metamorfomagia — puntualizó — La misma que has utilizado para tu conveniencia, Albus — se acercó al mencionado — Y sí, estoy furiosa contigo, pero a pesar de ello, me contengo de arruinar por completo el supuesto plan. ¿Y quieres saber por qué? — cuestionó, apoyándose en el escritorio del director — Porque seré consciente de las consecuencias de mis acciones ¿Pero acaso tú lo serás, Albus? ¿O es que simplemente te divierte ver como juegas con la vida de adolescentes, exponiéndolos a peligros que ellos no deberían de experimentar, obligándolos a asesinar por una guerra que no deberían de pelear?
— Adhara, no puedes creer que Albus es capaz de... — Minerva no terminó de hablar al ver como el mencionado levantaba su mano, pidiéndole que le permitiera a él hablar.
— En tiempos como estos, Adhara, es necesario la ayuda de personas que deseen, tanto como nosotros, acabar con Tom — indicó — No hay sentido en reclutar a quienes no tienen la convicción necesaria para pelear, para...
— ¿Para sacrificarse por el bien mayor? — completó por él — Que te quede claro una cosa, Albus, ninguno de nosotros somos piezas de tu tablero, no somos peones que puedes sacrificar para ganar, porque una vez que llegamos al límite, nos convertimos en la reina que podría ponerte un final.
— ¿Se me permite opinar? — cuestionó.
— Adelante, Minerva.
— No debes de preguntar, Minnie.
James tragó saliva al escucharlos hablar al mismo tiempo, y no fue el único en sentirse contrariado por las respuestas que dieron.
— Es posible ahorrarnos estos cambios si siguiéramos con el rumbo original de principios de año — señaló.
¿Cuántos planes han sido creados? Extremamente confundido, James se hallaba perdido.
— De ser así, podrías seguir supervisándolos sin ningún impedimento, — comentó con cuidado — al igual que mantendrías tu posición en la orden y en la participación de las misiones.
— Y de la misma forma, seguirían manejándome a su entero antojo — agrega molesta.
— No lo propongo por eso, Adha — exclama dolida — Sabes que lo hago para que...
— ¿Sea feliz? — completó riéndose — No, lo estás proponiendo porque estás pensando en lo que consideras que arreglará los asuntos con ellos, pero no en su seguridad.
— Adhara...
— La decisión está tomada, di mi palabra y no pienso cambiarla — declaró — No pienso siquiera cambiar ni un solo mísero detalle, y tú no querrás sufrir las consecuencias si te atreves a hacerlo— habló directamente a Albus.
— ¿De verdad te importa poco que sufran? — Minerva cuestionó intentando detenerla, James tragó con fuerza al escucharla — Porque así se sentirán, después de la ceremonia, después de que se enteren de lo que hiciste...
— ¿Cómo te atreves a cuestionarme cuando lo hago por protegerlos? — Adhara la interrumpe indignada — Lo único que sentirán después de la ceremonia, será calma, porque me encargaré de borrar la maldita diana que fue pintada en sus espaldas.
— ¿A qué costo? — pregunta Minerva — ¿Es más importante su protección que su felicidad? ¿Qué el amor que te profesan?
— Me importa muy poco si me odian, me importa muy poco si se enojan, me importa muy poco sus sentimientos mientras que sigan viviendo — informó — Lo único... — aunque la viera de espaldas, podía sentirla cansada — Lo único que quiero, es que vivan. Que disfruten de su nueva etapa terminando Hogwarts, que festejen, que estudien, que se casen, que formen una familia, que creen más memorias aún... — un nudo se formó al escucharla tan derrotada.
— Pueden formarlo, pueden hacerlo aún si decides seguir con lo planeado — no sabía cuántas veces había escuchado las amargas risas salir de la garganta de la pelinegra, pero al igual como la primera vez que las escuchó en su habitación, sintió las dagas perforar su corazón.
— No lo sabes, ¿no es así? — preguntó.
— Considero que llevamos mucho tiempo debatiendo — el rostro de Minerva se contrajo en confusión — Hemos de necesitar de aire fresco para calmar nuestros ajetreados...
— ¿De qué hablas, Adhara? — ignoró por completo a Albus.
— No es un plan — confesó ella — Es un trato — reveló.
— ¿De qué...? — su mirada cayó en Albus.
— Concluiremos esta reunión — Adhara negó sonriente — Y no escucharé replicas.
— Oh, no has de preocuparte por mí, Albus — siseó.
— ¿Qué trato has formado, Albus? — Minerva cuestionó.
— Profesora McGonagall... — James fue testigo de la brusca interrupción por parte de la nombrada.
— ¿De qué trato está hablando? — la seriedad que poseía era mayor a la que llegó a mostrar por alguna de sus bromas.
— Adelante, Albus, dile — y Adhara parecía estar disfrutando de la escena que se desarrollaba.
— No es momento, Adhara — en contraste con Dumbledore, quien no parecía gustar de la confrontación.
— Claro que no lo es, porque no quieres demostrar tu verdadera naturaleza — Ataca sin medidas — Porque si estás buscando cambiar el trato, es porque buscas cerciorarte de que cumpliré con la última etapa.
— ¿De qué última etapa están hablando? — Minerva se muestra angustiada.
— Dile — lo retó.
— No — declaró — No es momento de hablarlo, Adhara — repitió entonando profundamente cada palabra.
— Y nunca lo será con personas presentes, ¿Cierto? Porque lo único que quieres es quedar como el gran Albus Dumbledore, el gran mago que será el que esté detrás del final de la guerra — James tragó saliva al escuchar su tono de voz — Porque eso haces, Albus, te escondes tras otros magos porque temes que tu reivindicación se vea juzgada si, de verdad, decidieras tomar acción en esta guerra.
— Es suficiente, Adhara — James percibió, por primera vez, un tono distinto en la voz de su director.
— Yo decido cuando es suficiente, Albus — contradijo — Crees tener un poder sobre mi persona, pero no puedes estar más que equivocado — su curiosidad fue más grande, causando que volviera acercarse a la abertura por donde espiaba — ¿Sabes por qué? Porque jamás te has visto amenazado por alguien que puede leerte tan perfectamente como para descubrir la manipulación que escondes en ese tono amable — vio a Minnie tensarse por el acercamiento de la pelinegra al escritorio — Así que, si en algún momento pensaste que eras quien me dominaba, retráctate en este instante.
— Mi-Mi intención no es que se sienta... — el ligero titubeo al arreglarse los lentes no pasó desapercibido por el azabache.
Porque él también llegó a sacar provecho de su miopía para escapar, por un segundo, de la intensa mirada de la serpiente.
— He dicho, que te retractes — ordenó, apoyándose en el escritorio, forzándolo a que la mirara — Y lo haces ahora, antes de que revele el trato que acordamos a Minerva.
— Me retracto — obedeció.
— Seguiremos con lo pactado incluyendo la última etapa — indicó sin inmutarse por la sorpresiva mirada de Minerva — Y si vuelves a pronunciar, siquiera a pensar, en convertirlos en espías... — el coraje impregnaba sus palabras — Tom no será el único que me tema.
— Ellos nunca estuvieron incluidos en...
— ¡Ellos siempre estuvieron incluidos en todos y cada uno de los jodidos tratos que acordamos! — dio un salto al escuchar el golpe seco que dio al escritorio — Y no porque sean malditas serpientes significan que son menos importantes que los idiotas de los leones — apuntó al director, quien se apoyó ligeramente en el respaldar de la silla — Ellos incluso merecen más cuidado de quienes me traicionaron — dijo entre dientes, un punzón en el corazón se presentó en el miope — No vuelvas a siquiera insinuar que nunca pensé en ellos cuando son todo lo que me queda. ¿Comprendiste? — cuestionó hostil — No te atrevas a insinuar que jamás me preocupé por ellos, porque estoy harta de que creas que hay personas más importantes que otras.
— ¿Y qué hay del joven Black? ¿No es él, más importante, que todos los demás? — James jadeó por la veloz reacción de la pelinegra.
— Quiero que me escuches con claridad, Albus — el mencionado tanteó su mano en búsqueda de su varita.
— Adhara... — Minerva comenzó a acercarse, con la finalidad de alejar a su estudiante del director.
— Te suplico que no intervengas, Minerva — su mirada no se separó del adulto — No temas por él, no dejaría al mundo mágico sin su gran salvador.
La aludida dudó. La profunda mirada que le dedicaba al mayor la aterrorizaba, por si no fuera poco, fue testigo del sobresalto de su amigo por la rápida acción de la estudiante, y es que ella misma se hallaba preocupada por lo que Adhara era capaz de hacer al tenerlo amenazado con su varita.
Su propia varita terminó por descansar en el lugar donde lo guardaba, dejando pasmado al director, quien esperaba una intervención de la colega en quien depositaba su confianza.
— Trata de volver a amenazarme, te reto — siseó, aumentando la fuerza en la presión de su varita — Y no sólo verás lo que soy capaz de hacer por los que quiero, sino que te deleitarás al experimentarlo.
¿Qué es lo que uno escucha durante la culminación de una discusión?
— La ceremonia se celebra pasado mañana — indicó — La reunión está programada. No intervendrás, no eres el creador, Albus, estás utilizando lo que ya fue creado — el aludido asintió — Finalizada, seguirán disfrutando de la ceremonia, es central que no demuestren ninguna señal de preocupación o de ansiedad momentos antes — ambos mayores asintieron — Y una vez que la ceremonia termine, la condena habrá sido levantada.
La conclusión, el debatiente ganador pondría en la mesa sus órdenes para que, los que intentaron rebelarse, los recuerden y acaten.
— ¿Participarás del baile? — se atrevió a preguntar.
— No he invertido mi tiempo en un atuendo por diversión — comentó — Es obvio que estaré presente hasta momentos antes de la reunión si no queremos levantar sospechas.
La resolución, el debatiente perdedor presentaría las últimas dudas que quedan acerca del tema para que fueran resueltas.
— ¿Y una vez la condena sea levantada? — preguntó el director.
El término, aclarado el tema discutido, cada participante seguiría con su planeada cotidianidad, repasando silenciosamente los argumentos utilizados, encontrando mejores respuestas que no serán usadas.
— ¿Y una vez la condena sea levantada? — repitió.
— Al siguiente amanecer, darás con la respuesta — respondió.
Sus pasos dieron inicio, James fue lo suficiente rápido para regresar por donde había ingresado, deteniéndose en las escaleras, caminando directamente hacia el despacho, fingiendo que recién llegaba para atender el llamado del director. Pero tan perdido se hallaba al descifrar cada una de las palabras escuchadas, tan perdido en intentar descubrir lo que el trato mencionado significaba, que espabiló cuando chocó con una persona que también perdida en su cabeza se hallaba.
La misma que, al alzar la vista, se encontró con esos almendrados ojos por los cuales una chica de cabellos pelirrojos — que tenía el placer de conocer muy bien — suspiraba.
— Jone... — murmura, observando los acaramelados ojos por los que su amigo, el mismo que dejó en la biblioteca una vez que su pareja le avisó que el director lo llamaba, perdía el sentido.
— Muévete, Potter — musita, pero el mencionado no es capaz de reaccionar.
No lo es cuando, a pesar de sus neutrales facciones, la cercanía de sus rostros le permiten encontrar el escondido semblante apesadumbrado. No lo es cuando, debido a la distracción por el choque, es capaz de escuchar los gritos silenciosos. Cuando ve en ella, la muy sepultada necesidad de un abrazo, la necesidad de ser reconfortada, de ser escuchada.
— Adh-... — no es capaz de nombrarla, no cuando ella vira sus ojos, aparentando irritación, moviéndolo a la fuerza para seguir con su camino.
Dejándolo con la duda de si lo visto fue un invento o un hecho.
Parado en el marco de la puerta de la oficina de su director, James conecta su mirada con la de Dumbledore, quien le sonríe tenuemente antes de invitarlo a que ingrese, para tener la conversación por el cual había sido llamado. Ve en los celestes ojos tras los lentes de medialuna, la certeza de que cruzará por la puerta, sentándose en la silla ofrecida, iniciando el tema sobre lo que sea que el director quisiera comentarle.
No obstante, James no se mueve.
La discusión escuchada desaparece de su mente. Únicamente está pensando en la serpiente, únicamente está pensando en la persona que cuando él lo necesitaba, le brindó consuelo, conforte y apoyo. Está pensando en ella, en quien aparecía mágicamente en las situaciones precisas, en quien era asertiva con cada uno de los concejos que le brindaba. Quien llegó a convertirse en la confidente que más necesitó cuando vio que sus amigos no eran poseedores del tacto que una mujer podía tener.
Únicamente está pensando en ella, pensando en la frustración que noto en su cuerpo, en el gran peso que dejó de ser invisible para sus ojos, el que ahora los veía con claridad caer sobre sus hombros. Está escuchando, después de hacerle caso por tanto tiempo a su cerebro, a su corazón, quien le pide, le exige, que no la deje ir. Que no la deje partir cuando es conocedor de lo destrozada, de lo cansada, de lo necesitada de consuelo que está.
Está pensando en Adhara.
No en lo escuchado, no en la conversación espiada, no en las investigaciones, tampoco en los rumores sobre ella. De lejos, está pensando en lo discutido, en la forma en la que enfrentó a Albus, en la forma en la que discutió con McGonagall. No, no está pensando en la supuesta condena, en la reunión o siquiera en lo que sucederá una vez que la ceremonia culmine. Ni siquiera tiene cabeza para imaginar lo que sucederá al siguiente amanecer.
Está pensando en Adha, solo Adha.
Por lo que, ignorando de sobremanera el llamado de McGonagall, quien con confusión lo observa por su inesperado congelamiento. Omitiendo el cambio en la mirada de su amable director, quien pareció encontrar la razón de su negación a la invitación que brindó, James dio media vuelta, encaminándose en dirección por donde...
Por donde su sabelotodo salió.
Corrió.
Corrió y no pudo evitar pensar en la vez en que lo hizo para escapar de ella. Sentía que estaba en un maratón en contra del tiempo, por lo que siguió corriendo. Las palabras previamente escuchadas se evaporaron. Su corazón ansiaba dar con la negra cabellera de la persona que necesitaba, de la persona que deseaba otorgar la protección que ella brindó. No podía parar, no debía detener su búsqueda, él quería remediar el dolor.
Dolor.
Sentía dolor, ya no se trataba del físico, se trataba del dolor que lo embriagó al comprender, al verdaderamente comprender, la verdad entre las palabras de su pareja. Sentía el dolor de la culpa, el dolor de no ser lo suficiente para ella, de no ser el amigo que le prometió ser cuando lo necesitara. Su desesperación lo hizo tropezar, pero aun cuando era merecedor de tal abrupta caída, no sintió el choque con el suelo.
En un momento torpecé y caí... empezamos a rodar por el pasto en dirección hacia abajo...
Seguíamos riendo... Y al calmarnos, pase un brazo por sus hombros...
— Deberías de tener más cuidado, Potter — encontró una diversión escondida en sus ojos — No es la primera vez que tropiezas en este lugar — y una camuflada melancolía en sus palabras.
¿Estamos a mano, sabelotodo?
Estamos a mano, Míster ego.
— Jone... — murmuró, despabilando del recuerdo de tercer año cuando ella terminó de ayudarlo a encontrar el equilibrio.
— Ten cuidado, Potter — mencionó, comenzando a alejarse de su persona como si su presencia le quemara.
James tomó su mano sin meditarlo, obligándola a que se detuviera. Jalándola para que diera media vuelta... para que no se fuera, para... para aliviar el dolor que él provocó en ella.
— Yo... — su voz se cortó, James tragó con fuerza — Adha, no sabes cuanto lo... — cerró sus ojos con fuerza, en un intento de darse fuerzas para continuar — De-De verdad... — negó con la cabeza baja, sintiendo que no era merecedor de siquiera mirarla, comenzando a lagrimear sin sentido — Sé... — intentó respirar por su nariz tupida — sé que no lo merezco, pero... — la soltó, para así limpiar el desastre que las lágrimas dejaron en su cara.
Tonto, tonto, tonto, tonto, tonto.
Se supone que venía a brindarle su apoyo, a brindarle el consuelo que sentía que ella necesitaba, que utilizaría el momento para redimirse por las estúpidas decisiones que llevó a cabo por miedo, por miedo a enfrentar a la persona que nunca temió decirle las verdades en su cara para ayudarle, que nunca temió decirle sus virtudes y defectos porque buscaba que conociera al completo su persona.
— Yo... yo estoy siendo ridículo... — admitió arreglando sus lentes, sintiendo la intensa mirada de la serpiente — Pero es que... ¿Por qué debes ser tan... tan...? — alzó su mirada por instinto, encontrándose con los amarronados ojos — No, no es que tu... es sólo que yo... — se retractó, realmente no tenía idea de lo que balbuceaba, la tormenta de sentimientos no le dejaba encontrar las palabras adecuadas — Adhara, yo... — un sollozo brotó sin su permiso.
Y muchos más le siguieron.
Se sentía patético, era patético. Era... era...
— Eres Míster Ego — sus cálidas manos rodearon su rostro, secando las lágrimas que brotaban de sus ojos como cataratas, teniendo cuidado con no manchar sus gafas — Un ególatra que sufre al caer en cuenta de sus errores, pero que no pierde su clase por intentar remediarlos al disculparse.
— Perdóname — pidió — Adhara perdóname, por favor, perdóname por todo lo que hice — su voz se quebró — Es... es mi culpa, es mi completa culpa todo lo que sucedió. Fui yo... — quería que lo supiera, aunque le costara su perdón, no le mentiría más — Fui yo quien accedió a la propuesta de McKinnon, fui yo quien decidió por todos, yo... — sollozó sintiendo el nudo crecer en su garganta, el mismo que le impedía el habla.
Pero debía hacer lo correcto, después de error tras error que cometió, que eligió, James Potter se veía con la responsabilidad de remediar sus equivocaciones y de afrontar a la persona que intensamente lastimó por sus instintivas decisiones.
— Yo soy el culpable, soy el idiota que desconfío de ti y que no merece... no merezco... — no debía desviar la mirada, debía de afrontarla como el gryffindor que era, pero es que su reacción, las acciones que tenía con él tras cada palabra que musitaba, lo dejaba en la deriva — ¿Por qué...? ¿Por qué me sigues consolando después de todo...? No, no lo merezco... no merezco... — pero a pesar de querer alejarse, se sentía tan bien ser aceptado por... — Adhara... ¿Por qué?
— Porque sé por qué me seguiste — respondió con una tenue sonrisa — Y porque a pesar de lo que hiciste, estás aquí para cumplir lo que, en su momento, me prometiste.
— Perdóname — lloró — Por favor Adha, sabelotodo, perdóname.
— Ya lo estás James — su llanto aumentó al escucharla — Hey, hey, ya lo estás — y no pudo soportarlo más.
La abrazó, la atrajo rodeándola con sus brazos, dejando que su cabeza descansara en su pecho, aferrándose a ella para ocultar sus sollozos que no hacían más que empeorar, unos que fueron apagándose porque Adhara correspondió el gesto, moviendo sus manos en círculos en su espalda, con el fin de ayudarlo a culminar su llanto.
— Perdón por... — no era capaz de hablar — Sólo dame un momento y... — quería demostrarle, quería demostrar que era merecedor de su perdón, más la culpa contenida demolía su autocontrol — Y podré... yo tengo que... — fue lentamente separado de ella.
— Ya estás aquí James — ella lo sabía, ella siempre lo sabía — Puedes demorarte, porque ya estás aquí — él mismo se secó sus lágrimas, comenzando a dominar su respiración, buscando recuerdos que le brindaran calma, porque debía cumplir con su palabra.
Y cuando llegue el momento, seré yo quien te consuele — recordaba que le prometió, que recibió una sonrisa que él correspondió con un efusivo medio abrazo.
Uno que fue separado por un ceñudo pelinegro, uno que interrumpió la escena manifestando su disconformidad con que su pareja le prestara más atención a su mejor amigo que a su persona. La queja pronunciada que provocó carcajadas en los de ojos amarronados. Los mismos que, con el fin de fastidiar al pelinegro, se agarraron de las manos, comenzando a correr lejos del mencionado, escapando de la persecución de un dramático de primera.
Oh, Adha... Perdóname por haberme demorado.
°•°(...)°•°
No era capaz de atender por completo a los dos merodeadores presentes por estar consolando al que tenía en brazos. O tal vez no podía entenderlos porque ambos parecían dudar y cambiar cada hecho que le contaban, ya que el relato sobre la razón del estado de Sirius a cada segundo se modificaba.
Lily se hallaba confundida, y sincerándose, no comprendía porque aún seguían en la biblioteca.
Tras terminar el desayuno, en compañía de sus amigas, decidieron caminar por el castillo. Sin embargo, tal plan se vio interrumpido cuando, la profesora McGonagall, le pidió el favor de comunicarle a James que, tanto ella como Dumbledore, querían hablar con el mencionado acerca de la ceremonia unas horas antes del almuerzo. Accedió, debido a que no tenía un motivo para declinar, por lo que se despidió de Alice y Marlene, y fue en búsqueda de su pareja.
No mentía al decir que recorrió el castillo entero para encontrarlo. Y es que, difícilmente, por su mente pasaría la idea de que James, junto con sus inseparables amigos, se escondían de las miradas del alumnado de Hogwarts en el lugar que se abstuvieron visitar por los cinco primeros años de su estadía en la escuela de magia y hechicería.
Porque hablando en serio ¿Quién diría que los merodeadores harían uso de la biblioteca si no fuera para sacar libros de la sección prohibida?
Ahora, tras haberle indicado a James que McGonagall y Dumbledore lo esperaban en la oficina del segundo desde hace quien sabe cuánto tiempo — ya que Lily sentía que lo encontró después de una regular cantidad de horas —, que este se mostrara en un conflicto entre quedarse para ayudar a su amigo o ir atender el llamado, encontrando una solución al pedirle a ella que los cuidara mientras que él no estaba, y que saliera corriendo no sin antes gritarle que la amaba, Lily se encontraba con un pelinegro en sus brazos, mientras que un rubio y un castaño se esforzaban por explicarle sin llegar a contarle lo que sucedía.
Y todo esto, en uno de los rincones más profundos de la biblioteca, rodeados de libreros con polvo, que los escondían del rango de visión de Madame Pince.
— ... la cosa es que cuando sucedió, él hablo y... — Remus asentía a todo lo que Peter decía.
— ... y ya conoces a Sirius, aunque lo intentamos, él no... — siguió el castaño, notando que el rubio se quedó sin ideas.
Más ahora era él quien no sabía cómo continuar el enruedo de hechos que le estaban relatando a Lily para que no descubriera su pequeño problema peludo, cómo le decían los chicos.
— ... entonces, pues nosotros, más que nada James, le dijo que no, porque... — Peter miro con ayuda a su amigo, quien ya no sabía que más decir.
— Se quedó dormido — Lily murmuró para ambos amigos, quienes dejaron de mirarse para prestar atención a la pelirroja — ¿Desde qué hora ha estado así? — cuestionó preocupada, asegurándose de separarse con cuidado del pelinegro.
Oh, cuanto agradecía que, en ese rincón, en vez de las mesas y sillas a las que estaba acostumbrada a ver, se hallaba un mueble cómodo para que el pelinegro, quien estuvo con la mirada pérdida murmurando palabras que la confundían entre bajos sollozos, pudiera descansar con tranquilidad.
No, no puede... ella no... ¿y si cree que yo...? Él debe de... será por ello que yo no pude... ¿será verdad que ella no...?
Y aunque quisiera decir que por su inteligencia encontró sentido a sus palabras, estaría mintiendo de sobremanera porque su única —considerada válida — sospecha le decía que Adhara tenía que ver en lo que sea que haya sucedido. Aunque más lo consideraba un hecho, ya que el pelinegro presentaba el mismo estado que el día de su rompimiento.
— Desde... — Peter hizo cálculos — Emm... sucedió minutos después del desayuno, entonces darían unas... — comenzó a contar con sus dedos.
— Aproximadamente, una hora después que abandonáramos el gran comedor — contestó Remus, ignorando como el rubio seguía contando para observar la delicada caricia de Lily en la cabellera negra, dejando a Sirius para acercarse a ellos.
— ¿Qué sucedió? — exigió respuestas, dirigiéndoles a ambos una mirada seria.
— Am... — Remus le dio un par de golpes a Peter, para que dejara de contar y viera la encrucijada en la que se encontraban.
— ¿Y bien? — Peter dejó sus cálculos para mirarla — ¿Esto tiene que ver con la supuesta broma de ayer? — los dos merodeadores despiertos compartieron miradas antes de pasar saliva por la determinación en la mirada de la pelirroja.
— Sí, bueno... — Remus comenzó.
— Sobre la broma... — Peter siguió, riendo nerviosamente al ver como la pelirroja no apartaba su mirada.
Los dos merodeadores se buscaron, dándose apoyo mutuo para relatar la "broma" sin realmente relatarla, contándole a Lily ciertos hechos, como que fue en la noche y que era cierto que Adhara intervino. Más ocultando los aspectos relevantes, como lo era el que Severus entró porque buscaba a un licántropo y que James intentó salvarlo de este, con ayuda de Sirius, aunque al final quien salvó a los tres fue Adhara.
Pero, sobre todo, ocultando que un licántropo, Remus en este caso, estuvo involucrado. Diciendo a Lily que alguna criatura nocturna que no conocían — más por sus improvisadas características, no se escuchaba como una peligrosa — fue la que estuvo involucrada.
Los balbuceos de Remus y Peter siguieron, a tal punto que exasperaron a la pelirroja. Entonces, cuando ambos creyeron que ella iba a exigirles que hablaran con claridad, se sorprendieron por la acción que dio.
— Eres mi mejor amigo, ¿lo sabes, cierto? — murmuró — Te quiero por quién eres, por todo lo que incluye ser Remus Lupin — el nombrado quedó paralizado.
— ¿Lo... lo...? — su voz tembló — ¿Tú lo sabes? — preguntó trémulo, Lily asintió mientras que se alejaba lentamente del abrazo brindado.
— Tuve mi duda desde que desaparecías a nuestras vigías de prefectos — revela, intentando borrar el miedo que veía en sus facciones al brindarle calma — Investigué y, ciertamente, le pedí ayuda Adhara — comunicó, nombrarla causó que Remus se tensara — Aunque obviamente noté la forma en la que intervenía para que no encontrara la información necesaria. ¿Recuerdas esa vez que no encontraba un libro de defensa que hablaba de la clasificación de las criaturas mágicas? — Remus asintió — ¡Resulta que era ella quien lo tenía! Y no me lo quiso devolver hasta asegurarse de borrar las formas de identificar a un hombre lobo de manera sutil — negó con diversión, contagiándole una sonrisa a Remus.
Sí, eso era algo que Adhara haría por él. Pero el cálido sentimiento que lo embriagó fue desvaneciéndose al concentrarse en la pelirroja.
— Entonces... ¿no me tienes miedo? — preguntó apagado.
— ¿Temerte? ¿A ti? — repitió como si estuviera bromeando — ¿Cómo puedo temer a alguien que plancha y dobla con extremo cuidado sus medias?
— ¡Te dije que esparcir ese rumor ayudaría! — Peter exclamó, causando risas en los amigos.
— Gracias Lily — emitió con sincera gratitud.
— No tienes por qué, nada cambiará que seas Remus Lupin, el mago más amable que he conocido — ambos sonrieron — Y cuando no seas capaz de ver tus propios talentos, sabes que siempre estaré para recordártelos — el castaño atinó a volverla a abrazar, sintiendo conforte al ser aceptado por la pelirroja.
— Les dije que era una tontería que para este momento no supiera tu secreto — Peter farfulló, admirando la tierna escena de sus amigos, quienes parecían haberse olvidado de todos los que los rodeaban.
Incluido él.
— Bien, ahora sí eres... si son — se corrigió, señalando a Peter para que se acercara a ellos — tan amables de compartirme qué sucedió para que Sirius volviera a ese estado, les agradecería.
— Digamos que la "broma" no fue una como tal — indicó Remus, comenzando a sentirse culpable por lo sucedido.
Peter rodó sus ojos antes de darle un pequeño golpe en su hombro, principalmente pensó en darle en la cabeza, pero Remus era demasiado alto como para conseguirlo.
— ¡Peter! — se quejó Remus, mientras que Lily lo veía sorprendida.
— ¡Te hemos dicho con James, y Sirius antes de que entrara en su trance, que no tienes la culpa de lo que sucedió! — regañó, Remus solo asintió mientras sobaba su brazo — Cómo sabrás, ayer fue luna llena — Lily asintió — Supuestamente, Snape escuchó de Sirius la forma en la que ingresar al lugar donde Remus pasa sus transformaciones — relata.
— ¿Qué Sirius hizo qué? — cuestionó alarmada — ¡Eso no puede ser posible! Él no lo haría si quiere...
— Si quiere arreglar las cosas con Dha-Adhara — Lily no pasó por alto que estuvo a punto de llamarla por su apodo — Lo sabemos, por eso dije supuestamente — indicó.
— ¿Creen que Snape haya mentido? — pregunta.
— Confiamos más en Sirius que en él — Remus explica, la pelirroja asiente comprendiendo.
— ¿Snape fue para asegurar que eras un hombre lobo, no es así? — preguntó, ganándose un asentimiento de ambos.
— James se enteró y decidió ir por él — mintió, de esta forma ocultando que ellos eran animagos — Pero las cosas se complicaron...
— Mi lobo fue más agresivo esa noche — dijo Remus — De lo poco que recuerdo, es que estuve a punto de atacarlos a ambos.
— No sabemos cómo, pero Adhara llegó para salvarlos — siguió Peter — Yo estaba preocupado porque ellos no salían, entonces decidí ir a avisarle a la profesora McGonagall.
— Adhara me retuvo con su metamorfomagia — Lily frunció su ceño.
— ¿Se transformó en una...?.
— En una licántropa, sí — Remus asintió — Les dio tiempo para que ellos escapen.
— ¿Y ella? — cuestionó, el castaño desvió su mirada.
Lily tomó su mano para tranquilizarlo, era capaz de ver el remordimiento impregnado en su rostro, por lo que intentaba con tal gesto decirle que, lo sucedido anoche, no era su culpa.
— Al llegar con McGonagall, en compañía del director, ellos ya habían salido — Peter sigue contando — Pero escuchamos un grito... — suspiró, recordando el terror que sintió en ese momento — El director entró, McGonagall nos forzó a llevarnos a la enfermería y luego se los llevó a su oficina.
— ¿Por eso Sirius está así? ¿Porque se siente culpable de algo que no hizo? — preguntó confundida.
— No, no es por eso — contesta Remus — Después de... solucionar las cosas — no iba a mencionar el puñetazo que le dio a Sirius — Fuimos a desayunar y bueno...
— Sirius entró en trance, no sabemos por qué, así que decidimos traerlo aquí — Peter siguió — Pensábamos que nadie nos encontraría, de esta forma le preguntaríamos que sucedía, pero...
— Snape apareció — completó Remus.
— ¿Snape? — repitió Lily, teniendo una ligera idea de lo que venía — ¿Qué fue lo que hizo? — preguntó crispada.
Remus y Peter se vieron, temiendo contarle la amenaza de Severus. No por lo que este podría decir si se enterase de que le contaron a Lily lo sucedido — después de todo solo le pidieron que se alejaran de Adhara —. Si no, por la reacción de la pelirroja. La molestia parecía crecer en ella con tan solo la idea de que Snape era el culpable de la situación, así que de pensar en su reacción al contarle la declaración que dijo...
— ¿Qué fue lo que hizo? — repitió, esperando a que contestaran.
— No creo que sea conveniente decirlo si eso te causa enojo, no queremos que... — Remus fue interrumpido.
— Nos amenazó — respondió Peter.
— ¡Peter! — regañó Remus.
— ¡Prefiero enfrentarme a Snape que a Lily enojada! — se excusó levantando sus manos.
— ¿Los amenazó? — repitió sin creérselo.
Más al notar la mirada de pavor de ellos, suspiró. Debía de controlar el enojo que crecía si quería enterarse qué dijo Snape para conseguir poner en tal estado a Sirius.
— Escuchen, no estoy molesta, solo algo... estresada — contó — Sólo quiero saber qué sucedió para ayudarlo — miró de reojo al pelinegro — Debo saber que sucedió para que reaccione — los chicos se miraron con duda.
Pero ambos concordaron que era necesario, que debían de decirle las palabras que dijo Snape, las que afectaron a Sirius a tal punto de que volviera al mismo estado que estuvo después de su ruptura amorosa, todo con la finalidad que, al despertar, la pelirroja encontrara las palabras correctas para tranquilizarlo.
Oh, queda claro que Lily mintió con que se hallaba estresada.
— ¿Qué él dijo... QUÉ? — la pelirroja no esperó a que respondieran, no cuando un objetivo se formaba en su cabeza.
Abandonó la biblioteca, dejando pasmados a los dos merodeadores por su reacción y despertando a otro por su fuerte exclamación, dispuesta a enfrentar al cobarde que una vez tuvo como amigo.
— ¿Qué... qué pasó? — preguntó Sirius somnoliento, confundiéndose al ver a la pelirroja marcharse, haciéndose notar por el ruido de sus fuertes pisadas al caminar.
— Oh no, oh no... — Peter negó preocupado por lo que pasaría.
— Debemos buscar a James — decidió Remus, ocultando el sentimiento que su amigo manifestaba.
Ambos merodeadores tomaron a Sirius, forzándolo a que los siguiera en su búsqueda, ignorando sus preguntas sobre lo que había sucedido, así como también que este parecía haber salido de su auto sufrimiento por la situación presentada. Y es que, en realidad, nada de ello tenía sentido.
No cuando la furia pelirroja había sido desatada.
°•°(...)°•°
Dos serpientes paseaban por las mazmorras, una contando mientras que la otra escuchaba con gran atención, mostrándose emocionada, aunque lo ocultara, por lo que su compañero había conseguido.
— Tuviste que verlos — comentó con satisfacción — Se veían tan heridos...
— ¿Entonces es definitivo? ¿Ya no nos tendremos que preocupar por esos idiotas? — cuestionó, ganándose un asentimiento — ¡Quién diría que tu sospecha era cierta! Realmente no puedo creerlo... — mencionó para sí misma.
— Si, bueno, no es sorpresa — Vanity alzó su ceja — No lo digo por ti — rodó sus ojos — Dumbledore era consciente y lo ocultaba, por eso lo menciono.
— Ten cuidado con tus palabras, Snape — indicó, fingiendo estar seria — Aun así, si Dumbledore prohibió que lo dijeras, ¿Por qué...? — no terminó su pregunta, no cuando sabía que él la comprendería.
— No es factible que me expulsen, — Severus dice — ¿cómo, cuando sólo los dos lo sabemos? — cuestionó retóricamente, mirando por uno de los ventanales del pasaje, viendo a algunos alumnos disfrutando del tranquilo día.
Por ello no notó la ligera sonrisa de Vanity, quien se percató de la intención, escondida entre palabras, de Severus.
— ¿Ya conseguiste pareja? — cuestionó la fémina, ganándose una mirada extrañada — Para la ceremonia, Snape — rodó sus ojos con diversión.
— Sincerándonos, pensaba en ir solo — comentó, su compañera desvió su mirada — Aunque — ella volteó a mirarlo al sentir como se detenía — Puede que exista cierta chica... — su tono de voz se volvió un murmuro al notar la ligera cercanía entre ambos — en la que últimamente he estado pensando en invitar...
— ¿Y quién es la desafortunada? — cuestionó con diversión, pero también murmurando.
Severus humedeció sus labios antes de sonreír levemente. Sí, era claro que Vanity comprendió su intención, al igual que era muy de ella desear que fuera directo con sus deseos.
— ¿Es posible que...? — más antes de preguntarle adecuadamente, un grito se escuchó desde el inicio de los pasillos.
Ambos fruncieron su ceño, dejando de mirarse para ver quien era la persona que había gritado el nombre de la serpiente.
— ¡Severus Snape! — el nombrado parpadeó sorprendido de escucharla, una inocente ilusión creciendo en su pecho al verla buscándolo.
Más todo eso se detiene, es brutalmente borrado, al notar su rostro encolerizado. Es reconocedor de cada una de las facciones congestionadas por la furia. Y lo sabe, claro que es conocedor de su caminata enojada, porque era la misma forma en la que, hace ya muchos años, ella entraba para enfrentar a Potter cuando este lo atacaba.
Su semblante cae, mostrándose desilusionado, hasta afectado, por encontrar desprecio en donde antes hallaba comprensión y consuelo. Y sus gestos debieron de ser más que notorios, debido a que Vanity frunció su ceño, antes de que la pelirroja leona se acercara a ellos, reconociéndola como la culpable de su apesadumbrado semblante.
— ¡Tu, Severus Snape, eres un...! — su exclamación llamó la atención de los alumnos que el mencionado vio momentos antes.
— Hey... — Vanity la detuvo — Evans, ¿cierto? — preguntó, examinándola de pies a cabeza — Sé que será difícil de comprender, pero... — sonrió con clara hipocresía — nos encontramos charlando civilizadamente. Y, ciertamente, no es...
— ¿Eres Severus Snape? — quiso saber Lily, dejando a la fémina con la palabra en la boca — Porque, ciertamente, — Vanity frunció su ceño — estoy hablando con él, no contigo.
Oh no, a ella nadie la imitaba. Además, ¿hablar? Estaba claro que la pelirroja tenía cero conocimientos de lo que era una conversación, por las pintas que traía, lo que ella buscaba era discutir.
— Escúchame, sangre... — el prejuicio con el que fue criada estuvo por salir, de no ser por el delicado tacto de su compañero en su brazo.
Lo miró seria, ablandándose ligeramente al ver que Severus solo quería transmitirle calma, quería que supiera que no valía la pena discutir por él. Todas sus acciones bajo la furiosa, pero atenta, mirada de Lily, quien soltó una pequeña risa incrédula.
— No sé de qué me sorprende verte rodeado de prejuiciosos puristas de sangre, Snape — comentó con repudio.
Vanity estaba por hablar, cuando para su sorpresa, y para el círculo de alumnos que empezaba a formarse, intervinieron por ella.
— No es necesario involucrarla, Evans — Severus se posicionó delante de Vanity, alejándola discretamente de la mencionada — Y te recomiendo que no la menciones si lo que buscas es afectarme con tus palabras — declaró con firmeza.
— ¿Así que eso haces ahora? — cuestiona confundiéndolo — ¿Proteges a tus supuestos amigos con amenazas? — el pelinegro frunció su ceño — ¿En eso te has convertido? — el disgusto impreso en sus palabras lo destrozaba.
— ¿Y tú? — pero a pesar de que una parte de él la seguía queriendo, seguía anhelando una reconciliación, no evitaría que le devolviera el golpe — ¿En esto te has convertido? ¿En una bárbara conflictiva? No sé de qué me sorprendo, — repitió sus palabras — algo debías contraer al juntarte con ese grupo de imbéciles leones.
— No te atrevas a insultarlos — ordena — No cuando eres tú el que se cree muy listo al utilizar palabras vacías para amenazarlos, — señala hostil — pero no eres más que un cobarde, un embustero egoísta que sólo busca herir a las personas para conseguir lo que quiere.
— ¿Cobarde? ¿Cobarde yo? — repitió incrédulo — ¿Yo soy el cobarde por enfrentarlos de frente? Aquí los cobardes traidores son ustedes — los espectadores se asombraron por la brutalidad de sus palabras — ¿O es que quieres que te recuerde sus últimas acciones? ¿Mentir, engañar, atacar? Y todo por la espalda, como lo hacen los verdaderos cobardes.
— ¿Y eso no aplicaría para ti? — definitivamente, ninguno se esperaba tal respuesta — ¿O me vas a decir que ella sabe de tus acciones? — el pelinegro parpadeó, dándole a entender que encontró su punto débil — No te atrevas a juzgarnos, Snape — declaró — No tienes siquiera el derecho después de lo que has hecho.
— ¿Lo que he hecho? — repitió — ¿Lo que he hecho? — pronunció indignado — Tú no tienes idea de lo que he hecho por ella. No tienes la menor idea de las veces en que la escuché sufrir debido al dolor que ustedes le provocaron — masculló enojado — ¡Eres tú, Lily, quien no tiene el derecho de juzgarme! — señaló exaltando a los presentes — No después de las veces en las que tuve que consolarla por su culpa, por culpa de todos esos egoístas leones — la miró con fiereza, antes de musitar: — por tú culpa.
Lily retrocedió un paso, más la furia que traía consigo, la que había estado reteniendo, le exigió que siguiera.
— No nos digas egoístas cuando no he conocido a una persona más egoísta como el que eres tú — masculló entre dientes — Te excusas en las cosas que hiciste por ella, pero sabes muy bien cuáles son tus motivaciones, sabes muy bien que la única razón por la que buscas alejarnos de ella es porque no quieres quedarte solo — dijo segura de cada palabra — No porque la quieres, tú nunca has querido a alguien más que a tu propia persona.
— Te equivocas — se defendería.
No iba a dejar que Lily, ni nadie, cuestionara el cariño que le profesaba a Adha. Porque por más pesar que provocaba el atacar a su amiga de la infancia con hirientes palabras, Severus no se quedaría callado, ya no lo haría.
— Porque a quien nunca quise, — pronunció acercándose — fue a ti — el corredor se llenó de exclamaciones del alumnado.
Severus consiguió una gran vista de sus verdosos ojos, porque debido al desconcierto, su poseedora los abrió descomunalmente. Sí, Lily, ella... ella estaba sorprendida de quien fue el primero en hacerla sentir bien por no ser igual a los demás, estaba... oh, Lily se negaría a aceptarlo, pero bien sabía que estaba dolida, dolida por sus palabras.
— ¡Eres un...! — comenzó con furia, acercándose al pelinegro — ¡Tú, Severus Snape, eres...! — no podía controlarse.
El enojo, combinado con la negada aflicción, en ella causaba descontrol. Pensar que las memorias que recordaba con cierto cariño no eran más que hipocresías, le dolía. Y estaba enojada por ello, porque no debía de dolerle ni un solo aspecto de su antigua amistad, más allí se hallaba ella, viéndose afectada por sus palabras y acciones, por ver a un extraño que creyó conocer frente a ella.
— ¿Qué sucede aquí? — Lily no dejó de observar furiosa a Severus, quien, a diferencia de ella, si miró a quien había aparecido.
— ¡No puedo creer que en algún momento fui amigo de un bastardo como tú! — profirió, dando fuertes toques en su pecho.
— Evans... — la mencionada se soltó del intento de agarre, no pararía, ni aunque McGonagall los interrumpiera, ella no se detendría hasta que Severus se retractara de lo que le dijo a Sirius.
Porque su antigua amistad, la aflicción por sus palabras, las memorias que ahora sabía que eran falsas... nada de eso importaba. Al menos, no ahora, no en ese momento. No cuando la verdadera razón de su búsqueda era que admitiera los falsos fundamentos que utilizó en su amenaza. No cuando la verdadera razón de su enfrentamiento era buscar el consuelo que Sirius necesitaría.
No cuando lo que ella ansiaba era conseguir que Severus desmintiera lo que dijo sobre Adha, que admitiera su mentira sobre el cariño que la pelinegra profesaba a Sirius, a ellos... a ella.
— ¡Porque siempre fuiste tú! — el pelinegro volvió su atención en ella — ¡Tú eres el maldito ególatra, el idiota y jodido abusador! ¡Un sin vergüenza que se atrevió a men-...!
— ¡Ya basta, Lily! — la mencionada calló al escucharla.
El tacto que sintió en su brazo la teletransportó a los días en las que ambas se jalaban con delicadeza, riéndose por el juego interno de quién llegaba primero. La llevó a los variados días en los que la rutina se repetía, en los que se refugiaban donde continuamente se reunían, donde se permitían ser ellas mismas.
Se vio así misma engatusada por las memorias, sólo saliendo de ellas cuando el tacto culminó, porque ya la había alejado de Severus, quedando la recordada como una barrera en el medio.
— No sé qué demonios ha sucedido, — expresó, mirándola fijamente — pero esta no es la forma de debatir — indicó, a la espera de una calmada explicación.
— A-Adhara, no es neces-... — su intensa mirada por sobre el hombro hizo callar a Severus.
Y Lily, aún con la anteriormente mencionada mezcla de sentimientos en su sistema, vio en esa acción que no era la única molesta. Vio que, a pesar de lo que Severus dijo, Adhara seguía defendiéndolo como si lo mereciera. Como si... Como si lo que él dijo de verdad... No, no podía caer en conjeturas.
— ¿A pesar de lo que dijo, lo defiendes? — preguntó con dolor, buscando, anhelando, que dijera que su suposición era falsa.
Que la pelinegra no estaba de acuerdo con las palabras usadas por Severus, que no estaba de acuerdo con el hecho de que ella... de que ella no los quería.
Porque ya no iba a confiarse en sus instintos. Lily había aprendido su lección y no volvería a caer en el mismo error. Como en algún momento conversó con Remus, Adhara era completamente impredecible, alguien a quien era imposible describir con una palabra clave. Porque la pelirroja no era conocedora de algún conjunto de letras que la definiera, o tal vez era, que no poseía el suficiente conocimiento de la pelinegra para definirla.
La piel de la serpiente empalideció, sus ojos se abrieron levemente mientras que veían a la pelinegra con alarma. Severus sintió pánico tras cada una de las palabras pronunciadas, y Lily experimentó el mismo temor, cuando, lentamente, Adhara volteó a mirarla.
— ¿Lo qué dijo? — repitió áspera.
No se pronunció palabra, deformando el círculo creado, los espectadores retrocedieron, jalando sutilmente a sus paralizados compañeros, a aquellos congelados por el glacial tono de voz utilizado, pero permaneciendo cerca para seguir escuchando.
— Yo... — Lily balbuceó, retrocediendo inconscientemente por la gran intensidad de sus ojos.
— ¿Y ustedes? — la pelinegra miró con una ceja alzada a los espectadores — ¿Tengo que decir lo que deben de hacer? — los integrantes del pequeño círculo retrocedieron más para luego irse a paso rápido.
— Oh mierda... — había pronunciado uno — Corran, corran, corran — ordenó a dos de sus amigos, llevándoselos lejos de la enojada serpiente.
— Adhara, — aprovechó que estaba espantando a los alumnos
— ¿Qué fue lo que te pedí? — preguntó encarándolo.
— Adha, per-permíteme explicar-carte... — pidió retrocediendo.
— He dicho — su voz demandaba — ¿Qué fue lo que te pedí? — y su mirada exigía respuestas.
— Adhara, escúchame, no es lo que tú crees — fue capaz de hablar sin atragantarse.
— ¿Lo que yo creo? — repitió enojada — ¡Te pedí estrictamente que no hablaras! — el color de las mejillas de la pelirroja desaparecía — Te ordené que no dijeras ni una sola palabra — un pitido resonó en sus oídos, ella no era capaz... Lily no era capaz de escuchar sus propios latidos.
— Esperen... — ambos pelinegros giraron a verla — ¿Entonces es cierto? — el dolor impregnó su pregunta — ¿Lo que les dijo es cierto? — miró directamente a los amarronados ojos, importaba poco la necesidad de desviar la mirada por su intenso enojo, quería respuestas.
Lo que quería encontrar era mentiras, Lily quería encontrar en su mirada negación, quería que ella respondiera sus conjeturas. Lily anhelaba volver a ser espectadora del brillo cariñoso, del cálido sentimiento embriagador, quería ser quien recibiera nuevamente la dulzura que Adhara era capaz de transmitir en solo una mirada. Pero no encontró nada, nada de lo que anhelaba, nada de lo que buscaba. Lo único que hallaba era enojo, era molestia... y cuanto esperaba que tales sentimientos no fueran por su presencia.
Adhara dejó de prestar atención a los verdosos ojos para voltearse hacia Severus, sintiéndose enojada con él por el cambio en la mirada de la leona, sintiéndose furiosa por las palabras mencionadas.
— ¿Les? — repitió — ¿A cuántas personas se lo has dicho? — el pocionista negó.
— Adha, Adha — intentó calmarla — Escúchame, por favor, no es... — la pelinegra negó, sintiéndose traicionada.
— Solo te pedí que te quedaras callado — murmuró enfrentándolo — ¡Una maldita cosa, Severus! ¡Una jodida cosa para dejar tus jodidas palabras en el olvido y tú...! — porque ese fue el silencioso trato que hicieron durante el desayuno.
Y tal parece que el odio que Severus sentía por los leones superaba por creces la importancia que le daba a su amistad.
— ¡Adhara! — Vanity se interpuso entre las serpientes — Detente — la aludida sonrió con burla.
— ¿Me debe de sorprender que ambos hayan actuado a mis espaldas? — a pesar de transmitir enojo, las serpientes eran tan buenas para comprender los siseos, que sintieron el escondido dolor — Ustedes dos son tan para cual... — declaró con decepción.
— Antes de comportarte como una maldita perra, primero verifica si tus razones para serlo son ciertas — dijo Vanity — ¿No fue eso lo que me repetías? — cuestionó — Así que deja de ser una maldita perra, y antes de que digas algo que te arrepientas, mírame — pidió, más su orden sería ignorada por la serpiente.
— ¿A quién más se lo dijiste, Severus? — preguntó pasando de la fémina, causando exasperación en ella.
— ¡Maldita sea Adhara, sólo léeme! — Vanity la alejó del pocionista, forzando a la pelinegra a verla al posicionarse frente a ella.
Un silencio se hizo presente cuando las dos serpientes conectaron. Lily no pudo comprender ni descifrar lo que sucedía, no cuando lo único en lo que era capaz de pensar era que Severus tenía razón. No cuando el único pensamiento que rodeaba su mente era que... era que Adhara ya no los quería, que quien fue su mejor amigo no había hecho uso de palabras vacías como ella creía.
Y en ese silencio, digiriendo tal secreto, se dio cuenta de lo tanto que necesitaba de Adhara. Se dio cuenta de lo mucho que la quería. De la forma en la que profundamente la serpiente había calado en ella, cómo si hubiera echado raíces que rodeaban todo su cuerpo, tal como si fueran sus venas, tan aferradas a su sistema que el sólo pensar en retirarlas la hacía estremecer, la hacía sangrar.
Y sufrió, sufrió al pensar que tendría que hacerlo, porque ella ya no los quería. Porque Adhara ya no la quería. Y... y no la culpaba, oh sabe Godric que no le echaba la culpa por el dolor que experimentaba, no se atrevería a culparla cuando la única responsable del sufrimiento que pasaba era ella. Cuando ella, junto a los demás, le dieron los motivos suficientes para alejarla, para que los detestara.
Sufrió, sufrió tanto... hasta que el silencio dejó de existir.
— ¿Los amenazaste? — incredulidad, en cada una de sus palabras, tal sentimiento se presentaba.
Los tres presentes la miraron con atención, en especial cuando pasó su mano por su cabello, mostrando lo estresada que se hallaba, riéndose con escepticismo.
— Oh... Oh por Merlín — su enojo había desaparecido, lo único que encontraban en ella era desconfianza a lo que realmente sucedía — ¿En serio, te atreviste a amenazarlos?
No podía creerlo, no era capaz de encontrar coherencia a su accionar. Simplemente no quería creerlo, no quería pensar que era cierto lo descubierto, porque... porque sus instintivas palabras la arruinaban, cada maldita palabra empleada destruía lo que ella planeaba.
— Adhara... — dio un paso al frente, negándose a creer que el estrés que veía fuera su culpa — Adhara, por favor... — realmente no sabía que pedía, no tenía ni la menor idea de lo que hacía.
— ¿Y tú? — miró a Vanity — ¿Estuviste de acuerdo con su instintiva acción? ¿Tú, que tanto te quejabas de los leones por ceder a sus instintivas ideas?
Era sabido la existencia de diferentes tipos de dolor. Era sabido que recibir desprecio de parte de una persona a la que amabas tanto era estremecedor. Pero, toda persona que alguna vez lo experimentó sabía que no existía un dolor tan penetrante que ver decepción en la mirada de quien buscabas amor. Y las dos serpientes, las dos personas que se consideraron protectores, aquellos que buscaban su tranquilidad, se vieron derrotados cuando lo hallaron, cuando lo único que ella les dirigía era decepción.
Cuando cayeron en cuenta que se habían equivocado, que causaron más dolor que sanación.
— ¿Qué pasaba por sus cabezas cuando...? — no podía ni siquiera mencionarlo — ¿Cómo se atrevieron? — negó incrédula — ¿Después de lo que discutimos? — miró a su confidente — ¿Es que acaso me escuchaste cuando discutimos? — le cuestionó.
— Adhara... — quería defenderse, quería encontrar las palabras correctas para dejar de ser quien recibiera tal mirada de ella.
— No — lo cortó — No puedo ni siquiera verte — sus palabras lo atormentaron agudamente.
— Adha — la llamó entrecortado, lastimándose más al ver como huía de su contacto.
— Sal de aquí, Severus — ordenó sin mirarlo — Sal de aquí y vete a la sala común.
— Adhara...— esta vez Vanity fue quien intentó hablar.
Pero recibió el mismo castigo que Severus por su acción.
— ¿Quieres arreglar tus jodidas palabras? — cuestionó sabiendo que ganaría un asentimiento — Vete a la sala común y espérame — ordenó nuevamente — Ambos, — indicó mirándolos — y no se atrevan a hacer algo más porque juro que yo haré que se arrepientan.
Bastó tales palabras para que ambas serpientes se marcharan sin decir ni una palabra. Acompañándose, buscando comprensión y soporte, los propiamente denominados compañeros, por su camino volvieron. Caminando a paso lento, ellos del pasillo desapareciendo. Y fue cuando sus sombras no se vieron, que la frustración en un ahogado grito cedió.
Arrugas en sus párpados por la fuerza empleada al cerrarlos, la firmeza en sus manos por la embriagante tensión, su rostro congestionado por el esfuerzo de gritar en silencio.
Los quería, pensaba al pasar su mano bruscamente por su cabello, de verdad quería matarlos. No de una forma literal, claro está. Y es que esos dos eran unas serpientes a las que apreciaba demasiado, tanto que dolía recordarlos. Porque podía comprenderlos, cuantas veces ella había amenazado a unos cuantos por la seguridad de sus pequeñas serpientes. Más nunca había llegado al extremo de mentir para hacer daño a quien amenazaba.
Y ese, era el factor que la decepcionaba.
Porque antes del desayuno, antes de dirigirse nuevamente al despacho del director, habló con Severus para darle una solución concreta a sus diferencias. Para así poder expresar lo que la tenía frustrada, para alivianar su peso al sentirse escuchada. Y él se aprovechó de su confianza, de sus palabras, para inintencionadamente traicionarla.
Y es que Adhara tenía la mala suerte de escoger como amigos a personas que siguen sus instintos sin pensar en las consecuencias. Y hablaba por ambos grupos, por quienes pertenecían a casas distintas que se odiaban.
Se sobresaltó al sentir una mano en su hombro, tan concentrada en sus pensamientos estuvo, que no reconoció a quien se acercó hasta que su cabello rojizo atravesó su campo de visión.
— Evans... — murmuró con rechazo — No quieres ser mi despojo de frustraciones — indicó alejándose de su tacto — Así que amablemente, te pido que te retires — y no estaba siendo irónica.
Realmente, Adhara no deseaba que alguien más pagara el enojo que sentía hacia sus amigos y ella misma. No, no sería capaz de ceder a su frustración, no podía expresar oraciones no merecidas hacia una persona externa del problema, menos si esa persona era la pelirroja.
Volvió a sentir su acercamiento aun cuando le daba la espalda, sabía que era testaruda cuando a un objetivo se ensañaba, más creía que debido a la situación entre ambas la dejaría estar. Y es que Adhara no era capaz de mirarla sin recordar las palabras intercambiadas hace dos semanas, no era capaz de verla sin rememorar la desconfianza y temor que los verdosos ojos transmitieron, no podía, no quería volver a experimentar el mismo dolor de cuando ella la traicionó.
Pero allí se hallaba ella, cediendo al gentil tacto que la obligaba a girarse, perdiéndose en los bondadosos ojos que parecían comprenderla, que le pedían su permiso para llevarla, para acompañarla... Y no hubo necesidad de palabras, no cuando la pelirroja levemente sonrió traviesa, comenzando a jalarla para llevarla por un recorrido que las dos mujeres conocían perfectamente.
Y es que, cuantas veces se entregaron a la misma situación tras la finalización de una clase, o de una tarde de estudio, o simplemente de un escape de sus parejas. Cuantas veces se buscaron para animarse, para compartir opiniones de los acordados libros, para escuchar las quejas sobre el mundo que tenían, para empoderarse y planear una revolución que quedaría como ideas de dos jóvenes unidas. Cuantas veces se habían reunido en tal salón, el mismo que compartieron tras una tensa clase de historia de la magia, donde se quedaron inmersas en su plática que por poco faltaron a la clase que debían atender.
Porque no podía, aunque se esforzara en ignorarla, en alejarse, bien sabía que no podía. Y esa era la razón por la cual le dolía tanto su traición, por la cual se sintió tan destruida tras la revelación de su investigación... Adhara la quería, ella apreciaba a la pelirroja como si fuera una hermana, como si fuera sangre de su sangre. Porque fue la primera leona con la que charló, porque fue la primera con la que hizo una sutil conexión, porque a pesar de no ser tan unidas como lo fue con su castaña, nunca dudó que tendría su apoyo si lo necesitaba...
Y la pelirroja se sentía tan mal por ello, porque era capaz de observar cómo su gentil tacto y consoladora mirada era más que suficiente para hacerla sentir reconfortada, para que olvidara sus disputas y que ansiara volver a los antiguos tiempos donde eran tan solo ellas dos sin discusiones ni traiciones. Se sentía tan mal porque creía que estaba aprovechándose de su decaído semblante, pero internamente sabía que esa no era la verdad, porque lo único que deseaba era desaparecer toda frustración contenida.
Porque fracturó su alma ver el agua reprimida en su mirada.
— Lo siento — murmuró.
Echadas en el pasto, ambas observaban el cielo que juntas invocaron, reconfortándose por tenerse a su lado.
— Adhara... perdón por todo lo que hice — pide, la humedad rodando por sus mejillas — Por lo que dije — el pasto se ve regado por unas saladas gotas de agua — Estaba tan... preocupada, asustada... — no recibía ni una palabra.
Más no lo necesitaba, sabía que Adhara le estaba brindando espacio para que libremente se expresara.
— Pero no por mí, en ningún momento pensé en mí, yo... — cerró sus ojos, luchando por retener las lágrimas — yo solo estaba angustiada por ti, porque todo señalaba que estabas pasando por temas tan... estaba asustada por lo que podría pasarte — confiesa.
Un silencio se hace, uno que es aprovechado por cada una para atender y ordenar sus pensamientos.
— Me sentía tan disconforme conmigo misma al pensar que Marlene tenía razón y que tu estabas involucrándote con ya sabes quién, que estabas siendo de alguna forma influenciada por alguien y no podía hacer nada para detenerlo porque... porque ridículamente pensé que ya no confiabas en nosotros, que ya no éramos importantes para ti... que yo ya no era... ya no era suficiente, que ya no era una buena amiga — y eso la asustó.
Porque tenía amistades, pero ninguna se comparaba con la que ella le otorgó, ninguna se sentía tan... tan bien...
— Estaba siendo tan... tonta por decidir buscar repuestas a tus espaldas solo... solo porque me sentía insegura al no saber cómo ayudarte si no tenía conocimiento de lo que sucedía — de hecho, ella seguía sintiéndose tonta — Y sé que es una estúpida razón, sé que lo es, pero estaba tan aterrada de ofrecerte un hombro y no saber que decir para reconfortarte... que tomé una decisión de la que me arrepiento a horrores, de la que comprendí que estuvo mal porque... — cerro sus ojos.
No podía creer hasta qué punto tuvo que llegar para comprender que sus acciones fueron erróneas, estaba tan decepcionada de sí misma por lo que hizo, sentía un completo desagrado a su anterior comportamiento... ella sabía, ella sabía que no era merecedora de su perdón, pero aun así... aun si tomaba tiempo... aun si debía de sufrir en silencio... se convertiría en merecedora de su absolución.
— Porque tu saliste lastimada, pero te juro... — ansiaba que confiara en su palabra — Adha, por favor, créeme cuando te digo que yo nunca quise... yo nunca tuve la intención de lastimarte. Y me arrepiento tanto — declaró sincera — Estoy tan apenada de las acciones que tomé y yo... yo sólo quisiera que me perdonaras Adha, de verdad lo siento tanto... sé que, sé que no merezco serlo, pero yo...
Calló.
Calló al sentir el ligero agarre en su mano. Calló al ver como sus dedos se entrelazaban. Era suficiente, el pequeño gesto era suficiente para ella. Apretó la unión en el momento en que sollozó. No era necesario que hablara, no lo era. Ambas voltearon a mirarse sin separar el agarre de sus manos, encontrando la mirada que tanto anhelaron ver ese día hace dos semanas.
— Lo siento — susurró de nuevo, la culpa que sentía era abrumador, tan intenso que creía la sofocaría.
— ¿Sabes? — susurró analizándola — Nunca creía que sería tan importante como para que te sonrojaras después de una larga declaración — la burla en sus palabras la hicieron sentir más sofocada.
Y ahora sabía que era por la característica que solo Adhara llegó a notar de sus mejillas, las mismas que siempre tomaban color tras cada palabra que decía durante la participación de una clase, tras cada debate intenso que la apasionaba. La misma característica por las que recibió el apodo que con tanto cariño Adhara le dedicaba.
— Y allí esta nuevamente mi tomatito — susurró.
— Te odio tanto — expresó riéndose entre sollozos.
— No, no lo haces — y cuánta razón tenía.
Oh, cuanto quería abrazarla, más no la iba a presionar. Ella sabía que, si Adhara no había decidido dar el paso, era porque no se sentía preparada. Y Lily nunca más volvería a presionarla, no volvería a ser tan intensa para obtener lo que aún no necesitaba tener.
Por lo que se quedó a su lado, siendo el astro que necesitaba, siendo el sol que rompiera con las leyes pautadas para permitir a la luna descansar, permitiéndole que expresara lo que tenía permitido dar, sin obligarla a decir más. Sólo se quedó a su lado, escuchándola como, en su momento, debió hacerlo.
°•°(...)°•°
El sonido de los pasos era lo que, durante aproximadamente una hora, había escuchado sin detenerse. En la sala común solo se hallaban ellos, la hora del almuerzo había comenzado desde hace ya varios minutos y el hambre era lo suficiente intenso para que ningún alumno estuviera dispuesto a perderse tal comida. Con su ida, causó más ansias en la serpiente. Muy al contrario, quien lo acompañaba se hallaba en calma o aparentaba estarlo. Estresada por el repiqueteo de sus pasos, que no tenían intención de culminar.
— ¿Puedes parar de dar vueltas por la sala común, Snape? — su pregunta sonó más como una orden.
— ¿Por qué se demora tanto? — preguntó este, ignorando lo que su compañera le pedía.
Vanity rodó los ojos, el nerviosismo de Snape causaba que sus nervios escondidos se alteraran.
— De seguro está en alguno de sus lugares secretos — comentó sonriendo para sí misma — Ya sabes, planeando la forma de matarnos por lo que le dijiste a sus preciados leones sin dejar rastros — soltó irónica, sintiéndose tranquila cuando el repiqueteo de sus pasos se detuvo.
— No es gracioso — mencionó, acercándose a ella.
— Eso es porque no has visto tu expresión, Snape — señaló burlona.
— ¿Y si algo le ha pasado? — pregunta — ¿Y si la han atacado?
— ¿Estamos hablando de la misma Adhara, cierto? — cuestiona escéptica — ¿De la misma Adhara que varios respetan porque salió viva de un enfrentamiento contra el señor tenebroso? ¿De esa Adhara? ¿De la que ahuyentó a un grupo de chismosos con solo un par de palabras hace unas horas?
— No era necesario la ironía — Severus rodó los ojos, bufando, antes de sentarse a su lado.
Parecía... exhausto, más que ello, preocupado. Vanity nunca había observado su ceño fruncido tan pronunciado, ni siquiera cuando hablaron de la deplorable situación en la que Adhara se metió cuando terminó con su idiota pelinegro. Esta vez, la preocupación era mucho más intensa que en esos momentos. Podía sentir como el miedo se expandía en su cuerpo, pensando en las una y mil formas en las que su apreciada amiga podría dejar de serlo.
Y aunque no debía, Vanity sentía la necesidad de tranquilizarlo, porque era una completa ridiculez pensar que alguien como Adhara decidiera abandonarlo.
— No deberías de angustiarte, Snape — comentó dejando de mirarlo — De la misma forma en la que ellos son importantes, tú también lo eres.
— Pero yo... — negó en un suspiro — Hay ocasiones en las que mis... impulsos me ganan y digo cosas que no debería — suspiró.
Las palabras que usó en su discusión fueron evocadas, Severus se arrepentía de varias acusaciones dichas, no tanto por si eran o no reales, sino por el efecto que tuvo en Adhara. Sabía que se equivocó, que en cierto momento si dijo, lo que podría denominarse, horrores. Y a pesar de ello, ella le brindó una oportunidad que desecho. Una que él olvidó, cuando pensó que amenazar a los leones para que ya no le causaran más daño era una buena idea.
Contrario a lo que esperaba, ahora fue él quien la traicionó.
— ¿Sabes por qué nunca arremetió en contra de quienes le echaron pintura encima? — el abrupto cambio de tema llamó la atención del pocionista — Porque ella no juzga el acto como tal, ella juzga las intenciones — explica — E hizo lo mismo cuando, ambos sabemos que no es mentira, varios de sus conocidos obtuvieron la marca — asintió, sabiendo que tenía razón — Adhara para muchos es impredecible, incluso para nosotros que conocemos sus más débiles facetas — menciona, viendo sin ver el techo, comenzando a perderse en sus pensamientos — No obstante, de lo que estoy segura, es que nunca decide sin conocer, sin olvidarse para ver a través de los ojos de la otra persona.
Y muy bien Vanity lo sabía, fue esa una de las razones por las cuales llamaba a Adhara su amiga. La pelinegra nunca la juzgo, ni siquiera por lo que sus más cercanos conocidos le decían que era, ella se tomó el tiempo de primero conocerla, de enterarse, con su debido permiso, las razones de sus actos y personalidad, para así, recién dar un juicio.
Porque de no ser así, de ser alguien que se llevara solo por lo que escucha y ve, Vanity sabía que ahora estaría ahogada gracias a sus tan queridos padres.
— No te voy a mentir, es muy probable que esté furiosa con nosotros, pensando en usar su veneno por defender a esos idiotas — sale de sus pensamientos — Pero está tomándose su tiempo, porque quiere comprender nuestras razones, nuestras intenciones — volteó a verlo, encontrándose con la sorpresa de que Severus ya la miraba — Además, tú no tendrías de qué preocuparte — fastidió, empujándolo levemente — Desde que entró al castillo no existió día en el que no se les veía juntos — el pelinegro negó con una diminuta sonrisa.
¿Cómo no la vio antes? Se preguntaba, más la respuesta no tendría importancia. No ahora que la tenía a su lado para ad... para mirarla.
— Oh, no te atrevas a contradecirme, Snape — musitó antes de que pronunciara palabra — Sabes muy bien que es cierto, ustedes iban de aquí para allá, leyendo libros simultáneamente, cada vez que tenían un tiempo libre.
Severus río, reconociendo lo dicho como cierto. Por su parte, Vanity sonrió orgullosa de sí misma, sintiendo satisfacción al ver que su intento por relajar y alegrar un poco a su compañero había sido todo un exitosa.
— ¿Sabes? A veces intento imaginarme cómo sería Hogwarts si Adhara no hubiera entrado en tercer año — menciona como si no fuera la cosa, y para su sorpresa, su compañera asiente concordando con su idea.
— Lo más probable es que seguirías siendo el amargado Severus de primer año — molesta, recordando a ese pequeño pelinegro de cabello graso que se alejaba de todos a excepción de cierta leona.
— Qué graciosa — musita con falsa diversión, Vanity solo le sonríe socarrona.
— ¿La verdad? Es que tal vez hubiéramos sido meramente conocidos — se encoge de hombres — Y posiblemente no hubiera entrado al equipo — murmura para sí.
— No lo creo — niega de inmediato — Eres una increíble cazadora, lo más probable es que hubieras sido la capitana del equipo — señala, concentrándose en su mirada.
— Se vale soñar — musita ella, también concentrándose en su contrario.
— ¿Sabes? Creo que posiblemente hubiéramos seguido siendo compañeros — musita, imaginándose la situación — Más que nada, pareja en pociones.
— Y tal vez algo más, ¿no es así? — cuestiona con cierta diversión — Porque ciertamente, recuerdo que tenemos una conversación pendiente — y realmente, no es necesario que Severus pregunte a qué es lo que se refiere, porque muy bien sabe él lo que debe de hacer.
— ¿Es posible, Señorita Vanity...? — comienza con cierta formalidad que causa diversión en la mencionada — ¿...que me permita ser su pareja en esta ceremonia de egreso? Y de ser no la respuesta, ¿al menos, de concederme el honor de una pieza de baile? — termina de preguntar, esperando atentamente la respuesta de la fémina a su lado, quien aparenta considerar su petición.
— Demasiado adulador y formal para mi gusto — comenta, logrando una pequeña y divertida sonrisa en Severus — Pero a vista de su buena intención, le concederé el placer de escoltarme en esta ceremonia — contesta, siguiéndole el juego de la formalidad.
— Pero qué afortunado soy — revela con sarcasmo, ganándose una exclamación de fingida indignación de Vanity.
Ambos ríen ligeramente, tan concentrados en su propia conversación, que ignoraron de sobremanera el sutil sonido de la puerta cerrarse de su sala común. Más viéndose tan conectados, era imposible interrumpir el momento que, a pesar de sus recientes acciones, ambos merecían tras las decepciones sufridas.
— Y ustedes decían no soportarse — canturreó una vez que ambas serpientes se separaron sin borrar la sonrisa de su rostro, volviendo a concentrarse en sus antiguas acciones.
— ¿A-Adha? — la femenina figura comienza a aparecer en el sillón frente suyo — ¿Desde cuándo...? — no puede terminar de hablar al ver la burlona sonrisa de la pelinegra, sintiendo un extraño calor en sus mejillas al que no estaba acostumbrada.
— Unos segundos — se encogió de hombros con una sonrisa — Pero ambos saben que detesto interrumpir escenas — Y claramente lo hacía, ¿cómo no, cuando bien ella conocía el sentimiento de ser interrumpida?
— Nosotros no teníamos ninguna... — la pelinegra alzó una ceja con diversión, retándola a que terminara la frase sin mentiras — Olvídalo — rodó sus ojos, sintiendo nuevamente el incómodo calor en sus mejillas.
Adhara negó aún manteniendo su ligera sonrisa. Le alegraba, no podía mentir, de verdad le alegraba que encontraran a una persona de confianza. Porque, aunque lo negaran, ella los conocía. Por un motivo los presentó ¿cierto? Tal vez no en la más adecuada situación, claro está, pero ella los junto, y no lo hubiera hecho si no supiera las posibles consecuencias de su unión.
Quedaron en silencio, los tres recayendo que, a pesar del breve, pero ameno, momento, debían de iniciar el asunto por el cual eran las únicas serpientes que faltaban en el almuerzo.
— He intentado, de verdad, he intentado comprenderlos... — comienza ella, paseando su mirada en sus dos confidentes — Pero no encuentro razones que justifiquen su traición. Ninguna a excepción del odio y resentimiento que les tienen — confiesa, sin dejar de examinarlos — Y esa, por más que sea una razón para ustedes, no lo es para mí. No cuando soy usada en mentiras para lastimar a personas que, como te mencioné, Severus, cariño aún les profeso — el aludido asiente, reconociendo lo dicho por su amiga.
Adhara suspira, retomando aliento para seguir.
— Porque es imposible lo que me piden, es imposible que pueda olvidarlos o dejar de quererlos de un día a otro. Más de la misma forma en que no puedo hacerlo con ellos, tampoco puedo hacerlo con ustedes — ambas serpientes levantan su mirada, ya que la habían tenido baja, confrontándola con una leve ilusión creciendo en sus pechos — Porque no tengo preferencias, no me importa de qué casa o colegio sean, ustedes son mis amigos — declara.
Esperando que, de una vez, tal afirmación quedara grabado en sus cabezas.
— Y lo que más... — niega intentando conservar la calma, intentando calmar sus sentimientos — Lo que me decepciona, es que a sabiendas del dolor que me provocó su traición, no dudaron en hacer lo mismo al amenazarlos — dejó de mirar a ambos para concentrarse en su amiga — Porque a pesar de no haber participado, tampoco hiciste el amago de frenarlo — la fémina asintió, reconociendo su acción — Entonces, ahora, les doy la oportunidad, de por lo que más quiera Salazar, explicarme qué los llevo a traicionarme — puntualizó — Porque al igual que pienso escucharlos, también quiero oírlos a ustedes — finalizó.
El trio de serpientes entró nuevamente en silencio, una esperando con ansias, y esperanza, que alguno de los dos hablara, que alguno de los dos tuviera el valor de afrontarla, de buscar el perdón que sabía muy bien, anhelaban. Pero ninguno de ellos dos parecía querer hablar, mudos por la inseguridad de equivocarse al justificarse, optan por mantener un silencio hasta encontrar apoyo en su compañero.
Los minutos pasan, el silencio nunca abandonó la sala, y con ello, la desesperanza recae en Adhara. Quien, completamente desilusionada, suspira, dispuesta a dejarlos hasta el momento en que ellos decidieran aprovechar la oportunidad que le estaba ofreciendo.
— Queríamos protegerte — escucha el murmullo a sus espaldas — Queríamos... — una mano lo sostiene, dándole el apoyo que necesita.
— Queríamos que dejaras de sufrir por esos leones — y más que apoyo, la ayuda de afrontar las consecuencias del error que ambos cometieron — No estábamos pensando con claridad, ciertamente, podríamos decir que fue el odio y resentimiento el que nos cegó — musita.
— Pero te estaríamos mintiendo, o en cierta parte lo estaríamos haciendo — confiesa — No lo hicimos netamente por lo que sentíamos hacia los leones, lo hicimos porque nosotros te queremos, por el cariño que te profesamos... — no es capaz de continuar, no al saber que no tenía el valor necesario para confesar.
— Por el mismo que nos incitó a darte apoyo, a consolarte, a estar para ti cuando esos tontos te dejaron destrozada — pero no es necesario, no cuando tiene de compañera a quien si es capaz de declarar.
— No queríamos que pasaras por lo mismo, esa jamás fue ni será nuestra intención — revela, sintiéndose contagiado por el valor de su compañera — Sólo queríamos ahorrarte más disgustos que esos leones podrían provocarte.
— El asegurarnos que se alejaran de ti, sería la equivalencia, de que no tendrías que volver a sufrir por ellos, por él — menciona, siendo consciente que la significativa razón de la gran parte de su decaído semblante era por él.
— Sólo queríamos brindarte la calma que mereces en estos últimos días, la tranquilidad que necesitas después de todo el estrés y dolor al que te has enfrentado en estos últimos meses — más que ello, a que tuviera la paz antes de involucrarse directamente en la guerra que fuera del castillo les aguardaba.
— Sentimos nuestras acciones, lo hacemos por las consecuencias sentimentales que afectaron tu persona, pero... — esta vez se detiene, apretando su mano para que él continuara.
— Pero, aunque esto te desilusione, no nos interesa ni un poco lo que esos leones sintieron por nuestras acciones — declara, aun sabiendo que podría perder su amistad, hablaría con sinceridad.
— Nuestra prioridad eras tú, asegurarnos de tu bienestar — manifiesta, llenándose de valor para dejar de darle la espalda.
— Y verdaderamente, en estos momentos... — se detiene unos segundos, para imitar su acción — Ellos sólo afectan todos los aspectos de tu salud — menciona directamente hacia ella, enfrentando su amarronada mirada.
— Y de la misma forma, también son los causantes de mi tranquilidad — ella añade, acercándose a ellos — Los quiero, puedo admitir que llegué a amarlos, pero tras sus acciones, el sentimiento que les profesaba se vio disminuido. No obstante, eso no evita, no detiene, que cada vez que los veo felices, seguros, me sienta tranquila y hasta contagiada de su alegría — confiesa, deteniéndose a unos pasos de sus confidentes — Y ustedes solo han podido complicar la situación, aunque comprendo sus motivos, no puedo mentirles y decirles que la acción de ser usada para sus fines no me decepciona — ambos asienten, comprendiendo que ese hecho sería difícil de reparar — Pero en comparación con ellos, ustedes en todo momento pensaron en mi persona, y por ende, no puedo dejar de amarlos como lo hago — declara — Los perdono, puede ser cierto que tenga preferencias, pero por muy lejos serán ellos los favorecidos cuando son ustedes quienes jamás dudaron de mi persona — la tensión en ambas serpientes se disipó al sentir nuevamente la calidez en su mirada.
Tomo un breve momento, uno en el que se sintieron en calma antes de que Adhara volviera a hablar.
— Soy una persona, una muy sentimental, como sabrán — dice con claridad — Han sido espectadores de uno de mis muy bajos momentos, una en donde de verdad desee desaparecer por el dolor que me embriagó — relató sin titubeos — Pero de la misma forma en la que puedo sufrir, puedo ser lo suficientemente fuerte para salir de este problema que me destruye, por mi propia cuenta — remarca la oración — Agradezco de sobremanera sus cuidados, estoy de verdad agradecida con que me hayan apoyado y consolado. Pero en lo que respecta a protegerme, en lo que respecta a solucionar mis problemas, siempre he dejado en claro que puedo encargarme de mis asuntos — las dos serpientes asienten — Los necesité, es cierto, pero eso no quiere decir que dependa de ustedes — y eso ellos debían de comprenderlo — Los perdono, no obstante, y tras este conflicto, espero que comprendan que soy capaz de solucionar mis propios asuntos, incluyendo, el encargarme de ellos.
Vanity y Severus comparten miradas antes de asentir, respetando la decisión de su amiga, aunque desearan refutarla.
Porque sí, conocían desde la más baja faceta hasta la más dura y firme de Adhara. Sin embargo, tal conocimiento no evitaba, que dentro suyo, quisieran esconderla del dolor que podía nuevamente derribarla. Ya que aún a sabiendas de que ella poseía un mayor coraje para volver a pararse del que ellos podrían presumir, sentían la necesidad de protegerla. Pero a pesar de sus deseos, se prometieron internamente, que jamás volverían a ir en contra de su persona.
— Y, sobre todo, — menciona una vez que ve la aceptación en sus ojos — espero que de la misma forma en que comprendo sus acciones, puedan comprender las mías — señala.
La duda se hace presente en la pelinegra al no recibir una respuesta, sintiéndose completamente contrariada hasta que siente el par de brazos de su amiga rodearla. Lo acepta, con emoción lo hace, porque fuera de los consuelos brindados, Vanity era de aquellas que detestaban el afecto mostrado en físico.
Y una vez que se aleja de ella, no tienen que siquiera hablar para volver a refugiarse en los brazos de su amado mejor amigo, de quien fue y siempre será la persona que más la ayudó a sobrellevar su dolor, quien nunca la abandonó.
Se toma su tiempo, capturando el sentimiento y el recuerdo, guardándolo como uno agrio, a su vez que dulce, momento. Y una vez separados, las sonrisas sinceras son difíciles de ocultar, aún más, cuando ninguno tiene dificultad de demostrar su sentir.
— Ahora — menciona tras mirar la hora — Debo retirarme — indicó, ambas serpientes asintieron
— ¿Puedo saber a dónde? — cuestionó con cuidado, porque a pesar de que fueron perdonados, inseguro de arruinar el momento se hallaba.
La pelinegra sonrió de lado, otorgándole una extraña mirada.
— No son los únicos con los que debo hablar — musita, antes de abandonar la sala común.
°•°(...)°•°
La mesa de los leones rebosaba de alegrías. Desde los estudiantes de grados menores hasta los mayores, sonrientes se hallaban de compartir la cena en compañía de sus amigos, relajándose después de los tediosos días llenos de estrés por las últimas evaluaciones correspondientes. Más ahora, siendo el último fin de semana que estarían en el castillo, tan sólo quedaba disfrutar de la magnífica estancia en el mágico colegio.
O al menos, ese era el plan de tres leonas antes de que un cuarteto, muy conocido por el colegio, entró buscando con desesperación a una de sus integrantes.
— ¡Lily, Lily Evans! — el grito llamó la atención — ¡Oh por Merlín, Lily Flor! — exclamó al llegar con ella, siendo seguido de sus amigos quienes comenzaron a examinarla.
— ¿Qué está...? — fue callada por el repentino abrazo de un James sudado.
— ¿Dónde estabas? — cuestionó una vez que se separó — ¡Te hemos buscado por todo el castillo! — exageró, tomando asiento a su lado — ¡Hasta utilizamos el mapa, pero no pudimos encontrarte! ¿Por qué Hogwarts debe de tener tantos estudiantes? — se quejó el miope.
— En cuanto saliste de la biblioteca, salimos a buscarlo — Remus comenzó a contar, dándole el contexto que sus verdosos ojos pedían.
— Al encontrarlo, los rumores de que una batalla estaba surgiendo entre las serpientes y tu ya se habían esparcido — siguió Peter, mirando fijamente a la pelirroja con la esperanza de no encontrar ninguna herida.
— Entró en pánico cuando llegamos al lugar indicado y no te vimos — relató Sirius, sin dejar de observarla — Comenzamos a buscarte por todo el castillo. Todo. El. Maldito. Castillo — repitió enfatizando cada palabra — ¿Estás bien pelirroja? ¿No te sucedió nada? — preguntó con preocupación.
— Estoy bien — murmuró, sintiéndose afortunada de tener a esos cuatro de amigos.
— ¿Estás completamente segura de ello? — preguntó James, sin parar de revisarla — No te atrevas a mentirnos, si Quejicus te hizo algo... — la sonrisa de la pelirroja bastó para silenciar, y de paso atontar, al Potter.
— Después de nuestra... discusión, — mencionó sin intención de ahondar más en el tema — busqué un lugar para destensarme — explicó.
Y estaba diciendo la verdad.
O bueno, una verdad a medias.
El asunto era que no podía decirles lo que realmente hizo, no cuando ella misma le pidió que no dijera nada. Y, por más que tenía ganas de contarles a los demás que tenían posibilidades de arreglar su situación, de dejar de sentir la miseria de haber arruinado su amistad, Lily ya no incumpliría con ninguna de las palabras brindadas, aunque no les encontrara sentido. Porque ella otorgó su lealtad, por más que significara mentir a quienes amaba.
— Pero ¿Estás segura...? — Peter comenzó.
— ¿...cien por ciento segura...? — Remus se le unió.
— ¿...muy, pero muy segura...? — Sirius no se hizo esperar.
— ¿...de que estas enteramente, completamente...? — James tomó su mano.
— ¿...bien? — cuestionaron los cuatro al mismo tiempo, pendientes de su accionar.
Sin embargo, cuando estuvo a punto de hablar, una fingida tos, que conocían muy bien, interrumpió su investigación y aseguramiento de su estado físico — y lo más probable, también sentimental — actual.
— Jóvenes — saludó al conseguir su atención.
— Profesora McGonagall — devolvieron el saludo las chicas.
— Minnie — correspondieron con traviesas sonrisas los chicos.
— Profesora McGonagall, joven Potter, Pettigrew, Lupin, Black — resondró con severidad.
— Sabe bien que es Minnie para nosotros — sonrió James.
— Sus estudiantes preferidos — especificó en un canturreó, Sirius.
La mayor suspiró con resignación, antes de retomar su postura y centrarse en solo uno de los integrantes del grupo que se hacían llamar "los merodeadores".
— Joven Lupin — el mencionado la miró con atención — Si pudiera hacer el favor de acompañarme, se lo agradecería — indicó, causando conmoción en el nombrado.
Una conmoción que los conocedores de su pequeño problema peludo no pasaron por alto, alarmándose de la misma forma que su amigo, pero ocultándolo con la finalidad de no asustarlo más.
— ¿Pero por qué siempre es Remus, Minnie? — se quejó el pelinegro.
— ¡Sirius tiene razón! — James coincidió — Es totalmente injusto que Remus siempre se lleve toda su atención — indicó con indignación.
— ¿No ve que si se lleva a uno tiene que llevarnos a todos? — Peter preguntó, uniéndose a sus amigos.
— ¡Somos una sola persona en cuatro cuerpos distintos! — exclamaron, logrando con una rapidez indescriptible, posicionarse al lado del de cicatrices.
— Lo espero en mi oficina, joven Lupin — fue lo único que dijo antes de retirarse.
— ¡Querrá decir los espero en mi oficina, Minnie querida! — exclamó Sirius con una sonrisa, antes de sentarse y ponerse serio mirando a su grupo de amigos.
— ¿Qué haremos? — cuestionó colagusano.
— ¿Tal vez mi capa, genios? — indagó cornamenta.
— La dejaste en nuestra habitación por tu desesperación en búsqueda de la pelirroja — canuto le hizo recordar — A menos que colagusano vaya y regrese en tiempo récord, no podremos acompañarlo.
— Hagamos una pelea de comida y asunto solucionado — dio la idea — Tendrá que llevarnos a los cuatro a la fuerza.
— ¿Chicos? — los tres voltearon a verla.
— ¿Si, Alice? — preguntaron los tres.
— Remus acaba de irse — los merodeadores restantes voltearon a ver donde se supone que se hallaba la mente maestra de la gran mayoría de sus bromas.
— ¡Uno preocupándose y nos abandona! — se quejaron.
— ¡Y no nos avisaste! — señaló con dolor a la pelirroja, quien tomaba de su té con una leve sonrisa.
— Él me lo pidió — se encogió de hombros divertida por la situación.
— ¡A eso se le llama preferencia, peli-peli! ¡Y pensé que yo era tu preferido! — fingió llorar.
— No — negó con una sonrisa que ocultaba diversión por lo que diría — Ese lo es Sirius — el nombrado la vio con una sorpresivamente alegre mirada.
— ¡Y a eso se le llama traición! — siguió lloriqueando el castaño, causando las risas de sus allegados.
Risas que no sería compartidas por el merodeador que abandonó el gran comedor, puesto que este, tenso como nunca en su vida se sintió, se encaminó hacia la oficina de la jefa de su casa
No debía de ser un genio para saber de lo que iban a hablar. ¿Y si no le permitían asistir a la ceremonia por el ataque? ¿Y si, después de tantos años, por fin reaccionaron y decidieron que era un peligro para los estudiantes y la comunidad mágica en sí? ¿Y sí...?
Las dudas lo consumieron tanto, que cuando llegó a la puerta, sus manos temblaron al tomar del manubrio.
Entró con los vellos en punta.
Se encontró con la vista de su profesora sentada en su escritorio, revisando algunos pergaminos con una atenta mirada. Tras cada paso que daba para tomar asiento en la silla frente a su escritorio, Remus sentía que colapsaba, en especial, cuando la mayor levantó su mirada al sentir su presencia.
— Profesora... — Remus parpadeó, creyendo que veía una alucinación — ¿Adhara? — cuestionó al verla, dejando de aparentar ser su jefa de casa.
— ¿Profesora Adhara? — repitió ella con una sonrisa, sentándose cómodamente en el asiento de McGonagall — Suena bien, aunque nunca lo había pensado... — murmuró para sí misma, antes de indicarle con su mano que tomara asiento como tenía planeado — Pero considero que te quedaría mejor a ti, ¿no lo crees? — el mencionado acató su pedido aún sin comprender lo que sucedía — Profesor Lupin, temo que debemos debatir sobre ciertos asuntos que compromete sus salidas nocturnas — a pesar de que fue pronunciado con diversión, el de cicatrices palideció al oírla.
La pelinegra frunció su ceño al ver su reacción, preocupada al verificar que no fue su mejor elección de palabras.
— No quise... — no, no era su intención hacerlo sentir mal, tan sólo quería asegurarse de que no se culpara por "la broma".
— Lo siento tanto, Ad — confesó antes de que ella terminara de hablar — Yo no sabía... te juro que no tomé de la poción, no fue intencional... — balbuceó con rapidez, delatando la desesperación que se manifestaba por disculparse, por hacerle saber lo culpable que se sentía debido a lo sucedido bajo la luz de la luna llena — No quise herirte, sabes que jamás lo haría... ese día, las pociones... después de ver a Snape, yo... — negó sin atreverse a mirarla.
Porque al verla recordaba las vendas con sangre de la enfermería. Rememoraba la angustia que creció al recordar el atentado. La culpa que emergió al saber que la había atacado.
— Te dije que era un... yo soy un... — monstruo, eso es lo que era.
Era un monstruo, uno que atacaba a sus amigos, uno que los exponía en peligro, uno que casi los había asesinado. Uno que por poco y la mataba. ¿Qué diferencia existía entre los otros como él y su persona? Nada, no había diferencia alguna porque era igual de capaz de matar como ellos, él era uno de ellos. Él... él...
— Remus John Lupin — la severidad de su voz detuvo todas sus acciones.
Los temblores pararon, su respiración agitada se contuvo, sus pensamientos donde se denigraba desaparecieron y su mirada dejó de estar pérdida para enfocarse en la persona que se posicionó frente a él.
— Tú no eres ni serás un monstruo — declaró con solidez — Lo que sucedió durante la luna llena no es tu culpa — se sintió agradecido por no ver repulsión en su mirada — Jamás serás culpable de tus acciones al ser un licántropo, — garantizó, tomando su rostro en sus manos para que la mirara — menos cuando este fue retenido por varias noches.
— Pero yo... — no merecía sus palabras, no cuando la había atacado.
Tampoco su mirada, del amarronado consuelo que le brindaba. No era merecedor de su tacto, del cariño que le otorgaba. No era merecedor de nada, no lo era cuando le dio la espalda.
— Pero nada — cortó — No eres como ellos, porque cuando tenías consciencia durante las lunas llenas, no escapaste de la casa de los gritos para morder a personas — le recordó — A comparación de ellos, el pensamiento de atacar y condenar a otros te parece aborrecible.
— Pero si me dejo llevar por mis instintos días anteriores — menciona, su mente evocando las memorias de la agresividad de sus palabras.
— Y eso no te convierte en un monstruo, ¿sabes por qué? — el mencionado negó — Porque los monstruos no sienten culpa, no se atormentan por remordimientos.
Oh, pero el ataque de la luna llena no era el único remordimiento que el licántropo presentaba. Y de los que poseía no existía escapatoria alguna, no existía excusa que lo independizara de ellos, porque fue consciente en cada decisión que tomó... Que tomó a la hora de traicionarla. A la hora de investigarla. A la hora de...
A la hora de atacarla por la espalda.
— Adha... — el cambio de su mirada fue notorio.
Sus manos se alejaron, ella misma retrocedió unos cuantos pasos. Remus sintió un vacío, sintió un dolor por verla alejarse de él como si... como si fuera a atacarla nuevamente. Porque, aunque no vio temor en su mirada, encontró el dolor en sus ojos. Oh, cómo quería ser poseedor de algún giratiempo, ser capaz de regresar a las mañanas donde ellos charlaban, donde la confianza no estaba destrozada.
— Soy culpable — admitió — Soy culpable y merezco tu repulsión ante las decisiones donde te viste investigada, engañada, atacada y traicionada — no bajó su mirada, no podía hacerlo.
A principios del curso comprendió que no podía temerle, porque no existía motivo para hacerlo, no cuando era ella la que debía de sentir miedo por perdonarlo nuevamente, por perdonarlo a sabiendas que existía una gran probabilidad de volver a errar. Debía de afrontar sus equivocaciones, debía de afrontarlos y demostrar el arrepentimiento que sentía por ellos. Sincerarse. No ocultarle nada y sincerarse, seguir sus instintos y no sus planes.
— Pero aún a sabiendas que no soy merecedor de siquiera tu compañía, vengo a pedirte nuevamente tu perdón — confesó, pellizcando su muslo por los nervios — Estoy terriblemente arrepentido de las decisiones que tomé, de las que decidí ser parte por ceder a la incertidumbre que crecía en mí al verte en situaciones sospechosas — revelaría todo, no escondería ninguno de sus sentimientos — Porque fui cegado por la curiosidad, me dejé llevar por las palabas que decían los demás, me dejé convencer por las opiniones de McKinnon, y quiero que sepas que siento repulsión por la forma en la que actúe, por la forma en la que accedí a... — no era capaz de pronunciarlo, no lo era por el odio que sentía cada vez que lo recordaba.
Pero si quería... si se esmeraba... si de verdad deseaba su perdón, debía de ser franco, sincero en cada una de sus palabras.
— En la que accedí a traicionarte — dijo, pero aún le faltaba expulsar un pecado más, aún faltaba confesarle su mayor remordimiento — Y... Y de verdad ansío tu perdón, pero respeto que eres poseedora de tomar tu decisión. Es por eso... — tomó aire.
No debía entrecortarse, no debía temblar ni de sucumbir a una tristeza que no merecía sentir porque no era él quien fue...
— Es por ello... que te confieso que yo fui uno de los que te atacó por la espalda ese día — reveló, desesperándose al no ver ni un gesto que pudiera interpretar — No sé en qué estaba pensando, tal vez en que hacía lo correcto, tal vez que lo estaba haciendo para asegurarme de lo que creía... La verdad es, que sea el pensamiento, ninguno justifica mi ataque — nada lo hacía, nada justificaría su cobardía — Fui un estólido... un completo idiota al atreverme a desconfiar de tu persona después de lo que hiciste por mí, por ello quiero que sepas que, sea la decisión tomada... Si decides perdonarme, o no, cumpliré con tus respectivos pedidos, ya sea respetar tu espacio, alejarme o... o no volver a hablarte, porque no soy merecedor de tu perdón, aunque lo ansíe desesperadamente, no merezco siquiera... — mirarte.
Y dejó de hacerlo, no fue capaz de seguirla mirando porque ella se acercó hacia él, encorvándose lo necesario, para abrazarlo.
Remus se sintió tan afortunado, se sintió tan reconfortado al tenerla en sus brazos. ¿Necesidad de palabras? No, no existía, no cuando sus gestos siempre hablaban más por ella. Se paró de su asiento, en un intento de que su espalda no le doliera por la posición forzada. Y viendo la posibilidad, la abrazó con esmero, una que se debilitó cuando la escuchó pronunciar lo que ansiaba en contra de su pecho.
— ¿De... de verdad? — se separó por la sorpresa — ¿Aun... aun cuando yo...? — nuevamente sintió sus manos en su rostro, secando las lágrimas que desconocía.
— Quedamos nosotros — murmuró, sonriéndole levemente.
— Y estaremos para el otro, — siguió, recordando sus palabras — ¿hasta el final? — dudó.
Hubo un silencio. Uno en el que Adhara se tomó su tiempo para asentir, antes de pronunciar:
— Hasta el final, Remus — concordó ella, y el licántropo no pudo hacer otra cosa más que volverla a abrazar sollozando de felicidad.
Porque obteniendo su perdón, porque sabiendo que las cosas podían repararse, porque reconociendo que daría su esfuerzo para cumplir con lo pactado, Remus se sintió puro al ser perdonado.
°•°(...)°•°
Durante todo el sábado, las ansias carcomieron a los estudiantes de séptimo. Disfrutando de últimos paseos y charlas por el castillo, escuchando las últimas palabras compartidas con sus profesores, deleitándose por última vez del hogareño sentimiento, todos ellos comenzaron a despedirse de su colegio.
Los leones no fueron indiferentes, paseando por cada una de las oficinas de sus profesores, otorgando risas como despedidas, flores como agradecimientos y bromas como recuerdos. Ellos también se despidieron del castillo que los aguardó durante siete años, donde vivieron los mejores momentos de su vida, donde conocieron a su más grandes e íntimos amigos, donde fueron afortunados en encontrar a la persona indicada para amar.
Volvieron al mismo lugar, aquel donde pasaron la mayor parte de su tiempo libre, donde fueron acogidos sin duda alguna, donde se sintieron en hogar al llegar.
La sala común se sentía más cálida que otras veces. Los sillones le transmitían nostalgia, podían jurar que se veían así mismos, pero no de la edad actual, si no de aquellos niños de 11 años que, a pesar de las diferencias, siempre compartían espacio para pasar el rato. Para reírse de chistes internos o para debatir temas sin fundamentos.
Encontrando en su compañía el cariño en su mejor dialecto.
— Entonces... — suspiró — ¿Este es el final? — se tomó el tiempo para mirarlos a cada uno — ¿Esto es todo? — cuestionó melancólico.
Frente a él estaban las personas más relevantes en su vida, quienes encontraron la forma de entrar en su alma con la intención de jamás retirarse. Frente a él, estaban sus compañeros, con quienes compartió siete largos años de estudios... no, más que ello, con quienes compartió siete largos años de memorias. Frente a él, estaban sus amigos, con quienes formó los más maravillosos recuerdos que pudo experimentar.
— Lo es — contestó, tomándolo de la mano — Hogwarts está por terminar — declaró a la par que sus ojos comenzaban a cristalizarse.
Era el fin de su estadía en el castillo, ya no habría otra bienvenida, tampoco nuevos cursos o siquiera otra selección. Esta vez se irían, se irían y ya no regresarían al lugar que sintieron un segundo hogar. Ya no volvería al lugar donde la hizo sentir tan amada y confortada por ser tratada como una igual. Era el fin, era el fin de una etapa, el término de su vida como estudiante, la finalización de sus adorados años donde los conoció, donde lo conoció.
— Pero eso no significa que sea nuestro final — añadió en un intento de alegrar el ambiente.
Porque no sabía que haría si lo fuera. Nunca pensó en asistir en primer lugar, pero tras los que se sintieron eternos años en compañía de las personas que lo hicieron sentir aceptado, que arriesgaron su libertad solo por cuidarlo... ahora no podía pensar en qué sería de su existencia sin su presencia, sin su cálida y etérea compañía.
— Claro que no lo es — afirmó — ¿Cómo podría serlo? — cuestionó al aire.
— Somos más que amigos — su pareja siguió — Somos familia — declaró.
Y lo eran. Ambos sabían que ellos lo eran, que todos los presentes eran las personas a las que habían escogido querer, a quienes habían decidido acoger. Ahora eran parte de ellos, ahora eran parte fundamental de sus vidas, ahora eran familia. La misma que los alegraba, la misma que los amaba, la misma que necesitaban.
— Estoy aterrado — confesó — ¿Y si el exterior es más cruel de lo que aparenta ser? — temió haber hablado cuando un silenció se formó.
— Haremos lo que hemos estado haciendo durante estos siete años — lo acercó en un abrazo ladeado — Nos mantendremos juntos — con seguridad contestó.
Y es que de verdad se estaba comprometiendo, ya no habría más huidas ni abandonos, ya no existirían excusas blancas para traicionar. No, él se estaba comprometiendo, estaba jurando su lealtad a ellos. A quienes lo acogieron, a quienes le brindaron cariño sin siquiera dudarlo. Porque eran ellos los merecedores de su lealtad, porque eran ellos a quienes escogió, porque ellos eran su familia, su verdadera familia. Y así como se comprometió con ellos, silenciosamente lo hizo con ella.
— Y lo que tenga que venir, que venga — retó, recuperando su atrevido ánimo.
— Somo leones, no nos vamos a esconder más — afirmó, espantando la cobardía.
— Porque los enfrentaremos... — hubo una pausa que comprendieron al mirarse los unos a los otros.
— Juntos — afirmaron con sonrisas.
Mantuvieron la esencia por unos segundos, disfrutando del ameno momento, hasta que, aburridos de la monotonía, tomaron un par de cojines para lanzárselos a sus contrarios. Las risas comenzaron al mismo tiempo que la batalla campal se originaba. Carcajearon tras cada cojín recibido. Se quejaron por el robo de municiones. Y olvidaron estos cuando comenzaron a derribarse y cargarse en búsqueda de más diversión.
Allí,sintiendo que estaban en paz, ellos olvidaron la verdad.
— ¿Lo consiguieron? — la gélida voz causó escalofríos en su sistema.
— Así es, mi señor — bajó su cabeza, mostrando sumisión — Tanto la forma de acceso del lugar y este mismo ya fue pactado — informó, acercándose con lentitud al hombre.
— Excelente — siseó, girando con elegancia para ver a su seguidor — ¿Qué hay de los demás? — se mostró interesado.
— Cada uno ya fue informado, mi señor — indicó, manteniendo la compostura baja — Todos están dispuestos a participar.
— Muy bien, muy bien — señaló, iniciando una caminata — Suponiendo que cumplan con las indicaciones estipuladas — el seguidor murmuró un "así será, mi señor" — Tras una gran espera por tu falta de compromiso — el aludido se tensó al sentir una mano en su hombro — Por fin tendré... tendremos — lo incluyó de soslayo — lo que tanto hemos anhelado.
Un "crack" sonoro se escuchó. Tres magos con capuchas aparecieron simultáneamente, portando las máscaras personalizadas que su identidad ocultaban. El de imponente postura sonrió, disfrutando al ver a una cuarta persona en medio de sus más letales seguidores.
— ¿Qué podemos decir de nuestra invitada? — los rojos ojos brillaron, separando su mano de quien pasó saliva atemorizado.
— Presentó pequeños pormenores, mi señor — musitó siguiéndolo de cerca, pero permaneciendo siempre detrás del nombrado — Nada de lo que no nos hemos hecho cargo ya — puntualizó, sintiéndose orgulloso de su trabajo.
Orgullo que duró microsegundos.
Palabras soberbias, en conjunto de penetrantes insultos que desconcertaron a los seguidores, fueron pronunciadas. La altivez con la que musitaba, la naturaleza de sus sarcásticas oraciones, todo proveniente de la supuesta invitada.
— Ellos... yo... — tartamudeó — Me haré cargo de... — su mano levantada fue suficiente para hacerlo callar.
— Hay que ser educados — su impostada voz erizó su vello — Así que démosle la certera bienvenida a nuestra invitada — ordenó seco.
— Eso haré, mi señor, eso haré — asintió — Con su debido permiso — escapó, antes de que el hombre cambiara de opinión y fuera a él a quien torturara.
El denominado señor sonrió con suficiencia, regocijándose al escuchar los alaridos de alegría que su huérfana invitada daba por la profunda bienvenida. Más nada se compararía con el interiorizado júbilo que en él crecía, al recordar, que faltaba poco para conseguir lo que merecía.
Para tener en sus manos a la marcada.
°•°(...)°•°
El barullo de los aplausos no hacía más que aumentar tras cada nombre pronunciado. Las togas los cubrían con entereza, más no era el único detalle físico que compartían. Cada uno de los estudiantes traía puesta una sonrisa que se ensanchaba tras recibir el reconocimiento físico de sus estudios culminados. Celebraban por sus logros, celebraban por los de sus amigos, por los de sus compañeros, por los desconocidos y hasta por sus enemigos. Eran una generación después de todo, la primera y mejor generación de los 70's en ser graduados.
¿Pretenciosos? Podría ser, pero ¿quién los culpaba?
¿Quién lo haría cuando era la alegría que por sus venas recorrían, como si fuera adrenalina, lo que los alentaba a vanagloriarse en pensamiento y palabra?
La lista de largos nombres culminó, pero los festejos y aplausos no pudieron ser apagados hasta que el director, haciendo uso de su magia, con educación los silenció. Contagiado por la felicidad de su alumnado, con una sincera sonrisa siguió con lo acordado. Musitando felicitaciones hacia los graduados, haciendo mención a ciertos estudiantes que obtuvieron más logros de lo pensado, finalizando con el llamado del elegido.
Elegido a ser el representante de su generación. El elegido a ser quien dirigiera las últimas palabras de la celebración. El elegido en hacer de este, su momento, para demostrar la gran educación que el castillo formó tras largos años. El elegido a dedicar las palabras de aliento que sus compañeros necesitarían para la guerra que al salir los arrastraría.
— James Potter — las miradas se posaron en el nombrado.
Con una seguridad que resultaba fascinante, James caminó como si el castillo fuera suyo, desfilando hasta llegar a la mesa del profesorado. Tan verdadero se mostró, que era impactante saber que un manojo de nervios crecía en su interior tras cada paso que dio.
Después de compartir una sonrisa con su profesora favorita y de recibir un guiño de el mejor director que pudo tener, James sentía que la acumulación de nervios estaba preparada para explotar en cuanto su varita tocara su garganta para que su voz se hiciera escuchar.
No obstante, el temor de fracasar disminuyó al recibir el aliento de quienes conoció en el castillo — y se volvieron una parte significante de su vida — a través de aplausos. Y terminó desapareciendo por completo cuando escuchó sus palabras tranquilizadoras, encontrándola con una sonrisa encantadora.
— Estamos vivos — el aliento brindado se detuvo para escucharlo — No es algo que no sepamos, pero se trata de una declaración que nos hace sentir extraños al recordar que, verdaderamente, lo estamos — la atención estaba puesta en él — Estamos vivos y tan solo ese factor nos abre la puerta a millones de situaciones por las que podemos pasar si tenemos la amabilidad, inteligencia, valentía o... — internamente se recriminó por sentir antipatía por la palabra por un bobo prejuicio — astucia para hacerlo, como lo hemos hecho a lo largo de nuestra estadía en este castillo, al que en algún momento hemos llamado hogar.
Tal mención evocó una seria cantidad de recuerdos sobre el castillo en los presentes, trayendo consigo una nostalgia en sus seres.
— Ya sea con la ayuda de nuestros tan talentosos profesores, — los nombrados sonrieron — siguiendo las ideas de las personas a las que con seguridad nombramos amigos — inconscientemente buscó a su grupo — o por los fuertes ideales que armamos durante nuestro proceso de educación, cada uno de nosotros hemos ido atravesando puerta tras puerta, seleccionando y eligiendo lo que queremos, lo que deseamos y lo que ansiamos, por la simple gracia de que estamos vivos.
El profesorado y los alumnos se sentían extrañados de su repetición de palabras, no obstante, no podían negar que encontraban, extraordinariamente, sentido a estas.
— Sí, puede que alguna de las ideas tomadas no hayan sido las mejores, digo ¿a quién se le ocurriría que es una buena idea pintar todos los salones para tener un día libre de clases? — las risas, incluida la suya, se hicieron presente — Subjetivamente hablando, debo decir que esa no fue la mejor, pero si una fantástica idea.
James se calmó al sentir la severa mirada de su jefa de casa puesta en su persona. Así que tragando grueso, prosiguió:
— ¿Lo ven? Exponerme a que nuestra querida, aquí presente, profesora McGonagall decida castigarme por lo que no sería para nada una declaración de mis acciones, — brindó una sonrisa inocente a la autoridad mencionada — sólo por querer sacarles una sonrisa, es una elección que he tomado.
La profesora dejó de mirarlo, en un intento de ocultar una sonrisa que el público delante suyo notaron.
— De la misma forma en la que, sé muy bien, varios de ustedes han tomado la decisión de saltarse alguna clase, de celebrar a lo grande en su sala común, de colarse a otras para visitar a sus amigos... — los alumnos se sintieron expuestos, a pesar de las divertidas negaciones de los profesores quienes sí sabían de sus acciones — Y todo esto ¿por qué? ¿Por pereza? ¿Por rebeldía? ¿Por realizar travesuras? — los merodeadores sonrieron al comprender una frase característica disfrazada — ¡Claro que no! Todo esto lo hemos decidido porque estamos vivos, y al estarlo, deseamos y anhelamos vivir nuestra vida como si fuera la única porque ¡oh, sorpresa! — exclamó con sarcástico pasmo — Realmente, es la única vida que tenemos.
Y el entero salón lo sabía, más por la situación que afrontaban que por el valor que le brindaban, ellos sabían que la vida era solo una.
— Conozco a gente, y realmente me siento afortunado de conocerla, que me han enseñado que lo más preciado que podemos construir en nuestra vida son videos — instintivamente recordó a sus padres — Videos mentalmente grabados que nos recordarán las consecuencias de las elecciones que hemos tomado — los estudiantes comprendieron el concepto — Sí, estoy hablando de las memorias. De esas, de las mismas, que nos conforman y nos hacen persona.
Porque era cierto, lo supo unos días antes cuando compuso el discurso que decía. James festejó, sabiendo que llegaba a una de sus partes favoritas.
— Una de las frases que, en mi infancia no llegué a comprender, pero que ahora puedo decir que le hallé un gran significado, es perteneciente a la clase que más adoramos — sonrío a sabiendas de su oculto sarcasmo — El Profesor Binns... — sutiles risas se escucharon — ...en nuestro primer año nos dijo, "La muerte de una persona no recae a cuando su presencia deja de existir en este terreno. La muerte de una persona conlleva al olvido de esta, al momento en que ya no esté presente en ninguna memoria"
El profesor fantasma asentía con una gran sonrisa. Se veía así mismo impactado porque un joven como el que era Patters se acordara de cada una de las palabras que musitó para sembrar un interés en su clase. En especial, cuando recordaba que múltiples veces encontraba al joven de lentes lanzando aviones de papel a la joven Vans.
— "Es por eso la importancia de la historia. ¿Quiénes seríamos nosotros, si no tuviéramos recuerdos? ¿Qué sería de nosotros, si no aprendiéramos de nuestro pasado? La vida es una historia, la historia es la vida. Y es nuestra elección pertenecer en esta tierra aún después de ser vivo" — finalizó.
El de lentes se sintió satisfecho consigo mismo por haber leído correctamente lo que traía minúsculamente escrito en su mano.
— Claramente sabemos qué elección tomó nuestro profesor — el alumnado, junto a los maestros y hasta el mencionado, sutilmente río — Pero ahora que la decisión recae en nosotros, debemos de pensar: ¿Qué queremos ser? ¿Qué queremos seguir? ¿A quién decidiremos apoyar? — tragó con fuerza.
Sabía bien que tanto Dumbledore como McGonagall le pidieron que no mencionase la guerra, que buscara de sobremanera evitar nombrarla o hacerle ilusión por la posible tensión que se crearía. Pero James sólo escuchó peticiones que irían en contra de su persona, en contra de su historia.
— ¿Mi respuesta a todas estas dudas? — McGonagall estaba lista para silenciarlo — Yo — más sus palabras la congelaron — No, no estoy intentando sonar egocéntrico como muchos me han apodado — sonrió al verla.
Había dado justo en el clavo, pensó, felicitándose por ser el causante de su ligera sonrisa.
— Tampoco quiero que ustedes me apoyen — negó volviendo en sí — Sé que pasa por su mente, ¿por qué deberíamos de apoyar a alguien que fue cruelmente rechazado durante años? ¡Aunque recordemos que fui aceptado! — un sonrojo apareció en la de hebras rojas — Lo que quiero decir con esta respuesta, es: Quieran ser ustedes; Sigan a su propia persona; Decidan apoyar sus propios deseos — señaló, enfatizando cada oración — No permitan que alguien decida, hable o piense por ustedes, ¿saben por qué? — esperó unos segundos para llamar más la atención — Porque no son ustedes.
Y era con lo que tuvo que lidiar este ultimo año, cuando sobrepuso su persona y sus ideales a los de sus amigos. Cuando eligió erróneamente por ellos, llevándolos consigo a un decline que empeoró hasta que comprendió lo mal que había obrado.
Hasta que se arrepintió y fue perdonado.
— Estoy sumamente agradecido con Hogwarts, porque este colegio nos ha brindado las enseñanzas necesarias para hacer respetar y defender nuestra persona — mencionó solemne — Nos ha dado todas las herramientas para que nos mantengamos con vida — explicó con profundidad — Para que el factor que mantiene las múltiples puertas de situaciones que queramos experimentar abiertas, prevalezca.
Porque ahora sabía por lo que debía luchar, ahora tenía entero conocimiento de lo que debía de hacer para vivir en armonía con su persona.
— Estamos vivos y debemos de sentirnos afortunados porque conocemos a quienes, a pesar de ya no estarlo, contra todo pronóstico, lo siguen estando — miró al techo del salón, recordando a la castaña que quiso como una hermana — Porque su memoria, su historia, su vida trasciende de lo que normalmente valoramos — en conjunto los allegados asintieron, reconociendo la persona de la que hablaba — Entonces es aquí donde entra las decisiones, es aquí donde entran las puertas, las memorias... Es aquí donde se llega a la conclusión de lo que he hablado.
Se preparó, tomando una profunda cantidad de aire, alentándose a continuar con el que sentía que era uno de los mejores discursos que se escucharían en Hogwarts, o al menos, el que sus compañeros escucharían. Porque no habría forma que asistieran a otra graduación a menos de que se convirtieran en maestros.
— La vida misma es solo una, no tendremos otra oportunidad a menos que decidamos dejar nuestro cuerpo detrás — declaró con firmeza — Nosotros estamos conformados por memorias, por videos mentalmente grabados que nos hacen personas — informó con nostalgia — Y tenemos las puertas abiertas a decidir qué y cómo queremos ser — puntualizó — Todo esto gracias a un solo factor, al único que nos mantiene aquí, el mismo por el cual decidimos venir — miró con atención a sus compañeros de promoción — Estamos vivos.
Los aplausos no se hicieron esperar, a pesar de que no había terminado, sus amigos se levantaron animando a los demás a seguirles, brindándole la aclamación que el miope merecía tras tales profundas verdades.
— Ahora, yo los aliento a que decidan seguir vivos — comentó sobre el barrullo — Sí, les estoy brindando la idea, la situación, de desear mantenerse con vida para poder disfrutar de esta — ignoró como McGonagall le decía que se detuviera, en especial porque podía ver la sonrisa que crecía en ella — Al menos, por esta noche, valoren lo que la vida nos dispone, celebren lo que es un logro y creen memorias que construirán su persona — no importaba si estaba siendo repetitivo, de verdad estaba disfrutando ese momento como nunca en su existencia — Y cuando estemos fuera del castillo, de todo corazón deseo, que vivan la experiencia de comprender, y de disfrutar, lo que es estar vivos — sintió un mayor júbilo cuando la vio parada, aplaudiendo lentamente con una gran elegancia — Muchas gracias — y con ello, verdaderamente, finalizaba.
Mantenerlos vivos, era lo que deseaba.
°•°(...)°•°
Ninguno podía negarlo, la emoción que tenían por el baile de egreso, por la ceremonia de graduación, era desesperante. No podían creerlo, aun cuando ya habían recibido los diplomas que indicaban su finalización de estudios en el colegio Hogwarts de magia y hechicería, los alumnos de séptimo año no podían creer que la etapa ya estaba siendo cerrada.
Por ello, emocionados en disfrutar de su último festejo, corrieron a sus habitaciones — en el momento en que el evento mañanero culminó — a descansar o comenzar a alistarse. Todos sin excepción se refugiaron en sus salas comunes, acompañados de sus amigos, importándoles poco el romper las reglas, permitiendo colarse a otras casas a las que no pertenecían.
Solo les quedaba este y el siguiente día ¿qué consecuencia obtendrían si rompían regla alguna? Como Potter les había dicho, sólo tenían una vida.
La emoción y ansiedad por quedar perfectos ante su vista, por sentirse divinos para la ceremonia, obligaba a ciertos alumnos — que cedían a sus instintos — a comenzar a arreglarse a pesar de la gran cantidad de horas que faltaban para la ceremonia. Y es que, entre risas, conversaciones y halagos con sus compañeros de cuarto, con sus íntimas amistades formadas, bien sabían que el tiempo sería escaso si no empezaban.
Tal era la razón, por la que tres amigas tomaron turnos para bañarse. Utilizando un infantil juego para decidir el orden, quedaron en que la pelirroja empezaría para después seguir la de pelo castaño y por último la rubia. Por lo que mientras una se relajaba en la ducha, las otras dos comenzaban a alistar los atuendos que utilizarían, sacando los accesorios perfectos para combinarlos, asegurándose que ningún detalle fuera olvidado.
Sentían su falta ahora más que nunca, ver la cama vacía sin ropa o accesorios esparcidos, sin una persona más que comenzara a perder los estribos, pensaban en lo que hubiera sido si ella también se graduaba... si ella hubiera llegado a participar de la celebración que las aguardaba. La extrañaban, cada vez que un festejo surgía, cada vez que un evento donde pensaron contar con su participación aparecía, causaba estragos en sus sensibles almas. Más recordarla, pensar en la alegría que la embriagaría si estuviera presente aquel día, las convencía a vivir y disfrutar porque así ella lo querría.
La pelirroja salió de su ducha al mismo tiempo que las tres salieron de sus pensamientos. Optando por un atuendo cómodo, se sentó frente al tocador que invocaron para estos instantes, comenzando a hacer uso de los objetos muggles de belleza que conocía, los mismos que prestaría a sus dos amigas porque les divertía usar la magia muggle de la belleza en ellas.
Tan concentrada en su reflejo estaría, que los ruidosos pasos acercándose a su habitación no escuchaba.
— ¡Lily flor! ¡Lily, amor! ¡Cariño! — la puerta se abrió de golpe, dejando entrar al dueño de los gritos — ¡Necesitamos de tu ayuda, Sirius...! —el miope enmudeció en cuanto la vio frente al espejo.
— ¿Qué pasó con Sirius, cariño? — la preocupación se hizo presente, dejando sus posesiones para voltearse y mirarlo — ¿James? — lo llamó, notando que parecía estar ausente.
— Estás hermosa... — soltó en un hilo de voz, completamente enamorado de la apariencia de su pelirroja.
— Yo... — un sonrojo se hizo presente — Tan solo estoy con tu polera y unos shorts — menciona confusamente nerviosa.
Sintiéndose intimidada por la mirada llena de devoción de su pareja.
— Sí, pero... — suspiró perdido — Lo que sea que los productos muggles que tenías en manos sean, están reluciendo aún más tu belleza — expresó — Y ni hablar de lo bien que te queda mi polera... — susurró para sí mismo, siguiendo enteramente templado por la hermosa imagen que tenía frente a él.
¿Sería muy acosador de su parte si le tomaba una foto en ese instante? En especial cuando sus dulces mejillas se tornaron a un rojo más intenso, brindándole una más que adorable y preciosa imagen.
— ¡Potter! — exclamó, trayendo de vuelta a la tierra.
— Pensé que ya habíamos pasado la etapa de los apellidos, Evans — murmuró enfurruñado, con un ligero puchero tierno.
— Y así es, cariño — sonrió ella acercándose — Pero no reaccionabas — explicó, dejándole un pequeño beso en su mejilla, ganándose un asentimiento de James.
Sintiendo su sonrojo disminuir, se separó ligeramente de su miope, recordando la razón por la que este había interrumpido en la habitación que compartía con las chicas de manera desprevenida.
— ¿Qué es lo que sucede con Sirius, cariño? — y fue con esa pregunta que James verdaderamente salió de Lily-landia.
— ¡Está como un paranoico! — se quejó — ¡Es peor que una...! — la ceja alzada de su chica le previno de las consecuencias de lo que iba a decir — ¡Peor que una persona que se preocupa demasiado por su apariencia! — la pelirroja asintió satisfecha de su corrección — ¡Y todo porque no sé qué muggle cosa de entre tantas que posee se le ha acabado! — reveló, sonando exasperado de la situación — Tienes que ayudarnos — pidió, revelando que no era el único merodeador que requería de su ayuda.
— ¿Desde tan temprano se está arreglando? — preguntó confusa.
Tenía conocimiento que Sirius era una persona vanidosa, no por nada poseía una ligera envidia por el buen cuidado que le brindaba a su cabello. O lo bueno que era en hacer el delineado sobre sus ojos sin necesidad alguna de un espejo. O siquiera el hecho de que, después de enseñarle el uso correcto de cada objeto, superaba por creces su experiencia con el maquillaje. No por nada había pensado en pedirle que la ayudara aquel día con ello.
Y ahora que lo pensaba bien, no le parecía tan confuso que comenzara a alistarse tan temprano.
O tal vez, era que había asimilado demasiado rápido, que no se preocuparía por su apariencia, de la misma forma como lo estuvo haciendo los últimos días...
— Esta peor que una persona que se preocupa por su apariencia — repitió James — ¡Y ninguno de nosotros sabemos que hacer! ¡Incluso Remus, quien es quien más conoce del mundo muggle! ¡Jamás hemos podido tranquilizarlo cuando entra en esa dramática faceta!
— ¿Ya había sucedido antes? — preguntó con gracia, las muecas y exageraciones de James eran genuinamente divertidas.
— ¡Claro que ha sucedido antes! — respondió — ¡Siempre que algo en relación con su apariencia no sale bien, como su cabello, o se olvida de algo, como sus aretes, o se acaba esos productos muggles, que creo que son para las uñas, se pone histérico! — relata — ¡Ni siquiera Peter tiene la paciencia de lidiar con él! ¡Y estamos hablando de Peter señor paciente Pettigrew! — expresa, tomando aire para continuar — La única capaz de calmarlo era ella.
— ¿Adhara? — la respuesta era obvia, pero no pudo evitar que su nombre escapara de sus labios.
— ¡El apodo sabelotodo no era únicamente porque era extremadamente inteligente en los cursos! — comentó entre alaridos — ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo se enteraba? ¡Nunca lo descubrimos! — se respondió así mismo — Era poseedora de algún Sirius instinto o ¡lo que sea! — Lily quiso reír por la dramatización de su pareja — Siempre, pero siempre, — remarcó — sabía que es lo que necesitaba — explicó, comenzando a usar sus manos para ser más claro — Sirius se ponía histérico por algo, y ¡boom! — sus manos fingieron hacer una explosión — Aparecía Adhara y por lo que sea por lo cual canuto lloriqueaba, ella. Lo. Tenía. — cada vez le era más difícil a la pelirroja aguantar su risa — ¡Siempre! No hubo una sola vez, ¡ni una sola!, en la cual ella no sabía lo que requería — narró, recordando las veces en las que hasta era su lechuza la que mandaba con lo que a Sirius le faltaba en el momento preciso.
Suspiró. No cabía duda de que a quién más necesitaban era a la serpiente. Durante los años en Hogwarts, no reconoció a tiempo, lo importante y vital que se convirtió para Sirius... para todos, en realidad. Incluso para su propia persona. La extrañaba, por más que sabía que arregló la situación con ella después de su charla, por más que sabía que tiempo tendría que pasar para que retomaran la amistad de antes, James la extrañaba a horrores.
— Siempre lograba calmarnos — y ya no hablaba de cuando el pelinegro entraba en su histeria de reina del drama.
Ahora hablaba de las situaciones en las que ella los había ayudado, en las que lo había ayudado. Incluida la vez en que él mismo se convirtió en un paranoico por no saber de qué forma anunciar su relación con su amada Lily Flor. La forma en la que, en cada uno de los problemas, ella aparecía para ayudarlos, no dándole las soluciones directas, si no, guiándolos para que ellos mismos la encontraran, porque ella...
— Lo sabe todo — sintetizó, y antes de entrar a una nostalgia por quien extrañaba, regresó a lo que de verdad era importante — En especial en temas de Sirius, ella lo conoce muy bien.
— Y lo sigue haciendo... — James frunció su ceño al escucharla.
— ¿De qué hablas, Marlene? — Lily preguntó confundida.
La rubia no respondió, tan solo sacó su varita, ignorando de sobremanera el instinto protector que su acción encendió en James, quien imitó sutilmente su acción a la par que posicionaba lentamente a Lily detrás de su persona. Con un movimiento, la rubia hizo que un paquete sellado llegara a sus manos. La curiosidad sobre lo que albergaba estuvo carcomiéndola durante todo el día, más se abstuvo a ceder al sentimiento por las consecuencias que, conociéndola, podría obtener.
Así que, sin más, lanzó el paquete en dirección a la pareja, siendo atrapada por James.
— ¿Qué es? — Lily preguntó, tomando el pequeño paquete plateado de la mano de su miope.
— Lo que él necesita — respondió, repitiendo lo mismo que le había dicho cuando se lo encargó.
— ¿No será una nueva colonia con amortentia, cierto? — James preguntó arisco, desconfiando de ella — Eres muy fan de hacer uso de ellas — espetó.
— ¡James Charlus Potter! — Lily regañó pellizcándolo, no hacía falta que le recordaran las acciones que hizo bajo una poción.
— No te esfuerces, Lily — musitó — Bajo sus ojos siempre seré la villana — declaró la rubia con indiferencia — Solo no le digas de parte de quién es, es lo único que específico — la pelirroja la observó sorprendida, comprendiendo lo que entre palabras quería decirle.
— ¿Ella...? — un asentimiento bastó para que una esperanzadora sonrisa brotara de su rostro.
Tal vez, solo tal vez, aun existía una posibilidad que esa noche las estrellas volvieran a brillar.
— Vamos cariño — Lily ordenó después de unos segundos, el castaño la observó antes de mirar a la rubia, quien alzó su ceja, retándolo a que diga algo más.
— Lo que tú ordenes, mi Lily flor — captó la indicación, sin separar su mirada de quien en algún momento confío.
La pareja se dispuso a salir de la habitación, James entonces recuperó su preocupada personalidad al escuchar el llamado de Peter, por lo que antes de que siquiera Lily reaccionara, este desapareció por el pasadizo de los cuartos femeninos.
Río un poco y se preparó para seguirlo, pero la escuchó.
— Ah, Lily — giró, observándola coger su toalla — Deberías considerar decirle, antes de que sea tarde — frunció su ceño.
— ¿A qué te refieres, Marlene? — la nombrada solo sonrió.
— ¡Lily, cariño! — por instinto volteó hacia su pareja — ¡No es por nada, pero Peter dice que canuto está por colapsar!
— ¡Ahí voy, James! — respondió antes de darse vuelta — ¿Marlene?
Pero ella ya no se encontraba y, escuchando el ruido de la ducha, supo donde se hallaba al notar las cortinas de la cama de Alice cerradas.
Deseó ir y pedirle respuestas, más debía de ir con James antes de que él mismo la cargara sobre su hombro, como con anterioridad había hecho, para llevarla donde Sirius.
Ya después tendría tiempo de preguntarle, ya después descifraría a lo que se refería.
Sí, después...
°•°(...)°•°
— Sé que me pediste que no entrara sin tu permiso... — mencionó al caminar dentro, sus oídos descifrando la canción que resonaba en la habitación — Pero estuve tocando por varios minutos y no... — quedó estático al conectar con su reflejo.
Mentiría si dijera que los variados objetos en el tocador de Adhara no despertaran en él interés. Desde que descubrió a su propio hermano haciendo uso de los inventos muggles, tuvo curiosidad de cómo sería usarlo, cuál sería la textura o descubrir la necesidad de diversas "prochas" — como escuchaba que le decían — para un solo objetivo.
Más lo que sin voz lo dejó, fue el cambio en el rostro de su querida amiga. No, no era que nunca la había visto maquillada, bien sabía que se agregaba un par de ligeras capaz de distintos productos sin ser lo demasiado notorio para ir en contra de los protocolos escolares. Pero nada de lo visto se comparaba con lo que parecía tener planeado ese día. Porque, ahora que la veía, ahora que su mirada se distinguía con mayor intensidad de la que estaba acostumbrado a admirar, se sentía intimidado.
— La música — se excusó la pelinegra, dejando de mirarlo, señalando con su varita el tocadiscos de su cuarto — Siento no haberte escuchado — pronunció, ganándose un "no te preocupes" del renacuajo.
— Te estuve buscando — murmuró acercándose — Pensé que estarías en... ese lugar, como habían acordado — mencionó con temor.
— Y no fui la única en no cumplir — habló concentrándose en su espejo — ¿No es así? — cuestionó, cerrando el objeto que tenía en manos para mirarlo.
— Adhara... — la mencionada rodó los ojos negando.
— No volveré a tener la misma conversación contigo, Regulus — musitó, cogiendo una de las brochas que poseía.
El menor suspiró rendido, sabía bien que no conseguiría lo que quería, no después de cómo termino su anterior intento. Y sí, era posible que estaba siendo egoísta... No, él de verdad fue egoísta. La única razón por la que deseaba que se arreglaran era para que siguieran con el plan, el mismo por el que manifestó exteriormente desagrado cuando en su interior se hallaba emocionado. Regulus ansiaba dejar la casa de sus padres para irse con quienes de verdad lo cuidaban, con quienes de verdad lo amaban.
Pero debía de dejar de pensar en sí mismo, debía de dejar de anhelar su propia salvación a costa del dolor de a quienes más apreciaba.
Si quería ser merecedor de una solución, debía de comprender la separación de los dos, debía aceptar el largo proceso que enfrentarían para que el plan volviera a tener lugar, para que mudarse los tres juntos volviera a ser una buena y sana idea.
Porque los quería juntos. Él sabía que ambos extrañaban a cántaros su presencia, sabía que su amor no era tan débil como para desaparecer. Porque tomaría tiempo, pero ellos se encontrarían nuevamente en los brazos del otro. Lo sabía, ellos volverían a perderse en las dulces miradas dedicadas, ellos escaparían de la realidad al compartir los babosos besos de los que tanto se quejaba. Volverían a juntar sus narices como los tórtolos empedernidos que eran, sonriéndose con ternura y con un cariño que envidiaba.
Más no era su relación como para intervenir. No era ellos... no era ella, como para comprender su sentir, para entender el dolor que surgía cada vez de que la obligaba a recordarlo. Y en Regulus no estaba el deseo de exponerla a más angustias de las que, por lo bien que la conocía sabía, ella ya experimentaba.
Suspiró, recostándose en la madera del velador, reuniendo el valor para seguir con la conversación.
— Fue muy imprudente de mi parte insistir cuando aclaraste que no deseabas hablar — mencionó, admirando la forma en que Adhara pasaba la brocha por su cara — No puedo negar que me equivoqué en la forma de realizar mi objetivo, pero aun así... — suspiró, esperando que con ello no se enojara — aun así, sé que mi intención no es la errónea. Si bien, en cierto aspecto estaba siendo egoísta, después de nuestra discordante plática, llegué a la conclusión de que ambos de verdad deberían arreglarlo... — a pesar de que ni siquiera lo miraba, sabía que lo escuchaba — ...a su debido tiempo. Por ello, me disculpo por mi indebida intervención y presión, ahora comprendo que son ustedes quienes deben de tomar la decisión de sanar cuando lo encuentren adecuado — finalizó.
Sus palabras llenas de elegancia escondían con magnificencia el aterrador sentir de pensar que sus palabras no fueran aceptadas, de que no hayan sido las adecuadas. Esperaba con ansias que Adhara culminara con lo que sea que se aplicaba y respondiera a sus palabras, a su disculpa declarada.
Más poco sabría él que la pelinegra internamente sonreía, disfrutando de la pequeña angustia que en el renacuajo crecía.
Oh, claramente lo adoraba, lo amaba incluso en su faceta de niño encaprichado que a veces presentaba, pero debía de educarlo. Sus disculpas habían sido las correctas, reconociendo en lo que él erró y presentando su deseo de corregirlo, junto con unas pequeñas frases que dejaban en claro que él no era el único equivocado. Estaba orgullosa de él, y claramente estaba perdonado desde mucho antes de que hablara, jamás podía molestarse con el pequeño renacuajo.
Aun así, su pequeña parte vengativa la hacía demorarse más de lo usual en sus acciones...
— Miras con demasiada atención mis acciones y eso delata que estás ansioso por una respuesta, renacuajo — murmuró sin desconcentrarse de su reflejo — Deberías saber que así sólo conseguirás que la persona se divierta por verte en ese estado — una ladeada sonrisa floreció entre sus tintados labios.
— Te odio — murmuró cruzándose brazos, comprendiendo el perdón entre sus palabras.
— No, tú me amas — señaló ella, girándose para observarlo.
— Egocéntrica — farfulló, ocultando su sonrisa.
— Deberías saberlo — la pelinegra dejó su asiento — Es parte de mi encanto — y Regulus lo sabía.
No por nada aprovechó el momento para abrazarla, disfrutando de que todo se hubiera arreglado. Sintiéndose arrullado cuando ella murmuró un par de palabras antes de brindarle un beso en su frente, demostrando el cariño que le tenía. Y él no se quedó atrás, porque también demostró cuanto la quería al abrazarla con más fuerza, inundándose del maternal amor brindado.
— Te amo, renacuajo — murmuró tras unos segundos.
— Y yo a ti, Adha — murmuró más bajo.
°•°(...)°•°
Estaban reviviendo su primer día en el castillo, o al menos eso sentían. Las ansias por atravesar aquellas puertas que los llevarían a su selección eran las mismas que en ese momento se presentaban por querer entrar a su ceremonia de egreso. La diferencia se hallaba en su persona, ya no eran más esos niños de once años que buscaban verse presentablemente por indicación de la profesora que los recibió. No, ahora ya eran mayores de edad en el mundo de los magos, eran jóvenes preparados para comenzar una vida fuera de la seguridad del colegio, eran jóvenes que buscaban verse presentables con el objetivo de sentirse especiales o, tal vez, por impresionar a alguien.
— Sigo sin entender qué traes puesto — señaló Frank, notando como sus amigos concordaban con su opinión.
— Créeme Frank, no eres él único que no lo entiende — exclamó James.
— ¿Qué tiene de malo? — cuestionó Lily, conociendo la vestimenta que traía.
— Es porque le falta su capa — Peter señaló — ¿A caso te la has olvidado? — preguntó.
— Es imposible que se haya olvidado de un implemento en su traje — Remus rodó los ojos, recordando lo maniático que se comportó con su atuendo — ¿Creo que es uno de esos ternos muggles? — dudó en decirlo — Mi madre a veces habla de lo diferente que los magos nos vestimos...
— ¿Terno muggle? ¿Es qué a caso ellos también tienen eventos de gala? — preguntó confundido el miope.
— Son seres sin magia, cariño, no una nueva especie de humanos — rodó los ojos divertida — Déjame decirte que te ves estupendo, Sirius — halagó.
— Gracias pelirroja — agradeció — Pero no te quedas atrás ¿Quién diría que el verde te quedaría tan bien? — cuestionó, brindándole una mano para darle una vuelta, haciendo lucir su vestido, mientras que la fémina soltaba ligeras risas, sintiéndose especial.
— Gracias — musitó una vez que la dejó con una gran sonrisa.
— No tienes porqué, pelirroja — guiñó un ojo.
— ¡Muy bien! — James los separó — Usted señor, aléjese de la bella damisela — ordenó, espantándolo — No queremos que le contagies las pulgas.
— ¡James! — regañó Lily, más todos ya se hallaban riendo por el comentario del castaño.
— No te preocupes, Lily — se encogió de hombros divertido — Está celoso de que no haya recibido ningún halago tuyo — señaló.
— ¡Oh, ven aquí señor me creo lo mejor por tener un atuendo muggle! — exclamó James antes de intentar perseguir a su hermano del alma.
— Muy bien jóvenes — la profesora McGonagall apareció — Hagan el favor de juntarse con sus parejas — ordenó — Y recuerden que, si decidieron no invitar a alguien, deberán de bailar con la pareja del día de la práctica — señaló, llamando la atención del grupo de leones.
— ¡Tu, chucho! — James señaló atrapándolo — ¿Por eso andabas tan paranoico por verte bien? — cuestionó, llevándolo hacia los demás.
— ¿De qué hablas, bambi? — se hizo el desentendido.
— ¡Por eso tu corbata es ligeramente de color verde Slytherin! — Frank señaló.
— No puedo creerlo — comentó Alice — ¿Por ello te esforzaste tanto en peinarte? — preguntó divertida.
— Y los gemelos — señaló Remus, obligando a Sirius a mostrar los botones que cerraban las mangas de su traje — ¿Por eso tienen diseño de estrellas? — preguntó examinándolo.
— ¿Lo sabías todo este tiempo? — quiso saber Peter, el pelinegro se encogió de hombros.
— Tenía mi ligera sospecha — mencionó, recordando las palabras que su profesora le dedicó antes del baile de práctica — Pero nada es seguro, puede que ya tenga un acompañante — murmuró frunciendo ligeramente su ceño — No sería una gran sorpresa...
Oh, claro que no lo sería.
Porque bien sabían los leones que, desde su ruptura, varias personas intentaron acercarse a la pelinegra serpiente deseosos de una oportunidad que el pelinegro parecía haber desaprovechado. Deseosos de ser el siguiente afortunado de tener una relación tan idónea como la que alguna vez fueron espectadores. Estos juraban, que con una oportunidad tan magnífica jamás buscarían perderla, se decían así mismo que no cometerían los mismos errores.
Ellos no sabían que las mismas palabras, en su momento, ya fueron musitadas.
Aún así, a pesar de los constantes obstáculos que las serpientes presentaban, el castillo se había vuelto en un contador de cuantas personas fallaban al intentar invitar a la fémina más codiciada. Con un gran marcador que no diferenciaba entre géneros, existía una gran probabilidad que la serpiente contara con una pareja de su agrado, con quien se sintiera cómoda en ser acompañada para el baile.
Sirius sabía que perdió el derecho a opinar, pero tal factor no evitaba que le deseara el mal a todos quienes osaron en invitarla, porque disminuían la probabilidad que le permitiera a él escoltarla y ser su compañero en el gran acto que, estaba seguro, iba a dar.
Porque podía ser que no fuera capaz de leerla, que la venenosa serpiente tuviera razón — a pesar de que Lily le prometía lo contrario — y que ella ya no...
Suspiró mentalmente, alejando el pensamiento que no podía ni pronunciarlo — o pensarlo — por el intenso dolor que en su alma causaba. La idea estaba en que, a pesar de ello, la conocía. La conocía, se repetía, y ese era un hecho del que se negaba a dudar, o puede ser al que se aferraba sin medidas. Por eso estaba seguro, muy seguro, de que dejaría sin palabras cuando decidiera entrar.
Y Sirius Black no se equivocaba.
Los susurros comenzaron a tomar volumen, pasando a convertirse en graves murmullos para nada disimulados que sacaron a los leones de su pequeña conversación. Mirándose con extrañes, iniciaron la búsqueda de la razón por la que la recepción se llenó de inentendibles palabras para los no incluidos en la conversación. Encontrando la razón de la conmoción del estudiantil en la parte superior de las escaleras, encontrando con la majestuosidad hecha persona bajando por estas.
— Joder... — murmuraron al verla.
Más radiante de lo que recordaban, segura tras cada paso que daba, Adhara bajaba las escaleras sin mirarlas. Los estudiantes sentían su amarronada mirada puesta en ellos, pero sólo se trataba de la ansiada mentira a la que se esmeraban por creer realidad. Y es que la sublime serpiente sólo se hallaba concentrada en una única persona, la misma que estuvo dispuesto a arrodillarse en ese mismo instante si con ello aseguraba ser su compañero de baile.
— ¿Esa es...? — las palabras se esfumaban de su cabeza al verla entrar.
— Sí... — en un susurro anhelado, respondía, perdido en la gloriosa mujer.
Oh, vamos — recordaba haber resoplado — ¿Cómo quieres que combinemos si ni siquiera me das una idea? — había cuestionado con ligera frustración.
Su risa resonaba entre las paredes. Se trata de uno de esos días que acordaban en desaparecer de la vista de sus amigos, de esos en los que se encerraban en su lugar, el mismo que los acogía con calidez cada vez que los examantes deseaban pertenecerse.
¿Una breve descripción? — preguntó, rodeándola con sus brazos para que se sentara sobre él — ¿Por favor? — pidió, besando su barbilla, acercándose sin dilatación a sus labios.
Oh, cuanto añoraba tales momentos. Corromperse por probar la gloria en sus rosados labios, enviciarse del paraíso en el que se teletransportaba cuando la tenía en sus brazos, despistarse de la realidad por sentir sus dedos entre su cabello, olvidarse de su íntegra existencia por complacer a quien abismalmente se otorgaba.
Del color que sólo amas cuando lo ves puesto en mi — declaró sobre sus labios, rozándolos con intención de tentarlo — Con el encaje perfecto en la parte superior y una abertura inferior lateral para engatusar — el gris de sus ojos se perdía por la dilatación de sus pupilas — Ligeramente apegado, pero a su vez, lo necesariamente suelto para hacerse notar al bailar...
Específicamente creado para cautivarme más — recordaba haber sentido su coqueta sonrisa por sobre sus labios — Me vas a hacer babear, ¿no es así?
Voy a hacer que me ames más — corrigió, uniendo sus labios en el beso que necesitaban para continuar.
Oh, cariño — susurró acariciándola, mirándola con tanta devoción que la hacía sonrojar — Eso lo hago cada día sin pensar.
— Está maravillosa... — susurró Alice, sintiéndose anonadada por lo que veía.
— Más que ello, es... — la idea clara que tenía en su mente se desvaneció al momento de intentar expresarla.
— Es tan celestial que llegas a pensar que es irreal — completa con tono soñador, templado por la vista presenciada.
Los leones giran para ver a Sirius, encontrándose con una profunda mirada que es íntegramente dedicada a Adhara. No son natos legerements, y no es que necesitan serlo, no cuando la devoción en sus palabras, la adoración en su cara, el amor que su persona expresaba era tan sincera, tan... pura, que con exactitud son capaces de reconocer.
Y lo ven, claro que leen la intención del pelinegro en acercarse a ella, como si se tratara de una luciérnaga hipnotizada por la luz que destellaba entre la oscura noche, como si fuera un marinero engatusado por el bello cantar de una sirena, como si fuera la estrella que con perseverancia brillaba deseoso de ser el único a quien admiraban.
No obstante, su camino se vería frustrado. Porque impresionado de una distinta forma que sus estudiantes, el jefe de la casa Slytherin se acercó con premura a quien consideraba su estudiante estrella, preparado para tener una conversación acerca de la presentación elegida para ese día.
— Es que el atuendo... — su voz delataba su desaprobación — Lo estoy diciendo por su bien, Señorita Jone, usted sola está invitando a los demás a faltarle el respeto que merece — el mayor pasó saliva, asustado por la mirada que su alumna le otorgó una vez que terminó de hablar.
— Estoy vistiendo tela, profesor — indicó la pelinegra — No un letrero con las palabras de las que hace mención — dijo cínica — Y a decir verdad...
— ¿Hay algún problema? — Slughorn observó a su colega como si fuera su salvación.
— ¡Minerva! — exclamó — Que maravilla, que maravilla — río nervioso — Justo le estaba mencionando a la señorita Jone sobre su... atuendo — expresó con delicadeza — ¿Cree usted que podría...?
— ¿Insinuar que busco que me falten el respeto es hablar de un pedazo de tela, profesor? — lo interrumpió mordaz — Porque honestamente, no lo creo.
— Señorita Jone, debe saber si se viste de tal forma, sólo esta buscando que... — no culminó al ver su crispada postura, así que, suspirando, cambió de dirección — Ha de conocer a los muchachos de su edad, debe de considerar... — pero tomó la ruta errónea.
— ¿Qué deberían ser ellos los sermoneados? — interrumpió sin dejarlo a continuar con semejante estupidez — Sí, profesor, conozco aquellos que consideran que un pedazo de tela es una invitación — oh, ella estaba lista para atacar — Y de todos ellos, nunca consideré que usted sea igual que esos ma...
— Señorita Jone — reprendió la profesora — Sigue siendo una estudiante de este colegio y, por ende, no puede faltar el respeto a sus profesores — exclamó.
— Lo siento, Minnie — ambos mayores supieron que tenía un contrataque listo por el brillo en su mirada — Pero ¿qué puedo decirle cuando, con sus argumentos, me está invitando a que le falte el respeto? — preguntó sinceramente esperando una respuesta.
Más el jefe de la casa de las serpientes se quedó sin poder articular sonido alguno al ver la ladina sonrisa compartida entre las dos mujeres frente a él.
— Ha de saber que me parece un atuendo más que adecuado, para su persona — dijo Minerva McGonagall — La representa en su totalidad.
— Usted no queda detrás, profesora — halagó genuinamente — Siempre le he mencionado que ese color acentúa con su tono de piel. ¿No lo cree, Profesor? — alzó una ceja en dirección al hombre.
Se atragantó con su propia saliva al verse acorralado por las miradas retadoras de ambas mujeres.
— Así es, así es — concordó tosiendo.
— ¿Se encuentra bien, Horace? — preguntó Minerva — Parece... preocupado — su mirada lo analizó.
— Todo bien, todo bien, Minerva — dijo, alisándose las imaginarias arrugas de su traje — ¡Oh, miren! Creo que ese es Zabinni, si me permiten, profesora, señorita Jone — se despidió rápidamente, alejándose hacia un estudiante que, bien sabían las dos, no era Zabinni.
Las mujeres volvieron a sonreír, encontrando la sororidad en sus miradas, sintiéndose reconfortadas de, a pesar de las diferentes épocas experimentadas, eran conocedoras de que el profesor se equivocaba. Minerva entonces cambió su mirada, recordando las palabras que tenía preparadas.
— Gracias por su apoyo, profesora — declaró antes de que la mayor hablara.
Y por la mirada otorgada, supo que únicamente del presente su estudiante no hablaba. No, las palabras eran generalizadas, extendidas hacia las largas y compartidas charlas. Sonrió sin esfuerzo, era uno de sus efectos, los mismos que invocaron el cariño en sus miradas. Lo comprendían, se comprendían, y no existía necesidad de especificar, jamás lo haría para el par que se veían con mutuo respeto.
— El baile ya dará comienzo — espabila al mencionarlo — Por favor, señorita Jone, diríjase con su pareja — indica, volteando a ver las posiciones de los demás alumnos, más al caer en cuenta de lo que dijo, se giró con premura — quiero decir... — la pelinegra sonrío tranquilizando a su profesora.
— Está bien, Minnie — aseguró ella — Sé lo que quiso decir — y con ello, inició su camino hacia la persona que no dejaba de mirarla desde que ingresó.
Y es que ¿quién podría ser capaz de dejar de admirarla?
No, los detallados relatos de su vestimenta ni se comparaban con verla lucir tal prenda. No, las expectativas ni se acercaban a lo que en la realidad observaba. No, ninguno de sus intrépidos atuendos se llegaría a comparar con el que traía. A veces dudaba si era por sus sentimientos, si la tenía tan idealizada, al punto de que era su imaginación quien la hacía verse como una jodida diosa, porque semejante obra visual no podía ser real, no podría serlo por la majestuosidad que cargaba en cada paso que daba, en cada... en...
Joder, estaba embobado, más que ello, profundamente enamorado. No era capaz de hablar, no podía hacer otra cosa que mirar, sus sentidos confabularon para enteramente entregarse a ella, para encontrarse sumidos a percibir cualquier interacción posible con ella. Y es que su absoluto alrededor se veía borroso. Lo único detallado, lo único que veía con claridad era la mujer que venía caminando hacia él. No escuchaba nada, sus oídos buscaban con ansias su hipnótica voz, la misma que salía de los labios que lo invitaban a pecar. Su piel cosquilleaba, mostrándose ansioso por siquiera recibir un roce accidental. Su ser entero, su mente, su cuerpo, en ese suntuoso momento, dependía de...
— Potter, Evans, ... — los mencionados se pararon de manera recta — Longbottom, Fortescue, ... — la pareja sonrió ligeramente sin ser correspondidos — Pettigrew, Lupín, ... — cabecearon en devolución de su saludo.
Dependía de ser merecedor de su compañía, de ser visto como una buena pareja de baile, de... de ser nuevamente aceptado por quien deseaba tener de vuelta.
Su respiración se cortó cuando sus ojos se conectaron. Y su corazón se volvió errático cuando acercó sus manos. Creyó firmemente que sería su final, que al ser expuesto a tanta belleza lo hacía alucinar. Pero no era así, ella realmente se hallaba allí, a centímetros de él. Más no era porque deseaba su cercanía, lo supo en cuanto sus manos tomaron de su corbata para deshacer el nudo.
Aprovechó tales segundos para admirarla con más ahínco.
¿Había palabra alguna para describir detalladamente la forma en la que la percibía? No, no lo creía posible. No cuando la palabra hermosa o magnifica quedaban cortas a su entera existencia. No cuando sus sentimientos explotaban al sentir su respiración combinada. Atontado, Sirius se embriagaba de placer al verla, se hallaba en un utópico paraíso, en un tentador infierno, en la gloria misma solo por observarla. Porque las ganas se presentaban en cada microsegundo, porque el deseo de acortar... el deseo de probar... de volver a amar...
No cabía felicidad en su cuerpo, los espectadores del encuentro se regocijaban en su lugar. La mirada de su amigo no tenía comparación, en sus años de relación nunca lo vieron tan jodido por su mera presencia. Y no se debían olvidar de la pelinegra, quien disimulaba su propia admiración concentrándose en arreglar la corbata que, bien los leones sabían, estuvo perfectamente acomodada.
Una vez terminado el arreglo, la ansiada conexión se originó. La plata y madera nuevamente explotaron, creando un inédito color, provocando una flamante tensión.
La conocida escena se repetía, levantando las esperanzas en los leones que con atención los miraban, creían ser testigos de la anhelada circunstancia. Era claro para sus ojos, como una visión del futuro compartida, ellos veían a los pelinegros tentarse con diversión, buscando hacer caer al otro por satisfacción. Era real para sus personas, más que real, idóneo para sus expectativas. El beso que compartirían una vez que el enamorado cedía, la misma acción que desencadenaría una sonrisa en sus labios antes de profundizar sin tardía.
— ¡A su posición, jóvenes! — el grito de McGonagall los hizo salir de su imaginación.
Y lo visto desapareció, porque lo único que compartieron los pelinegros, fue una íntima conexión.
¡No! al mismo tiempo pensaron, maldiciendo por primera vez a su querida profesora. Adhara se alejó de Sirius de una manera tan... cautivadora, que no les sorprendió el que fuera la serpiente la única que se despidió con un elegante y neutro asentimiento antes de dirigirse a la posición que les tocaba, mientras que perdían a su amigo pelinegro que la seguía como un tonto enamorado.
— No puedo creer que diga esto — Frank mencionó atrayendo la atención del grupo — Pero estoy odiando a la profesora McGonagall — confesó, ganándose murmullos que denotaban concordancias procedentes de sus amigos.
— Realmente, aún no proceso que se haya acercado a saludar... — Alice susurra — No después de pasar de nosotros desde la discusión — menciona al sentir las miradas interrogativas de sus amigos.
— ¿Qué podíamos esperar? — cuestionó retórico, observando con una sonrisa a los dos pelinegros — Aunque lo quiera negar, todos sabemos que ambos se añoran por igual — musita.
— Y nuevamente nos olvidó por estar en Adharalandia — comentó divertido, viendo al pelinegro ser dominado por su íntegra presencia.
— ¿Y quién no lo haría? — cuestionó James, recibiendo exaltadas miradas de sus amigos — ¿Qué? Siempre lo he dicho, Adhara es jodidamente atractiva — se excusó.
Las palabras pronunciadas no eran falsas, el grupo lo sabía. Continuamente el castaño miope, directo y sincero, comentaba acerca de la apariencia física de la pelinegra cada vez que le preguntaban, de la misma forma en la que ella lo hacía. Claramente, nunca faltándose el respeto o incomodando al contrario por sus comentarios, era como un silencioso acuerdo de que ambos reconocían su atractivo. Más que acuerdo, era una jugarreta interna que utilizaban para fastidiar al de ojos grisáceos en el momento en que el aburrimiento los invadía.
Así que no, no estaba mintiendo cuando decía que la pelinegra era atractiva. Sabe Godric, que quien opinara lo contrario, debía ser merecedor de una visita al oculista, porque sería falacia negarlo. Más eso no conllevaba a que le gustara, ambos lo dejaban muy en claro en múltiples ocasiones, a pesar de considerar a otras personas físicamente agraciados, ambos sólo tenían ojos para una sola persona que, al igual que ellos, no tenían problema en opinar respetuosamente sobre el físico de otros.
— Y no estás diciendo mentiras, cariño — Lily estuvo de acuerdo.
Y es que ¿cómo no podría estarlo? Muy bien ella lo sabía, quien fue su amiga tenía una esencia cautivadora que, cuando por curiosidad le preguntó, se enteró que procedía de su año de estudios en Beauxbatons.
— Gracias, mi Lily Flor — pasó su brazo por la cintura de la mencionada, sonriéndole con cariño — Ahora si nos disculpan, tengo un baile, con la mujer que más admiro, que atender— dijo a sus amigos, quienes se despidieron divertidos por la despedida del castaño.
— Sabes que no es necesario los halagos, ¿no? — musito mientras caminaban.
— ¿Cómo qué no? — preguntó alarmado — Lily, de verdad eres la mujer, y me atrevo a decir ser vivo, que más admiro — ambos se miraron una vez que llegaron a su posición — Y no, no es sólo por la belleza que posees, es por tu gran inteligencia, por tu nata sabiduría, por la dulzura que transmites y la calidez de tu sonrisa que ilumina mis días — la pelirroja sonrió inconscientemente — Te admiro por lo que eres, por lo que haces y dices, eres la mujer a la que más aprecio... — James titubeó, y Lily lo notó.
— Después de la señora Euphemia — el miope asintió, contento de sólo ver comprensión en su mirada.
Y tal acción provocó que sus ojos se iluminaran más.
— Te amo, Lily Evans, — declaró, sosteniendo sus manos para besar sus nudillos — No sabes cuanto lo hago — murmuró sin despegar su mirada de los irreales ojos verdosos de su pareja.
— Creo tener una ligera idea — dijo ella — Porque yo también te amo — la sonrisa del león se ensanchó cuando su pelirroja se puso de puntillas para darle un tierno beso en su mejilla.
James Potter podía declararse el hombre con más suerte en la vida en ese instante. Un pensamiento que su hermano del alma también experimentaba. Y es que Sirius Black no podía sentirse más dichoso de tener a su costado a la persona que lo iluminaba. De contar con la compañía de por quien rendido se hallaba. Porque a pesar del distanciamiento y la escasez de palabras, privilegiado era al tenerla de pareja... pareja de baile, se recordaba.
— Odio que nos miren tanto — murmuró una vez que se detuvieron frente a las puertas cerradas del gran comedor.
El pelinegro miró al suelo, ignorando el impulso de contradecir su inclusión en tal frase, haciendo esfuerzo para ocultar su sonrisa, porque Sirius sabía bien que no era a él a quien tanto miraban.
— ¿Algo que decir, Black? — cuestionó, descifrando la oculta sonrisa por la diversión en su mirada.
— No creo ser yo quien esté llamando la atención, Jone — murmuró como respuesta, sonriendo de lado, nuevamente perdiéndose al verla.
Porque estaba hermosa, más que ello, era maravillosa. No sabía cuánto más podía caer, pero tomaría el riesgo en cada abismo si el premio consistía en admirarla, en amarla. No era sólo el elegante y atrevido vestido muggle que portaba, iba más que un pedazo de tela sin sentido. Sirius estaba profundamente embelesado por su elegancia, por su porte, por... por su entera persona. No lo negaba, el vestido contribuía, más era ella quien lo lucía, era ella quien resaltaba por sí misma. Y debía ser tan...
Reaccionó al notar su ceja alzada, la misma que le cuestionaba lo dicho antes de perderse en ella. Y lo supo, había hecho una horrífica elección de palabras.
— No... — negó de inmediato — Yo no me refería a eso, no es que... — titubeó, sintiéndose aterrado al ver que su mirada solo se afilaba — Sabes que nunca, no era por el vestido, es... — la tenue y delicada sonrisa que creció lo atontó más — Yo... — un vaivén entre su amarronada mirada y sus tentadores labios rojizos se volvieron en la carretera de sus ojos.
Su corazón dio un salto, al darse cuenta de que él fue capaz de leerla. Pudo descubrir la diversión en cada gesto, encontrando que ella sí entendió a lo que se refería. Pero, al igual que en los anteriores tiempos, el entretenimiento afloraba cuando alteraba por completo su sistema nervioso.
Y joder, cómo había extrañado lo que en su momento le había exasperado.
Su mirada se desvió, sentía como la sangre subía a su rostro. Lo había provocado y, como siempre, cayó en sus tentadores juegos. Oh, como la detestaba, en especial cuando lograba que fuera imposible borrar la abobada sonrisa que luchaba por ser demostraba. De reojo la observó, su ligera sonrisa ladina seguía allí junto a la chispa de satisfacción en sus ojos. Tan malditamente tentadora, tan jodidamente encantadora... No, él realmente no podía detestarla, no cuando cada centímetro de su cuerpo parecía corresponderle. Menos aún, cuando sus ojos se encontraron.
Quería creer, suplicaba porque fuera cierto, que ambos se perdieron en el contrario. Y que, de la misma forma en la que él la describía como si fuera la única que merecía ser llamada maravilla del mundo en su mente, aunque sea con una menor intensidad, ella pensara lo mismo de él. Su sonrisa respondió a sus dudas y, otra vez, se sintió el hombre más afortunado.
— ¡Muy bien, muy bien! — el profesor de pociones llamó su atención — ¿Están ya todos en su posición? — el ligero acercamiento se desvaneció.
— El baile está por comenzar — la profesora de transformaciones se posicionó delante de ellos — Recuerden mantener la compostura, al menos, durante el primer baile — ordenó con severidad, antes de transmitir orgullo con una sonrisa nostálgica — Disfruten de su última noche y de su ansiado baile, egresados.
Los aplausos de los, ahora, exestudiantes se hicieron resonar, al igual que las exclamaciones de festejos. Con amplias sonrisas en sus rostros, el júbilo los embriagó hasta el punto de sentirse derrotados por la cristalización de su alma. Pero todo pareció olvidarse cuando las puertas se abrieron.
Hogwarts nunca se había visto más mágico que esa noche.
Con una leve reverencia, Sirius pidió permiso de tomarla como pareja y, siendo aceptado por Adhara, ambos pelinegros lideraron a los estudiantes, quienes repitieron su acción en el marco de las puertas del espléndido y gran salón.
No existía ni un detalle olvidado que señalara que se hallaban en el que era el gran comedor. Cómo si un encantamiento de expansión indetectable hubiera sido aplicado, el ambiente se veía más grande de lo que acostumbraban. Sacado de los libros que de jóvenes leían, sacado de las fantasías que de las películas muggles veían, el gran salón deslumbraba por su elegancia. Con sus candelabros y arquitecturas sacadas de plena época del romanticismo. Con una gran cantidad de invitados vestidos de gala rodeando la pista de baile expectantes a sus personas. Les brindó a los celebrados la sensación de ser partícipes de un refinado evento que quedaría plasmado por los historiadores.
Tras haber desfilado en círculos, guiando a las parejas hasta quedar ellos en el medio, siendo la perfecta guía para aquellos de dos pies izquierdos, los pelinegros hablaron. No con las palabras, en un evento como tal, teniendo a magos del ministerio, aurores, mendimagos y hasta conocidos sangre pura, ninguno de los participantes podía emitir vocablo. No obstante, ellos no necesitaban del lenguaje para comunicarse, y puede ser por esa mágica conexión, que se convirtieron en parte de la conversación.
— ¿Esa es Jone? — preguntó la aurora a su acompañante.
— Sí — contestó, tomando una copa de la bandeja que flotaba — ¿Por qué el interés? — quiso saber, más sería ignorado por su pareja.
— Por Rowena... — murmuró asombrada, analizando al acompañante de la joven que conocía por las reuniones — Jamás vuelvo a dudar de ella — murmuró creyendo que solamente la escucharía ella.
— ¿Dudar de ella, Em? — un pelirrojo apareció.
— ¿Por qué hemos de dudar de Jone, Em? — apareció su gemelo.
— No porque Dumbledore haya abierto momentáneamente la seguridad del castillo... — habla con sus ojos cerrados por la molestia — ...significa que ustedes dos, par de zanahorias, puedan aparecerse a cada instante.
— Oh, pero no te enojes Em — mencionaron los dos.
— Alastor — lo llamó alzando una ceja, el mencionado dejó de tomar de la copa para mirarla, entendiendo lo que pedía.
— Aléjense de ella, Prewett — ordenó, ambos gemelos alzaron sus manos en forma de inocencia — Y saben que es Emmeline para ustedes — gruñó por lo bajo.
— Y nosotros que queríamos contarles el chisme... — farfullaron por lo bajo, despertando, no solo el interés de la antigua Ravenclaw, sino que también del Hufflepuff.
— ¿Chisme? — preguntaron al unisonó.
— Mira, Fideon — señaló con fingida ternura — Parece que quieren imitarnos.
— Lo veo, Gabian, lo veo — señaló humorístico.
— Hablen — ordenó Emmeline Vance, sacando la actitud con la que logró soportar los prejuicios que contraía el convertirse en la primera auror femenina del ministerio de Inglaterra.
— ¿Ven a esos dos que parecen demasiados hipnotizados con la presencia del otro? — preguntó Fabian Prewett.
— ¿En especial el pelinegro que se ve capaz de arrodillarse solo por seguir bailando con Adha Dhara? — preguntó Gideon Prewett.
— Hemos dicho nada de apodos entre los miembros o aliados de la orden, Prewett — Alastor gruñó nuevamente — Menos en ceremonias como estas — les hizo recordar.
— Pero sí, sí los vemos — Emmeline respondió, quitándole la copa que tenía su acompañante para tomar de esta, ligeramente sonriendo orgullosa al ver como la pelinegra que, ciertamente le recordaba a su yo de joven, lucía un vestido con elegancia e ignoraba los prejuicios que desde su lugar podía escuchar.
Rodó los ojos internamente, en verdad ¿quiénes eran esos magos para juzgar a una estudiante por lo que traía puesto? No, definitivamente ninguno de ellos estaba preparado para enterarse que la persona a la que tanto juzgaban los había salvado más de una vez.
— Pues ellos dos rompieron — la sonrisa de la única fémina en el grupo de aurores se desvaneció, atragantándose brevemente por la impresión de tal declaración.
— ¿Estás bien, Em? — la preocupación en su tono le causo una breve ternura.
— Estoy bien, estoy bien — respondió, olvidándose de su acompañante al recordar la declaración de los gemelos — ¿Cómo que rompieron? En la última reunión...
— Que fue hace unas tres semanas, ¿no es cierto? — completó dinámico.
— Llevan dos semanas de separación, por lo que nos contaron — informó, imitando la acción de Alastor y tomando una de las copas de la bandeja que pasó levitando.
— ¿Qué fue lo que sucedió? — y, por las sonrisas de los Prewett, Emmeline Vance supo que dio con la pregunta que ellos querían escuchar desde que se aparecieron a su lado.
Y mientras que ciertos miembros de la orden secreta se ponían al tanto del estado actual de la joven que de tiempo conocían, los demás invitados no dejaban de conversar entre ellos y con los maestros del colegio. Preguntando a estos a quienes veían como futuros candidatos para las carreras que ofrecían, escuchando con atención los comentarios y recomendaciones de quienes de primera mano a los recién egresados conocían. Cuestionando sobre los nombres que despertaba en ellos curiosidad por ser escuchado reiteradas veces, informándose de las fortalezas de estos. Indagando sobre los intereses de a quienes veían como importantes magos para el mundo mágico en un futuro cercano, viéndose contrariados por el interés colectivo que varios adultos presentaban a su elegido.
Todo ello, mientras que los egresados disfrutaban de su baile, olvidándose de los alrededores y celebrando el término de una gran etapa en compañía de su pareja deseada. En especial, aquellos que enamorados estaban, las parejas que fueron elegidas por sí mismas, quienes se escogieron entre tantas posibilidades porque lo anhelaban, porque lo necesitaban.
Y ellos no le eran indiferentes al sentimiento.
Repitiendo los pasos previamente practicados, rememorando cada uno de los bailes compartidos, sumergiéndose en la idónea marea que los jalaba hacia la tierra aislada de los errores marcados, entregándose al cálido sentimiento surgido por el tacto de su contrario, los llamados examantes bailaron.
Oh, pero no crean lo que era comidilla para quienes se enteraban de su situación. A pesar de ser cierto, a pesar de ser verídico el rompimiento, ellos no eran merecedores de ser nombrados antiguos enamorados. No, claramente no lo eran porque, aunque lo dijeran, aunque repitieran la escena de su final en sus cabezas, aunque ellos mismos admitieran que era su situación actual... sus miradas delataban que se amaban a voluntad.
Y es que la máscara de frialdad se desvanecía al verlo sonreír. La necesidad de apartarlo para ocultar su debilidad era olvidada al sentir su tacto. El deseo de apagar las brasas que en su interior quemaban era desechado cuando la intensidad de sus cautivadores grisáceos ojos avivaba el fuego alejándolo de la extinción.
No podía, no podían... Ellos no podían ocultarlo.
La vida se les iría si lo hicieran, el desconsuelo se volvería su día a día si lo lograban, la desesperación, en su estilo, si lo ignoraban. Porque algo tan puro, como el brillo en su mirada, algo tan enigmático, como la adoración con la que se trataban, algo tan majestuoso, como el amor que se otorgaban, era imposible olvidarlo de la noche a la mañana.
Sintiéndose completos, encontrándose adheridos en sus brazos, se desentendían de la separación. Sintiéndose aceptados, encontrando la admiración en su contrario, de la finalización de la música se percataron. Sintiéndose esperanzados, encontrando la sonrisa en sus labios, pensaron en la absolución de sus pecados.
Y con una nueva melodía, al baile regresaron.
°•°(...)°•°
Bailes y escándalos. Todo ello sucedió — y seguía sucediendo — en la ceremonia de egresados. No existió momento en que se apartaron, no hasta que el mismo baile los obligó a cambiar de pareja. Y aunque se buscaban para volver a conectar, la momentánea separación los hizo recordar su situación.
Una situación del que el pelinegro dudó, porque provocando que los conocedores de los errores de los leones se sorprendieran abismalmente, el considerado más tímido del grupo, se acercó a pedir una pieza. Llegando conmocionar a los más interesados, cuando Peter Pettigrew fue aceptado.
No existió química.
El rubio no parecía adorar de la misma forma que el pelinegro. Y ella, aunque sonreía con ligereza, no daba sospecha de olvidarse de la realidad por su compañero de baile.
A pesar de ello, los comentarios no se hicieron esperar, menos aún, cuando al terminar de danzar, se apartaron de la pista para conversar. Hasta que, como era de esperar, autoridades del ministerio se acercaron para hablar — o más bien invitar — a la pelinegra a unírseles a una charla con la intención de convocarla y alentarla a ser una integrante más de su comunidad.
Más no era la única convocada, y es que los invitados a la ceremonia tenían como finalidad alentar a los jóvenes a unirse al trabajo donde pertenecían. Como se hacía notar entre la conversación de James Potter y Lily Evans con reconocidos mendimagos. De la misma forma en que la amena charla entre Alice Fortescue y Frank Longbottom junto con los aurores, quienes segundos después invitaron a Remus Lupin y Sirius Black, se enfocaba en los aspectos necesarios para entrar a la academia de aurores. O puede ser el gran interés que los más conocidos escritores del famoso diario "El Profeta" mostraban en Marlene McKinnon, quien les comentaba emocionada algunas de las reseñas que tenía acerca de las noticias publicadas.
Más no era únicamente puestos formales a los que se hacía invitación, porque, aunque Albus Dumbledore aseguraba que ninguno de ellos sería invitado, no contaba con la astucia que poseían para entrar sin ser detectados. Aparentaban ser unos más de los que mostraban a los alumnos las posibilidades que tenían al salir de Hogwarts, sinceramente no eran falacias lo que decían, si es que ignoras las consecuencias de su decisión tras la negación de la posibilidad ofrecida.
Y aunque los bailes junto a nuevas conversaciones emergían, la ceremonia seguía siendo una celebración del término de los estudios de jóvenes amados, o, en otras palabras, de jóvenes que poseían familiares orgullosos por sus logros. Por lo que no fue sorpresa de muchos, cuando los padres, tíos y hasta primos de los estudiantes, interrumpiendo las convocaciones, decidieron unirse a la ceremonia.
Pero si fue una gran sorpresa, cuando el desheredado de su familia se encontró con, el que en bromas decía, su versión femenina.
— ¿Andy? — sus ojos no paraban de analizarla, no creyendo su presencia en el castillo.
— ¿Se puede saber por qué tuve que ser invitada por tu pareja y no por tu propia persona, Sirius Orión Black Tercero? — simuló estar enfadada, a pesar de que tal máscara se viera arruinada por la resplandeciente sonrisa que mostraba.
Los repudiados Black se unieron en un cálido abrazo, disfrutando después de varios años, el encontrarse con un familiar que verdaderamente apreciaban. Sintiéndose en calma por recordar que tenían a una persona con su misma sangre que la muerte no les deseaba.
— No puedo creer que en ninguna de las cartas que compartimos siquiera insinuaste que querías que asistiera — señaló ofendida al separarse — ¿Qué tanto pasaba por tu cabeza, Sirius? — cuestionó notablemente intrigada.
— Muchas cosas, Andy, muchas cosas — suspiró, recordando el lío que seguía existiendo en sus pensamientos.
— Y supongo que eso tiene que ver con cierta pelinegra que conocía hace ya muchos años, ¿no es así? — preguntó pícara, recordando a una pequeña niña de no más de ocho años jugando con sus primos — ¿Dónde se encuentra, por cierto? — preguntó mirando alrededor del pelinegro — Necesito felicitarla por soportar lo hostigador que demostrabas ser en nuestras cartas — fastidió, dejando de buscar a la persona que quería con ansias volver a conocer al centrarse en su primo.
Más la emoción surgida se vería desvanecida al notar una niebla en la mirada de Sirius, una que era capaz de identificar como pesadumbre por el aura distante y afligido que transmitía. Frunció su ceño, no comprendiendo qué sucedía hasta que, un pensamiento, surgió al recordar ciertas palabras que en la carta de invitación fueron escritas.
— Tan solo han discutido, ¿cierto? — preguntó, inquietándose al no recibir una respuesta — Sirius Orión Black Tercero, dime que no es lo que creo — exigió.
— Cometí tantos errores, Andy... — algo se quebró dentro de la mayor al verlo tan adolorido — Y quiero creer que puedo solucionarlo, pero estoy tan asustado...
Andrómeda atinó a volver abrazarlo, sin saber como expresar un consuelo verbal. En momentos como este, era en los que recorría a la ayuda de su marido, el mismo quien le enseñó a ver el mundo de un color distinto a como su familia lo pintaba. Se reprendió mentalmente, no era tiempo de pensar en su vida, debía buscar alguna especie de palabras de consuelo — o de aliento — para su querido primo.
Sin embargo, no tenía ni una mínima idea de qué podría decir, menos aún, cuando se encontró con unos amarronados ojos a lo lejos. La miró confundida, sin saber por qué estaba mirándola, o, mejor dicho, por qué estaba mirando con tanta intensidad a su primo.
Intentó espantarla, enfrentándola con la conocida mirada penetrante que cada uno de los Black poseía, buscando la forma en que dejara de prestar tanta atención a su decaído primo. Y se sintió frustrada cuando ella ignoró por completo su advertencia y siguió examinándolos. Más que frustrada, Andrómeda se sentía ofendida porque esta sonriera, restándole importancia a su intensa mirada, y le devolviera una mucho más retadora de la que en su experiencia había visto.
Andrómeda se consideraba en una experta en soportar intimidadoras personas, era un talento que aprendió y perfeccionó durante su infancia. Pero esos amarronados ojos, de una forma que desconocía, la hacía inquietarse.
Solo dile que lo estoy mirando, la aterciopelada voz resonó en sus oídos. Y como si fuera un encanto, le hizo caso.
— ¿Adhara tiene ojos marrones, no? — recibió un asentimiento confundido que causó una ligera sonrisa — No debes porqué estar asustado — murmuró, separándolo del abrazo con suavidad — Ella te está mirando — y con ello bastó para que el desconsuelo desapareciera del pelinegro.
Con una necesidad que nunca pensó observar, Sirius volteó esperanzado de conectar con quien lo hacía divagar. Ambos Black, entonces, pudieron apreciar como la pelinegra les sonreía ligeramente, antes de tomar de su copa para regresar a la conversación que tenía con, quien parecía ser, el director del departamento de seguridad mágica, sin perder la conexión visual con el mago.
En los años compartidos con su primo, Andrómeda admitía que jamás observo el brillo que emitía por únicamente ser el centro de atención de una persona. No obstante, ella misma se recordaba que no era cualquier persona. Porque de la misma forma en la que Ted fue su despertar, su escape a un mundo lejos de la oscuridad, la tal famosa Adhara, que poseía el mismo resplandor por tener una ligera conexión con el ojigris, era el de Sirius.
— ¿Qué te parece si nos presentas? — preguntó con la intención de acercarse a la pelinegra, pero más que por conocerla, para que su primo tuviera la oportunidad de... solucionar lo que sea que haya pasado con su pareja — Después de todo, no demuestra tener interés en Crouch, — comenta, porque a pesar de mantener la conversación con el mencionado, su vista no se apartaba de su consanguíneo — Sino, en otra persona...
Con una sonrisa divertida, observa el asentimiento que, aun hipnotizado por la peligra, brinda en forma de respuesta. Y ríe internamente, cuando es necesario darle un pequeño empujón para que reaccionara y acatara su petición.
— Sí, sí — asiente, sacando su galantería al ofrecerle un brazo, para comenzar a caminar hacia la pelinegra — Sí, esa sería una... — sus palabras se detuvieron.
Evaporándose la emoción por el nuevo acercamiento, la conexión de la antigua pareja se pierde ante la aparición sorpresa de unos muy conocidos invitados. Y con ello, Sirius no es el único en afrontar un drástico cambio, ya que la brillante sonrisa de su prima se desvanece al mismo tiempo que se reconoce a las personas que frente suyo aparecen.
— ¿Esas... esas no son...? — no fue capaz de completar la pregunta, no cuando vio cómo uno de los recién aparecidos se lanzaba a brindarle un abrazo a Adhara.
— ¿Tus hermanas? — completa por ella, reconociendo el característico cabello, y algo desordenado, de su prima Bellatrix — Sí, sí lo son — responde a la pregunta auto formulada, descubriendo la rubia melena de Narcissa al acercarse con, la aparente, misma intención que su hermana.
— Oh, por Merlín — musita la Black a su lado, utilizando a Sirius como escudo — ¿Sabes de algún lugar en donde no puedan vernos? — pregunta en un bajo murmullo, temiendo que al hablar en voz alta pudiera ser encontrada.
Sirius sonrió socarrón ante su acción, recordando una de las tantas frases que, antiguamente, su prima siempre se repetía así misma, y a él, cuando una relación similar surgía en la ancestral casa de la familia Black.
— ¿No que los Black jamás deben de acobardarse? ¿Menos aún, cuando se trata de sus propios familiares? — cuestiona con diversión, ganándose un ligero manotazo, que lo hace quejarse, de parte de su adorada prima.
— Aquí el estúpido valiente eres tú — menciona sin dejar de utilizarlo como escudo — Yo soy lo suficientemente astuta para abstenerme a una muerte segura — exclama, observando por sobre el hombro de su primo como sus hermanas parecían intentar culminar la conversación con Crouch, quien parecía reacio a dar por terminada su charla con Adhara — Una muerte que sucederá si me ven, en especial Bellatrix — menciona, ocultándose con más ahínco detrás de su primo.
El Black negó divertido por las palabras de su prima, aunque supiera que era cierta, le provocaba gracia que pensara que sus primas serían capaces de atacarla estando en medio de una ceremonia donde se hallaban toda clase de magos de grandes reputaciones y, sobre todo, aurores. Aún así, eso no evitó que su cabeza evocara el refugio que los salvaría de alguna posible déspota interacción con su familia sanguínea.
— ¿Conoces a Fleamont y Euphemia Potter? — preguntó, buscando a los mencionados que había visto momentos antes con su mejor amigo.
— No, pero me encantaría hacerlo — respondió de inmediato, relajándose a sabiendas que sus primas no osarían atacarla estando en compañía de tan reputados y grandes magos.
Ambos Black, entonces, se sonrieron con complicidad, antes de darse media vuelta y alejarse del rango de visión de las prestigiosas y aceptadas hermanas Black con presura. Huyendo de un no muy ameno reencuentro entre las aceptadas y repudiados familiares. Escapando de una charla que acabaría con la paz que en la ceremonia se presentaba, con la paz que ellos sentían al, después de varios años, reencontrarse.
Porque yendo hacia los magos que podrían brindarle el refugio que tanto anhelaban, ellos encontraron la aceptación que tanto buscaban.
Olvidándose que, de manera inconsciente, también se alejaban de su anhelante — y ahora decepcionada — mirada.
°•°(...)°•°
Los bailes no se detuvieron, a decir verdad, solo aumentaron en número en cuanto un vals reconocido resonó por el gran salón. Viéndose motivados por una encantadora y jubilosa melodía, en una simultanea e imprevista coincidencia, la gran mayoría de egresados se acercó a su pareja para posicionarse nuevamente en su anterior sitio y comenzar a danzar. Porque incluso los más amargados, o los que presumían tener dos pies izquierdos, viendo la emoción de sus parejas, pidieron que los acompañaran a volver a danzar, tal como la situación de Vanity y Snape.
Y es que incluso, Andrómeda sacando un coraje que, probablemente, se debía a ciertas bebidas que los Merodeadores se encargaron de infiltrar a la ceremonia, convenció a Sirius de ir a danzar, olvidándose por completo de la gran posibilidad de que sus hermanas fueran capaces de distinguirla por los claros y elegantes pasos de baile que poseía por el mero hecho de ser una Black.
Entonces, con la emoción corriendo por su emoción, teniendo a su acompañante por elección, los danzantes disfrutaron del enigmático vals, deslumbrando a los invitados e incluso al profesorado por verlos más coordinados que en la apertura oficial.
Pero no teniendo a una pareja, quedándose fuera del gran festejo, ella no se sintió desafortunada. De hecho, como era del ingenio que poseía, se aprovechó de su partida.
— Señores Potter — los mencionados voltearon hacia quien los llamó, dejando de observar a su hijo, comenzando a sonreír cálidamente y con emoción al encontrarla.
— Oh, querida — murmuró Euphemia, antes de acercarse con presura para envolverla en un abrazo.
— Pero mira nada más — comentó, también acercándose, Fleamont — ¿No habíamos dicho de nada de señores? — cuestionó con diversión, más una vez que su esposa dejó de abrazarla, sonrío — Estás hermosa, Adha — halagó.
— Muchas gracias, Fleamont — musitó, antes de también acercarse al señor Potter para compartir un breve abrazo.
— Supe que se trataba de ti cuando escuché a los murmullos de una joven con deslumbrante vestido — comentó Euphemia con diversión — Sinceramente querida, te has lucido con esta prenda.
— Y usted no se queda atrás, Euphemia — devuelve el comentario — Ambos se ven más que bien esta noche — halaga, los esposos se miran con ternura, antes de que el ego Potter se asomara.
— Lo sé, lo sé — el comentario del único varón contagió risas en las mujeres.
— ¿Y cómo has estado, cariño? — el deje de preocupación no pasa desapercibido por la pelinegra — Y no te atrevas a mentirme, sé muy bien por las cartas de los chicos que algo anda mal, no han querido escribirme acerca de ti — señala antes de que hable.
— Y sinceramente, nos preocupó no ver a tu lechuza en estas últimas semanas — agrega Fleamont — ¿Es acaso que ya nos has encontrado un reemplazo? — Adhara niega con una sonrisa.
— Sería imposible encontrar uno que les llegue a los talones — menciona divertida, antes de suspirar — Y en relación con los chicos... — desvía la mirada, no queriendo hablar del tema.
— Las cosas sí que van mal, ¿no es así? — completa Euphemia por ella — Te lo dije Monty, no era nada normal que Sirius escribiera tanto preguntando sutilmente por ella, y tu creyendo que era porque... — comenzó a regañar a su esposo, sin darse cuenta de las revelaciones que hace.
— Cariño... — murmuró el mencionado, señalando a la joven delante de ellos con una mirada.
— ¿Él...? — una ligera ilusión aparece en sus ojos, una que los señores Potter notan como lucha por permanecer — Olvídenlo — una que se pierde tan dolorosamente en su mirada.
— Lo ha hecho, Adha — Fleamont es quien ahora revela — Pensé que lo sabías, no es su carta si no habla de ti — murmura con travesura, sintiéndose contento por ver la ligera sonrisa crecer en su rostro.
— ¿Qué ha sucedido, querida? — pregunta nuevamente, esta vez no ocultando su preocupación — Los he notado a todos, incluso a Jamie, más apagados de lo normal.
— Muchas cosas, Euphemia, muchas cosas... — murmura la joven, antes de recordarse la razón por la que se acercó a quienes, en contra de su voluntad, les recordaba de cierta forma a sus padres — Pero no es por ello por lo que he venido, ¿cómo se encuentran ustedes? — pregunta, los señores Potter comparten miradas dubitativas antes de volver a sonreír.
— Bien, Adha — responde el castaño — Todo está muy... bien — repite, como si quisiera convencerse así mismo de ello.
Más por la postura de la joven, ellos saben que no pueden mentirle.
— Lo sabes ¿no es así? — Euphemia pregunta con cuidado, una vez que comprendió la mirada que les dirigía — Pensé que fuimos discretos...
— Realmente lo fueron — concedió la adolescente — Es solo que tengo... este pequeño don de saberlo todo — se encoge de hombros, con una agridulce sonrisa que los mayores comprenden.
— Dumbledore nos está ayudando, es gracias a él que pudimos venir a acompañar a James, y a los chicos, en su día — revela.
— Sí, claro — controla las ganas de rodar sus ojos — Dumbledore... — musita sarcástica, provocando miradas confundidas de los mayores.
— ¿Él no...? — intenta comenzar la pregunta, antes de que la joven niegue, respondiéndole a la vez que lo corta con delicadeza.
— Ese asunto no es importante, a decir verdad — aclara — Más me alegra que el encantamiento haya servido, pero les recomendaría que no devuelvan sus copas, para evitar más contagios — menciona con naturalidad — Y alejarse de los mendimagos, tienen un sexto sentido para estos asuntos.
— Pero no es lo único que nos quieres recomendar, ¿no es así? — la pelinegra asiente, siendo descubierta.
— Es algo pequeño, pero con el encantamiento certero lograrán que se agrande — menciona, sacando de un bolsillo escondido de su vestido un par de collares — Es algo... complicado de explicar, pero los ingredientes y su preparación están en la parte trasera cuando se les acabe — señala, otorgándoles los pequeños frascos a Fleamont — Un gran pocionista como usted sabrá como prepararlos — el aludido sonríe con claro agradecimiento.
— ¿Es una cura? — la esperanza en los ojos de Euphemia es tan pura que para Adhara es doloroso el tener que romperlo.
— Un tratamiento — corrige de forma directa — De verdad... yo... — los mayores la miran, sabiendo lo que quiere decir — Lamento que hayan tenido que verse involucrados, les juro que hice lo posible para...
— Está bien, cariño — la mayor la interrumpe, acariciando su mejilla para que levantara su vista — No fue tu culpa — declara, esperando convencerla.
— Los señores Fortescue... incluso la señora Pettigrew... — menciona Adhara — Le dije que debían de cuidarlos, de mantenerlos vigilados, pero él no... — esta vez, la mano de Fleamont en su hombro, es quien la silencia.
— Si te preocupas por ellos, puedo prometerte que también les haré el envío de estas pociones — indica con suavidad — La viruela de dragón no podrá con nosotros — declara con seguridad — Al menos, no en el tiempo que se espera — intenta tranquilizarla — No con esto — musita, alzando ligeramente los objetos otorgados.
— Lo lamento — vuelve a decir, los señores Potter niegan.
— No es necesario tus disculpas, Adhara, porque no es tu culpa — musita con suavidad, esperando que comprendiera sus palabras — ¿Está bien, cariño? Lo que eres, quien eres, no es tu culpa — declara.
Y aún con la suavidad de su tacto, Adhara asiente, sintiéndose la peor persona por mentirles a quienes la comprendían y querían a pesar de que ella condenó sus vidas. Pero se convence, quiere mentirse así misma, de que logrará encontrar una solución más permanente de lo que otorgó, solo... solo necesita más tiempo.
— Ahora, ¿qué te parece si nos acompañas y...? — más las palabras de Euphemia se verían cortadas por los aplausos de los danzantes, quienes, por la emoción de haber compartido un magnífico vals, celebran emocionados para regresar a su lugar.
— Será en otro momento, Euphemia — musita ella con cuidado, notando como la pareja dorada de Hogwarts se acercaba — Fue un gusto volver a verlos, son maravillosas personas — musita, volviendo su mirada a ellos.
— Y tu también lo eres, querida — señala Fleamont — Me aseguraré de nuestro pequeño acuerdo — dice, mientras da breves golpecitos en el bolsillo de su camisa, lugar donde guardó las pociones encogidas.
— Gracias — musitó con sinceridad — Gracias por todo, en verdad.
Pero antes de que los señores Potter contestaran, el llamado de su hijo provoca que se volteen a verlo, encontrándolo con una deslumbrante sonrisa en compañía de su pelirroja querida.
— ¿No te recuerda a nosotros? — murmura Monty a su esposa.
— Claro que lo hace — responde con ternura, apoyándose en el hombro de su esposo.
— Los vimos conversando con... — James se detiene, no encontrando la razón por la que con Lily se acercaron con rapidez a sus padres — ¿Y Adhara? — pregunto confundido.
Los dos mayores fruncen su ceño, sabiendo que la mencionada. se encuentra a su lado.
— Ella... — la confusión se hace presente en sus rostros cuando es un vacío lo que hallan en donde antes estaba.
James niega divertido, sabiendo lo que sucedía, puesto que muchas veces se sumió a la misma confusión que sus padres presentaban.
— Ella y sus dramáticas salidas — murmura con ligera diversión.
°•°(...)°•°
— ¿Y tú dónde te metiste? — cuestionó con acusación.
— Oh, vamos cariño — farfulló divertida — Sabes la respuesta, entre ministros, mendimagos y aurores... — responde con una sonrisa egocéntrica — Tal parece que soy famosa entre los magos superiores — se regodea con fingida egolatría.
Las risas de ambas pelinegras resuenan. La felicidad embriaga su cuerpo cuando la otra está presente, más que ello, era el júbilo que provocaba la reunión entre todas, o la mayoría, de las originales serpientes.
— Sigo sorprendido por la invitación — musita el rubio — Nunca pensé que volvería a Hogwarts en tan pocos años... — murmura para sí mismo.
— Me duele su sorpresa, en realidad — musita con fingida indignación — Les prometí que los iba a invitar en el almuerzo de navidad — le hizo recordar — Y saben bien que jamás rompo mi palabra.
— Lo sé, pero pensábamos que invitarías a otras personas más... — Lucius calla al sentir la mirada de su, ahora, esposa.
— ¿Importantes? — completa Adhara por él — ¿Quiénes serían más importantes que ustedes, rubio oxigenado? — el aludido sonrió al escucharla.
— No extrañaba ese apodo — musita, fingiendo el porte serio y elegante que debe de mostrar ante la atenta mirada de sus colegas del ministerio.
— Oh, claro que lo hacías, Lucius — señala ella divertida — Pero cuéntenme, par de enamorados — musita, tomando de su copa mientras examinaba a la pareja de rubios — ¿Cómo van las cosas en su matrimonio? Recuerda, Cissy, que, si estás siendo amenazada, la opción de raptarte siempre está disponible — comenta guiñándole un ojo a la mencionada.
— Todo va bien, Adha — responde con una sonrisa.
— No le mientas a la pobre, hermanita, bien sabes que deseas escaparte del rubio — Bellatrix señala divertida.
— ¿Cómo es que las soportas? — Severus cuestiona hacia Lucius.
— La compañía de Rodolphus lo hace más fácil — responde con diversión — ¿Y tú como llevas a la dramática de Adha? — pregunta.
— Con Regulus y Vanity nos la apañamos — responde de la misma forma.
— ¡Hey! — las tres féminas de las que hablan se quejan.
El grupo de serpientes se suma a una risa conjunta, sintiéndose verdaderamente relajados después de largos meses.
— Así que Vanity, Severus... — Bellatrix insinúa — La recuerdo de las ceremonias, es una gran chica — menciona antes de voltearse a Adhara — ¿Estás segura que no le ha dado algún filtro de amor, cariño? — la cuestionada emite un par de risas junto a negaciones.
— No, no, aunque yo creo que pudo haber sido al revés — musita, viendo a lo lejos como su amiga conversaba con ciertos pocionistas — ¿O es que acaso no viste como, por propia voluntad, le ofreció bailar a pesar de que posee dos pies izquierdos? — pregunta con burla.
— Ja, ja, que graciosa, Adha — Severus rueda sus ojos, perdiéndose en la figura de su pareja en la ceremonia.
— ¿Ves? Completamente hipnotizado — fastidia a su amigo, quien ignora por completo las risas del grupo.
— Ay, el amor, el amor — suspira con burla Bellatrix, brindándole la señal a su prima de lo que habían estado planeando antes de venir a la ceremonia.
Y es que, aunque fingieran de sobremanera que no tenían ni la más mínima idea de la ruptura amorosa a la que su amiga supuestamente se enfrenta, bien sabían ellas que nada dentro de la familia Black se podía guardar en secreto. Menos aún, cuando, su madre junto a su tía, discutían abiertamente sobre el tema, como si lo que su desheredado primo hiciera fuera de vital importancia.
Aunque, ellas creían, no era esa parte de la relación la que les importaba, porque todo parecía siempre recaer en la deslumbrante pelinegra que tenían frente suyo.
— ¿Y cómo están las cosas para ti, Adha? — pregunta Narcissa con su fingida inocencia, sabiendo que era las razones por las cuales su amiga tenía un punto débil con ella.
Pero como era de esperarse, como bien supusieron entre sus pláticas, descubrir las actuaciones e intenciones ocultas era el pasatiempo favorito de quien logró obtener la estima de su familia.
— Los rumores que han escuchado son ciertos — responde ella con tranquilidad, tomando de la copa que en sus manos traía — Pensé que lo sabían tras la carta de Walburga — mencionó.
— ¿Qué estás insinuando, cariño? — pregunta con falsa indignación, esperando que no cayeran en tensión.
— Tu bien sabes la respuesta, cariño — responde ella con complicidad, guiñándole un ojo que la hace ligeramente sonrojar.
— ¿Entonces, de verdad...? — aunque quiere indagar, no desea afectarla más.
— La ruptura oficial fue hace una semana — se encoge de hombros — Aunque no hay nada desde hace dos — revela, sin desviar su mirada de sus dos amigas — No voy a arruinar nuestro reencuentro con cómo la pasé, pero si tranquilizarlas al hacerles saber que, al menos ahora, me encuentro mejor — dice, esperando que fuera suficiente para saciar su curiosidad.
Más no era curiosidad lo que las hermanas Black poseían. Si bien, la ruptura implicaba graves consecuencias para la relación de la familia Black con su amiga, no era esta la razón por la que habían preguntado. No, de lejos habían planeado toda una forma de sacarle respuestas a su amiga sobre cómo verdaderamente se sentía tras el rompimiento con su no tan apreciado primo. Porque la verdad, la sincera verdad, era que ellas estaban preocupadas por Adhara, netamente por su amiga.
No importaba, realmente poco les importaba que haya salido con el traidor a la sangre que era su primo. Muy poco les importaba que, de cierta forma, haya incumplido con el trato que hizo con su familia, que la rectificación del Black perdido no se lleve al final por la falta de compromiso o control de Adha hacia Sirius.
No, eso no era lo que les interesaba.
Lo que ellas querían, lo que deseaban saber, era cómo se sentía ella. Querían, de verdad querían, que de la misma forma en que Adhara les brindó un hombro y consuelo cuando las expectativas de sus familias eran intensamente demandantes, ellas pudieran ayudarla a sobrellevar el terrible sufrimiento por el que debió — y más que seguro debe seguir — pasando por culpa del inepto de su primo.
Porque Adhara las ayudó. Ayudó a Bellatrix cuando se hallaba destrozada por el matrimonio forzado al que sus padres la sometieron, aunque no puede mentir y decir que Rodolphus no es un buen esposo, no sentía, ella de verdad no sentía, ni una pizca de la calidez... del verdadero significado del cariño que Adhara le enseñó que era.
Porque Adhara las ayudó. Ayudó a Narcissa cuando necesitó de alguien que la escuchara hablar sobre lo que de verdad pensaba acerca de su hermana, acerca de Andrómeda. Porque, aunque fingiera ser la hija perfecta para ser el orgullo de sus padres, Narcissa lo que en su interior deseaba, era tener nuevamente a toda su familia reunida, aunque eso incluyera a la hija de su hermana que, por Adhara, sabía que se llamaba Nymphadora.
Porque lo que las hermanas Black buscaban era ayudarla, brindarle el mismo apoyo y cariño que ella les otorgó, y no por saldar cuentas, sino porque así verdaderamente lo deseaban.
— Aún así, sabes que puedes contar con nosotras en lo que necesites, Adha — menciona Narcissa con delicadeza.
— Después de todo, es lo que se hace por las personas a las que tienes cariño, ¿no es así? — cuestiona Bellatrix, Adhara asiente con una gran sonrisa.
— Así es, cariño — responde con calidez — Pero dejémonos de hablar de hombres, aunque sean buenos, cosa que todas aquí sabemos, no son necesarios para ser felices — comenta con picardía, causando risas a sus amigas.
Y sin nada más que decir, a pesar de escuchar las negaciones de las hermanas, Adhara las jala con alegría hacia la pista de baile, animándolas a comenzar una danza elegante, pero divertida, de a tres, compartiendo risas entre giros y vueltas, solo separando la unión de sus manos al ser estrictamente necesario para dar el siguiente paso.
Disfrutaron, disfrutaron como debe ser la danza de tres unidas amigas, disfrutaron porque, de cierta forma, se trataba de un distinto tipo de consuelo y apoyo que le ofrecían a la afectada entre risas.
Y allí, despertando la atención de varios, quienes sonrieron contagiados por la alegría que deslumbraban, las hermanas no pudieron evitar hacer la comparación de su estimada amiga con quien ya no se hablaban. Y no, no era porque Adhara fuera su reemplazo. De lejos podrían considerarla de esa forma, Adhara era una persona esencial en sus vidas de la misma forma en la que eran ellas para la pelinegra. Pero aún así, entre el baile de a tres, los recuerdos de la hermana quemada del árbol genealógico de los Black fueron evocados sin su permiso. Trayendo las memorias de cuando eran las maravillosas hermanas Black, apodadas las tres ninfas de las ceremonias, puesto que en cada celebración de gala que entre las familias de sangre pura organizaban, eran el trío que alegraba a las danzas con su elegante y juguetón baile.
Por lo que tal vez, con una ilusión presentándose en la menor, podía ser que en aquella ceremonia, pudiera hablar con la hermana que nombró a su hija según el íntimo recuerdo que entre las tres compartían.
— ¿Cómo lo ha pasado? — pregunta, no apartando la vista de su brillante esposa.
Suspira ante la pregunta, dejando de observar a cierta persona para concentrarse en su apreciada amiga.
— Como lo ha mencionado, al menos ahora está mejor — revela, sintiéndose reconfortado de verla reír con sinceridad en compañía de las Black.
— ¿Es cierto lo que dicen? ¿La razón de su rompimiento? — Lucius cuestiona con un deje de molestia, una que aumenta por el tarareo afirmativo de su amigo — Ese bastardo... — murmura entre dientes.
— Sí, pero no intentes ir en contra de él — musita, despertando curiosidad en el rubio.
— Permíteme adivinar — pide, analizando el aspecto del pocionista — Tu lo intentaste y el asunto empeoró más, ¿cierto?
— Deseábamos protegerla — murmura, sin saber por qué se sentía ligeramente regañado.
— E ahí el error, Severus — musita Lucius, teniendo ahora su fija mirada en quien, aunque lo negara, consideraba una gran amiga — Ella no necesita que la protejan.
— Lo sé — responde.
— ¿Pero lo comprendes? — el de cabello graso quedó en silencio, Lucius sonrió, decidiendo que era momento de cambiar de tema — Más dejando de lado este asunto, ¿ya has pensado lo que sucederá una vez que dejes Hogwarts?
— Me han ofrecido ciertos trabajos — revela — Pero, no siento que pertenezca a ninguno de ellos... — musita por lo bajo.
— Bueno, sea tu decisión, sabes que siempre podrás contar con mi... con mis contactos, si ha de ser necesario — menciona con arrogancia, Severus roda sus ojos divertidos.
— Es bueno saberlo, Lucius — dice con deje de gratitud, porque sabe que realmente lo que le ofrece, es su apoyo ante la decisión que tome.
— ¿Y qué hay de Adha? — quiere saber — ¿Sabes qué es lo que hará después de Hogwarts?
— Créeme — menciona con diversión — Aunque le preguntaras, ella simplemente te confundirá con su respuesta.
— Y eso es algo que ella haría — menciona, contagiado por la diversión de su amigo, nuevamente concentrándose en el grato baile que las tres serpientes protagonizaban.
Y a lo lejos, no escuchando la conversación, olvidándose de su alrededor, el gris admiraba su felicidad. Hipnotizado por su gran sonrisa, por el eco de sus risas, hasta ignoraba la presencia de sus primas. Porque lo único que era merecedor de su devota mirada, se trataba de quien, en su alma, exaltación provocaba.
°•°(...)°•°
La ceremonia siguió. La celebración realmente no parecía tener fin alguno, menos aún cuando los efectos de las bebidas infiltradas por los merodeadores comenzaron a presentarse entre los elegantes invitados, quienes parecieron olvidarse de la formalidad, y comenzaron a disfrutar como si de su momento se tratara.
Entre risas y festejos, los merodeadores cumplieron con su íntimo reto, logrando que cada uno de ellos obtuviera una pieza con la maestra a la que tenían un mayor aprecio en comparación con los demás profesores. Y es que Minerva McGonagall había sido esa figura materna — la segunda, o primera para algunos — que en Hogwarts encontraron y que tendrán durante toda su vida.
Y aunque hubo conexiones, aunque existió varias oportunidades en las que estuvieron lo suficientemente cerca para dar comienzo a lo que podría terminar como un viaje al pasado para enmendar los errores, ninguna de las estrellas se acercó para hacer colisión.
O, mejor dicho, él se escapó de la explosión.
— ¿Y tú que haces aquí? — indagó una vez que llegó a su lado, tomando asiento en una de las tantas sillas vacías.
— ¿Estás queriendo correrme, Cornamenta? — respondió con una fingida indignación impregnada en su pregunta.
El aludido negó con una sonrisa, tomando la botella que estaba frente de su amigo para servirse un poco y, de paso, alejar el alcohol del pelinegro.
Se había prometido no cometer el mismo error que la anterior vez, no dejaría que su amigo nuevamente se ahogara en la insana paz que emborracharse podía crear.
— No es a eso a lo que me refiero, chucho — musita, tomando un trago de lo servido — ¿Por qué tan solo? Incluso Remus y Peter están bailando con los chicos — señala, mirando a lo lejos a sus amigos que, perteneciendo a una ronda creada por su grupo amical y novia, reían mientras que sacaban a relucir sus tan exóticos movimientos — ¿Dónde quedó tu pareja? — volvió su atención a su hermano del alma.
— Andrómeda mencionó que debía regresar por Nymphadora — murmura, tomando también un trago de su bebida — Según ella, mi sobrina es todo un desastre y su esposo muy consentidor como para hacerla dormir a la hora adecuada — agrega con una sonrisa, recordando la promesa que le hizo para ir a visitar a la pequeña Tonks.
— Sabes muy bien que no estoy hablando de tu prima, Sirius — James señala, notando como su amigo está evitando el mirarle — ¿Dónde está ella? — vuelve a cuestionar.
Sin embargo, no recibe otra respuesta más que un mutismo de su parte.
— Sirius... — regaña, esperando que así le contestara, más ninguna palabra se hace presente — ¿Dónde está ella? Pero, sobre todo, ¿por qué no estás con ella? — el interrogado vira sus ojos con fastidio.
— ¿En serio lo preguntas? — entona cínico — Cómo si no supieras la respuesta... — musita con agriedad.
— No, realmente no lo sé — contradice — ¿Por qué no estás con ella, Sirius? — insiste, esperando una razonable respuesta.
— Ella... — niega, cerrándose a dar la respuesta.
— ¿Ella qué, Sirius? — más si conocía tan bien a James como se jactaba, sabía que su obstinación no lo dejaría en paz.
Y lo supo en cuanto el miope le arrebató su vaso para que le prestara atención.
— ¡Cornamenta! — se quejó, intentando recuperar su bebida.
— ¡No! — lo cortó James, cansado de su devastada actitud — ¿Ella qué, Sirius? ¿Por qué no has ido por Adhara? — pregunta directo, esperando que con pronunciar su nombre reaccionara.
Pero lo único que consigue es verlo aún más devastado de lo que se mostraba en solitario. Su ceño se pronuncia, no encontrándose contento con verlo tan desesperanzado después de los momentos que compartió con ella. No después del muy notorio cariño que ambos compartieron en sus bailes, que se vieron reflejados en sus dedicados gestos y transcendente suavidad con la que se trataban. Quedando aún más en claro que el encanto transmitido al bailar era algo netamente de ellos cuando, a pesar de las diferentes danzas que la serpiente compartió, ninguna llegó a compararse con el que tuvo con su expareja.
Y es que, hasta los desentendidos de los chismorreos se dieron cuenta que, esos dos jóvenes pelinegros, se amaban más de lo que las palabras decían.
— Yo solo no... — movió su boca sin hablar, dejando atoradas las palabras en su boca mientras que negaba — No creo que ella quiera hablar conmigo ahora — el tono de voz utilizado fue tan bajo, que James agradeció a Godric por haberse acercado antes.
Porque de no ser así, el miope no hubiese sido capaz de escuchar las boberías pronunciadas por su tonto amigo.
— No estás hablando en serio — soltó incrédulo, no creyendo que su decaída personalidad se debía a eso.
No, esa no podía ser la razón, James estaba más que seguro que era un tema totalmente distinto lo que le ocultaba.
— James, de verdad no creo que... — el aludido lo cortó de inmediato.
— Oh no, Sirius, no — musitó — No vas a negarme las tantas conexiones de miradas y conversaciones entre sus gestos que tuvieron dentro y fuera del baile — señaló, el pelinegro desvío su mirada, concentrándose en los anillos que adornaban sus manos — Todos los aquí presentes se han dado cuenta de lo necesitados que estaban por el otro, todos aquí sabemos que quieren hablarse, que ambos anhelan juntarse — afirma con certeza.
Porque era cierto, hasta incluso un miope y ciego cómo él podía verlo. James había sido nuevamente testigo de la gran relación que esos dos tenían, de la complicidad en sus acciones, de la concordancia en sus gestos, de la tensión en sus miradas y la suavidad con la que se trataban. Tal como si temieran romper al otro en mil pedazos por algún brusco movimiento... Como si temieran arruinar su momento.
— No, no es cierto... — negó sin mirar a su amigo — Yo no... — calló, cerrando sus ojos, aguantándose las ganas de desordenarse su cabello.
— ¿Tu no qué, Sirius? — pregunta cansado de la evasión de su amigo — ¿Qué es lo que te detiene a ir tras de ella? ¿Qué es lo que te detiene de buscar una solución? — y entonces, lo descubrió.
James lo supo, lo supo porque lo remontó a la primera vez que sinceramente expresaron sus sentimientos, lo remontó al día en que ambos despertaron a su castaña amiga para que pudieran aconsejarlo sobre lo que sentían, lo remontó al momento en que verdaderamente se dio cuenta, que tomaron consciencia de sus sentimientos.
Y lo descubrió.
Lo descubrió, al verlo allí, derrotado, con la angustia impresa en su rostro, con las ansias de ir a dar todo y la necesidad de retenerse para no destruir lo poco que tenía.
Sirius Black, de la misma forma que aquella noche descubrió sus sentimientos, se hallaba aterrorizado.
— Tienes miedo — declaró.
Y James, quien nunca pensó en ver una mirada tan desgarradora, la encontró en los grisáceos iris de su amigo transmitían.
— ¿Qué sucede si lo arruino todo? ¿Qué pasa si lo arruino de nuevo? No quiero... No quiero volver a hacerla sufrir, James yo... No podría soportar... — los grisáceos ojos se entrecortaron por la cristalización — No sería capaz de verla tan destrozada nuevamente por mi culpa. La... yo no... — el vómito verbal solo acentuaba lo desesperado que se hallaba — Estoy aterrado, estoy aterrado de perderla, aún sin siquiera realmente tenerla, no quiero... no quiero nuevamente... No quiero perder estas pequeñas... estos magníficos roces que... Aunque sean solo gestos y bailes, James — la voz de su amigo nunca se había escuchado tan... débil — Sea lo que venga de ella, aunque sea una breve mirada, me hace sentir tan malditamente reconfortado, tan extremadamente vivo, que me condenaría a mí mismo si... por intentar... por buscar... — cerró sus ojos con frustración, maldiciéndose así mismo y a las bebidas que tomó por lo susceptible que se hallaba.
Pero bien sabía él que el alcohol no era el culpable de su sentimentalismo. No, el pelinegro bien sabía que los escalofríos que recorrían su cuerpo, que la angustia que daba vueltas entre sus venas, la opresión por el terror de perder lo poco que lo reconfortaba, no se debía al alcohol.
Se debía a ella.
Porque ante los ojos de todos, ambos pelinegros poseían una firmeza y seguridad envidiable. Un perfecto control de sus sentimientos y acciones, tal vez él siendo un impulsivo, pero nunca desmoronándose en lugares públicos. Más toda esta fortaleza, todo este dilema de retener sus sentimientos hasta llegar a un lugar privado donde poder expresarlo, era completamente olvidado, era mágicamente ignorado, cuando se trataba del contrario.
Porque no podían, al menos Sirius no podía.
No era capaz, y tampoco quería serlo, de ocultar lo que sentía debido a ella, debido a la persona que lo ponía de cabeza con su presencia y arreglaba el desorden que era su vida con una simple ojeada.
Y es por ello, que él era incapaz de reprimir el terror que se originaba al pensar en perder el pequeño avance que existía entre ellos, tras los hechos de la fiesta y de su ruptura. Porque sí, eran pequeños, eran míseros en comparación a su melosa interacción anterior. Más no le importaba, realmente no le importaba mientras recibiera algo de ella.
¿Poco sano? Podía considerarlo, más lo embriagado que se sentía al tener su amorosa mirada en su persona, de sentirse querido por tal idóneo cuerpo celeste... Sirius perdía el significado de lo que era sano al sucumbir por quien lo enamoró.
— Quiero arriesgarme, quiero intentarlo... — musita con su cabeza entre sus brazos — Pero ¿qué sucede si lo pierdo todo? — sale del hueco para mirarlo — ¿Qué sucede si lo arruino? ¿Qué hago si... si provoco que ella... que Star...?
— ¿Te odie? — el asentimiento del ojigris es casi imperceptible — Canuto... — suspiró sin saber realmente qué debería decir.
El dilema se hallaba, en que muy bien James sabía que Adhara no lo odiaba, que en ese momento ni por asomo lo detestaba. Y no lo decía por instinto, sino porque ella misma se lo había revelado.
Y recordaba lo que le había pedido, más que nada lo que le había exigido. Claro estaba que ella no quería que fuera a revelarle los sentimientos que poseía hacia Sirius, aunque estos eran más que conocidos, no deseaba que el pelinegro tuviera la seguridad de ellos.
Porque era él quien debía ir a por ella, no al revés. No cuando el problema no emergió por un error de Adhara, no cuando quien se equivocó fue su amigo del alma. Y lo sabía, claro que sabía que el que debía de ir tras la pelinegra era Sirius, porque eran ellos, los culpables de su distanciamiento.
Pero al verlo allí, persiguiendo un consuelo, lo hizo dudar de las promesas, se atrevió a dudar de las palabras que llegó a jurar... Más no podía, debía mantener su lealtad, James Potter debía de serle leal, de no volverla a traicio...
Un leve sollozo provino de Sirius, y fue lo necesario para que el miope dejara de dudar.
Que se joda todo, pensó antes de hablar.
— Adhara no te odia ni te odiará, Canuto — declaró con seguridad — Yo... — negó.
Lo que sucedía era su culpa, la ruptura de los pelinegros era enteramente su culpa. Él fue quien decidió seguir a la rubia, él fue quien decidió mandar todo a la borda. Entonces no, no sería tan malditamente egoísta al disfrutar la absolución que Adhara le brindó si es que su amigo, si es que su hermano, si es que Sirius tampoco podría disfrutarlo.
Lo había prometido, a ambos pelinegros, pero como bien sabía desde lo profundo de su ser, uno de sus juramentos poseía un mayor peso.
Así que sí, que se jodiera todo, que se jodiera su absolución, si con ello lograba enmendar su terrible error.
— Hablé con ella — los grises ojos mostraron confusión — Hablé con Adha, cuando fui a la oficina del director, ella estaba saliendo y...
Se abstuvo a decir lo que escuchó, únicamente diría la información para brindarle seguridad y confianza a su amigo, únicamente le diría lo necesario para que fuera a por ella.
— Y terminé siguiéndola hasta que pude alcanzarla — continuó, tomando algo de aire mientras ordenaba sus ideas para seguir hablando — Me... me perdonó, si te soy sincero, no esperaba que lo hiciera, pero tras una... amm... larga conversación — aunque se tratara de Sirius, no diría que prácticamente lloró frente a la pelinegra — Me perdonó y hablamos — concluyó.
— ¿Quién te perdonó? — la voz resonó a unos metros de ellos.
Los dos animagos ilegales dejaron de verse para buscar el emisor de la pregunta.
— Adhara — respondió James, decidiendo que no existía sentido alguno de ocultar algo que ya había revelado.
La cara del licántropo se congestionó en confusión, antes de tomar asiento junto a ellos. Frunció su ceño, moviendo su boca sin llegar a pronunciar palabra, hasta que, notando el aura de Sirius, logró comprender la situación.
Sí, que se joda todo, también pensó.
— ¿Tu también conversaste con ella? — cuestionó al castaño.
— Sí, fue cuando yo... — el miope parpadeó, antes de mirar con sorpresa al de cicatrices — ¿También? — repitió sin creérselo, viendo como Remus se servía un poco de la botella que le quitó a Sirius — ¿Adha también...?
— No era la profesora McGonagall quien me llamó — comunicó, antes de tomar breve trago del vaso que se sirvió.
— Su metamorfomagia, ¿no? — el cuestionado asintió a la pregunta del ojigris, quien negó con una sutil sonrisa en su rostro.
— Quiso que no me sintiera culpable por... — suspiró, cada vez que lo pensaba era capaz de tener leves destellos de lo que el licántropo hizo — por lo de esa noche — ambos leones asintieron, sabiendo perfectamente a qué se refería — Y, bueno, luego aproveché en... — sí, por más que se trataran de James y Sirius, no quería exhibir que rogó por su perdón — En disculparme — se encogió de hombros, antes de tomar otro trago.
— No te conté ese día, porque ella me lo pidió — James retomó la conversación, mirando al pelinegro — Fue algo raro, a decir verdad — musitó por lo bajo.
— ¿Raro? — repitieron ambos.
— Sí, digo... no sé — intentó explicar — Me esperaba que no fuera tan... Adha, ¿comprenden?
— No — respondió plenamente extrañado.
— Sí — respondió al mismo tiempo — Sí, sí lo comprendo — ahora era Remus quien tenía la atención de ambos — No esperabas que volviera a tratarte con normalidad, no después de lo que uno hizo — James asintió entusiasmado de que lo comprendiera.
— Exactamente — concordó el miope — Pero, aún así, no sé, se sintió raro, era ella, pero a su vez, se sentía como... — no podía expresarlo con palabras.
Ha actuado rara... — la conversación, que con su hermano tuvo antes de llegar a la recepción del gran salón, comenzó a reproducirse en la cabeza del pelinegro.
— Como si tratara de decirte algo — musitó Remus, recordando la conversación con la pelinegra — Pero no eras capaz de descifrarlo, en especial cuando se despidió, ¿cierto? — fue el de cicatrices quien preguntó esta vez.
¿Rara? ¿De qué hablas, Reg?
No sé, es como si... — su hermano fallaba al intentar ocultar su preocupación — ¿Recuerdas cómo fue antes de que se fuera a Beauxbatons? Era como si... Era como si se despidiera.
— ¡Eso mismo! — señaló James — Cito y digo, "No les comentes a los demás, por favor" — intentó imitar el tono de la pelinegra.
— "No hasta que encuentre el momento de decírselos" — siguió Remus, también imitando el tono de la serpiente.
— "Y así volveremos a ser los de antes" — completaron juntos.
¿Crees que...? — detuvo sus pensamientos, tomándolo de los hombros para que lo mirara.
Renacuajo, es porque el próximo año vendrás solo a Hogwarts, no debes de preocuparte por eso — señaló y, buscando calmarlo, lo atrajo en un breve abrazo — Todo estará bien, ya lo verás
— Bueno, tal parece que nuevamente no le hicimos caso — James consiguió hacer reír a Remus — Pero también la sentí algo... estresada, ¿sabes?
— Como si estuviera cansada — señaló Remus, concordando con su amigo — Sí, yo también lo sentí.
¿De dónde tan estresada, Star? — había preguntado una vez que su figura apareció de entre las escaleras.
No me hagas hablar de eso, Sirius — su tono de voz delataba lo molesta que estaba — Estúpido Dumby...
¿De qué hablaron ahora? — había preguntado, sabiendo que antes de juntarse en la torre de astronomía, ella tenía una pequeña reunión con el director por su... problema.
De una supuesta solución — la ironía en cada una de sus palabras lo hizo querer reír, más que ello, aunque no debía, verla molesta le producía una gracia y ternura inexplicable.
Era su quinto año, y no podía decir que no eran nada, porque incluso en ese momento, eran el todo del otro. Recordaba como Adhara se acercó hacia él, sentándose a su lado, descansando su cabeza en su hombro. Sí, tenía muy presente el recuerdo de haber sonreído, sintiéndose con ese pequeño gesto, alguien de suma importancia por gozar de ser el refugio de, quien entonces, llamaba mejor amiga.
Pues para ser una solución, parece que te causan muchos problemas — había murmurado, rodeándola con su brazo para atraerla más, si es que era físicamente posible.
Es solo que... — ella no se quejó, acurrucándose en contra de su cuerpo, en busca de más consuelo — No sé, a veces Dumbledore...
¿No te da buena espina? — su pelinegra asintió, recordaba haber reído por ello — Oh vamos, Star, hablamos de Dumbledore, el más...
...grande y magnifico magos de todos los tiempos, lo sé, Estrella — rodó los ojos, abrazándolo de costado para estar más cómoda — Me lo has contado millones de veces — murmura con cansancio.
¿Y entonces? ¿Por qué la desconfianza? — su mano, por costumbre, jugó con su cabello, intentado desestresarla.
¿Instinto? Realmente no lo sé — respondió, Sirius recordaba ver que sus ojos se cerraban con tranquilidad, tal vez, por la paz que él mismo le brindaba — Más sabes que confío en tu palabra.
Y en ese momento, Sirius recordaba que un miedo lo invadió al pensar que, por la posición en la que se hallaban, la pelinegra se daría cuenta de lo fuerte que comenzó a latir su corazón. Por lo que, relajándose, siguió con sus caricias, no sin antes dejar un pequeño beso en la coronilla de su pelinegra, agradeciéndole con el gesto, la confianza depositada, sintiéndose afortunado por ser digno de esta.
— Pero, aunque quise que hablara sobre ello, era como si lo evitara — James suspiró por lo bajo, aún sintiéndose dolido por la destruida confianza.
— Sí, conmigo también se cerró en ese aspecto — Remus concordó, comprendiendo la mueca de decepción hacía si mismo de su amigo.
— No obstante, y cambiando de tema — indicó el miope, sabiendo que debía de cambiar el rumbo de la conversación para dispersar el miedo de Sirius en ir y seguir a Adha — Si habló contigo y también conmigo... — dejó suelta la idea.
— ¿Hablas por el baile que tuvo con Peter, cierto? — Remus se ganó un asentimiento entusiasmado — Sí, también creo que lo más probable es que haya hablado con él — señaló, jugando con su vaso antes de pronunciar: — Y si es así, entonces claramente también ha sido perdonado — concluyó.
Y... ¿puedo saber de qué trata esta posible solución? — Sirius recordaba haber tentado su suerte, cediendo a la nata curiosidad que poseía.
Su corazón, al igual que esa vez, se llenó de calidez al recordar el sonido de sus pequeñas y risueñas risas.
— ¿Ves Sirius? Por eso no debes de temer, si nosotros tuvimos la oportunidad de disculparnos, entonces tu también la vas a tener — declaró.
— Espera, ¿me estás queriendo decir que no se acercó a Adha en ningún momento porque creía que no lo iba a perdonar? — Remus pregunta con incredulidad.
— Tonto, ¿no es así? — comentó James.
Oh, tú ya lo sabes, estrella — Adhara había indicado, dejando de ver la vista que ofrecía la torre de la astronomía para mirarlo a él, únicamente a él, con esa intensidad en sus amarronados ojos que le incitaba a acercarse, a perderse en la singular mujer que tenía la fortuna de tener en sus brazos.
— Claramente que es tonto, no solo eso, si no que también, estólido — contestó el licántropo — Por amor a Merlín, Sirius, ¿cómo no va a querer darte una oportunidad? ¡Literalmente, eso es lo que te ha dado cuando aceptó que fueran pareja de baile!
— ¡Eso mismo es lo que le quise decir! — señaló James — ¿Ves, Canuto? ¡Solo debes de...!
Solo debes de... — y aunque lo negara, ella también fue cautivada por su mirada, Sirius lo supo en ese momento, en ese instante en que también encontró devoción en sus amorosos ojos, en que notó que sus sentimientos eran recíprocos — ...recordarlo.
Y lo hizo.
— Mierda — James paró de hablar al escucharlo.
— ¿Sirius? ¿Estás...? — su pregunta quedó incompleta debido al sonido que la silla hizo debido al brusco movimiento.
— Joder, no puede... — musitó entre dientes, apoyándose en la mesa e ignorando las interrogantes miradas de sus amigos.
— ¿Canuto, qué ha...? — nuevamente, la pregunta quedaría incompleta por otro bruco movimiento.
O, podría decirse, brusca petición.
— ¿Qué? — preguntó confundido.
— El mapa, ¿tienes el mapa? — los dos merodeadores comparten miradas mientras que la ceja del Black se alza.
— Cuando regresábamos de Hogsmeade con las botellas... — comenzó a narrar James con algo de culpabilidad.
— Filch nos vio y tuvimos que correr, ya que alguien, se olvidó de traer la capa y ¡maravilla! — ironizó la última palabra — A esa misma persona se le ocurrió la fantástica idea de sacar el mapa con sus brazos llenos de botellas mientras íbamos corriendo y se le cayó — Remus terminó de explicar con una molestia contenida.
— ¡Ya pedí perdón porque Filch decomisara el mapa un millón de veces, Lunático! — expresó, notando enojo del licántropo.
— Merde, connard de merde — lo miraron con pasmo, escazas veces maldecía en francés, y mayormente, era Adhara quien les traducía lo que decía — Je dois la trouver... — se desordenó el cabello.
— Sirius, ¿podrías dejar de invoc-...? — más nuevamente, la pregunta sería interrumpida por otro brusco movimiento después de haber murmurado algunas palabras.
O, podía decirse, brusca acción.
— ¡Sirius! — más el pelinegro ya estaba corriendo fuera del gran salón, importándole poco tener que esquivar, o hasta chocar, con los invitados que se hallaban en su camino.
Preocupado, intentó avanzar para seguirlo, para detener lo que sea que su paranoica mente pensara, para evitar que cometiera más errores y empeorara las cosas con la pelinegra, pero una mano lo sostuvo, deteniéndole de sus acciones.
— ¿James...? — más la mirada de quien lo detuvo sólo se hallaba enfocado en el punto negro que se perdía entre la marea de magos.
— Déjalo ir, Lunático — pronunció — Está yendo donde pertenece — explica con una ligera sonrisa.
Sí, James no tenía ni la más mínima idea de lo que ocurría en la mente de su amigo en ese mismo instante. No obstante, lo que sí sabía, de lo que estaba completamente seguro, era que estaba yendo detrás de la pelinegra, que estaba yendo a enfrentarla, o preguntarle, o lo que sea que haya ido, pero fue por ella.
Sirius había ido tras de Adhara, y eso era todo lo que importaba.
— ¿A caso Sirius ha...? — una femenina voz delató la presencia de una espectadora.
— ¿Salido corriendo de la misma forma en que lo hizo el día de su ruptura? — completó James por ella — Sí, sí lo acaba de hacer, cariño — indicó, una vez que se aseguró que Remus ya no tenía intención de seguirlo.
— ¿Qué sucedió? — indagó Lily con clara preocupación.
Remus suspiró, terminando de tomar lo que tenía en su vaso antes de darle unos pequeños golpes en los hombros de su amigo y decir:
— Es mucho drama para mí, te lo dejo a ti, cornamenta — se alejó de la pareja, no brindándole la oportunidad a su amigo de replicar.
Y ahora, fue el turno del miope en suspirar al convertirse en el único receptor de la mirada de su pareja. Por lo que, sin más remedio, empezó a buscar una sutil forma de emitir una respuesta que calmara a su querida pelirroja en vez de preocuparla.
— Le conté que Adhara me perdonó, Remus apareció y confesó que a él también lo perdonó. Comenzamos a hablar sobre ello hasta llegar a la conclusión de que, lo más probable, es que a Peter también lo hayan perdonado, pero que no... — comenzó a narrar.
— ¿Dijeran nada porque ella encontraría el momento de decírnoslo y volver a ser los de antes? — completó por él, ganándose un asentimiento extrañado, hasta que conectó miradas.
— También habló contigo — Lily asintió.
— Después de la discusión con Snape, cuando no me pudieron encontrar — señaló automáticamente, pensando en la revelación de James.
— No sabemos a qué conclusión llegó, pero dijo algo que debía de encontrarla, de alcanzarla — siguió, explicando lo que pudo entender de las rápidas palabras que su hermano del alma emitió antes de salir corriendo, sin notar que su pareja estaba uniendo cabos.
Deberías considerar decirle, antes de que sea tarde.
El ceño de la pelirroja se hizo más notorio al fruncirlo.
Sí, lo es.
James dejó de hablar sobre sus teorías y lo tranquilo que se hallaba de que Sirius fuera a por Adhara, al ver como los ojos de su pareja se abrían de una manera tan descomunal, que parecía físicamente imposible. No obstante, fue su expresión llena de preocupación, lo que lo alertó tanto, que tomó con cuidado sus mejillas para traerla de lo que sea que imaginó.
— Hey, hey, hey... amor — llamó con suavidad, arrullando su rostro — Hey, Lily flor, conmigo, por favor — pidió, esperando que sus ojos se concentraran en su mirada.
— No, no... — negó ella, solo volviendo en sí misma por la dulzura en su voz — Debo de... — comenzó a decir, más sus acciones serían detenidas por su pareja.
— No — negó James con delicadeza.
— James... — intentó regañarlo, pero la firmeza en su mirada le aseguró que no lo convencería de que la soltara.
— No, cariño — negó suavemente — Ellos deben de arreglarse solos.
— No es eso, James, es que... — intentó explicar sin lograrlo.
— Nos ha perdonado, y bien sé por el baile, que también quiere arreglar las cosas con él — declaró — Ellos deben de solucionarlo solos, cariño.
— Adha es impredecible — mustia la pelirroja — Puede ser que no...
— Pero no con él — cortó con suavidad, no podía ser brusco con quien amaba — Ella puede ser impredecible, pero tal faceta nunca a aplicado para él — pronuncia, dejando su rostro para tomar sus manos — Sirius es su única constante, cariño.
Lily parpadeo, ladeando su cabeza, y James, comprendiendo sus gestos, comenzó a aclarecer su confusión.
— Sirius es la única persona que la hace quedarse — explica, acariciando el dorso de sus manos — Consiguió que la expulsaran de dos colegios solo para volver a él, cada vez que discutían se volvían a ver con una gran sonrisa — relata, recordando las miradas que compartían en la guerra de bromas — Y a pesar de su situación actual, en el baile, cada vez que se separaban, volvía a él — no por nada protagonizaron casi todos los bailes iniciales de la ceremonia — Sirius es el único constante de Adha, la única persona por la cual ella regresa.
— Pero sí... — las dudas no desvanecían de su persona.
— ¿Si discuten? Volverán. ¿Si pelean? Volverán. ¿Si se alejan? Volverán — su voz desborda confianza — Ya vas a ver que eso dos se arreglarán y vendrán aquí sorprendiéndonos al verlos nuevamente acaramelados o, tal vez, solo se desvanecerán de la fiesta para disfrutarla a solas, como lo hacen ellos — sonrió un poco al recordar las raras manías de la pareja — Pero no debes de preocuparte, amor, porque, aunque se alejen, buscarán la forma de volver con su persona.
Aun con la duda carcomiendo su alma, Lily asiente, aceptando lo dicho por su pareja, porque tenía razón. Los pelinegros siempre volvían entre ellos, eran dos personas que únicamente se sentían completos al ser ensamblados.
Entonces, dejándose guiar por su pareja, perdiéndose en su galante caballerosidad, Lily decidió que seguiría disfrutando de la ceremonia con calma, sabiendo que una vez que ambos pelinegros se arreglaran, ella tendría la oportunidad de conversar con Adhara. De, como Marlene le insinuó, hablar sobre lo que sabía.
Perotal conversación jamás ocurriría.
°•°(...)°•°
Estrella...
La necesitaba, necesitaba encontrarla.
Oh, vamos, cariño.
Necesitaba de los íntimos momentos, de aquellos en donde sus pucheros se hacían presentes, en onde sus traviesas sonrisas estaban más que presentes, en donde su corazón explotaba cada vez que escuchaba el sonido de su alegría.
Eres tan... No sé cómo puedo soportarte...
Necesitaba de sus sarcásticos comentarios, de los que aparecían cuando la privaba de libertad por las mañanas, encerrándola junto a él en el lugar donde se entregaban.
La necesitaba, su aroma, su voz, su mirada, sus toques, sus risas, su piel... la necesitaba en su totalidad.
Y se encargaría, Sirius se encargaría de encontrarla.
Aunque tuviera que recorrer cada pasillo, como lo estaba haciendo ahora; aunque tuviera que sentir su pecho quemar por la privación del aire, como sentía por su paso acelerado; aunque tuviera que interrumpir y ganarse el castigo de su vida por rebuscar todos los cajones de Filch para encontrar el mapa, como tenía previsto hacer por el camino que tomó; Sirius se encargaría de encontrarla.
De ir a por ella, de ir tras la pelinegra que, desde que la conoció en aquel bosque, fue quien su oscuro cielo, iluminó.
Y lo había conseguido.
No era su imaginación, no era otra alucinación como la que, por la amorosa poción, vio.
— Adhara.
Sus alteraciones se pensamiento... quiere decir, — pensar, de hecho — que perdió la razón por encontrarla en ese precioso... preciso — se corrige — momento.
Tan brillante por la luz de la luna menguante que entraba por el ventanal que parecía haber sido creado sólo para iluminarla. Tan seductora por la hipnotizadora combinación de su aterciopelada piel y el verde majestuoso que tenía la suerte de impregnarse en su físico ser. Tan hipnotizadora a la vista por meramente tratarse de la pelinegra, poseedora de los más caóticamente hermosos ojos, a la que con purificada devoción observaba.
— Adha... — Comenzó a caminar..., comenzó a acercarse, a...
A retomar el control de su raciocinio para ir por ella, íntegramente decidido a solucionar las cosas, buscando la oportunidad que tanto James como Remus le confirmaron que le iba a otorgar, aprovechando la oportunidad que dejó en cada gesto, cada tacto y mirada, que con deseo tuvieron, con anhelo compartieron...
Pero ninguno de los Merodeadores estaba enterado que esa oportunidad tenía fecha de caducidad.
Porque en cuanto él vuelve a caminar, ella solo niega antes de darse media vuelta y marcharse.
— Adhara... — pero ella ni se inmuta ante sus llamados, ni se detiene por el sonido de sus desesperados pasos.
Más él la ha encontrado... él la estuvo buscando por algo... rogó a todos los grandes magos, e incluso muggles dioses, por alcanzarla...
— Adha, espera.
Y él no iba a rendirse ante el más sencillo y simple rechazo, no sería nuevamente quien se quedaría callado viéndola marcharse. No, el no volvería a serlo, no lo haría.
Sus manos se rozaron, porque antes de que pudiera siquiera tocarla, ella lo encaró con una brusquedad que no esperaba.
— No te atrevas a tocarme, Black — masculló.
La admiró durante la recepción, durante el baile y durante toda la maldita ceremonia. De cerca, de muy lejos e incluso desde un ángulo medio, pero sus latidos no eran capaces de asimilar la belleza que manifestaba, recordándole que tenía a una completa obra de arte delante suyo por medio de sus intensificados latidos.
Lo estaba alejando, pero su persona lo llamaba.
— Addie... — y en su desesperación por tenerla, se equivocó.
Su espalda no tardó en impactarse con la pared, sacándole el aire que no supo que contenía. Fue cuestión de segundos para que lo acorralara, para que con fiereza lo mirara.
— No te atrevas a utilizar su apodo — ordenó — No te atrevas a utilizar el apodo de mis padres — se encogió por sus palabras — Perdiste total derecho de usarlo hace mucho tiempo.
— Yo... — tragó saliva, sintiéndose nervioso por la cercanía de quien fue... de quien era su perdición.
— ¿Tú qué, Black? — cuestionó sin apartarse ni un solo centímetro.
La pelinegra alzó su ceja, retándolo a que musitara palabra alguna, más al darse cuenta de a qué lugar los grises ojos miraban, no pudo imitar su acción, sintiendo la misma tentación que durante el baile se dio.
— Eres un completo idiota — insultó, alejándose antes de que fuera él quien, por sus precedentes, cediera al deseo de unirlos.
Sirius no podía contradecirla, realmente era un idiota. Uno que se dejó hipnotizar nuevamente por su persona, centrándose en su seductor físico que en los problemas que debía solucionar, olvidándose de la situación que debía arreglar.
Pero ya no perdería más tiempo.
Ya no se dejaría llevar por sus instintos. Haría caso a lo que tanto él como su alma entera le pedían, le suplicaban. Era momento de mostrarse fuerte ante el inconsciente encanto que su mera presencia causaba en él, era hora de que se desentendiera de sus inigualables aspectos que lo embobaban, porque no estaba dispuesto a dejarla.
Salió a su encuentro, dispuesto a no renunciar, dispuesto a no permitir que se vaya, a no cometer el mismo error de quedarse en silencio viendo cómo se alejaba. No, no se vería así mismo arrepintiéndose de su cobardía. Él no iba a quedarse sin hacer nada con la esperanza de que algunos de los planes grupales de arreglo funcionaran. No, ahora sería él quien tomara el timón del barco, llevándolo hacia el mismo tornado, si con ello conseguía arreglarlo.
Por lo que, sin más, la agarró de sus manos, forzándola a que se diera media vuelta y chocara con su pecho, repitiendo los precisos movimientos con el fin de atontarla, con el fin de ser ella quien se hipnotizara con sus actos.
— Suéltame, Black — demandó, intentando escapar de su agarre.
— Te quiero — declaró.
Por un segundo, sus esfuerzos de alejarse se detuvieron. Sirius pudo deleitarse con el autocontrol que Adhara ejercía a su propia demanda de levantar la mirada para examinarlo, de ver el esfuerzo que ejercía para no ceder a su encanto, antes de que volviera a su estado de firmeza, buscando que abandonara su agarre.
— Déjame ir — exigió sin siquiera mirarlo.
— No hasta que escuches lo que tengo que decir — murmuró, deseando que con ello alzara su mirada, para que leyera en sus ojos la verdad de cada palabra.
— Maldita sea, Black — farfulló, rindiéndose a su fuerza, golpeando con ligereza su pecho, cerrando sus ojos con negación — Por favor, déjame ir — pidió.
Pero Sirius estaba tan concentrado en la declaración que diría, tan sumiso a los sentimientos que su cuerpo sentía, perdido en los escalofríos que por los nervios le invadían, ansioso por que no pronunciara bien debido al nudo que en su garganta crecía, que ignoró la petición omitida.
— Te amo, Star — sus ojos se encontraron, y el agarre de sus manos, lentamente, se convirtió en unos dedos entrelazados.
Era... Era...
Era la primera vez que directamente lo decía.
A pesar de que ellos, de que... claramente sus sentimientos conocían, enterados estaban de la profundidad del aprecio que se tenían, pero nunca... — Adhara parpadeó confundida — jamás... — incrédula por la calidez que transmitía — haberlo pronunciado en voz alta, eso... no.
— No — murmuró, ignorando los fuertes latidos — No, no lo haces — exclamó segura de sí misma.
— Star, por favor — fue su turno de pedir — Escúchame.
Más sus dedos se estiraron, intentando a toda costa alejarse de sus manos. Y a pesar de intentar retener el agarre, esta vez la fuerza aplicada fue desgarradora, llegando a hacer añicos su corazón.
— No pienso escuchar ninguna de tus falsas palabras, Black — masculló una vez que se soltó.
— ¡No te estoy mintiendo! — entonó con desesperación, sintiéndose herido por su pensamiento.
— ¡Claro que lo estás haciendo! — lo miró, pero sólo para encararlo — ¿Cómo osarías traicionar a quien amas? — su puntería no falló, y la daga verbal impactó con intensidad en su corazón.
— Adhara... — el dolor no lo dejaba articular palabra.
— Tu sabías todo — señaló con rencor, sus ojos comenzando a optar por un singular brillo — Yo confíe en ti — recordó.
— Adha... — verla tan adolorida, destrozada, era lo suficiente para quebrarle su alma.
— ¡Tú lo sabías todo! — repitió — Lo sabías, sabías de la muerte de mis padres, — se acercó a él — sabías de las persecuciones, — lo empujó — sabías de las veces en las que hui por esta maldita... — cerró su boca frustrada, no queriendo pronunciar la palabra.
— Star ... — se acercó con la intención de calmarla.
— ¡No me toques! — pronunció asqueada.
Sus movimientos se detuvieron, e incluso, sus pulmones se comprimieron. El dolor que experimentó en ese instante fue abrumador, porque ver como repugnaba su simple toque, a pesar de que momentos antes se viera cómoda en su agarre, le demostraba que lo compartido había sido únicamente un baile.
— Solo... Aléjate, Black — ordenó, intentando recuperar la postura que el dolor quebró — Déjame ir — y esa fue una petición.
Porque a pesar de no ser pronunciado, la inconsciente negación física habló por ella. Porque a pesar de que se veía seria, el pasar saliva era muestra del nudo que se formaba en su tráquea. Porque a pesar de sentir la frialdad en su alejamiento, encontraba la necesidad de acercarse a él en busca de calidez por sus temblores. Y estos signos fue lo que necesitó para que comprendiera que no era por ella que le pedía distanciamiento.
— No — el gris destilaba de firmeza — No te pienso dejar — retomó su acercamiento — No lo voy a hacer cuando yo, ...
— Basta — pidió negando, alejándose tras cada paso que daba.
— ...no cuando yo te quiero — completó, volviendo a sostenerla.
— ¡Basta, Sirius! — lo detuvo, apartándose de su agarre, pero no de su cercanía — No voy a escuchar ninguna... — pasó saliva — ninguna de tus malditas mentiras.
— No te estoy mintiendo — no lo estaba haciendo, el gris se hallaba limpio de falsedad.
— ¡Claro que lo estas haciendo! ¡Claro que me estás mintiendo! — pero ella no lo notaba, estaba cegada, dolidamente cegada — ¿No recuerdas lo que has hecho? ¿No recuerdas cuantas veces me has traicionado? — cegada por el pesar de sus acciones — No te atrevas a decir que me quieres después de todo el dolor que me has causado — declaró áspera — Porque tu no sabes querer, Sirius — le hizo saber — No lo haces — siguió antes de que el pelinegro objetara — Y no creo que alguna vez lo hayas hecho... — su tono se vuelve bajo.
— No puedes decir eso — cortó con voz lastimera, sintiéndose más que afectado por su declaración — ¿Cómo puedes pensar eso?
— Dímelo tú — respondió sombría.
Estaba dolida, más que ello, furiosa con su persona. Y no la culpaba, no podía cuando sabía que estaba en todo su derecho. Y no debía, Sirius sabía que él no tenía derecho de, pero a pesar de ello, no podía evitar sentirse cruelmente herido al escucharla dudar de sus sentimientos, en especial, cuando estos eran lo más puro que en su vida había profesado.
— Adhara, cariño, por favor... — volvió a pedir en un suave murmullo.
— No — intentó interrumpirlo.
— ... déjame explicarte, déjame hablarte... — pero él no detendría sus palabras hasta que consiguiera un sí afirmativo.
— No — repitió, con mas dureza que la anterior exclamación.
— Escúchame, tan solo escúchame... — solo deseaba eso, porque sabía que, si lo hablaban bien, podrían... ellos...
Sirius de verdad anhelaba que encontraran una solución.
— ¡No! ¡He dicho que no, Sirius! — su negación entre las paredes del vacío pasadizo resonó — No pienso escuchar las palabras de una persona que me mintió por tanto tiempo — pronuncia con acidez.
— Si tan solo me dejaras hablar... — exclamó cerrado sus ojos, antes de suplicarle con su mirada— Adha, por favor...
— Confíe en ti — pronunció — Yo confíe en ti — repitió con dolor — Te conté todo acerca de mi maldita vida, Sirius.
Y el mencionado lo sabía, por ello sufría tanto debido a su traición.
— Te conté todo acerca de mi maldita vida — repitió con claro enojo contenido — Te conté todo... todo y cada maldito aspecto que involucraba mi persona — no quería, Sirius no quería que siguiera.
Más no era por el daño que sus palabras provocaban en él, no iba a ser tan idiota para oponerse a recibir su descargo cuando lo merecía. Sirius quería que dejara de hablar debido al dolor que, su amada Star, con cada palabra pronunciada, se autoprovocada.
— Y lo único... lo único que no te conté, fue lo que hice para salvarte — aclaró, acercándose ligeramente a él para encararlo — Lo único que no te conté, fueron las ordenes de Dumbledore — siguió revelando — Fueron las jodidas misiones a las que iba, en las que arriesgaba mi vida, para poder salvar la tuya. Fueron las jodidas reuniones — masculló con desprecio — que tuve con los mortifagos para alejar... para alejarte a ti y a los chicos de esta guerra — su voz se cortó al llegar casi al final.
Y aunque se intentó acercar con la finalidad de tranquilizarla, ella se alejó como si su intención fuera el callarla.
— Para que una vez termináramos... — negó, intentando encontrar las palabras adecuadas — Para que una vez que saliéramos de este castillo, pudiéramos ir a ese bendito departamento y vivir juntos — señaló con desilusión, una que se profundizó al recordar el fantasma peso de la llave que antes cargaba en su cuello — Lo único que no te conté fue lo que hice para que tú y los chicos pudieran disfrutar Hogwarts, para que pudieran vivir.
Porque era esa la razón de sus mentiras, la razón de sus desaparecidas. No quería, ella no quería que pasaran por la jodida angustia que estar involucrada en la guerra causaba. Ella no quería que cada vez que no la veían, pensaran en si verdaderamente se hallaba desaparecida. Ella no quería que se preocuparan, que se desesperaran, que sintieran el peso que, en sus hombros, ella cargaba... que decidió cargar en nombre de todos.
— Todo lo que hice fue para que no sufrieran de la misma forma en que yo sufrí cuando ocurrió la muerte de mis padres — prosigue — y tu bien sabes que no sólo ocurrió un asesinato, porque yo te lo conté — le dolía... — Y a pesar de ello, a pesar de saberlo, no hiciste nada cuando ellos pensaron que me estaba uniendo a su bando. — le dolía que no tuvo el valor del que tanto se jactaba para defenderla — Te quedaste callado cuando me estaban investigando. Y cuando estaban investigando ese maldito asunto... — el odio que le profesaba era tanto que se abstenía a pronunciarlo — ese asunto, del que sabías, me aterraba que se enteraran, ¿tú que hiciste?
— Yo... — quería decirle, explicarle que se enteró demasiado tarde, que tuvo sospechas, pero...
Bajó la cabeza, no era capaz de soportar su mirada cuando sabia... cuando el sabía que lo único que tenía para darle eran excusas. Porque, aun teniendo una ligera idea de lo que sus amigos se hallaban investigando, no hizo nada. Porque ahora comprendía que debió intervenir desde el primer momento en que creyeron que ella se estaba uniendo al bando contrario, y no al último en donde se enteró que descubrieron su temor.
— ¿Qué hiciste, Sirius? — repitió, esperando una respuesta que, con dolor, ella sabía, no se pronunciaría — Me lo ocultaste, — respondió por él — me mentiste, — el culpable ni se atrevía a discutir — me traicionaste — concluyó — Porque bien sabes que tú me has traicionado más de una sola manera.
— Sé que no lo merezco — reconoce — Pero, si pudieras escucharme...
— No pienso escucharte, Sirius — lo interrumpe.
— Si lo hicieras, — más el pelinegro no se rinde — te enterarás el por qué...
— No pienso escuchar tus explicaciones, Sirius — vuelve a interrumpir con total firmeza — No quiero hacerlo No ahora — musitó, preparada para marcharse.
— ¿Y entonces cuando? — la detuvo, sus intenciones él detuvo — ¿Cuándo quieres que solucionemos esto? — no esperó a que respondiera, no cuando sabía que daría una negación como respuesta — Y no me digas, no me vengas con que no quieres hacerlo, Adha. Porque a pesar de que te cierres, a pesar de que no me dejes leerte, ambos sabemos muy bien que esto — los señaló a ambos — no es lo que quieres. Entonces Adha, por favor, solo dame una oportunidad — pidió, sintiendo una ligera ilusión cuando directamente lo miró.
— ¿Una oportunidad? — repitió cínica — Te he dado un montón de oportunidades, Sirius.
— Adha... — sin embargo, Sirius sabía que cortar a las personas era su mecanismo de defensa.
— No — detuvo a que siquiera dijera otra palabra — ¿Después de la discusión? Estuve ahí y te esperé. Como acordamos, te esperé. Y tú... — no pudo terminar, no al recordar que fue abandonada.
— Yo fui — declaró, aprovechándose de su silencio para hablar — Adha, yo fui, pero...
— No, no fuiste — dijo amarga — Tu nunca fuiste — declaró con dureza — Me quedé despierta durante toda la noche esperándote, esperándote como una completa idiota — relató, aun sintiéndose de tal forma — Y a menos que entraras con la capa de Potter, tú nunca fuiste Sirius, — volvió a decir — me dejaste.
— Star, por favor, te juro que fui — sin embargo, Adhara era sorda a sus palabras, porque se hallaba rememorando las tantas veces en las que le brindó una oportunidad y él no las aprovechó.
— ¿Y después de ese día? — se preguntó así misma — Tuviste una semana entera para buscarme, para poder solucionar las cosas — señaló, porque a pesar de que tenía de guardaespaldas a las serpientes, por su actitud rebelde, el pelinegro era capaz de distraerlas si de verdad deseaba hablar con ella — Pero creo que estabas demasiado ocupado con tu nueva víctima como para preocuparte por esto — musitó con rencor, imitando su acción de señalarlos a ambos.
— Lo que sucedió en esa fiesta... — quiso explicarle, ansiaba relatarle lo que de verdad sucedió esa noche.
— No quiero hablar de lo que sucedió en esa maldita fiesta, Sirius — y fingía que no le dolía, pero el mencionado percibía su aflicción — No después de que cuando tu estabas divirtiéndote, festejando a lo grande con ella, — pronunció con acidez — yo estaba en mi habitación, sufriendo por lo jodidos votos que tu rompiste — culpó con crueldad.
— Lo que sucedió en esa fiesta no fue real — se apresuró a hablar — Nada de lo que hice, nada de lo que dije en esa fiesta fue real — quería que lo supiera, quería dejarlo en claro — A la única que quiero, a la única que amo, es a ti.
— Pues maravilla Black, — su seco cinismo le afectaba más por ver la desconfianza dirigida a su persona — ya te lo he dicho: Tú no sabes querer — informó despreciativa — Porque si fueras sincero con tus sentimientos, tu no hubieras roto esa promesa. No le hubieras dedicado nuestros votos a ella. — señaló ronca.
— No estaba consciente — musita desesperado — Adhara, por favor, no estaba consciente de mis acciones. McKinnon...
— No quiero escuchar lo que ella hizo — corta con frialdad, porque no quería escuchar el nombre de la rubia si era él quien lo pronunciaba — No quiero escuchar nada de lo que hicieron, porque a pesar de tus acciones, yo te seguí brindando malditas oportunidades — informó con susceptibilidad, odiándose por haber cedido tanto hacia un hombre que le hacía daño.
— Adhara...
— No — no quería escucharlo, no quería volver a ceder al escucharlo — Soy tan idiota, soy una completa tonta, al pensar que alguien como tú, de verdad fuera capaz de quererme — Sirius desconocía que su alma era capaz de partirse en más trozos por tan solo palabras — En especial, cuando después de lo de la fiesta seguí dándote malditas oportunidades — niega sombría — Oportunidades que tu desperdiciaste — enfatiza.
— No es así, Adha, si las hubiera reconocido... — intenta hablar.
— Ese es el problema, Sirius — musita — No debías de reconocerla, debías de buscarlas — le explica — Porque tuviste días para hacerlo, días para buscarme. Porque incluso después del rompimiento... después de la práctica del baile, tu pudiste... — se estaba exponiendo, lo sabía, pero quería que él comprendiera lo miserable que se sintió por su culpa — ...yo pensé... yo necesitaba que me siguieras. Te necesitaba a ti — declara débil — Pero no lo hiciste, tú no apareciste.
El silencio se hizo presente tras su tembloroso tono. Y a ambos le dolía, ambos se sentían heridos por la situación que atravesaban, por haber llegado a este conflicto que tanto detestaban, por ver como su relación los deterioraba.
— No me quieres, Sirius, tu no sabes lo que es querer — pronuncia después de unos momentos, como si deseara convencer a alguien de sus palabras.
— No digas eso — su suave petición se sintió como una firme orden — No lo digas después de todos los momentos que hemos tenido, no después de todas las veces en las que te he entregado cariño — estaban en su punto más bajo, pero no por ello debían de olvidar sus maravillosos momentos — No pienses que todo lo que hice, todo lo que dije, fue mentira, porque no lo es — declara, declara con toda la seguridad que posee para que ella lo comprendiera — ¿Me escuchaste? — preguntó con suavidad — No lo es, Star.
Y cualquiera hubiera caído rendido ante sus palabras, rendido ante la seguridad que destilaba. Porque su voz estaba llena del afecto que con creces afirmaba. Porque le hablaba con una emotiva labia, anhelando desesperadamente que creyera en sus palabras.
Cualquiera...
— ¿Entonces por qué te demoraste tanto en buscarme para arreglar las cosas? — cuestiona sin afligirse.
...menos Adhara.
— Durante toda la maldita ceremonia, incluso cuando terminamos nuestro baile, esperé a que si quiera te acercaras, — expresa entre dientes — a que siquiera me pidieras alguna otra pieza, o me llevaras a algún otro lugar — desvela, desvela lo que él ya sabe por las múltiples miradas — Incluso cuando Andrómeda vino, cuando estuviste allí, sintiéndote mal... — negó, decepcionada de su propio comportamiento — Soy una tonta, una completa idiota, por intentar alegrarte... por calmarte, aún sabiendo que no te importo.
— No es cierto — la detiene, porque no soportaba escuchar la forma en que hablaba de sus sentimientos.
— Claro que lo es. Porque de haber sido importante para ti, te hubieras acercado — Sirius no sabía cómo contradecirla — Si querías tanto una oportunidad, la hubieras buscado — no, nuevamente él había errado — Pero no lo hiciste.
— Me iba a acercar, Adha... — intenta explicar, explicar la razón por la cual huyó cuando tenía la intención de ir a por ella — Yo me iba a acercar, pero Narcissa y Bellatrix aparecieron y An-...
— ¿Y no pudiste enfrentar a tu familia como siempre lo has hecho? — corta su relato, sintiéndose desolada por su falta de valor.
— No fue por eso, cariño — el apodo sale inconscientemente — No fue por eso, no me acerqué por...
— Yo enfrenté a tu entera familia por nosotros — le recordó.
Sí, sacar en cara su propia decisión no era lo adecuado, pero se sentía tan contrariada... tan exhausta de su falso compromiso, tan adolorida por su mínimo esfuerzo, que deseaba hacerlo sentir la peor persona por herirla... por desilusionarla cuando se alejó de ella como sino importara.
— Fui a esa cena de navidad, y bien sabes que no solo fue para complacer el capricho de Regulus. Fui porque sabía bien que a la hora de que salieras de la protección de este castillo, ellos no descansarían en paz hasta rectificar tu camino. Fui, y me aseguré de calmar a tu madre para que no interviniera, para que no te buscara — profundiza — Para que no fuera hacia Tom o alguno de sus malditos seguidores con la intención de ofrecer tu vida por estar en la gloria de ese malnacido — y no estaba exagerando, Sirius sabía que era algo que su querida madre haría — Yo enfrenté a tu familia por ti ¿Pero tu no puedes hacerlo por mí?
— Adhara... — ¿Qué podía decir ante sus declaraciones?
— No — ¿Qué podía decir ante sus negaciones?
— Adhara, por favor, déjame siquiera hablar, explicarte... — ¿Qué podía decir ante sus acusaciones?
Lo único que le quedaba era suplicar, caer de rodillas, y esperar la anhelada piedad, esperar una nueva y última oportunidad. Y lo haría, su cuerpo no temblaría al rogar, no si así conseguía ser perdonado por la persona que dice amar.
— No, Sirius — corta sus intenciones, porque, aunque su fuerza de voluntad era grande, si él suplicaba, ella se volvería a doblegar — No quiero escucharte, no ahora — declara.
— Pues tendrás que hacerlo — pero él jamás cedería— porque yo no pienso dejarte ir — no si eso significaba perderla.
— Sirius... — ahora es ella quien se ve interrumpida.
— No, yo no quiero dejarte ir — le informa — Y no lo voy a hacer — afirma.
No lo haría, no se arriesgaría a no insistir y perder la última oportunidad de hablar con ella antes de salir del castillo. No volvería a ser tan ciego, a ser tan maldito, como para no aprovechar el momento, para no esforzarse... para no luchar por quien amaba con tanta devoción.
— Sirius, ya basta — ordena, intentando detener la convicción que en el pelinegro crecía.
— No — era capaz de cumplir con cualquiera de sus peticiones, pero nunca aceptaría el dejarla marchar — Escúchame por favor, tan solo déjame explicarte las razones por las cuales nunca te conté lo que hicieron los chicos. Déjame contarte qué fue lo que verdaderamente sucedió en esa fiesta — pide acercándose, ignorando las negaciones de su expareja — Adhara, por favor — vuelve a pedir — Por lo que más quieras, permíteme... — porque no dejaría de insistir, pero eso no significaba que no esperaba su permiso, su aceptación.
— No — no cae ante la profunda devoción que el gris destila — No quiero nada de ti, no ahora, Sirius — vuelve a mencionar — Sólo déjame ir — intenta ordenar.
Porque, aunque lo pronunciaba, ella tampoco estaba conforme con su petición, no estaba segura de verdaderamente desear que él la dejara partir.
— Star escúchame, por favor, escúchame — y él lo descifró, encontrando en su fingida firmeza, su titubeo.
Es por ello, que no se rindió.
— Permíteme hablar, dame la oportunidad de ser escuchado — se acercó ignorando sus negativas — Por favor, Adha, sólo hablemos.
— No voy a hablar más contigo — musitó — No puedo hablar contigo — la especificación brota inintencionalmente.
— ¿Puedes? — los amarronados ojos se desvían — ¿Y por qué no puedes, Adha? — pregunta, acercándose más.
Y sí, puede que se esté aprovechando de que su pelinegra se encuentra maldiciéndose así misma por haber dicho algo que no debía, para acercarse sin que se aleje. Pero no podían culparlo, no cuando el motivo de buscar su cercanía era brindarle calma entre la tormenta que experimentaba.
— Por lo que más quiera Merlín, por favor, Star — detiene sus imperceptibles pasos — Solo escúchame, amor — y extiende su mano en búsqueda del tacto de su suave piel.
Y lo consigue, por un minúsculo momento, debido al congelamiento por cómo la llamó, puede ver la ilusión en sus ojos, el brillo esperanzador que creyó extinto tras la devota conexión. Pudo sostenerla, fue capaz de juntar sus manos en un leve agarre que tenía intención de fortalecer, de intensificar para que las incertidumbres desaparecieran y únicamente quedara en ella la seguridad de que la amaba.
— Hablemos, ¿está bien? — propone con suavidad — Conversemos al igual que antes, ¿te parece? — se ve tentado a acercarse más, a unificar sus cuerpos, aunque sea unos centímetros más — Pero por favor, no me pidas que me aleje de ti, Star — pide, tomando su hipnotización como una oportunidad.
Con una lentitud tremenda, causada por el terror de arruinar el momento, eleva su mano, depositándola con tanta suavidad en su rostro. Por su cuerpo, un entero escalofrío recorre sus venas, no puede especificar sus síntomas, pero lo que sabe es que al acariciar con tanto anhelo su mejilla, al ver su reflejo en sus pupilas, al rozar con su pulgar sus tentadores labios, lo único que su sistema es capaz de concentrarse es en...
— Star... — suspira con anhelo — Confía en mi una vez más — pide — Permíteme...
— No, yo no... — batalla, batalla para no ceder ante la persona que tanto ama.
— Permíteme, — interrumpe con suave lentitud — Permíteme demostrarte cuanto soy capaz de sacrificar con tal de amarte...
Tras su mala elección de palabras, la burbuja estalla.
Y es el contacto lo que se desvanece.
Sirius no sabe cuántas veces más va a sentirse destrozado por ver su alejamiento, no tiene idea de cuántas veces sufrirá al verla repudiando su tacto, él no sabe cuanta tortura tendrá que soportar; pero él sabe, él está más que seguro, que está dispuesto a caminar hasta por el mismo infierno si con ello la logra recuperar.
— Star... — intenta llamarla, sacarla de quien sabe qué pensamientos evocados tras la pronunciación de sus palabras.
— No me toques — pide ella.
— Cariño, por favor — ignora su petición, atrapando su mano.
— ¡Que no me toques, joder, estrella! — ahora es él quien queda hipnotizado al escucharla — ¡No puedo hablar contigo! ¡No quiero hablar contigo! ¡Por lo que más quieras, estrella...! — parpadea, cayendo en cuenta de sus palabras — Mierda — musita para sí misma — Mierda, estrella, yo no... ¡joder! — se reprende, desordenando el elaborado peinado que Regulus planeó.
Y es como si nuevamente fuera trasparente, como si las puertas del conocimiento fueran abiertas a la espera que él entrara para leer los últimos descubrimientos que se había perdido, para leer los conflictos desconocidos. Porque su vista se aclarece, la barrera que le obligaba a detenerse es derribada, y aunque se siente terrible de usar su vulnerabilidad, no se detiene a entrar cuando encuentra la verdad.
— Esto no es solo por nosotros ¿cierto? — indica, seguro de su descubrimiento.
— No tengo la menor idea de lo que estás hablando, estre-Sirius — se retracta al último segundo
— Esto es por Dumbledore — y sabe que dio con la respuesta por como sus acciones se detienen — Esto es por tu sabes quién, — por como los muros vuelven a construirse — esto es por tu marca, esto es por...
— No tiene nada que ver con esa maldición, Sirius — su firmeza regresa, eliminando total rastro de cuando cedió.
— No me mientas — aunque sonó como orden, ambos saben que es una petición.
— No te estoy... — intenta hablar.
— Lo estás haciendo — pero ahora era su turno de escuchar — No eres ni capaz de mirarme a los ojos — señala — Y únicamente te centras en el medio de mis cejas, pretendiendo que sí lo estás haciendo — indica — ¿Esto es por la solución de Dumbledore? — cuestiona, recordando su charla de quinto año — ¿Por su plan?
— Estás diciendo puras bobe-... — musita mirando a cualquier lado menos a su persona.
— Star — corta, esperando que volviera a verlo — No te cierres, — indica — si esto es por tu don...
— ¡No tiene nada que ver con esa jodida maldición! — lo corta estresada — ¡Y te he repetido cientos de veces que no es un don cuando es la razón por la cual murió Paula! — exclama.
— ¡Y yo te he dicho cientos de veces que ella no murió por tu culpa! — contradice sin titubeos — ¡Ni ella, ni tus padres lo hicieron! — le recuerda — No estás maldita, Adha — su tono de voz es más duro tras cada palabra.
— ¡Lo estoy! — pero ella no lo escucha — ¡Lo soy desde que nací con esa jodida marca que no hace más que causarme problemas! — jamás lo hace cuando se trata de este asunto — ¡Lo soy desde que tuve que huir de mí casa! ¡Desde que tuve que abandonar a mi mentora! ¡Porque por mi culpa, por mi maldita y caprichosa culpa, nos encontraron! — porque era el asunto — ¡Lo soy desde que ese malnacido de Tom...! — su voz se corta, y el nudo en la garganta no crece únicamente en la portadora.
— Cariño — su voz se suaviza al verla — Cariño, no es tu culpa.
El pelinegro intenta acercarse.
— No quiero tu maldito consuelo, Sirius.
Pero igual como las otras veces, ella lo detiene.
— Esto no es por eso, esto es por mí — declara — Esto es por mí y lo cansada que estoy por ser la única que pone empeño en cumplir sus malditas palabras. Esto es porque estoy cansada de haberte otorgado toda mi vida, de haberte otorgado mi entero ser en esos votos que tu... — niega con claro dolor — que tú te encargaste de romper.
— Siguen siendo nuestros votos, Star, por favor...
— No quiero escucharte — lo interrumpe — No quiero escucharte porque yo te amé — sus ojos se conectan, y ambos pueden ver como la falta del otro le afecta — Y me maldigo a mí misma, porque después de todo lo que me has hecho, te sigo amando — confiesa — Sigo amando a una persona que no me amó lo suficiente como para ser leal a su propia palabra, que no me amó tanto como a sus... — no quería seguir hablando, pero quería que la dejara marchar — Porque sé que no debería comparar, pero joder Estrella. Yo te puse en un pedestal mientras que tú solo me dejaste en un mural, muy por debajo de a quienes verdaderamente amas.
— Eso no es cierto — no lo era, no podía serlo.
— ¿Entonces por qué me traicionaste por ellos? ¿Por qué me ocultaste la investigación si no fue para encubrirlos? ¿Por qué te quedaste callado sin hacer ningún mínimo esfuerzo por detenerlos? — demanda respuestas — ¿Por qué? — vuelve a preguntar.
— No es... — busca contradecir.
— Respóndeme y dime por qué — pero lo que ella exige es una respuesta — Dime por qué, Sirius, dime por qué decidiste hacerlo — demanda, sintiéndose molesta por no obtener ninguna sola palabra — ¡Dime por qué me traicionaste, Sirius! ¡Porque, aunque lo intente, por más que lo busque, no encuentro ninguna bendita razón por la cual jodiste todo lo que planemos! ¡Por la cual decidiste arruinarme!
— ¡Lo hice porque quería estar preparado! — responde exasperado — Porque puede que no posea la misma inteligencia que tú, pero sabía discernir cuando me mentías de a dónde ibas, — revela — cuando me mentías por las heridas que te encontraba, las mismas que me decías que no debía de preocuparme, ¿pero quieres saber algo? Era yo quien se quedaba despierto velando porque ninguna de ellas se volviera abrir — sigue revelando — Porque si no te conté acerca de lo que hacían los chicos, no era porque te estaba traicionando o desconfiando de ti — no, él no podría hacerlo — Te lo estaba ocultando, porque no quería que sufrieras y te cegaras por el dolor, y la inseguridad, que Paula plantó en ti con sus últimas palabras.
— No hables de ella — ordena con frialdad — Ni te atrevas a meterla en esto — exige.
— ¡Lo haré porque debes de comprender que ella nunca te quiso como lo gritaba a los cuatro vientos! — exclama molesto.
— ¡Ella era mi gemela! — declara con el mismo sentimiento.
— ¡Nunca lo fue! — le hace saber — ¡Nunca lo fue, porque de haberlo sido, jamás te hubiera dicho que te odiaba!
Y estaba siendo cruel, lo sabe por su destrozada mirada, pero no dejaría de hablar hasta que por fin comprendiera lo que durante todo el año intentó convencerla.
— ¡De haber sido tu gemela, no te hubiera dicho que te aborrecía y que se arrepentía del día en que las juntaron en la clase de pociones! — le recuerda — ¡De haber sido tu gemela, se hubiera quedado en tu habitación y no huir hacia los brazos de Remus a llorar como si tu jodida marca le afectara más a ella que a ti! — porque no era así como debía de haber reaccionado, porque aunque Paula era su amiga, cometió demasiados errores en sus últimos momentos de vida — ¡Porque sabes bien que, aunque hayas superado su muerte, esas palabras siguen calando en tu persona! ¡Y que es por esas palabras que no querías contarle nada a los chicos! ¡Porque Paula acabó con la confianza que yo construí acerca de tu don, transformándolo en un terrible temor! — y aunque apreciaba a la castaña, jamás perdonaría el daño que causó en Adhara, por más que ella le rogaba que no dejara su cariño por su culpa — ¡Y yo respeté esa decisión, aun sabiendo que causaría este tipo de problemas!
Porque las mentiras siempre desencadenaban peleas, pero jamás la forzaría a tomar una decisión con temor, él jamás la obligaría.
— La razón por la que no te dije que los chicos estaban investigándote era porque tu reacción hubiera sido considerablemente diferente al que tuviste — hubiera sido una mucho peor, pensó — Y yo no quería, ni deseaba, verte tan hundida como lo estuviste con Paula — explica — Porque, ¿de verdad crees que me creía tus mentiras acerca de que en la enfermería ya no tenían díctamo? ¿Crees que no me enteré de que impedías que te trataran de curarte con magia? ¿Qué decidías que se curara a la manera muggle sólo porque creías que te merecías ese dolor después de ser la causante de su pérdida? ¿Por qué merecías sufrir tras haberla condenado, como ella te lo dijo?
Le dolía, le dolía más a él tener que ser tan cruel para que viera la verdad de las cosas, pero era la única forma en la que ella dejaría de buscar la forma de limpiar el recuerdo de quien no lo merece.
— No te lo dije, no te dije nada acerca de los chicos porque tenía la esperanza que dejaran de investigarte — prosigue con su explicación — Porque tenía la esperanza de que me escucharan, de que me hicieran caso en dejar toda esta maldita tontería — y ahora reconocía lo iluso que fue — Yo no quería que te enteraras de su traición, porque quería... porque pensé que de esta forma te estaría cuidando.
Toma un respiro, sabía que sus equivocaciones eran numerosas, más solo esperaba que, al igual que siempre, ella solo se concentrara en sus intenciones. Porque si no obtenía su perdón, no sabría qué sería de él.
— Porque pensé que te estaba protegiendo, protegiendo de la única forma en la que me permitías hacerlo — sus ojos se encuentran — Porque sólo cuando estabas descansando, sólo cuando tu no te enterabas, era la única oportunidad en la que podía curarte esas malditas heridas que portabas después de tus desaparecidas. Era la única forma en la que podía salvarte del auto sufrimiento que te imponías, por la muerte de alguien que jamás te amó como debería.
Porque no negaba que la castaña la quiso, no negaba que ella amó a su pelinegra con intensidad. No obstante, en el momento en que debía de usar su cariño para, si quiera, comprenderla, Paula falló.
— Porque Paula te fue a buscar durante la batalla, pero de lejos fue porque te quería — musita, porque así lo vio ese día — Ella sólo te fue a buscar porque quería saber si existía una forma de romper esa condena, como tu lo llamas — porque que era así como se sentía — Te fue a buscar por su tonto deseo egoísta de querer ser mamá.
Y en cierta parte la comprendía, pero no la excusaba de los horrores que le dijo a su Star.
— Lo que hice, fue por tratar de protegerte — musita — Y sé que erré, sé que me equivoqué con creces la forma en la que quise protegerte, porque sólo estaba contribuyendo a ocultar sus investigaciones y te estaba traicionando — reconoce — Pero créeme, por favor, créeme cuando te digo que en el momento en el que me di cuenta de mis errores, pensé que al pedirle a James que pudiera arreglarlo todo... — negó, porque ese también había sido otro error.
El silencio se hizo presente, él recuperando el aliento tras la extensa respuesta y ella...
— Y sé que lo he jodido, sé que he arruiné todos nuestros planes.
Adhara no puede hacer otra cosa más que escucharlo
— Que arruiné nuestro hogar, que perdí la gran oportunidad de vivir contigo en ese departamento que es nuestro.
Su cuerpo no reacciona ante las demandas de callarlo.
— Que arruiné mi oportunidad de disfrutar la maravillas que es tenerte como pareja, como confidente...
Sólo está pendiente de las palabras de su amado.
— Sé que lo he jodido, sé que te he arruinado, que soy el único culpable de que nuestra relación se haya deteriorado tanto...
No era el único, incluso su mente quería que dijera algo, que también asumiera parte de la culpa, por tantos asuntos ocultados.
— Pero por favor, — y Sirius sabe que está en un interno conflicto, porque la conoce — por favor, Star. No lo merezco, no después de todo lo que te he hecho — porque nuevamente es capaz de leerla — Pero estoy tan malditamente arrepentido, estoy sufriendo tanto por no haber sido lo suficiente para ti... que lo único que te puedo pedir, lo único que te puedo rogar es que nos des otra oportunidad — porque sus barreras han sido abiertas.
Porque era característico de ella juzgar por sus intenciones, no por las acciones. Y Sirius sabía que, aunque cometiera el más grande error, si sus intenciones fueran tan puras como los sentimientos que le profesaba, él sería perdonado por su equivocación.
— Lo siento — sinceramente se lamenta — Perdóname, Adha, por favor, perdóname por los horrores que cometí, perdona a este estúpido pelinegro que fue tan ciego en al no notar que mi intento de protección fue el causante de tu dolor.
Pero no se aprovecharía de ella, no, él jamás lo haría. Porque era culpa, era su entera culpa y debía de reconocer cada uno de sus errores...
— Perdona a este idiota que no fue lo suficientemente valiente para arriesgar los pequeños momentos que tuvimos para buscar la oportunidad de que me perdonaras, de poder conversar sin llegar a esta intensa discusión.
..., debía de arrepentirse de cada uno de sus jodidos horrores...
— Perdóname, Star, perdóname por no haber sido... por no haber cumplido con mi promesa, por haberme dejado llevar por el alcohol y confundirte por culpa de esa estúpida poción.
..., Sirius debía de convertirse en merecedor de su perdón.
— Porque, mi amor — el marrón brilla al conectarse con el devoto plateado — Esos votos jamás los hubiera roto con intención — ambos colores fundiéndose por la intensidad de su clamor — Jamás lo hubiera roto porque yo te amo.
Y aunque ve el amarronado deseo de ceder...
— No lo haces.
...también encuentra una fuerza que la obliga a retroceder.
— Lo hago — seguro pronuncia — Confía en mí cuando lo digo, por el cariño que aún nos tenemos, Star... — se acerca — A la única persona que me permito entregarme, es a ti.
— No puedes hacerlo... — retrocede, buscando alejarse.
— Pues lo hago, Adhara, te amo — reafirma, ignorando su retroceso.
— No, no lo haces... — señala nuevamente, ignorando que su lejanía se extinguía.
— ¿Y si no lo hago porque estoy aquí, rogándote porque me perdones? — avanza — Si no lo hago, ¿cómo explicas este tumulto de emociones que siento cuando te veo, cuando te escucho, cuando simplemente haces acto de presencia? — cuestiona con intensidad — Star, eres tú a quien busco cada vez que despierto — profundiza con devoción, su mano estando cerca de volver a sostenerla...
— No te atrevas a... — intenta hablar, alejándose de su tacto.
— ¡Pues lo hago! — la corta, sin importar que su misión de aprisionarla en un abrazo se deteriorara — ¡Soy capaz de referirme a nuestros votos porque cada una de esas palabras mantienen el mismo sentimiento que la primera vez que los pronuncie! Porque es el mismo sentimiento que únicamente profeso hacia ti, Adhara, yo...
— ¡No puedes hacerlo! — exclama antes de que siquiera lo pronuncie — ¡No quiero que me ames!
— ¡Pues no soy capaz de manejar lo que siento! — profiere con su mismo tono — ¡Y aunque pudiera, no lo haría! — declara serio — ¡Porque amo amarte, Star!
— Deja de... — no quiere escucharlo, no quiere que el cálido sentimiento se expanda más por su cuerpo, no cuando ahora es conocedora de lo débil que se volvería al nuevamente perderlo.
— No voy a dejar de hablar, no voy a dejar de expresar mis sentimientos, porque no estaría siendo leal a ello — explica con vehemencia, ignorando su miedo — No pienso negarlos, Addie, no cuando amarte es lo mejor que me ha podido suceder en esta vida. No cuando tenerte, cuando conocerte, fue lo mejor que me pudo suceder. No cuando verte es lo único que necesito para ser malditamente feliz — murmura, viéndola con toda la adoración que sus grisáceos ojos son capaces de trasmitir.
— ¡Pues no me importa! — clama ella — ¡No me importa si es que soy la mejor puta cosa en tu vida! ¡No me importa si es que necesitas de mi para ser feliz! ¡Y tampoco me importa que ames amarme! — pero a pesar de sus crueles palabras, él no desistía — ¡No cuando... no cuando...!
— ¿No cuando qué? — cuestionó exasperado — ¡Dilo de una maldita vez! — exige sin ser consciente de lo que realmente pide.
— ¡No cuando eso significa perderte! — explota — ¡No quiero que me ames si eso significa tu muerte! — declara desesperada.
— ¡Pues a mí no me importa que...! — parpadeó, tratando de entender sus palabras — ¿Qué? — soltó en un murmullo confundido.
— No quiero que profeses ningún maldito sentimiento hacia mi persona si eso te condena, porque no sería capaz de soportar tu muerte — expresa aún cuando el nudo en su garganta le pide que deje de hablar, que se deje llevar y abalanzarse hacia los brazos de la persona que dice amar — Estrella, no soportaría que la única forma de seguirte viendo sea a través de mis sueños — pronuncia.
Y ambos saben qué palabras está utilizando, ambos saben que también se esta refiriendo a los votos que con tanta profundidad se habían declarado.
— No debes... no puedes... no me ames — ¿era tan doloroso decirlo como escucharlo? — No me quieras, por favor, Sirius — lo era, la respuesta se hallaba en la encorvada postura de ambos — No lo hagas, porque no soportaría perderte, no sería capaz de seguir viviendo, sabiendo que es mi culpa que no pertenezcas a este mundo.
No... ella no podía pedirle eso.
— No me ames — repitió — No cuando yo... no cuando soy una vil y mentirosa Slytherin — se denigra, solo para conseguir que él la desestime — No cuando la magia que tengo me condena a ser perseguida, no cuando estas condenando tu vida solo por estar conmigo — señala los peligros que correría, solo para conseguir que se asustara y huyera — Por un momento no pienses en mi y piensa en tu persona, — pide, pide porque es lo que necesita — no me importará, no me va a doler, jamás seré capaz de odiarte — revela, porque su estrella siempre sería su única excepción — No lo haré ni aunque dejes de amarme, si con ello... si con ello sigues vivo.
Es lo que desea, es lo que quiere, porque si no viviera, ella perdería totalmente la cabeza.
— Pero, por favor, Sirius, aléjate de mí — pidió a cambio — Te estoy librando de mi maldición, — comunicó, retrocediendo — Estoy dándote la oportunidad de disfrutar tu vida, — el pelinegro no dejaba de mirarla — de qué crees más recuerdos con los chicos, con los señores Potter, — y ella ansiaba que comprendiera sus palabras — con quienes consideras tu familia, pero déjame ir, por favor — suplicó con dolor.
Mas sabía que las heridas provocadas por ella misma sanarían cuando lo viera a salvo. Cuando él se alejara, decidiendo su felicidad. Decidiendo que su persona, era más importante que el sentimiento que le profesaba. Cuando su estrella decidiera ser egoísta nuevamente, sobreponiendo su propio brillo al de las personas que lo restringían de su deseada libertad. Y aunque le partiera el alma, Adhara sería feliz si la abandonaba, porque ella amaba a su estrella, pero de seguir teniéndola a su lado, su maldición se encargaría de apagarla.
Y ella preferiría mil veces observarlo desde la lejanía, que ser testigo de cómo entre sus brazos se desvanecía.
— Pues no me importa — musita con firmeza.
— Estrella, por favor...— intenta convencerlo.
— No — la interrumpe — Porque, Adha, debes comprender que no voy a volver a ser el maldito egoísta que deja a sus seres amados por su integridad — declara, sabiendo que la madurez lo había golpeado en ese aspecto — Porque, Star, deberías saber que no me importa arriesgarme, si consigo una caricia de tu parte.
Porque no le importaba, su vida no tendría sentido sin tocarla. Él no podría llamar vida a una si la persona, que iluminaba su entera existencia, faltaba.
Y si lo condenaban a muerte por amarla, sacrificaría hasta su último suspiro para besarla.
— Eres peligrosa — razonó él, pero, antes de que ella hablara, añadió: — Un amor prohibido no creo que sea del todo malo — sonrió acercándose a ella — ¿Crees que olvidaré todo lo que hemos vivido y me alejaré? — ella no podía emitir ni una palabra, solo miraba hacia abajo. Él se aprovechó de aquello y se acercó a tal punto que sus respiraciones se combinaban — Te amo — declaró — Con o sin peligros, con o sin magia, si eres o no de Gryffindor. Lo que siento por ti no lo va a desaparecer nadie ni nada — con delicadeza tomó su mentón e hizo que lo mirara, notó como sus ojos estaban cristalizados y, sin esperar más, acortó la distancia entre ellos.
La besó.
Y después de vivir en penurias, redescubrió el paraíso hecho persona.
Su corazón enloqueció al sentirla, al ser correspondido con una intensidad que anheló con desesperación. Fue capaz de volver a respirar, de volver a vivir, de sentirse completo, porque era un hecho que necesitaba de ella si quería estar entero. Se sintió dichoso, dichoso por volver a sentirse amado... más no, esa no era única la razón. Lo que verdaderamente le causó dicha, lo que provocó que se sintiera en el séptimo sueño, fue que le permitiera amarla, que le permitiera demostrar el profundo amor que manifestaba por ella, sólo por su Star.
Y tal pensamiento lo conmovía, lo conmovía tanto hasta llegar al punto de esconder sus lágrimas, que procedían de una extraña mezcla entre el alivio y la felicidad, para no amargar el sentimiento de unidad. Para no dejar de disfrutar el sentimiento de pertenecer... de hallarse en su hogar.
Más el gozo desaparecería cuando lo sintió.
Cuando sintió la humedad, cuando el temor lo destrozó por el lamento que mojaron sus manos... por la intensidad en las que sus lágrimas brotaron.
Pero fue tarde cuando reaccionó.
Porque al separarse, sintió como la oscuridad lo invadía y, sin darse cuenta, cayó desmayado.
— Lo siento, lo siento, lo siento — sollozó sosteniéndolo en sus brazos — Lo siento tanto... — lo abrazó como si lo necesitara para respirar.
La música aumentó considerablemente, los estudiantes de último año disfrutaban festejando el cierre de una gran etapa en sus vidas. Brindando por las grandes amistades formadas durante los últimos años, celebrando por los amores encontrados. Podría tratarse del alcohol recorriendo por sus venas, o tal vez, del gozo por disfrutar un último día de paz antes de enfrentarse a lo que la vida, fuera del castillo, les deparaba. Pero llenos de júbilo, gritaron en conjunto, cantando sin vergüenza las letras, sintiéndose identificados con ellas, porque eran tan solo jóvenes...
Jóvenes que querían seguir creando memorias.
Allí, viéndolos disfrutar tanto, parecería irreal pensar en quienes no se hallaban disfrutando. En quien, a comparación de los celebrantes, no era libre de entrar y vivir. En quien, a comparación de a quienes cariño profesaba, estaba encadenada, maldita por un don, atada a sus propias palabras... Únicamente por desear su libertad.
Porque para que tus seres queridos sean felices, algunas veces hay que sacrificarse.
— También te amo, estrella — lo admiró, tan tranquilo descansando en su cama — Pero no puedo hacerte esto... — retuvo su sollozo, no quería levantarlo, no cuando se le veía en paz — No puedo exponerte más, cariño — susurró, sabiendo que era momento de dejarlo.
Pero en cuanto hizo el amago de pararse, sostuvieron su mano.
— Cariño... — la llamó entre sus sueños, con el mismo anhelo que sentía ella de quedarse a su lado.
No pudo contenerse, devolvió el apretón para acercarse a él.
Y se enamoró nuevamente.
Mirarlo tan de cerca aumentó el deseo de abandonar su promesa sólo para quedarse a su lado, sólo para seguir amándolo. Oh, cuanto extrañaría su persona, cuanto añoraría el gentil tacto que sentía en su mano. Sería una miseria no tenerlo a su lado, sería abrumador recordarlo y no poder besarlo.
Más su vida se convertiría en una tragedia si él falleciera.
— Star... — respiró profundo, cohibiendo su dolor.
—Es hora de descansar, cariño — tarareó arrullándolo.
El pelinegro se acostó de lado, sin soltar su mano, hasta que, balbuceando, volvió a sucumbir a la plena inconsciencia.
Entonces, lo besó.
Besó su mejilla con delicadeza, aspirando transmitir con el gentil gesto, el amor que la mantenía cuerda.
— Gracias por salvarme, Estrella — susurró sin alejarse.
Observó la tenue curvatura de sus labios, se deleitó con su aroma que la transportaba a un mundo lleno de paz, se permitió perderse en la calma que su sola presencia le brindaba. Y aun sintiendo el escozor impregnado en sus labios, supo que lo había amado por última vez.
Partió.
Partió de la habitación, dejando cómo único rastro de su presencia la gota que de su mejilla cayó. Sin mirar atrás, sin pensar en regresar, salió de la sala común perteneciente a las personas que quería, que amaba con tanta devoción, como para sacrificar por ellos, su único amor. Cerró con cuidado el retrato de la dama gorda, la misma que intentó brindarle ánimos con una sonrisa que no pudo corresponder.
El camino no era largo, pero lo sintió cómo si diera la vuelta al mundo.
Las memorias, las memorias formadas dentro del castillo, formadas en los mismos pasajes por los que caminaba, todas ellas daban vueltas y vueltas, dejándola en medio de la tormenta, alzándola y empujándola contra cada una de ellas, sufriendo por el impacto de los recuerdos.
La mente podía ser tan cruel a veces...
Pero debía de recordar porqué lo hacía. Por el amor que entre ellos se tenían, el que velaba porque no decayera al final del día. Por las risas, las de ellos, las que buscaba mantener con vida. Por sus brazos, los que, con suerte, volvería a sentir rodeándola una vez que la guerra terminara.
Se detuvo y su mundo también.
Había llegado.
Respiró hondo. Secándose las lágrimas. Moviendo delicadamente su varita sobre su rostro para dejarlo impecable. Apagó su sentimentalismo, se despidió de los pensamientos y memorias que la hacían vulnerable. Respiró hondo. Moviendo circularmente sus hombros para recobrar la compostura, relajó su cuerpo para que la seriedad apareciera, para que el deber surgiera efecto y despertara su faceta más serena, porque era hora de dirigir una reunión.
No dilató más el tiempo, dio cosquillas a la pera y entró a las cocinas.
— Ama Adhara — saludaron en coro.
Como lo esperaba, todos los elfos recurrieron a su llamado.
— Es un honor contar con vuestra ayuda nuevamente — musitó una vez que se hallaba dentro — Y he de lamentar ser una más de las que les pida este favor nada honorable — pronunció sintiéndose culpable de involucrarlos — No han de merecerlo.
Los elfos sonrieron, antes de negar y exponer que no los estaba ofendiendo. Señalando que gratos se sentían de ayudarla, reconociendo sus esfuerzos por no llegar a la presente situación, reconociendo sus motivos como sinceros.
Como en cierto momento, el de sus predecesoras, se sintieron.
Dirigidos por Adhara, la reunión da comienzo. No han de preocuparse por la hora, tan siquiera estaban cerca de la concusión de un día. Los elfos se juntaron en grupos, escuchando con suma atención las palabras de la pelinegra, escuchando las indicaciones en cómo levantarían la condena de los magos que tuvieron la mala suerte de relacionarse con ella.
— ¿Ama Adhara? — la mencionada volteó a verlo— ¿Está segura de esto? — se agachó para estar a su altura, dispuesta a escuchar lo que el elfo tiene que decir — Kreacher reconoce su titubeo, ama Adhara — informa — Y Kreacher quiere estar seguro de que no está siendo obligada.
— Kreacher, lo estoy haciendo por ellos, para protegerlos — busca tranquilizarlo — No has de preocuparte por mí, estaré bien — asegura.
— Kreacher no quiere poner en duda su palabra, Ama Adha — se mantiene cabizbajo — Pero Kreacher sabe que la Ama Adha no está conforme con su despedida.
— Los he amado por última vez, Kreacher — dice, sosteniendo sus manos — Estoy conforme con ello.
— Kreacher solo espera que la ama Adha no...
— Mientras que ellos estén seguros, estaré bien, Kreacher — le interrumpe con cuidado — Y, si puedo hacerte un último favor...
— Kreacher cuidará al amo Regulus, ama Adha — declara, inclinándose levemente.
— Kreacher — el elfo la mira — Asegúrate de mimarlo por mí, ¿está bien? — la respuesta que recibe es una pequeña sonrisa junto a una última reverencia.
— Está todo listo, ama Adha — la nombrada asiente, antes de girar y encontrarse con el último grupo de elfos.
Uno de ellos sostiene una prenda doblada, una que es ofrecida. No debe desdoblarlo para descubrir de qué se trataba, tampoco desea portarlo, no cuando conocía su significado. Porque aún no era el momento, pero pronto lo sería. Lo recibe, agradeciendo al elfo de los Lestrange, viéndolo a él junto a Kreacher desaparecer, y sale del lugar.
La fiesta seguía tan viva como hace un momento. Ni aun sintiendo los pies gastados, los jóvenes dejan de bailar y regocijarse. Pero no son los únicos, los familiares de los egresados, los invitados que buscaban ofrecer trabajos, los miembros de seguridad mágica y hasta los integrantes de la orden secreta, cedieron al alegre agasajo, uniéndose entre copas y brindis, bailando con sus contemporáneos, compartiendo los propios momentos en Hogwarts creados.
Tan vivos para festejar, tan concentrados en disfrutar que, la magia, ellos dejaron pasar.
Hilos, hilos plateados — tan delgados que hasta al mejor buscador se le sería difícil observar — empezaron a bailar entre la marea de la gente, envolviendo a las personas con una delicadeza deleite, armando nudos en sus cabezas, amarrando con fuerza. Hilos, hilos plateados que los elfos comenzaron a tejer en cada persona, cada criatura, cada ser vivo que estaba bajo la condena. Hilos, hilos plateados que surgían de Adhara, que salían de su varita para ser transportadas y extendidas por las magníficas criaturas que ella conocía. Hilos, hilos poseedores del mismo brillo que una vez dos serpientes utilizaron para atrapar a los mortífagos. Hilos, hilos que brillaron y permanecieron aun cuando la pelinegra dejó de trabajar en ellos, siendo sostenidos por la magia de los elfos.
Admiró por última vez el lugar donde se encontraba, al que había llegado después de su largo trayecto trenzando la magia. Podía escuchar los gritos de apoyo de sus amigos. Era capaz de ver a una pareja jugando hasta rodar entre risas en el campo de quidditch, para quedarse echados, disfrutando de la compañía del contrario. Lograba sentir, no sólo la adrenalina de jugar, sino que el cálido cariño que nacía de los gritos de sus seres queridos.
Lo sentía, sentía el cálido ardor de su aprecio, el mismo que se transformaba en uno amargo al recordar que ganaría su desprecio. Lo sentía, sentía la bruma crecer en sus cabezas. Era capaz de ver sus memorias desde sus perspectivas, de disfrutarlas a su vez que en silencio sufría, de ver su conversión en videos de dudosas procedencias.
Lo sentía, sentía que era el momento.
Y en un último instante, pensó en él. Vívidamente lo encontró parado frente a ella, sonriéndole como si fuera la causante de sus más grandes alegrías, mirándola como si se tratara de la persona más valiosa de su vida, amándola como si la necesitara para subsistir. Cerró sus ojos, contuvo su respiración y recordó, recordó lo que sucedería si se quedaba con él... si poseyera su valentía para luchar con él. Exhaló, viendo por última vez la visión de su estrella, grabándolo para congelarlo, así cuando se cuestionara la decisión tomada, reproducirlo bastaría para que no se acobardara.
Tomó con fuerza la capa que fue ofrecida, la prenda era ligera y sedosa, de un oscuro color que provocaba su pérdida. Adhara analizó a su nueva compañera, suspirando, recordó que la condena sería levantada.
Y alrededor del mundo mágico, a cada persona que tuvo contacto, los hilos llegaron. Los elfos los transportaron, llevaron el encantamiento que surgió como una vía de escape de sus predecesoras, una vía de escape que ahora ella utilizaba, no para protegerse, sino para protegerlos. Para alejarlos de los peligros, para desaparecerlos del camino, para esconderlos del asesino.
No existía vuelta atrás, no cuando el conocimiento que poseían sobre ella, sobre su persona, los marcaba como objetivos de Tom. No cuando sus memorias donde ella se veía incluida, los condenaba a ser perseguidos.
Subió a su escoba, voló alejándose del gran resplandor de los hilos plateados, alejándose del sacrificio que hacía por las personas que amaba, alejándose del estremecedor hecho de perderlos, alejándose del amarre de las memorias, alejándose del encierro en el subconsciente de quienes la conocieron.
Porque cubriéndose con la capa, ellos olvidaron a Adhara.
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48 084 palabras.
* sección para recoger pañuelos, mantitas, chocolate y abrazos gratis *
Y sí, aquí hay otro para tí, que sé que lo necesitas:
* sección para recoger chanclas, bates y cartelazos gratis *
¡Pero antes de que abran fuego!
¿Podemos hablar de los bellos momentos?
¿Rememorar las sentimentales palabras que se dijeron?
Porque ellos no lo harán...
LO SIENTO, NO ME MATEN, YO LOS AMO * corre *
¿Ya les saqué una sonrisa? Aunque por ello haya arriesgado mi vida, espero que sí :3
En fin, sé que tendrán muchas y diversas... opiniones sobre este capítulo y, como siempre les digo, siéntanse en completa confianza de comentar como te sientas más cómodo <3 Siempre y cuando no incomodes a otros, claro está ;)
Y ahora vendrían los comentarios, que creánme, al ser un capítulo largo, quiero comentar más de lo que debería, pero solo pondré las que considero más importantes, ya después sabrán el por qué ;) So...
¿Se lo esperaban? ¿O ninguna acertó con sus teorías?
Ok, pero Adhara en la ceremonia...
Y, por cierto, ahora, ¿Qué opinan de Adha?
¿O de los leones? ¿De James y Lily?
¿De las serpientes? ¿De la reaparición de Cissy y Bella?
Pero hablemos del discurso de James...
¿O talvez del recuerdo de la amistad Adharius en quinto?
Que por cierto, y recojan los pañuelos para la siguiente pregunta:
¿Que opinan de la discusión de las estrellas?
¿Team Sirius, la estrella? ¿Team Adha, la Star?
Y esta es una pregunta/recordatorio, de la cual, quisiera ver quien da con la respuesta:
¿Qué sucederá en el siguiente amanecer?
Tantas cosas de las que charlar... De verdad, este capítulo ha sido el más complejo que he escrito. Por ende, espero y comprendan, la razón por la cual, explícitamente, lo dedico a mi persona y a todas aquellas que me escucharon y ayudaron cuando me entraba las ganas de borrar todo; sé que algún día llegaran por aquí y, en serio, no saben cuanto las aprecio <3
¿Dato curioso? En la idea original/inicial, este iba a ser el capítulo final. ¡Pero! Antes de que me linchen, obviamente he decidido cambiar esa desición. Y, es por ello, que el siguiente capítulo existe desde hace un año, aproximadamente.
Yep, al siguiente capítulo, unicamente, le falta un par de correciones y una nota que agregar, por lo que, si la toxica Universidad me deja descansar, tendrán el capítulo dentro de una semana.
Y por cierto, no piensen que este final lo he sacado debajo de mi manga, ¿vale?. Porque, si recuerdan el quinto verso del prólogo, ¿cierto?
De todo corazón, espero que tengan un maravillozo día. Son magníficos seres vivos que lograrán toda lo que se propongan y mucho más <3. Por favor, cuídense, ¿Ok? Y recuerden que ningún número los definirá como persona ¿vale? No se olviden de tomar awita <3.
Los quiere y ama,
Una Slytherin,
no tan Slytherin.
Psdt: Mi yo de doce está orgullosa de su trama.
Psdt2: Mi yo de dieciocho está llorando en un rincón.
Psdt3: ¿Alguien dijo en vivo para hablar de la ceremonia?
Psdt4: Son las 4a.m, feliz madrugada uwu
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