2. Ingresa tu nombre
Escuché el click de la pava eléctrica y, aunque no quisiera, era hora de salir de mi amada cama. Desbloqueé mi celular y suspiré cansado viendo que ya era lunes 26 de febrero, tenía que ir a la facultad a entrevistar ayudantes alumnos para el primer cuatrimestre del año. Además de que pronto tendría que tomar finales promocionales del año pasado y pelear con tecnología educativa para que tuviera nuestra aula virtual a tiempo y no a dos semanas de empezadas las clases. De pronto, sonó mi celular interrumpiendo mis lamentos internos de docente universitario. «HijoDeLabruna te ha enviado un mensaje», leí con una sonrisa en los labios desde la barra de notificaciones.
«Buenos días, encantador ArgChi Boy. Deseame suerte, hoy tengo que presentarme a algo que me da un poquito de nervios, espero quedar. Además espero que vos también tengas un muy buen día hoy; al menos está fresco».
«Hola, Hola, Millonario. ¡Mucha suerte, weón! ¡Seguro que sale todo bien! Yo tengo que volver al trabajo pesado, el castigo que tengo que cumplir por ser el más joven de la cátedra. ¡Me quieren chupar el colágeno!».
«Espero que solo sea el colágeno y no otra cosa...».
«Uh, qué pasa, weón, estamos celoso?»
«¿No puedo?»
«A ver... después te digo. ¡Ahora anda a hacer lo que tenes que hacer!»
Qué increíble cómo un pibe del que no conocía el rostro ni el nombre me aceleraba el corazón con un simple mensaje. Ya habían pasado dos semanas desde que empezamos a hablar. Dos semanas en las que no volvió a pedirme ningún indicio de mi identidad, y eso era lo que más me gustaba; jugaba según mis reglas, solo estaba ahí, esperando pacientemente a que yo dijera cuándo, dónde y por qué. «Tal vez un poquito más adelante», susurré mientras buscaba en mi alacena la yerba compuesta para el mate.
Después de desayunar, me alisté para ir a Ciudad Universitaria. Revisé una vez más mi cabello negro en el espejo, mis ondas estaban ordenadas a pesar de que mi corte era algo desmechado, irregular; y mi piel —tan pálida como siempre— al menos se veía sana. Aunque no podía decir lo mismo de mis ojeras, quedarme todas las noches hablando con HijoDeLabruna comenzaba a pasarme factura.
Bocinazos, puteadas, notificaciones ruidosas y perfumes dulces me recibieron en las afueras de mi departamento. Bajé del colectivo con un molesto dolor de cabeza, a veces odiaba profundamente vivir en sociedad. Crucé la calle y de uno de los edificios de la facultad de artes salió Bruno Galizzi, mi mejor amigo, a quien conocí en el ingreso de la carrera cuando teníamos dieciocho años. Prácticamente me adoptó.
En aquella época yo era un pibe callado, tímido y retraído. Me sentaba en la primera fila para no pensar en toda la gente que había en el aula, me daba un ataque de ansiedad si veía a las más de trescientas personas con las que compartía la misma clase. Pero aún así, en medio de semejante muchedumbre, él se sentó a mi lado y, con su sonrisa de blancos dientes, se hizo mi amigo a pesar de mi actitud esquiva.
«Dale, sos re lindo para estar con esa cara de orto todo el día», me decía alegre mientras me apretaba contra su cuerpo, a pesar de que le había dicho que era arisco. Pero todos sus atropellos amistosos lentamente me sacaron del caparazón en el que yo mismo me había metido, en especial cuando me animó a verme de otra manera frente al espejo. A ver que tenía un poquito de hegemónico, otro poco de belleza propia y una personalidad que merecía ser tan apreciada como cualquier otra.
«Te dije que sos lindo, podrías ser modelo de 47 Street», afirmaba luego con seriedad mientras me ponía una sombra negra en mis párpados móviles. Luego siguió con un toque de gloss en mis labios, los cuales eran algo gruesos, especialmente el inferior. «Sos igual de lindo que tu vieja, la chilena», mencionó tras haberla visto en unas fotos que había subido a mi Instagram personal de cuando fuimos a festejar las fiestas patrias chilenas en una fonda que montaron en Córdoba. «Cualquier otro trolo se creería una diosa con tu apariencia», agregó divertido cuando terminó de maquillarme. Ese día me llevó a mi primer boliche gay, a mi primera salida con un grupo de amigos. Durante mi adolescencia no había ido ni siquiera a las fiestas de quince años de mis compañeras de curso, siempre había estado escondido en mi habitación leyendo libros, viendo animes o suspirando por Marcos Bautista Ponce.
Después de ese primer día tan especial, mi actitud frente a la vida comenzó a cambiar. Empecé a caminar con seguridad, a ser yo quien hiciera suspirar a otros, y ya no me contuve con las cosas que quería decir. A partir de entonces, descubrí que tenía mucho de extrovertido —y no tanto de introvertido como había pensado durante tantos años—; también tenía algo de simpático, y no me costaba caerle bien a la gente. A veces me costaba creer que pasé tanto tiempo siendo todo lo contrario: caminando con miedo, con la mirada gacha y viéndome en el espejo como un ser humano indigno de ser amado. Pero ¿de qué otra manera podría haberme percibido, cuando durante toda la etapa escolar se habían burlado de mí por absolutamente todo lo que era? Me decían que era triste, aburrido, feo, raro y que jamás tendría lugar entre ellos.
Aún recuerdo cuando me tiraban cosas mientras intentaba leer en voz alta para el profesor, recuerdo como se reían de mí, como me decían cosas y como Marcos me veía desde el fondo del aula sin ninguna expresión en particular. Ni siquiera podía odiarlo, no era parte del circo, pero tampoco los detenía o condenaba. Yo no era nada especial para él, solo uno más de los cuarenta adolescentes encerrados en un salón de cincuenta seis metros cuadrados. Al único que odiaba para el final del día, era a mi mismo por no hacer nada, por dejarme humillar de aquella manera.
—Che, cambia esa cara, otra vez estás poniendo cara de culo —me dijo Bruno llegando a mi lado. Me dió un sonoro beso en mi mejilla derecha y luego sacó su celular para revisar unos mensajes de su pareja que debía estar dando clases en alguna escuela del norte de la ciudad—. Tizi quiere que vengas este fin de semana a casa para comer empanadas árabes. ¿Te pinta?
Asentí sin pensarlo demasiado y luego solté un pequeño suspiro antes de responder en palabras.
—Si, voy a tratar de hacer todo lo que tengo que hacer antes del viernes y voy para tu casa.
—Ok, vos comprá los limones y veni temprano así dejamos la carbonada un par de horas en reposo.
—Si, si, no hay drama.
—Y ahora decime por qué mierda estabas con cara de culo —insistió como era típico en él—. Dudo que sea por el laburo, no es tan malo, podemos vengarnos de todo los que nos hicieron sufrir como estudiantes.
—Primero, no, no tiene nada que ver con esto, weón. Segundo, todavía somos estudiantes, estamos doctorando.
—¿Y tercero?
—La cara de culo es porque recordé unas cosas de mierda. Pero fuera de eso en realidad estoy feliz. —Sonreí agitando mi teléfono celular frente a su cara, pero a él no le hizo gracia mi gesto, se lo notaba casi molesto.
—¿El tipo de la app? —inquirió con voz severa.
—Si, es un tierno, me encanta —respondí con otra sonrisa mientras entrábamos al edificio principal de la facultad de humanidades.
—Sabes que puede ser un violador usando esa app o peor, algún tipo fetichista loquito que te va a cagar matando y después te va tirar en algún baldío todo descuartizado.
—Gracias por tus ánimos —murmuré con sarcasmo. Sin embargo, sabía que Bruno solo estaba preocupado, y que estaba totalmente justificado. Los perfiles anónimos tenían sus ventajas y desventajas, pero no quería pensar demasiado en todo eso, quería disfrutar un poquito más de aquella conexión.
—Perdón, che. —Relajó su cara y aclaró su voz antes de continuar—. Vamos a ver qué onda con los aspirantes. ¿Revisaste los curriculums que nos mandaron? —asentí nuevamente y traté de volver a mi humor anterior. No estaba enojado, me sentía agradecido de tenerlo a mi lado, era como mi pepe grillo cordobés.
—¡Buenas! —saludó al grupo de chicos y chicas que esperaban parados junto a la puerta del salón donde serían entrevistados. Estaba por saludarlos con igual efusividad, y además pedirles que no estén nerviosos y que disfrutaran de la experiencia. Pero entonces, algo me dejó completamente en blanco como en mi viaje de egresados a Bariloche.
«¿Marcos?», murmuré tan bajo que nadie llegó a oírme. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo; habían pasado casi diez años desde la última vez que lo había visto. Aunque me permití dudar. Marcos era un chico alto y de una cabellera rubia casi platinada, y que poseía unos rizos tan esponjosos que solo el agua lograba deshacer. Pero el hombre que estaba a tan solo unos cuantos pasos de mí era castaño y sus rizos cortos apenas si sobresalían de su cabeza. Sin embargo, su mirada verde primavera era exactamente la misma que había amado durante toda mi adolescencia. ¿Era él? ¿En verdad Marcos Bautista Ponce estaba parado frente a mí? ¡No! ¡Eso era imposible! Marcos debía estar jugando en River, o tal vez ya en Europa. No lo sé con certeza, porque al graduarnos me prometí que dejaría de obsesionarme contigo. Dejé de buscar tu nombre y no volví a preguntar sobre tu vida a la gente del barrio.
—¿Trajeron sus curriculums impresos? —preguntó Bruno a los chicos que enseguida asintieron con una sonrisa respetuosa, excepto el pibe igual a Marcos, él tan solo se limitó a un vago movimiento de cabeza y luego volvió su mirada al piso, como si no tuviese permitido vernos a los ojos. ¿Qué le estaba pasando? ¿Era realmente él o sería algún hermano no reconocido? El verdadero Marcos Ponce, mi Marcos, ya nos habría recibido con una gran sonrisa brillante y habría buscado sacarnos conversación con cualquier tipo de chamuyo; habría buscado cualquier excusa para destacar entre las personas que lo rodeaban. Ese era el verdadero Marcos Bautista Ponce que yo conocí.
—¿Empezamos con Sayal? —sugirió percibiendo que yo estaba en otra parte, en cualquier lado menos ahí como entrevistador de la cátedra.
Bruno hablaba, y hablaba, no sé ni qué preguntaba. Yo solo golpeaba la punta de mi lapicera contra un cuaderno que descansaba sobre mi pierna cruzada. Creo que la aspirante Fernanda Ríos Sayal mencionó algo sobre tener un acercamiento a la docencia, y que también espera unirse a un equipo de investigación en Literatura Latinoamericana; que le interesa en especial la poesía feminista del Conosur. En otro momento, habría comentado algo, le hubiera recomendado algunas autoras de mi selección personal. Pero ahora, tenía los ojos perdidos en algún punto fijo del aula. A mi mente volvía Marcos, ese Marcos que conocí a mis doce años.
«Profe, no veo, soy sordo», enunció alguien desde el fondo del salón haciéndose el gracioso en nuestro primer día de clases. Me pareció un chiste tonto, de nula gracia, pero mis nuevos compañeros echaron a reír como si se tratase de algún show de Los Midachis. Que básicos, pensé. Pero a lo largo de la jornada, la misma vocecita seguía llegando desde el mismo lugar. Un profesor tras otro se iba exasperando y, finalmente, atraído por la curiosidad, giré mi cabeza hacia atrás, desde mi banco casi enfrente del pizarrón. Y allí lo ví, con sus rizos platinados cayendo delicadamente sobre su frente amplia y pálida, como el resto de su piel expuesta, con sus ojos verdes primavera que se volvían traslúcido al contacto con los pequeños haces de luz que se colaban por las ventanas enrejadas del aula, y luciendo su sonrisa blanca y perfecta. «Qué miras, gato», me dijo desafiante en tono burlón. Volví mi mirada rápidamente hacia el frente y él continuó con su número de payaso escolar.
Pronto nos dimos cuenta que ese no era su único talento. Cuando salió al patio y llegó una pelota a sus pies, se hizo uno con ella. Podía darle más de treinta toques sin que tocara el piso, y no se limitaba a tenerla controlada en su pie derecho, sino que iba de su cabeza a su rodilla, luego a su pecho y de nuevo a su pie. Los chicos lo ovacionaban totalmente enloquecidos, compartían espacio con una futura estrella del fútbol, el deporte más adorado de los argentinos por excelencia.
Yo, la verdad, no tengo ni idea de porqué comencé a fijarme en vos. El fútbol nunca me ha interesado y jamás te me hiciste gracioso, pero supongo que estaba embelesado por tu presencia. A donde quiera que ibas te hacías notar, te hacías amar. En ese momento, pensé que ni en mis sueños podría ser una persona así. A donde quiera que yo estuviera, molestaba. La gente murmuraba cosas sobre mí y me miraban con desagrado; lo único que me salía bien, era caerle mal a la gente.
Una escuela muy de barrio, me asfixiaba lejos del centro de la ciudad. En cambio vos parecías tan cómodo, tan ubicado en tu lugar en el mundo. Pero ahora, si me distancio de mi mirada ingenua de adolescente enamorado, vos, Marcos Bautista Ponce, eras un pelotudo. ¿Cómo no pude darme cuenta de esto antes? Por qué te lloré tantas noches, tantas tardes, tantos días...
Siempre llamando la atención, siempre seguido por un séquito de aduladores. ¿Tenías miedo de quedarte solo? ¿Tenías miedo de ser olvidado? ¿De qué te escapabas, Marcos? ¿De este ser apagado que espera fuera del aula por una entrevista a una cátedra de Letras Modernas? ¿Desde cuándo te interesa la literatura? ¿Te acordas de las veces que me rompieron mis libros a la salida de la escuela? ¿Te acordas de como pasabas a mi lado y no decías nada? Ni siquiera tu lástima me regalabas. Te ibas riendo con tu grupito de nabos con una pelota en mano.
Si alguna vez me dirigiste la mirada, si alguna vez me dirigiste la palabra, fue para decirme raro, tragalibros, putito de clóset. En aquel tiempo te justificaba, me decía que solo me lo hacías por aparentar. Me convencía una y otra como a un idiota. Pero no es así, vos siempre fuiste un pelotudo y yo era otro por amarte. Por ir a cada uno de tus partidos en el club del Liceo y después en Belgrano. ¡Qué imbécil que soy! ¡Qué pelotudo que fui!
(2442 Palabras)
Glosario
♦︎ Fonda (chilenismo): No sé, espero haberte ayudado(?). Nah, es como una peña, una fiesta folclórica, ponele. Nunca fui a una.
♦︎ Empanadas árabes: es una empanada de carne molida, cebolla, tómate, limón y condimentos. La diferencia es que no se cocina el relleno previamente, debe dejarse cocinar con el limón. Hay que saber hacerlas, son complicadas.
♦︎ Doctorando: que están haciendo el doctorado.
♦︎ Los Midachis: Grupo cómico muy famoso en la década de los 2000.
♦︎ Liceo: No es una escuela, es un barrio (aclaración necesaria para la gente de Chile).
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