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037.

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Si Dhejah no hubiera sido Jedi, quizás hubiera perdido los nervios. Sin embargo, como sí lo era, se mantuvo serena mientras Obi-Wan y ella salían del speeder, colocándose las capas sobre las cabezas y pasando el control de los droides en los niveles bajos de Coruscant.

—¿Y qué podría estar Brandar haciendo aquí?

La mujer paseó la mirada discretamente entre las personas que les rodeaban. No necesitaba sus ojos para encontrar a su aprendiz, ya que le resultaba bastante sencillo dar con su presencia a través de la Fuerza, pero sí le preocupaban los viandantes que la rodeaban. No le gustaban aquellas calles oscuras.

Le recordaban a otros tiempos.

A otra Dhejah.

Suspiró antes de contestar.

—Brandar se crio en los niveles bajos de Coruscant. Era bastante mayor cuando le encontré y le traje al Templo.

Sentía la mirada de Kenobi en ella, pero decidió ignorarla.

—¿Recuerda a su familia?

—No creo que esté aquí por su familia: sólo le quedaba su padre, y no tenían buena relación.

—Ya veo.

Siguieron avanzando, atravesando las calles, cada vez más estrechas. Los puestos de comida humeaban con olores desagradables y se oían gritos provenientes de un mercado cercano.

Dhejah sentía cómo Obi-Wan acercaba su cuerpo al suyo mientras atravesaban el gentío hacia calles más despejadas.

Doblaron una esquina, y los viandantes se volvieron incluso más sospechosos.

—¿Quieres emoción? —le dijo un hombre mientras le ofrecía unas pastillas a Dhejah.

Ella elevó la mano antes de que Obi-Wan pudiera intervenir.

—No quieres venderme drogas —dijo solemnemente.

—No quiero venderte drogas —repitió el hombre muy despacio, con cara de sorpresa.

—Quieres volver a tu casa y repensarte la vida.

—Quiero volver a mi casa y repensarme la vida.

El hombre humano se dio media vuelta, dejando las pastillas caer al suelo, y se fue.

Kenobi ahogó una risa mientas seguían avanzando.

—Me acabas de recordar a algo.

Dhejah no preguntó, pero le dio una sonrisa. Continuó concentrándose en la sensación que Brandar le producía; en su vínculo en la Fuerza.

Estaba cerca, pero no lo suficiente como para verle con los ojos. Obi-Wan la siguió mientras torcían a la izquierda por otra calle poco concurrida y llena de bares. Olía fatal.

Kenobi caminó a su lado en silencio hasta que ella le detuvo, poniendo una mano en su hombro. El Jedi la miró expectante.

Dhejah cerró los ojos, descifrando el cambió que se había producido en la Fuerza a su alrededor. Sentía a Brandar muy cerca. Relajó su propia presencia en la Fuerza, y sintió a Kenobi hacer lo mismo.

Señaló con la cabeza hacia las espaldas del hombre.

Estaba allí dentro.

Obi-Wan giró la cabeza brevemente.

Era una puerta sobria, pequeña y morada, con un rótulo encima en aurebesh, que leía "BAR MOCKS". Dhejah no sabía lo que significaba, pero no había ventanas, y parecía una taberna de mala muerte. Un Twi'lek borracho salió de ella dando tumbos, sin prestarles ninguna atención.

Dhejah dio un paso adelante para entrar por aquella puerta trasera, pero Obi-Wan la detuvo brevemente, agarrándole la muñeca.

—¿Estás enfadada con él?

La pregunta sorprendió a Dhejah. Luego se dio cuenta de que estaba reflejando al exterior una calma tan férrea, que ni Obi podía detectar claramente lo que le pasaba.

Ella negó con la cabeza despacio.

—No: sólo preocupada. Esto es algo poco propio de él.

Kenobi asintió, soltándola y dejando que avanzara dentro del bar primero.

Dhejah abrió la puerta y atravesó el estrecho pasillo. Dejó una puerta a su derecha: un baño. La música aumentaba de volumen con cada paso que daba dentro del local, y el olor a alcohol era tan fuerte que la consiguió agobiar un poco.

Por fin llegó a la sala principal del local. Las luces de colores iluminaban las figuras de los consumidores, creando sombras móviles que parecían perseguirla con cada paso que daba.

Se bajó la capa, y Obi-Wan la imitó. Ambos atrajeron miradas, pero, como nadie les dirigió la palabra, Dhejah tampoco dijo nada. Si vio a alguien haciendo algo ilegal, decidió ignorarlo. Caminó con determinación hasta la mesa donde podía ver a Brandar sentado. La banqueta a su lado estaba vacía, pero había otra bebida a medio terminar en la mesa.

El chico se giró hacia ellos cuando estuvieron a su lado, como si, a pesar de sus intentos, les hubiera percibido de todas maneras.

—Maestra, Maestro Kenobi —saludó sin mirarlos.

Dhejah le observó en silencio. Sabía que, para Brandar, aquello era peor que una reprimenda. Llevaba puestas sus ropas de Jedi con una capa oscura por encima, como ellos. Kenobi agarró su bebida y la olfateó. Era azul.

—Al menos tienes suficiente sentido común como para no beber alcohol.

El Padawan no respondió. También seguía sin mirar a Dhejah: tenía los ojos fijos en el suelo del bar. La música no consiguió ahogar las palabras de su Maestra:

—¿Tenías compañía? —Ni siquiera esperó a que Brandar respondiera—. Vámonos.

Se dirigió a la salida del bar, sabiendo que Brandar y Obi-Wan la seguían. Suspiró, intentando relajarse y no comportarse como una madre decepcionada. Conocía a Brandar bien. Conocía sus motivaciones, sus miedos.

Y le conocía lo suficiente como para saber que se acababa de reunir con Ahsoka Tano.

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—No quiero interrogarte como si fueras un fugitivo, Brandar.

—Entonces no me hagas preguntas, Maestra.

Dhejah no sabía si era mejor ignorar su tono insolente, o llamarle la atención. Aun así, lo único que hizo fue darse la vuelta y mirar por el ventanal.

El tráfico nocturno de Coruscant no se veía perturbado por nada, aparentemente. Ni siquiera por la guerra. Ni siquiera por el lado oscuro de la Fuerza, cada vez más presente, más denso.

Eso eran cosas que no preocupaban a la mayoría de personas que iba en esos transportes, claro. Preocupaban a personas como Dhejah. A los Jedi, y a los no tan Jedi como ella.

Se volvió a girar hacia Brandar. Él parecía no querer mirarla, como si eso hiciera que fuera a desaparecer.

Pero Dhejah era muy real, perseverante, y estaba dispuesta a conseguir respuestas de él.

—No quiero interrogarte como a un fugitivo, porque quiero que seas tú quien elija contarme esto, Bran.

Intentó usar una voz conciliadora mientras se sentaba frente a él. El joven se mordió el labio, pero pareció que aquello funcionó. Acabó levantando la vista hacia su Maestra.

—No quiero hablar de esto con el Maestro Yoda.

—No tienes que hablar con nadie si no quieres, Bran. Pero me gustaría que hablases conmigo. No como Maestra y Padawan, sino como Dhejah y Brandar.

En los ojos verdes del chico brilló la aceptación. Aun así, se quedó varios segundos en silencio, y Dhejah esperó a que ordenara sus palabras.

—Siempre nos han enseñado que no debemos sentir afecto —empezó—. Sin embargo, tú misma me trajiste al Templo cuando viste que era sensible a la Fuerza y que en mi casa no era querido. Convenciste al Consejo de que me aceptaran incluso si era algo más mayor de lo normal. Y, cuando pasé mis pruebas de iniciado, me aceptaste como tu primer Padawan.

—Así es.

—Y hace poco me dijiste que, dadas las circunstancias, podría pasar las pruebas pronto, y convertirme en caballero. Que tenía las habilidades necesarias, y que mi entrenamiento estaba casi completo. Lo que ha pasado hoy... ¿te ha hecho cambiar de opinión? —Dhejah negó con la cabeza. Brandar sonrió débilmente como si esperara esa respuesta—. No te ha hecho cambiar de opinión porque ya sabes por qué fui a los barrios bajos. Lo supiste desde el momento en el que el Maestro Skywalker te dijo que me había saltado la clase. Aunque nunca lo hubiera hecho antes, tú ya sabías dónde estaba. Y no porque lo sintieras en la Fuerza. Simplemente me conoces.

Dhejah inspiró.

—Sí, Brandar. Eres como mi hermano —le confesó—. He incluso he intentado ser una madre para ti, a lo largo de los años. —Se miraron en silencio un momento—. Lo que me quieras decir, sabes que puedes decirlo con franqueza.

Y así hizo él.

—Nos enseñan que no debemos sentir afecto. Que las emociones como esas nos llevan al lado oscuro. Pero tú me criaste como una madre, creaste un vínculo conmigo basado en la confianza y en el afecto. —Se mordió una uña y luego siguió hablando—. Sabes que fui a los niveles bajos para hablar con Ahsoka. Me llevó semanas contactar con ella, porque sólo alguien la encontrará si ella permite que la encuentren.

> Me dio una hora y un lugar y no me quedó otra que aceptar. Es mi amiga, y no me puedo quitar de la cabeza el hecho de que se supone que no debería serlo. Que no debería importarme lo que el Consejo le ha hecho. Que no me debería importar que la República, por la que lucho cada día, por la que tú y yo mandamos a nuestros chicos a la muerte, le ha quitado todo lo que ha sido de las manos.

> ¿Qué haría yo, Dhejah, si me hicieran lo mismo? ¿Qué soy, si no soy un Jedi? ¿Si no soy tu Padawan? Y todo debería darme igual. No debería hacerme estas preguntas: debería haberme olvidado de Ahsoka. Y, aunque no es lo mismo, sé que tú tampoco podrías. Sé que no podrías olvidarte del Maestro Kenobi, por ejemplo. Y no lo entiendo. No entiendo por qué todo esto debe de ser así.

Dhejah volvió a levantarse. Volvió a caminar hacia la ventana. Ahora era ella quien huía de él, dándole la espalda.

—Siempre volvemos al mismo tema —musitó.

—Dhejah —llamó Brandar, pero ella no se giró—. Estás enamorada del Maestro Kenobi, ¿verdad? Le amas, y él te ama a ti.

Inconscientemente, Dhejah tensó los hombros. Una cosa era admitírselo a sí misma, incluso admitirlo frente a Obi-Wan, y otra muy diferente era que su Padawan lo dijera en alto. Sin embargo, se tuvo que recordar que ahora Brandar no estaba hablando como su Padawan: sino como su hermano, como su, básicamente, hijo.

Le había pedido que hablara con franqueza, así que supuso que ella debía hacer lo mismo.

—Sí —respondió. Se dio un momento antes de seguir—. Así es. Sentimos algo que no podemos sentir.

Seguía mirando por la ventana, pero ahora veía su reflejo en el cristal. Veía una Dhejah más mayor, con arrugas alrededor de los ojos. ¿Cuándo había pasado eso?

—Ese es el problema —dijo Brandar—: sí podéis sentirlo, y es por eso que lo hacéis. Si no pudierais, no lo sentiríais. Si yo no pudiera preocuparme por mi amiga Ahsoka, no lo haría. Pero sí puedo, y es por eso que decido hacerlo. Y no me avergüenzo de ello. Me avergüenzo de las doctrinas de la Orden.

—¿Por qué?

—Por lo mismo que tú, Dhejah: ¿no crees que es precisamente el huir completamente de lo que nos hace humanos lo que nos destruirá? Nos pasamos estos últimos años destrozando droides, cuando nos estamos intentando convertir en unos. No entiendo cómo se puede vivir así. Puede que antes lo entendiera, pero ya no. Y, sinceramente, no sé si puedo vivir así.

—Yo tampoco —confesó ella.

El silencio volvió a extenderse entre ellos. Dhejah estaba completamente quieta frente al ventanal del Templo. Sentía que, si se movía, el momento se rompería. Sentía miedo dentro de ella, pero también calma, también tranquilidad. Porque Brandar había visto lo que ocultaba, y, aun así, la entendía. La aceptaba.

Y Dhejah no sería como una madre de verdad si no le aceptara a él.

—"Un ejército que lucha por el lado oscuro, alejado de la luz que tanto defendían. Esta República se derrumbará."

Eso hizo que Dhejah se girara. Brandar tenía los ojos cerrados, tras repetir aquellas palabras.

—Barriss Offee.

—Sí —dijo él, abriendo los ojos—. Me pregunto cuánta verdad hay en sus palabras.

Fue precisamente en ese momento, observándole ahí sentado, que Dhejah se dio cuenta de que Brandar estaba listo. Listo para las pruebas, listo para ser caballero, si eso deseaba.

Se le hizo un nudo en el estómago.

Tuvo que volver a girarse a la ventana.

—¿Quieres hacer las pruebas? ¿O quieres dejar la Orden?

Brandar no respondió durante largos minutos. Dhejah observaba su propio reflejo en el cristal, pero se sentía muy lejos de su cuerpo.

—Haré las pruebas —dijo entonces Brandar.

Dhejah asintió una sola vez, y el nudo del estómago pasó a ser orgullo.

Ella no podía dejar la Orden: tenía que seguir luchando en aquella guerra, porque, al fin y al cabo, seguía pensando que estaba en el lado correcto. Puede que, dentro de algunos años, se fuera. Dejara ese camino atrás. Pero también era posible que se acercara una nueva generación de Jedis.

Se giró a mirar a Brandar. Él se había puesto de pie, se había cruzado de brazos en una postura que, inevitablemente, le recordó a Obi-Wan.

Quizás la Orden cambiaría. Quizás volvieran a la luz, quizás no ser perderían en la oscuridad.

Quizás jóvenes como Brandar eran la última esperanza de la Orden Jedi.

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