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𝗲𝗽𝗶𝗹𝗼𝗴𝘂𝗲

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Dhejah observaba el paisaje y todo parecía normal. Las estaciones habían cambiado en Obeira, y, aunque las planicies eran más marrones que verdes, el planeta seguía lleno de lagos celestes.

La antigua Jedi se había paseado en silencio por las calles de la capital. Los nativos aún eran ajenos a la ocupación del Imperio, que sin duda les tocaría pronto. Para aquellas gentes, la guerra había terminado y los clones les habían librado de los droides.

Dhejah se cruzó con algún clon, residuo de la ocupación de la República y la campaña que Brandar había llevado a cabo allí, pero no reconoció (gracias al Creador) la armadura de ninguno. Se tapaba el rostro con la capucha y conseguía no llamar la atención.

Rastreó, horas después, la última posición de su antiguo aprendiz. No quedaba nada allí que sugiriera una matanza, pero Dhejah lo sentía.

La base estaba vacía y abandonada. Los restos de la batalla se habían limpiado. Pero Dhejah se arrodilló y clavó las uñas en la tierra.

Allí había muerto Brandar.

Obi-Wan aterrizó en Tatooine y, en vez de utilizar un speeder, decidió ir hasta la casa de los familiares de Anakin en montura tradicional. Llevaba al pequeño Luke en sus brazos. Era un niño tranquilo, no había llorado más que una vez, pero le miraba con unos ojos enormes que le recordaban demasiado a los de Anakin.

Y su pecho quemaba de dolor al mirar a aquel bebé y recordar lo que había pasado.

La mujer de Owen, Beru, salió de la pequeña casa en cuanto distinguió a Obi-Wan. Él desmontó y se acercó a ella. No hacían falta palabras. Ella ya estaba enterada de todo, así como su marido.

Obi-Wan le tendió el bebé y ella sonrió nada más verlo. Kenobi inspiró, dándole un asentimiento de cabeza, y esperó mientras la mujer se acercaba a su marido y le mostraba al pequeño Luke, envuelto en aquella mantita blanca que venía de tan lejos.

Kenobi observó sus figuras, recortadas contra el atardecer de Tatooine, y después se giró hacia su montura de nuevo.

Dhejah se dejó llorar. Después meditó durante largos minutos, por primera vez en semanas, y honró a su aprendiz de aquella manera. También honró a su propio maestro, Geral Treye, y los recordó a ambos. Al hijo y al padre que había perdido.

Se dijo que las heridas sanarían, aunque no olvidaría aquel dolor nunca.

Pero la primera fase era la aceptación. Aceptar que dolía, que era normal que doliera. Dhejah necesitaba lamentarse por sus muertes, por las de su aprendiz y el resto de la Orden. Por la de sus hombres.

Por las de Anakin y Padmé.

Obi-Wan no estaba seguro de que Darth Vader estuviera muerto, porque no había podido soportar quedarse hasta el final, pero Anakin estaba muerto. Viviría en su recuerdo, en el de todos los que lo conocieron, y nada más.

Y no pasaba nada por lamentarse.

Se puso de pie, se sacudió la capa, y se limpió las mejillas.

Después caminó hasta la orilla de uno de los lagos más cercanos, aunque le llevó casi media hora. Cuando estuvo frente a la superficie y se había cerciorado de que no había nadie cerca, se observó. Observó su rostro familiar y triste, su pelo alocado y que no se había peinado en días.

Agarró su sable láser, el más antiguo. El que había forjado cuando era una iniciada. Después lo besó y lo lanzó al agua. Se hundió con un sonido quedo y Dhejah esperó hasta que no se podía distinguir su forma desde la superficie. Luego acarició su sable más reciente, el que había forjado tras su aprendizaje sobre el código gris. Ese era el que la representaba ahora.

Se dio la vuelta, dispuesta a caminar hasta su nave.

Necesitaba acabar su entrenamiento.

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La casa de Jira y Axton era pequeña, pero más cómoda de lo que pudieron imaginar cuando dejaron la colonia de Polis Massa.

Todo había sido posible gracias a algunos contactos de Jira. La mujer había conseguido una casa segura en una finca de la zona rural de Thunij, la más apartada. Vivían básicamente en el exilio, como granjeros, pero ambos eran felices.

Los contactos de Jira en el gobierno le habían dado a Axton un código de cadena. Era aquel el sistema que el Imperio utilizaba para controlar a las poblaciones de los mundos que dominaba. Axton se había dejado crecer el pelo y evitaba ir a lugares con mucha gente, ya que el Imperio utilizaba a clones para controlar los gentíos.

Al antiguo comandante no le gustaba hablar de la guerra, pero Jira sabía que tenía pesadillas con ella. Aun así, con los meses, esos episodios se fueron espaciando, y él y su mujer aprendieron a disfrutar de su soledad, aunque hubiera días duros.

A veces, Jira soñaba con volver a la política. Pero sabía que sería demasiado peligroso para ella y para Axton. Muchos mundos de la República se habían opuesto a la ocupación imperial, y aquello no había salido nada bien. Jira pensaba que Axton no se merecía luchar más. Él ya había librado una guerra, y eso era suficiente.

Por eso, cuando los días se le hacían duros, daba las gracias por tenerle a él. Se sentaban en el porche y se abrazaban. Esos momentos de felicidad llenaban el corazón sangrante de ambos. Estaban juntos en su tristeza.

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Dhejah tendría que acostumbrarse al clima seco de Tatooine. Tenía dos soles en sus cielos, y las arenas y el calor no ayudaban a su causa. Sin embargo, se paseaba, meses después de haber partido de Polis Massa, por las calles de Mos Eisley con un propósito: encontrar a Obi-Wan.

Luke estaría a punto de cumplir el año. Eso significaría que ya gateaba, quizás incluso comenzaría pronto a intentar tambalearse sobre sus pies. Dhejah no sabía mucho sobre bebés. No debían de hacer mucho más, ¿verdad?

Aun así, sí sabía que la casa de la familia Skywalker debía estar cerca de aquella ciudad, y, por ende, la de Obi-Wan también. No era muy grande, en algún momento tendrían que encontrarse.

Dhejah se había cortado un poco el pelo, ahora le pasaba los hombros ligeramente. Quizás se lo cortaría más estando allí. Le comenzaba a sudar el cuello.

Cerró los ojos y se concentró en la Fuerza, para ver si conseguía percibir a Obi-Wan. Les llevó dos o tres horas encontrarse, pero por fin lo hicieron. Fue en un mercado, donde Obi-Wan observaba frutas y verduras con gesto interesante. Tragándose una sonrisa, Dhejah se colocó a su lado y agarró un fruto morado.

Él no se sorprendió de verla, lo que le indicó que ya la había percibido en la Fuerza.

—Te has cortado el pelo, querida —saludó él.

Ernark le miró de reojo.

—Tú, por el contrario, estás igual que siempre.

Sin mediar más palabra, salieron de la ciudad a pie, hasta llegar a las afueras y subirse en un ronto que los llevó a la casa de Obi-Wan. Antes de entrar a la estructura blanca y circular, Kenobi señaló al oeste.

—Por allí está la casa de los tíos de Luke.

Dhejah asintió y se acomodaron dentro. El lugar era rústico y pequeño, pero supuso que confortable. Kenobi había traído el estilo Jedi a aquella casa y no tenía muchas posesiones.

Él puso a hervir un té y se sentaron a la mesa, frente a frente.

—¿Qué has estado haciendo?

—Aprender —respondió ella—. ¿Y tú?

—También.

Dhejah se había reunido con varias criaturas que conocían el lado oscuro de la Fuerza, pero también el lado luminoso de ella. Había viajado a Atollon y había conocido a Bentu, una entidad que decía representar el equilibrio. Se había vuelto a encontrar con Djinn Altis, y había convivido con varios discípulos de su Orden. Aun así, todos temían lo mismo: al Imperio, que amenazaba con asesinar a todos los usuarios de la Fuerza que no se sometieran a su orden.

Ernark supuso que Obi-Wan habían aprendido sobre la Fuerza Viva, como Yoda había prometido en Polis Massa. Tenían mucho tiempo para ponerse al día.

Él le cogió de la mano sobre la mesa. Dhejah tuvo un escalofrío al sentir su tacto sobre el suyo después de tanto tiempo, pero se le aceleró el corazón como antaño. Él tenía una sonrisa en la cara que también le recordaba al pasado.

—Te he echado de menos —le dijo.

—Lo sé —respondió ella—. Yo a ti también. Pero ahora estoy aquí.

Él miró a la mesa. Ella supo que estaba pensando en su relación.

—¿Sabes? —comenzó, y ella escuchó con atención—. Me asustaba, Dhejah. Me asustó darme cuenta de que te seguiría a cualquier parte. Que estaría dispuesto a dejarlo todo por ti. Pensaba en Anakin, y no podía reprocharle lo que sabía que haría por Padmé cuando yo me sentía igual por ti. Y te vi esperar, esperar y conformarte con mi amistad porque sabías que no podía darte más. Te estoy agradecido de que me hayas dado espacio y hayas respetado mi fe en la Orden... Pero también me frustraba no poder darte lo que querías, lo que yo quería darte. Ahora ya no voy a dejar que lo que siento por ti me asuste más, lo aceptaré. Lo hemos perdido todo, y no quiero perderte a ti también.

Dhejah sabía que tenía razón. ¿Qué más tenían que perder, más que el uno al otro? Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Parte de ella estaba feliz de volver a estar a su lado, pero la otra sabía que aquello sólo era posible debido a lo que había pasado. Le sangró un poco el corazón.

—No vas a perderme, Obi —prometió—. Nunca.

Se besaron, el primer beso en mucho tiempo, y el primero de muchos.

La Orden había caído. Los Jedi habían desaparecido, casi al completo. Pero, como Obi-Wan había dicho en el mensaje que había dejado en el Templo Jedi de Coruscant, tendría que resurgir una nueva esperanza. Siempre lo hacía.

Dhejah y Obi-Wan salieron fuera. No se dijeron que se querían, porque ambos lo sabían. Observaron el atardecer juntos y en silencio.

Habían perdido casi todas las cosas que amaban, pero, en realidad, había días en los que eso ya no les dolía tanto. Se tenían el uno al otro, y esa era la clave de todo.

FIN DEL LIBRO

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