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›«A un año»‹

Omnisciente

No se sentía como si hubiera pasado un año.

Entre los alumnos, aún escuchaban su cantarina voz. Entre las paredes, aún observaban la sombra de su caminar. Entre las entradas de los pasajes se detenían, creyendo que, de estas, ella saldría.

Lily juraba que por las mañanas escuchaba sus relatos acerca de la nueva batalla que tuvo en el mundo de los sueños. Sirius se encontraba así mismo pensando en nuevas frases para fastidiarla. James sentía su compañía cuando, a las altas horas, la inspiración lo inundaba y creaba posiciones claves que los llevarían al triunfo en el siguiente partido. Alice observaba su cama antes de dormir, en su mente se reproducía la tierna escena donde abrazaba al peluche del que ahora conocía su procedencia. Frank sonreía cada vez que una cabellera castaña pasaba por su lado, pensando que se daría la vuelta para mostrarle una morisqueta como acostumbraba. Y Remus...

Por momentos, el licántropo seguía viviendo en el pasado. Los conocedores de la totalidad de sus actos veían en estos la influencia de la memoria de un fantasma. No de los que habitaban en Hogwarts, aquellos condenados a seguir en el mundo terrenal por tener una cuenta pendiente con este. No, la tormenta con la que lidiaba desde hace un año era causada por su recuerdo.

— Remus — el aludido alzó su mirada — Es hora — asintió aun mirándose en el espejo que tenía frente a él.

— Sí, sí, lo sé — su voz sonó perdida — Es sólo que no puedo... — bufando de molestia, señaló su corbata.

¿Complicaciones para atarse tal prenda? En su vida jamás había pasado por aquellos complejos. El primero en terminar de arreglarse entre sus amigos era él, siempre lo había sido.

Remus no aceptaba lo que ese día afectaba a su persona.

— Permíteme — Lily quitó la corbata de sus temblorosas manos.

Y con una extrema maestría, logró en cinco segundos lo que no había podido en tediosos minutos.

— Gracias — dijo en un suspiro de alivio.

— No debes de, Rems — el castaño le brindó una sonrisa que la pelirroja correspondió — Ahora vamos, no creo que desees que McGonagall nuevamente los regañe — señaló con diversión en su voz.

Río por lo bajo por el recuerdo.

La preocupación no los dejó dormir el día anterior. Decididos los merodeadores estaban de quedarse pernoctando fuera de la enfermería, a esperas de noticias acerca del estado de su pequeño amigo. Más cuando la profesora McGonagall les ordenó que la siguieran a su despacho, a sus ideas se vieron obligados abandonar. Se negaron, claro estaba que se negaron a seguirla en un principio. No querían que cuando Peter despertara se encontrara solo, no querían que él sintiera que lo olvidaron.

No querían que se enterara que realmente lo hicieron.

— Oh, no nos lo recuerdes Lily-Flor — pidió James, quien el día posterior fue el encargado de refutar las acusaciones de McGonagall.

En cuanto llegaron a la oficina de la nombrada, bastó que tomaran asiento frente a su escritorio para que empezara con un gran discurso sobre lo irresponsables que eran al preparar una poción tan peligrosa sin supervisión y, para el colmo, tuvieran la sensatez de probarlo con uno de sus amigos. James refutó de manera respetuosa tal declaración, indicando que jamás serían capaces de exponer a un peligro como el del filtro de muertos en vida a una persona, menos a uno de sus amigos.

Tal vez dejar en claro que ellos no estaban involucrados en las causas del estado de Peter no fue su mejor opción. Nunca lo sabría con certeza, aunque la duda en su interior se sembró. Porque debía existir una importante razón para que la severa mirada de la apodada Minnie cambiara a un sentimiento que, al tener en mente el estado de sus tres amigos, el miope no pudo interpretar.

— Aún no me creo que no exista ningún castigo por la fiesta que montaron — exclamó Frank, recordando el relato de James.

La fiesta secreta dejó de serlo cuando el miope se vio forzado a ceder los recuerdos del fin de semana como coartada. Puesto que cómo el grupo sabía, era el único apto para hablar. Al final de cuentas, solo él tomó la opción de no ahogarse en alcohol, y de esta forma, cuidar a sus amigos.

— Creo que con eso deja en claro que somos sus favoritos — musitó Sirius, terminando de ponerse su saco.

— Nah, falta una semana para acabar séptimo año — mencionó Alice — De seguro fue por eso.

— ¿Y cuándo tal hecho ha sido un impedimento para castigarnos? — indagó James — Nos castigó las ultimas semanas después de la guerra de bromas — señaló después de rendirse en su milésimo intento de arreglar su cabello.

— No acaba de comparar LA guerra de bromas con una fiesta ¿Cierto? — cuestionó Frank incrédulo, señalando al miope cómo si un tercer ojo le creciera.

Los chicos soltaron amenas risas por la dramatización del Longbottom. Entre todos se miraron, la pesadumbre por la falta de amistades se observó. No obstante, las enseñanzas de ellas hacían eco en sus cabezas. Podría tratarse de un día de luto, pero jamás debían permitir que su recuerdo los entristeciera. O al menos, debían esforzarse en recordarla con alegría. Enfocarse en las risas que brindaba para ignorar la opresión del último recuerdo de ella acostada en un féretro.

— Será mejor apurarnos — James indicó — Nunca le agradó que tardáramos — musitó, esmerándose por no caer en la nostalgia.

— Por más que fuera ella quien llegaba tarde a todos lados — recordó Lily, apoyando a la creación de sonrisas en los rostros de sus amigos.

Y lo lograron, claro que la pareja lo logró cuando en simultaneas charlas de recuerdos y memorias, bajaron por las escaleras del pabellón masculino.

El suceso que los comprometió a vestirse de negro ese día era de gran distinción en el castillo. Pero no solo lo era para la prestigiosa escuela de magia y hechicería, la página dedicada al atentado de Hogwarts de hace un año en el diario el profeta era una clara evidencia del impacto que tuvo en el mundo mágico. Después de todo, fue el nacimiento del distintivo que causa terror a los poseedores de sangre mágica al considerarlo una clara señal de muerte.

El grupo de leones mentalizó que debían sobrevivir a un aumento de ojeadas y agravios por el suceso del día anterior. Más los alumnos de Hogwarts no entraban al calificativo de inoportunos. Ya que hasta las serpientes pactaron una delimitada tregua, porque inexistente fue la interacción entre ellos cuando por su lado caminaron. Y es que aún cegados se mantenían, ellos el concepto de la pérdida de su amiga para la mágica comunidad aún no comprendían.

Enterados estaban. ¿Cómo no, cuando era de lo que los sensatos hablaban? El inicio de una guerra que parcialmente asumieron. Porque desentendían los grandes riesgos que involucrarse traía. Creían saberlo. Convencidos de conocer las atrocidades de una guerra por la experiencia vivida, se consideraban expertos del riesgo de ser activos partidarios de los ideales que apoyaban.

Pero sus vistas siquiera se familiarizaban a la oscuridad que ansiaban enfrentar. Dependientes de luz eran, y si deseaban experimentar la veraz tiniebla, requerían perderla.

Porque perdieron brillo hace un año, y dada las decisiones que tomaron, perdieron más en este. Sin embargo, mientras que ellos perseveraran el minucioso cuidado de su amistad, esta no se apagaría como la que tuvieron con ellas.

Les era doloroso. La opresión aumentaba al pensar en la culminación de su relación con las gemelas slyffindor. Su amistad resistía aun cuando parte de este mundo no era. Por ello, irían a visitarla ese día. Su amistad sucumbía aun cuando seguían en el mismo plano terrenal. Por ello, no sabían si iría.

La tentación de indagar su participación en el aniversario luctuoso palpitaba. No obstante, los leones contuvieron el vibrar de su curiosidad. Remus no era más el único en sufrir por un amor perdido. Pese a que las circunstancias desemejantes eran, pese a que la simulación del sentir impecable era, pese a que la dentadura del Black león se mostrara entre charlas verdaderas, con quienes conversaban eran conocedores del interiorizado dolor. ¿Superar la ruptura de una apasionada relación en menos de veinticuatro horas? Tan improbable cómo se leía.

— ¡Minnie! — saludaron los Merodeadores al entrar en su oficina.

— ¿Ya le he dicho lo hermosa que está? — preguntó James.

— ¿Se ha hecho algo en el cabello? — cuestionó Sirius — ¡Porque se ver estupenda! — halagó.

Minerva estuvo a punto de regañarlos por tales comentarios en un día tan nostálgico como ese, pero no contaba con que faltaba el comentario de un merodeador más.

— Esa túnica resalta sus ojos, profesora — elogió Remus con una leve sonrisa.

La jefa de la casa Gryffindor observó con atención al castaño, no creyendo posible que hasta el más respetuoso del grupo de bromistas se prestara para los comentarios burlescos de sus compañeros. Pero contradictoriamente a sus pensamientos, una sonrisa brotó en su rostro.

— Agradezco sus halagos, jóvenes — se vio respondiendo en vez de regañando.

Y por la asombrada reacción de sus queridos estudiantes, supo que valió la pena olvidarse de los protocolos por un instante.

Después de siete largos años, la profesora, a la que tanta estima y admiración le profesaban, aceptó sus halagos. Debido a tal magnifico momento, los tres merodeadores presentes agrandaron sus sonrisas, comenzando a festejar por su logro obtenido. Y Minerva observó todo con la sonrisa que no había desaparecido de su rostro. La misma que se agrandó cuando los tres leones amigos del grupo de bromistas ingresaron, enterándose de la razón del festejo de los merodeadores y uniéndose a ellos.

La felicidad presentada se consumió en una brevedad que la aturdió. La profesora acostumbraba a los largos agasajos protagonizados por los predilectos bromistas. Reparó en las nostálgicas facciones del grupo de estudiantes, y es a ellas a quienes atribuyó la culminación de tales risas.

Contempló los empujones que el joven Black y Potter otorgaron al que presentaba más aflicción. El joven Lupin negó con una sonrisa por la cálida brutalidad de sus amigos. Fue entonces, terminado el patrón de soporte con destino al de cicatrices, que los estudiantes de su casa fijaron su vista en su persona. No apartó su mirar, ella mantuvo la conexión a pesar de no poseer certeza de lo que deseaban. Porque aseguraba que los menores esperaban una indicación de su parte, lo sabía debido a que la miraban expectantes.

— ¿Minnie? — llamó con duda.

— Sí, joven Potter — le dio pie a que preguntara.

— ¿Qué esperamos? — los contemporáneos a James asintieron, manifestando con tal gesto su igual confusión.

La profesora parpadeó, frunciendo su ceño, pensando que se trataba de alguna capciosa pregunta. No obstante, desechó la idea al sentir el desbordante desconcierto que exteriorizaban sus alumnos.

— A la señorita Jone — contestó.

Esperaba de ellos un tarareo de afirmación, resondrándose por ser capaces de olvidar que la mencionada también iría al aniversario luctuoso de quien, en su momento, fue su gemela de cariño. Sin embargo, lo que recibió fue contradictorio a lo pensado.

En lugar de un tarareo colectivo, hubo reacciones singulares en cada uno. Las parejas presentes compartieron miradas preocupadas, mientras que los dos jóvenes exhalaron el aire que contenía como si respirar les pesara.

El decaído semblante recién se hizo presente. Minerva notó el ausente ánimo que los invadía cuando la mencionaban. Así como también la forma en que el vacío era rellenado por su opuesto. Y puso en duda su decisión de no aceptar lo contado tanto por los cuadros como por sus colegas.

Su tranquilidad comenzó a flaquear al pensar que los nombrados podrían tener razón. Porque de tenerlo, las secuelas de una discusión y ruptura entre el grupo de amigos cambiaría... Un sobresalto colectivo por los toques en la puerta los sacó de su ensimismamiento.

Con un movimiento de su mano, Minerva abrió la puerta de su oficina. Dando un cuarto de vuelta, los leones se encontraron con la persona que de sus pensamientos no salía.

Estando frente a todos, obtuvo una vista sin igual. Camisa y falda como Lily y Alice no vestía. Una sonrisa tuvo que reprimir, pero su fuerza de voluntad, capaz de controlar su mirada, no fue. ¿Describirla en sencillas palabras? No, tales términos desvanecían de su léxico pues él se convertía en un experto de vocablos rimbombantes en su presencia. Solicitado era la oscura vestimenta, y era claro que ella no alzaría objeción por ser conocedora del beneficio que usar tal prenda le traería. ¿Su piel? La misma que era más que tersa, resplandecía entre las oscuras telas que siempre le quedaban perfectas. Falacia sería el negar las sensaciones que lo invadió observarla en traje. Seguro estaba, porque acostumbraban a compartir sus planes, que lo oculto por el saco era un corset. No, dudas no tenía que lo traía puesto, su ceja enarcada por su examinación afirmaba lo pensado.

La sonrisa fue más difícil de reprimir. Porque a pesar de su clara advertencia, dejo que sus ojos culminaran lo empezado.

Fanáticos de los productos muggles se consideraban. Sí, admitía, su gusto comenzó cómo una forma de irritar a su apreciada madre. Sin embargo, esta se convirtió en una afición compartida cuando descubrió, lo que él denominaba, productos que embellecían lo perfecto, haciendo alusión a sí mismos, porque eran de los pocos que utilizaban tales en el castillo. Tentadora, le indicó con una simple mirada. Porque lo era, pese a las imperturbables facciones, deseaba cernir sus labios contra los suyos, buscando el placer de la tentación sin terminar desarrollándose.

¿Terminaste?, demandó arisca. Transmitió una negativa y causó exasperación en su persona. ¿Era posible? No, sólo mantenía su fachada, pensaba. Muchas veces le reclamaba por su examinadora mirada, confesando lo expuesta que se sentía. Pero ella lo sabía, una vez que comenzaba debía terminar, sacrilegio sería la suspensión de su admiración. La misma que iniciaba con los aspectos banales y cerraba con los trascendentales.

Y la tarea de reprimir su sonrisa se simplificó.

— Buenas tardes — los saludó segundos después de conectar miradas.

Pero Sirius sabía que era su forma de evitar el descubrimiento de la oculta manifestación física de sus pesares.

— Hermosa como siempre, Profesora — elogió sonriéndole.

Quiso abrazarla. Deseó darle a entender que no debía fingir. Que al igual que ella, la de pelirroja cabellera usó los mismos métodos para tapar los frutos del sufrimiento que ambos vivían.

— Gracias, señorita Jone — la recién llegada parpadeó extrañada.

— ¿Acabas de...? — la pelinegra negó sonriente — Un poco tarde ¿No crees, Minie? — fastidió.

La nombrada negó con una sonrisa, moviendo su mano en un vaivén de abajo hacia arriba, con una complicidad espontanea. Una que no fue sinceramente retribuida, el de grises ojos lo supo cuando achinó sus ojos tras sonreír. Los chocolatosos ojos se habían amargado y por ello se habían derretido, por más cubierta de pliegues que estuviera, las manchas dejadas para él eran fáciles de ver.

Por más que estuviera fingiendo, aún le permitía leer.

Inmiscuido en sus pensamientos, perdió hilo de las conversaciones a su alrededor, acción a la que se estaba acostumbrando después del suceso. Por ello, indiferente se mostró al suspiro contemporáneo que sus amigos exhalaron cuando la última en llegar se convirtió en la primera en dirigirse al lugar citado.

— ¿Puedo saber qué sucedió con la señorita Jone? — insatisfecha la profesora quedaría por la respuesta física respondida.

Porque con la misma rapidez en la que formuló la interrogación, los leones fueron desapareciendo tras las llamas verdes de la chimenea al musitar el nombre de la residencia donde se juntarían con el joven Lovegood.

— Chicos — saludó con una sonrisa, una de alivio.

Xenophilius se acercó a los leones, posando su vista en cada uno de ellos. Igual que en un casete, las palabras con las que describía a cada uno de sus amigos se reproducían en su interior.

— Remus — el hermano vislumbró su rostro iluminado por una amplia sonrisa que provocaba un tierno sonrojo al lado del mencionado.

— Xeno — el enamorado divisó su sonrisa traviesa, la que siempre aparecía cuando veía la espalda del mencionado para sorprenderlo con un abrazo de espaldas.

El fantasma desapareció al acercarse para saludarse con un apretón de manos. Sus ojos dejaron de buscarla al lado del contrario para mirarse. La conexión de iris bastó para concordar que tal saludo no era el suficiente apoyo físico.

Y por ello se abrazaron.

Pensando que tendrían una parte de ella entre sus brazos, ellos querían creer que el gesto compartido los ayudaba a absorber el sufrimiento del otro, que los ayudaría a aliviar la pesadumbre que conocían en piel propia. Más en su interior, sabían que la absorción solo era parte de su imaginación.

— Muchas gracias por venir — exclamó una vez separados — Nosotros, yo... — negó, presionando los hombros del hombre que dio todo por cuidarla cuando egresó de Hogwarts.

— Lo sé — interrumpió con el intento de una sonrisa, imitando la acción de presión para brindarle fuerzas — Lo sabemos, por ello estamos aquí.

Xenophilius se alejó de su antiguo cuñado para saludar propiamente a los demás invitados. Riendo levemente por las bromas de James Potter y Sirius Black, los hermanos postizos de su pequeña castaña, como ella los apodaba. Abrazó a las mejores amigas, las chicas que conocía desde que tenían once años, quienes en su momento habían jugado con su largo cabello en un verano que visitaron su casa. Y también saludó a Frank, con quien siempre se reía de las ocurrentes morisquetas que su hermana le otorgaba. Y por último la saludo, la profesora con la que más se relacionó por ser la jefa de su casa. Además de ser quien decidía los castigos por sus luminosas bromas.

— Gracias por venir, Profesora McGonagall — exclamó solemne.

Dumbledore le escribió que un auror acompañaría a los estudiantes. Por lo tanto, sorpresa sintió al verla suplantar al mencionado mago. Al igual que la admiración hacia la mayor se hizo 'presente en el momento en que los puntos de las razones por las que venía se unieron, brindándole una conclusión a la respuesta del porqué de su participación en el aniversario luctuoso.

— No es nada, joven Lovegood — brindó una sonrisa cálida.

A vista que su pareja terminó de saludar a los recién llegados, Pandora con una mirada se disculpó con la persona que estaba hablando. Adhara rodó los ojos divertida, la empujó sutilmente, dejándola ir a saludar a los leones, siguiéndola por detrás, evitando a toda costa interactuar con los mencionados.

— Bueno, es momento — Xenophilius indicó.

— A donde usted ordene, capitán — los tres merodeadores imitaron el saludo de un soldado.

— Jóvenes, compórtense — regañó Minerva, preocupada por la reacción del exestudiante.

— No se preocupe, profesora — Xeno pidió.

— Alegrías es lo que necesitamos hoy día — Pandora comentó.

La mayor asintió sin réplicas porque no se requerían de ellas, la Ravenclaw poseía verdad en sus palabras. Efectivamente, más llevadero sería experimentar la jornada con entusiasmo, el mismo que, gracias a las ocurrencias de los leones, este nacía.

La caminata hacia la necrópolis donde la castaña se encontraba fue amena. Entre contándose qué había sido de su vida desde la última vez que se vieron — donde claramente ignoraban las últimas discusiones — y las felicitaciones por las buenas nuevas que Xenophilius compartió, pareció que se olvidaron del impacto sentimental que vivir ese día traía.

— Y... ¿Cómo se encuentran los señores Lovegood? — preguntó Remus.

Había deseado indagar sobre la inexistente presencia de quienes fueron sus suegros en tal evento. Días posteriores, él supuso que ellos también los acompañaría ¿Cómo no, cuando se trataba de una visita a su hija? Más tal parecía que se equivocó, y esperaba que la ausencia de los señores Lovegood no se debiera a alguna indisposición física.

Después de todo, en el profeta leyó que la viruela de dragón se estaba esparciendo por los magos de gran bretaña. Contagiando y afectando mortalmente a los adultos.

— Están bien — contestó Xenophilius, desviando su mirada del castaño hacia al frente, concentrándose en el camino — Ellos... Bueno...

— ¡Phillius! — Adhara se acercó por detrás del rubio, empinándose para rodearlo con un brazo — Te olvidaste de mencionar si la reunión de tus padres terminaría antes o después de que nuestra visita — Remus asintió para sí mismo, tan concentrado en la presencia cercana de la pelinegra, que obvió la mirada de agradecimiento del rubio — Más por su ausencia puedo darme una idea. ¿Nos darán el alcance?

— Me temo que no — respondió siguiendo el hilo de la conversación — Más no deben de preocuparse, procuraron venir en la mañana — explicó medianamente la verdad.

— Podrías habernos avisado — comentó el de cicatrices, encogiéndose de hombros — No hubiésemos tenido inconveniente en venir más temprano — mencionó, conectando su mirada con la que durante una semana había buscado.

Y cuando pensó ver un atisbo del afecto que se tenían, la pelinegra habló.

— La reunión comenzaba a las altas horas de la mañana, una lechuza no sería tan rápida para avisarnos del cambio de hora — informó seca, intimidándolo a que continuara hablando con una ceja alzada — Además, creo que no nos percataríamos de tal mensaje dado los últimos sucesos ¿No es así? — pero ella ya sabía la respuesta del licántropo.

Al notar la postura encorvada que tomó Remus, Xenophilius se preguntó de qué sucesos hablaba. Sintiéndose cohibido — además de extrañado — al escuchar el atacante tono de voz por parte de la pelinegra.

— ¡Cierto, Xeno! — la confusión pintó su rostro por el repentino cambio — Tenía que preguntarte sobre algo — le informó, dejando de rodearlo con un brazo y encadenando sus brazos, animándolo a caminar más rápido.

— ¿Todo bien, Adha? — quiso saber, preocupándose por el cambio de ánimo de la pelinegra.

— Nada de lo que debas preocuparte — el rubio asintió aun sabiendo que tal contestación era un claro motivo para saber que ella no se sentía como aparentaba.

Escuchar tantas veces lo frustrante que era para su hermana descifrar lo que verdaderamente Adhara sentía le ayudaba a manejar el momento. No obstante, no la hostigaría con preguntas. Al fin y al cabo, por más sangre compartida, él no era su hermana. Por ende, no era poseedor de la ciega confianza de la serpiente.

— Gracias — mencionó una vez concluido sus pensamientos.

— No hay por qué — respondió ella — Solo te aviso que no es... él no es tonto. Se dará cuenta en algún momento — el rubio dejó salir un suspiro.

— Lo he intentado.

— No te estoy reprochando, Xeno — lo empujó con suavidad — Sé más que bien que no es tu culpa, ellos siguen dolidos. Y cuando uno lo está, no hace más que imaginar lo peor de todos los colaboradores de tal pesar.

— Remus no fue... — quiso hablar, más fue cortado por la fémina.

— Sé muy bien que no lo fue — Xenophilius verificó las palabras de su hermana al ser quien recibía la mirada intensa de Adha — Pero no podemos convencer de lo contrario a quienes son nublados por decisión.

— Mis padres... — negó — No hay excusa para lo que piensan.

— Tal vez no, tal vez sí — se encogió de hombros — De lo que estoy segura, es que en la situación que atravesamos, todo es válido y permitido — dejó de observarlo para mirar al frente — Se culpa a los cercanos y a los lejanos. A los emparentados y a los desconectados. Ante los ojos adecuados seremos inocentes. Ante los ojos nublados seremos culpables. ¿Pero quién es aquí el verdadero culpable? ¿El causante del dolor? ¿O uno mismo por no permitirse sanar?

El Ravenclaw calló ante sus palabras, sin saber qué pensar.

— Sólo recuerda, si no hubiera peleado contra Vol-... — la exaltación del rubio cortó que lo nombrara — contra quien tú sabes quién ese día, para los señores Lovegood, también sería considerada una vil cómplice de su muerte — asintió a sus palabras — No seas tan duro con ellos, suficiente tienen al lidiar con su propia dureza.

— Gracias — mencionó.

— No hay porqué — repitió divertida — Ahora cuéntame ¿Cómo es eso que ya están comprometidos? ¡Me tenías que haber avisado! ¿Sabes cuántas veces ella hablaba de este momento? — el rubio soltó una carcajada — ¡Ni te atrevas a reírte! ¿Sabes que planeó su matrimonio? Y cómo la olvidadiza que era, me obligó a apuntar todos los detalles que se les ocurría para su gran momento — contó animada.

Y a distancia, el plomizo se sintió afortunado de verla sonreír genuinamente.

°•°(...)°•°

Todo era innovador, admiraron. Desde las decoradas y coloridas alfombras, hasta los pequeños arcoíris formados por la proyección de la luz en los cristales del hogar. La casa de Xenophilius y Pandora transmitía una fantasía de encanto.

Estar donde Paula descansaba fue menos... doloroso de lo pensado. Todos se habían sentado en media luna, rodeándola. Cada uno conversó con ella, en tonos que sólo su interior era capaz de escuchar. Cómo llevaban haciendo desde el principio del día, compartieron muchos más recuerdos donde la castaña protagonizaba cada uno de ellos. Dado el momento, permitieron que cada uno le conversara en solitario, para que le transmitiera lo que en voz alta debía de ser pronunciado. Más al final, los leones pidieron un momento a solas entre compañeros de casa.

Ninguno refutó, porque sorprendiéndolos, fue Adhara quien animó a los demás para ir avanzando a la salida de la ciudad de los que descansaban. Y aunque quisieron creer que era porque comprendía su necesidad de que la camada estuviera sola, ellos deducían que su acción se debió a la aversión que les profesaba.

Y cuando sus conocidos se alejaron, se quebraron.

Explicaron entre temblorosos tonos, se defendieron ante el imaginario juicio y a pesar de saber que se encontraban en la ciudad de los callados, ellos pidieron concejos a la sepultura.

Entonces, sucedió.

Un pequeño arcoíris, como los que poseía la casa donde después de la señal se dirigieron, apareció en la piedra que tanto miraban.

— Muchachos — ellos habían dirigido su vista hacia la profesora McGonagall — Ya es hora de retirarnos — asintieron, sin apartar su vista de ella.

Sin apartar su vista de la forma en que el sol se reflejaba entre los lentes que descansaban en el pecho de su profesora, los mismos que eran causantes del que consideraron una respuesta a sus dudas, una ayuda que Paula les mandó.

Ahora, todos se encontraban en la casa de los prometidos. Sentados en los cojines y sofás, conversaban mientras comían de los bocaditos que Pandora gentilmente les ofreció.

Ya no rememoraban recuerdos, sino que estaban creando uno nuevo. Compartiendo sus opiniones de la hermosa decoración, donando ciertas ideas para la realización de su boda y disfrutando de los ocurrentes proyectos que ambos compartían, como era el caso de un periódico que contara lo que consideraban temas más importantes que el apartado de chismorreo del profeta. Lo disfrutaron, a pesar de las respuestas cortantes de la serpiente hacia ellos cuando preguntaban en general, intentando establecer alguna interacción con ella, supieron apreciar el momento compartido.

No obstante, las quejas no se hicieron esperar cuando la profesora McGonagall indicó que era momento de volver al castillo. Más la mayor quedó nuevamente sorprendida de la brevedad en la que convenció a los leones. Y quedó anonadada cuando fue Adhara a quien se negó a regresar.

— Oh vamos Minnie — pidió — Cuando estuvimos esperándolos, dijo que estaba de acuerdo — mencionó.

— El sol se está ocultando, Señorita Jones — replicó.

— Permítele quedarse, Profesora — Pandora tomó la palabra — Le prometemos que no llegará a tan altas horas.

— Sólo deseamos conversar más — Xenophilius también intervino — Por favor, profesora — se unió a las peticiones.

Un asentimiento pesado fue suficiente para que la pelinegra celebrara por su victoria, agradeciéndole con un abrazo. Las dos águilas también le agradecieron y luego de las despedidas, los leones abandonaron el cálido hogar para regresar al que consideraban uno.

Tras viajar por polvos flu hacia la oficina de la profesora McGonagall, se dispusieron a agradecer a la nombrada y despedirse. Poseían la intención de llegar a la habitación de los merodeadores, donde acostumbraban a juntarse a coordina, para pensar en qué forma pedirían concejos a su jefa de casa.

Pero sus planes se vieron truncados de la misma forma que la puerta de donde esperaban salir.

— Tomen asiento — indicó, apareciendo seis sillas delante de su escritorio.

Obedecieron, después de todo, era la única opción que les quedaba.

— ¿Puedo saber que sucedió con la señorita Jone? — repitió la pregunta que ignoraron.

Ninguno respondió. No estaban siendo regañados, al menos no ahora que la profesora desconocía con exactitud los actos que cometieron.

— Sí, profesora — tomó su tiempo, pero alguien respondió — Sí puede saberlo.

— Alice... — reconocían que necesitaban de la ayuda de McGonagall, pero pensaban que primero acordarían lo que dirían.

— No — los cortó — Ya me cansé de escucharlos y aceptar las decisiones que tomaron — mencionó, haciendo memoria las tantas veces que optaron por el voto mayoritario — Tuvimos que haber hecho esto desde un principio — dijo segura de que, tal vez, conversar con su jefa de casa hubiese disminuido las atroces consecuencias de sus decisiones — La verdad Profesora McGonagall, es que investigamos a Adhara.

— ¿Investigaron? — repitió, no esperándose tal respuesta.

— Así es — confirmó, pasando por alto las miradas de sus amigos porque no dijera más — Y no solo eso, sino que la seguimos y espiamos porque dudábamos de su posición — la profesora se tomó de las manos, apoyando esta unión en su escritorio, expectante a lo que seguiría diciendo — Teníamos razones para pensar que ella podría estar reuniéndose con los seguidores de quién usted sabe quién.

Y ya no hubo forma que se detuviera.

McGonagall escucho atentamente todo lo que su alumna le estaba contando, no dejando escapar ningún solo detalle. Alice definitivamente no estaba dejando escapar nada, relatándole cada una de las razones por las cuales desconfiaron de Adhara y mencionando las pruebas físicas — que en su mayoría eran fotos — que anclaban en una pared de la habitación de los Merodeadores. También contó las discusiones que entre ellos. Las veces que dimitieron de su investigación para luego volver a caer en la necesidad de descubrir respuestas de una conversación escuchada hace semanas. Finalizando, con la narración de la discusión que tuvieron con Adhara, aquella que aún estaba impresa en la memoria de todos porque no había pasado mucho tiempo de haber sucedido.

— Fue después de que saliera de la enfermería — relató — Presentamos nuestras dudas, y luego ella... — cerró sus ojos tomando algo de aire, recordar lo afectada que se veía dolía — Como imaginará, discutimos. Estuvo a punto de irse después de que mostrara su antebrazo, donde no existía ninguna marca, más Marlene la detuvo.

— ¿La señorita McKinnon? — repitió con duda, su alumna afirmó en un tarareo.

— Como le mencionamos, también existía esta duda acerca de la leyenda de las cinco grandes — la mayor transmitió que se acordaba de ello con un asentimiento — Por lo que Marlene le pidió que le mostrara la marca que, creíamos, las que estaban conectadas con la leyenda poseían. Y entonces, todo empeoró — suspiró, apretando sus manos para darse apoyo — Prohibimos que se fuera — incluyó a todos, por más que Lily fue quien lanzó el hechizo — Discutimos más fuerte, Adhara... Ella... Ella de verdad se veía dolida, decepcionada de nosotros — confesó, bajando su mirada por el sentimiento — Seguimos con nuestra petición y nos advirtió de que si lo hacía ya no tendríamos relación alguna.

— Quiero imaginar que es allí donde termina ¿Cierto? — cuestionó al notar el silencio de su alumna.

— No — Alice no fue capaz de mirar a su profesora — Porque después de un intercambio de palabras, hicimos algo peor.

— ¿Qué cosa?

— La atacamos por la espalda.

Alice aún lo recordaba, recordaba como ella junto con su pareja y Remus fueron quienes lanzaron los hechizos. Cómo habían cometido un acto tan cobarde, tan... traicionero como ese. Ahora se sentía tonta, estaba resentida consigo misma por tomar tal desesperada decisión. Se sentía una completa idiota, todo por hacer uso de la valentía de la que presumía para ir en contra de lo coordinado, todo por no presentar todas las dudas que poseían ante su jefa de casa cuando debieron hacerlo.

— La atacaron por la espalda — repitió escéptica, no creyéndolo posible, pensando que sus oídos se habían equivocado al escuchar esas palabras.

Más con sus ojos confirmó lo que suponía era un error. Ninguno de sus alumnos era capaz de siquiera mirarla. Sus cabezas estaban gachas, pero aseguraba que sus rostros tenían todos los tintes de la vergüenza.

— Me decepcionan — el nudo se hizo más fuerte — Realmente lo hacen. Comprendo en su totalidad que hayan tenido dudas, en especial por los momentos que afrontamos. ¿Pero no enfrentarla de frente? ¿Generarse tantos problemas por temor? — era severa, admitía que estaba siendo dura.

Pero de alguna manera, ellos necesitaban de ese golpe para reaccionar. Necesitaban caer en la realidad, en las consecuencias de sus decisiones. Porque no alcanzaba con la experimentación, ellos debían comprenderlo.

— Y atacarla por la espalda... Es el acto más cobarde que han podido cometer, es el acto que me ha decepcionado — les hizo saber.

— Sabemos que nos hemos equivocado, pero...

— ¿Pero? — repitió impetuosa — No, si intentan defender este acto, es que aún no comprenden lo que sus actos han causado — cortó de tajo.

Aprovechando que ninguno le prestaba atención, dudó de lo que realizaría. ¿Estaba permitido hacerlo? Sí, claramente tuvieron una larga conversación de cuando ellos debían de enterarse. Siempre anticipaba todos los techos, adelantada por dos o más pasos su alumna siempre estaba. Pero aún así, después de lo que sus alumnos hicieron, dudaba si eran merecedores de ello.

Y luego lo recordó, lo que ella tantas veces hablaba de si en un hipotético caso, que terminó siendo el real, ellos desconfiaran tanto como para alejarse, ninguno de los cuidados brindados se cambiaría.

Por más errores, a ellos escogí. La escuchaba como si se encontrara a su lado. Son lo único que me quedan, así que nada cambiará mi palabra.

— La señorita Jones sí se ha reunido con los denominados mortífagos — fue testigo de la exaltación en sus alumnos — Las suposiciones que poseen sobre la conversación que escucharon es cierta. No era la primera vez que se reunían, ni tampoco fue la última.

— Pero... Entonces... ¿Por qué? — a pesar de no ordenar sus ideas por el pasmo, Minerva entendió la pregunta del miope.

— Ella es una Slytherin peculiar — admitió — Saben bien que no es partidaria de la creencia de superioridad de la sangre. Esa es la razón por la que es en quien confiamos para encargarle esa misión.

— ¿Confiamos? — la profesora esperó a que el joven Lupin llegara a la conclusión — El director Dumbledore, ¿No es así?

— Así es — confirmó — Dumbledore fue quien le pidió que lo ayudara a prevenir que los alumnos fueran reclutados, al mismo tiempo, que consiguiera tanta información como pudiera.

— ¿Pero por qué? — quiso saber la de rojas hebras — ¿Qué harían con la información que recolectarían?

— Una guerra se da por la pelea entre dos bandos — todos estuvieron de acuerdo con su explicación — Pero ¿Cómo se denomina al grupo que dentro de un bando se forma? — cuestionó.

— Quiere decir que ¿Hay una organización en la cual Adhara, el director Dumbledore y usted, son parte? — preguntó Frank con notable curiosidad.

— La orden del Fénix — reveló el nombre — Creada por Dumbledore, busca ponerle un fin a quien usted sabe quién. La información obtenida variaba entre nombres de los mortifagos, paraderos y...

— Formas de comunicarse — completó Lily, recordando la conversación que escucho.

— Y no solo termina allí — siguió hablando — Mencionan que la han visto desaparecer por los bosques, que no la encontraban durante días por el castillo — ellos asintieron, sabiendo que el último hecho fue una improvisación de Alice para no desvelar el mapa del merodeador — Se debe a que, verdaderamente, la señorita Jone abandonaba el castillo.

La sorpresa que jamás los abandonó aumentó. La información brindada era arrolladora. Y no mutaba su intensidad tras cada revelación.

— Junto con seleccionados integrantes de la orden, participaban de los contrataques, defensas y capturas de los seguidores de ustedes saben quién — dijo.

— ¿Por qué no nos contó? — Lily cuestionó.

— ¿Por qué debería de contarles? — Minerva devolvió la pregunta — La orden del fénix es una organización secreta, no es revelada a quienes no consideramos de confianza, porque de hacerlo, estaríamos exponiendo a peligro tanto a quienes pertenecen como a los conocedores de este.

— ¿No confiaba en nosotros? — Remus preguntó con pesar.

— Ella lo hace — contestó — No fue cuestión de confianza, fue de protección — aclaró — Tuvimos un acuerdo, muchos, de echo — se corrigió — Pero en todos ellos siempre predominaba un objetivo. La señorita Jone es más que conocedora de las consecuencias de ser una persona activa en la guerra, ella comprende todos los riesgos a los que se expone. Ella no es parte de la orden — aclara — Pero nos ayudamos mutuamente.

— Mientras ella los ayuda con la información y ataques, ustedes... — James deja en vacío, esperando a que su profesora contestara.

— Nosotros brindábamos nuestra protección — completó — Asegurábamos que quien ustedes saben quien no diera con información que los señalara como personas con capacidades dignas de ser reclutados. Asegurábamos que, tras cada verano, tanto ustedes como su familia contaran con protección, la cual aumentó tras el atentado de hace un año — comunicó — Todo esto, siempre y cuando, cumpliera con lo solicitado por Dumbledore.

— ¿Desde cuándo? — quiso saber Lily — ¿Desde cuándo ella está dentro de esto? — la angustia en su voz delató su preocupación.

La profesora admiró como los verdosos ojos de su alumna de desazón estaban impregnados. Y por primera vez, se vio con la obligación de traspasar el saber que le imploraron jamás revelar. Porque a pesar de los errores cometidos, se vio a ella misma con la necesidad de intervenir en la ruptura, en bautizarse como el nexo entre los jóvenes de su casa y la estudiante predilecta. Ya que, de no serlo, temía de las secuelas.

— Desde los trece años — respondió, silenciando los recuerdos de sus declaraciones.

— Desde que... ¿Desde que ingresó a Hogwarts? — Minerva observó el requisito de una confirmación.

— Así es — y eso fue lo que les ofreció.

— ¿Cómo... cómo es posible? — indagó Alice.

La leona se convirtió en el centro de atención. No por ser la única en hablar después de la confirmación de la profesora, sino, por el resentimiento impregnado en cada una de sus palabras. Su mirada se alzó, confrontando con furor el preocupante semblante de su maestra. No comprendiéndolo, no queriendo aceptar lo dicho por ella.

— ¿Cómo es posible que sus padres permitan...? — Frank unió sus manos intentando que se relajara.

Debido a que estos en focalizadores de sus sentimientos se habían convertido.

— ¿... que dejen que ella se involucre...? — negó con la cabeza.

Cabeza que estaba enfocada en recordar a la pequeña pelinegra encargada de hacer reír a todos en su selección de casa. La sonriente niña de trece que desde su presentación en el castillo formó parte de los causantes de ciertas alegrías en su grupo.

— ¿Cómo es posible que sus padres permitan que ella se vea sometida desde tan pequeña en esto? — fue capaz de formular su pregunta sin interrupciones de su intensa ira.

Y a lo mejor, la ceguedad que por este sentimiento poseía, fue culpable de que no viera las claras respuestas. A lo mejor, la sorpresa fue culpable de que quienes no podían responder por falta de saber, ignoraran las posturas de quienes sí podían. A lo mejor, la conexión de unas miradas fue culpable de la exposición del inicio del hilo trenzado.

— Los padres de la señorita Jone... — su hablar comenzó.

— Minnie — el gris la detuvo — No.

— Joven Black, ellos... — intentó persuadir.

— No — repitió con exigencia — Ella no les ha contado — hizo saber.

Confusos los espectadores se sintieron. La incomprensión se presentaba tras la intrigante búsqueda de un conocimiento que se les era negado por su amigo.

— Tienen derecho a saberlo — declaró Minerva, denegando la grisácea solicitud.

— ¡No lo tienen, Minerva! — levantó su voz.

Tras los lentes, los ojos se expandieron, no creyendo el tono de voz empleado.

— No lo tienen — repitió con una severidad calmada — Ha escuchado que desconfiaron de ella — los aludidos dejaron de observar a su amigo por el hincón del recordatorio de su acción — ¿Y aun así cree que merecen saberlo? — preguntó retóricamente.

— Si ella les hubiera contado... — su intento de deducción fue cortado.

— Sabes lo que sucedió ese día — se paró de su asiento — Conoces bien el impacto que tuvo en ella como para que...

— Y por ello, — interrumpió su hablar — Sé que es lo que ellos necesitan para...

— ¡Te confío todos sus temores! — imitó su acción al cortar sus palabras — Minnie, no — sus miradas conectaron — No lo hagas — la súplica se vio representada en su mirada.

Más la firmeza de su decisión no flaqueó. Menos aún, cuando en ella sentía el deber de impedir lo que consideró olvidado. Menos aún, cuando preguntaron.

— ¿De qué están hablando? — el miope se convirtió en el sumiso de la intriga.

— Los padres de Adhara están muertos — contestó sin apartar su mirada del alumno que le imploraba silencio.

No obstante, la vuelta atrás no existía. Y ni un giratiempo lograría cambiar el suceso. Ningún artefacto mágico dispondría de la habilidad para interceptar la exposición. La profesora McGonagall aseguraba que nada impediría demostrar la desnudes de las decisiones tomadas por su joven alumna.

Porque cuando los leones pensaban que no existía una información más reveladora como lo era la muerte, su profesora les hizo saber, cómo muchas veces en sus clases se dio, que estaban equivocados al suponer.

— Quien ustedes saben quién los mató hace cinco años — informó.

°•°(...)°•°

Sirius Black

Palabras e improperios se escuchaba a lo lejos.

James intentó sacar respuestas de mi silencio, quejándose por no compartirles tal secreto. Acompañándolo, Remus inició con sus inferencias, buscando una respuesta que no recibiría de mí. Más no fue el único, porque uniéndose a la revuelta, Alice siguió con sus preguntas inquisidoras.

Pero en lo único que me podía concentrar, era en su mirada. Negándome a creer la traición que la mujer más leal conocida por mi persona cometió.

— ¿Por qué? — salió de mi boca.

No flaqueó. La característica que más admiré de ella, su firmeza, comenzaba a transformarse en la que más me desilusionaba.

— Necesitan saberlo —respondió segura de sus palabras.

— ¿Necesitan saberlo? — mi voz se crispó — ¿Te has parado siquiera a pensar lo que ella necesita? — espeté.

— Joven Black... — no, no me detendría.

— ¡No, Minerva! — la corté — No tenía derecho, era su decisión contarles, no tuya.

— ¡Una decisión que jamás tomaría por la desconfianza que profesa a toda persona que se le acerca! — acusó.

— ¡Y con justa razón la tiene! — la defiendo.

Porque recordaba cada una de las noches en que se aferraba en mi persona por los temores que la sofocaban. Porque respetaba cada una de las decisiones que tomó por el pavor de pensar en las consecuencias que revelar datos traería. Porque si aun existía una forma de solucionarlo, permitir que su secreto sea revelado acabaría con ello.

— Sirius... — Remus intentó calmarme.

— Todos en quien ha confiado la han traicionado — ignoré al castaño e imité la severa mirada de quien tenía en frente — Incluyéndote — declaré, obsequiándole una mirada de tedio.

La profesora McGonagall parpadeó. Su ceño fruncido titubeó y, por primera vez, fui espectador de su decaído semblante.

— Deben saberlo — negué.

No estaba dispuesto a escuchar sus razones, ya no escucharía más explicaciones.

— No porque usted lo crea debe de ser cierto, Minnie — dije su apodo con un deje de ironía.

— Necesitan saberlo, o sino...

— Bien — acepté que no se detendría — Pero yo no me quedaré a verlo — compartí mi postura — Ya no seré un traidor por ser mero espectador.

°•°(...)°•°

Omnisciente

Resonando dentro de Minerva quedó la última frase dicha por su pelinegro alumno antes de que este decidiera salir de su oficina. No pudo dejar de observarlo, no cuando despertó de su desmoralizada decisión, la que tomó a fin de evitar más pesares en la vida de sus estudiantes.

Sirius acertó al tomar marcharse, porque cómo en sus adentros supuso, los demás lo siguieron, preocupados por su arrebato. Minerva suspiró al escuchar las rápidas despedidas y lamentos de sus cuatro estudiantes, siendo testigo de la escasez de vacilación al disponerse en perseguirlo.

Se quitó los lentes. Sus dedos delinearon el puente de su nariz, intentando que la tensión desapareciera. Tan concentrada en su relajación se mantuvo, que sólo cuando levantó su mirada, pudo caer en cuenta de una borrosa figura que se mantenía sentada frente a su escritorio.

— Es una de ellas ¿Verdad?

°•°(...)°•°

Adhara Jones

Escondí mi carcajada tras una mano. Observé con gracia el nuevo estilo que Xenophilius consiguió tras uno de los inventos de Pandora. La mencionada también se quería unir a mis risas, lo sabía por la graciosa mueca y el sonrojo que traía al esforzarse en contenerlas.

— ¡Te ves fantástico, Xeno! — comenté una vez que pasé el bocado que me habían invitado — Pido ser la siguiente, Pandora — mencioné con un guiño.

— ¡Adhara! — regañó con un deje de diversión — ¡No cooperas! — se quejó — Uh, puedo arreglarlo cariño — murmuró hacia el rubio.

— ¿Arreglarlo? — cuestionó sorprendido — ¡Pero si me veo fantástico! — exclamó alegre.

Reí aún más, ignorando la mirada de ayuda que Pandora me brindaba. No cabía duda de que la supuesta charla tranquila con un par de leves tragos terminó siendo todo lo contrario. Y cómo prueba de mi afirmación, teníamos a un Xenophilius pasado de copas.

— ¿Ves, Dora? — exclamé sonriente — Se ve fantástico, así que es mi turno — pedí sin dejar de mostrar mis dientes en un gesto de inocencia.

La aludida negó, dejando por fin libre esa tierna y dulce risilla que poseía. Observé la forma en la que se acercó con lentitud hacia su pareja, quien seguía observándose en el espejo de su sala. Por medio de sus brazos, rodeó la cintura con una ternura exquisita. Escondí mi sonrisa nostálgica al tomar de la bebida que tenía en mis manos, sin dejar de observar la amorosa escena que la pareja brindaba.

Pandora de puntillas, descansando su cabeza sobre el hombro de Xenophilius. Ambos conversando entre murmullos que mis humanos oídos no eran capaces de oír. Las sonrisas bobas, las miradas resplandecientes y la enganchada atención por el ser que tenían al lado. Todo siendo eclipsado por el éxtasis de saber que lo suyo era correlativo. Xeno besó con ternura la coronilla de Dora y ella correspondió el gesto posando sus labios en la sonrojada mejilla del Lovegood.

Desvíe mi mirada, convenciéndome que la razón de mi acción era darles privacidad en tal íntimo momento. Tomé otro sorbo del contenido de mi vaso para luego comenzar a jugar con este. Las vueltas que daba por el movimiento de mi mano me hipnotizaron por quien sabe cuántos minutos. Hasta que, por el rabillo del ojo, observe la cabellera de la futura señora Lovegood. El suspiro que soltó causo la deposición de mi atención en su persona.

— No es nada — respondió a mi inquisidora mirada — Xenophilius ha estado decaído — informó al darse cuenta de que no cedería a su petición de ignorar su preocupación — Más hoy ha estado resplandeciente — asentí concordando con ella, rememorando la alegre aura que rodeó al aludido en toda la reunión — Me alegra demasiado que pudiera contar con todos ustedes.

Ustedes... Asentí con una tenue sonrisa antes de tomar nuevamente de mi bebida, evitando que alguna mueca se evidencie delante de la fémina.

— Es lo menos que podemos hacer — respondí a sus ultimas palabras, sintiendo un pinchón por hablar en plural — En realidad, la reunión nos ayudó a todos. Fue un apoyo mutuo, uno que necesitábamos en esta fecha — comuniqué.

La presencia de un aburrido silencio generó el crecimiento de la incertidumbre. Pandora era inteligente, era una afirmación de la que jamás dudaría a pesar de las fallas que sus proyectos presentaban en ciertas ocasiones. No me sorprendería si llegara a preguntar sobre la tensión entre los leones y mi persona. Lo que sí me asombraría, sería que no lo notara a pesar de los grandes actos de recelo que les dediqué.

— ¿Puedo saber que sucedió entre ustedes?

Sí, pensé. Realmente, Dora tiene esa respetuosa empatía de la que Paula siempre hablaba.

Quedé muda mientras divagaba en mis pensamientos. No tenía prisa, McGonagall me dio pase libre a trasladarme a la hora que considerara adecuada. Y Pandora no me presionaba responder. Podría tomarme una hora en silencio, pensando en mentiras sutiles para no evidenciar los pesados sentimientos que me provocó estar con ellos en el mismo lugar sin siquiera interactuar con cotidianidad. Por no obtener su apoyo...

Pero ya estaba cansada de mentiras.

— En resumidas cuentas, mi relación con ellos terminó — contesté.

— ¿Con todos ellos? — anonadada, así reaccionó.

— Con todos ellos — afirmé.

— ¿Incluyéndolo? — la amargura me invadió al caer en cuenta que no necesité de su nombre para saber a quién se refería.

— Incluyéndolo — confirmé, manteniendo mi vista fija en la parte media de su entrecejo.

Sabía bien que no soportaría su bondadosa mirada sin perecer ante la aflicción.

— Oh, Adha — murmuró preocupada, tomando mis manos entre las suyas.

— No te preocupes por ello, Dora — pedí, entrelazando nuestros dedos con timidez — No es que sea un tormento — me encogí de hombros — De hecho, es un suplicio librarme de su intensidad — bromeé.

— Sé que no nos tenemos la suficiente confianza — conectamos miradas — Pero no mientas por ello, por favor — pidió sin otra intención más que mi comodidad — No amargues más tu alma intentando suprimir tu dolor, no es lo que mereces.

— Quien no merece entristecerse por ajenos problemas eres tú, Dora — apreté nuestro agarre — De entre tantas personas, tu que mereces la calma en tu alma.

Estaba por sonreírle, intentando que con ello diéramos por concluido el tema. Esperando la creación de una nueva conversación que me distrajera del tormentoso diluvio de pesares en la que mi vida se veía envuelta.

Un súbito abrazo borró el inicio pensado de un nuevo tema.

— No sé quien te ha hecho creer lo contrario, — murmuró sin apartarse — pero tú también mereces calma en tu saturada alma, Addie — el apodo hizo eco.

Devolví el abrazo con una urgencia que no me creía capaz de sentirla. Me tomé el atrevimiento de profundizar el gesto, escondiendo mi rostro en su esponjosa cabellera. Si no tuviera suficiente que lidiar con la ausencia de estúpidos leones con los que me había encariñado, los recuerdos que brotaron con el apodo, con su apodo, de cuando ellos...

Cerré mis ojos. Así mis parpados se convertirían en una barrera que prohibiera la salida de odiosas lágrimas.

Pero fue una mala decisión. Lo supe cuando, hundida por la oscuridad, las borrosas facciones que les pertenecían y aún recordaba se presentaron en mi persona. Tomé aire, conteniéndome a realizar una desastrosa escena frente a Pandora. Le tenia aprecio y realmente confiaba en ella. Más ya no quería cometer más errores cómo los que hice por ellos.

La estrella que brinda esperanza cuando todo parece perdido, eso es lo que eres, Addie.

Se equivocaron, lo único que causaba era desolación.

°•°(...)°•°

Omnisciente

El crujir de las maderas le brindaba tranquilidad después de la acalorada tarde que experimentó. No por producto del fuego causante del sonido relajante, sino, por las dos intensas e importantes conversaciones de ese día.

Tras largos años de educar, la monotonía invadía su ser cuando revisaba los exámenes finales, escribiendo las notas obtenidas por el esfuerzo del estudiante a lo largo del año académico. Pero la mantenían concentrada, y se aferraba a tal factor para postergar su juicio ante los últimos acontecimientos.

El fuego agarró un tono verdoso al incrementar su magnitud. Su mano localizó su varita, a pesar de tener la certeza de que Adhara era quien viajaba por los polvos flu, no quedaba corta al prevenir.

— Gracias por permitir que me quedara más tiempo, Minnie — escuchó la voz de su alumna — Y disculpe la hora — se acercó a ella sonriendo inocente.

Dejó su varita en su escritorio y volvió a tomar la pluma, relajándose al escuchar las palabras que habían acordado antes de que la dejara en la casa de sus exalumnos.

— Llegaste justo antes de que el sol se ocultara por completo — comentó señalando su ventana — No te disculpes por ello, — dudó en seguir, pero debía de — dado los últimos sucesos, consideré que era necesario ese momento.

Bien decían que no había una segunda sin tercera, y por la postura tensa que adoptó la pelinegra, supo que otra calurosa conversación se avecinaba aquel día.

No tuvo que pedirlo, tras exhalar el aire retenido, Adhara se sentó frente a ella, lista para comenzar una charla indeseada. De saber lo que tendría que afrontar, la serpiente no hubiera negado la invitación de Pandora de quedarse más tiempo. Aunque no es como si realmente eso lo hubiera solucionado, porque al fin de cuentas, la pelinegra se veía rodeada por personas que intentaban ayudarla.

— Tal parece que acerté en lo que te negabas a aceptar, Minerva — exclamó, tomando la confianza de acercar su silla al escritorio de la nombrada para apoyar sus manos en esta.

— Sabes bien que no es necesario fingir — señaló, terminando de escribir una nota para alzar su mirada.

— ¿Y quién dijo que estoy fingiendo? — respondió en cuanto hubo una conexión.

— Adhara... — regañó con su nombre de pila.

— Sé en lo que me metí, Minerva — habló con la seriedad a la que estaba acostumbrada a observar — No me sorprende, yo misma te mencioné qué debías de hacer cuando sucediera — señaló, recibiendo un asentimiento de la mayor.

— Más no me vas a negar que tenías fe — notó un brillo vacío en los ojos de la joven — En ti veía la esperanza de que confiaran, una que ya has perdido.

— ¿Cómo no hacerlo? — cuestionó sin mirarla — ¿Cómo no hacerlo después de lo que han hecho?

— Están arrepentidos — informa recibiendo un molesto e irónico tarareo — Realmente lo están, después de contarles lo que consideré necesario, ellos de verdad se arrepintieron de todas las acciones que tomaron — Adhara la observó con una ceja alzada, descifrando lo que entre palabras quería decir — Ellos te profesan un gran cariño, Adhara, y por ello se arrepienten tanto de haber...

— ¿Qué les contaste? — cortó su discurso.

— ¿Qué? — murmuró confundida, uniendo sus manos.

— ¿Qué fue lo que les contaste, Minerva? — cuestionó nuevamente.

— Todo lo que acordamos — respondió moviendo su cabeza — Lo suficiente acerca de la orden y las misiones de las cuales ellos sospechaban — explicó.

Más Adhara notó que entre sus manos entrelazadas, uno de sus dedos sobaba su propio dorso. La miró dolida, reconociendo que tal acción la presentaba unicamente ante la ansiedad.

— ¿Qué les dijiste, Minerva? — volvió a preguntar.

— ¿A qué viene esa pregunta, Adhara? — preguntó ella luciendo exasperada, condenándose así misma por esa mirada.

— Minie... No fuiste capaz de contarles ¿Cierto? — quiso saber, por más que ya tuviera la respuesta.

— Yo jamás... — pero, aunque intentara mentir, sus ojos decepcionados la detenían — Iba a hacerlo — respondió.

Adhara la miró, con la ilusión de equivocarse, más sus ojos ardieron.

— Sólo saben lo de tus padres — confesó, Adhara alejó sus manos de su escritorio — Y se fueron antes de que pudiera...

— No sigas — pidió.

Minerva por fin la miró, encontrándose con el dolor en su mirada. Intentó volver a hablar, pero Adhara, parándose de su asiento, se dirigió hacia la salida de su oficina.

— Adhara — sus acciones se detuvieron al escuchar su llamado — Por favor, sólo...

— Estoy cansada, Minnie — musitó la adolescente.

Y por un momento, la profesora McGonagall observó su verdadera apariencia. Sin pieles que mudar, sin máscaras que portar, la mayor obtuvo una transparencia sin igual.

— Tendremos esta plática después — indicó — Ahora, estoy cansada — repitió de espaldas.

Cansada... Y lo sabías Minerva.

Por más que deseabas lo contrario, sabías que cansancio físico no era por lo que tu estimada estudiante pasaba.

Y, aun así, permitiste que esa puerta ella atravesara.

°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°

9 285 palabras

La escritora ahora es una elfa doméstica y sirve a su sagrada familia. 

Es por ello qué la escritora solo puede escribir de noche. La escritora también pasó por un terrible bloqueo escritor. La escritora pide disculpas por la demora de la actualización, la escritora se siente mal por dejarlos sin capítulos durante varias semanas. No obstante, la escritora espera que los gráficos y spoilers compartidos en la cuenta de Instagram hayan ayudado a sobrellevar la espera.

La escritora entonces le pide a sus queridos lectores que le regalen una media para ser libre momentáneamente :''

...

¡La escritora es una elfa libre! ¡La escritora está en deuda con ustedes!

Y es por ello qué comenzaremos con los comentarios del capítulo ;)

¿Pandora y Xenophilius? Simplemente, son unos amores <3

¿Los chicos animándo a Remus? Serán idiotas, pero admiremos que hacen todo por nuestro Lunático :')

¿Quiénes acertaron en sus teorías? Adelante, no teman en pronunciarse ;)

Ok, pero hablemos de Sirius en este capítulo... 

¿Los padres de Adha? Sé que hay contradicciones, pero todo tiene su fundamento.

Y finalmente, dos preguntas para ustedes:

¿Es una de ellas? ¿Quién fue la persona que lo preguntó?

¿Cansada? ¿De qué está realmente cansada Adhara?

En fin, demasiados comentarios, lo sé, lo sé, pero es que este es el capítulo más tedioso que he podido escribir. ¿Querían la venganza de Paula hacia mi persona? Pues fue esta, me hizo sufrir como no tienen idea para relatar su aniversario luctuoso.

Por cierto, no saben lo mucho que los extrañé ;; Cuando les digo que los quiero y amo lo digo en serio, ¿vale? 

Reiteradas veces se los he dicho, no habría historia sin ustedes <3

De todo corazón, espero que tengan un mágnifico día. Son maravillas personificadas y alcanzarán toda meta que se propongan, i know uu. Sé que siempre lo reitero, pero ante esta nueva variante, de verdad les pido que por favor se cuiden y cumplan con las medidas de prevención ante el covid que cada gobierno ha implementado. No se olviden de tomar awita <3. Protéjanse, ¿Ok?

Los quiere y ama,

Una Slytherin,

no tan Slytherin.

Psdt: Avisarles a todos los nuevos lectores que agregaron la historia a sus listas de lectura que los aprecio mucho <3

Psdt 2: ¿Ya les dije que los extrañé? Porque de verdad lo hice <3

Pstd 3: Y por útlimo... ¿A los cuántos capítulos consideran que se tiene que avisar que se acerca el final?

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