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035.

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Brandar tenía un vago recuerdo de lo que eran las fiestas de cumpleaños. Cuando aún vivía con su padre, sabía que los otros niños tenían fiestas de cumpleaños. Su familia no era de celebrar nada, y cuando la Maestra Ernark le había llevado al Templo, aquella tradición se esfumó del todo de su vida.

Aun así, esperaba poder pasar el día, aunque fuera algunos minutos de él, haciendo algo especial. El año anterior, la Maestra Ernark le había llevado un pastel típico de Naboo a su habitación.

Ese día cumplía diecisiete años, pero se pasaría el día destrozando hojalatas.

—Maestra —llamó por el transmisor—. Axton me indica que la chatarra se da a la batida en el punto 55.21.

Sin esperar respuesta, dio un salto potenciado por la Fuerza y aterrizó en un droide de infantería, atravesando su cabeza con su sable y saltando automáticamente a otro cercano.

—Que tus hombres aguanten la posición: dejad que se retiren.

Brandar dio una voltereta hacia atrás, destrozó a un par de hojalatas más y salió corriendo hacia el comandante Axton con un sprint que era sólo posible para los Jedi. Se apartó la trenza de Padawan de la cara: algunas de las cuentas que le había dado Ahsoka seguían unidas al final de su pelo.

Sacudió la cabeza, haciéndole una señal al comandante. El clon asintió, repitiendo la señal para los soldados que había a sus espaldas, y Brandar se giró para reflectar los disparos que los droides dirigían a los hombres de la República.

—Toda una fiesta —se dijo a sí mismo.

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—Te dije que su plan sería tendernos una emboscada a la salida del sector de fábricas, Obi.

El Jedi se encogió de hombros, dándole una sonrisa divertida a su amiga.

—No siempre puedo darte la razón, Dhejah. Si lo hago, se te subirá a la cabeza.

La mujer se cruzó de hombros con gesto ofendido, pero la sonrisa la delataba.

—Eso suena más a usted, Maestro Kenobi.

Ambos se obligaron a perder las sonrisas al ver que el comandante Axton, Cody y Brandar se acercaban a ellos. Dhejah pasó la mirada entre los tres hombres, porque a Brandar ya podía comenzar a considerársele uno. Se estaba dejando el pelo largo, y le había crecido a gran velocidad esos meses, rozándole en partes las orejas e incluso los hombros. La trenza de Padawan también le había crecido, pero había mantenido algunas cuentas de su amiga togruta al final de ella, como recuerdo de la que había sido Padawan también. Se le habían ensanchado más los hombros y la espalda, y había ganado algunos centímetros, casi igualándose ya a los clones. Dhejah llevaba varias semanas pensando que cada vez se acercaba más a dejar de ser un Padawan y a ser caballero Jedi. En condiciones normales, tardaría más en dar ese paso, pero la guerra hacía que necesitaran más generales, más Jedi independientes, y la verdad era que Brandar había crecido mucho como Jedi en los últimos meses.

Sabía que mucha de su felicidad adolescente se había esfumado cuando Ahsoka se había ido de la Orden sin despedirse de él. Cuando se acercó a ellos, vio en sus ojos la seriedad de un Padawan forjado en la guerra, ni rastro del niño alegre que alguna vez había sido.

Los clones se cuadraron ante los generales antes de quitarse los cascos.

—Brandar —saludó Dhejah—. ¿Bajas?

—Tres hombres de la 335 y dos del 212 —les informó—. Varios heridos, pero hemos recuperando la posición, Maestros.

Obi-Wan asintió con aire pensativo, mirando a su alrededor. El sistema era básicamente una versión pobre de Coruscant: la mayoría de su superficie esta cubierta por ciudades y fábricas. Los Separatistas habían intentado tomar una de las fábricas de armamento de la República, pero su equipo había sido suficientemente rápido.

—La general Luminara nos relevará pronto —le dijo Kenobi al Padawan y a los comandantes—. Subid a los heridos a la fragata médica y aseguraos de que el perímetro es seguro.

—Enseguida, general —respondió Axton.

Los clones se alejaron y, tras una corta reverencia, Brandar se dio prisa en intentar seguirlos.

—¡Brandar! —Dhejah giró la cabeza para mirar a Obi-Wan con sorpresa—. Feliz cumpleaños.

El chico borró el gesto de sorpresa de su cara para darle una sonrisa de agradecimiento al Jedi. Con otra reverencia, siguió a los clones.

Dhejah y Obi-Wan se abrieron paso hasta una de las cañoneras vacías. Cuando estuvieron dentro, las puertas se cerraron a sus espaldas y el piloto elevó la nave. Dhejah se sacudió las piernas, porque tenía el mono lleno de polvo marrón, y se agarró a una de las sujeciones del techo.

—Sabrá que yo te lo recordé —le dijo casualmente a Obi-Wan.

El hombre se encogió de hombros, agarrándose también al techo.

—Para nada —le dijo—. Brandar se dará cuenta de que tengo una gran memoria para los acontecimientos de este estilo.

Dhejah elevó una ceja morena. Sintió cómo la nave rompía la barrera del sonido, comenzando a salir al espacio exterior para llevarlos al crucero. Soltando por fin las sujeciones de la nave, aprovechó para deshacerse de la coleta y pasarse las manos por el pelo: le dolían las raíces de llevarlo atado tan fuertemente durante horas.

Levantó la vista para ver a Obi-Wan mirándola, pero él enseguida se aclaró la garganta y miró su transmisor como si alguien le estuviera intentando contactar.

Dhejah se tragó una sonrisa.

—General Ernark, general Kenobi, estamos a punto de atracar en El Resistencia —avisó el piloto.

—¿Lista para un montón de reuniones aburridas? —dijo Kenobi.

Dhejah rotó los hombros varias veces, intentando deshacerse de la tensión que sentía en ellos.

—¿Tengo otra opción?

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Obi-Wan asentía mientras escuchaba lo que Anakin estaba diciendo. La guerra consumía todos los aspectos de sus vidas, incluso aquellos que pasaban en el Templo, lejos del frente.

—Y por eso le dije que no deberíamos dejar que el Escuadrón Oro...

Las palabras de Skywalker murieron en sus labios al darse cuenta de que su antiguo Maestro ya no le seguía el paso. Se había detenido de golpe en el pasillo, el ceño fruncido, mirando al suelo.

—¿Obi-Wan? —susurró Anakin con preocupación.

Kenobi alzó la mano derecha para que no hablara, y Anakin se dio cuenta de que estaba concentrándose para sentir algo en la Fuerza. Le dio unos instantes, y de repente Obi-Wan se recompuso y señaló a sus espaldas, al pasillo con dormitorios que habían dejado atrás. Anakin alzó las cejas.

—Discúlpame, Anakin. Te veré en el comedor, ¿de acuerdo?

Sin esperar su respuesta, Obi-Wan se dio la vuelta y se fue. Anakin se quedó perplejo en el sitio. ¿Desde cuándo Obi-Wan le interrumpía así y se iba dejándole a mitad de una frase, sobre todo cuando se trataba de algo que tenía que ver con sus hombres?

Skywalker hizo memoria, y no le costó caer en lo que estaba pasando: en aquel nivel estaba la habitación de Dhejah Ernark. ¿Había sentido algo que ver con ella y por eso se iba así?

Retomó su paseo hasta el hangar: supuso que por lo menos podía aprovechar para ir a ver a Padmé. Aun así, mientras atravesaba el Templo a buen paso, no pudo evitar sentir desconfianza hacia Obi-Wan. En los últimos meses (¡par de años!), a través de la guerra, había visto como él y Dhejah se acercaban. No había pensado nada del tema hasta que ella había sido secuestrada, y él había parecido realmente angustiado. Desde entonces, llevaba pensando en que era posible que Obi-Wan, al menos, sintiera algo por Ernark. De ella no estaba tan seguro, no la conocía lo suficiente... Aunque la falsa muerte de Kenobi la había tocado casi tanto como a él mismo.

Se pasó las manos por la cara al subir a un speeder. Tomó aire con fuerza y lo expulsó por la boca para intentar calmar sus pensamientos.

¿Y qué esperaba de Obi-Wan? ¿Que le confesara que estaba enamorado? Sabía que Kenobi no le diría nunca nada, que nunca le confiaría un tema como aquel... Le dolía, pero a la vez, no le sorprendía.

Si Kenobi le había reprendido por sus sentimientos continuamente, se imaginó que reprimirá los suyos propios también. Y, si no era así, entonces Obi-Wan era un hipócrita.

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Obi-Wan llamó a la puerta de Dhejah sin esperarse un momento. Se dijo que no debería de haber dejado a Anakin así, hablando con la pared en medio del pasillo, pero ya era demasiado tarde como para inventarse algo. Su antiguo aprendiz era avispado para lo que quería, y sabía que se daría cuenta de quién había llamado la atención de Obi-Wan.

Dhejah es mi amiga, se dijo. Nada más.

Hasta sus palabras en su propia cabeza le sabían a mentira.

La puerta se abrió frente a él un segundo después. Entró, y vio a Dhejah sentada en el colchón que hacía de cama, la cabeza torcida para que el sol que entraba por la ventana de su cuarto le diera directamente en el rostro. Obi-Wan sintió que se le secaba la boca ante la imagen, pero tragó saliva mientras la puerta se cerraba tras él, y se concentró, para serenarse, en el sentimiento que había percibido de Dhejah. Pura tristeza.

Resultó que aquello no era lo mejor para serenarse.

—¿Estás bien? —le preguntó, aún desde la puerta.

—Sí.

Él frunció el ceño, de repente molesto.

—No... —Sacudió la cabeza—. No es una pregunta: en realidad ya sé que no. ¿Qué ha pasado?

Ella seguía sin abrir los ojos. No se había movido ni un centímetro desde que él había entrado. Tomando aire antes de moverse, Obi-Wan avanzó y se sentó a su lado en la cama, dejando medio palmo entre su rodilla y la de ella.

—He hablado con Brandar —dijo ella por fin.

Obi-Wan se pasó la mano por la barbilla.

—¿Y ha pasado algo para que...? ¿Para que te sientas así?

Ella movió la cabeza. Abrió los ojos y miró a la pared ante ellos. Acercó su rodilla a la de Obi-Wan, hasta que sus pieles se rozaban a través de las túnicas.

Sintió su suave mano, su presencia en la Fuerza, rozando contra su mente. Obi-Wan cerró los ojos y la dejó dentro. Saber que Dhejah le podía enseñar una imagen, así, tan claramente, a través de su enlace, le robó el aire de nuevo. Pero se concentró, porque no era la primera vez que algo así sucedía. Alargó su mano a través del cuerpo de Dhejah y le agarró la suya para anclarse a la realidad. Se hundió en su memoria.

Brandar estaba al otro lado de la habitación mientras su Maestra servía té en dos tazas.

—¿No te sientas? —preguntó Dhejah.

—¿Podemos hablar, Maestra?

El gesto y el tono grave de Brandar la sorprendieron. Dejó el té de yarba en la mesa frente a ella y se giró a mirarle.

—Claro, Bran. Dime.

El joven se pasó las manos por el pelo.

—¿Crees que estamos en el lado correcto de esta guerra, Maestra?

El gesto de Dhejah se volvió serio también, pero señaló al cojín que estaba frente a ella. Brandar la complació sentándose.

—¿A qué te refieres?

—Exactamente a lo que suena, Maestra.

Dhejah suspiró.

—¿Es esto por Ahsoka?

Hacía meses de aquello, pero Brandar se estremeció de igual manera.

—Ahsoka fue el detonante —le dijo por fin—. Pero he estado pensando en ello desde entonces. —Guardaron silencio hasta que él continuó—. Los Jedi hemos creado un ejército de seres vivientes para esta guerra, pero no nos inmutamos cuando caen a nuestro lado. Defendemos sistemas de los Separatistas, pero dejamos que otros se mueran de hambre porque no consideramos que enviar ayuda sea una prioridad para las tropas. Nos llamamos defensores de la paz, pero, desde el primer momento, respondimos a la violencia con más de ella. Nos hemos convertido en soldados, Dhejah.

Brandar nunca la llamaba por su nombre. Cuando lo hacía es porque estaba siendo sincero con ella, cuando le hablaba de persona a persona, más que de Padawan a Jedi. Cuando se veía como su igual.

—¿Qué ha pasado para que me hagas estas preguntas?

—Nada, Maestra. Sólo he estado pensando en ello.

—Y me las traes a mí, porque... —Dhejah sacudió la cabeza—. No me malinterpretes, Bran. Siempre puedes decirme lo que te atormenta. Lo que quiero decir es que no recibirás la respuesta que esperas de mí.

—Es de ti quien quiero la respuesta, Maestra.

Tan pronto como había entrado en su mente, Dhejah se retractó. Soltó su mano y se separó de él, la imagen le dejó.

—¿Qué le respondiste? —preguntó Obi-Wan.

—Ya sabes lo que le respondí, Obi-Wan.

Él asintió.

Un ejército que lucha por el lado oscuro, alejado de la luz que tanto defendían.

Esta República se derrumbará.

Barriss Offee. Aún recordaba sus palabras al pie de la letra.

Y sabía que Dhejah, en parte, concordaba con ella.

—¿Desea dejar la Orden?

—No me dijo nada que se pareciera a eso. Pero las dudas comienzan a crecer en su interior.

—¿Cómo crecen en ti?

—Y en ti, Obi-Wan.

Él se quedó en un silencio atónito ante aquella respuesta. Se quedó en silencio, porque sabía que era verdad.

—Están siendo momentos difíciles para todos —respondió a la defensiva.

—Sí —dijo Dhejah—. Pero nada excusa algunas de nuestras acciones.

Él tomó aire profundamente.

—Lo sé.

Dhejah se pasó las manos por el pelo castaño y suelto.

—Me gustaría ser la profesora que merece —le confesó—. Pero, ¿cómo puedo defender algo en lo que ya no creo, Obi?

—No te culpo.

Ella soltó un sonido que indicaba que no le creía del todo.

—¿De verdad?

Obi-Wan miró hacia la puerta. Como si no poder verla por el rabillo del ojo hiciera que ya no estuviera a su lado.

—Sabes que no. Sabes que te entiendo en algunos aspectos.

—No en todos.

Obi-Wan enrojeció.

—Sabes cómo me siento respecto a ti, Dhejah —le dijo de pronto—. Lo llevas sabiendo durante meses. Y sabes que, si pudiera... —Se atragantó con sus palabras—. Pero no puedo.

Sentía que se desmayaría. Que acababa de cometer la tontería más grande de su vida. Y, sin embargo, ¿qué cambiaba decirlo en alto? Ya le había mostrado a Dhejah, hacía meses, que la amaba.

De repente, sintió los dedos de Dhejah en su barba, en su mentón, moviéndole para que la mirara.

—Y tú sabes cómo me siento yo, Obi.

Él asintió, porque estaba más allá de las palabras. Se vio reflejado en sus ojos, tembló.

—¿Nos dejarás?

Ella le dio una pequeña sonrisa.

No puedo, Obi. Aún no. —Su mano derecha, aún en su cara, le trazó el mentón con delicadeza, colándose entre su barba castaña—. Y sabes que a ti no te dejaré nunca.

Él asintió de nuevo.

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