024.
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R4 volvió a quejarse en cuanto sus circuitos recordaron que Ilum era un planeta tan frío como el anterior en el que habían estado.
Aquel planeta helado se encontraba en las Regiones Desconocidas y era muy importante para la Orden Jedi. Era allí donde se encontraban muchos cristales kyber, los cuales eran utilizados en la construcción de las espadas láser.
El Padawan de Dhejah, Brandar Eross, había sido enviado con una clase de iniciados en la Orden. Su tarea era guiar a los niños hasta la entrada al Templo, donde ellos se adentrarían solos para encontrar sus cristales, verdes o azules.
Ernark le había prometido a Brandar que se verían en el planeta helado: el Maestro Yoda se había tenido que quedar en Coruscant, y aunque Dhejah sabía que Eross podía encargarse él solo de guiar a los pequeños, ella misma tenía un interés concreto en volver a aquel planeta tras tantos años.
Esta vez dejó que el astromecánico se quedara en la nave. Arropada por su abrigo, avanzó entre el hielo y los bancos de nieve hasta el gran Templo, donde, percibía, Brandar se encontraba.
Dhejah recordaba bien el día en el que le había tocado pasar La Asamblea. Ella y su grupo habían atravesado la gran muralla de hielo para entrar al Templo, y, después, todos juntos, habían traspasado la gran entrada hacia la Cueva de los Cristales. Había tenido que enfrentarse a sus miedos siendo muy pequeña. Aunque ahora era una Maestra Jedi, sabía que tendría que volver a hacerlo si se adentraba en la cueva.
Brandar estaba sentado en una roca helada, meditando y cubierto por densos ropajes. Ante él, la gran entrada a la Cueva de los Cristales se encontraba abierta. Normalmente la abertura estaba cubierta por una gran cascada de hielo, pero, cuando las rotaciones lo propiciaban, este hielo se derretía para dejar abierta la entrada con ayuda del reflejo de una lámpara de kyber que colgaba del gran techo. Por lo que podía ver, la puerta acababa de ser abierta.
Si los iniciados no salían antes de que se cerrara por completo, quedarían encerrados dentro.
—No tengo tiempo que perder —le dijo a Brandar.
El Padawan abrió los ojos. No parecía sorprendido por su presencia, pero el hilo de cuentas que ahora remplazaba su trenza de aprendiz perdida se movió cuando él alzó la cabeza para mirarla.
—Supuse que venías porque ibas a entrar, Maestra —respondió él, señalando con la cabeza hacia la gran abertura—. Los iniciados acaban de traspasarla.
Dhejah le dio una pequeña sonrisa.
—Nos veremos luego, entonces.
Sin más florituras, avanzó por la gran sala cubierta de hielo y esculturas hasta la entrada y la traspasó.
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No se desesperó en ningún momento, aunque todos los pasillos, oscuros y helados, le parecieran iguales. Se preguntó si se iba a encontrar con alguno de los iniciados. Era posible, pero, debido al tamaño de la cueva, también improbable.
Debía dejar que la Fuerza la guiara hasta su nuevo cristal, porque era también la Fuerza quien la unía a él.
No es que le pasara nada malo a su cristal actual, pensó. Lo que pasaba es que había comenzado una nueva etapa para Dhejah, una en la que ya no era una Jedi. El cristal que descansaba en el corazón de su espada láser seguía estando conectado a su persona, a su esencia... Pero se dijo que debía haber otro allí fuera, uno con el que de verdad sintiera un vínculo completo.
Le pareció oír un susurro, y se rodeó con los brazos el torso al sentir un escalofrío. Aun así, siguió avanzando.
Sabía que la Cueva de los Cristales la iba a poner a prueba, que era probable que se enfrentara a sus emociones, al lado oscuro que había dentro de ella. Por eso debía mantenerse en el equilibrio.
Al cabo de algunos minutos más de caminata, divisó una abertura amplia en una de las paredes a su derecha. La traspasó, y una gran sala llena de estalactitas le dio la bienvenida. Cerró los ojos, se concentró... Percibía que estaba cerca del cristal, pero al abrir los ojos se dio cuenta de que había muchos de ellos, brillando sin parangón entre cada milímetro de hielo.
Debía confiar en la Fuerza para identificarlo, así que se preparó para el reto que, estaba segura, iba a dar comienzo en su interior.
Le pareció que había una zona concreta en la sala, más iluminada por el brillo de los cristales y con el suelo más plano y uniforme, que era perfecta para iniciar una meditación. Se sentó allí y cerró los ojos.
Recordaba bien su rito de iniciación. En concreto se había tenido que enfrentar a su impaciencia. Aquello era algo que Dhejah había perfeccionado durante los años. Siempre le había costado hacerles frente a sus derrotas, las solía mirar como retos que debía de conquistar de inmediato, pero con el tiempo se había dado cuenta de que la vida no era una carrera, sino una maratón, que había siempre tiempo para crecer.
Muchas personas decían que, con la edad, la vida pasa más deprisa frente a ti. Sin embargo, Dhejah creía que, con el tiempo, la experiencia le había dado el valor necesario para detenerse completamente en momentos como aquel.
Era probable que los niños buscando cristales estuvieran desesperados por hacerlo deprisa, pero Ernark tenía, en ese momento, todo el tiempo del mundo.
Dejó que la Fuerza la guiara.
—Dhejah.
Abrió los ojos, pero no se giró.
La voz de Obi-Wan venía de detrás de ella, grave y lejana como si les separara una pared.
Respiró hondo, antes de moverse. Aquel era su reto. Estaba claro. ¿Por qué iba a ser sobre otra cosa? Al fin y al cabo, Kenobi comenzaba a convertirse en su punto débil: por eso debía mantenerse en el gris, incluso cuando se trataba de él.
Movió la cabeza para mirar sobre su hombro. La imagen era clara, la verdad. Él, alto y firme, como siempre, vestido en los ropajes que solía lucir en el Templo. La barba la tenía tan arreglada como siempre, los ojos lúcidos y limpios. Estaba serio, pero aquello no la hizo dudar.
—Obi-Wan —saludó de vuelta.
Él (o su imagen, mejor dicho) frunció el ceño.
—Eres una traidora.
Dhejah se levantó despacio. Estuvo a punto de reírse, pero supuso que aquello no iba a ser algo propio de un Jedi, así que miró tras Obi-Wan como si no le importara su presencia. A las espaldas del hombre se encontraba su cristal. No podía describir por qué era el suyo. Lo veía brillar, potentemente y sin pena alguna, y era como si la llamara.
Volvió a mirar a los ojos del hombre, y fue entonces cuando el reto comenzó. La valentía y la seguridad que había sentido hacía segundos se esfumó de pronto, y volvió a temblar de frío.
¿Era aquel su mayor miedo? ¿Ser rechazada por la Orden?
O, mejor dicho, ¿ser rechazada por Obi-Wan Kenobi?
—¿Qué he traicionado, exactamente?
Entonces Kenobi encendió su espada láser. ¿La llevaba antes al cinto? No estaba segura.
—Has traicionado nuestro Código —respondió él entre dientes—. La Orden. Has traicionado a tu Padawan al salirte del camino.
Dhejah cruzó los brazos tras su espalda, intentando mantener la compostura.
Puede que hubiera roto el Código. Puede que no fuera la Jedi perfecta, puede que hubiera utilizado el lado oscuro cuando no le había quedado otra opción. Pero por lo menos se había dejado guiar por la Fuerza, que era a lo único que ella servía, así que, ¿qué importaba lo demás?
Se dijo que Obi (el verdadero Kenobi) entendería eso.
—Dime, Kenobi. —Su voz resonó en la cueva—. ¿No has roto tú también el Código, en algún momento?
El hombre alzó la espada y avanzó hacia Dhejah. Ella alzó la cabeza mientras cerraba los ojos, pero el arma nunca impactó contra su rostro.
El equilibro es lo que me mantiene unido.
Cuando volvió a abrirlos, él ya no estaba frente a su cuerpo, así que avanzó hacia el fondo de la sala sin pensar en la visión.
Ahora mismo prefería olvidarla.
La pared era escarpada, llena de salientes de hielo, y, aunque le costó subir, consiguió alzarse un par de metros sobre el suelo.
Ya veía el cristal claramente. Lo agarró, tirando con fuerza, y del impacto, cayó hacia atrás.
Soltó una maldición cuando la espalda le crujió contra el suelo, pero por lo menos aún sostenía el cristal. Abrió la palma para ver un kyber azul, claro como el cielo de Thunij en verano.
Sonrió, se puso de pie, y continuó hacia la salida de la Cueva de los Cristales.
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