032.
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Había algo diferente en aquella reunión. Había algo diferente en Dhejah, sentada bajo la ventana de la habitación de Obi-Wan, en el Templo Jedi, aunque había tomado aquella misma posición miles de veces en el pasado. Quizás era él, sus propios sentimientos, los que le hacían percibir la situación así.
Le pasó una taza de té, como si no pasara nada. Siempre tenía especial cuidado en cerrarse a la Fuerza, para que ella no sintiera lo que pasaba en su interior. Aunque, la verdad era que no parecía estar intentando percibir lo que ocurría dentro de Obi-Wan. Solamente estaba allí sentada, ahora sorbiendo el té con gesto ausente mientras miraba por la ventana. El tráfico de Coruscant seguía imperturbable.
Obi-Wan se sentó frente a ella, en el cojín que estaba libre. Dhejah aún no se giró para mirarle, así que él le dio un sorbo a su propia bebida. El Consejo Jedi le había dado a Dhejah una rotación, porque había declarado que el tema era personal y no de alto riesgo para la guerra o los Jedi.
Kenobi no sabía cómo sentirse. No sabía si calificar de mentira las palabras de Ernark.
Decidió no centrarse en ello.
Debería intentar comprender lo que había pasado, y aún estaba pasando, antes de dejar que su amiga se enfrentara al resto del Consejo a la mañana siguiente. Sin embargo, Dhejah había estado en silencio durante todo el viaje hasta allí, y Kenobi no sabía cómo sacar el tema de nuevo.
—Deberíamos pensar en todo lo que ha pasado hasta ahora —dijo Dhejah de pronto.
Su voz sonó tan seria, y habló tan de repente, que Kenobi reprimió un pequeño salto de sorpresa.
—Coincido —consiguió responder—. ¿Crees que todo está relacionado?
Dhejah se giró hacia él. Cada vez le costaba más estar a solas con ella, sin fijarse en el oscuro brillo de sus ojos, en su melena castaña, o incluso en las curvas femeninas que asomaban entre las ropas de Jedi. Kenobi bajó la mirada hacia la taza y volvió a beber, comprobando que su mente estaba cerrada completamente a cualquier otra persona sensible a la Fuerza.
—Por supuesto —dijo ella, ajena a lo que le pasaba por la cabeza—. Primero el secuestro de mi hermana y el propio conflicto en Thunij: como Sassun ha dicho, el objetivo de la Resistencia era conseguir nuevas elecciones, y su actividad debería haber parado después de estas. Capturar a Jira fue un soborno para ello que no funcionó. Se aliaron con los Separatistas, pero se les fue de las manos y mi padre no sólo dejó el poder, sino que acabó muerto. —Tomó aire—. Sin embargo, la facción se separó en dos tras eso: los que habían cumplido su objetivo, liderados por Sassun, y los que querían seguir obteniendo beneficios de los Separatistas y querían que Thunij dejara la República. Debido a la persecución realizada tras los segundos, Sassun y los suyos se vieron obligados a exiliarse para que la situación no les salpicara. Y fue entonces cuando Dooku le contactó.
Obi-Wan se pasó la mano derecha por la barba, pensativo.
—Entonces sabemos que fue la parte violenta y persistente de la Resistencia la que te capturó a ti y a tus hombres en Gasteh. —Ella asintió—. Y la razón tras eso fue...
Dhejah alzó las cejas.
—Que Dooku estaba buscando a una nueva aprendiz tras la marcha de Ventress. Aunque Savage Opress tampoco parece haberle salido bien. Quizás por eso volvió a buscar la ayuda de Sassun: para organizar la Resistencia bajo su mando de nuevo.
Sus ojos se encontraron, y Obi-Wan apartó la mirada. Se abrió lentamente a ella, controlando lo que sentía, y entonces se acercó a través de la Fuerza, a través de su fuerte enlace. La conexión fue instantánea. No necesitaba tocarla (ya no), para sentirlo todo con tanta claridad.
Sintió su miedo, su ansiedad y su ira como si fueran suyos, y la sensación le robó el aire. Pero también sentía su decisión, su confianza en él, su luz. Eso le aceleró el corazón.
Volvió a levantar la cabeza. Y, aunque no debería, le mostró su propio miedo. Su miedo por ella, por la verdad que estaba, más clara que nunca, ante sus ojos.
Esta vez fue Dhejah quien agachó la cabeza, y Kenobi percibió también la vergüenza que sentía, aunque no había rastro de ella en sus rasgos.
—Sabes lo que soy, Obi —susurró ella, aún sin mirarle—. Lo has sabido siempre...
Y él suspiró, porque era verdad. Lo sabía, pero no había querido verlo. Tan gris, tan caótica, y, a la vez, perfecta. No podía ser el único que lo había visto. ¿Qué pasaba con Brandar? ¿Con el Consejo?
—Te pareces tanto a él, aunque nunca te entrenó —le confesó.
Una única lágrima cayó por la mejilla izquierda de Dhejah cuando pestañeó. Seguía mirando por la ventana.
—Lo siento, Obi —susurró de nuevo. No podían permitirse que nadie los escuchara—. Lo intenté retener por mucho tiempo, pero la luz no es mi camino. —Pareció ver en sus ojos la confusión que sentía por dentro, porque entonces recitó—: No hay bien sin mal, pero al mal no se le debe permitir prosperar. Hay pasión, pero también paz. Hay serenidad, pero también emociones. Hay poder, pero también hay armonía. Hay caos, pero también orden.
Obi-Wan cerró los ojos.
—Sabes que no puedo seguirte por ese camino.
—No pido que lo hagas —escuchó—. Y tampoco te guardaría rencor si denunciases mi perspectiva ante el Consejo.
Eso hizo que Kenobi abriera los ojos para mirarla.
—Sabes que sería incapaz de eso: sobre todo cuando mi propio Maestro tenía... —Sacudió la cabeza—. Las mismas ideas que tú.
Guardaron silencio, los dos mirando por la ventana.
Era paradójico, cómo eran incapaces de mirarse a la cara, pero se habían abierto completamente al otro a través de la Fuerza. Obi-Wan la sentía dentro, bajo su piel, y él mismo se sentía en ella, en su conciencia y en su alma.
Y le aterraba admitir que verla así, al completo y tan gris, le fascinaba. Pero no escondió lo que sentía, no hizo nada más que sumirse, junto a ella, en un estado de meditación ligero. No estaba seguro de cuántas horas pasaron allí, sentados y quietos, mirando por la ventana mientras se entrelazaban en la Fuerza.
Y no le costaba ver cómo aquel código era cierto en Dhejah, cómo el caos y la armonía bailaban en su interior con un ritmo cuidado y perfecto. Sabía guardar sus apariencias tan bien, que pensó que por eso todo el mundo parecía hacerse el ciego ante la verdad.
No era la primera vez que veía aquello, pero sí la primera en la que lo veía con tanta claridad. Dhejah no era una Jedi, al menos no una que siguiera la blancura perfecta de la Orden, y eso la hacía una obvia presa para Dooku y para el lado oscuro.
Cuando había caído la noche, Dhejah volvió a girarse hacia él.
—No puede hacerme daño, Obi —susurró—. No puede tenerme, ni puede hacerme caer.
Y él asintió, porque acaba de ver que era verdad. Como Dhejah había demostrado en el pasado, sabía controlar el lado oscuro que había en su interior.
—Confío en ti, Dhejah —le dijo—. Y sabes que estoy contigo, pase lo que pase.
Se giró a mirarla. Cada vez que lo hacía, estaba más guapa. No sabía si ella se había dado cuenta de cómo la miraba desde hacía meses (aunque, ¿cómo podría no haberlo hecho?) Estaba claro que la quería, que sentía todo lo prohibido por ella y por lo que su caos representaba.
Se veía en sus ojos, lo sabía. Se veía en su enlace en la Fuerza. Se permitió desear, por un instante de egoísmo, que todo fuera diferente. Que pudiera decirle la verdad, asegurarse de que sabía que ella creaba un aterrador caos dentro de él, que sentía por ella un cariño que no debería de sentir. Pero no podía decirlo: no debería de habérselo siquiera admitido a sí mismo. Pero en ese momento, lo hizo, y ella lo sintió, y a él no le importó.
Porque Jedi Gris o no, miembro del Consejo o, no... ambos habían caído. Se dio cuenta en ese momento.
Obi-Wan no sabía de quién era la culpa, pero, por esa noche, bañado y contagiado por el gris de Dhejah, se dijo que le daba igual.
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Había hablado con el Consejo. Les había asegurado que el interés de Dooku era matarla, por los problemas que había originado en Thunij al plantarle cara a Ventress y detener sus planes. Les había mentido, pero Obi-Wan no había dicho nada al respecto. Ahora él estaba en Onderon, y ella tenía tiempo para preocuparse por lo que había ocurrido.
Haberle mentido al Consejo era su secreto, como lo que había pasado hacía dos rotaciones. Como lo que se habían mostrado a través de la Fuerza.
Aún le costaba procesar que él sentía lo mismo por ella, pero la verdad es que daba igual. A diferencia de Dhejah, Obi-Wan sí le era fiel a la Orden y al camino de los Jedi. No podía hacer nada que lo separara de aquello, quisiera o no. Así que los sentimientos se quedarían en sentimientos, y su relación, en una amistad.
Sorprendentemente, no encontró dolor ante aquello. Sólo calma, como la que debería haber siempre en su interior.
Aquella noche meditó durante largas horas. Se había ocupado de todas sus responsabilidades y había pedido que nadie la molestara durante un día entero. Ese fue el tiempo que le llevó abrirse completamente a la Fuerza, probablemente más de lo que lo había hecho nunca.
Sabía que su mente estaba desprotegida, tan abajo. Estaba completamente abierta al lado oscuro, en ese estado tan profundo en el que se encontraba. Pero era la única manera de asomarse a la oscuridad y verle a él.
Dooku, ante ella, de espaldas.
Conectados por el lado oscuro.
Dhejah no se abrió más, porque sabía que, si lo hacía, sería vulnerable al completo. Se ancló a la luz, y habló.
—No tienes nada que hacer, Dooku. ¿Por fin te das cuenta? —dijo.
El hombre no se dio la vuelta, pero en su visión, tensó los hombros.
—Dhejah Ernark —En su voz había una sorpresa que no podía ocultar—. Verte aquí me confirma que eres más poderosa de lo que pensaba.
—Entonces ves que no soy una presa fácil.
Dooku rio.
—Veo que te has afianzado bien al gris, lo cual no es tarea fácil. Si me apeteciera sentirlo, diría que estoy impresionado.
—Puedes intentarlo, Dooku, pero te será más fácil matarme que doblegarme y convertirme en tu aprendiz.
No verle la cara comenzó a frustrarla, y eso sólo hizo que su visión temblara. Intentó serenarse. Él volvió a reír, levantándose y dándose la vuelta. A Dhejah le constaba distinguir sus rasgos, porque todo estaba oscurecido por el mal.
—Mi Maestro lleva muchos años tras una presa más fácil —dijo entonces—. Y no hay nada que ni tú ni tu Orden podáis hacer al respecto, pequeña Ernark.
Todo comenzó a desmoronarse a su alrededor, y el terror se adueñó de ella cuando perdió el control.
Escuchó una risa, que no era de Dooku, pero era familiar, y horrible, y Dhejah la había escuchado antes, pero no sabía dónde, y era maléfica, alta, horrorosa...
Se sintió morir.
Entonces despertó, y estaba de nuevo en la realidad.
Ya no era el objetivo de Dooku, ni de su Maestro, fuera quien fuera. Pero, entonces, ¿a quién buscaban?
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