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Al cerrar los ojos

No puedo respirar...

Siento como cada parte de mi cuerpo se retuerce, haciéndome dar cuenta de ciertos sitios en mi complexión de los que antes no tenía la menor idea. Mis oídos pitan. El crujir de mis huesos se abre paso a través de ellos permitiéndome reconocer el verdadero sonido del dolor. Entonces mis órganos se suman y soy capaz de reconocer la posición exacta de cada uno de ellos; o al menos así fue al comienzo...

Mi anatomía juega sin piedad dentro de mí. Partes óseas y blandas, vísceras, todos ellos se mueven de un lado a otro como si buscaran un nuevo sitio donde asentarse. Una nueva cavidad o espacio donde permanecer, completamente ajenos a su lugar de origen, mientras sacuden y quiebran mi existencia a su paso.

Rodé sobre la cama, sosteniendo mi estómago. Mi rostro no deja de contraerse por lo insoportable del dolor. Sin importar la posición que adopte, este no cede.

Ruedo una vez más, esta vez quedando boca arriba. Recibo un fuerte retorcijón que me obliga a tomar la almohada y presionarla con fuerza hasta enterrar mi rostro en ella. La muerdo, encajando mis dientes a profundidad, ahogando desesperadamente las ganas gritar. Luchando contra lo que sea que me esté pasando.

De la nada todo parece detenerse.

Mis manos caen exhaustas a los lados de mi cuerpo. La almohada aún sobre mi cabeza. El charco de sudor haciendo que las sábanas debajo de mí se peguen a mi espalda. Respiro entrecortadamente hasta regular mi respiración. Los latidos de mi corazón yendo cada vez más lentos, entonces se detienen. Lo hacen luego de que aquella mano se abra paso por mi pecho hasta sostenerlo.

Una última respiración... solo una y todo quedó completamente estático.

Mi mente, mi cuerpo. Creo que ambos se desconectaron. Ellos... por un momento se sintieron tan flácidos, tan delicados. Fue un pequeño periodo de calma que amé, antes de sentir su mano apretar la bomba y reiniciar todo de nuevo.

Mis ojos se abrieron desmesuradamente la primera vez. La segunda, mis uñas se enterraron con fuerza en el colchón, aferrándose a mis sábanas. La tercera vez exhalé como si hubiera estado aguantando la respiración todo este tiempo y la cuarta... Chillé. Esa última apretó con más fuerza que en las anteriores, sacando la mano con algo de brusquedad, logrando tirar de mí hasta hacerme quedar sentada.

Me tomó unos segundos recordar cómo respirar. Recordar cómo era la sensación de estar viva. Pero preferí olvidarlo cuando algo en el centro de mi pecho comenzó a arder. Llevé ambas manos a mi cuello, presionándolo. Hice mi cuerpo hacia delante, tocando el colchón con mi frente. Retorciéndome y arañando la piel de esa zona como si eso fuera a hacer desaparecer la insoportable sensación de ardentía, no, de quemazón. Porque quemaba. Era jodidamente caliente lo que sea que estaba intentando ascender por mi esófago.

Tuve una arcada. Llevé una de mis manos al frente, intentando repartir el peso de mi cuerpo. Mi frente aún estaba pegada al colchón. Tuve otra, obligándome a separar un poco la cabeza. La mano de antes se cerró en un puño, estrujando la tela debajo. Sentí venir la siguiente, pero esta vez acompañada de algo. Me separé con debilidad, respirando entrecortadamente, para ver lo que sea que fuera. Mis ojos se encontraron con un líquido negro que desprendía vapor. No necesitaba tocarlo para saber que estaba caliente, podía sentirlo desde dentro, quemando mis barreras protectoras. También apestaba como el demonio. Lo que sea que fuera esa bazofia era asqueroso v me provocó otro vómito instantáneamente.

Tosí, incorporándome en el lugar. Cuidando de no resbalar con mis propios fluidos. Limpié el resto de esa cosa que escurría por mis labios con el dorso de una de mis manos. Entonces tuve otra arcada. Le siguió otro vómito, más extenso que el anterior. Una sensación de opresión se instauró en mi pecho. Sentí como si todas las vías posibles fueran obstruidas o cerradas. El oxígeno dejó de entrar y entré en pánico.

Mi pecho se movía veloz y agitado. Con movimientos amplios que alternaban con otros periodos más cortos pero más rápidos. Golpeaba desesperadamente mi pecho esperando volver a respirar con normalidad. Mis ojos comenzaron a derramar lágrimas de manera descontrolada. Mi corazón martillaba en mis oídos como una clara advertencia de lo que estaría a punto de suceder.

Entonces tosí. Tosí una y otra vez sin parar. Escupiendo en cada ocasión más de esa sustancia negra, pegajosa y extremadamente caliente. Mis pulmones se sintieron pesados, como si estuvieran cargados de esa cosa. Mi cuerpo entró en alerta máxima y, sin saber qué más hacer, intenté levantarme de la cama para ir a la ventana, pero mi debilidad era tal, que simplemente utilicé el peso de mi propio cuerpo para dejarme caer al suelo y arrastrarme hacia ella con mis últimas reservas.

Aire... —Era el único pensamiento cuerdo que lograba mantener en ese momento y que creía como una estúpida podría conseguir si lograba abrir la ventana.

Increíblemente, logré arrastrarme hasta estar debajo de mi objetivo. Con cuidado y haciendo uso de la poca fuerza que me quedaba, logré sostenerme de la parte inferior del marco e impulsarme hasta ponerme de pie, cuidando de no resbalar con mi propia asquerosidad. En cuanto intenté alcanzar el seguro para quitarlo y abrirla, mi reflejo en el cristal me recibió, paralizándome en el acto.

¿Esa era yo? —Fue la primera pregunta que atacó mi mente tras ver el desastre en el que me había convertido. La chica frente a mis ojos, ella, no creo que hubiera mucha diferencia con un cadáver. Aquella piel pálida, mirada sin vida. Labios que apenas se podían distinguir dentro del vómito negro. Cuerpo delgado, flácido. Vestido de dormir que se suponía debía ser "blanco" y que por supuesto ya no lo era. Parecía más bien una obra extremadamente abstracta de algún artista frustrado; pero eso no era lo más traumático de todo, sino más bien, el agujero en medio de mi pecho, a través del cual podía ver latir a mi propio corazón.

Automáticamente me desmayé, abriendo los ojos en la oscuridad segundos después.

Nada. No alcanzaba a ver nada a mi alrededor. Permanecí quieta durante algunos minutos, reconociendo la calidez de mis sábanas y la suavidad de mi colchón, pero terminé interrumpiendo esa idea, llevando una de mis manos con suma rapidez a mi pecho. Respiré aliviada al sentirlo intacto, recordándome una y otra vez que solo había sido un sueño. Que nada de eso era real, pero es que ya nada me lo parecía porque todo parecía serlo, justo al cerrar los ojos...

Una brisa gélida interrumpió mis pensamientos obligándome a abrazarme a mí misma. Frío. Hacía mucho frío. Se sentía condenadamente helado a mi alrededor de repente.

—Demonios... —maldije por lo bajo, tiritando, a la vez que intentaba buscar mi manta por todo el colchón pero no logré hallarla—. ¿Donde está? —mirando alrededor de la habitación con el ceño fruncido.

Lo único que conseguí hallar fue la fuente de sentirme como si estuviera en el polo norte.

—Creí haberla dejado cerrada... —murmuré mientras observaba la ventana.

Las finas cortinas danzaban a un ritmo suave, mientras dejaban pasar la luz de la luna. Fue entonces que encontré mi manta. Estaba echa un desastre en el suelo frente a la ventana. La idea de ir por ella para no morir congelada desapareció de mi mente apenas la luz se reflejó en aquellos enormes colmillos, saliva goteando de estos, justo unos centímetros detrás. Mi alma pareció dejar mi cuerpo una vez sus siniestros ojos amarillos se clavaron en mí, haciéndome estremecer, pero esta vez nada que ver con la baja temperatura.

Entonces hice una estupidez, levantándome con una rapidez y agilidad que no sabía que tenía, y corrí hacia la puerta antes de que esa cosa lo hiciera en mi dirección. Sin embargo, como dije anteriormente, fue una estupidez. Porque ese ser logró llegar a mí justo antes de poder alcanzar el picaporte. Derribándome hasta hacerme golpear la cabeza con el suelo. Perdí el conocimiento nuevamente...

Te-Tengo mucho frío...

Fruncí el ceño ante ese pensamiento, algo incómoda.

Mi-Mi cabeza...

Abrí los ojos, llevando una de mis manos a ella. Palpitaba. Dejé de sostenerla al enfocar el escenario frente a mí.

Como pude, me incorporé en el lugar, quedando sentada.

—¿Dónde... —No pude terminar la pregunta. Estaba demasiado absorta viendo alrededor. Miré mis manos sobre el suelo, sobre la blanca nieve debajo de mí y las enterré en este, intentando comprobar qué tan real era todo esto. Se hundieron por lo menos hasta la muñeca y al sacarlas, se sentían tan frías que no pude pensar que algo de esto no era real.

Entonces regresé a ver el paisaje. Árboles enormes, muy parecidos al típico árbol de navidad que solíamos poner en casa, abarcaban mi campo visual, convirtiéndose en lo único, además de la nieve, que me hacía compañía en ese lugar.

¿Y ahora qué? ¿Se suponía que tendría que morir congelada?

De solo pensarlo el frío me regresó al cuerpo, obligándome a hacerme un bolita en el lugar. Sosteniendo mis rodillas contra mi pecho. Apoyé el mentón sobre estas y me quedé quieta. Al menos esta vez no me gustaría sufrir tanto...

Mis ojos cristalizaron, literalmente. Ni siquiera podía llorar. Mis lágrimas se congelaban apenas intentaban salir.

No sé cuanto tiempo estuve allí, pero fue el suficiente para que mi cuerpo comenzara a entumecerse. Dejé de sentir mis extremidades y mis párpados se sintieron cada vez más pesados. Mi cuerpo cayó de lado, permaneciendo en la misma posición de antes. No tenía ni ganas, ni fuerzas para moverme; tampoco creía que pudiera. Mi piel había perdido el color. Se sentía seca, extremadamente helada. Mis labios y uñas debían estar amoratados. Mis párpados cedían cada vez más. El paisaje comenzaba a tornarse algo confuso para mí y ya no podía verlo con tanta claridad. En una ocasión todo se volvió oscuro por más tiempo del habitual, pero la luz regresó a mis ojos luego de volver a abrirlos; cada vez más me costaba mantenerme despierta. Fue en ese momento que un nuevo elemento se sumó al paisaje.

Abrí los ojos como pude hasta notar la silueta que se acercaba poco a poco a donde estaba yo, o lo que quedaba aún de mí. Conforme más cerca estaba, mejor le detallaba. Era alto, de complexión delgada y su cabello parecía ser oscuro. Abrí la boca para intentar decir algo, para intentar llamar su atención, pero mi voz parecía haberse congelado mucho antes que mi cuerpo. Solo alcancé a ver mi respiración, en forma de humo blanco.

Aquella silueta se detuvo a unos pasos de mí. Sus zapatos eran todo lo que veía. Hice mi cabeza para atrás, superando el entumecimiento. Lo único que logré fue observar su perfil, o al menos lo que alcanzaba a ver de él desde aquí abajo, pero que sirvió para indicarme dónde exactamente estaba su atención. No tardé en esforzarme en dirigir la mía en la misma dirección.

Me incorporé, a duras penas, volteando a ver eso que parecía ser más importante que yo. Mis ojos casi dejan su lugar al dar con la fuente. Era la enorme bestia que me había atacado antes en mi habitación. Aquel perro gigante de enormes colmillos y ojos aterradoramente amarillos. Solo que ahora no parecía tan aterrador, o al menos no en la manera de antes.

No. Esta vez era perturbador. Era demasiado perturbador ver como su cuerpo y pelaje estaban cubiertos de sangre y descansaban sobre un enorme charco de este líquido, que provenía del pecho del propio animal, por el enorme agujero que se encontraba allí.

Sentí un retorcijón en el estómago y me vi obligada a cambiar la mirada. Le siguió otra arcada, pero en ninguna de las dos ocasiones logré vomitar. Sin embargo, la sensación de asco y la revoltura en el estómago no desaparecieron. Sentí mi corazón martillar con fuerza y eventualmente llevé una de mis manos a mi pecho, comprobando la solidez de este último.

Estuve a punto de suspirar de alivio, pero la acción quedó a medias apenas sentí el aliento de alguien golpear contra mi mejilla. Literalmente me detuve durante la inspiración olvidando cómo continuar.

Miré por el rabillo del ojo, sin atreverme a voltear completamente. Lo único que alcancé a ver fueron unos labios rojos y brillantes que pasaron de una sonrisa a una línea en cuestión de segundos. Ese simple gesto disparó todas mis alertas, haciéndome levantar y correr lejos sin pensármelo dos veces.

¿Frío? ¿Entumecimiento? Todo ello había pasado a segundo plano, siendo reemplazado por una elevada dosis de miedo e instinto de supervivencia.

Miré hacia atrás mientras corría y fruncí el ceño en confusión. Él ya no estaba. Pero no sé por qué eso no me hacía sentir segura, aunque la respuesta me llegó mucho antes de lo que esperé, porque acabé estrellándome contra algo, por continuar mirando hacia atrás en lugar de hacia delante.

Caí de espaldas sobre mi trasero.

—Falta poco para que suceda. —Su voz atrajo mi atención. Levanté la mirada del suelo para verlo.

No sé si fue alivio o no lo que sentí al notar que no había reparado en mi presencia pese haber chocado con él. Simplemente se mantenía de pie, con las manos dentro de los bolsillos delanteros de su pantalón, mientras miraba el cielo.

Imité su acción, volteando a verlo también. No sé cuál de los dos se veía más muerto. Pero al menos aquella luna semi roja lo hacía parecer más vivo de lo que yo lo estaba en estos momentos.

—Es hora.

Mi cuerpo se sacudió en respuesta, volteando verle. La sonrisa diabólica en sus labios me recordó que no estaba segura, activando todas mis alarmas. Él, por el contrario, parecía demasiado ocupado disfrutando del espectáculo nocturno. Levantó entonces la cabeza, haciéndola un poco para atrás. Su cabello cayó, descubriendo su rostro, permitiéndome observar el infierno que brillaba en sus ojos.

Ese fue el detonante. Me imaginé los peores escenarios. Su mirada dio entonces con la mía. Una sonrisa juguetona bailando en sus labios.

—¿Aún sigues aquí?

No lo aguanté más.

En un rápido movimiento me puse de pie para comenzar a correr lejos, pero él me interceptó sin esfuerzo alguno y justo antes de poder dar el primer paso. Estando tan cerca fui más consciente que nunca de su intimidante altura, obligándome a retroceder para poder verle a la cara. Cuando mi espalda dio con algo sólido detrás, supe que era mi fin.

—Eres un verdadero dolor de cabeza ¿lo sabías? —Mi corazón latió desbocado al sentir su gélido aliento junto a mi oído. Su cercanía me impedía respirar con normalidad. La atmósfera a su alrededor se sentía demasiado pesada y mortal. —Solo dime cuántas veces son necesarias, ¿o es que tengo que matarte de nuevo acaso?

Mis órbitas desorbitaron al escuchar esa última frase, haciéndome recordar los escenarios anteriores. Mis ojos viajaron al cadáver de aquel animal. ¿Habría sido él?

—No he sido yo —me contestó juguetón, como si me hubiera leído la mente—. Prueba a acertar de nuevo.

Una sonrisa se dibujó en sus labios, ensanchándose al ver la expresión de horror en mi rostro al bajar la mirada y observar mis manos. Un líquido rojizo escurría de las mismas. Su olor metálico llenando mis pulmones. La bomba palpitando justo en medio.

Mi estómago se revolvió ante la perturbadora imagen. Dejé caer el órgano como si este quemara mis manos. Miles de pensamientos y preguntas asaltando mi cabeza. Lágrimas bajando descontroladas por mis mejillas. ¿Qué demonios había hecho? ¿De verdad había sido yo?

—Me alegra saber que tenemos algo en común. —Levanté la mirada, encontrándome con una sonrisa bastante sádica. —A ambos nos gusta apuntar al corazón —agregó divertido.

-—Qué...

Ni siquiera tuve tiempo a reaccionar. Mi espalda dio nuevamente con el árbol tras ella en un abrir y cerrar de ojos. Siendo empujada únicamente por uno de sus índices, el cual se molestó en encajar justo en medio de mi pecho durante el proceso.

Escuchar crujir mi esternón fue suficiente para hacerme soltar un quejido seguido de sangre.

Sus labios me regalaron otra sonrisa, antes de acercarse nuevamente a mi oído para susurrar lo siguiente: —Estar en mis sueños no es divertido, pero insistes en hacerlo.

Llevó el dedo más profundo, asegurándome, para luego levantarme hasta sentir mis piernas colgar en el aire.

—Dime, ¿cuántas veces necesito matarte para que dejes de hacerlo?

Tosí, escupiendo sangre nuevamente. Logrando manchar su rostro.

—Solo deja de hacerlo —frunciendo el ceño, evidentemente molesto.

Sentí una sensación de debilidad que se extendió por todo mi cuerpo. Me dolía, pero a la vez era soportable. Creo que estaba comenzando a perder el conocimiento. Mis párpados también estaban comenzando a sentirse pesados nuevamente. Parpadeé, abriendo los ojos con algo dificultad. Sabía que no podía quedarme dormida.

En un intento estúpido, llevé mis manos a su pecho, pero no tenía fuerzas para golpearlo o intentar que me soltara. Solo terminé sosteniendo la solapa de su chaqueta. Levanté la mirada, obligándome a mirarlo.

Sus ojos color rubí. Su sonrisa de colmillos afilados. Jamás los olvidaría. Sobre todo porque serían lo último que vería...

—De todas formas no lo recordarás. —Cerré los ojos luego de que su aliento golpeara la piel desnuda de mi cuello. Estaba lista para ser completamente drenada, pero en lugar de ir por mi cuello, fue a por mis labios...

Mi corazón se detuvo. Luego comenzó a latir de nuevo. Mis ojos cerrados se abrieron. El techo de mi habitación dándome la bienvenida. Los cálidos rayos de sol colándose por la ventana.

Mis ojos cristalizaron y evidentemente derramaron algunas lágrimas. Lágrimas que terminaron descontrolándose mientras me hacía pequeña en una esquina de mi cama, abrazando fuertemente mis rodillas contra mi pecho. Lamí mis labios intentando humedecerlos, saboreando algo más que el líquido salado que provenía de mis ojos. Inmediatamente corrí hacia el espejo.

Mi reflejo me recibió de golpe, pero lejos de preocuparme por mi aspecto algo desastroso, mi mirada cayó sobre mis labios; específicamente el inferior. Llevé una de mis manos cerca de la comisura derecha, palpando la herida que allí se encontraba.

Dolió al roce, pero nada que no fuera soportable.

En cuanto mis ojos se alzaron, dejando de ver mis labios, su intimidante silueta apareció detrás de mí. Sus ojos atravesaron los míos. Sus labios me regalaron una sonrisa dejando visibles sus colmillos. Su aliento gélido golpeó la piel de mi cuello.

Me estremecí.

¿Hasta cuando sería esta tortura?

¿Será que nunca conseguiría despertar?

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