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033.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Obi-Wan Kenobi y Dhejah Ernark fueron llamados a una de las numerosas salas de guerra del Templo Jedi. En ella, se les mostró una preocupante grabación.

La duquesa Satine de Mandalore era la emisaria de dicho mensaje.

—Este mensaje es para Obi-Wan Kenobi —decía en el holograma—: he perdido Mandalore, han masacrado a mi pueblo y Almec es ahora el Primer Ministro. No puedo explicarlo todo ahora, pero Almec tiene el apoyo de las familias del crimen. —Se giró de pronto antes de añadir una última cosa en un susurro—. Obi-Wan, necesito tu ayuda.

De pronto, la antigua duquesa fue rodeada por varios mandalorianos pertenecientes a la Guardia de la Muerte. La transmisión se cortó.

Dhejah se giró hacia Obi-Wan. Estaba claramente contrariado. Dhejah sabía que él y la duquesa tenían una historia a sus espaldas. Aun así, se obligó a tragarse los celos y a pensar con claridad.

Yoda se giró también hacia él.

—¿Qué opinas, Maestro Kenobi?

—Satine lleva años luchando contra la Guardia de la Muerte —dijo—. Y según el informe de la padawan Tano, ya no trabajan con los Separatistas. Si ha habido un golpe de estado en Mandalore, es probable que sea cosa de la Guardia de la Muerte, y sólo de ellos.

El Maestro Ki-Adi-Mundi asintió, girándose hacia el Maestro Yoda.

—Si los Separatistas no están implicados, se trata de un asunto interno de los Mandalorianos. Me temo que no podemos ayudar.

Dhejah vio el pánico en los rasgos de Obi-Wan y se dio prisa en intervenir.

—Un mundo en las manos de un antiguo simpatizante de los Separatistas no nos ayudaría, tampoco —sentenció, mirando al Maestro Yoda—. Creo que sí deberíamos intervenir.

El Maestro le sostuvo la mirada. Dhejah no estaba en el Consejo. Aún no sabía por qué la habían hecho llamar, pero sabía que Yoda debería de tener sus razones.

—No podemos entregar Mandalore a esas familias del crimen, convertiríamos a Satine en una mártir —añadió Obi-Wan.

—Me temo que su decisión de mantener la neutralidad de Mandalore dificulta la situación —insistió el cereano.

—Tus sentimientos comprendo, Obi-Wan —dijo entonces Yoda—. Pero para actuar, el apoyo de la República necesitamos.

Kenobi agachó la cabeza. Dhejah se tragó un suspiro.

—Ya sabéis lo que dirá el Senado —continuó Kenobi—: no enviarán ayuda a un sistema neutral.

—En este momento, hacer más no podemos —sentenció Yoda.

La conversación terminó allí. Dhejah acompañó a Kenobi fuera de la sala. No se le escapaban su preocupación y su miedo. Aunque entendía la posición de Yoda, le susurró algo a su amigo cuando estuvieron a buena distancia de la sala de guerra.

—Entiendo la posición de los Maestros —le dijo a Kenobi en voz baja—. Pero también concuerdo en que dejar que el golpe de estado se produzca es un error.

Kenobi se giró hacia ella, sorprendido. Después negó con la cabeza. Tenía los ojos azules más oscuros que de costumbre.

—No hay nada que podamos hacer, querida —suspiró—. No podemos desobedecer al Consejo.

Ella estiró la espalda.

—El mensaje de la senadora iba directamente dirigido a ti —le dijo—. ¿No te extraña que Yoda me hiciera llamar a mí también?

Eso llamó más la atención de Obi-Wan.

—¿Qué es lo que quieres decir?

Ella sonrió.

—El Maestro Yoda me conoce desde que soy una iniciada, Obi. —Algo en sus ojos decía peligro—. Y creo que sabe que conseguiré convencerte de que tú y yo hagamos de esto una misión clandestina.

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La nave se caía a pedazos. Aun así, El Eclipse era la única nave que habían podido conseguir que no fuera propiedad de la República, y, de este modo, intrazable para el Consejo.

Dhejah no había tenido que insistir mucho para convencer a Obi-Wan de que acudieran a Mandalore. Los dos se habían adueñado de unas armaduras mandalorianas y habían saltado al hiperespacio en cuestión de horas. Dhejah le había dicho que ya se enfrentarían a las consecuencias más tarde.

—Gracias —le dijo Obi-Wan mientras descendían sobre el planeta gris—. Por acompañarme.

Dhejah sacudió la cabeza, aún mirando los controles.

—No tienes que agradecerme nada, Obi. —Apretó los dientes ante la sacudida de la nave—. A no ser que esto explote: entonces, si sobrevivimos, me debes una copa.

Él rio entre dientes.

Consiguieron atracar a duras penas en un hangar industrial.

—Anakin —se quejó Obi-Wan—, es la última vez que te pido que me prestes la nave.

Fue el turno de Dhejah de reír, mientras los dos se ponían los cascos. Ella se había puesto un moño para ello, y la sensación era extraña.

Salieron al exterior, donde un soldado de la Guardia de la Muerte, con armadura roja, les esperaba.

—Será mejor que reviséis vuestra nave —les dijo ante los claros imperfectos.

Obi-Wan seguía peleándose con la pasarela.

—Es la nave de un amigo —se excusó torpemente.

—Nos dijo que estaba perfectamente —añadió Dhejah.

Un panel se cayó a su derecha, haciendo un estruendo. Vaya.

—Lo sentimos muchísimo —dijo Kenobi, pasándose una mano por el cuello.

—¿Tenéis permiso de aterrizaje?

Kenobi se giró con pánico a Dhejah.

—¡Ah, sí! —respondió ella con soltura—. Pero está adentro. ¿Le importa acompañarme?

Kenobi se quedó atónito, pero dejó que ella entrara en la nave con el soldado detrás. Tras unos instantes, oyó un estruendo. Después, Dhejah, se asomó.

—¿Por qué no te pones esta armadura?

Él negó con la cabeza, pero le hizo caso. Así se mezclaría con la milicia. Se dieron prisa en abandonar el hangar y adentrarse en los edificios, utilizando un transporte.

No tardaron en llegar a la prisión. Pasaron el control haciendo como que Dhejah era una fugitiva que debía ser encarcelada. Nadie pidió que Obi-Wan confirmase su identidad.

Encontraron a la duquesa en una de las celdas. Se miraron.

—Pasa —le dijo a Kenobi con voz amable—. Haré guardia.

Él asintió, abriendo la puerta.

—¿Vienes a cumplir más órdenes? —oyó a la duquesa decir.

Kenobi se quitó el casco y pasó dentro.

—Mis órdenes son sólo mías.

Dhejah apretó los dientes, sin girarse a mirar mientras ella le abrazaba.

Quizás venir había sido un error. Esto era algo personal para Obi-Wan, pero verle así con una mujer... La alejaba del equilibrio, aunque no quisiera admitirlo.

Respiró hondo mientras ellos hablaban dentro, obligándose a serenarse y comprobando que nadie se acercaba por un pasillo a su vez.

—No estás solo.

—Esta es mi buena amiga, la Maestra Ernark.

Dhejah se giró, quitándose el casco y mirando dentro de la celda, hacia la duquesa. Al parecer, Kenobi la había separado de sí, menos mal.

—Duquesa —asintió.

—Nos conocemos —fue todo lo que dijo ella.

Dhejah se puso el casco de nuevo, sin decir nada más. Sí, se habían visto en el falso entierro de Kenobi.

—El Consejo Jedi y el Senado Galáctico no nos van a ayudar —declaró Obi-Wan—. Dhejah es toda la ayuda con la que contamos: está aquí por decisión propia.

Eso ablandó el gesto de la mujer.

—Entiendo —dijo—. Muchas gracias.

Dhejah asintió cortamente. Tras eso, se dirigieron a los ascensores.

—Entonces, ¿tenéis un plan de huida? —preguntó la duquesa mientras Kenobi volvía a ponerse el casco.

—Como siempre —dijo él.

Pero entonces las puertas del turboascensor se abrieron, y un soldado los miró con confusión desde su interior. Kenobi agarró con brusquedad a Satine y a Dhejah y las empujó dentro. El soldado no dijo nada, y comenzaron a descender despacio.

Dhejah sudaba bajo la armadura.

—No me consta el traslado de ningún prisionero —comentó entonces el soldado.

—Son órdenes de arriba —dijo Obi-Wan vagamente.

Dhejah creía que el hombre se había fijado en que ella no iba esposada.

—¿Con qué código de autorización? —preguntó a Obi-Wan.

Dhejah suspiró.

—Con este —dijo.

Le hizo una llave al hombre. La duquesa se tragó un grito mientras Kenobi la empujaba hacia atrás. Dejando el cuerpo del hombre desmayado en el suelo del ascensor, Dhejah dejó que Kenobi liderara el camino al exterior.

Corrieron hacia el transporte más cercano mientras refuerzos del soldado les disparaban.

Consiguieron llegar a la nave a duras penas, entre más y más disparos. Una vez dentro, Satine sugirió llamar a su hermana.

—¿Quién es tu hermana? —dijo Kenobi.

Dhejah viró la nave. Antes de que Satine pudiera responder, los soldados les dispararon torpedos desde el suelo.

—¡Perdemos altura! —gritó.

Kenobi agarró a Satine del brazo.

—¡Dhejah! —aulló—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Ella asintió, abriendo la pasarela y siguiéndoles fuera.

Kenobi agarró a Satine a duras penas. La nave giraba sobre sí misma y Dhejah salió disparada hacia afuera, seguida de una explosión que mandó a Kenobi y a Satine al suelo.

Dhejah levantó la cabeza para ver a la duquesa bajo un trozo de la nave. Se dio prisa en alargar el brazo y utilizar la Fuerza para moverlo, porque Kenobi parecía mareado, unos metros más allá. A ella misma le retumbaba la cabeza.

Distinguió a los soldados entre el humo, seguidos por dos figuras que, aunque no había visto nunca en persona, sí reconocía. Darth Maul y Savage Opress.

No puede ser.

Kenobi se puso de pie, encendiendo su espada láser, pero Maul le levantó por el cuello a través de la Fuerza.

Dhejah se quitó el casco, encendiendo sus armas en el proceso.

Pero aún estaba muy mareada, y Opress la tenía en un agarre similar en cuestión de segundos.

Maul atrajo a Kenobi hacia así, quien soltó el arma por falta de aire. Dhejah comenzó a toser.

—Volvemos a encontrarnos, Kenobi —le dijo Maul a Kenobi con una sonrisa—. Y veo que has traído a una amiga Jedi. Bienvenidos a mi mundo.

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De rodillas sobre el frío suelo del palacio de Mandalore, Dhejah sentía la muerte cerca.

También sentía los ojos de Maul, de vez en cuando sobre ella. El lado oscuro emanaba de él con tanta fuerza, que la sensación la mareaba. Tanto odio, tanta furia...

Él estaba tras la ocupación del mundo. Tras el golpe de estado.

Maul estaba sentado en el trono, con Opress a un lado, y la duquesa de rodillas al otro, esposada y flanqueada a su vez por el Primer Ministro Almec, que lo veía todo con tranquilidad impasible.

Kenobi y ella misma estaban frente a los Sith, sujetados por miembros de la Guardia de la Muerte. A él le tenían de pie, y ahora mismo acaparaba toda la atención de Maul.

—Tu defecto más noble es la debilidad que compartes con la duquesa —dijo el Sith, alzándola por el cuello con la Fuerza. Los Guardias sujetaron a Kenobi cuando intentó avanzar—. Debiste elegir el lado oscuro, Maestro Jedi. Tus emociones te traicionan —siguió, con Satine aún quejándose en su agarre—. Tu miedo y, sí, tu ira. ¡Deja que tu ira alimente tu odio!

Kenobi agachó la cabeza, y Dhejah frunció el ceño.

—¡No lo escuches, Obi! —dijo.

El soldado que la sujetaba le dio un golpe con el puño. Maul soltó a la duquesa bruscamente al suelo, girándose hacia Ernark. Satine seguía tosiendo en el suelo.

—Ah, sí —dijo con una sonrisa de satisfacción—. Tu amiga sabe bien de lo que hablo. ¿Verdad?

Agarró el mentón de Dhejah bruscamente, mirando sus ojos marrones con los suyos amarillos, como si pudiera ver su alma. Ensanchó su sonrisa.

—El lado oscuro es muy poderoso en ti, pequeña Jedi —le dijo, y Dhejah estuvo a punto de escupirle—. Así como tu aprecio por Kenobi.

Entonces, le soltó la mandíbula sólo para cruzarle la cara en una brutal bofetada. De la fuerza, el soldado la soltó y ella cayó de lado sobre el granito del suelo, luchando por recuperar el aire.

—No la toques —advirtió Kenobi, de entre los brazos de los soldados—. A ninguna de ellas —añadió.

Maul se volvió a girar hacia él.

—Así es —le dijo—. Siente tu furia hacia mí, Kenobi.

El soldado agarró a Dhejah de nuevo, girándola hacia Obi-Wan mientras Maul volvía a alzar a la duquesa del suelo.

—Puedes matarme —dijo Kenobi—, pero nunca me destruirás. Resistir al lado oscuro requiere fuerza —Dhejah juró que la había mirado de reojo mientras hablaba—: sólo los débiles lo abrazan.

Maul chasqueó la lengua.

—Es más poderos de lo que crees —rebatió Maul.

—Y los que lo rechazan, serán más poderosos de lo que tú serás jamás —gruñió Kenobi, con una ferocidad poco propia de él en la voz.

—¿Hablas de ti? —preguntó con sorna el Sith—. ¿O de tu amiga la Jedi?

Kenobi ignoró sus preguntas.

—Sé de dónde vienes —le dijo—. He estado en tu aldea. Sé que la decisión de unirte al lado oscuro no fue tuya: fue de las Hermanas de la Noche.

Dhejah sentía la ira aumentar en el cuerpo del Sith, si es que eso era posible.

—¡Silencio! —gritó—. ¿Crees que me conoces? Fui yo el que languideció durante años pensando sólo en ti, sólo en este instante. —Dhejah se revolvió al ver el sable láser en la mano del Sith, pero el guardia la tenía bien sujeta. Satine seguía suspendida en el aire a las espaldas de Maul, luchando por respirar—. Y ahora, la mejor herramienta de mi venganza está ante nosotros. —Rio—. No planeaba matarte, Kenobi. Pero haré que compartas mi dolor.

Todo pasó muy deprisa. Los soldados que sujetaban a Obi-Wan le pusieron de rodillas. Dhejah se inclinó hacia delante, sin salida, gritando "¡no!".

Pero, en un abrir y cerrar de ojos, el Sith había desplegado su sable oscuro, atravesando el pecho de la duquesa Satine de un sólo y practicado movimiento.

Sólo sonó el quejido de Satine, pero el dolor de Obi-Wan, casi físico, le llegó a Dhejah a través de su enlace en la Fuerza.

Los guardias le soltaron, y Kenobi corrió al lado de la mujer. Dhejah sintió cómo las manos del guardia se aflojaban a sus espaldas, pero ya no podía moverse. Les miró, mientras él le daba la vuelta a su cuerpo y la acercaba a sí en sus últimos momentos.

No quiso escuchar las últimas palabras de Satine, donde seguro que confesaba el amor que sentía por él. No las quería oír, porque no podía creerse que estuviera muerta.

Le había fallado a Satine, pero también a Obi-Wan.

Llena de una furia incontenible, nueva y renovada, Dhejah se dejó llenar por el lado oscuro, pero también por el luminoso. Agarró sus espadas a través de la Fuerza, del cinturón de uno de los guardias, y dio un salto potenciado por su habilidad hacia el trono donde Maul estaba ahora sentado.

Vio la sorpresa en los rasgos del Sith. Oyó el grito de advertencia de Obi-Wan.

Aun así, Maul era rápido, y los dos se enzarzaron en una acalorada lucha en cuestión de segundos, azul contra negro.

De pronto, Dhejah salió disparada hacia atrás. Savage Opress había utilizado la Fuerza contra ella.

—Llevárosla: puede sernos útil —dijo Maul mientras apagaba su espada—. Y encarcelad a Kenobi también: que se hunda en su miseria y se pudra en una celda.

Maul agarró las espadas de Dhejah de nuevo, mientras ella intentaba deshacerse del mareo que le había venido encima. Y, en cuestión de minutos, los guardias estaban arrastrando a los dos Jedi fuera del palacio.

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Fue a las puertas de la prisión donde otros mandalorianos, vestidos con armaduras azules, les rescataron. Una mujer pelirroja lideraba el ataque, luchando con ferocidad que Dhejah admiró al instante.

—Disculpa —dijo Kenobi— creo que no nos conocemos. ¿Eres...?

Ella les pasó a cada uno una mochila propulsora, sacadas de las armaduras de los soldados caídos. Justo antes, les había devuelto sus armas y roto con ellas sus esposas. Dhejah se sintió bien al recuperar sus espadas, que había tenido que ver como aquellos hombres cargaban.

—Bo-Katan —dijo ella—. He venido a rescataros, ¿te basta con saber eso?

Dhejah asintió, cruzando una mirada con la mujer.

—No nos vamos a quejar —dijo—. Gracias.

Un hombre a su derecha la ayudó con la mochila.

—¿Habéis usado alguna de estas alguna vez?

Dhejah negó con la cabeza.

—No —respondió Kenobi—. Pero, en este caso, aprenderemos rápido.

Y, de un salto, estaban volando.

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Gracias a sus nuevos aliados, Dhejah y Kenobi volvieron al hangar, huyendo de los disparos del resto de Guardias. Los mandalorianos luchaban bien, y les protegieron mientras avanzaban entre el caos.

—Maul tiene mucho empeño en matarte, Kenobi —comentó Bo-Katan mientras observaban la lucha en el hangar.

Dhejah intentó sonreír entre el cansancio que sentía.

—Ni te lo imaginas —respondió él.

Avanzaron entre la lucha, blásters y espadas en alto. Los Jedi y los mandalorianos habían sido enemigos durante milenios, pero, en ese momento, no se notaba. Lucharon codo con codo hasta que se abrieron paso a una nave mandaloriana. Dhejah y Obi-Wan subieron la pasarela, rodeados de explosiones.

—Volved a vuestra República y contadles lo que ha pasado —les dijo Bo-Katan.

—Es probable que eso lleve a la República a invadir Mandalore —observó Dhejah.

—Sí, y Maul morirá —respondió la otra mujer, aun disparando—. Pero Mandalore sobrevivirá. Siempre sobrevivimos. ¡Ahora, iros!

Dhejah se giró hacia el interior de la nave, pero Obi-Wan quedó atrás. Oyó su comentario.

—Eres la hermana de Satine, ¿verdad? —Un momento de silencio entre el caos—. Lo siento mucho.

Y así, los dos Jedi se adentraron en la nave para volver a casa.

Dejando muerte y destrucción a sus espaldas.

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