036.
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Axton esquivó a los senadores que se paseaban por los pasillos del edificio, en busca de una sala concreta. Se había dejado el casco puesto, porque tenía la sensación de que sus movimientos parecían menos sospechosos de aquella manera. Sentía un cosquilleo en el cuello cada vez que los guardas del Senado, en sus armaduras azules, giraban los ojos hacia él.
Los clones tenían permitida la entrada al edificio: sabía que nadie tenía razón para detenerle o cuestionarle. Aun así, sentía que le iban a descubrir.
Aumentó sus pasos al llegar a la parte este del edificio. Se acercó a las puertas azules que conocía bien, y apretó el panel en la pared para que sonara el timbre.
—Comandante —saludó Jira, una sonrisa radiante en el rostro, al abrir.
Por el rabillo del ojo, Axton distinguió a un par de senadores Twi'lek mirándolos con curiosidad.
Se cuadró y asintió, mirándola a través del casco.
—Senadora Ernark, le traigo un comunicado de parte de la general.
Ella asintió, tragándose una risa.
—Claro, comandante. Por favor, pase.
Él obedeció, las miradas curiosas por fin quedando atrás mientras las puertas se cerraban tras ellos. Jira se giró de nuevo hacia él, y Axton se quitó el casco para verla con sus propios ojos. Su vestido blanco recortaba su figura contra la luz que entraba por las grandes ventanas de su despacho.
Aquel vestido le recordaba al que había llevado en su boda, en la ceremonia mandaloriana que habían celebrado durante uno de sus permisos, en secreto. El corazón se le aceleró solo por tenerla delante.
—¿Vendrás a dormir a casa?
Él se inclinó sobre su mano cuando ella la elevó para acariciarle la mandíbula. Aún sujetaba el casco contra una de sus caderas, pero él la atrajo hacia sí para besarle la frente.
—Lo intentaré: si la general no me necesita, veré cómo me escapo.
Jira asintió, se besaron.
—¿Cómo está todo? Te noto preocupado.
Axton suspiró, dejando que ella le guiara hacia uno de los sofás. Aceptó el agua que le dio y la abrazó contra él en el sofá.
—He hablado con Rex: el comando avanzado Cincos ha muerto. Era un buen hombre, y se había vuelto como loco... Nadie entiende bien qué ha pasado, y Rex no me ha querido dar detalles.
Jira asintió, apretándole la mano sobre el guante. Aguardó unos segundos, pero no le preguntó nada más. Siempre respetaba su silencio, sobre todo cuando se trataba de cosas que tenían que ver con sus hermanos.
—¿Y qué hay de esa mujer? —susurró con tono de complicidad, como si alguien fuera a oírlos.
Eso alegró un poco a Axton, se rió entre dientes.
—¿Riane Unmel? —Sacudió la cabeza y le dio otro sorbo al vaso—. El capitán sigue diciendo que no hay nada entre ellos, pero le conozco demasiado bien.
Jira sonrió, levantándose para acercarse a su escritorio. Axton observó sus movimientos con una sonrisa relajada en los labios.
—Me gustaría conocerla —le dijo, mientras apilaba en sus manos algunos datapads—. Como ya te dije, todos los clones sois hombres, y no me extraña que algunos sintáis...
La puerta se abrió de pronto, y Jira dio un salto, casi dejando los datapad caer al suelo. Axton saltó de su asiento al ver a la general Ernark y al general Kenobi en la entrada.
Dejando el vaso en la mesa frente a él a una velocidad asombrosa, se cuadró y sujetó de nuevo el casco junto a él como si nunca hubiera estado sentado en el sofá con una pose tan relajada que era poco propia de un oficial como él.
—¿Axton? —preguntó Kenobi.
Dhejah pareció recuperarse pronto de su estupor, al menos antes que los demás.
—Ah, sí —dijo, sonriendo como si nada—. Se me había olvidado decirte que al final íbamos a venir a verla nosotros, Axton. ¿Le has entregado aún así el informe?
Él asintió fervientemente, sintiendo que podría arrodillarse a besarle los zapatos a la mayor de las Ernark. Le estaba salvando el culo frente a Kenobi... Y no sabía si aquello le relajaba o le incomodaba más.
—Como me dijo, general —respondió con su voz de comandante.
—Aún no me ha dado tiempo a verlo, hermana —dijo Jira, dándole una sonrisa cordial a los Jedi—. El comandante acababa de llegar.
Obi-Wan se pasó una mano por la barba, mirando entre la senadora y el clon. Axton miró con pánico a Dhejah, y entendió su mirada al instante, probablemente por haber luchado junto a ella tantos años: era hora de irse, antes de que Kenobi percibiera la mentira o sus nervios con sus poderes Jedi.
Así que Axton le dio un saludo a la general.
—Si no me necesita más, señora, entonces volveré a la base.
Dhejah asintió, complacida.
—Claro, Axton. Gracias, y disculpa haberte hecho venir aquí para nada.
—No hay problema, general.
Tras otro saludo a los Jedi y una mirada rápida hacia su esposa, Axton se dio prisa en salir por la puerta.
Jira se volvió hacia el escritorio en cuanto salió, respirando profundamente para calmarse del susto. Tendrían que hablar de los riesgos de verse allí, pero ahora no era el momento de hablar de ello.
—¿Entonces veníais a decirme algo?
Obi-Wan pareció decidir que lo que fuera que pasaba con la senadora y el clon no era de importancia. Asintió, avanzando por la estancia hacia el sofá cuando Jira lo señaló para que tomaran asiento. Ella se sentó enfrente, en un sillón granate. Su hermana tomó asiento al lado de Kenobi.
—Sí, senadora —dijo él, tan serio y profesional como siempre—. Solamente queríamos transmitirle un mensaje del Maestro Yoda.
Jira relajó los hombros bajo el vestido blanco, centrándose.
—¿El Maestro Yoda?
Normalmente no tenía contacto con las altas esferas de los Jedi, sólo con Dhejah y su Padawan, y con Obi-Wan, por parte de su hermana, y Anakin Skywalker, por parte de Padmé.
—Ha sido una decisión del Consejo, por eso Obi-Wan está aquí —respondió Dhejah.
El hombre volvió a asentir.
—El Consejo quiere pedirle un favor. —Jira aguardó con escepticismo—. Sabemos que algunos senadores han comenzado a pedir la completa independencia del Gran Ejercito de la República y su desvinculación de los Jedi. Nos gustaría que, como amiga de los Jedi, si se enterara de algo importante, nos lo comunicara de inmediato.
Jira y Dhejah intercambiaron una tensa mirada. La más joven se puso de pie, meditando su respuesta mientras se acercaba a un ventanal y miraba hacia Coruscant por él.
Al ver que no respondía, Dhejah intervino.
—Pero entendemos que esto es algo delicado, y que puede que no te sientas cómoda dando información sobre otros senadores. En ese caso, lo respetaremos completamente.
—Tú no estás en el Consejo —observó Jira sin girarse.
—No: pero fui yo quien te sugirió para la tarea, porque sé que los Jedi pueden confiar en ti.
Jira suspiró, girándose por fin hacia los Maestros.
—Los Jedi han hecho mucho por mí y por nuestro mundo —le dijo a Dhejah, para después girarse hacia Obi-Wan—. Y claro que los Jedi tienen un amigo en Thunij y en su gobierno. Les facilitaré la información que necesitan.
Kenobi y Dhejah se levantaron al unísono, y algo en el gesto hizo que Jira casi sonriera.
—Se lo agradecemos, senadora —respondió Obi-Wan—. La guerra está muy expandida, y dejar a los Jedi al margen a estas alturas, pensamos, sería un error.
Ella asintió.
—Dígale al Maestro Yoda que, aun así, creo que puede quedarse tranquilo: que eso pase es muy poco probable.
Kenobi se cruzó de brazos.
—Debemos estar preparados para todo. —Le dio una pequeña reverencia—. Saldré fuera a comunicárselo al Maestro Yoda, en ese caso. Gracias de nuevo, senadora.
Se giró brevemente hacia Dhejah y ella asintió.
—Estaré ahí en un momento, Obi-Wan.
Las dos mujeres esperaron a que Obi-Wan hubiera salido de la sala para habar de nuevo. Jira se pasó una mano por la cara, tragándose una sonrisa de estúpido agradecimiento y alivio.
—Gracias por lo de antes.
—No es nada —respondió Dhejah.
Intercambiaron un silencio incómodo.
—Debéis tener más cuidado —susurró entonces la mayor—. Que ya sé que lo tenéis, pero...
Jira asintió rápidamente.
—Lo sé, hermana. Gracias de nuevo.
Entonces, para la sorpresa de Jira, su hermana se acercó hacia ella y le dio un corto abrazo.
—Cuídate —le pidió—. Y gracias por aceptar.
Jira asintió con estupor, intentando descifrar la mirada intensa que le estaba dando su hermana. No tuvo suerte.
—Claro, no hay problema, Dhejah.
Separándose, la Jedi asintió de nuevo y le dio una sonrisa de despedida antes de dirigirse hacia la puerta.
—Hasta luego, hermana. Que la Fuerza te acompañe.
—Y a ti, adiós.
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Dhejah y Obi-Wan atravesaron el Senado hacia la salida y el hangar para tomar un transporte que los llevara de vuelta al Templo Jedi.
El hombre se giró levemente para mirarla, levantando una ceja con gesto curioso.
—Tú nuca te olvidas de las órdenes que le das a Axton —observó—. Y tampoco me dijiste nada de que le mandarías con un informe: acordamos venir juntos.
Dhejah no le devolvió la mirada: aquello fue suficiente para decirle que le mentía cuando respondió.
—Claro que se me olvidan las cosas, Obi —le dijo en voz baja—. Soy humana.
Él puso los ojos en blanco, decidiendo no indagar más.
—¿De verdad? Pensaba que eras un Besalisko —respondió con sarcasmo.
Los dos Jedi salieron por fin al exterior, y se dirigieron a su speeder, el cual habían tomado prestado del hangar del Templo.
—El Maestro Yoda estaba complacido —le comentó Kenobi a Dhejah cuando ser acercaron al transporte—. Creo que se quedó más tranquilo al saber que Jira mantendría un ojo abierto para nosotros.
La mujer suspiró.
—Sé que fui yo quien te dijo que la sugirieras para el trabajo —respondió—, pero confieso que espero que no se meta en ningún lío por involucrarla en nuestros temas.
Kenobi suspiró levemente.
—Confía en ella, querida —le dijo, como si hablara con un Padawan—. Además, no le hemos pedido que espíe a nadie: sólo que nos de la información que obtenga de manera natural.
—Lo sé.
Al distinguirlos, el droide de seguridad dejó libre la entrada al speeder.
—Yo conduzco —se adelantó Obi-Wan, subiéndose rápidamente al asiento del conductor.
Dhejah puso los ojos en blanco mientras se sentaba a su lado.
—¿Qué pasa? —le dijo, sintiendo ganas de reír—. ¿El viaje de ida fue muy movidito para ti?
Kenobi arrancó el transporte, y se elevaron fluidamente en el aire, de camino a la corriente de tráfico que cruzaba el atardecer de Coruscant.
—No sé si te has estado juntando con Anakin, o si las horas que pasas en tu caza estelar se te han pegado, querida: pero no hay necesidad de saltarse los límites de velocidad impuestos.
Dhejah resopló.
—Quizás Anakin tiene razón y te estás volviendo aburrido, Obi.
—Claro —rio él.
Ella se giró levemente para admirar su sonrisa, que era más brillante (o eso le parecía a ella), cuando estaban juntos. Obi-Wan despegó la mirada brevemente del tráfico al sentir que le observaba, y se giró hacia ella un segundo, ensanchando brevemente su sonrisa antes de volver a mirar al frente.
Después alargó el brazo derecho hacia la palanca de cambios del speeder, cambió una de las marchas del propulsor y, en vez de devolverla a los controles, volvió a alargarla más, para que rozara la mano de Dhejah, que descansaba en su regazo. Le sujetó los dedos y apretó brevemente, sin decir nada, para después volver a sujetar con ambas manos los controles del transporte.
Ella se giró hacia su derecha para mirar lejos de él, porque sentía que le ardía la cara. Eran aquellos momentos de intimidad tan inocente los que le aceleraban el corazón y le recordaban los sentimientos que compartían. Aquellos que cada vez le costaba más ignorar...
Su transmisor la distrajo. Aceptó la comunicación inmediatamente, y la imagen de Anakin apareció frente a ella.
—¿Skywalker? —preguntó.
Obi-Wan se giró brevemente al transmisor con el ceño fruncido.
—Maestra Ernark —saludó él—. Es sobre mi lección con Brandar...
Dhejah arrugó el ceño también. Tras la marcha de Ahsoka, ella y Obi-Wan habían decidido que tanto a Anakin como a Brandar les vendrían bien unas lecciones juntos. Ambos se llevaban bien, y sabía que su Padawan podría aprender mucho del Elegido. Por eso, cuando ella estaba ocupada y Anakin libre, el Caballero Jedi aceptaba darle algunas lecciones al Padawan.
—¿Ha ocurrido algo?
Anakin se pasó la mano por el cuello, incómodo.
—Llevo esperándole dos horas, y no ha aparecido. Le he buscado en el Templo y le he intentado contactar a su transmisor, pero no he dado con él. Le he pedido a Rex que hable con algunos oficiales de la 335, para ver si estaba por el cuartel, pero tampoco he tenido suerte.
Kenobi sacudió la cabeza, acelerando ligeramente.
—Eso no suena como algo propio de Brandar.
Dhejah se mordió el interior de la mejilla.
—Está bien, Skywalker. Gracias por avisarme: yo me ocuparé de dar con él. Y siento haberte hecho perder la tarde de esta manera.
El hombre de melena castaña negó con la cabeza.
—No te preocupes, Maestra. Avísame cuando des con él, para quedarme más tranquilo.
—Claro, Anakin.
Dhejah cortó la transmisión, girándose hacia Obi-Wan.
—Sé dónde está —le dijo.
El hombre elevó las cejas, algo sorprendido.
—Ah, ¿sí? —Luego sacudió la cabeza—. Nunca fue así de fácil con Anakin. —Carraspeó—. Está bien, ¿a dónde vamos? Te acompañaré.
Dhejah intentó serenarse.
—A los niveles bajos de Coruscant.
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