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045.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Dhejah acompañó a Obi-Wan al piso de la senadora Amidala. No era un secreto para nadie que entre ella y Anakin había habido más que una amistad, pero Kenobi y ella nunca habían hablado de ello. Aunque Jira era amiga de la senadora, Dhejah no la conocía bien. Había hablado con ella en más de una ocasión, pero nunca de ningún tema sumamente importante.

Hoy estaban allí por Anakin, y se notaba que la senadora estaba preocupada. Era una mujer hermosa, llevaba el pelo castaño en un recogido plateado y un vestido morado de materiales muy caros.

—¿Cuándo fue la última vez que le viste? —le preguntó Obi-Wan.

Dhejah esperaba a una distancia prudencial, dejando que su amigo se ocupara de todo.

—Ayer —respondió la mujer secamente.

—¿Sabes dónde se encuentra ahora?

—No.

La mujer avanzó hacia los sofás, sujetándose la gran barriga de embarazada.

Obi-Wan miró a Dhejah con exasperación y ella se encogió de hombros.

—Padmé, necesito tu ayuda —le dijo—. Tiene un peligroso enemigo.

Eso hizo que la senadora se girara de golpe hacia él.

—¿Los Sith?

—No... él mismo. —Obi-Wan hizo una pausa. Alargó la mano para sujetarle el brazo a la mujer—. Padmé... Anakin se ha pasado al lado oscuro.

—¡Te equivocas! —exclamó ella—. ¿Cómo puedes decir eso?

Obi-Wan suspiró y se dirigió a la ventana. Dhejah descendió los escalones ante la atenta mirada de la senadora y se acercó a ellos.

—En el Templo, vimos unos hologramas —le explicó Dhejah.

Obi-Wan asintió despacio.

—De él... asesinando a los niños.

Decirlo en alto era incluso peor. Dhejah pasó saliva mientras la senadora volvía a despotricar.

—No sería Anakin. Él es incapaz de hacer algo así.

Obi-Wan le daba la espalda, pero Dhejah la observaba, y vio la duda en su rostro incluso cuando pronunciaba aquellas palabras. Suspiró.

—Senadora, Anakin se ha dejado embaucar por una mentira —le dijo Dhejah—. Lamento decir que todos lo hemos hecho.

Obi-Wan se giró hacia Padmé de nuevo.

—Según parece, el Canciller está detrás de todo, incluida la guerra. —Dio un par de pasos hacia ella, bajando la voz—. Palpatine es el Lord Sith que estábamos buscando. Tras la muerte del Conde Dooku, Anakin se ha convertido en su nuevo aprendiz.

La senadora abrió la boca y pestañeó varias veces. Tambaleándose, se sentó en el sofá.

—No te puedo creer —sollozó—. No puedo.

Obi-Wan se sentó a su lado.

—Padmé, tenemos que encontrarle.

—Queréis matarle —adivinó ella.

Obi-Wan apartó la mirada con dolor y Dhejah se vio obligada a intervenir.

—Se ha convertido en una gran amenaza —dijo Dhejah, despacio—. Entiendo sus sentimientos, pero tiene que ver lo que esto significa para nuestra democracia, y para el futuro de la galaxia.

Padmé elevó la vista hacia ella con furia.

—Usted no entiende nada —le dijo a Dhejah.

Ella suspiró.

—Lo hago, más de lo que cree.

La senadora suspiró, y Dhejah decidió no mirar a Obi-Wan, aunque sentía su mirada fija en ella. Se extendió un tenso silencio entre ellos.

—No puedo —acabó zanjando la senadora.

Kenobi se levantó y caminó hacia la nave sin mirar atrás. Dhejah le siguió, y el Jedi se volvió a la senadora en el último momento.

—Anakin es el padre, ¿verdad? —La senadora no respondió—. He visto cómo Anakin te mira desde que es un niño. Siempre intenté hacerme el ciego ante lo que ocurría entre vosotros, pero no soy un ignorante. Puede que, si lo hubiera visto realmente, si hubiera sido más valiente para enfrentarme a ello, esto no hubiera pasado. Pero lo hice con buenas intenciones, para que Anakin fuera feliz. —Aun así, Padmé no respondió—. Lo siento mucho.

Sin mirar atrás, los Jedi se subieron a la nave. Obi-Wan pilotó en silencio durante unos minutos.

—Padmé irá a ver a Anakin, esté donde esté —zanjó Obi-Wan—. Me colaré en su nave y me enfrentaré a él.

Dhejah suspiró.

—Yoda necesitará ayuda: iré al Senado y me enfrentaré, junto al él, al Lord Sith.

Compartieron otro silencio.

—¿Crees que serás capaz de vencerlo?

—No lo sé. Pero es mi deber enfrentarme a él.

Obi-Wan asintió. Aterrizaron en una plataforma discreta, donde podrían separarse sin ser vistos.

—Y el mío es enfrentarme a Anakin.

"Obi-Wan, lo siento", pensó Dhejah, pero no lo dijo en alto, porque sabía que él lo sentía. Que sentía la pena en ella, como ella sentía la de él. Sentía su dolor, y también su furia y su frustración.

—Ten cuidado —le dijo Obi-Wan.

Ambos se levantaron.

Como si fuera algo muy natural, frente a los controles de la nave, él la atrajo hacia sí y se besaron. Dhejah lloró mientras sus labios la acariciaban y el sabor a lágrimas se le coló en el beso. Aun así, se mantuvo cuanto pudo allí, en esa despedida.

En ese posible adiós.

Dejó que sus brazos la sujetaran contra su pecho y que sus manos le acariciaran el pelo. Guardó aquello para siempre. Esas caricias, ese cariño prohibido que compartían, por si acaso no se volvían a ver. Se llevaría aquel amor a la tumba.

Cuando se separaron, se abrazaron, y ninguno de los dos sintió culpa por lo que habían hecho. Había demasiadas cosas de las que arrepentirse ya.

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Dhejah percibió que el maestro Yoda ya estaba en el Senado. No era difícil darse cuenta de lo obvio, ya que vio que los guardas del exterior de la suite del Canciller estaban desmayados (¿o muertos?) cuando llegó.

Atravesó la primera puerta y vio a Yoda a punto de cruzar la siguiente.

El maestro se giró hacia ella.

—Venido has —observó.

Dhejah respiró hondo y se inclinó.

—No dejaré que nuestras diferencias beneficien a nuestro enemigo, maestro.

Él asintió solemnemente y emitió un sonido afirmativo, invitando a Dhejah a seguirle.

—Un enemigo que ya sabe que aquí estamos.

Fue entonces cuando la compuerta se abrió y Yoda movió la mano levemente para que la Fuerza desmayara a los guardas del Senado con un golpe seco. Se plantó en la puerta y Dhejah hizo lo mismo a su lado, mirando hacia el gran escritorio frente a los ventanales que daban a Coruscant.

El Canciller, o lo que quedaba de él, se giró hacia ellos. Había visto su aspecto en las grabaciones, pero era mucho peor de cerca. Tenía la piel demasiado blanquecina y arrugada. Había perdido el pelo, aunque llevaba una capa para cubrirlo, y la piel le caía como una bolsa sobre la cara, fruto de las heridas de un rayo producido con la Fuerza.

Dhejah nunca había visto uno en acción, pero reconocía los signos.

Su ayudante, Mas Amedda, también estaba en la sala.

—He oído que un nuevo aprendiz tenéis, Emperador —le dijo Yoda al Canciller—. ¿O debería llamaros Darth Sidious?

—Maestro Yoda, maestra... Ernark, ¿verdad? —saludó él con tranquilidad—. Ya veo que han sobrevivido.

—¿Sorprendido? —soltó Yoda.

Dhejah nunca había oído ese tono en el pequeño ser verde.

—Su arrogancia le pierde, maestro Yoda —declaró el Sith—. Ahora podrá experimentar en persona el poder del lado oscuro.

Alzó las manos y desprendió unos rayos azules desde sus dedos. Aunque Yoda no reaccionó con suficiente velocidad, Dhejah sí lo hizo.

Dio un salto y desplegó sus espadas láser para contener los rayos. Tuvo que hacer una fuerza sobrehumana para ello, y el Sith no flaqueó.

—Dos somos contra ti, Sidious.

El hombre enseñó los dientes, Dhejah jadeó contra sus rayos.

—¡Y no será suficiente!

Obi-Wan atravesaba las pasarelas como podía, parando las furiosas estocadas de Anakin. El calor de Mustafar amenazaba con marearle, pero no dejó que eso le cegara. Bastante ciego estaba Anakin, consumido por su sed de poder y por su furia, que había incluso atacado a Padmé cuando había visto que Kenobi se bajaba de su nave.

Se sentía algo culpable, pero no podía pensar en ello ahora. Demasiado estaba en juego.

Nunca había luchado tan rápido, parado tantas estocadas de un enemigo que utilizara un sólo sable. Contra Grievous, quizás, pero Anakin sólo tenía un arma.

Entraron en el complejo Separatista, y Kenobi tuvo que andar de espaldas, sudando y jadeando, mirando a su antiguo aprendiz y sólo descubriendo furia en sus rasgos.

Los cadáveres de los Separatistas cubrían el suelo. Kenobi recordó el Templo. Los niños. Casi se le llenan los ojos de lágrimas.

Pero sacudió la cabeza y siguió luchando contra su hermano.

Dhejah no pudo aguantar los rayos mucho más. La fuerza de Sidious era mucha, y supo que quizás ella misma tendría que recurrir al lado oscuro para aquella lucha.

Se notaba que el objetivo del Sith era Yoda, porque no tardó en mandarle a él al suelo con otro rayo. Aprovechó que ambos estaban jadeando en el suelo para levantarse y acercarse con una risa.

Mas Amedda salió de la sala.

—Llevo esperando este momento muchísimo tiempo... mi pequeño amigo verde. —Yoda y Dhejah se pusieron de pie despacio—. Al fin, los Jedi se han extinguido.

Yoda frunció mucho el ceño.

—No si algo que decir al respecto yo tengo.

Le mandó hacia atrás con la Fuerza, y el hombre se estrelló contra la silla del escritorio con un grito. Dhejah volvió a activar sus sables.

—Tu reino del terror se ha acabado, Sidious —dijo, con muchos menos formalismos que Yoda.

Sidious alternó la mirada entre ellos. Dio un gran salto con la Fuerza hacia la salida, pero Yoda se adelantó y le cortó el paso. Dhejah se colocó a espaldas del Sith mientras el gran maestro desplegaba su sable.

—Si tan poderoso eres... —le dijo Yoda—. ¿por qué huir?

—No me detendréis —jadeó el Sith—. Darth Vader se volverá más poderoso que cualquiera de nosotros.

Desplegó un sable rojo.

—Tienes una confianza equivocada en tu aprendiz —declaró Dhejah—. Al igual que tu fe absoluta en el lado oscuro de la Fuerza.

El Sith blandió su sable hacia ella.

—Noto la hipocresía en ti, Jedi.

Dhejah sonrió.

—Mi única fe está en el equilibrio.

Los sables chocaron entre ellos.

Obi-Wan no estaba acostumbrado a dar patadas, pero eso es lo que tuvo que hacer cuando Anakin le desarmó. Después recuperaron los sables y, en la lucha, cortaron un panel de control: parte de la base se hundía en la lava.

Kenobi guio a Anakin afuera, luchando como podía mientras caminaban sobre las pasarelas de hierro y esquivaban las erupciones de lava.

No sabía cómo habían acabado allí, pero parte de la estructura comenzó a desmoronarse y se tuvieron que agarrar para no caer y ser calcinados.

Obi-Wan miró hacia abajo. Vio a Anakin, luchando por su vida.

Tuvo una premonición, pero siguió luchando por la suya.

La plataforma del Canciller se elevó hasta la sala de votación del Senado con ellos encima. Sidious comenzó a escalar el resto de plataformas para escapar del alcance de sus sables, que le sobrepasaban.

Dhejah se giró hacia Yoda.

—¡Le podremos detener si le rodeamos!

Antes de que pudieran avanzar, el Sith comenzó a lanzarles plataformas sin cesar. Yoda era rápido y pequeño, lo que le dejaba esquivarlas con facilidad, pero Dhejah no tenía tanta suerte.

Tuvo que apagar sus sables y descender de nuevo hasta la plataforma central.

Por un momento, pensó que Yoda ganaría, al haber podido hacerles frente a los rayos de Sidious con la Fuerza, pero la ilusión no duró mucho. Yoda perdió su sable y cayó al vacío poco tiempo después, incluso perdiendo su capa en el proceso.

—¡Maestro!

Dhejah y Sidious se miraron.

—¡Dooku pensaba que tú podrías haber sido su aprendiz! —le gritó Palpatine—. ¡Pero te aferras a la luz!

Dhejah pensó. Se dijo que no sería lo suficientemente fuerte para vencerle sola. No sin darse completamente al lado oscuro, y, entonces ¿qué resolvería? No debía matar a un monstruo convirtiéndose en uno: no hay bien sin mal, pero al mal no se le debe permitir prosperar.

Le observó por última vez y saltó al suelo de la sala. Allí vio a Yoda, intentando recomponerse. Le ayudó a ponerse en pie.

—¿Maestro? —le preguntó—. ¿Está bien?

Él tosió.

—¿Sidious?

—Debemos irnos, maestro —respondió Dhejah, sacudiendo la cabeza—. No soy lo suficientemente poderosa como para vencerle yo sola.

Yoda la miró un momento, después asintió solemnemente. Señaló hacia un conducto de ventilación y Dhejah le ayudó a avanzar hasta él.

Mientras se arrastraban entre las estrechas paredes, supo que Yoda había comprendido sus principios. Había comprendido su equilibrio. Que no se sacrificaría al lado oscuro para intentar derrotar a Palpatine, porque quizás eso solo daría nuevos problemas. Pareció respetarla por ello.

Pero, ¿de qué valía ya? Habían fallado.

Organa les recogió en un speeder. Los llevó lejos del Senado en silencio hasta que Yoda declaró:

—Exiliarme debo. Fracasado he.

Dhejah sabía que no hablaba en plural por respeto, pero la verdad era que ella también había fracasado.

El río de lava les llevó lejos de la base Separatista, pero eso no detuvo la lucha. Acabaron llegando al lecho del río, subidos en trozos de metal que no se descomponían en el fuego.

Lucharon, incluso sobre esas plataformas, hasta que la de Anakin se separó de la suya y Kenobi pudo hablar. Tragó antes para deshacerse del nudo que tenía en la garganta.

—Te he fallado, Anakin —admitió—. Te he fallado.

El otro negó con la cabeza.

—Debí saber que los Jedi querían hacerse con el poder —dijo, pero ni siquiera parecía su voz.

¡Anakin, el Canciller Palpatine es el mal!

—Desde mi punto de vista, los Jedi son el mal.

El sudor le escurría por la frente a Obi-Wan. El dolor le quemaba el pecho.

¡Ya estás perdido! —gritó.

Anakin parecía impasible.

—Este es tu final, mi maestro.

Kenobi negó con la cabeza despacio. Quizás Yoda tenía razón. Anakin no estaba. Había muerto. Consumido por Darth Vader. Él no había entrenado al hombre que tenía delante.

Anakin saltó a su plataforma y lucharon hasta que Obi-Wan dio otro salto, esta vez hasta la orilla del río, de tierra negra. Le miró desde arriba.

—Se acabó, Anakin —le advirtió—. La altura me da ventaja.

¿Cuántas veces le había repetido esa lección? Y, sin embargo, el otro respondió:

—No oses despreciar mi poder.

—No lo intentes.

Desoyendo su consejo, Anakin soltó un grito y saltó. Obi-Wan giró, sable azul en alto, y le cortó ambas piernas y el brazo que le quedaba.

Anakin, o Darth Vader, se agarró con su mano metálica a la arena, gritando de furia y de dolor.

Kenobi observó la escena con los ojos llenos de lágrimas.

¡Tú eras el elegido! —le gritó, a punto de sollozar—. ¡El que destruiría a los Sith, no el que se uniría a ellos! ¡El que vendría a traer el equilibrio a la Fuerza, no a hundirla en la oscuridad!

Sollozó, dándose la vuelta y recogiendo el sable de Anakin del suelo. Le miró sobre su hombro. Sus ojos se encontraron, pero los del joven estaban amarillos.

Anakin había muerto. Sólo quedaba Darth Vader.

Kenobi le había fallado a su aprendiz.

¡Te odio! —ladró el Sith.

Kenobi tragó, habló por última vez.

—Tú eras mi hermano, Anakin —le dijo lo que tendría que haberle dicho antes—. Yo te quería.

Entonces el cuerpo de Anakin ardió. Gritó, aulló.

Obi-Wan se obligó a mirar, aunque apenas podía soportar ver cómo su cuerpo se calcinaba. Cuando no pudo seguir soportándolo, se dio la vuelta y se fue.

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