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I've tried and tried a million times

Cross my heart and hope to die

Wellcome to my darkside.

Park Jimin no es una mala persona, un poco testarudo y lento, pero jamás una mala persona.

Desde pequeño tuvo que aprender que no todos los que le rodeaban eran pacientes o considerados, también que en ocasiones tenía que ser más valiente y arriesgado, no esperar que los demás vinieran a socorrerlo cuando se encontraba en una situación con la que no creía poder lidiar. Jimin se obligó a ser independiente y no prestarle demasiada atención cuando el mundo tan sólo asumió que no era capaz.

Ha sido considerado incapaz desde que nació y Jimin podía no poder ver como los demás, pero eso no lo hacía incapaz.

El hombre frente a él era un claro ejemplo. Jimin estaba seguro que él pelinegro asumía que buscarlo en una de las mañanas más frías de diciembre, cuando estaba solo e indefenso, le haría una presa demasiado fácil.

No lo era, en absoluto.

—Maldición— Jadea, realmente consternado por el esfuerzo, pues lleva casi 20 minutos arrastrando peso muerto hasta el cobertizo que su papá usa como escondite cuando está harto de que su madre lo obligue a hacer reparaciones en casa, es un carpintero, el mejor de toda la ciudad, pero en ocasiones solo quiere descansar de inhalar residuos de madera.

Logra llegar hasta la puerta y aunque aún no se acostumbra a la utilidad de sus ojos, enciende la luz de la entrada. No lo puede evitar y queda sorprendido por la cantidad de basura que hay en el lugar, reconoce ciertos rincones, sabiendo cómo moverse en el espacio en donde ha estado miles de veces, pero una cosa es tener un mapa mental de él área y otra realmente ver lo que está allí, con tantos colores y texturas.

Mira por primera vez la repisa de lijas que su papá le tiene completamente prohibido acercarse, guiado con un poco más que solo el tacto al que está acostumbrado. Su mano se levanta en dirección del artefacto más cercano y roza con los dedos la parte rasposa de una hoja no muy gruesa de color negro, inmediatamente creándole una leve herida.

Esas eran cosas verdaderamente peligrosas, ahora entiende el porqué no lo dejaban tocar.

—Uhm — Murmura, metiéndose el dedo en la boca para lamer la poca sangre y el polvillo, lentamente regresando en sí, cuando lo que se supone que está cargando, emite un sonido.

Lo mira con ojos grandes y recuerda que la visita en ese lugar tiene un propósito. Suspira, antes de sostenerlo de nuevo para arrastrarlo a un lugar más cómodo, las pieles volviéndose aún más estorbosas porque solo hacen peso, pero Jimin sabe que si se las retira el sujeto rápidamente perderá calor y todo sería más problemático.

Las sensaciones aun las tiene a flor de piel y se estremece al cerrar la puerta, con ese olor aún perforándole el cerebro, más ahora que ya no existe ventilación en el espacio.

Lo mira detenidamente, cada rasguño y golpe siendo más impresionante que el anterior. El rostro lo tiene lleno de barro y los morrones resaltan en la mugre, la frente le sangra al igual que los cortes en el cuello y torso.

Es un desastre y uno muy raro, porque no concibe que el primer rostro real que ve en su vida sea uno hecho añicos por quien sabe que o quien.

—¿Qué voy a hacer?— Sé pregunta mirando el piso, apretando las manos que ahora también están sucias, desviando la atención al teléfono que tiene cerca. No duda cuando levanta la bocina y marca con la rueda el número de emergencias, el teléfono posiblemente sea más viejo que él, pero cumple su función cuando del otro lado escucha una voz femenina.

—911 ¿Cuál es su emergencia?

—Hay un hombre en mi cobertizo, llegó a mi puerta hace unos minutos y está muy mal herido, con este clima no creo que sobreviva mucho tiempo.

—Entiendo, ¿Tienen algún tipo de parentesco?, ¿Son amigos? ¿Lo había visto antes?.

—N-o, no lo conozco y no sé si es peligroso, ahora está inconsciente, seguramente por las heridas y el frío.

Escucha un ronco gruñido que le paraliza por completo y aun cuando no lo mira directamente sabe que tiene unos ojos encima.

—Cuelga— Le ordena.

Las manos se le hacen gelatina y en un impulso que no sabe de dónde viene, tira el teléfono, rompiéndolo en el proceso.

Se congela, no entiende qué ha pasado y porque le ha hecho caso.

¿Cómo es siquiera que el otro ha recobrado el sentido?

—Prende el fuego y dame de comer— Le dice en una orden que es escucha como un gruñido, y Jimin quiere llorar de impotencia porque no es capaz de hablar, tampoco de refutar lo que se le ha pedido.

Está ante un desconocido y él siente que comienza a flotar.

Se acerca a la chimenea que aún tiene un poco de brasa caliente que su padre había estado quemando. Usa la leña que él mismo había ayudado a recolectar y con un poco de torpeza enciende el fuego. La luz le causa picor en los ojos y por inercia se los cubre, realmente poco acostumbrado a la sensación de ver.

Sale del cobertizo y se dirige a la cocina, sus pasos son robóticos, poco cuidadosos y cuando finalmente llega observa a su alrededor algo que pueda cocinar rápido para su invitado.

Y tiene un sabor extraño en la boca, con el juicio medio nublado pero en el fondo consciente que lo que hace está mal, pero no puede evitar que sus manos se muevan buscando los pocos ingredientes que tiene al alcance.

Prepara un emparedado.

Es soso en comparación al que hace su madre, pero considerando que es su primera comida, no está tan mal.

Vuelve al cobertizo y la verdad le golpea y duro.

El cuerpo le tiembla y el plato en el que lleva la comida se tambalea al unísono con sus huesos.

El olor es más grueso, casi asfixiante y Jimin quiere correr, correr a esconderse a un lugar donde no tenga esos ojos blancos encima y no sienta que el aire de la tierra es insuficiente para llenarle los pulmones.

—Acércate— El pelinegro le llama, sus pies reaccionando de inmediato en su dirección, un poco más cuidadoso que antes. Le extiende el plato cuando está a unos pocos pasos y le es casi arrancado de sus manos por el otro.

No recibe reacción hasta que el desconocido olfatea la comida, puede escuchar como en un intento de humedecer su garganta el hombre traga y Jimin no sabe si es por él o por la comida.

Aunque es muy probable que sea a ambos.

Engulle todo en un par de segundos, ni siquiera parando cuando lame con esmero las pocas boronas, suspirando pesado cuando ya no hay más y quisiera pedir amablemente más, pero está seguro que el omega frente a él no lo complacerá a menos de que le siga sometiendo con su voz.

Le está costando, de hecho, cada célula de su cuerpo está siendo renuente a seguirle el ritmo que no ha cesado desde que todo se desató. El desmayo hace unos minutos es una pequeña muestra de lo que le ocurrirá al alfa si no se permite descansar correctamente, por una hora al menos.

—Gracias— Pronuncia, con la garganta aún ronca por el el esfuerzo.

Y cuando mira el omega rubio, ve que este no se ha movido de su lugar esperando su nueva orden. Le hace sentir incómodo, porque hace mucho no sometía a alguien, al menos no a un omega tan vulnerable como Park Jimin.

Park Jimin, Park Jimin.

Su omega.

No, su omega, no.

—¡Largo!— Le grita. Y sabe que la ha cagado en grande cuando el omega cae frente a él y se arrastra lloroso hacía atrás, intentando alcanzar la puerta que está a unos metros. Quiere disculparse, decir que no es su intención ser un bruto, aun cuando no es cierto.

Si quiere serlo, porque está resentido y quiere desquitarse.

Sin embargo, son esos ojos iluminados, ahora, en una tremulosa nube rojiza, que lo miran con pavor y lágrimas.

Las imágenes se revuelven en su cabeza, al igual que los gritos, el color, el olor. Todo vuelve a él. Ese llanto infantil que se reproduce solo para él, lo llevan al borde y quiere gritar, su corazón late tan aprisa que pareciera que tiene intención de huir del horror, del sufrimiento.

Es tan rápido, que el ruido sordo de su cuerpo rebotando contra el piso solo es cubierto por el portazo de Jimin al salir. 

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