034.
━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.
Obi-Wan estaba sentado frente a los controles de la nave mandaloriana. Se había pasado el viaje en silencio, pero estaban a punto de llegar a Coruscant y Dhejah creía oportuno hablar con él antes de aterrizar.
Mientras estuvieran en esa nave, los dos solos, él era Obi. Una vez que pisaran la capital de la República, se convertiría en el Maestro Kenobi, y entablar una conversación ya no sería tan fácil.
Se sentó a su lado, en la única silla libre. Él seguía mirando hacia el hiperespacio en silencio.
Dhejah alargó una mano invisible a través de la Fuerza. Se había esperado encontrar resistencia, una férrea pared de oposición, pero Kenobi bajó sus muros para dejarla dentro de inmediato. Ocultó su sorpresa mientas se concentraba en percibir su dolor.
Su miedo, su furia, su confusión.
Suspiró.
—He perdido a una amiga —le dijo entonces él en un susurro—. Era una buena mujer, y en su día la amé...
—Obi... —dijo Dhejah, intentando pensar en palabras que le hicieran sentir mejor.
—Vi en sus ojos la muerte de Qui-Gon. A manos del mismo hombre.
Compartieron un silencio largo.
Dhejah no tenía nada que decir. Se supuso que su presencia debería ser apoyo suficiente, o al menos eso esperaba.
Obi-Wan se giró hacia ella.
—Siento haberte arrastrado hacia aquí —le dijo.
Tenía el gesto cansado, los ojos claros apagados. La guerra cada vez le pasaba más factura, pero en ese momento parecía un hombre derrotado.
—Fue mi decisión, Obi —le respondió ella—. Eres mi amigo, y sabes que te seguiré a donde haga falta.
Él movió débilmente la cabeza hacia abajo. Dhejah sabía que las sillas estaban fijas al suelo, pero le parecía que estaban más cerca, aunque eso era imposible.
Los ojos de Kenobi se clavaron en los de Ernark.
—Siento haberte traído hasta aquí —añadió casi en un susurro—, porque creo que comienzas a darte cuenta de que todo lo que quiero está en riesgo, querida.
Dhejah no tenía que preguntarse las implicaciones de aquella frase. Lo sentía todo a su alrededor, en la Fuerza. Le aterrorizaba la realidad, lo que sus palabras escondían.
Intentó apartar la mirada, pero era incapaz.
Sintió cómo él le apartaba el pelo de la cara a través de la Fuerza. Se le aceleró el corazón.
—Obi, yo... —intentó decir, sin encontrar palabras.
Él se pasó una mano por la cara.
—Deja de mirarme así o me vas a meter en un aprieto, Dhejah.
Ella enrojeció, agachando la cabeza para mirarse las manos.
¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaban haciendo? Se sentía una adolescente.
—Lo siento —musitó.
—No es culpa tuya.
Eso ya lo sabía. Pero lo sentía. Que tuviera que ser así, en ese momento.
Lo sentía todo.
La muerte de Satine, la de Qui-Gon, sus propios sentimientos por Obi-Wan. Y los de Obi-Wan por ella. Sentía que estuvieran en aquella situación, la cual avanzaba más y más, a contracorriente al juicio de ambos. Sentía no poder ignorar sus palabras, que seguro se quedarían con ella, aunque él no hubiera admitido nada en voz alta.
Lo sentía, pero en el fondo no se arrepentía.
Amarle a él era una tortura que sabía a placer. Estaba adicta a sus sentimientos, y sabía que, aunque no pudiera actuar sobre ellos, los conservaría.
Así que volvió a alzar la cabeza, justo cuando la nave emitía un aviso y salían del hiperespacio. La silueta de Coruscant apareció ante ellos.
—Estoy contigo —le dijo.
Alargó una mano, esta vez de verdad. Él le tendió la suya, sujetándola. Sus dedos se entrelazaron sin esfuerzo.
—Lo sé.
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—¡Tienes que hablar con el Maestro Kenobi! ¡Con el Consejo! ¿Cómo pueden hacer esto?
Dhejah estaba sentada sobre sus piernas cruzadas, en el suelo de su dormitorio. Su aprendiz Brandar se paseaba como una furia encarcelada frente a ella, cruzando a grandes zanjadas la habitación, de un lado a otro.
Su Maestra sentía su furia y su tristeza. Ella misma se sentía así, confusa y apenada, por la decisión del Consejo. Todas las pruebas indicaban que Ahsoka Tano estaba detrás de un ataque al Templo Jedi, y más tarde de un ataque en el Cuartel del GER contra varios clones, tras matar a una prisionera.
Tras una persecución, la habían atrapado y expulsado de la Orden. Ahora debía presentarse a juicio frente a la República.
Dhejah no había podido enfrentarse al Consejo, o a Obi-Wan. No se le había permitido estar presente en el juicio de la pequeña Tano. Pero Ernark creía imposible que la Padawan, gran amiga de su aprendiz, pudiera estar detrás de algo así.
No le cabía en la cabeza.
Sentía el lado oscuro a su alrededor, nublándolo todo.
Sabía que Brandar tenía razón, así como el desesperado Anakin, pero no había nada que Dhejah pudiera hacer.
—Bran —llamó al chico.
Él se detuvo frente a ella, las manos crispadas y la cabeza agachada.
A Dhejah le dio un vuelco el corazón. ¿Cómo había crecido tanto? Aún recordaba encontrarle en las calles de Coruscant. Recordaba verle entrenar como un iniciado. Su Maestro, Geral Treye, se había reído de ella al ver que tenía tanta devoción por el pequeño.
Después él había muerto, y, aparte de su propia hermana, ahora Brandar era la única familia que le quedaba. Supuso que el resto de la Orden era también su familia, pero en momentos como aquel... no estaba tan segura.
—Siéntate —añadió.
Lo dijo con la voz de una madre, más que con la de una profesora.
El chico hizo caso. Ya no parecía tan alto, al estar sentado, pero sí se notaba que se estaba convirtiendo en un hombre fuerte. Se le comenzaban a ensanchar los hombros, y el pelo le había crecido ligeramente. Los rasgos se le comenzaban a endurecer como consecuencia de la adolescencia. Aún llevaba las cuentas togrutas que le había dado Ahsoka, atadas a un mechón, reemplazando su perdida trenza Padawan.
Eran las mismas cuentas que le habían arrancado a Tano al echarla de la Orden.
—Sabes que no puedo hacer nada —dijo despacio—. Pero hablaré con el Maestro Kenobi. Sé que esta decisión le complace tanto como a ti, Bran. Ahsoka era querida por todos en la Orden.
—No lo parece —masculló él, lágrimas en los ojos, pero sin llorar—. La han echado cuando está claro que ella nunca haría algo así. Tú lo sabes, Maestra.
Dhejah asintió. Intentó enviarle calma a través de la Fuerza, pero sólo encontró dolor y tristeza, furia que le heló los huesos.
—Te lo dije una vez, Brandar: hace falta coraje para serle fiel a unos principios. También hace falta coraje para pertenecer a la Orden, incluso cuando no estamos de acuerdo con sus decisiones. Hace falta coraje para ver el camino, y para entender el propósito.
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Obi-Wan y Dhejah se reunieron en una de las plataformas del Templo. Un transporte privado les llevaría al Cuartel General del Gran Ejército de la República, donde Ahsoka sería juzgada en una hora estándar.
La Maestra Jedi se subió al transporte en silencio.
—No lo puedo creer —musitó Obi-Wan, pasándose una mano por la cara mientras el transporte arrancaba.
Al estar solos, Dhejah se permitió hablar con franqueza.
—Sabes que el Consejo está cometiendo un error, ¿verdad?
—Intenté hacerles ver que la decisión era precipitada. Pero no quisieron escuchar.
Dhejah distinguía en los rasgos de Obi-Wan el dolor de un padre herido. Puede que Ahsoka fuera la Padawan de Anakin, pero estaba claro que Kenobi le había cogido mucho cariño a la niña. Había pasado mucho tiempo con ella desde que se había convertido en aprendiz al principio de las Guerras Clon.
—El lado oscuro se ha metido en el Templo, Obi —suspiró Dhejah—. De eso no hay duda.
Él agachó la cabeza, y no respondió, porque era verdad.
La guerra no estaba sólo ahí fuera. Había llegado para quedarse entre los suyos.
—¿Y Brandar? —preguntó Obi-Wan cuando el cuartel se dibujó ante ellos, en el horizonte.
—Ha ido antes, con mi hermana. Quería hablar con Ahsoka antes del juicio. —Tomó aire—. Padmé será su defensa, ¿verdad?
Kenobi asintió.
—Aunque no creo que pueda hacer mucho.
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Desde una de las terrazas, Obi-Wan y Dhejah vieron cómo Ahsoka era escoltada a la plataforma principal por dos soldados clon. Dhejah estuvo tentada a apartar la mirada con horror al ver a la Padawan esposada, pero no lo hizo. Siguió los pasos de la joven togruta hasta la plataforma central con la mirada.
Frente a ella, Obi-Wan se pasó una mano por la barba. Dhejah podía ver el movimiento de su brazo al hacerlo, el cuál conocía bien, aunque estuviera de espaldas.
Los miembros del Consejo se habían sentado en uno de los laterales de la habitación, mientras que miembros del Senado estaban enfrente. El Canciller Supremo tenía una vista privilegiada desde el centro de la habitación. Dhejah estaba apoyada contra una pared, en una esquina.
Obi-Wan había dicho que podía entrar, y nadie se había negado. Aun así, era la única Maestra Jedi que no era miembro del Consejo en aquel balcón. Ni siquiera veía a Skywalker por allí. Brandar y Jira debían de estar viendo la retransmisión desde otra sala del complejo.
La Senadora Amidala apareció por una de las puertas laterales, acercándose a Ahsoka lo más posible, desde la barandilla. El capitán Tarkin era la acusación, y apareció desde la puerta opuesta.
—Ahsoka Tano —anunció el Canciller desde lo alto de su palestra—. Se te acusa de sedición contra la Orden Jedi y contra la propia República. —Dhejah negó con la cabeza—. Este tribunal decidirá tu destino. La acusación puede exponer sus argumentos —declaró, haciéndole una señal a Tarkin.
—Ex Padawan Tano —comenzó él—. Demostraré que tú ideaste el ataque contra el Templo Jedi. Y que cuando tus cómplices ejecutaron sus órdenes, los eliminaste uno a uno. Cuando se te declare culpable, solicitaré al tribunal que todo el peso de la ley recaiga sobre ti, incluida la pena de muerte.
Dhejah oyó exclamaciones de asombro a su alrededor, pero ella misma no se sentía sorprendida. Incluso a aquella distancia, si se concentraba, podía sentir la furia y el odio de Tarkin. Aquel hombre era peligroso, estaba cegado por su codicia.
El Canciller pidió silencio y dejó que la defensa hablara. Amidala dio un paso al frente.
—Letta Turmond llamó a Ahsoka a su celda para revelarle el nombre del auténtico cerebro detrás del bombardeo en el Templo Jedi. Letta le dijo a Ahsoka que tenía miedo. Le dijo que el responsable era un Jedi, y antes de revelar su nombre, Letta Turmond murió estrangulada a través de la Fuerza. ¿Por qué iba Ahsoka a matarla usando un método que obviamente la habría incriminado? Puede que el responsable del asesinato sea un Jedi, pero no se trata de Ahsoka Tano. Miembros del tribunal, están juzgando al Jedi equivocado.
El silencio se extendió en la sala.
Duró un instante, porque, de inmediato, Tarkin dio un paso al frente, aplaudiendo con sarcasmo.
—Bien dicho, Senadora Amidala —escupió—. Sin embargo, si es inocente, ¿por qué se la vio conspirar con la terrorista Separatista Asajj Ventress?
Ahsoka negó con la cabeza.
—Ventress me tendió una trampa —declaró—. Mi Maestro lo demostrará.
—¿Y dónde está tu Maestro?
—Buscando al auténtico asesino.
Dhejah miró hacia Obi-Wan, pero apenas podía distinguir su perfil. Le vio negar con la cabeza casi imperceptiblemente. Se tragó un suspiro.
—Pues, ¡quizá debería buscarlo aquí!
Tras otra ronda de discursos, el Canciller tomó la palabra.
—Seguramente, muchos de ustedes vean a esta ex Jedi y piensen: "es imposible que sea esa asesina o saboteadora de la que hablan". Pero, pensad en las veces que los Separatistas nos han engañado y cómo se han infiltrado en la República y preguntaos: "¿estamos ante otro plan Separatista?" —Dhejah quería escupirle al Canciller. ¿No se suponía que él debería ser imparcial, al menos hasta que el tribunal votase?—. "¿Otro modo de acabar con los Jedi, y, como resultado, en todos nosotros?"
Llegó el momento de la votación. Tras unos minutos, un miembro del Senado se levantó.
—Los miembros del jurado han alcanzado su veredicto —declaró.
Pulsó una pantalla y el Canciller recibió la información en su datapad.
—Ahsoka Tano, por una abrumadora mayoría de...
Dhejah le sintió antes de que gritara "¡Canciller!" Anakin Skywalker apareció por la puerta principal, seguido de varios guardianes del Templo, quien sujetaban a otra aprendiz Padawan.
—Espero que tengas razones para interrumpir este proceso, Maestro Skywalker —dijo el Canciller.
Él se abrió paso al frente, con los guardianes detrás, sus sables amarillos en alto.
—He venido con pruebas y una confesión de la persona responsable de todos los crímenes de los que se acusa a Ahsoka. Barriss Offee, miembro de la Orden Jedi, y traidora.
Dhejah pasó saliva. Estaba aliviada, pero también sorprendida. Había oído hablar de Barriss. Era estudiante de Luminara Unduli, y muchos maestros hablaban bien de la Padawan. Supuso que, hasta cierto punto, el Canciller tenía razón.
Los maestros frente a ella se miraron entre ellos.
—Barriss, ¿es eso cierto? —preguntó Ahsoka con incredulidad.
—Diles la verdad —ordenó Skywalker.
La joven dio un par de pasos al frente.
—Lo hice —confesó—. Porque me he dado cuenta de lo que muchos se han dado cuenta en la República. Que los Jedi son los únicos responsables de esta guerra, que hemos perdido nuestro rumbo, ¡que somos los villanos de este conflicto! Somos los únicos a los que se nos debería juzgar, ¡a nosotros! Y mi ataque al Templo fue un ataque contra eso en lo que los Jedi se han convertido: un ejército que lucha por el lado oscuro, alejado de la luz que tanto defendían. ¡Esta República se derrumbará! Es cuestión de tiempo.
Dhejah se giró de nuevo para mirar a Obi-Wan. Le sorprendió darse cuenta de que él había girado la cabeza para mirarla a ella.
Que somos los villanos de este conflicto.
Un ejército que lucha por el lado oscuro, alejado de la luz que tanto defendían.
Esta República se derrumbará.
Los dos pensaban lo mismo: ¿cuánta verdad había en aquellas palabras? Lo que había dicho Dhejah en el transporte encapsulaba el problema. El lado oscuro estaba también en los Jedi. No sólo en ella, como Jedi gris. Sino en el Templo, en la Orden.
Todo lo que pasó a continuación lo dejó claro.
Ahsoka fue ofrecida un nuevo puesto en la Orden, tras ser declarada inocente. Sin despedirse de nadie más que de su Maestro, decidió abandonarla.
Y Dhejah entendía su decisión. Porque ella misma llevaba tiempo preguntándose qué era lo que defendían los Jedi. Y cada vez tenía más dudas sobre si estaba luchando por el lado correcto, sobre si su camino estaba ligado al de la Orden.
Y si Barriss Offee tenía razón, ¿y todos (no sólo ella) habían perdido su camino?
Ernark pensó que, quizás, los Jedi se alejaban cada vez más del lado luminoso.
¿Y qué pasaría cuando se perdieran en la oscuridad, incapaces de distinguir entre ella la luz?
Quizás Dhejah no estaría allí para verlo.
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