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044.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Dhejah dejó que Obi-Wan la ayudara a bajar la pasarela una vez que atracó en la nave de Organa, en las coordenadas que le habían enviado. Se dejó recargar por su tacto mientras él comprobaba que no tenía heridas, pero aquella sensación de protección no duró mucho más. Cuando estuvo sobre el frío suelo de la nave, con R3 pitando detrás, se apartó para que varios hombres que trabajaban para el senador de Alderaan pudieran entrar y extraer a Axton.

—Está desarmado, pero inestable —fue todo lo que dijo ella.

No pudo ver a Jira, Obi-Wan la arrastró lejos y se reunieron con Organa y Yoda en un pasillo.

—Maestro —musitó ella con una pequeña reverencia—. Senador Organa, gracias.

Si se notaba que había estado llorando, la verdad era que le daba igual. Los tres Jedi y el senador comenzaron a caminar por el pasillo.

—¿Cuántos Jedi más han sobrevivido? —preguntó Dhejah.

—De ninguno más hemos sabido.

Obi-Wan y Dhejah intercambiaron una mirada larga y cansada.

—Sentí el vínculo con mi aprendiz desvanecerse en la Fuerza —anunció ella.

Obi-Wan cerró los ojos con pesar, mientras que Yoda pareció no tener reacción alguna. Organa suspiró.

—Yo vi cómo cientos de batallones atacaban el Templo Jedi, por eso fui a buscar a Yoda —explicó el senador.

Dhejah sacudió la cabeza con confusión.

—¿Ha habido alguna comunicación con el Templo? —preguntó Kenobi.

—Recibido un mensaje cifrado hemos —anunció el gran maestro.

—En él se ordena a todos los Jedi que regresen al Templo: dicen que la guerra ha terminado —acabó Organa.

Dhejah se llevó las manos a los ojos, le dolía la cabeza de manera insoportable.

—Pues deberíamos volver —dijo Kenobi—. Si quedan algunos rezagados, caerán en la trampa y los matarán.

—¿Alterar el mensaje cifrado estás sugiriendo?

—Sí, maestro. Hay demasiado en juego.

—De acuerdo estoy, y allanar algo más el camino podría.

Organa carraspeó para interrumpir a los Jedi.

—¿Qué sugieren hacer con el comandante clon? —preguntó—. Traerlo aquí podría ser un riesgo...

Yoda se giró hacia Dhejah.

—¿Podemos sentarnos a hablar, por favor? —pidió ella—. Apenas puedo tenerme en pie.

Organa asintió, y los dirigió a una sala de reuniones en la lanzadera. Obi-Wan le trajo a Dhejah un poco de agua. Todos los Jedi habían sentido a la Fuerza gritar cuando sus usuarios habían muerto, uno tras otro, masacrados. Pero Dhejah había perdido el vínculo con su aprendiz. Su pecho sangraba como si le hubieran arrancado algo vital.

—Entiendo que les preocupe la presencia de Axton, pero yo misma le desarmé y quité todos los dispositivos que pudieran contener transmisores.

Organa suspiró.

—Lo que no entiendo, maestra Jedi, es por qué le ha salvado la vida. Los clones han traicionado a los Jedi.

—No —declaró ella—. Hace un año, el comandante Axton me confío algo que le preocupaba. Que le preocupaba a él, pero también a muchos otros oficiales, como al comandante Cody, al comandante Rex, o a la capitana Unmel.

Kenobi se pasó una mano por la barba.

—Hablas del incidente con el comando avanzado Cincos.

—Así es —asintió ella—. Les haré un resumen: el soldado ARC apodado Cincos sospechó de la existencia de un chip inhibidor en los clones. Los kaminoanos aseguraban que, a través de esos chips en su cabeza, se podía controlar el comportamiento de los clones para que cumplieran su función como soldados. Sin embargo, el chip de su amigo Tup pareció estar obsoleto: mató a la maestra Tiplar en combate, en medio de una batalla, como si no fuera consciente de lo que hacía. Tup murió, y Cincos siguió el mismo destino tras indagar más en la presencia de los chips y extraerse el suyo. Los kaminoanos aseguraban que, sin los chips, los clones podían ser violentos o impredecibles. Pero Cincos hablaba de un complot para atacar a los Jedi.

Organa se pasó una mano por la cabeza.

—¿Piensa que esos chips hicieron que los clones se revelasen?

—Creo que los chips hacían que los clones cumpliesen sus órdenes y tuvieran menos autodeterminación. Creo que esta rebelión es una consecuencia de los chips, pero que estos ya llevaban tiempo activados —declaró ella—. Antes de que mis clones me atacaran, oí a alguien ordenarles que "ejecutaran la Orden Sesenta y Seis": eso debió de activar otra parte del chip, que hizo que nos atacaran. Además, tengo razones personales que me sugieren que el comandante Axton jamás me atacaría voluntariamente. Esto tiene que estar detrás de esos chips implantados en sus cerebros, y no creo que pueda ser algo controlable.

Obi-Wan miraba la mesa fijamente, como pensando el algo, quizás en Cody.

—La traición de nuestros enemigos nunca viene —le recordó Yoda.

—Con el debido respeto, maestro —respondió ella con mala cara—. Axton es más que mi amigo. Está casado con mi hermana, y sé de primera mano que mataría antes de hacerle daño a una Ernark. Es mi familia, y me atrevería a decir que lo fue antes de contraer matrimonio con Jira.

La habitación se sumió en silencio. Yoda frunció el ceño, mientras que Organa parecía completamente sorprendido. Obi-Wan había levantado la cabeza para mirarla, pero no vio mucha sorpresa en sus rasgos.

Supuso que tanto Yoda como Organa querían protestar ante las noticias, pero también vio en sus rasgos que nadie estaba en posición de quejarse de nada tras lo que había ocurrido.

—¿Qué sugiere entonces? —preguntó Organa por fin.

—Que Obi-Wan prepare una nueva transmisión mientras yo superviso la extracción del chip de Axton. Si mis suposiciones son correctas, él nos podrá explicar qué ocurre una vez que deje de estar bajo los efectos controladores del chip y de la Orden Sesenta y Seis, sea lo que sea.

Dhejah casi saltó en el sitio al sentir la mano de Kenobi en su rodilla. Él le apretó la articulación con cariño y asintió.

—Estoy de acuerdo con Dhejah: necesitamos todas las respuestas que podamos obtener.

Yoda asintió despacio.

—Esto autorizo.

Y Dhejah casi puso los ojos en blanco. Porque, hasta donde ella sabía, los únicos miembros vivos de la Orden eran dos Jedi y una mujer que, cada día, estaba más lejos de serlo.

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Jira y Dhejah esperaron al otro lado de la pantalla de cristal.

—Tu amiga, la senadora Amidala, no está aquí.

—Con el embarazo tan avanzado le han desaconsejado viajar.

—Ya veo.

Hablaban de otras cosas para intentar calmarse ante lo que sus ojos veían: unos droides médicos sobre el cuerpo de Axton, a quien le habían quitado la armadura, que intentaban extraer su chip.

Axton había reconocido a su mujer: la habían dejado verle cuando había despertado. No se había mostrado violento hacia ella, pero la había intentado convencer de que le liberase para matar a Dhejah. Había asegurado que todos los Jedi eran traidores para la República, que debía cumplir sus órdenes para defender la democracia por la que ella también luchaba.

Jira había salido de la habitación en lágrimas, para la frustración de su marido, y después le habían sedado a la fuerza para realizar la operación quirúrgica.

Las hermanas siguieron esperando el silencio. Jira se había disculpado por lo que había pasado, incluso si ella no tenía nada que ver, pero Dhejah no quería disculpas.

No lo diría en alto, pero lo que quería era retroceder en el tiempo.

Volver a tener a Brandar a su lado. Volver a luchar junto a sus hombres. Que todos los Jedi que habían caído, volvieran.

Pero eso no iba a ocurrir, así que esperó.

Esperó mientras la nave volvía a Coruscant.

El droide médico jefe atravesó la compuerta hasta la sala de espera donde las hermanas Ernark estaban. Ambas se giraron hacia él con expectación.

—Hemos retirado el chip inhibidor del clon CC-9335.

—Su nombre es Axton —respondió Dhejah con voz cortante.

Aun así aceptó lo que el droide le ofrecía. Le enseñó a Jira el chip, parecía una célula grisácea que habían guardado en un contenedor pequeño transparente.

Jira arrugó los labios.

—¿Habrá funcionado?

—Lo podrán comprobar en pocos minutos, despertará dentro de poco de la sedación —respondió el droide.

Dhejah le devolvió el chip al droide.

—Guárdalo a buen recaudo, puede que lo tengamos que analizar en el futuro.

—Sí, maestra Jedi.

Jira y Dhejah entraron en la sala, y la Jedi ordenó a los droides que esperaran fuera. Se quedaron en silencio mientras observaban a Axton. Le habían rapado parte del pelo, pero por lo demás, parecía intacto. Simplemente parecía estar dormido, aunque el parche sellador que llevaba en la cabeza indicaba lo contrario.

Jira se sentó a su lado y esperaron a que despertara.

Cuando Axton comenzó a pestañear, Dhejah no pudo evitar llevar una mano a sus sables (y eso que él estaba desarmado). Esperaba que la operación hubiera funcionado, pero no podía evitar pensar en Brandar y en lo que había ocurrido en Kashyyyk.

—¿Jira?

—Axton, cariño, ¿cómo te encuentras?

—Me duele la cabeza...

Se incorporó y vio a Dhejah. Ella le observó de vuelta, seria y expectante.

Axton frunció el ceño y jadeó como si recordara.

—¡General!

Dhejah suspiró.

—Me alegra ver que has vuelto a ser tú, querido amigo.

El hombre se levantó a duras penas, con ayuda de su esposa. Parecía estar punto de llorar, y la imagen turbó a Dhejah. Nunca le había visto así.

—Por el Creador, general... casi la matamos...

Ella le puso una mano en el hombro.

—Los chips controlaban vuestras acciones.

Axton se pasó una mano por el pelo, hasta llegar al parche que cubría la parte del cráneo, donde antes había estado el chip.

—Sí —musitó—. Somos todos, general. A todos se nos ha mandado cazar a los Jedi y asesinarlos por traición a la República.

—¿Sabes quién ha ordenado esto? ¿Quién está detrás de todo?

Axton arrugó los labios.

—Lord Sidious.

Dhejah asintió.

—Sí, pero... ¿quién es?

Axton se sujetó la cabeza con ambas manos.

—No lo sé. General... lo siento.

Comenzó a llorar. No sollozaba, pero le caían lágrimas grandes y redondas por las mejillas.

—Dhejah... —suspiró Jira, mientras rodeaba al clon por los hombros.

Ella asintió.

—Eres un buen soldado, Axton. Tú y todos tus hermanos lo sois. Lamento que hayáis sufrido esto.

El comandante se pasó las manos por las mejillas para limpiárselas.

—¿Y el general Eross?

Dhejah cerró los ojos. Un par de segundos después, negó con la cabeza. Axton agachó la suya con los puños apretados y lloró en silencio. Jira le abrazó e intercambió una mirada con su hermana.

La Jedi asintió una sola vez y salió de la sala.

Caminó por los pasillos de la lanzadera hacia el puente. Una vez allí, se giró hacia Organa, Kenobi y el maestro Yoda.

—El chip de Axton ha sido retirado, y ya no muestra intenciones de hacernos daño —informó—. Me ha asegurado que Lord Sidious está detrás de esto, pero no me ha sabido dar su identidad.

El maestro Yoda arrugó la cara.

—Preocupante esto es. Pero nuestras suposiciones siguen siendo las mimas.

Que el Canciller Palpatine era el Lord Sith. Que había orquestado aquella guerra. Jugando ambos lados desde el principio, para convertir la República en una dictadura.

La nave salió del hiperespacio, y Dhejah se agarró al cabezal de la silla donde Kenobi estaba sentado. Uno de los pilotos se giró hacia Organa.

—Un mensaje de la oficina del Canciller, señor.

—Páselo.

—Sí, señor.

En la pantalla de la consola principal pudieron ver a Mas Amedda, el vicepresidente del Senado Galáctico.

—Senador Organa, le comunico que el Canciller solicita su presencia en una sesión especial del Congreso.

—Muy bien. Allí estaré —respondió él.

—Le estará esperando.

La comunicación se cortó y el senador se giró hacia los Jedi.

—Será una trampa —adivinó.

—No, creo que no —respondió Kenobi—. El Canciller no puede controlar los cientos de sistemas estelares si no mantiene el Senado intacto.

—Si una sesión especial del Congreso hay, más sencilla para nosotros la entrada en el Templo Jedi será —observó Yoda.

—¿La nueva transmisión está lista? —preguntó Dhejah.

Obi-Wan asintió.

—Sí.

—En ese caso, os acompañaré. Las cosas se pueden torcer rápidamente.

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Los tres Jedi tuvieron que asesinar a varios clones para entrar en el Templo. Eran del destacamento de Skywalker, la 501.

Axton se había ofrecido a acompañarlos, pero Dhejah se había negado. Ya había sido suficientemente duro para ella matar a los clones. No quería que Axton tuviera que pasar por lo mismo.

Pero lo que vieron en el Templo fue peor. Los cadáveres de los niños junto a los de los clones. Los de los Maestros y caballeros Jedi al lado de los de sus Padawans.

—Ni siquiera los niños han sobrevivido —musitó Obi-Wan.

Dhejah sabía que no era propio de los Jedi llorar, pero no pudo evitar las lágrimas que le cayeron por las mejillas. Obi-Wan le pasó una mano por el pelo para reconfortarla, aunque estuvieran en presencia del maestro Yoda.

El maestro estaba demasiado ocupado observando las heridas mortales de un Padawan como para fijarse.

—A este Padawan los clones no han matado.

Dhejah miró hacia abajo, pestañeando para poder ver a través de las lágrimas.

—Tiene heridas de espada láser —coincidió.

Yoda asintió despacio, con las orejas hacia abajo. Obi-Wan se agachó para comprobarlo.

—¿Quién? —preguntó—. ¿Quién haría algo así?

Dhejah sacudió la cabeza sin poder creérselo.

—¿El Lord Sith? —preguntó.

Obi-Wan arrugó los labios, encogiéndose de hombros.

Decidieron dirigirse a los archivos, y Yoda y Dhejah hicieron guardia mientras Obi-Wan trabajaba en el mensaje para el resto de los Jedi.

—He recalibrado el código advirtiendo a todos los Jedi vivos que no vuelvan al Templo.

—Hasta que los clones descubran el recalibrado mucho tiempo pasará —aseguró Yoda.

Los tres se dirigieron hacia la salida, pero Dhejah vio cómo Obi-Wan se quedaba mirando una de las mesas de transmisión que contenían las grabaciones del Templo.

—Maestro —dijo Dhejah, para que Yoda esperara.

—Hay algo que debo saber —explicó Obi-Wan.

Yoda asintió y los tres se acercaron a la mesa de transmisión. Aun así, el maestro le dio una advertencia.

—Si a las grabaciones de seguridad accedes, sólo dolor encontrarás.

—Necesito saber la verdad, maestro.

Dhejah agachó la cabeza. Kenobi tenía razón. ¿Qué había ocurrido con Skywalker?

Accedió a la consola y activó las grabaciones del momento en el que todo había ocurrido.

Y lo que vio fue desolador. A Anakin, enfrentándose y matando a los otros Jedi con ayuda de la 501.

—No es posible... ¡No es posible!

Las imágenes cambiaron, Anakin pasó a estar arrodillado frente al Canciller Palpatine.

—Lo has hecho muy bien, mi nuevo aprendiz... Ahora, Lord Vader, ve a llevar la paz a todo el Imperio.

Aquello confirmaba las sospechas de los Jedi. Y también les decía que Anakin se había pasado al lado oscuro. Dhejah apagó la transmisión. Obi-Wan parecía estar a punto de vomitar.

—No deberías ver más —le dijo ella.

—Destruir a los Sith es nuestro deber —declaró Yoda.

Dhejah se pasó las manos por la melena oscura.

—Envíame a matar al Emperador —pidió Obi-Wan—. No mataré a Anakin.

—Para luchar contra Lord Sidious, lo bastante poderoso no eres —zanjó Yoda.

—Envíame junto a Dhejah. Juntos lo conseguiremos. —Yoda agachó la cabeza, y Obi-Wan insistió—. Anakin es como mi hermano. No puedo hacerlo.

—Corrompido por el lado oscuro el joven Skywalker ha sido. El muchacho que adiestraste no existe ya, consumido por Darth Vader ha sido. Usar tu intuición debes para encontrarlo, y acabar con él tienes, para proteger a la galaxia.

El gran maestro se comenzó a dirigir hacia la salida. Sabía que aquello era el sufrimiento de Obi-Wan, pero Dhejah no podía estarse callada.

—Comete un error, maestro Yoda —declaró Dhejah.

Obi-Wan clavó sus ojos en el perfil de la mujer, pero ella no se movió. De hecho, estiró la espalda mientras Yoda se giraba de nuevo para mirarla.

—Tu determinación percibo, joven —respondió—. Dar tu opinión debes.

Dhejah frunció los labios antes de hablar.

—La Orden ya no existe, maestro —declaró—. Y cuando aún lo hacía, yo pretendía dejarla. Los Jedi hemos perdido nuestro camino. Esta guerra nos ha dirigido hacia nuestra caída, pero nos precipitamos a ella hace mucho. La Padawan Barriss Offee tenía razón: la República se ha derrumbado. Y ha sido porque no hemos sabido defender la luz. No hemos sabido educar a nuestros descendientes. Les hemos querido separar del lado oscuro, pero sólo hemos creado miedo hacia él, no una aceptación ante su existencia. No hemos sabido aceptar que los Jedi sienten, con mucha más intensidad que las demás criaturas. Sabemos que la Fuerza está dentro de nosotros, y que nos conecta a todas las cosas, pero no lo hemos aceptado. Eso es lo que le ha pasado al joven Skywalker. Ha encontrado en el lado oscuro la aceptación de los sentimientos que nosotros nunca le permitimos tener. Si le hubiéramos enseñado a aceptar su miedo, a compartirlo, no hubiera sucumbido a él y al lado oscuro.

Se quedó en silencio. Quería decir más cosas, pero no creía que sirvieran de nada. Sabía que Obi-Wan no mataría a Anakin. Percibía lo que iba a pasar a continuación.

—El lado oscuro has usado —declaró el maestro Yoda.

Dhejah no veía el sentido en negarlo.

—Sí, maestro. He aceptado lo que siento, y he usado mis sentimientos como he visto acorde, pero no he dejado que me dominasen. He hecho lo que debía para permanecer en el equilibrio.

Yoda agachó las orejas y suspiró.

—Este camino no comparto.

Dhejah se inclinó en una reverencia, porque sabía que el maestro Yoda respondería eso.

—No pido que lo haga. Que la Fuerza le acompañe, maestro.

Y Yoda asintió y caminó hacia la salida. Dhejah se giró hacia Obi-Wan con resignación y ambos se abrazaron.

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