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038.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Dhejah se reunió con Obi-Wan en una de las terrazas del Senado de Coruscant. Le parecía que aquel era un buen lugar: un lugar neutral para ambos. Siempre se relajaba más cuando se veían lejos del Templo, incluso si no pasara nada entre ellos. Era simple costumbre. Simple preocupación natural, cuando una está enamorada y no debería.

Él ya estaba allí, sentado en un banco y meditando.

La terraza que escogían siempre estaba en uno de los niveles del medio, donde Jira tenía sus oficinas. Dhejah acababa de pasar a verla un momento, pero no sabía cuánto tiempo llevaba Obi-Wan allí.

—¿Te he hecho esperar mucho? —le preguntó en voz baja.

No había quién los escuchara, claro. En la terraza sólo había macetas y bancos, y la puerta de cristal estaba tan lejos que ni siquiera alguien al otro lado podría haberles visto. Además, tampoco había ventanales.

Pero se sentía mejor así, siendo precavida. La conversación que había tenido con Brandar había disparado algunas de sus alarmas.

—Para nada, querida.

Dhejah frunció los labios y se sentó a su lado. Se alisó la túnica con preocupación, y aunque sabía que el gesto no había pasado desapercibido, Obi-Wan no le preguntó nada al respecto.

Le daba su espacio, como siempre.

Dhejah se preguntó por dónde empezar.

—Te marchas pronto, ¿verdad?

Él asintió levemente con la cabeza.

—Mañana al alba. La guerra se extiende, y me preocupa. El Maestro Windu y Anakin me necesitan en Anaxes. Mis hombres partieron hacia allí como apoyo hace dos rotaciones.

Dhejah asintió también.

—Tienes razón —coincidió—. Sospecho que mis tropas y yo tendremos que partir dentro de poco hacia cerca del espacio salvaje.

—No hay rincón de la galaxia que se salve de este conflicto.

—No.

Compartieron un momento de silencio. El atardecer se aproximaba, y los colores del cielo de Coruscant, lleno de vehículos y naves, comenzaba a oscurecerse en tonos anaranjados.

—¿Hablaste con Brandar? —le preguntó él por fin.

Dhejah asintió. No había hablado con él desde que la había acompañado a los niveles bajos: sabía que preguntaría.

—Sí. Quiere hacer las pruebas.

Obi-Wan elevó las cejas ligeramente, pero parecía complacido.

—¿Crees que está listo?

—Más de lo que lo estuve yo en su día —suspiró Dhejah—. En estas circunstancias, además, necesitamos más generales Jedi, aunque no quiera admitirlo. Brandar ha aprendido todo lo que le podía enseñar. Estoy segura de que pasará las pruebas con creces.

Kenobi sonrió levemente.

—Yo también estoy seguro de lo mismo —le dijo—. Pero pareces preocupada: ¿es porque no estarás aquí para verlo?

Dhejah inspiró profundamente.

—Me gustaría estar aquí para apoyarle, pero sé que comprende que el deber me llama al frente. Estoy segura de que se las arreglará sólo frente a los miembros presentes del Consejo.

—No tienes de qué preocuparte: estaré en la reunión final donde se decida su resultado y me encargaré de comunicártelo personalmente. Aunque estoy seguro de que Brandar te querrá dar las noticias en cuanto sea posible también.

—Gracias, Obi-Wan.

Él le puso una mano en la rodilla. Dhejah intentó no tensarse ante el contacto.

—¿Entonces qué te pasa? Puedes contármelo, si quieres.

Ella suspiró, intentando decidir cuál era la mejor manera de decirlo. Supuso que directamente. Dar rodeos no iba con su naturaleza, aunque llevaba ya años bailando alrededor de Obi-Wan.

—Se ha dado cuanta.

Obi-Wan frunció el ceño.

—¿De?

Involuntariamente, Dhejah puso mala cara. Por el Creador, aquel hombre le iba a hacer decirlo todo explícitamente. En algunos momentos le sacaba de quicio, por muy perspicaz que fuera en otros.

—De que estoy enamorada de ti.

—Y de que yo estoy enamorado de ti, en ese caso.

Inevitablemente, Dhejah sonrió, sonrojándose. Lo llevaba sabiendo semanas, meses, pero oírlo en voz alta... Y Obi-Wan lo había dicho completamente serio, como si no fuera algo horrible en su situación.

—No ha dicho nada al respecto, pero creo que era conveniente que lo supieras.

—Claro.

Se volvieron a quedar en silencio, y Dhejah era incapaz de mirarle. Pensó que la situación se había vuelto muy incómoda, por haberlo dicho todo de aquella manera. Aun así, a ella le valía así. Le valía disfrutarle ahora como amigos, aunque se quisieran, porque la guerra diezmaba sus vidas y nada era permanente. Nada ni siquiera se sentía permanente. Todo era efímero, como aquel momento.

Como la mano de Obi-Wan, sus dedos entre los suyos, en aquella terraza durante minutos. No podía pedir más de él, y no lo haría. Se podría permitir más de ella, pero tampoco lo haría. Así bastaba.

Observaron el atardecer juntos. Después, Dhejah sabía que ser acercaba su partida.

—Me pasaré a despedirme de Jira antes de volver al Templo —le dijo—. Se me olvidó decirle que era posible que me marchara pronto.

Obi-Wan asintió.

—Yo tengo que pasar por el Cuartel y comprobar que todo está listo para mañana.

Ambos se pusieron de pie. Las lámparas de exterior de la terraza seguían apagadas, porque se suponía que no había nadie fuera.

Dhejah le dio una sonrisa a Obi-Wan.

—Está bien —le dijo—. Ten cuidado y mantente en contacto cuando puedas.

Él asintió.

—Lo mismo digo. Que la Fuerza te acompañe, Dhejah.

—Y a ti, Obi.

Y aunque se habían despedido ya, seguían uno frente al otro, mirándose. Finalmente, Obi-Wan pareció decidir que era hora de marcharse. Suspiró, y le posó las manos en los hombros.

Cuando Dhejah pensó que se acercaba a abrazarla, él giró la cabeza y besó brevemente sus labios. No fue nada más que un roce, un instante de su piel contra su piel. Aun así, fue suficiente para acelerarle el corazón, para sonrojarla y que se quedara de piedra.

Kenobi dejó otro casto beso contra su frente, y, antes de que ella pudiera decir nada, se acercó a la puerta y se fue.

Y allí se quedó Dhejah, sola. Por un efímero momento, deseando algo más.

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Diez rotaciones después, El Resistencia se preparaba para volver a su base en Coruscant. Dhejah y la Legión 335 habían liberado un sistema de las manos de los Separatistas, Juur. Sus habitantes habían salido de las casas tras la última batalla, algunos llorando las pérdidas de sus seres queridos y de sus hogares. Otros salían con lágrimas de alegría en los ojos, porque los clones y la Jedi habían liberado su mundo.

Dhejah había vuelto a la nave, dejando atrás al equipo de reconstrucción, quien se encargaría de que todo estuviera en orden en las siguientes rotaciones, pero estaba completamente seria.

—General —llamó el almirante Segura—. Todo listo para el salto al hiperespacio.

Dhejah inspiró profundamente. A su alrededor, los clones y los demás oficiales del crucero esperaban su orden.

Tantas almas que dependían de sus palabras... Pensó en Brandar.

—Adelante, almirante.

El hombre moreno asintió y los oficiales se pusieron a trabajar. Dhejah contuvo la respiración hasta que dieron el salto al hiperespacio. Las estrellas se alargaron frente a ella, y enseguida fueron absorbidos por la infinidad de la galaxia.

Percibió a Axton acercándose a ella desde atrás. Sus pasos tenían el mismo ritmo que el resto de los clones, firmes y perfectamente pensados, pero su presencia en la Fuerza era inconfundible para Dhejah después de tantos años.

Además, supuso que era su cuñado. Sabía que Axton era consciente de que Dhejah estaba al tanto de su secreto matrimonio con su hermana, pero nunca lo habían hablado entre ellos. Ella pensaba que era mejor hacer como que no sabía nada.

Se giró para mirarle. El clon llevaba su casco blanco y gris bajo el brazo, contra la cadera. Se cuadró frente a la general en el puente.

—Comandante —saludó ella—, buen trabajo ahí abajo.

El clon asintió en agradecimiento.

—Gracias, general, pero no me puedo atribuir todo el mérito. Los chicos lucharon con ganas.

Dhejah sonrió levemente.

—Como siempre: no espero menos de vosotros.

Eso hizo que Axton sonriera también.

—Tiene una transmisión entrante del comandante Eross —informó.

Dhejah inspiró de golpe, asintiendo. Sin esperar nada más, cruzó el puente hasta las puertas que llevaban a la sala principal de comunicaciones. Axton se quedó atrás, hablando con el almirante en el puente.

Cuando Dhejah entró a la sala, los oficiales se cuadraron.

—¡General!

—Descansen. —Dhejah se giró al clon más cercano—. Acepte la transmisión entrante.

Él asintió y se acercó a la mesa inmediatamente.

Relajando los hombros, Dhejah observó la imagen de Brandar que aparecía en la pantalla.

Tenía una sonrisa enorme en la cara, pero lo primero que notó Dhejah, con una combinación de orgullo y tristeza, era que su trenza de Padawan había sido cortada.

—¡Maestra! He pasado las pruebas.

La sonrisa de Dhejah reflejaba la de su antiguo Padawan. Las pruebas para convertirse en caballero Jedi eran cinco, las cuales medían todos los aspectos de la vida de un Jedi, desde el control de las emociones a la habilidad con la espada láser.

—No tenía dudas, joven Eross.

—El Maestro Yoda cortó mi trenza en tu ausencia.

—Siento no haber podido estar presente.

Él negó brevemente con la cabeza.

—No te preocupes, Maestra, entiendo tus obligaciones.

Dhejah sabía que Brandar la llamaba "Maestra" porque era su rango, no porque ya fuera su estudiante. El pensamiento la entristeció un poco, pero también se sentía completamente satisfecha de que su alumno hubiera llegado tan lejos con su corta edad.

En otras circunstancias, habría esperado unos años más para pasar las pruebas. Sin embargo, sabía lo que la República necesitaba.

—¿Se te han comunicado tus labores ya?

—El Consejo Jedi ha decidido que esté al mando de mi propia compañía dentro de la Legión 335, Maestra. Conoceré a mi capitán mañana, y de esta manera tú y yo podremos seguir participando en misiones conjuntas.

Eso complació a Dhejah.

—Me parece una buena idea. Te veré, en ese caso, en cuanto llegue a Coruscant: ya estoy de camino.

El nuevo Caballero Jedi asintió.

—Hasta entonces, Maestra. Que la Fuerza te acompañe.

—Y a ti, viejo amigo.

La transmisión se cortó, y, tras un breve suspiro, Dhejah se giró hacia el oficial clon de nuevo.

—Contacte con Obi-Wan Kenobi, por favor.

—Por supuesto, general.

Dhejah esperó impacientemente, también nerviosa. No había hablado con Obi-Wan desde hace días. Las únicas comunicaciones que habían tenido eran mensajes grabados, porque ambos estaban en el frente. Sin embargo, Dhejah sabía que la campaña en Anaxes había terminado hace unos días, y Obi-Wan debía de estar también de camino a Coruscant.

La transmisión comenzó, y Dhejah percibió que Obi-Wan estaba también frente a la mesa de transmisiones de su Buque Insignia.

—¿Te ha dado la noticia? —preguntó él.

Ella asintió.

—Así es, estoy muy orgullosa.

—Asistí a la reunión de manera telemática —le dijo—. Todos los miembros del Consejo aceptaron su promoción a Caballero unánimemente.

Dhejah se cruzó de brazos.

—Le darán su propia compañía en la 335. Así que supongo que puedo esperar muchas misiones conjuntas.

Obi-Wan asintió, mirándola seriamente. Sus ojos grises, casi azules, parecían algo preocupados.

—Llegará un momento en el que tendrás que dejarle ir.

Y ella asintió solemnemente. Sabía que sería capaz, aunque dolería. Pero aceptaría ese dolor, la tristeza, y se quedaría con el orgullo de ver a su alumno evolucionar. Sabía que haría grandes cosas. Que la visión de jóvenes como él podría mejorar la Orden Jedi. Puede que llevara años, pero Dhejah percibía que el cambio estaba más cerca que nunca.

—Lo sé. Acepto que ya no es mi alumno, pero te mentiría si te dijera que no me da tranquilidad saber que, aun así, puedo tenerle un ojo encima durante los próximos meses.

—Te entiendo.

Se miraron un momento en silencio. Dhejah se dijo que recordar el beso que habían compartido era una mala idea. Sobre todo, allí, rodeados de clones. Ya habría un momento para pensar en eso.

—Te veré en el Templo cuando llegue para darle mi informe al Consejo.

—Perfecto, Maestra Ernark. Que la Fuerza te acompañe.

—Hasta entonces. Que la Fuerza te acompañe, Maestro Kenobi.

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