9. Desliza a la izquierda
«¿Me estás jodiendo, boludo? Hubiera preferido que fuera algún loquito de la sierra», me contestó Bruno tras contarle lo sucedido el Sábado por la noche en un audio de Whatsapp de más de cinco minutos. Que gran respuesta, pensé, me ayuda muchísimo. Busqué en el freezer de mi heladera un bombón suizo del Grido y me tiré en el sillón junto a mi gato a supuestamente ver una serie y comer mi bombón helado. Pero no hice más que llorar en silencio de la manera más patética posible. ¿Por qué terminaba otra vez detrás del mismo pendejo que me hizo tan miserable durante toda la secundaria? Me falta demasiado amor propio.
—Me pasaré la próxima década solo, no quiero más pelotudos en mi vida —me prometí a mi mismo terminando el postre helado. Luego volví a levantarme, pero esta vez me dirigí a mi habitación, en donde busqué una caja de zapatos escondida en lo profundo de mi armario. Después me devolví al living con ella entre mis manos—. Me arrepentiré de esto... —murmuré sacando las cosas que dormían en su interior.
«¿Qué harías si te digo todo lo que siento? ¿Me aborrecerás? ¿Me odiarías? ¿Me ignoraras? ¿Existirá la posibilidad de que aunque sea por un momento tomes con seriedad mis sentimientos?
A veces desearía ser otra persona, alguien totalmente distinto, no tener miedo de tomarte de la mano y llevarte a recorrer mi mundo interior; tal vez así te enamores un poquito de mí.»
Leí en una nota pegada a uno de mis libros favoritos a mis quince años, Como agua para chocolate, de Laura Esquivel. Me sequé algunas nuevas lágrimas que se hicieron camino por mis mejillas y abracé a ese niño enamorado que tanto aborrecía injustamente. No recordaba ese sentimiento de querer ser otra persona, hacía tanto tiempo que estaba cómodo con mi yo adulto que llegué a olvidar que alguna vez odié existir como yo, como Julián Valentino Coria. ¿Era eso lo que vivía Bautista? Comenzaba a pensar que no éramos tan distintos, excepto que él había tenido los medios y los recursos para oficialmente ser otra persona. Los civiles de a pie solo podíamos vernos al espejo y llegar a alguna especie de acuerdo con nosotros mismos, o bien, y en el mejor de los casos, podríamos descubrir que así como ya somos, somos perfectos. Te lo juro por Dieguito Maradona, diría el pejerrey en Coraje el Perro Cobarde. Me sonreí, estaba desvariando.
Tomé luego de la caja una fotografía, una junto a todos mis compañeros de la secundaria en la Expo Carreras 2013 en el Pabellón Argentina. Yo me cubría la mitad de mi rostro con mi flequillo negro y lacio, y Bautista tenía casi una segunda cabeza de solo rulos platinados. Aunque había algo que no había notado antes: yo estaba sonriendo, estaba verdaderamente emocionado. Había podido conocer a estudiantes de Letras Modernas y sacarme diversas dudas que tenía en cuanto a la carrera y la salida laboral. Estaba ansioso por el futuro que me esperaba el día de mañana, pero Bautista parecía estar sintiendo todo lo contrario. Su rostro se encontraba apagado, e incluso me atrevería a pensar que estaba al borde del llanto. Una honda tristeza se dibujaba en cada uno de sus rasgos.
«El profe Ceballos te preguntó quién eras y vos dijiste que no sabías, todos se rieron y vos también, pero no sé si eso fue realmente un chiste. ¿En qué estarás pensando? ¿No te alcanza con ser el mejor jugador de tu edad? Creo saber todo de vos, como un fan de su idol, pero hoy dudé de eso».
Otra nota, esta vez pegada sobre una libreta en la que dibujaba flores cuando estaba aburrido. ¿Las crisis de identidad de Bautista venían desde hacía tanto tiempo? Creo que jamás le dí demasiada importancia al asunto, siempre estuve más preocupado en mis sentimientos y en el dolor que estos me ocasionaron. ¡Los mensajes del HijoDeLabruna!, exclamé al recordar que alguna vez hablamos de eso en Blindmatch. Busqué rápidamente en el historial de mensajes y, efectivamente, ahí estaba la confesión de que no recordaba su vida secundaria porque lo vivió cómo en piloto automático. ¿Cómo estaría la mente de una persona para dedicarse a respirar y ya? Especialmente siendo un pendejo que debería haber tenido su cabeza revolucionada por la inyección de testosterona y los múltiples estímulos de la vida en aquella edad.
¿Me habría precipitado al enojarme con él?
—¡Ay, no! ¡La culpa! —grité tirándome de espaldas sobre mi alfombra de estilo noruego. ¿Y ahora qué? ¿Debía darle la oportunidad de explicarse? ¿Qué quería descubrir? ¿Qué no era tan malo como yo pensaba? ¿Y para qué? ¿Para sentir que tenía permitido darme la oportunidad de volver a quererlo? ¡¿Estoy en pedo?!
Mi cabeza era un lío y por suerte no tendría que ir el lunes a la facultad porque había un paro docente decretado por ADIUC y, obviamente, todos los de mi cátedra nos adherimos al paro. Quería pensar las cosas con calma, necesitaba tiempo. No obstante, Bautista decidió darme demasiado espacio. Desapareció de la carrera y de la facultad. Tuvieron que pasar dos semanas antes de que se dignara a enviar un mensaje en el grupo de la cátedra donde se disculpaba por su ausencia y ponía en duda su continuidad. No podía creer que lo que pasó conmigo lo hubiera afectado tanto. La culpa me estaba carcomiendo por dentro.
Traté de comunicarme con él por todos los medios que tenía disponible, incluso a través de Blindmatch, pero estaba desconectado de todos lados hacía horas y días, y tampoco le entraban las llamadas al celular ni al Whatsapp. ¿Dónde estás pelotudo de mierda? Comenzaba a enojarme. No debería ser yo quien lo estuviese buscando como un idiota, era él quién debería estar rogandome perdón y que lo deje empezar de nuevo. Tal vez lo hubiera aceptado, no tanto por mí, sino por cumplirle el sueño a mi niño enamorado.
—¡Tiene que haber una manera de saber dónde está! —dije alterado mientras daba vueltas por el departamento que compartían el Bruno y la Tizi.
—Por estas cosas es que digo que deberíamos pedir el domicilio en los curriculums de los ayudantes-alumnos —comentó él preparando un té de hierbas para intentar relajarme aunque sea tan solo un poco.
—¿Qué voy hacer? —me lamenté golpeando mi cabeza contra la mesada de la cocina.
—Che, no es que conoces a uno de los que están metidos en el desarrollo de la app —dijo Tizi acercándose a mí con una expresión digna de un detective que está a punto de llegar a una gran deducción—. Podrías pedirles que lo localicen con la misma aplicación, si vos viste como nos roban datos, especialmente en una app de citas, tener tu localización es imprescindible para presentarte personas, ¿o no?
Tiziana era la más inteligente de los tres por algo. Miré a Bruno por un instante y noté que él también estaba sorprendido por lo brillante que era su novia. Me enderecé, acomodé mi cabello y luego me acerqué a ella para dejarle un ruidoso beso sobre los labios. Mi amigo se quejó, pero lo compensé tirándole un beso desde la puerta. Antes de irme grité un «gracias, Tizi» y bajé las escaleras del edificio a toda velocidad.
Tocó el timbre del segundo recreo de la jornada, agarré mi libreta y una lapicera azul y bajé del laboratorio hacia el patio de la escuela como si la parte superior del edificio se hubiese prendido fuego. El preceptor me regañó a mitad de camino, pero lo ignoré y seguí bajando las escaleras de a dos escalones para apurar aún más mi paso. Agitado, llegué hasta la cancha de fútbol donde ya estaba Marcos Ponce practicando penales. Se probaban todo los chicos del curso para lograr atajar alguno de sus tiros, más ninguno podía, todos sus penales eran goles directos e incuestionables. Todos lo aplaudían maravillados por su talento nato, me hubiera gustado gritarle palabras de aliento, pero me limitaba a verlo desde lejos, sentado en la base del mástil de nuestra bandera.
Pero de pronto me convertí en el protagonista de la escena; la pelota había llegado a mi lado sin que me diera cuenta. Algunos pibes de otros cursos me gritaron: «¡Dale, pasala, puto angustiado!», pero no quería darles el gusto, así que seguí dibujando en mi libreta una pobre rosa muy mal sombreada. «Che», me dijo alguien con voz grave para llamar mi atención. Alcé la mirada y encontré a Marcos tomando la pelota. ¿Por qué justo él tenía que venir a buscarla? Estaba seguro de que se quejaría por no haberla pasado yo mismo. Me preparé para recibir su desprecio y alguno de los tantos apodos predeterminados con los que ya contaba. Sin embargo, sucedió todo lo contrario: agarró la pelota, me guiñó el ojo derecho y esbozó una media sonrisa de lado. Las piernas me temblaron y el corazón se cayó de mi pecho al suelo, arrastrándose con él hasta la cancha donde continuó con su repetitivo entrenamiento de penales y tiros libres.
Toqué el timbre del departamento de Martín con insistencia, consciente de que no era necesario tanto alboroto, pero ya estaba ahí, no estaba de más molestar un poco. «¿Qué te pasa, enfermo? ¿Qué mierda querés?», espetó alguien al otro lado del intercomunicador, a quien reconocí de inmediato. «Dale, Sebas, abrime que necesito hablar con mi ex. ¿Te contó que en el evento de lanzamiento de la app me vino a rogar perdón? Me parece que lo tenés muy mal vigilado». Primero se hizo el silencio, luego se desbloqueó la puerta del edificio y antes de que se cortara la comunicación, escuché unas cuantas puteadas y reclamos.
—¿Por qué le dijiste eso? —se quejó Martín saliendo de su casa, no había llegado a tocar a la puerta que ya me estaba esperando afuera.
—Porque sos un pelotudo y en algún momento me las tenías que pagar.
—Me parece que fue suficiente con hacerme quedar como un nabo cuando tu nuevo noviecito me empujó.
—No es mi novio... y ese es el problema. Bueno, no, no sé. ¡Ay, no le demos bola a eso! Escuchame, necesito tu ayuda.
—¿En qué?
—Quiero que localices a un usuario de tu aplicación, de Blindmatch. —Martín abrió los ojos asustado, negó repetidas veces como si le hubiera propuesto sacrificar a su primo-novio en algún ritual satánico de Umbanda—. Ay, por favor, no te hagas el sorprendido, seguro que tienen registradas hasta nuestras conversaciones. Además las chicas dijeron que la app se enfoca en crear vínculos reales a largo plazo, necesito recuperar ese vínculo o al menos entenderlo.
—Nosotros no somos como Rinder, no guardamos la información privada de nuestros usuarios —enunció de forma elegante y convincente, hasta que Sebastián apareció detrás de él y negó dicha ética empresarial.
—No te hagas el boludo y ayudame a localizarlo.
—No, no puedo, Julián.
—¿No podes o no queres porque te molesta que tenga un nuevo chongo? —lo apretó el uruguayo de brazos cruzados y una ceja alzadas de forma amenazante. Creo que Sebastián era el novio que estaba necesitando un tiro al aire como Martín, aunque no podía dejar de perturbar el detalle de que eran primos-hermanos.
—¿Por qué pensas una gilada así? —Se pasó las manos por el rostro con frustración y yo aproveché de meter púa.
—¿Y cómo no va a pensar eso tu novio-primo? Vos me estás negando de juntarme con mi blindmatcher, creo que dejaré una reseña sobre esto.
—Ah, no, no, vos no me vas a manipular. Te dije que no y no se discute.
Sebastián me cebó un mate y compartió conmigo un pancito relleno de jamón y queso fresco. Mientras tanto, Martín iniciaba su cuenta de administrador de Blindmatch desde su notebook blanca en el living de su departamento. Luego, me pidió los datos de usuario de Bautista. Curioso, me situé detrás de él para ver cómo la aplicación buscaba el historial de ubicaciones recientes de Bautista, me horrorice al notar la cantidad de información que le estaba proporcionando. La aplicación incluso había determinado un porcentaje de compatibilidad entre nosotros y mostraba cómo este había crecido a medida que interactuábamos.
—¿Qué significan esas marcas rojas en el gráfico? —pregunté señalando una anomalía en el gráfico exponencial.
—¿Discutiste con él cerca del celular?
—Bueno, sí, siempre lo tenemos encima, ¿no?
—Ni que los bots escuchas sean algo nuevo... ¿o no? —Un escalofrío me recorrió la espalda; definitivamente, no necesitaba saber tanto.
—¿Y dónde está Bautista?
—Según esto... en La Falda, Valle Hermoso.
—¿Qué? ¿Valle Hermoso?
—Sí, hace una semana que no se mueve de ahí; la ubicación muestra ligeros desplazamientos entre un Hotel llamado El Lago, el mismo café en el centro de la ciudad por las mañanas y luego ubicaciones random por las sierras de Córdoba.
—Además de muchos datos de compra y deseos expresados en voz alta cerca de su celular —agregó Sebastián notando también la cantidad de datos innecesarios que recopila la aplicación.
—Las chicas necesitan mejorar la app continuamente y yo necesito información para mis campañas de Marketing. Además, les avisamos de todo esto a los usuarios, no es mi culpa que nadie lea los términos y condiciones de una app. —Martín puso los ojos en blanco como si realmente aquello fuera suficiente justificación al robo de datos que realizaba la aplicación.
—No voy a discutir con vos porque siempre discutir con vos es al pedo. —Su primo asintió dándome la razón—. Ahora me tengo que ir, gracias... por robar mi información de forma descarada.
—Que no es robo de...
—Que te vaya bien y no tienes que perdonarlo por ser un pelotudo.
Creo que Sebastián me caía bien a pesar de todo, aunque me seguía dando asco que tuviera una relación sentimental y sanguínea con Martín. Me despedí de ambos y tomé mi celular para comprar un pasaje de tren hasta La Falda, pero no negaré que me sentí un poco incómodo de hacer algo de lo que seguramente estaría tomando notas la app de Blindmatch; luego me tomaría el tiempo de desinstalarla y dejar una interesante reseña en la Play Store.
Verde. El mundo se ha vuelto verde por un instante. El tren cruza las sierras y al mirar por la ventanilla de mi vagón solo encuentro un manto de verde naturaleza virgen que parece extenderse infinitamente, que no conoce límites ni distancias humanas. Me gustaría encontrar, entre todo este mar verde que ahora me rodea, tu mirada de verde primavera. A mi mente llegan recuerdos de todos los colores; siento que creí conocerte y cada vez estoy más convencido de que solo conocí tu versión en automático. Me dejé cegar por tus rasgos angelicales y no vi la oscuridad que se precipitaba sobre tus pasos.
Empiezo a entender que no viajé en este tren por Marcos Ponce, sino por lo que conocí de vos ahora, a nuestros veintisiete años, pero no por ello has dejado de ser el ex jugador de River Plate. El tiempo pasa, y todo cambia, se transforma o se altera. Somos los niños que juramos a la bandera en cuarto grado, somos los adolescentes que elegimos cursar humanidades y somos los adultos que decidimos dedicarnos a los estudios literarios.
Al llegar a La Falda, Martín me pasó la ubicación exacta de Bautista, aunque me rogó que borrara el mensaje tras leerlo (pero después la app no hacía nada turbio o ilegal). Tomé un taxi blanco al salir de la estación y cuando llegué al café que rezaba la ubicación, lo vi desde afuera sentado con una expresión vacía en sus ojos. El corazón se me hizo pequeño, pero recordé que era el pelotudo de Marcos y eso me relajó un poco. Luego me acerqué sin hacer ruido hasta sentarme enfrente de él.
—Es indignante que tenga que venir yo hasta acá a buscarte. Vos siempre igual de pelotudo, ¿no? —Bautista casi se tira el licuado de frutilla encima; su expresión era peor que si hubiera visto un fantasma, parecía que se había encontrado con el mismísimo Mandinga.
—Pero ¿qué hacés acá? ¿Cómo...?
—No tenés ni idea de toda la información que está robando la app de Blindmatch —le comenté, alzando mi mano para llamar a uno de los mozos. Necesitaba un café con leche y unas cuantas medialunas para continuar; había tenido que madrugar para tomar el tren, y a esa hora de la mañana ya no tenía ganas ni de existir si no había algo sólido en el interior de mi estómago.
—No entiendo —murmuró sin levantar la vista de su licuado rosa a medio tomar.
—El pibe con el que estaba hablando en el evento es parte del equipo de desarrollo de la app, le pedí que te ubicara a través de ella —le confesé jugando con una servilleta. Me da mucha vergüenza decirlo en voz alta, pero lo más raro sería no dar una explicación convincente.
—¿Vos te tomaste tantas molestias por mí? —inquirió incrédulo.
—No tengo otra razón para venir a esta ciudad o ¿sí?
—Perdón... —susurró antes de morderse el labio inferior visiblemente culposo. Creo que podría haberme sentido mal por Bautista o por el HijoDeLabruna, pero seguía siendo Marcos y él solo me provocaba ganas de golpearlo.
—¿Qué hacés acá, Ponce? —Bautista, asustado, levantó su rostro y posó sus ojos sobre los míos. Me alegré un poquito de ver nuevamente esa primavera inquieta de sus iris. Aunque lo noté intranquilo, como temiendo ser delatado. Era muy fácil de provocar. ¿Sería así para todo?
—Porque quería sentirme cerca tuyo hasta que fuera buen momento para hablar —confesó con las mejillas tan rojas como los manteles del café. Qué necesidad de ser tan expresivo, me hacía poner colorado a mí también.
—¿Cerca mío? ¿No era más fácil responderme los mensajes o las llamadas? ¡¿Por qué te hacés rogar tanto, weón conchetumare?
—Tu chileno... —Me tapé la boca, no me había dado cuenta. Bautista se rió bajito tratando de no hacer un escándalo, era muy temprano para eso—. Suena muy lindo en persona. Deberías usarlo más, ¿por qué te controlas tanto?
—Mira quién viene a hablar de aparentar.
—Pero yo no aparento...
—Pero escondes mucho de vos mismo. Nunca me hubiera imaginado que eras el HijoDeLabruna.
Nos quedamos en silencio. Bautista parecía estar meditando lo próximo que iba a decir o simplemente se perdió por un rato en sus propios pensamientos. Yo, por mi parte, procedí a tomar la infusión con leche que me trajo uno de los mozos. El ambiente en el café era ameno; apenas si había ruido, los televisores mostraban las noticias a un escaso volumen y las personas evitaban gritar o reír escandalosamente. Debíamos ser los únicos alterados en aquel sitio bañado por la quietud serrana; con razón mi padre rememoraba su infancia con cierta nostalgia. Mi padre...
—¿Viniste acá porque te dije que mi viejo nació en Valle Hermoso? —Él asintió—. Pero qué pelotudez.
—Me gusta ver tu mal humor en vivo y en directo.
—Pero si es lo único que has visto de mí en estas últimas semanas.
—Siento que no era para mí exactamente, sino para Marcos.
—Vos sos Marcos, Bautista; también sos Bautista y también sos el HijoDeLabruna. Yo soy el pendejo weón que se enamoró de vos de la forma más masoquista posible durante la secundaria, pero también soy este pibe que decidió, por una vez en su vida, tener las pelotas para no dejarte ir como en el pasado.
Bautista no respondió, solo vi sus mejillas ponerse más rojas que antes, y otra vez hacía que yo también me sintiera raro. ¿Estaba haciendo calor o era cosa mía? Terminé de desayunar y él se acabó su licuado de frutilla. Me sentí algo decepcionado de que no se manchara los labios, no podía recrear una escena de dorama con este pelotudo.
—Cuando cursé Literatura Latinoamericana en Buenos Aires, pensé que uno de los autores que estábamos leyendo se llama "Conejo Polar", resulta que era "Cornejo Polar". Me saqué un cuatro en el primer parcial por no dejar de citar a un conejo polar —mencionó de repente, sin ningún contexto, sin ninguna razón. Lo observé confundido por un instante, para el otro echarme a reír sin importarme interrumpir la quietud serrana del recinto—. ¿Por qué te reís? Los conejos polares también pueden escribir crítica literaria.
—Claro, weón, lo harán cuando exista algún conejo polar.
—Solo hemos explorado el 1% de superficie antártica. Así que tal vez en algún lado exista un conejo polar que escribe sobre la literatura latinoamericana postcolonial. No te abres a las posibilidades.
No podía dejar de reírme de las idioteces que decía Bautista, especialmente porque, a pesar de tener ganas de reírse, mantenía en su rostro una seriedad solemne que hacía todo más gracioso. Creo que recién a mis casi treinta años entendí porque Marcos había sido el payaso de la clase.
Rosa. El día se tiñe de colores rosados. El cielo parece devorarnos en lo alto de las sierras. Te dibujo junto al acantilado, te recuerdo con tus rizos rubios por un breve instante, pero luego te veo a ti, con tu cabello corto y castaño que huele a amoniaco y flores estacionales. Veo tu fragilidad, la que no percibí cuando eras adolescente.
Tomo tu mano y tú la recibes con delicadeza, me pides disculpas por haberme hecho esperar tantos años y por haber tenido que pasar por tantas ilusiones y decepciones. Te digo que es hora de olvidarnos de todo eso, aunque creo que me lo digo a mí mismo. Ya no somos esos pendejos, somos dos jóvenes adultos fracasados que se conocieron a través de una app de citas experimental que quiere obtener hasta nuestra información reproductiva.
La noche se va acercando, el rosa se va tornando anaranjado para después pasar a un azul profundo que me conmueve y me dan ganas de apoyarme en tu pecho para que me rodees con tus brazos. Decidí olvidarme de todo lo malo de mi adolescencia, pero aún así me siento como mi yo de diecisiete años soñando con su propia historia romántica y que por fin la ha realizado. No creo en cosas esotéricas, pero supongo que mis sentimientos fueron lo suficientemente poderosos para que todo el universo quisiera conspirar a mi favor. O solo fue suerte, o destino o vaya a saber Dios qué cosa.
Me alejas por un momento de tu cuerpo para poder tomar mi rostro con ambas manos y dejar un beso casto sobre mis labios. Te advierto que con eso no será suficiente, pero me dices que será para después, cuando logremos bajar del monte sin morir en el intento. Nos volvemos a reír y luego me pego otra vez a tu cuerpo para dejar avanzar el primer día de los muchos que vendrán a tu lado. Seguro que después te pongo algún apodo tierno para que dejemos atrás las confusiones de tu identidad. Pero antes de que las estrellas salgan a bailar sobre nuestras cabezas, mencionas algo de que esta vez el amor tiene una forma indefinida, maleable y que esa debe ser la mejor de todas. No te entendí, pero me gustó tu metáfora y la escribiré luego junto a las notas que hice cuando era tu tonto niño enamorado.
FIN
Glosario:
▶︎ Grido: Fábrica de helados cordobesa (los bombones suizos son como unas alfajores de helados).
▶︎ Pabellón Argentina: Es la zona de eventos de la Universidad Nacional de Córdoba.
▶︎ ADIUC: El sindicato de docentes investigadores universitarios.
▶︎ Meter púa: Provocar a alguien.
▶︎ Mandinga: El diablo.
▶︎ Frutilla: Fresa.
▶︎ Lapicera: Bolígrafo.
Nota:
Dios, mil gracias por leer. No puedo creer que terminé una novela en tres meses, nunca había pasado en mi vida (╥﹏╥). Espero que les haya gustado y que de alguna manera algo de ella les haya quedado dando vueltas por la cabeza (ɔ◔‿◔)ɔ ♥.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro