026.
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Muchos de los conocidos y amigos de Obi-Wan Kenobi se habían reunido para despedirle en un funeral tradicional, en el Templo Jedi de Coruscant.
Padmé Amidala acompañaba a la duquesa Satine Kryze de Mandalore, quien lloraba amargamente frente al cadáver del Maestro, con Ahsoka Tano y Plo Koon al otro lado. Anakin Skywalker se había mantenido alejado del resto, solo en una esquina, el ceño fruncido y una mueca de férrea furia en el rostro.
Brandar se mantenía junto a Ahsoka, incómodo, con la capa subida completamente como su Maestra.
—Me preocupa Dhejah —le susurró a su amiga—. No ha dicho nada desde que pasó.
La togruta bajó la cabeza amargamente.
—Anakin tampoco.
Pero a diferencia de Anakin, la cara de Dhejah estaba completamente impertérrita. Mientras Skywalker portaba gran enfado en los rasgos, los de Dhejah reflejaban la más escalofriante calma. Llevaba la capucha hacia arriba, la capa negra ceñida al cuerpo, y tenía los ojos fijos en el cadáver de su amigo, el cual había sido tapado con una tela gris.
Sus ojos estaban muy tristes, tan apagados que parecía que había sido ella quien había muerto, no el Maestro Kenobi.
Con un solemne sonido ritual, el cuerpo comenzó a descender hacia el suelo de la cámara, y las puertas del sarcófago se cerraron sobre él. Una luz naranja se encendió, iluminando todo desde el centro de la sala.
Brandar alternó la vista entre los presentes.
Anakin Skywalker había cerrado los ojos y los tenía muy apretados. Parecía incluso más furioso que antes.
Dhejah Ernark había subido el mentón, fruncido los labios, y había sido la primera en abandonar la habitación.
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La guerra no se detenía ni un segundo, y Brandar sabía que, pronto, él y su Maestra deberían regresar al frente. Había sido Dhejah quien había ido al Cuartel del GER para comunicarle al comandante Cody que su general había muerto.
Brandar no sabía los detalles, porque Dhejah estaba muy callada siempre, pero Axton le había dicho que las noticias habían sido un duro golpe para todos los hombres del 212. Obi-Wan Kenobi era un buen Jedi, pero, sobre todo, era un buen hombre. Se le echaría de menos en muchos lugares, no solo en el Templo.
Era la actitud de su Maestra lo que había hecho que Brandar la siguiera a todas partes. Se preocupaba por ella, y, al no obtener objeciones, se había asegurado de acompañarla siempre que podía.
En ese mismo momento, él estaba haciendo como que estudiaba mientras ella leía algo en su datapad. Era todo lo que hacía: se estaba refugiando en sus ganas de obtener algo de información sobre el secuestro que habían sufrido en Gasteh, como si la muerte de Obi-Wan nunca hubiera ocurrido. Brandar se preguntó qué era lo que de verdad pasaba por la cabeza de su Maestra, a quien consideraba lo más parecido a una madre o a una hermana mayor, y se mordió el labio con pena.
Dhejah siempre había sido una Jedi peculiar, lo sabía. Pero, desde que había comenzado la guerra, los cambios en ella habían sido más visibles para su Padawan (o, quizás, simplemente ya comenzaba a conocerla mejor). Llevaba tiempo sospechando, que, para Dhejah, Obi-Wan no era un simple amigo.
Aquello no debería de estar siendo fácil para ella, y, aun así, nunca quería hablar de ello, ni la veía meditar.
Alguien llamó a la puerta de la sala de meditación donde ambos se encontraban. Dhejah no levantó la cabeza del datapad.
—Adelante —se obligó a decir Brandar.
La puerta se abrió y Anakin Skywalker la atravesó a paso firme. Ahsoka no le acompañaba, pero Brandar sabía por ella que Skywalker estaba intentando llevar a cabo su propia investigación respecto al asesinato de Obi-Wan. Saludó al niño con un corto movimiento de la cabeza y avanzó hacia el otro lado de la habitación, donde Dhejah se encontraba.
Brandar bajó la cabeza hacia su datapad para hacer como que leía el manual de historia del Borde Exterior, pero en realidad les estaba mirando a ellos de reojo.
Anakin se sentó junto a Dhejah con un suspiro, la cara grave desde el asesinato de su antiguo Maestro.
—Maestra Ernark —saludó a Dhejah—. ¿Tiene un momento?
Por fin, la mujer miró hacia arriba. Aun así, su gesto era completamente serio. No le dio a Anakin su usual sonrisa de bienvenida.
—Claro, Anakin.
Parecía hablar igual que siempre, lo cual solo hacía que Brandar se preocupara incluso más. Anakin, que claramente tenía mala cara, también pareció momentáneamente sorprendido.
—Sé que Obi-Wan y tú os visteis la noche antes de su asesinato —declaró él sin rodeos.
Brandar intentó no subir las cejas ante aquello. No sabía si Anakin estaba acusando a su Maestra: ¿estaba diciendo que entre Dhejah y Obi-Wan había pasado algo?
Ernark no pareció molesta.
—Así es —le dijo monótonamente, como si el encuentro no tuviera importancia. (Quizás no la tenía)—. Hablamos un rato: hacía mucho que no lo hacíamos tranquilamente.
Anakin se inclinó hacia delante en su asiento.
—¿Y dijo algo importante? ¿Algo raro?
Dhejah frunció levemente el ceño, después se volvió a girar hacia su datapad.
—No —respondió, deslizando el dedo sobre la información de la pantalla—. Ya sabes que Kenobi es sarcástico, pero no suele decir cosas sin sentido.
Brandar se encogió sólo de oír a su Maestra utilizar el presente. Anakin parecía exasperado.
—¿Pero no mencionó nada extraño? —insistió, continuando sin darle tiempo a añadir nada—. ¿No quieres saber quién le mató? ¿Quién atentó contra su vida?
Dhejah volvió a levantar la cabeza. Ahora parecía casi enfadada.
—Nadie atentaba contra la vida de Obi-Wan —le dijo duramente, con el tono que reservaba para leerle la cartilla a Brandar—. Estábamos en el lugar equivocado en el momento menos oportuno —declaró antes de suspirar—. Y Obi-Wan se llevó la peor parte.
Anakin se levantó bruscamente. Brandar dejó de mirar, pero seguía con la oreja puesta.
—Sabes bien que eso no es verdad —le dijo él a Dhejah con enfado—. Y sabes que no voy a parar hasta que descubra quién le ha matado.
Eross pensó que, quizás, Dhejah diría algo como "la venganza no es el modo Jedi". Pero, claro, Dhejah no era la mejor para decir eso, supuso. No era la indicada para decir muchas cosas.
—Y tú sabes —dijo en cambio con tristeza—. Que yo estoy sufriendo tanto como tú, Anakin. De manera diferente, pero estoy sufriendo.
Hubo un par de segundos de silencio. Brandar se mordió el labio e hizo como que seguía leyendo.
—Sí —dijo Skywalker por fin—. Lo siento.
La voz de Dhejah volvía a ser distante.
—Y ese es el problema —le dijo al otro Jedi—: que lo sentimos.
Anakin hizo una corta reverencia y salió de la sala.
Dhejah volvía a leer, y Brandar no encontró palabras que dirigirle.
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Muy lejos de Coruscant y del Templo Jedi, el líder de la Resistencia thunense, el antiguo general Sassun, aceptó una llamada encriptada del Conde Dooku. No le hacía mucha gracia hablar con él, no después de lo que había pasado con la Jedi Ernark en Gasteh, pero supuso que lo mejor era no sacar al Conde de sus casillas.
El hombre en cuestión tenía una larga barba blanca, rasgos aguileños y una expresión de aburrimiento mortífero en el rostro.
Sassun no se dejó intimidar. Cruzó los brazos sobre el pecho, elevando una ceja castaña hacia arriba.
—Conde Dooku —paladeó de inmediato—. ¿A qué debo el honor?
El líder separatista llevaba una larga capa negra puesta. Sassun no podía ver sus alrededores a través de la transmisión, pero se dijo que estaba a salvo en su guarida, la cual se encontraba en un planeta casi vacío, uno que no llamaba la atención dentro del gran Borde Medio. Dooku no sería capaz de encontrarle allí.
—General Sassun —respondió el otro—. Llevo días intentando dar con usted.
El thunés se encogió de hombros.
—He estado ocupado —le dijo.
Dooku no se echaba atrás fácilmente.
—¿Huyendo de Thunij?
Sassun intentó no mostrar el enfado que sentía.
—Mis hombres y yo no huimos de Thunij —cortó—. ¿Qué es lo que quieres, Dooku?
El viejo se dio una sonrisa divertida.
—Estoy seguro de que estás al corriente de lo que ocurrió en Gasteh.
Sassun se pasó una mano por la barbilla, intentando no fruncir el ceño.
—Sé que secuestraste a la Maestra Jedi Dhejah Ernark —dijo sin miramientos—. Y sé que algunos de los antiguos miembros de la Resistencia te ayudaron a llevar eso a cabo. —Se tragó una sonrisa—. Y sé que huyó antes de que pudieras matarla tú mismo.
El Conde se cruzó de brazos, pero no parecía impresionado.
—Me hubiera dado gran satisfacción matarla yo mismo, sí.
Sassun frunció los labios, pero no dijo nada más.
Tras la muerte de Istar Ernark, el antiguo gobernador de Thunij, la actividad de la Resistencia había terminado. En realidad, su grupo solamente quería nuevas elecciones libres: Istar había sido llevado al poder hacía muchos años, mucho antes de la guerra, y él y el resto de los insurgentes pensaban que era necesario volver a celebrar elecciones, unas que pusieran en la cabeza de Thunij a alguien que estuviera preparado para hacer que su planeta sobreviviera a la guerra. Ya fuera siguiendo junto a la República, o uniéndose a los Separatistas. Eso era por lo que habían luchado: solamente eso.
Pero Sassun ya no lo veía tan claro.
Tras las elecciones, él mismo había intentado disolver la Resistencia. El pueblo ya había hablado, después de todo. Pero muchos de sus hombres pensaban que Thunij estaba en el lado perdedor: que cambiar de bando era lo necesario. Así que habían cometido delitos, habían hecho que Sassun tuviera que refugiarse lejos del planeta por el que había luchado tantos años... y ahora trabajaban para Dooku.
La Resistencia se había fragmentado, y, probablemente, ninguna de las dos partes iba a ganar.
—La verdad —le dijo—, no sé cuál es tu interés con la Jedi. Pero eso ya no es problema mío: nuestro objetivo se cumplió tras las elecciones.
Dooku volvió a sonreír.
—Elecciones que nosotros te facilitamos, no lo olvides —se acarició la barba blanca, y después continuó hablando como si a Sassun le interesara lo que decía—. Mis contactos de Coruscant me han informado de la muerte de un amigo cercano a Dhejah Ernark: podría ser el momento adecuado para volver a atacar. Esta vez, no será tan fácil debilitarla.
Sassun apretó los dientes.
—No me interesan los asuntos que tengas con los Jedi.
La sonrisa de Dooku se volvió más oscura.
—Dhejah Ernark no es una Jedi —le aseguró—: es por eso que a mi Maestro le interesa tanto. Podría convertirse en mi nueva aprendiz.
El general intentó no dar un paso atrás. Dooku le estaba metiendo en algo muy gordo: algo que tenía que ver con Asajj Ventress, supuso. ¿No era ella su actual aprendiz? No quería ayudar a Dooku a deshacerse de ella. ¿Quién sabía las consecuencias que aquello podía tener?
Además, Dhejah Ernark sí era una Jedi. Recordaba bien cuando había acudido al rescate de su hermana la senadora. Sassun comenzaba a no enorgullecerse de sus pasadas acciones. Quizás aliarse con Dhejah Ernark era la única manera de salir de aquel embrollo, de conseguir que Dooku le dejara en paz de una vez por todas.
Pero, para que Ernark le creyera, necesitaba más información.
Así que puso su mejor cara de negocios, asintió, y volvió a hablar.
—Está bien, Conde Dooku —mintió—: dígame cómo la Resistencia puede ayudarle.
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