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3. Subí al menos una foto

—¡Vos sos una mierda! —exclamé de pronto en voz alta. Un muchacho de cabellos rosa pastel me miró desconcertado, casi a punto de largarse a llorar—. ¡Ay, dios, no, no, no. No te lo decía a vos! ¡Por dios, perdón! —me disculpé avergonzado. Dejé mis cosas y salí corriendo al baño. Había estado sumergido en mis recuerdos, en mis propios lamentos, y olvidé por completo las entrevistas. ¿Por qué tenía que sentir este revoltijo de sentimientos justo ahora, justo en esta etapa de mi vida donde ya soy otra persona? O es que acaso nunca dejaré de ser el niño al que le gritaban cosas sus compañeros, el niño al que de vez en cuando golpeaban, el niño al que se le reían en la cara e iba llorando a su casa.

—¿Estás bien, che? —me preguntó alguien poniendo su mano en mi espalda. Levanté la cabeza y, a través del espejo del baño, vi que era el maldito pibe igual a Marcos—. Respirá hondo, y soltá el aire lentamente. —Estaba hiperventilado, ni siquiera lo había notado, encima no tenía mis pastillas, hacía mucho que había dejado de necesitarlas.

—¡Salí de acá! —grité empujándolo lejos de mi cuerpo.

—¡Julián! —Bruno entró al baño y me regañó con una mirada, aunque a la vez se lo notaba confundido y bastante asustado. Odiaba ponerlo así, ya me había tenido que cuidar bastante cuando recién comenzábamos la carrera.

—Disculpa, está nervioso. Volvemos en quince y te hago pasar a vos, ¿está bien? —El seudo Marcos asintió sin decir nada, no soportaba que ahora se las diera de callado. A cada segundo lo odiaba más y más. ¿Qué pretendía con todo este personaje de pibe reservado?


Bruno y yo volvimos al salón. Me senté en mi lugar y él arrastró un pupitre hasta tomar asiento a mi lado. Luego estiró su diestra y limpió una lágrima que había surcado mi mejilla derecha. ¿En qué momento se me había escapado? No puedo ser más patético.

—¿Me podes decir qué mierda te está pasando? —Echó casi todo su torso sobre el banco y me miró con ojos grandes y expectantes.

—¿Te acordas de cuándo te conté de mi primer amor?

—Un tal Marcos, ¿no? —Asentí—. ¿Y qué pinta en todo esto?

—Que me parece que es el pibe del baño, uno de los que vamos a entrevistar ahora. —En voz alta sonaba aún peor que en mi cabeza; era algo tan poco probable, tan imposible.

—¿Pero Marcos no era futbolista? —Otra vez asentí, y unas cuantas veces para enfatizar mi propia incredulidad—. Me parece que debe ser un pibe parecido a él no más. ¿Te acordas cuando fuimos a Salta y encontré a mi réplica cantora, nada más que tenía la piel un toque más oscura que la mía? —Recordaba aquello, habíamos gritado al verlo, no podían ser tan parecidos.

—Quiero creer que me estoy equivocando, pero su mirada... —, mi voz era cada vez complicada de sostener, se iba apagando a medida que buscaba terminar la oración—. Es su mirada.

Bruno exhaló fuerte, se pasó ambas manos por el rostro y se mordió el labio inferior algo pensativo viendo a través del ventanal que estaba a mis espaldas.

—No hay ningún Marcos Ponce entre los solicitantes a la ayudantía. ¿Cómo puede ser él? —Me encogí de hombros, no había ninguna justificación lógica que pudiera dar a ello—. Bueno, ponele que es él. ¿Por qué te afecta tanto? Mirate como estás.

—Porque qué sé yo... Me duele, me recuerda todo lo que me hicieron en la secundaria —Otra lágrima se escabulló de mis lagrimales y mojó mi rostro allí donde aún permanecía seco—. No quiero que esté en la cátedra, no me importa si no es él —Quise que aquello saliera como una solicitud, un pedido de amigo a amigo, pero sentí que rogué como un niño pequeño que teme al monstruo debajo de su cama.

Bruno suspiró una vez más, y se quedó viendo un rato el patrón intrincado de las baldosas antiguas que tenía el salón por piso, parecía estar buscando las palabras exactas para calmar las olas del mar turbulento en el que me había convertido en ese momento.

—El titular me pidió que aceptemos a todos, hay muchísimos inscriptos a la materia. No me pongas entre la espada y la pared. —Ahora era Bruno quien rogaba por clemencia. Inevitablemente se la tuve que conceder, agaché la cabeza y él se levantó para hacer pasar al seudo Marcos. No podía ser tan egoísta; mucho menos mezclar asuntos personales con mi trabajo.


«Sí, sí, vengo de la Universidad Nacional de Buenos Aires», respondió con voz amable. No podía ver su rostro, pero me lo imaginé sonriendo con una cordialidad significativa, propia de un buen manipulador. Desde donde estaba solo podía ver su espalda, ya que había optado por sentarme lejos de ellos, casi al fondo del salón. Apenas si me llegaban algunos murmullos de lo que conversaban. Pero aún así, había escuchado a la perfección el nombre con el cual se presentó: Elián Bautista Denšar. Ahora estaba más seguro que antes de que efectivamente era él, ese apellido de origen eslavo era el de su madre, una eslovena que emigró a la Argentina desde muy pequeña.

Recuerdo que esa era otra de las cosas que me gustaban de él: saber que también experimentaba una doble cultura en su hogar, en su cocina y en su día a día. Me sentía menos solo al saber que había alguien más en el curso que, tal vez, no llegaba a entender del todo los códigos culturales y lingüísticos del barrio y la ciudad. Pero, al parecer, siempre había sido yo el único inadaptado de la clase. Mi padre trabajaba muchísimas horas en la guardia del Hospital Rawson; no lo veía el suficiente tiempo como para familiarizarme con el dialecto de su provincia, y mucho menos con el de su ciudad natal, a quienes entiendo menos que a mis primos chilenos.

Ser un poquito de todos lados y ser también de ningún lado. ¿Ahora sí estás si estás en ese dilema, Marcos?

«Te cuento que acá las materias de primer año son muy masivas, tienen tanto ingresantes como recursantes, así que son básicamente un lío», le comenta Bruno con ese tono de voz más adecuado para un profesor de secundaria que para uno de nivel universitario. Ruedo mis ojos, suspiro y tomo mi celular, ya son casi las once y media de la mañana. Me perdí demasiado en mis pensamientos y ya no sé exactamente si la entrevista va apenas por la mitad o si ya está finalizando; solo sé que tengo hambre y un terrible dolor de cabeza. «Te voy a agregar al grupo más tarde, te agradezco muchísimo el que te hayas anotado para ser parte de nuestra cátedra. No me queda más que darte la bienvenida a ella y desearte lo mejor en las materias que vayas a cursar este año», agregó tras ponerse de pie para darle unas palmaditas en el hombro. El seudo Marcos agradeció el gesto con lo que creo es una sonrisa, y se retiró del salón, no sin antes cruzar miradas conmigo y despedirse con un movimiento de su cabeza y un «adiós» murmurado que apenas llegué a oír. Me hubiera gustado darle vuelta la cara, pero por respeto tuve que responder.

Al quedar solos, Bruno enseguida me vino a increpar.

—No es él, ¿te diste cuenta que no es él? —sostiene muy convencido de su pronta resolución.

—Ajá —suelto con un obvio sarcasmo en mi voz—. Claro que no es él por más que tenga el apellido de su madre y que su segundo nombre sea Bautista, exactamente el mismo que tenía antes. Pero claro, no es él. Finjamos demencia en cualquier caso.

Tomo mi mochila y me dirijo hacia la salida. Aquella discusión para mí no tiene caso, estoy seguro de mi capacidad para reconocer a un ex compañero de la secundaria. Bruno, por su parte, se queda ahí donde lo dejé, a mitad del aula. Por unos segundos hay una expresión indescifrable en su rostro, como si analizara todas las variantes de un eje cartesiano. Finalmente, sus músculos se ponen en funcionamiento para buscar un folio dentro de la carpeta archivadora entre sus manos.

—Escuela Justo Paez Molina, IPEM 121. ¿Vos fuiste ahí? —Me pregunta antes de que cruce el umbral de la puerta leyendo algo de ese folio que sostiene en su diestra.

—Sí —confirmo—. Elián Bautista Denšar. También fue ahí, ¿no?

—Bueno, bueno, si es él —reconoce, derrotado, mientras vuelve a guardar en aquella carpeta el currículum que Bautista ha entregado a la cátedra.

De ahora en más le diré Bautista porque, como bien dije antes, es el único nombre que conserva del anterior.

—No quiero verte llorar por este tipo, mucho menos si fue una mierda de compañero y de crush. ¿Me entendes? —Ahí estaba mi amigo haciendo gala de su lado sobreprotector. Creo que fue por esto que Tizi se enamoró de él; le encantaba ver cómo me cuidaba sin tener segundas intenciones conmigo—. Te tiene que chupar un huevo este vago. ¿Me va a hacer caso?

—Si, si...

—Si, si, ponele —replica irónico rodando sus ojos. Me conoce bien.

Salimos del aula 1A de Casa Verde y nos dirigimos a la Plaza de las Letras, donde esperan algunos de nuestros colegas para sacarle el cuero a los ingresantes de este año. Pero me excuso apenas llegamos con ellos, les digo que el titular me pidió que haga unos powerpoints para la primera clase y prefiero hacerlos ahora y no olvidarme luego. Bruno sospecha, todavía falta una semana para que comiencen las clases, pero los demás me dejan ir halagando mi supuesta responsabilidad académica y laboral.


Ya en la biblioteca, ni siquiera me acerqué a las salas de estudio. Subí por las escaleras que se encuentran en frente de la mesa de entrada y me tiré sobre unos de los sillones mullidos y cómodos de la galería del primer piso. Saqué el computador portátil de mi mochila negra y lo abrí sobre mi regazo. Antes de escribir algo, resuenan en mi cabeza las palabras de Bruno, debería chuparme todo un huevo. Pero no puedo, es más fuerte que yo, es como si como si una batería letal me estuviera devorando por dentro.

Marcos Bautista Ponce, jugador de River, tecleo finalmente en la barra de búsqueda de Google. El primer enlace que aparece, de una lista de decenas de notas y videos, reza: «Hat trick de Marcos Bautista Ponce en una noche definitoria frente a Rosario Central»; el segundo: «Marcos Bautista Ponce no para de sumar títulos: ya tiene una Libertadores a los 18 años»; el tercero: «River prepara una cláusula candado para asegurar la tenencia de Marcos Bautista Ponce, el goleador estrella de esta temporada». No me sorprendió leer ese tercer titular; Marcos había tenido desde siempre un talento innato para el fútbol. Aunque sí me sorprendí con el quinto resultado de la búsqueda, «Orgullo cordobés, Marcos Bautista Ponce es convocado para la selección argentina». Sin darme cuenta, una sonrisa se formó en mi rostro. Me regañé a mí mismo, ¿estaba feliz por este culiado? Bueno, un poquito sí; o sea, ¿quién no lo estaría? Bautista había alcanzado el sueño de todo niño que comienza a entrenar en un simple club de barrio: llegar a jugar codo a codo con Messi. Tener la oportunidad de acomodarle la pelota al más grande para que hiciera otro de esos goles históricos que se repiten una y otra vez en la televisión y en los celulares de chicos y grandes.

¿Qué te pasó?, susurré con una y mil preguntas en mi cabeza. Qué haces acá pidiendo un humilde lugarcito en una cátedra de Letras en vez de estar levantando una copa con Messi o la de la Premier League —aunque tengo la sensación de que no te privaste de ese tipo de experiencias—.

Antes de continuar, decidí cambiar mi criterio de búsqueda e ingresé: Marcos Bautista Ponce retiro. Nuevamente, decenas de enlaces se desplegaron en mi pantalla de catorce pulgadas. Sin embargo, no necesité ver más allá del primero, «Una noche para olvidar: vergonzosa expulsión del delantero Marcos Bautista Ponce durante la semifinal de la Champions League». Al leer ese titular malintencionado, sentí una ligera opresión en el pecho; por qué los periodistas deportivos tenían que ser tan dramáticos y alarmistas.

«El Manchester City experimentó una amarga derrota frente al Real Madrid en la Liga de Campeones de la UEFA, en un emocionante partido que culminó con un resultado desfavorable de 3-1 para el equipo español. El enfrentamiento, que tuvo lugar en el Estadio Santiago Bernabéu, estuvo marcado por un incidente crucial: la vergonzosa expulsión de la estrella de esta temporada, Marcos Bautista Ponce.

En un lamentable episodio, el delantero argentino perdió los estribos y protagonizó una arremetida contra el defensor croata del Real Madrid, Matej Kovačević, ocasionándole una lesión en la zona de la tibia. Ponce fue inmediatamente expulsado del partido y con ello, el equipo inglés perdió su oportunidad de seguir en carrera para llevarse a casa un nuevo título de las grandes ligas europeas.

El cordobés cayó de gracia con la hinchada inglesa ante tal bochornoso hecho. Fue abucheado en su salida y fue trending topic en Twitter con el Hashtag #ShitEaterNazi (...)».

La nota seguía con algunos otros detalles innecesarios de estadísticas y comparaciones con hechos similares en la historia de aquel torneo, por lo que preferí salir de allí y consultar en otras fuentes o espacios de discusión sobre el tema. Encontré muchos videos e hilos de Twitter analizando lo sucedido; la mayoría concluían en que el partido de la semifinal de La Liga de Campeones solo fue la gota que colmó el vaso. Se lo notaba desde principios del 2015 mucho más irritable que de costumbre, y de a momento se volvía errático y muy poco predecible. Todos arrojaban distintas hipótesis sobre la razón de dicho comportamiento, pero al final nunca se había sabido nada en concreto, porque tras aquel "vergonzoso" incidente desapareció de la esfera pública y del mundo deportivo en general; incluso cerró todas sus redes sociales y vendió su departamento en Londres. Algunos lo daban por muerto, otros que se metió con gente poderosa y lo hicieron desaparecer por precaución. Las historias que se habían inventado los hinchas eran dignas de una novela negra de los años cuarenta. El verdadero misterio de la cuestión era por qué Letras Modernas, por qué literatura. El resto... Karma.

El gran Marcos Bautista Ponce había caído por el propio peso de su ego. Un final más que esperado, más que reparador para mi triste yo del 2010. Sé que no debería alegrarme de las desgracias ajenas, pero aunque fuese solo en silencio, me iba a dar el gusto de disfrutarlo.

Salí de la biblioteca con una sonrisa de oreja a oreja. Necesitaba celebrar todo esto con mates. Así que volví a la Plaza de las Letras a ver en qué grupito de estudiantes me podía meter para tomar algunos, esperaba encontrar alguna ronda de chicas veganas, siempre traían unas galletitas de avena y semillas de chía que me hacían agua la boca. Pero mi buen humor se desvaneció con el susodicho ex futbolista tomando unos tereres bajó unos de los tristes arbolitos del parque de concreto. Lo peor de todo, es que tenía que pasar junto a él para ir a la parada del colectivo y así, aunque sea, regresar a mi departamento y prepararme yo mismo esos mates con bizcochitos.

Bautista estaba entretenido con su celular, no debía ser muy complicado pasarle por al lado sin ser visto. Aclaré mi voz y siendo demasiado consciente de mi caminata, traté de volverme invisible, pero no hice más que tropezar con mis propios pies y caer encima de él. El tereré quedó en mi cabeza, el jugo helado sobre mi pecho (se salvó mi computadora de pedo), y los testículos de Bautista estuvieron cerca de ser aplastados por mi culo. ¡Por qué me tenía que pasar esto a mí! ¡Maldito Karma!

—¡Mierda! —exclamó sobando mi cabeza en donde el vaso de acero inoxidable me había golpeado. La verdad, ni siquiera sentía dolor producto de la terrible vergüenza que sentía en ese instante—. ¿Estás bien?

—Si, si, si estoy bien... —respondí aguantándome las ganas de llorar como un niño pequeño que se había caído de la bici.

Bautista apartó todas las cosas de mí, se levantó primero y me ayudó a ponerme de pie. Tenía la camisa arruinada por el jugo con hielo, aunque debía estar más preocupado del viento sur que estaba soplando en ese momento, terminaría agarrando una gripe o un catarro común.

—¿No queres que te lleve a donde sea que tengas que ir? Digo, por... —No necesitaba que este pelotudo me señalara lo obvio, era un tereré andante. Tenía olor a Rinde2 de manzana.

—Quedate tranquilo, me voy en colectivo igual —respondí cortante sin dirigirle la mirada. Me sacudí un poco la ropa, pero era inútil, tenía yerba mate hasta en la espalda.

—No te podes ir así; tengo el auto acá no más. Vamos, te llevo. —Tocó mi hombro y me obligó a verlo a los ojos. ¡Qué descarado! ¿Acaso no me reconoce para nada? Está bien que en la secundaria cubría la mitad de mi rostro con mi flequillo porque me consideraba emo, pero aun así no he cambiado tanto. Ni siquiera me he teñido el cabello. Este tipo hiere mi orgullo.

—¡Déjalo, loco! ¡Me tomo un remis! —exclamé, hastiado de su presencia y su falsa preocupación. Agarré lo poco de dignidad que me quedaba y caminé hasta la esquina del parque, donde paré el primer remis libre que pasó por allí. Al subirme, comencé a llorar como un pelotudo; entre lágrimas, le indiqué al remisero la dirección de mi edificio. Qué día de mierda, y para colmo, lloro de una manera tan fea. Se me deforma la cara, se me arruga mucho la frente y no provoco lástima, solo genero preocupación y un fuerte impulso de ofrecerme un Clonazepam.

Al llegar a mi departamento, ni siquiera saludé a mi gato, me dirigí a mi cama y me quedé allí llorando abrazado a mi almohada. ¿Tanto me dolía no haber tenido mi romance adolescente? Te odio, Bautista, para qué mierda volviste a mi vida. 

(3051 palabras)

Segunda meta: 8K ✔

Glosario:

Tereré: Mate frío. Generalmente se reemplaza el agua por algún jugo con hielo. 
Rinde2: Marca de jugo en sobrecito muy consumida en Córdoba. 

(Si crees que debería aclarar el significado de alguna otra palabra rara de nuestro dialecto, no dudes de decírmelo en los comentarios para agregarla a este pequeño glosario).

✮ No quiero irme sin antes mencionar a @ferreuscelo, que fue quien me asesoró en toda la parte futbolística de este capítulo, yo no sé casi nada sobre ello y hubiera sido imposible de redactar sin su ayuda.

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