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027.

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Dhejah comenzaba a pensar que nunca encontraría ninguna pista respecto al secuestro que había sufrido en Gasteh. La información respecto a los Separatistas y su planeta natal se agolpaba en su datapad, pero no era capaz de distinguir ningún patrón que relacionara el suceso con un posible interés enemigo.

Ella era una Maestra Jedi, no una política. Su padre había muerto: ni siquiera su sangre la unía a los grupos de poder de Thunij. Su hermana seguía siendo la Senadora de Thunij, sí, pero eso no explicaba por qué habían atentado contra la vida de Dhejah y no contra la suya.

Separó los ojos de la pantalla: le dolía la cabeza.

Hacía horas que Brandar había salido de la habitación. Se había reunido con Ahsoka, porque decía que necesitaba entrenar antes de volver al frente en dos rotaciones.

Dhejah estiró la espalda.

Ella también debería de haberse centrado en sus obligaciones como general, pero sólo había conseguido encerrarse en su investigación sobre el secuestro. Ya casi podía oír a Obi-Wan hablándole:

"El asunto es de importancia, Dhejah, pero debes recordar que estamos viviendo en la época más importante de la República. La Fuerza te guiará hacia tus respuestas cuando sea el momento oportuno."

¿Pero a dónde había guiado la Fuerza a Obi-Wan? ¿Hacia la muerte?

Intentó calmarse. Se levantó del sillón que había en su habitación, uno pequeño y cómodo que utilizaba para meditar, y se acercó a la ventana que había sobre el lecho donde dormía. Se pasó las manos por el pelo revuelto mientras observaba el tráfico de Coruscant.

A Obi-Wan no le habría gustado que hablase así, lo sabía. Sin embargo, no podía evitarlo. No era capaz de meditar, de hacer nada que tuviera que ver con la Fuerza, desde que él se había ido. Se había tenido que cerrar a la Fuerza porque, cada vez que conectaba con ella, sentía el lado oscuro creciendo en su interior.

Su pena y su tristeza eran casi inconsolables.

Justo cuando había comenzado a aceptar sus sentimientos, esos con los que siempre había estado en guerra, él se iba. Justo cuando creía estar en el gris, el lado oscuro llamaba con más fuerza.

No quería decir que fuera culpa de Obi-Wan. Dhejah era la única culpable de su desequilibrio.

Le había dicho a Altis que, cuando el momento llegara, sabría dejar ir a Kenobi. Pero imaginarse el momento y vivirlo eran cosas muy diferentes.

Cuando había dicho que podría, no se imaginaba que el escenario fuera a ser ese.

Estaban en guerra, y, pensó que, probablemente, uno de ellos podía fallecer en el frente. También podría haberle dejado ir dentro de unos meses: si ganaban la guerra y Dhejah dejaba la Orden, era probable que sus caminos se separaran.

Lo que no podía aceptar era que alguien hubiera asesinado a Obi-Wan Kenobi a sangre fría. Y, como no lo podía aceptar, tampoco estaba dispuesta a ayudar a Anakin en su investigación. Era más fácil negarse a todo, cerrarse a la Fuerza.

Pero, claro, no era lo correcto. ¿Pero qué era lo correcto? ¿Qué era lo correcto, cuando aún podía sentir a Obi-Wan?

Se abrió un poco a la Fuerza, sólo lo suficiente como para palpar el vínculo que Kenobi y ella habían formado a través de su sensibilidad. ¿Por qué no se había roto, como el que en su día tuvo con Geral Treye? ¿Por qué seguía estando ahí, llenándola de esperanza y de calor? ¿Por qué, cuando él estaba muerto?

Cerró los ojos, se volvió a sentar.

Quizás la Fuerza se reía de ella.

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Cinco rotaciones después, Dhejah tenía que controlarse para que no le temblaran las manos. Pensaba que Anakin Skywalker estaba de broma, diciéndole que Obi-Wan Kenobi estaba vivo.

Su reacción inicial había sido fruncir el ceño, recordándole al joven Jedi que, a diferencia de otros, ella estaba en el frente, luchando en una zona activa, perdiendo hombres a cada minuto. Estaba claro, le dijo a Skywalker, que aquella no era la mejor ocasión para contarle nada sobre sus teorías conspiratorias o sobre el estado de su viejo amigo.

—No lo entiendes —le dijo el joven a Dhejah, el ceño aún arrugado—: fue el Consejo, él está vivo, como un cazarrecompensas...

Hablaba entrecortadamente, y Dhejah no entendía lo que intentaba decirle. El Resistencia se sacudió, y el almirante Segura entró ceremoniosamente en la sala de transmisiones.

—¡General Ernark! —se anunció a grandes gritos—. ¡Los Separatistas se reagrupan para una segunda oleada!

Ella asintió, compungida por la situación, y se volvió hacia la transmisión de Anakin con molestia. Sabía que enfadarse con él no era lo que debiera hacer, pero que la contactara para aquello, cuando sabía que ella estaba en el frente, y se explicara tan mal... la frustraba.

—No tengo tiempo para hablar, Skywalker —le dijo duramente, sin poder evitarlo—. Lo que sea que tengas que decirme debe esperar. General Ernark: cambio y corto.

Pulsó con brusquedad el botón, acabando la transmisión, y salió de la sala a paso rápido para dirigirse al hangar y subirse a su caza. El almirante iba tras ella, dándole un resumen rápido de la lucha.

Ella le escuchaba a medias, porque en todo lo que podía pensar era en la posibilidad de volver a ver a Obi-Wan.

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Aquella misión, Obi-Wan lo tenía claro, había sido la más rara que había tenido que llevar a cabo hasta el momento. Se había hecho pasar por un asesino a sueldo, Rako Hardeen. Pero, para eso, había tenido que sacar sus mejores dotes de actor y recrear su propia muerte. Tras eso, se había rapado el pelo y la barba y se había tomado una píldora que le daba los rasgos del cazarrecompensas.

Lo había hecho para descubrir quién planeaba atentar contra la vida del Canciller, pero sus acciones y las del Consejo había tenido consecuencias.

El plan había sido del Conde Dooku, quien, sorprendentemente, no había reconocido a Obi-Wan hasta mucho más tarde de lo que este pensaba. El Festival de las Luces se había llevado a cabo, y, gracias a Kenobi y a otros Jedi, incluido Anakin, el Canciller estaba a salvo.

Aun así, no todo eran buenas noticias. Anakin no se había tomado bien el hecho de que Kenobi había decido no decirle lo que iba a pasar. Obi-Wan lo había hecho con buenas intenciones, pensando que, si Anakin creía que estaba muerto, Dooku lo haría también. Había funcionado (al menos momentáneamente), pero Anakin seguía cegado por su enfado, creyendo que el Consejo y que Obi-Wan le ocultaban demasiadas cosas.

Kenobi ya no sabía qué hacer.

Conocía a Anakin, y pensaba que su molestia se disiparía con el tiempo.

Tras obtener de vuelta su aspecto original, lo único que quería hacer Obi-Wan era descansar y meditar.

Pero eso iba a ser imposible. Sentía a Dhejah a través de su vínculo, y tampoco ella parecía contenta. Percibía su confusión y su molestia, cada vez con más fuerza según ella se acercaba a Coruscant.

Acababa de vencer a los Separatistas en un sector del Borde Medio, y sus hombres volvían a la base. Estaba claro que ya se había enterado de las noticias, pero Obi-Wan no sabía si su amiga se pensaba enfrentar a él. Kenobi esperaba que lo hiciera, porque la había echado de menos y se arrepentía de hacerle daño.

¿Pero qué otra opción le quedaba? Puede que el deber fuera primero, pero estaba claro que no le gustaba herirla a ella.

Se quedó sentado en su cama durante horas, pensando en que, quizás, Dhejah no se lo tomaría del todo mal. Pero estaba pensando en la Maestra Ernark, no en Dhejah. Ella era una persona diferente cuando estaban a solas, así como él dejaba de ser el Maestro Kenobi para ser Obi. Estaban jugando a algo peligroso, al juego del cariño.

¿Y si la había herido demasiado, tanto, que, ella ya nunca volvería a hablarle? ¿Qué haría entonces?

No podría permitir eso. Era egoísta pensar así, en no aceptar la posibilidad: no era la senda Jedi. Los Jedi no debían formar lazos de cariño, debían saber cuándo dejar algo ir, cuando fuera el momento.

Y allí estaba el Maestro Kenobi, miembro del Consejo, diciéndose a sí mismo que no dejaría que Dhejah Ernark se fuera así como así.

Le recorrió un escalofrío.

Se pasó las manos por la cara. Notó que le comenzaba a salir algo de barba y algo de pelo. Se dijo que la misión le había trastocado: que el cansancio y el haberse hecho pasar por muerto le habían agotado.

Intentó no pensar en Dhejah, pero justo cuando estaba a punto de dormirse, alguien llamó a la puerta de su habitación.

Se levantó a trompicones, desubicado, pero abrió la puerta sin pensárselo dos veces.

Y, allí, al otro lado, estaba ella. Tenía puesto su mono de combate, y parecía que aquella parada era la primera que hacía una vez de vuelta en el Templo. No pareció reaccionar físicamente al tenerlo delante, ni al comprobar con sus propios ojos que estaba vivo, ni al verle medio calvo.

Obi-Wan pasó saliva. Tropezó hacia un lado para dejarla pasar. Dhejah se sentó en el sillón de meditación como si estuviera muy cansada, pero él se había quedado clavado delante de la puerta, ahora cerrada.

—No quería creerlo —dijo ella en un murmuro casi conversacional—. Pero es verdad.

Él pensó que le fallaban las rodillas al oír su voz. Se le había acelerado el corazón, y se sentía mareado, pero no sabía si era por haberse levantado tan recientemente.

—Dhejah —le dijo, y casi se le rompía la voz—: puedo explicártelo.

Ella negó levemente con la cabeza.

—Anakin ya lo ha hecho.

Y, entonces, una lágrima rebelde y solitaria se le escurrió desde el ojo hasta la barbilla, lentamente, como para torturar a Obi-Wan. Él casi se deja caer de rodillas frente a ella, pero, en cambio, se agachó despacio.

Le sujetó los hombros con las manos, y sólo eso le calmó.

Ella le dio una triste sonrisa.

—Me alegro de que estés vivo, Obi.

Se fundieron en un tierno abrazo, y Obi-Wan se permitió cerrar los ojos para disfrutarlo. No estaba enfadada, quizás algo dolida y sorprendida, pero supuso que el remedio, esta vez, no era peor que la enfermedad. Les esperaba una charla larga, pero se dispuso a atesorar el momento de volver a verla tras tantas rotaciones.

Aún le galopaba el corazón en el pecho, y la culpa era de Dhejah. Suspiró, abrazando a su amiga. Esta guerra le estaba cambiando demasiado.

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