›«Epílogo»‹
Inconscientemente lo sabía, por ello de su persona huía.
Atenta a cada una de sus pequeñas características, la primera en percibir su presencia, la conocedora de sus personales detalles, la que constantemente se percataba de su ausencia, sintiéndose reconfortada por su mirada en ella... Tantos signos que la señalaban y ella ignoraba. Incluso, estaba segura de que, antes de su deserción, la estrella de su universo lo sabía.
Oh, cuanto deseó que fuera él la persona elegida, más escasamente el don funcionaba de tal forma. A la portadora jamás la escucharía, el don era demasiado egoísta para atender las plegarias de su elegida. Este era caprichoso, e internamente reconocía, que la sucesión jamás cambiaría.
Atrapando sus caídas, deteniendo sus tropiezos, guardando sus secretos... debió saber que la condena jamás desaparecería.
Debió saber que, entre las féminas, el don permanecía.
Lo negaba, voluntariamente sus ojos cerraba, desesperada por permitirse condenarla. Se aferraba a la ceguedad, nublando su mente por la oscuridad, desapareciendo rastro alguno de la verdad, ignorando la natural realidad.
Forzada se vio a escuchar; obligada, a prestarle un hogar... Más mitómana no podía declararse, porque sintiéndose halagada al ver en su brillosa mirada una devota confianza, cedió sin objetar palabra.
¿La recordaba? ¿Tras la capa que se esforzaba en portar? ¿Tras la neutra apariencia, entre su verdadero ser y una contraria personalidad, era capaz de verla? No, no podía, si el hilo se hubiera roto, por quién sacrificó todo también la recordaría...
Necia ante la realidad, sorpresa es lo que ha de sentir junto a una angustia sin igual, cuando su nato tacto dejó de funcionar. Lo ocultó, así como lo hacía día tras día en su oscura apariencia, lo ocultó. Aún podía, aún tenía la habilidad de ver las memorias de los objetos y personas, pero mientras el tiempo pasaba, este poder se debilitaba.
Tenía conocimiento a qué se debía, por la edad que ella tenía, cada portadora comenzaba a planear su inminente muerte ante la idea de la gran desaparición que de su persona forzaría. Matarse para vivir en las penumbras, con la finalidad de proteger a la próxima Memoriuntac.
Si era peligroso ser una, que un ambiente posea dos de las sucesoras de las grandes brujas, significaba la inminente venida del catástrofe.
No por nada una de sus antecesoras creó un nudo cuando las escapadas surgieron. No por nada, esta decidió que un amarre, en todas aquellas que pronto tendrían a quien guiar, fuera el culpable porque comenzaran a perder lentamente la nata habilidad, asegurándose de evitar una catástrofe, como en el que la antecesora pereció por a la siguiente salvar.
Pero se negaba.
Cada vez que surgía la idea de que su miedo más profundo fuera real, lo borraba sin dejar rastros. Negándose a aceptar que la condena se había expandido a pesar de los tratos hechos, de los sacrificios brindados. Negándose a creer en la posibilidad que la razón por la cual su cuerpo se erizaba, por la que un profundo escalofrío recorría desde su médula hasta las venas de sus dedos, por la que un nudo en los órganos de su cuerpo y una contracción en su cuello crecían, se debía a que su temor se volvió una realidad que debía afrontar.
No, terror no sentía, tal sentimiento poseía una definición demasiado corta para lo que de verdad padecía. Su mayor miedo, su profundo terror, el boggart que con dificultad podía deshacer, se trataba de la horrorosa pesadilla infantil que te estremecía. La cual, en cualquier momento y por su culpa, podría volverse realidad.
Tantas negaciones, tanta ceguedad, tanta oscuridad en su mentalidad, que cuando el sol apareció para romper la barrera de necedad, no se percibió como un milagro.
Porque el mes de las brujas inició, y con ello, el verdadero horror se desató.
Un periodo previo al décimo mes, las misiones rebosaban de la misma forma que el éxito se daba. Los días llenos de ilusión, los meses impregnados de esperanza. Se trataba de una guerra demasiado buena, tan perfecta e idónea que debieron...
Que debieron suponer que pronto la suerte los abandonaría.
El envenenamiento fue el apogeo, la señal que necesitaban para despertar de sus fantasías y enterarse que existía un traidor entre sus filas. La sangre de los perdidos en guerra recorriendo entre la escena le siguieron, restos de su valentía se hallaron, pero ningún físico se encontró, porque eran los cuerpos de las bajas los que inusualmente robaron.
El duelo no fue el mismo.
No cuando le llorabas al vacío, no cuando el lugar donde el ser que amabas debía descansar, se hallaba desértico.
Porque solo se enterraron las memorias y recuerdos, porque si el cuerpo se hallaba en paz, jamás lo descubrieron.
La tensión en las reuniones, el secretismo de las misiones, la soledad en los salones... Nuevamente, la mejor arma para desestabilizar a los buenos hombres se ponía en marcha, sembrando la duda y la desconfianza en las fértiles tierras de los corazones que a sus muertos lloraban. Porque los terrores vieron en estos débiles campos, la oportunidad de acabar desde adentro con descaro.
Las discusiones, los insultos, los gritos y maldiciones. Ya no eran los mismo jóvenes que veían un futuro agradable con sus amigos, no eran los que se visualizaban viviendo juntos en un condominio, no eran más los crédulos que pensaban en una victoria sin sacrificios.
La seriedad, la incertidumbre, las bajas aumentando y el terror ganando. Los contrarios ganaban refuerzos, porque asustados de perecer como los que daban lucha por restituir la añorada paz, porque siendo cobardes y buscando su salvación, se entregaban hacia quien los dirigía a su perdición.
Pero nada era más devastador, que enterarse de las atrocidades, y no ser capaz de apoyar a su familia por la obligada separación.
El aislamiento les costó su vida, pero al mismo tiempo, les otorgaba más estaciones para disfrutarla. Era irónico si lo pensaban, tantas veces participaron en la detención de las atrocidades, un trío de enfrentamientos donde salieron victoriosos de quien se hacía llamar el señor tenebroso, y ahora siendo derrotados por unas palabras, promovidos por cuidar el fruto que adoraban, se veían forzados a mantenerse en cautiverio por la simpleza de un cambiante presagio.
Más confiados se hallaban, seguros de que el guardián ni una palabra se le escapara, manteniendo el secreto porque el fruto de su amor, de esta oculta dirección, colgaba. No podían pedir más, no eran capaces de sentirse más gratos de lo que estaban por la fuerza y valor, que el considerado hermano del corazón, tenía para ofrecer su alma como el lugar en que su ubicación se resguardaba.
Y aun sintiendo la ilusión de ver nuevamente un amanecer en la playa, disfrutando de la arena entre sus pies junto a sus amigos del alma, riéndose a carcajadas por las maravillas que recordaban, no podían evitar sentir que ella faltaba.
Ya que los demonios de sus cadenas se soltaban, y la única escapatoria que existía, era aferrarse a aquellos que su alma nutría.
Por lo que, forzándolos a rememorar en la oscuridad, liberándose de los hilos que se crearon por su seguridad, invadiéndose de una calma sin igual, sus memorias perdidas no hicieron más que atesorar.
Un conjunto de palabras que cambió su mentalidad. Una palabra que le brindó vitalidad. El matrimonio recordó lo que amarrado en su inconsciente se guardó, porque las drizas que los contenían se fueron soltando tras cada hebra que se fue desgastando por la necesidad y esfuerzo que los apodados realizaron.
Fácilmente las piezas cayeron, brindándole las memorias que les faltaba para armar el rompecabezas, con el hilo que los limitaba desapareciendo de sus personas, la pareja dorada de Gryffindor fue capaz de descubrir, lo que el supuesto eterno enamorado, no. Debido a que, una vez con los recuerdos claros, con los momentos de su vida que fueron ocultos, ahora encontrados, no tuvieron otra opción que atesorarlos en permanente silencio por su última petición.
Ellos lo supieron, no fue difícil recordar su extraña compostura, no fue complicado intuir que esta se debió a que era conocedora de sus acciones futuras. No, no podían negarlo, no podían siquiera ir en contra de lo acordado; porque fue cuando rogaron por su perdón, que la pelinegra una rara demanda les solicitó.
No hablar... no comentar a nadie sobre lo sucedido, no, al menos, hasta que ella misma encuentre el momento adecuado para decírselos, porque de esta forma, volverían a ser los de antes.
¿Pero realmente serían capaces de verse como los de antes? ¿Era posible que volvieran a comportarse como juveniles? ¿Acaso existía forma alguna de borrar la amargura de sus cuerpos para dejar crecer nuevamente la inocente dulzura con la que percibieron la vida?
Más si existía una forma de olvidar a una persona, de que esta desapareciera de su vida en un veloz pestañeo, sin transformar del todo la vida que junto a ella crearon, debía existir una forma, ya sea mágica o no, de superar los horrendos recuerdos que la guerra les dejó.
Y que aún seguía dejando, porque seguían en el mes donde la oscuridad se apreciaba, en aquel momento del año en donde los terrores eran venerados, en ese instante en donde los infantes salen con la esperanza de quitar la tranquilidad a los adultos, asustándolos con su dulce o truco.
Sin embargo, ella no lo sabía.
Oh, cuanto tiempo había estado desaparecida, más bien, escondida.
Entre las penumbras mayormente vivía, cuidando de sus responsabilidades cuando estos dormían, tomando formas y apariencias que discordantes con su naturaleza eran, con la finalidad de estar cerca sin que inconscientemente la reconocieran.
Oh, cuanto tiempo había estado atenta, más bien, desvelada.
Las guardias no eran para los de poca fortaleza, no, era claro para los de la orden secreta que los ofrecidos a trasnocharse en las misiones debían de ser poderosos de carácter y espléndidos al controlarse, no cualquiera podría encontrarse en permanente alerta aún con largas manchas negras por debajo de la vista.
Oh, cuando ella se enterará, más bien, se diera cuenta.
En medio de las sombras, cuidando de aquellos que le nombraron, pendiente de sus palabras y atenta a sus pasos, estaba dispuesta a permanecer días enteros si con ello cumplía con la misión demandada. Porque de alguna forma, el grande mago se había enterado, de cierto ataque que los mortífagos preparaban para con quienes ella, en ese preciso momento, vigilaba.
Más la presencia de una fría incertidumbre en el ambiente, la existencia de un alertador susurro que el fuerte viento traía a su oído, le advertía que no se hallaba en el lugar adecuado. Y estaba tentada, estaba más que llamada a hacerle caso al instinto que pertenecía al pétalo que en el hombro derecho poseía... Pero... ella una misión jamás abandonaría, menos aún, cuando de entre el callejón de la esquina, unas figuras encapuchadas salían.
Las siguió, cautelosa con ser vista, se alejó no sin antes brindar un hechizo protector, siguiendo a quienes una oscura aura les rodeaba. Preparada para batallar si fuera necesario, con la varita en mano, los siguió incluso hasta la casa a la que se infiltraron. Escuchó su discusión, la infiltración que planeaban en el pueblo con la finalidad de obtener la confianza de sus resguardados compañeros, buscando invadir de a poco la organización que se hallaba en contra de los mismos confabuladores.
Y la satisfacción que sintió al escucharlos, brevemente se fue decayendo cuando las capuchas se fueron quitando.
¿Era su culpa, acaso? Conocedora de sus decisiones era, más no evitaba dudar de si contar con su presencia hubiera cambiado la decisión de pertenecer a su bando. ¿Tal vez podría haberlo evitado? Sabía bien que de la oscuridad a la que se vieron obligados a ingresar, no existía escapatoria.
Segundos de desconcentración, segundos de desconcierto, segundos en los que ellos casi la descubrieron.
El ruido de una madera, el silencio reinando entre los ya no encapuchados, alertándose con sus miradas de que alguien los había escuchado, los antes espiados decidieron dar una revisada a la casa donde se infiltraron.
Maldiciéndose por lo bajo, hechizándose en murmullos, comenzó a escapar de quienes de Hogwarts conocía.
No podía creerlo, en la mente se reprendía, las horas sin dormir ahora le cobraban, esa era la única excusa para su distracción momentánea. Y ahora, tras haberse paralizado por verlos después de largos años, se complicaba el plan que elaboró para capturarlos, aunque este comenzó a peligrar una vez que descubrió la identidad de los encapuchados.
Aprovechándose de la noche, se ocultó en los sombríos rincones, quedándose agachada, sentada a la espera que dejaran de indagar por el lugar, mientras que en su mente trazaba un nuevo plan, uno que no los dejara tan mal. Porque a pesar de las atrocidades cometidas, no podía ignorar el cariño que aún les tenía. No era capaz de pensar en ellos como los monstruos que aterrorizaban a todos, habiendo conocido a los magníficos seres que eran al cuidar de los suyos, ya que ella fue parte de...
Suspiró.
Más con los hilos en sus cabezas, ellos no podrían ni reconocerla.
Pero si existía algo, más fuerte que el hilo que forzaba a las memorias a quedarse en el subconsciente, era el deber del don de proteger a quienes marcó.
Porque ¿cómo podía seguir expandiéndose si la elegida no perduraba? ¿cómo sería posible seguir con los, denominados por sus portadoras, caprichos al elegir a la siguiente sucesora?
Se dirigían a él como una maldición, cuando todo lo que quería era ayudarlas al otorgarle un don. Fue tratado con respeto, fue tratado con amor, pero tan rápido como los tiempos oscuros empezaron a desvanecerse, lo tacharon como una maldición. Tal vez ese era el precio, el costo de haber nacido tras la trágica muerte de quienes lo habrían concebido. No era un ente, pero tenía inteligencia, no era un ser extra, pero tenía influencia en la Memoriuntac. Porque las conectaba, a la sucesora y la protectora, las unía para que se resguardaran y se protegieran, aun cuando estas mismas se desconocían.
Cuando una de ellas no lo asumía.
Era su deber protegerlas, era su deber advertirles cuando un peligro similar al de los tiempos oscuros, se aproximaba para a la indefensa lastimar. Y es por esa misma razón, aun sabiendo que la mayor portadora se encontraba en riesgo de ser atrapada por sus ex camaradas, que decidió advertirle del terror que tras la siguiente marchaba.
Adhara se congeló.
Su cuerpo dejó de reaccionar a sus comandos, ni siquiera su propia respiración era capaz de manejar. Asustada por haber sido descubierta, por ser paralizada debido a quienes la buscaban, buscó con alerta — entre el panorama que era capaz de observar — al responsable de tal encantamiento petrificador.
No encontró a nadie.
Asustándose, teniendo una ligera idea de lo que podía estar pasándole, también perdió control de su vista, quien decidió dejarla en completa oscuridad.
Una momentánea, porque entrando en trance, retazos de escenas, cómo una compilación de fugaces imágenes, invadieron su cabeza.
Ella no se veía, pero a pesar de que, tras los párpados, las pupilas se ocultaban, los movimientos de los amarronados ojos eran notorios. Rápidos como la luz, de arriba a derecha, y de abajo a izquierda, tras cada escena que el don deseaba que presenciara, los movimientos se daban.
Unos pasos, seguido de una sombra, entraron en escena. Cerca de donde la paralizada se encontraba, el sujeto a pasos lentos buscaba el origen del sonido interruptor de su reunión. Regido a una estricta y directa orden, para con su esposa librarse de cualquier mal, el encomendado debía de hacerse respetar, y para ello, el mandamiento debía de completar.
Es así como se hallaba en tal lugar, aun cuando no era necesaria su participación, lo haría por la absolución, la absolución de su esposa se recordó. Era ese el motivo, por la que más atento a lo normal, se encontraba el mortífago. Y es que, el gran señor al que servía, le prometió, su palabra le brindó, de mantenerlo en la grandeza si cumplía con su misión. Porque, de no ser así, lo único que recibiría sería la desgracia de su furia.
Y de esta forma, al mantenerse alerta, es que el casi inaudible quejido escuchó.
Siguieron su instinto, en búsqueda de proteger lo que más adoraban, no lo pensaron dos veces al hacer lo que su ser entero clamaba que era correcto.
La mesa donde ella se escondía desapareció tras un encantamiento haber impactado con esta, el encapuchado que buscaba la absolución se acercó con rapidez al lugar, en búsqueda de quién causó el quejido que oyó.
Decepcionado quedó, porque con confusión encontró un vacío en lugar del interruptor de su reunión.
Y es que, habiendo salido del trance — unos microsegundos antes del hechizo del reconocido examigo —, quien se infiltró para detener a los futuros atacantes de sus resguardados, apareció en donde su don la llevó, olvidándose de la misión que se le otorgó.
Tomó una larga inspiración al tocar tierra firme, apoyándose en la pared de dónde acababa de aparecer, retomando la compostura que perdió debido al estrago causado por las escenas. No lo entendía, pero a la vez, confiando en el poderoso presentimiento, en aquel fuerte punzón que se hallaba en su pecho, reconocía que algo estaba por suceder.
Que ese día, era en los que debía de ceder.
Ceder ante el prematuro instinto naciente de su marca, ante el don otorgado por quien a la muerte conocía, de aquel que la ayudó a mantener a los magos amados a su terrenal lado.
Retomando la compostura, ocultando su presencia con la parte superior de su capa, procedió a dejar el callejón donde apareció, confiada en seguir la ruta que, el instinto al que llamaba maldición, la encomendaba.
Se encontró con una risueña sorpresa al observar las calles repletas.
Reconoció la celebración al instante, y no pudo evitar reír incrédula al estar tan perdida con las fechas, debido al desconocimiento del pasar de los días entre sus guardias. Siendo contagiada por las personas riendo, sonrió por los inocentes disfrazados, quienes iban en búsqueda de la maravilla que era obtener dulces regalados.
Más a pesar de la tranquila atmósfera, el presentimiento, aquel punzón en el pecho, no hacía más que aumentar, intensificando el dolor de cabeza. Sabía que algo estaba por suceder, reconocía los manifiestos, porque fue en los tiempos de guerra, donde estos se presentaron con mayor intensidad de lo que anteriormente se mostraban, advirtiéndole con gran fuerza de las futuras deserciones de los allegados... de los alejados.
Y entonces, estuvo en ella el dudar. ¿En la dirección correcta se encontraba? No hallaba ningún signo, ninguna señal de que algo, en la calle donde caminaba, la muerte rondaba. Lo único que la rodeaba eran las adorables risas infantiles causadas por quienes portaban diversas vestimentas, los mismos que se concentraban en permanecer en su rol para así obtener una mayor atención.
Creyó estar equivocada. Por lo que, acercándose a un vacío callejón, cerró los ojos con devoción, exhaló para concentrarse en el aviso que el rasgo de la Banshee le otorgaba. Pensando netamente en los retazos de las imágenes ilustradas durante el trance, inhaló mientras buscaba algún patrón que la llevara a encontrar el núcleo del problema que surgiría.
Y lo encontró, fue así como un infante quedó asombrado tras ver una encapuchada desaparecer entre la oscuridad mientras un crack resonaba.
Más, ¿realmente se hallaba equivocada? Porque de seguir a su instinto, lo hubiera podido interceptar.
Pero ella no era conocedora del guardián.
Llegando a un lugar más solitario, se sorprendió al no encontrarse con ningún disfrazado andante, siendo un gran contraste de la posterior calle. Reconoció fácilmente dónde se encontraba, puesto que varias veces recorrió el lugar debido a las guardias que le tocó...
La presión en su pecho aumentó.
Apresuró el paso, temerosa de lo que podría encontrar, deseando que las conjeturas que se armaban en su mesa no fueran más que vagas ideas de lo que estaba por afrontar...
Más ella no era la única que, en ese instante, utilizaba su cabeza para pensar.
James a veces se cuestionaba: ¿Cuándo sería el momento?
Respetaba la decisión de la bruja, pero tal respeto no evitaba la necesidad que sentía de confrontarla, tan solo para obtener respuestas, tan solo para tener la oportunidad de cumplir su promesa.
No lo negaba, se escuchaba egoísta. Sin embargo, él sabía que sus intenciones eran superiores a lo que se creía. Lo necesitaba, él necesitaba llevar a cabo lo prometido a su mejor amigo. Debía de arreglar lo que arruinó, lo que, durante sus años en Hogwarts, destrozó.
Tenía una sospecha de dónde se encontraba, de quién era en estos momentos para confrontarla. Más eran típicas conjeturas, las mismas que podían considerarse ideas absurdas, puesto que no había más prueba que el sentimiento de que era ella, porque él no la volvió a ver desde la ceremonia de egreso.
No obstante, él sentía... él quería creer que ella no los abandonó, que no escapo a ocultarse, que no huyó para supuestamente protegerlos de lejos... porque esas acciones jamás concordarían con la personalidad de quién llamó amiga. Si bien, reconocía que se alejó de ellos tras el término del colegio, tentado era a creer que realmente ella no los abandonó ni estuvo lejos.
Ya que, conociendo su lado de una feroz protectora de los suyos, era imposible imaginársela lejos de ellos a mitad de los horrores que rondaban en el mágico mundo.
Suspiró, terminando de arreglar el desorden de su casa que, recientemente, fue causado por la viva prueba del amor que profesaba a su pelirroja. Sonrío enamorado, mientras que levitaba los juguetes por medio de la magia de su varita, dejándolos en su respectivo lugar para dirigirse a la cocina, donde repartiría la comida para cenar una vez que su esposa lograra que el fruto de su cariño descansara.
Sonrío como bobo, tomando un par de trastes para lavarlos, sintiéndose relajado al tener su mente pensando en quienes más amaba, con quienes vivía en el interior de su resguardada casa.
Y alejando el pensamiento recurrente que aparecía en momentos de soledad, dejó de pensar que aquella peli-...
Sus músculos se tensaron y, si no fuera por sus buenos reflejos, el vaso, con el piso, se hubiera estrellado.
Paralizado, sostiene con mayor fuerza su varita, los nudillos convirtiéndose en blanco. Entra en pánico, y es que, por la ventana, frente a su casa, con los nervios alterados, es capaz de observar a un encapuchado.
Los vellos parados son consecuencia del incesante pensamiento de que el encapuchado es capaz de verlo, por más que sepa que era improbable — puesto que la confianza hacia el guardián era más que admirable —, el temor de que exista una variante, una probabilidad de que, usando la oscura magia, su casa hayan podido encontrar...
Negó, debía de estar viendo por curiosidad. Tal vez, y solo tal vez, se trataba de alguno de esos jóvenes que, en aquel día, salían con la finalidad de asustar a los más adultos con tenebrosos disfraces.
Aun así, analizando todas las posibilidades, no lo pensó mucho cuando, dejando de lado el servir la cena, se dirigió hacía su puerta, firme ante la decisión de acercarse. Porque no debía de temer — se convencía por el bien de su familia —, después de todo, la persona encapuchada ni siquiera lo sentiría, el encantamiento ocultador que rodeaba su casa lo haría no solo invisible, sino que improbable de creer que siquiera existiera a su alrededor.
Con la varita en mano, preparado para cualquier atentado, siguió el camino de piedras que unía su casa y la verja que lo separaba del valle en donde vivía.
Y por segunda vez, su cuerpo se vio paralizado.
Retrocedió unos pasos, no creyendo la escena que frente a él se desarrollaba. No asimilando la persona que parecía mirarlo fijamente, provocando un estallido que pareció acabar con el bombeo de su corazón. Tartamudeando, viendo la irreal personificación, se olvidó de su actual situación, corriendo en su dirección, traspasando la barrera, olvidándose completamente de lo riesgosa que era su acción.
Correspondieron su abrazo, y sin pensarlo demasiado, le entregó el pergamino que siempre traía consigo, con la esperanza de que, en algún momento, fuera capaz de permitir su entrada.
Sonrió, sintiendo las emociones al flor de piel una vez que ambos ingresaron a su residencia, no pudo evitarlo, las lágrimas parecían estar a punto de desbordar. Y no era él único, porque podía sentir en su próximo el mismo sentimiento de querer explotar. En especial, cuando una vez terminado de examinar su hogar, se volteó a verlo, para nuevamente, inundarse del cálido sentimiento que con nostalgia añoraba cuando lo abrazó.
Se separó por los pasos provenientes de las escaleras, pero en especial, por la voz que siguió estas.
Conmocionada, siente un choque de emociones dentro suyo, lo que ocasiona que casi resbale de donde provenía, sino fuera por la siempre aparición de quien detuvo todas sus caídas, de quien aparecía por arte de magia solo para salvar su día.
— Yo... — sus ojos no se detenían, mirándola como si se tratara de un fantasma.
— Lo sé — musitó, cerrando el camino de las lágrimas, comprendiendo con tan solo una palabra lo que quería trasmitirle.
— Lo que sucedió... — intentó explicarse, más las emociones de tenerla frente a ella, el simple hecho de volver a verla...
— Está bien, — musitó, conectando sus miradas — lo entiendo — y es que no existía vez en que no la entendiera.
— Es solo que... — su contraria asentía, indicándole que no debía de explicarse para comprenderla — Yo... Yo... Yo, de verdad... — sus manos no dejaban de sostenerla, temiendo que, al soltarla, desapareciera.
Se sentía sofocada, con tantas palabras para utilizar, con demasiadas oraciones formuladas, con un albedrío de pensamientos sobre qué decir primero, no era capaz de ordenar el desorden que, en ese preciso momento, su cabeza era.
— Hey... — la suavidad utilizada calmó su acelerado corazón, admirando su calmante mirada, quedo perpleja al observar un tenue parentesco.
Y sus dudas se disolvieron.
— No hay necesidad de — declara, separando su agarre con lentitud, para secar con delicadeza la fugitiva lágrima — Aunque me alegra que sigo siendo tan importante como para que te transformes en un tomate, tomatito — no tiene que decir más.
No, no hay palabra existente que se deba decir para que los verdosos ojos se cristalicen con mayor fragilidad, para que la sonrisa en esos rojizos labios creciera sin detenerse, para que las lágrimas sean contenidas por el agradable sonido que trasmitían sus tenues risas, las mismas que compartió con la pelinegra que tanto extrañó.
— Te odio tanto — expresó, apoyando su frente en su persona.
— No, — declaró abrazándola — no lo haces — indicó risueña.
Y escalones abajo, observando la escena de las dos féminas con una sonrisa, no pudo evitar dejarse invadir por la calma.
Porque, ahora que tenía nuevamente a quien consideró una gran confidente, ahora que tenían a quien lo sabía todo... James otorgaría su vida al decir que ellos estarían bien.
— Entonces después de haber desaparecido por años — ambas voltearon a observar al miope — ¿Ahora vienes a intentar robarme a mi esposa, Sabelotodo? — cuestiona cruzándose de brazos.
— ¡James Potter! — exclamó la pelirroja, mientras que una sincera carcajada salía de la garganta de la pelinegra.
— El mundo no gira alrededor de ti, Míster Ego — respondió, antes de pasar un brazo por la cintura de Lily, quien se sobresaltó al sentir su acción — Pero no me tientes, que tengo muchas posibilidades de causar un divorcio, ¿no es así, tomatito? — cuestionó mientras que la admiraba.
— Amm...
— ¡Adhara Cassiopea Mía Jone Smith! — advirtió James, causando más carcajadas en la aludida, que dejó de sostener a una sonrojada pelirroja para ayudarla a bajar las escaleras — No recordaba lo exasperante que eras, literalmente, no te recordaba — indicó con autosuficiencia.
— Lo sé, Míster Ego — sonrió burlona, sin sentirse ofendida — Lily rompió el hechizo casi dos meses antes que tú — el castaño se vio sorprendido por la revelación.
— ¡Me dijiste que la recordaste solo unos días antes que yo! — se quejó con su pareja.
— ¿Por qué tuviste que decirle? — se quejó en un murmuro, escondiéndose de su esposo al utilizar a la pelinegra como escondite.
— En algún momento debía de enterarse, tomatito — respondió de la misma forma, murmurando porque al tenerla cerca, no necesitaba de hablar alto.
La pelirroja asintió, sabiendo que, en cierta forma, Adhara tenía razón.
— ¡Lily-Flor! — volvió a quejarse al no recibir una respuesta de su esposa.
La pelirroja negó sonriendo, acercándose a su engreído esposo para darle la atención que quería. Dejándole un suave beso en su mejilla, logrando que una bobalicona sonrisa creciera en su rostro, antes de que este mismo le robara un pequeño beso a Lily, quien, sorprendida, le dio un pequeño golpe que provocó pequeñas risas en ambos enamorados, antes de perderse en su favorito paraíso: sus sentimientos tintados del color de sus respectivos ojos.
¿Alegre? ¿Contenta? Adhara sabía que estaba más que feliz por aquellos dos, porque las dificultades en medio de una guerra no lograra separarlos, sino que, los unió a tal punto de formar un lazo inquebrantable. Pero a su vez, no pudo esquivar el golpe de nostalgia al observarlos perdiéndose en la esencia del otro. Ni siquiera le brindaba importancia a que se olvidaran su persona, no cuando ambos se miraban con tanta devoción...
Te amo.
Cerró sus ojos, sacudiendo ligeramente su cabeza.
No era momento de recuerdos.
No cuando, a pesar de sentirse aliviada porque el matrimonio Potter no la odiara, ella debía de mantenerse alerta. Porque, por una razón, por algún motivo, más allá del deseo de presentarse ante ellos con su natural apariencia, había roto las reglas de cierto mago al decidir visitarlos.
Aunque no era acertado expresarlo de tal forma, ya que era su instinto quien requería visitarlos.
Y entonces, a pesar de que la casa estuviera llena de una reconfortante calma, a las afueras, el ambiente se sentía tan pesado y silencioso, que ningún residente del valle Godric estaba dispuesto a salir de la protección que le otorgaba su hogar.
Porque algo estaba por suceder, lo presentían.
— Entonces... — James tomó la palabra — Asumo que nos contarás lo que sucedió para que decidieras desaparecer tras la ceremonia de egreso, ¿no es así?
— ¡James! — regañó Lily.
— Pero ¡amor! ¡Tu también quieres saber que sucedió! — se defendió.
Adhara río ante la interacción de aquellos dos, sin duda alguna, se comportaban como un verdadero matrimonio.
Tras haber calmado las emociones, la pareja invitó a Adhara a sentarse con ellos en su sala, brindándole la hogareña hospitalidad que, de cierta manera, le hacía recordar a los recientemente fallecidos señores Potter.
— Esta bien, Lils — habló, deteniendo la mini discusión de esos dos — Merecen saberlo — señaló, tomando un poco del té que le ofrecieron — Es sólo que no sé por dónde comenzar — agachó ligeramente su cabeza, jugando con la taza, que previamente le habían ofrecido, en sus manos.
— Desde el inicio o desde el final — musitó Lily, atrayendo la atención de su amiga — Sea la manera, lo entenderé — señaló, concentrándose en los amarronados ojos — Lo-lo entenderemos — se corrigió al instante en que sintió la mirada de quien se sentaba a su lado.
— Se nota que me recordaste — informó con suavidad, sintiéndose claramente reconfortada por que no fuera de aquellos que aún poseían memorias en blanco.
La pelirroja asintió.
— Y no sabes cuanto aprecio hacerlo — le informó — Te extrañé, Adhara.
— Y yo también te extrañé, Lily — murmuró, sin apartar su mirada.
— No es por nada, Sabelotodo. Pero te informo, que esta bella señorita de aquí ya está casada — interrumpió James — Así que, te agradecería que dejaras de coquetear con mi esposa — la pelinegra río nuevamente por los celos del Potter.
— ¡James! — y Lily volvió a regañarlo mientras que un sonrojo se instalaba en su cara.
— ¡Es la verdad, cariño! — se defendió — ¡La boda fue hace ya un año! Y sería bueno informarle, ya que no asistió a nuestra boda.
— Oh, pero yo sí asistí — señaló con una de esas sonrisas — Y déjame decirte Tomatito, que te veías completamente maravillosa — guiñó un ojo.
— ¡No coquetees con mi esposa, Sabelotodo! — se quejó mientras que Lily parpadeaba confundida.
— ¿Cómo? — cuestionó ella en un susurro, uno que no se escucharía por la contestación de Adha.
— Pero no te pongas celoso, Mister Ego — se burló — El terno que escogiste te quedaba más que bien — y fue el turno de James de sonrojarse.
— ¡Adhara! — se quejó — ¡Yo también estoy casado! — se... le recordó.
La carcajada de la pelinegra no se hizo esperar. Lily y James se miraron con una sonrisa antes de contagiarse, uniéndose a la acción de la pelinegra.
No recordaban cuando fue la última vez que compartieron unas sinceras risas... Cuando fue la última vez que la observaron sonreír con sinceridad, antes de que la amargura se llevara todo rastro de su felicidad.
Calmando su respiración, observándose entre recuerdos ella sonrió tomando una profunda respiración.
— Mi papá decía que mi mamá era como un ángel — una chispa de curiosidad invadió la vista del matrimonio — Uno al que siempre le gustaba ayudar. Y siempre lo sostenía con una sólida prueba: ella tenía el paraíso mismo encapsulado en sus brillosos ojos — relató la pelinegra.
De tantos vacíos que tenían de su amiga, la pareja no pensó que comenzaría con lo que, por el sentimiento empleado al hablar, distinguían que era un preciado y, a la vez, doloroso recuerdo.
— Por otro lado, mi mamá, me relataba que papá era un guardián. Uno al que le encantaba defender a todos aquellos perdidos que lo necesitaban. También tenía una prueba: La poca importancia que mi papa le daba a lo material. No temía entregar sus pertenencias o su propio tiempo para hacer sentir seguros a los demás — un brillo, que no creyeron ver con sin su presencia, creció en los amarronados ojos — Eran el uno para el otro, conociéndose en una escuela de magia y hechicería...
— ¿Hogwarts? — quiso saber.
— No, — los magos fruncieron su ceño — realmente, jamás me lo dijeron — admitió — Ellos no eran de Europa — reveló.
Y no dudaban de su palabra, pensaron mientras que la analizaban.
— Comenzaron a salir en su quinto año, llegando a ser una de las parejas más idóneas que he conocido — una delicada sonrisa floreció — Aprendí lo que era el amor de ellos, de la forma en la que se trataban, de los pequeños sacrificios que hacían el uno por el otro, como el simple hecho de soportar el picazón de la barba que a papá le encantaba, o amanecerse para acompañar a mamá en sus adoradas lecturas solo para abrazarla cuando una escena la dejaba sin palabras — suspiró con nostalgia.
Una mano sostuvo la suya, y devolvió el apretón al sentir una calma invadirla por la mera unión de palmas.
— Los señores Potter me recordaban a ellos — indicó, desviándose del tema — No hubo vez en las que no llegué a ver mis padres en los tuyos, James — tomó una respiración, conectando su mirada con el aludido — Y antes de continuar, de verdad lamento tanto no haber logrado más.
— Está bien, Adha — musitó, esforzándose por no conmoverse ante la mención de quienes extrañaba — Sé lo que hiciste por ellos — sonrió con gratitud — Me lo contaron en uno de sus últimos días, e incluso me regañaron por no haberme acordado de ti antes de lo que ellos lo hicieron — los amigos rieron, reconociendo que era algo que los fallecidos harían — Se fueron en paz — informó — Es todo lo que importó.
— Eran grandes personas — murmuró, todavía con la culpa de no haber logrado hacer más por ellos — Fueron unos magníficos padres.
— Gracias, Adha — y realmente estaba agradecido, no solamente por el pésame que entre palabras le otorgaba, sino porque reconocía que tuvo más tiempo con quienes amaba gracias a la persona que frente suyo se encontraba — Estoy seguro de que los tuyos también lo fueron.
La mencionada asintió, sin ser capaz de hablar más sobre las personas que extrañaba cada día de su vida. Suspiró, inhalando aire con lentitud, buscando calmarse mientras que pasaba sus manos por sus ojos para detener a quienes ansiaban salir.
— A casi inicios de su último año, — retomó su relato al calmarse — papá decidió organizarle una magnífica cita en medio de un bosque al que concurrían naturalmente, con la intención de pasar un buen rato antes de que iniciaran sus clases. Fue entonces, donde... — suspiró —... donde la encontraron.
— ¿Ella? — la pelirroja cuestionó, ganándose un asentimiento de la pelinegra.
— ¿De quién hablan? — cuestionó el miope confundido.
— De quien era poseedora del don de las grandes — aclaró sin titubeos — De mi mentora, quien estaba siendo perseguida por magos caza recompensas.
— ¿Qué? — preguntó fingiendo estar confundido.
Pero ya no había razón para ocultarse, no cuando ellos ya sabían la maldición que ella poseía.
— McKinnon tenía razón, sé que lo saben. — indicó antes de que refutaran — Lo hablaste con tus padres, ¿recuerdas James? — el nombrado no se atrevió a negar — Mientras que tú, Lily, — conectó miradas con la nombrada — eres demasiado inteligente como para haberlo descubierto por tu propia cuenta.
— Pero me tardé, — exclamó con culpa — no lo hice a tiempo para... — mantenerte a mi... nuestro lado, quiso decir.
— Y eso no te quita el mérito, Lils — más fue detenida por su amiga— Además, no hubieras sido capaz de evitarlo, Tomatito — intentó quitarle el sentimiento de culpa.
Porque, aunque Lily la hubiera confrontado como él, Adhara quería creer que no se hubiera resquebrajado, porque su conversión de igual forma sucedería.
— Como sabrán, la leyenda de "la solución, según ellas" hace referencia a las creadoras del don, el cual lleva el nombre de Memoriuntac — los aludidos asienten, teniendo un tenue, aunque preciso, conocimiento del don — Esta leyenda es reconocida en el mundo mágico por las dudas que deja, causando la existencia de ciertos brujos, creyentes en la leyenda, que desean con avaro obtener la solución para su propio uso.
— ¿Cazafortunas? — James recibe un asentimiento como respuesta.
— Ellos nos ven como un premio, un prodigioso tesoro, solo porque corre el rumor que el que atrape a una Memoriuntac tendrá su vida resuelta, dinero, gloria, salud, vida... El bote completo, en otras palabras — la amargura se hace presente en la explicación — A ellos no les importa las acciones o delitos cometidos con tal de atrapar y reclamar su premio.
— ¿Tu mentora...? — indagó la pelirroja.
— Un gran grupo de caza recompensas dio con ella, quien se defendió y logró dejar en la inconsciencia a varios de ellos, siendo capaz de borrarle las memorias sobre el don de manera permanente — indicó — Pero en una distracción, uno de ellos despertó, dejándola gravemente herida. Ella escapó, pero no corrió lo suficiente para ocultarse.
— Tus padres la encontraron, ¿no es así? — la pelinegra asintió.
— Mi mamá era la apodada ángel, ¿recuerdan? — el matrimonio asintió — Así que ella no dudó en revisarla, dispuesta a curar las heridas que traía, e incluso, de llevarla a algún hospital mágico para que fuera curada.
— Más hay un pero ¿cierto? — descubrió Lily.
— Mi padre no estaba de acuerdo — comunicó, sorprendiéndolos — Ellos no tenían la menor idea de quien era, y él sentía el deber de proteger a mi mamá de esa persona. Era el guardián ¿no? Si esa muchacha estaba lastimada, existía la probabilidad de que la atacaron porque fuera peligrosa.
— Tiene sentido... — murmuró James — Pero aún así, no sería capaz de dejarla — sentenció, y Adha le dio la razón.
— Él no era de corazón de piedra, y al final decidió llevarla a un hospital muggle, a pesar de las quejas de mi mamá por llevarla a una mágica — sonrió levemente al recordarla, antes de continuar — Mi padre tomó una buena decisión, porque si la hubiera llevado a un hospital mágico, mi mentora hubiera tenido que dar los datos de un fantasma.
— ¿Ella también...? — Adhara asintió.
— Mi mentora optó por la opción de escapar de su propia identidad para proteger a la poca familia que le quedaba — declaró.
— ¿También borró su persona? — Adhara negó.
— Fingió su muerte — el matrimonio parpadeó sorprendidos — De esta forma, nadie intentaría buscarla o recordarla.
Adhara esperó un rato, brindándoles tiempo para que asimilaran la información, mientras que terminaba su té antes de que se enfriara por completo.
— Cuando mi mentora despertó, — prosiguió con su relato — su primer pensamiento fue escapar, si se quedaba, debería de dar datos y estos dejarían un rastro para los cazafortunas — explicó — Pero mi mamá, a pesar de ser considerada un ángel, tenía un gran carácter.
— Me imagino... — murmuró James, ganándose un codazo de su esposa, quien negó a sabiendas del porqué lo decía.
— Tras un intercambio de... amistosas palabras, — Adhara prosiguió, sin haber notado el intercambio que hubo entre la pareja — mi mentora, a pesar de haber luchado en contra de varios magos, no pudo ir en contra de mi madre. Ella ofreció su casa para que mi mentora pudiera descansar y tener un buen reposo, y a pesar de las quejas de mi padre y mentora, el deseó de mi mamá se cumplió — sonrío un poco al recordar como escasas veces su mentora y padre podían ganar una batalla en contra de su madre.
Pero la pequeña sonrisa empezó a desvanecerse al saber lo que se aproximaba, y no era la única que lo sentía.
— Fue entonces, cuando una relación comenzó a crecer entre mi madre y mi mentora, una de las que ella más temía — expresó, sin saber como continuar — Mi mentora, ella...
— Había encontrado a su persona — Adhara encontró tranquilidad en el verde — Crearon una relación sin precedentes — indica Lily, perdiéndose en la amarronada calma — ¿No es así? — la pelinegra asiente — Tan unidas que no había necesidad de hablarse como para entenderse o saber que eran importantes para la otra... — murmuró.
— ¿Cómo lo que tenías con Paula? — James intervino, sosteniendo la mano de su esposa.
Adhara desvió su vista de la pelirroja, asintiendo a la pregunta del castaño. Mientras que este tomaba la mano de su esposa, brindándole un pequeño apretón, para que reaccionara.
— El comienzo de clases se acercaba, — Adhara prosiguió — mi madre le propuso que se inscribiera, pero a pesar de sus insistencias, mi mentora rechazó la oferta de mi madre. Por lo que ella le comentó que podía quedarse en su casa, sabiendo que no la podría obligar, más mi mentora nunca le respondió — y el matrimonio sospechaba lo que ocurrió.
— No se quedó — James ganó un tarareo afirmativo.
— Así es, mi mamá encontró la habitación de invitados vacía — James festejó internamente al haber dado con la respuesta — Sufrió. A pesar de recién conocerla, la preocupación de donde se hospedaría, con quién se quedaría... ¿y si nuevamente la atacaban? ¿y si esta vez no existiera ninguna otra persona que se apiadara de ella? ¿y si la dejaban tirada?
— ¿Tu mamá nunca dejó de pensar en ella? — preguntó Lily.
— Los años pasaron, y ella siempre tuvo la habitación de invitados preparada por si volvía — dio como respuesta — Y durante ese tiempo, mis padres se casaron, y mi madre estuvo embarazada.
— Una mini Adha en camino — canturreó James, las féminas rieron.
— Estaba en sus primeros meses, cuando se dirigió a una cita en el mismo hospital muggle al que llevaron a mi mentora, porque aún tenía esperanza de verla... — la pelinegra cerró sus ojos, para decir: — Fue un error hacerlo.
La pareja frunció su ceño.
— En cuanto entraron al consultorio, los gritos de los muggles empezaron a escucharse. Asustados, mi padre no pensó dos veces en tomar su varita, aun si los muggles fueran capaz de verlo, no dejarían que su esposa saliera lastimada — siguió relatando con los ojos cerrados — Y cuando se acercó a la ventana para observar qué sucedía, se dio cuenta que no se trataba de un altercado muggles. Era más que imposible el no reconocer el característico brillo y relámpagos de los hechizos.
— ¿Los caza recompensas? — infirió Lily.
— Se enteraron de la leve conexión que hubo entre una gran reconocida bruja y su presa, al igual que el estado de embarazo en el que se encontraba la primera — les comentó — Ellos ni siquiera lo pensaron, si querían pescar a su presa, necesitarían de un anzuelo.
— Tu madre — esta vez fue James quien completó.
— Lo que ninguno sabía, es que mi mentora jamás dejó de lado a mi madre — y tal hecho no les sorprendía — Porque, aunque se quisiera negar, su don se lo manifestaba. Mi mentora había condenado a mi madre — relató con amargura.
— Adha... — Lily quiso detenerla.
Quiso decirle que no era una condena, que el don que poseía, el que heredó por la relación entre su mentora y su madre, no era una maldición. Que ella en sí no era una condena, que ella era mucho más que una maldición.
— Y cuando sintió un fuerte instinto, — pero Adhara no la escucharía — uno que le gritaba que fuera en búsqueda de mi madre, supo que el bebé que esperaba se trataba de la siguiente Memoriuntac — ya que, aún cuando reconocía las intenciones de Lily, siempre se percibiría como un peligro para quienes amaba — Ella llegó al hospital, justo en el momento en que los magos comenzaron a incendiarlo. Asustados por su intromisión, mi padre se mostró reacio a seguirla, porque sospechaba que lo que sucedía, era por su culpa — suspiró — Y realmente no se equivocaba.
— ¿Huyeron? — preguntó James.
— Lo hicieron, — confirmó — mi madre acepto la ayuda de mi mentora, y decidido a no abandonar a su esposa o su hijo, mi padre se fue con ella — Adha tomó un sorbo de su té — Ni siquiera pudieron despedirse de sus familiares o conocidos, dejaron que pensaran que habían muerto en tal atentado. Los muggles cubrieron el ataque como una fuga de gas que culminó con la explosión de casi todo el hospital, casi ningún resto fue encontrado a excepción de cenizas y huesos quemados.
— Tus padres también se convirtieron en fantasmas — afirmó Lily, ganándose un tarareo afirmativo.
— Tras explicarles quienes eran los atacantes, la razón por la cual eran seguidos, y porqué la buscaban a ella, tomaron una decisión. Intentarían seguir sus vidas, huyendo cada vez que fuera necesario, con la única razón de mantenerme a salvo — el matrimonio observó un pequeño destello de culpa en su voz — Cada mes, sin falta, ellos se mudaban de lugar a lugar. Y durante el transcursos de sus tantos viajes, la unión entre mi mentora y mi madre se intensificó.
Una sonrisa comenzó a nacer en los labios de la pelinegra.
— Es, de cierta forma gracioso, el hecho de que ninguno de los tres recuerde en qué lugar nací, — comenta divertida — a pesar del don de mi mentora, por la presión de estar siendo perseguidos por los cazafortunas, no tuvieron la oportunidad de tener calma a pesar de mi reciente nacimiento.
— Tu cumpleaños... — James murmura, frunciendo su ceño — Nunca lo celebramos en Hogwarts porque era durante las vacaciones... — Adhara sonrío divertida.
— Pero realmente no sabías qué día era, ¿no? — pregunta Lily.
— Y seguiré sin saberlo — se encogió de hombros Adha, sinceramente divertida.
No le afectaba, realmente, sus padres se encargaron de hacer su cumpleaños una festividad que dure más de una semana, porque al no saber la fecha exacta, tenían una aproximación. Y, hablando con toda trasparencia, Adhara era completamente feliz ante esa tradición, misma que, antes de convertirse en un fantasma, ciertas personas también adoptaron.
— Nos seguimos mudando, de lugar a lugar — sacudió levemente su cabeza, volviendo a concentrarse en el relato — Recuerdo vívidamente el sentimiento de sorpresa de cuando aparecíamos en otros países, en otros lugares tan distintos al anterior. Y a pesar de que estuvimos en constante viaje, ellos no evitaban que fuera una niña, llevándome a los parques de los lugares, permitiéndome jugar con ciertos niños que llamaría amigos, porque se trataban de aquellas fugaces amistades que haces cuando quieres jugar con alguien...
— Pero nunca una tan fuerte como para encontrar a tu persona — James se ganó un asentimiento afirmativo.
— Fue cuando, alrededor de mi octavo cumpleaños, mi mentora declaró debíamos establecernos en un lugar apartado, donde podría concentrarme más en los entrenamientos que tenía desde que comencé a tener consciencia de mi alrededor — el castaño parpadeó al recordar.
— ¿Ocho años? — ella asintió a la pregunta de James — La misma edad en la que...
— En la que lo conocí — afirmó con una suave sonrisa — A pesar de ser una magnífica mentora, era demasiado estricta en lo que se trataba a la heredación del don — rodó internamente sus ojos — Quería, necesitaba, que fuera la última memoriuntac, porque algo en ella le decía que los tiempos iban a ser peores para nosotras. Por ello me hizo jurar que no formaría ningún vínculo fuerte con ninguna sola persona, que evitaría cualquier tipo de relación con alguien que no fuera ella o mis padres.
— No lo cumpliste — declaró James, sabiendo un poco de la historia que continuaría.
— ¿Cómo podía ignorarlo? — se cuestionó así misma, rememorando la primera vez que lo vio — Estaba paseando por el bosque donde vivía, cuando lo vi. Su, desde ese entonces, largo cabello se movía por la velocidad en la que venía corriendo de quién sabe dónde. Era un pequeño niño, uno que se tropezó por una raíz, y en vez de pararse para seguir su rutina, se quedó sentado, aguantando los sollozos que, estaba más por segura, saldrían en cualquier momento.
— Apareciste de la nada, y lo hiciste reír — repitió las palabras que, en su momento, su amigo le contó.
— Era mi especialidad, después de todo, siempre terminaba calmando el ambiente entre mi padre y mentora — sonrió de lado — Me decía a mí misma que mi misión era...
— Hacer reír a todas las personas que haya en el mundo, tanto muggle como mágico — completó James, descifrando entre los muros amarronados, el afecto que sentía la pelinegra al escuchar las palabras que, en cierto momento, le dijo a un pequeño pelinegro.
— No pude evitarlo, — y realmente, no quería — no cuando su sincera sonrisa y la ilusión en su mirada aparecía cada vez que me veía, no cuando era la primera vez que disfrutaba verdaderamente mi infancia — relató con añoranza — Éramos muy pequeños para entenderlo, pero...
— Se amaban desde ese momento — Adhara sonrío asintiendo, esforzándose por mantener el control y no permitir que las nostálgicas lágrimas salieran de su amarronada vista.
Y el matrimonio respetó su silencio, comprendiendo lo costoso que era para quien, a pesar de su desaparición, seguían considerando una íntima amiga, el recordar a la persona que, estaban más que seguros, extrañaba con tanta desesperación.
— Mi desobediencia, — más no era su mención el motivo de su silencio — el no acatar la orden de formar una relación con otra persona que no fueran mis padres, nos costó no solo el primer lugar al que consideré un hogar, — lo era la continuación de su historia — sino también a mi mentora.
— ¿Ella...? — preguntó con cuidado, recibiendo una negación que la confundió.
— Mis padres decidieron que era momento de que fuera parte de la comunidad mágica, pero no en el colegio que yo deseaba — musitó, recordando el infantil enojo que sintió cuando le comentaron que no iría a estudiar al castillo donde su mejor amigo iría — Y en contra de lo que me ordenaron, iba en camino a despedirme de ellos — James frunció su ceño.
— Pero tu no asististe a la reunión de ese día — comentó lo que le contaron.
— Porque me emboscaron — reveló paralizándolos — Hice todo lo posible por defenderme, sin embargo, cada vez aparecían más y más cazadores — cerró sus ojos — Tuve que huir — suspiró, antes de continuar — Mis padres salieron de inmediato al escuchar mis gritos, más fue mi mentora quien llegó primero — porque era parte de narrar un hecho del que se seguía sintiendo culpable.
En donde comprendió que el coraje no era lo que uno necesitaba para proteger lo que amaba, porque los sentimientos entorpecían las acciones que uno tomaba.
— Me ordenó que corriera, que fuera con mis padres y que de ahí nos juntaríamos de nuevo. No quería abandonarla, y ese fue mi error — abrió lentamente sus ojos, tratando de escapar de los recuerdos — Quedarme con ella, aunque se tratara una acción digna de lealtad, solo empeoró la situación. Si bien tenía un gran conocimiento para hacer frente a magos que me duplicaran la edad, estaba acostumbrada a batallas en solitario, no en conjunto...
El matrimonio nuevamente respetó su silencio, y esta vez, la pelirroja le brindó su mano, intentando recordarle que ahora se encontraba allí, con ellos, porque reconocía que tal memoria afectaba más de lo que pensaban a su querida pelinegra.
— En una distracción de mi parte, — siguió, agradeciéndole con una mirada a la pelirroja por su apoyo — mi mentora tuvo que cubrirme para protegerme. Y en un acto desesperado por sacarnos del lugar, optó por la desaparición — y aunque lo evitó, su mente la traición al revivir el sonido de ese entonces: — Sus gritos... Sus gritos fue lo primero que escuché cuando aparecimos cerca de mi hogar.
— Despartición — James afirmó, empatizando al imaginarse a una pequeña pelinegra siendo espectadora de una situación grotesca.
— Mis padres, quienes ya tenían las cosas preparadas, no tuvieron más que tomarnos y volver a desaparecer — apretó ligeramente la mano que Lily le brindó — Su brazo empeoró en el camino, mi madre intentó volver a unirlo, pero tras la segunda aparición simplemente... lo perdió.
Y fue por mi culpa, pensó, pero el sentimiento era tan evidente en sus ojos, que la pelirroja fue capaz de notar la carga que su amiga se imponía.
— Nos instalamos en Francia, donde, tras una larga discusión entre mi padre y mentora por los eventos recientes, mantuvieron su decisión de que iría a un colegio — siguió antes de que la pelirroja le recriminara la culpabilidad que sentía.
— Beauxbatons, ¿cierto? — James preguntó, ignorando la mirada que su esposa le dirigía a la pelinegra.
Adhara asintió, soltando la mano de su amiga, escuchando su leve bufido al saber que no podría indicarle que debía de dejar de asumir responsabilidad en situaciones que estaban fuera de su control.
— Conseguiste que te expulsaran, y luego fuiste a Durmstrang — prosiguió el castaño.
— Estaba feliz ¿saben? — retomó la palabra — Había conseguido que me expulsaran de Durmstrang, por lo que el único colegio que quedaba para asistir era Hogwarts, donde lo encontraría...
Y no debían de preguntar cuál fue el final de su felicidad, porque la pareja se enteró cuando no debían, de la razón por la que el cambio en su mirada era notorio: la muerte de sus padres.
— ¿Sabían que quien tú sabes quién es descendiente de Salazar Slytherin?
— ¿Qué? — el cambio abrupto de tema los sorprendió.
— Es hijo de Merope Gaunt y, durante su juventud, estuvo completamente obsesionado en las leyendas que incluían a su familia, como la de la cámara secreta, el cual consideró que era real — reveló, sorprendiendo más a uno que a otro.
— ¿La cámara secreta es real? — cuestionó con sorpresa — ¡Pero nosotros nunca la encontramos, y eso que conocemos todo Hogwarts! — se quejó el miope.
— ¡James! — regañó la pelirroja.
Adhara río ante la mirada amenazante de su tomatito al castaño, quien solo rodó los ojos bufando, haciéndole una seña para que prosiguiera. Por lo que, al recuperarse, siguió narrando:
— A sabiendas que las leyendas ocultaban hechos reales, no ha de sorprenderlos cuando él también cayó en la ambición de encontrar la "solución" de las cinco grandes...
En ese momento, ellos comprendieron porqué su amiga les comentó tal información del quien no debe de ser nombrado.
— Durante años buscó, pero no encontró rastro hasta que escuchó de un inesperado atentado a un hospital muggle causado por magos...
En ese momento, supieron porqué les relató una parte de su vida que no habían escuchado, o descubierto.
— ¿Magos que atacan a muggles? No lo pensó mucho, si estos poseían los mismo ideales que él, los debía de reclutar. Ese maldito estuvo de suerte, — musitó con desprecio — porque no solo encontró sus primeros seguidores, sino que también, indicios de la leyenda de la que en su juventud escuchó.
En ese momento, cayeron en cuenta que su amiga estaba involucrada en la guerra desde mucho más antes de llegar al colegio que compartieron.
— Fue así como dio con el paradero de mis padres, a quienes torturó personalmente con el único motivo de encontrar lo que tanto deseaba: a mí — parpadeo con rapidez, intentando mantener su compostura — Pero por más que lo intentó, a pesar de ser un gran legeremente, no encontró nada y, sabiendo que no les servía, los mató.
— Adha... — no era necesario que continuara, quería decirle.
No era necesario que reviviera lo que claramente era una experiencia por la que no había sanado. Pero Adhara sabía que, si se detenía, no sería capaz de volver a relatar lo que debía.
— Y a pesar de que sé que mis padres me amaban hasta más no poder, no creo que sea esa la razón por la que Tom no encontró nada sobre mi persona — musitó con dolor.
— ¿De qué estás hablando, Adha? — preguntó confundido.
— Semanas previas a la muerte de mis padres, mi mentora había sido interceptada por los cazadores, y por pura suerte, logró sobrevivir — pronunció con un ligero temblor — Entonces, siguiendo el procedimiento tras cada ataque, comenzó a borrar todo rastro del don de la memoria de los cazadores, cuando lo vio.
— ¿A Voldemort? — James se ganó un asentimiento.
— Era una nueva amenaza, una que no podía subestimar. No se trataba de otro caza recompensa, lo presentía, incluso el mismo don le avisaba de esto. Por ello tomó una decisión: Borraría tanto su persona como la mía de todos aquellos que nos conocían — mencionó con seriedad.
— ¿Tus padres...? — la pelinegra asintió.
— El departamento en donde nos quedábamos no tenía ni un solo rastro de que yo, en algún momento, había vivido allí — informó.
— Pero entonces... — sus cejas se juntaron con confusión — ¿por qué fuiste a un orfanato y no con tu mentora?
— ¿Cómo crees que dieron con mis padres? — respondió con otra pregunta.
— No estás diciendo que tu mentora fuera capaz de... — habló con sorpresa.
— No, no — negó de inmediato — Ella no lo haría, al menos, no por voluntad — y fue donde lo comprendió.
— ¿La atraparon? — preguntó Lily.
— Lo hicieron, y comenzaron a torturarla. Durante más de una semana ella no dijo ni una sola palabra — y admiraba a su mentora por ello — Pero nadie es de hierro, y en su último suspiro, pensó en mi mamá, antes de que Tom la matara al tener lo que necesitaba —expresó con un suspiro — Al final no le sirvió de mucho, su único logro fue confirmar mi existencia. Y sabiendo de que yo rondaba por allí, en algún lugar, él sólo tenía que esperar a que saliera a la luz, porque un don como el que poseía no era de quedarse en la oscuridad, menos aún, con lo que tenía preparado para la comunidad mágica.
Y al igual que las anteriores veces, el matrimonio guardó silencio, dándole el tiempo que necesitaba para continuar.
— Es por esa razón, que cuando llegué al que era mi departamento, que me enteré de la muerte de mis padres, y... — se río de sí misma — ¿Recuerdan que mi padre decía que mi madre poseía el cielo en su mirada? Lo decía porque sus ojos eran celestes, de un tono casi idéntico que a los de Dumbledore, y creo que fue esa la razón por la que terminé formando un pacto con él.
— ¿Un pacto? — cuestionaron al mismo tiempo.
— Él era el encargado de recogerme tras la llegada de Durmstrang, llegó tarde, a decir verdad, — rodó sus ojos, intentando que la molestia suplantara la tristeza de sus ojos — porque me encontró en mi departamento, después de haber observado la tortura de mis padres por el don nato de las memoriuntac, que vendría siendo lo único que McKinnon no descubrió: Somos capaces de ver las memorias de cualquier objeto o ser vivo a través de nuestro tacto — ambos parpadearon, intentando comprender tal don que no se les fue informado.
— ¿Cómo un pensadero? — preguntó Lily, Adhara asintió.
— Así es, por lo que, al salir de ese momento, simplemente colapsé, — expresó con una fingida tranquilidad — pero antes de caer al suelo, lo vi a él, vi los ojos de Albus y, de cierta forma, me recordó a mi madre.
— ¿Te llevó a Hogwarts? — preguntó James.
— Y tuvimos una gran discusión, — respondió Adha — uno que culminó con unos tratos. Él me ayudaría a buscar una forma de darle un alto a este don, mientras que yo lo ayudaba en su lucha con Tom.
— ¿Te utilizó? — cuestionó indignada la pelirroja.
— Y yo también lo hice, ¿por qué creen que ningún mortifago se acercó a reclutarlos? — James identificó cierto engreimiento en su tono de voz, por lo que rodó los ojos divertido — Los aurores no objetaban ante la indicación de Albus para que fueran a un parámetro cerca de sus casas cuando se los pedía, después de todo, tal parecía que el gran mago tenía razón cuando decía que tenía un presentimiento de algún futuro ataque. Cuando en realidad, era mi don que me advertía que ciertas personas querían acercarse a quienes apreciaba.
— ¿Desde... desde cuando nos protegías? — quiso saber.
— ¿Recuerdan cuando no respondí mensaje alguno durante las vacaciones de verano de entre tercer y cuarto año? — ambos asintieron — Bueno, se debía a que estaba con Albus, coordinando ciertas vigilias y pactando misiones a las que asistiría junto a la orden.
— ¿También te uniste a la orden? — cuestionó James.
— No — respondió de inmediato, pareciendo ofendida por la pregunta — No soy tan estúpida como para hacerlo.
— ¡Hey! — esta vez, se quejaron ambos.
Adhara rodó los ojos, no, ni siquiera pensaba cambiar su opinión, a pesar de que fue ella quien los reclutó.
— ¿Seguir a una persona que, en cualquier momento, puede cambiar sus ideales y la meta que tenía en un principio? Aún teniendo 14, en ese entonces, sabía que unirme a la orden, sería otorgar mi don al manejo de un mago que podría utilizarlo para su propio gusto — explicó — No, no me uní a la orden, pero no era ciega a lo que sucedía. Así que me convertí en una aliada.
— Pero, de los pocos aliados que aún siguen vivos... — la respiración del matrimonio se entrecortó cuando la vieron.
— Fuiste tu — murmuró Lily — Siempre fuiste tu — indicó con el mismo leve tono.
— No sería capaz de abandonarlo, menos en un contexto como el de la guerra — reveló, antes de suspirar para volver a su natural postura — Durante casi cuatro años, parecía que todo iba bien. Las misiones con la orden estaban funcionando, Albus me indicaba que estaba teniendo pequeños avances con la solución de mi don, y yo los tenía a ustedes — los miró directamente — Que era todo lo que necesitaba.
— ¿Qué sucedió?
— El ataque a Hogsmeade — respondió — Un traidor, esa fue la razón del ataque — explico — Uno de los miembros de la orden, vendió la información que tenía de mi don a los mortífagos, y no nos dimos cuenta hasta que fue demasiado tarde — titubeó al saber lo que diría a continuación.
Era consciente que la declaración podría conmover a quienes esperaban expectantes a que continuara, más internamente les prometió que les diría la verdad, aunque fuera cruel, cuando volvieran a reencontrarse.
Tan solo deseaba que no fueran de los que tenían fe ciega, porque no quería lidiar nuevamente con las expresiones de desconfianza en ellos...
— Todo, — los miró directamente — porque Dumbledore mintió.
— ¿Qué? — la cuestión escapó de los labios de ambos, sorprendidos, más no incrédulos.
— Habíamos llegado al acuerdo que todo aquel al que se le compartiría mi don, firmaría un acuerdo, uno en donde si revelaba el don, podríamos identificar al soplón — explica, y al notar la comprensión en sus ojos, uno de ellos habló:
— ¿Dumbledore no los hizo juramentar a todos? — recibió un asentimiento de la pelinegra.
— ¿Por qué? — pregunta — ¿Por qué lo haría si eso, en cierto sentido, te arriesgaba? — quiso saber.
— Mentiría al darte una respuesta concreta, porque tampoco lo sé — y ellos supieron que estaba siendo sincera — Más no nos desviemos — mencionó, sintiéndose reconfortada porque le creyeran y no cuestionaran lo que contaba — No fue difícil encontrar al traidor, a decir verdad. Porque al mostrar mi verdadera apariencia, arrepentido de haber entregado a las manos de un monstruo a una joven que podría tener la edad de su hijo, él mismo admitió lo que hizo.
— ¿Qué hicieron? — preguntó James.
— Hicieron es mucha gente, Míster Ego — comentó con una ligera sonrisa.
— ¿Qué hiciste? — reformuló la pregunta.
— ¿No es obvio? Le borré totalmente la memoria — no existía remordimiento en sus palabras — No tendría ningún recuerdo de la orden o de mi persona, y viviría con un vacío que nunca recuperaría — explicó — Tras ese momento, la tensión estuvo presente, hasta que todo terminó por desmoronarse — el ligero espasmo fue lo único que necesitó para entenderla
— Paula — Adhara asintió a lo que la pelirroja mencionó.
— La noche del ataque, le conté del don — cerró sus ojos, intentando apartar el claro recuerdo de la mirada de odio que recibió.
— Ella... — Lily suavizó su mirada — No lo comprendió — segura declaró.
— Me odió — musitó — Y sé que me siguió odiando hasta su muerte, porque hice un nudo en su memoria que no le permitiera hablar del don con nadie... — el matrimonio pudo observar nuevamente el aura de desesperanza que vieron el día de la discusión — Sin importar que alguien la torture o lea su mente, ella no sería capaz de contarlo... Y por ello...
— No fue tu culpa — James declara, descubriendo el dolor en sus palabras — Adha, su muerte...
— El día del atentado de Hogsmeade, mostré más poder del que debía — interrumpió la pelinegra — Él estaba allí, y fue todo lo que necesitó para darse cuenta de que yo era la Memoriuntac — James encontró la culpa en los amarronados ojos — Si Tom los torturó, fue porque me quería, no a ellos, si no a mí... Y no fui lo suficientemente rápida para salvarla, o acabar en ese mismo instante con él — masculló con cierto enojo.
Pero no era dirigido a quien ya saben quién, sino hacia su propia persona. Porque, aunque los años pasaran, el remordimiento de no haber hecho más, el sentimiento de inutilidad e impotencia perduraría hasta que, en el más allá, si fuera por obra y gracia de Merlín, la castaña a quien atesoró, le otorgara su perdón.
La sala quedó en silencio, el matrimonio, no siendo capaces de consolarla, aunque quisieron, reconocían en ella el rencor que así misma se dirigía.
Era de público conocimiento, para quienes la estimaban, la terquedad que poseía. Por lo que, por más deseosos de cambiar su opinión, conscientes eran que solo una persona lo lograría... o al menos, eso creían.
James giró a ver a Lily, preguntándole cómo debían de reaccionar, más ella solo negó, sabiendo que no eran palabras lo que necesitaba, sino, que la escucharan.
— Tras su muerte, — prosiguió al recobrar el control de sus afligidas emociones — las cosas solo empeoraron. Tuve otra gran discusión con Albus, él me había prometido que los mantendría a salvo, y no lo logró. Porque él no me escuchó... yo perdí a quien creía que era mi persona — suspiró — Eso complicaba las cosas.
— No sabías quién era tu persona — James menciona, sosteniendo la mano de Lily, quien no apartaba la vista de la pelinegra.
Adhara asintió.
— Tuvo que pasar semanas para que volviera a su despacho a concretar lo que sucedería — quedó brevemente en silencio...
— ¿Hicieron otros tratos? — porque notó que ella quería comentar.
— Lo hicimos, — confirmó — e incluso, Albus me brindó una opción para que el don no siguiera, pero me negué.
— ¿Te negaste? — preguntaron con confusión.
— Su opción provocaría perder lo último que me quedaba, la única razón por la cual seguía haciendo tratos con él — sonrió de lado, sabiendo que no era necesario decir más...
— Nosotros — porque ellos lo sabían.
— Creamos un plan, uno que acabaría con la guerra, uno con el cual evitaría que ustedes fueran reclutados. Me infiltraría de a poco, comenzaría a conversar y tratar con los mortífagos, consiguiéndoles el acceso a Hogwarts, pero evitando que reclutaran a otras serpientes — el matrimonio Potter comenzó a recordar — Con la finalidad de pactar una reunión, una con todos los mortífagos más cercanos a él, e incluso, con este mismo, para librar una batalla final — rememorando la conversación que hace años a escondidas escucharon.
— Pero lo arruinamos — susurra James — Nosotros lo...
— No — lo cortó — No fueron ustedes, y antes de que me digan lo contrario — menciona al ver como ambos están a punto de contradecirla — Fue el mismo Tom quien lo impidió por medio de McKinnon.
— ¿La poción sumisa? — la pregunta de la pelirroja fue respondida con un asentimiento — La mejor forma de debilitarte, sería alejarte de la razón por la que peleas.
— Jugó bien sus cartas — admite Adha — De cierta forma, me quitó lo único que me quedaba, y por un momento, fui débil — suspiró, intentando alejar los recuerdos de ese entonces — Pero cuando me enteré de lo que hizo, cuando supe que envenenó a Peter, que fue el responsable de las acciones de McKinnon, que lo... que los puso en peligro al planear el accidente de la luna llena... — los ojos del matrimonio se abrieron, asimilando lo que decía su amiga — Supe lo que tenía que hacer. Aún si me costara lo que amaba, debía hacerlo si con ello los mantenía alejados, si con ello les otorgaba más tiempo para disfrutar de sus vidas, aún si eso significaba sacrificar la mía.
— Te borraste de la memoria de todos — concluyó Lily — Durante la ceremonia, aprovechando que estaban la gran mayoría de las personas con las que alguna vez hablaste, tu...
— Me convertí en un fantasma — completó — Pero no fue lo único que hice, en mi último trato con Dumbledore... — calló.
No quería, pero se negaba a ocultarle más información. Años atrás lo había hecho, y ahora sabía que era un error mantenerlos en la ignorancia.
Estaba decidida, aún si su opinión sobre ella cambiara, les diría la verdad sin ninguna falla.
— Días previos a la ceremonia, pero después de mi decisión de desaparecer, Dumbledore me indicó que debía hacer si quería alejar, no solo a los mortífagos, sino también a la orden, de ustedes — prosiguió, evitando mirarlos — Lograría atemorizarlo, evitaría que sus seguidores se atrevieran acercarse a quienes me importaban, una advertencia de lo que les llegaría a pasar si él intentaba dañarlos — el matrimonio fue uniendo puntos de los eventos tras su ceremonia de egreso — Al mismo tiempo, eliminaría a gran parte de su gente para que no tuvieran la necesidad de reclutarlos.
— No estarás hablando de... — negó James, no creyendo capaz a su amiga de hacerlo.
Pero la guerra cambiaba a la gente.
Y cuando se trataba de proteger a los que más amaba, Adhara era capaz de hacer lo que el mismo rey del inframundo se abstenía a acometer.
— Los 30 cuerpos, no se trataban únicamente de los más letales mortífagos, eran los caza recompensas que se unieron a su bando, — James desconocía a quien veía — los mismo que le ayudaron a encontrar a mi mentora, a dar con mis padres, a reconocerme en el ataque de Hogsmeade, a descifrar la importancia de Paula, a descubrir cómo debilitarme... — mencionó sin mirarlos, temiendo a su reacción por enterarse de lo que hizo — Eran una de las razones por las cuales había perdido todo, y cuando la reunión fue llevada a cabo — levantó su mirada — Tuve que cumplir con el trato.
—Yo... — James acaparó las miradas — Yo necesito un poco de agua, si me disculpan... — murmuró antes de pararse, dejando de sostener la mano de su esposa.
— Cariño... — llamó la pelirroja, pero este no le dirigió ni una sola mirada — James — murmuró como regaño, más el aludido se hallaba ya fuera de la sala.
Instintivamente, su mirada recayó en su apreciada amiga a la que tanto había extrañado, sintiendo un ligero punzón en su corazón al notar el dolor con el que miraba la dirección por donde su esposo había desaparecido.
— Adha... — la llamó, trayéndola a la realidad — James, él no...
— No tienes que decir nada, Lils — sonrío tenuemente — Lo comprendo. Sé muy bien que mis acciones no han de ser... — suspiró desviando su mirada — aceptables para él. Y lo entiendo, incluso yo dudé de quién era tras lo que hice...
— Pero no deberías — indicó la pelirroja — Querías alejarnos de la guerra, protegernos... aunque eso implicara tu propia humanidad — porque para la pelirroja, era más importante la intención que sus acciones.
De la misma forma en que Adhara los juzgo, ella haría lo mismo con su preciada amiga, no vería las acciones como una condena, sino que leería las intenciones detrás de esta para llegar a una conclusión.
Conectaron miradas, Adhara encontrando el consuelo que tanto había necesitado en el leve gesto que la pelirroja tuvo al unir sus manos, como el día en que se perdonaron todo. Así que, le brindó una tenue sonrisa antes de murmurar:
— Ve con él, — la pelirroja estuvo a punto de hablar, cuando Adha siguió: — te necesita más que yo.
— Pero, Adha... — la pelinegra la cortó con una negación.
— Ve, Tomatito, yo me quedaré aquí — sonrió ante un pensamiento que procedió a revelar: — O, sino... — comenzó a mirar con un pequeño brillo en sus ojos las escaleras — ... iré a ver...
— No — interrumpió abruptamente.
Una tensión se hizo presente, hasta el punto en el que la unión de manos se sintió frívola. Adhara parpadeó confundida, su ceja alzándose instintivamente, observando la seriedad de la pelirroja. La misma que, al caer en cuenta de cómo había reaccionado, comenzó a ser carcomida por los nervios.
— Quiero decir... No es... no es necesario — se apresuró al hablar — Me ha costado que duerma, tu sabes bien como es que... El que duerma, es tan complicado, en especial cuando... Es solo que... — comenzó a balbucear, a emitir un claro vómito verbal.
Uno que la sacó de su nerviosismo al escuchar una ligera risa.
— Tomatito, está bien — le indicó, brindándole un apretón a la unión de sus manos, antes de dejarla libre — Ve con James, yo los esperaré aquí — le indicó.
La pelirroja suspiró aliviada, antes de asentir con una leve sonrisa.
— Gracias, Adha — indicó al levantarse y, antes de salir de la sala, se detuvo por unos instantes — ¿Adha? — la llamó con duda.
— ¿Dime, Lily? — indicó, volteando a observarla.
La pelirroja quedó quieta, analizándola, notando que las guardias le cobraban caro por las manchas negras. No obstante, también se dio cuenta de que los años le habían ayudado, no era mentira que siempre deslumbraba, y ni el tiempo podía evitar aquello.
Pero no fue lo único que vio,
— ¿Lils? — su voz se escuchó preocupada, y es que había empezado a lagrimear sin razón aparente.
Más la pelirroja sabía que tenía más de un motivo por el cual no debía de seguir por el camino que se planteó, porque ver ese brillo de sentirse en hogar, de encontrar calma en quienes tanto había extrañado, la hizo reconsiderar si era capaz de acabar con tal especial semblante.
— Te extrañé mucho, Adha — fue lo único que pudo pronunciar.
— Y yo también, tomatito — respondió con el mismo e intenso sentimiento.
Y aunque quisiera quedarse, bien Lily sabía que la pelinegra no le hablaría hasta que fuera con James. Por lo que, compartiendo una pequeña sonrisa, secándose las lágrimas que distorsionaban levemente su vista, se dirigió a su cocina, donde encontró a su esposo completamente pensativo, apoyado en la isla que tenían, con una mana sobando su frente, acción que en los últimos años se volvieron frecuentes por la tensión de las situaciones que enfrentaban.
— James... — lo llamó, posicionándose frente a él para que la mirara y dejara salir lo que le atormentaba — Cariño... — se posicionó en medio de sus piernas, acariciando su mejilla para que dejara de sobre pensar.
— Sé que, al inicio de la guerra, admitíamos en voz alta que acabaríamos con todos los mortífagos — murmuró con los ojos cerrados — Pero tras ser parte de la guerra, ni siquiera era capaz de acabar con una vida... — se encontró con los ojos que atesoraba — No es solo por los 30 cuerpos, amor... es... — negó, no pudiendo explicarlo.
— Sé que es difícil de comprenderlo, — el miope se alejó levemente de su esposa — pero James...
— No, Lily — negó — Se encontraban mortifagos semanalmente, algunos incluso agonizando y pereciendo antes de llegar a San Mungo... — la pelirroja lo detuvo, frunciendo su ceño.
— Eran violadores, James, asesinos y torturadores de tanto muggles como magos — le recordó.
— Eran personas... — murmuró — Y siempre tuvimos nuestra sospecha de que... era ella, con su otra apariencia, pero era ella, es ella quien...
— ¿Acabó con la vida de quien no le temblaría su varita para matarnos? ¿Para torturarnos? — cuestionó, declarando de esta forma que no cambiaría su opinión de su amiga.
— No lo entiendes... — niega él
— Entonces ayúdame a entenderlo, porque estás siendo un completo egoísta al tratarla de esta forma tras todo lo que ha hecho por nosotros — espeta con molestia.
— ¡Ha matado, Lily! — le recuerda.
— ¡Al igual que ellos lo han hecho con los nuestros! — también señala.
— ¿Y eso no te dice nada? — preso de la molestia, cuestiona.
— Ni siquiera te atrevas a compararla con esa escoria, James — musitó entre dientes — ¿Recuerdas quién nos salvó de nuestra primera misión cuando éramos unos incrédulos que pensaban que iban a salir de esta guerra sin ensangrentarnos las manos? — cuestionó, y James supo que no podría rebatir ante tal pregunta.
La primera misión no la olvidaría, no solo por los agravios que sufrió su grupo, sino por la cruel abertura de ojos ante el realismo de la guerra.
Donde aprendieron la diferencia entre vivir y sobrevivir.
— Fue ella — respondió, rememorando el sentimiento que lo dejó pasando ante la escena de la susodicha.
Fue una desgracia, no para su bando, sino para el contrario. El terror que pintó los ojos de los mortífagos cuando apareció para salvarlos, y aún sabiendo las posibles consecuencias de sus actos, no dudaron en parar por su entrada al infierno.
No era capaz de olvidarlo.
El silencio se hizo, mientras que el humo se expandía. Hasta desde el centro, los hechizos que quedaron afuera no pudieron ni pestañear hasta recibir el impacto.
Caminó directamente hacia ellos, con una elegancia que parecía aterradora por sus prendas tintadas en un carmesí notorio, más el sentimiento de horror no sería derrotado al momento de encontrarse con sus ojos, porque una abrazadora calma invadió su ama al saber que ella había llegado.
— Sé que ella nunca será como ellos, pero Lily... — intentó que lo comprendiera — Lo que ella ha hecho... — se despeinó el cabello, sin saber cómo explicar por qué sentía apatía ante su accionar.
Porque realmente no era el accionar lo que le causaba disgusto, era ver que no le afectaba su decisión, era ver que podía decirlo sin siquiera pestañar, como si fuera...
— Habla de esas muertes como si no le afectaran, Lily — le indica — No puedo creer que no sienta remordimiento por ello.
— ¿Remordimiento por acabar con quien es la razón por la que hemos perdido a tanta gente? — gruñe con molestia.
— ¡No es la Adhara que conocíamos! — declara él — ¡Quien yo conocía no sería capaz de hacer tal cosa!
— ¡Pues entonces no la conocías bien, porque ella era capaz de todo por nosotros! — responde ella — ¡Era y sigue siendo la Adha que daría lo que sea por sus seres queridos!
— ¡Y ese es el problema! — se sincera.
Más ignorantes eran, porque a pesar de su banal autocontrol, olvidaban que la razón de su discusión a pocos pasos se hallaba, siendo capaz de escuchar cada palabra emulada. No era su intención, y no podrían culparla por la organización de un hogar que no construyó, es por ello mismo que se esforzaba en distraerse de las voces que de la cocina provenían, evitando inmiscuirse en una situación a la que no pertenecía, porque si bien se debatía sobre sus acciones, no era quien para faltar el respeto al matrimonio.
Era capaz de reconocer cuando no era necesaria, en especial, cuando su solo presencia podría agravar la relación de dos amantes.
Era amargo recordarlo, porque siempre hubo terceros en sus desacuerdos, a excepción del último desvelo. Costoso no era escuchar al contrario, lo era el comprender lo confesado, interpretar hasta el más mínimo gesto para realizar la carga que el otro estaba manifestando. Y tales actos no serían posibles si la intimidad de dos amantes se rompiera por un ciego a los ambientes de construcción.
Y ella no era ciega.
Pero tampoco sorda, y la incomodidad se presentaba al ser oyente de las oraciones que no debía de tener conocimiento, o a ello se aferraba.
Deseosa por darle la privacidad que creía estar invadiendo, su chispeante personalidad tras años de ocultarse vio la oportunidad de darse a renacer con un solo objetivo: la habitación a la que las escaleras llevaba.
Supo que, tal vez, se trataba de una mala opción. No era su hogar, y bien sabía que la confianza no era la misma que antes de su conversión. Más en su mente, la travesura mermó, y tras años de manejo, al encontrarse en un techo que seguridad le brindaba, fue incapaz de retener sus inocentes deseos.
Suaves pasos, mirada chispeante y ligera sonrisa, quien la viera recordaría su reconfortante brisa, porque se hallaba en uno de sus elementos.
Agradecida con la puerta silenciosa, entró sigilosa, sintiendo una emoción abrazadora al tener frente a su vista una cuna acogedora. La madera blanca tenía ciertas irregularidades, más no le quitaba la belleza del arcano armado. Sus ojos se suavizaron, y dando enanos pasos hacia su dirección, era capaz de escuchar las risas que conocía gracias a la esperanza de su bando.
Cuando las soluciones no se distinguían, cuando crueles comentarios se lanzaban, y dentro del mismo caos se creó un desastre del que no tenían salida, la única vela que sostenía a la secreta organización tambaleó por el firme soplo de sus adversarios. Y estos pensaron que era momento de sacar las trompetas, porque el resonar de la victoria se escuchaba cerca de sus tropas, al mismo tiempo que las blancas banderas parecían deslumbrar desde una lejanía cercana.
Más no eran signos de rendición lo que se agitaba.
Porque ellos no sabían que solo necesitaban de un combustible que convirtiera a la pequeña flama en una inmensa llamarada, con la intensidad y potencia necesaria para quemar los cimientos de la oscuridad.
Ya que, al llegar a la cuna, observando el interno panorama que se desenvolvía en la infantil habitación, Adhara encontró el combustible que todos necesitaban, porque fue su inocencia, junto con el pequeño Longbottom, los que rellenaron de esperanza hasta al más frívolo corazón de la orden, motivándolos a luchar, ya no solo por la generación que conocían, sino por salvar la infancia que procedía.
Oh, cuanta felicidad había causado sus nacimientos, las risas y carcajadas que en su cabeza resonaban no eran únicamente de los dulces infantes, era la combinación de cada adulto al tener un momento apreciado con los pequeños que su cariño secuestraron.
Eran bebes de solo unos meses, pero curaban en segundos las internas injurias que cargaba cada adulto.
Mentiría si dijera que no se sentía aterradoramente calmada, ver la pureza de un ser no conocedor de la guerra, de quien no ha pasado por devastadores penas...
Encantaba quedaba, pero el terror de su corazón no se marchitaba.
Oh no, ella no era conocedora del guardián, y el miedo que se instalaba por este desconocimiento se sentía como una opresión en su pecho, de las mismas con las que lidiaba cuando su don estaba al acecho.
Que este desapareciera cando pensara en Lily tenía una explicación, la pelirroja brillaba en la maternidad, su elemento parecía explotar cuando a su retoño debía cuidar. La suavidad, el cariño y gentileza con la que los trataba no tenía comparación a cualquier acto de amor de su parte de la que en sus años de amistad vio.
Oh, qué dolor sentiría al encontrar que su calma se basaba en una mentira. Ya que es el castaño quien, a expensas de la decisión de su querida pelirroja, confirmó el cambio. Porque su primera opción se había negado, indicando que la elección sería demasiado obvia como para arriesgarse, recomendando a un camarada cercano del cuarteto que en Hogwarts habían formado.
Más algo apesadumbraba a la pelirroja. A pesar de tener depositada su confianza al apreciado conocido, no se comparaba con la relación intensa que mantenía con el pelinegro querido.
¿Más quién sería capaz de manchar tal pureza? Se preguntaba la pelinegra, con una creciente sonrisa surcando sus labios. ¿Quién se atrevería a condenar tal inocencia?
Y entonces, un ardor intenso se instaló en su hombro.
— No estás pensando únicamente en sus actos — descubrió la pelirroja tras la última declaración de su esposo.
— Se mantuvo fuera del radar hasta que sintió la necesidad de regresar a quien amaba — murmuró sin mirarla.
— No estás hablando en serio — la pelirroja musitó, comprendiendo lo que su esposo infería.
— Hasta que sintió la necesidad de regresar a quien amaba — ignoró la negación de su esposa — ¿No te suena familiar a la historia de su mentora con la de ella? — pregunta él, intentando que lo entendiera.
— Ella no lo sabe — declara.
— Es consciente — debate con dureza — ¿Por qué otra razón vendría?
— Ella no está... — negó sin saber cómo proseguir — Lo que insinúas, James... No, ella no sería capaz, ella no lo haría — declara.
— Cariño, nadie está preparado para ver en carne propia a su boggart — explicó con suavidad — Y si no queremos repetir la historia, tienes que contarle — se acerca, tomando su mejilla con gentileza — Debes de contarle, porque a pesar de las explicaciones que Albus nos dio, solo ella puede ilustrar lo que lidiamos, porque es Adhara quien lo ha experimentado.
— ¿Cuándo habrá sido la última vez que se sintió segura? — a James le dolió ver el dolor en los ojos de su amada — ¿Cuándo habrá sido la última vez que río como hoy? — negó — Quise decirle, pero no puedo, James no puedo quitarle esa calma...
— No tienes que hacerlo sola, amor — dejó un pequeño beso en su frente, antes de abrazarla — Estamos juntos en esto, no serás la única que enfrentarás su reacción, por más doloroso que sae, prometí que no te dejaría sola, amor.
— ¿De verdad crees que ella..? — los verdosos ojos se dirigieron a la puerta que daba vista a la sala — ¿...sea capaz de borrarnos para esca-...? — y se detuvo de manera abrupta, separándose de su esposo.
— ¿Lily? — preguntó confundido, también caminando hacia donde su pelirroja se dirigía.
La pelirroja se detuvo en seco al encontrar el vació.
— Mierda — James se despeinó el cabelló cuando lo descubrió.
— Es-está arriba.
Y tal declación fue lo único que necesitaron para dar inicio a lo que parecía ser una eterna carrera hacia la habitación del segundo piso.
Mientras que en el lugar a donde se dirigian, al mismo tiempo que ellos caían en cuenta de su traverusa, Adhara descrubía que el ardor no se trataba de una afección anterior, o de una actual. Ella lo sabía, porque era en donde su piel estaba tintada, la zona procedente del quemazón.
Las caricias otorgadas a las mejillas se detuvieron.
Retrocedió sus propios pasos, rememorando el ardor de aquel día, cuando sintió por última vez a su mentora.
Y la traviesa chispa de sus ojos se vio suplantado por una aterradora aclaración.
Consciente de sus latidos era. Resonando como si fueran las últimas campanadas que definían su tiempo como acabado, porque la reforzada venda para evadir sus monstruos fue cortada de tajo en un milisegundo de despisto.
Porque al costado del tan conocido primogénito, obligándose a crear una fuerza significativa para luchar contra la tormenta que su cabeza contenía, pensando en lo ilógicamente lógico que su raciocinio funcionaba, con el ardor en su hombro aumentando cada centímetro que las pieles se acercaban, Adhara encontró en la bebé la razón por la que su instinto de dolor la dopaba.
Pero no era la única que encontraba el terror en su panorama.
Un ruido en la puerta, un vistazo a la ventana, las almas paralizadas y estancadas en la escalinata. Compartiendo miradas, supieron que el final de su historia se acercaba.
Tanteó sus bolsillos, y se arrepintió de sus acciones cuando encontró el vacío. Un único labor que no podría completar, pero estaba dispuesto a entregarse al más allá, si con ello le daba tiempo para escapar.
— James... — el camino de las palabras se cerró, estancadas en su lugar se quedaron, pero no se dieron por vencidas.
Recorriendo las cuerdas vocales de la pelirroja, con una rapidez que causó un ardor en su garganta, lo que se deseaba transmitir verbalmente, subió hasta encontrar otra salida para escaparse. No obstante, incluso en la segunda puerta, se vieron obligadas a detenerse, convirtiéndose en una cristalina capa de lágrimas estancadas en el verde esmeralda de su mirada.
El llamado funcionó, y quien fue nombrado volteó. Este, leyendo lo que entre la lágrima de desesperación que escapó, su buen amor quería transmitirle, intentó sonreírle... trató... él trató con esmero indicarle con tal inocente gesto la esperanza de encontrarse nuevamente, de escapar de los monstruos terrenales, de huir hacia el paraíso que consistía en tenerse para amarse.
Un escalofrío recorrió los cuerpos, un salto producido por un ataque, y los delicados brazos terminaron usándose como un refugio dentro de su propio hogar. Ella sintió el frío de la soledad, porque su buen amor se hallaba en las escaleras, preparado para darles tiempo, aunque se debiera de sacrificar.
Súplicas brindó sin cesar, rogándole en un silencio eterno que se quedara porque era su otra mitad, pidiéndole con ilusión que los ayudara a escapar, más la decisión ya estaba tomada, y el padre de decisión no iba a cambiar.
Un eterno te amo que no se llegó a pronunciar, porque la noche de las brujas era, y por ello, el infierno en su casa se instaló.
— ¡Es él!
Adhara se alejó de la bebé.
— ¡Corre, vete!
Sobre ella se derrumbaban las paredes.
— ¡Yo lo contendré!
Y de su persona escapaba el aire.
Los temblores invadieron su ser y la desesperación casi la hizo caer.
Retroceder nunca había sido una acción que le dificultara, pero en ese momento, con los escalofríos recorriendo cada partícula de su cuerpo, erizando hasta el más mínimo vello; con el amarre que eran sus órganos, instalando una contracción en su cuello; con la enorme pesadilla de la que se prometió superar frente a ella...
Paralizada, observaba el hombro derecho de la pequeña bebé frente a ella con una ansiedad aterradora que empeoró sus ideas. Rogaba, oh como es que, en esa fracción de microsegundo, ella comenzaba a rogar, a cualquier gran ser que tuviera la piedad de escucharla, porque sólo se tratara de una alucinación por los desvelos de las guardias. Porque solo se tratará de otra pesadilla, de las mismas que tuvo durante su infancia.
Pero no lo era.
En cataratas se convirtieron sus pestañas, tan humedecidas por el agua, que el parpadeo se ausentaba. Su respiración viéndose complicada por el panorama que se desarrollaba, los gritos desconsolados que las promesas rotas, dentro de su cabeza, daban. La misma desesperación que sentía la mujer a la que había condenado. Un terror superior al que se enfrentaba, quien valiente era al sacrificar su alma por quienes amaba.
Giraba, los objetos a su alrededor giraban como si ella se hubiera separado del ambiente, quedándose estancada sin unir fuerzas para otra acción que no fuera maldecir a la par que se despeinaba.
La oscuridad del cuarto aumentó considerablemente cuando volvió su atención a la bebé que, por el desastroso ruido de las afueras, se despertó, encontrándose con una pura mirada que le partió su alma.
Porque era tan inocente... tan pequeña, tan frágil y dulce... Y ella... ella fue capaz de amargar la vida de un ser tan hermoso como lo era la bebé de su tan apreciada tomatito.
Ella contaminó... ella arruinó... ella marcó su vida... y no solo eso — las lágrimas no dejaron de caer mientras que negaba —, aun sabiendo... — pensó, pensó mientras divagaba — aun teniendo el conocimiento... — ella debía, ella necesitaba... — aun cuando estaba segura de que la condenó... — ¿era capaz de? ¿tendría lo necesario para hacerlo? — de que los condenó, de que condenó a todo aquel que tuviera una conexión directa con la bebé, se atrevía a dudar... — y entonces supo lo que haría.
Porque como el augurio de muerte que era, lo escuchó:
— ¡Avada Kedavra!
Un golpe en la escalera resonó, uno que no oyó. Porque tomando una decisión, dejando a quien debería de cuidar hasta su último suspiro, ella repitió su acción.
Entregándose a la oscuridad, se desvaneció.
Porque los sacrificios nunca sirvieron, estos solo quedaron como vanos intentos, intencionalmente planeados para no encontrar un final, ya que quien sabía lo que se acercaba, dispuesto estaba de despertarla, de invocarla. El mayor premio de todos, el arma necesaria, la solución esperada, el poder que tanto ansiaban:
La completa Memoriuntac.
Y con un ruido que terminó por despertar al mellizo Potter, la bebé que tenía una especial marca con seis pétalos en su hombro derecho, observó por última vez lo que atormentaría sus pensamientos: una melena pelinegra...
... junto a una pelirroja.
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