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022.

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El nuevo droide astromecánico de Dhejah, una unidad R4 de color blanco, gris y negro, pintado expresamente por alguno de los chicos de la 335, le avisó de que entraban a la superficie. A la Jedi le gustaba su cabeza geométrica, aunque echaba algo de menos a R3, con quien había convivido durante mucho tiempo. No había habido forma de salvar nada de aquel astromecánico, ni siquiera una de sus células de memoria: le habían frito a tiros durante la emboscada.

La Jedi asintió, inclinando su pequeña nave, un Delta-7, para esquivar las partes más moviditas del aire superior. Djinn Altis la había citado en un mundo completamente vacío, sin habitantes de biología avanzada de ningún tipo. Ernark nunca había oído hablar de aquel planeta, algo que no la sorprendía: estaba en el Borde Exterior, justo en la frontera con el Espacio Salvaje e inexplorado. Supuso que, allí, tan lejos de Coruscant, nadie se enteraría de que estaba a punto de reunirse con una persona que defendía valores contrarios a los de la Orden.

Mirando los escáneres, unos pitidos del droide la hicieron sonreír.

—Lo sé, R4, aquí hace frío —respondió Dhejah—. Pero no te preocupes, nos encontraremos en una cueva.

El astromecánico no mentía. Cuando salieron de las nubes, todo lo que pudo ver la mujer era nieve y hielo, blancura impoluta ante sus ojos. Siguiendo las coordenadas que le había mandado Altis, Dhejah dirigió su nave hacia una alta cordillera, dejando que R4 encontrara un lugar adecuado para detener la nave y aterrizar. Cuando lo hizo, la Jedi saltó fuera, subiéndose la capucha del grueso abrigo de inmediato. El astromecánico utilizó sus propulsores para salir de la nave también, siguiendo a la Jedi cuando ella comenzó a caminar entre la nieve hacia la entrada de una pequeña cueva.

Debía de ser allí, se dijo.

Había pensado que Djinn Altis podría ser una buena opción a la hora de plantearle a alguien sus preguntas. Era un Maestro Jedi que había formado su propio grupo independiente. Aunque era un Jedi, fiel al lado luminoso y a la República, y había sido entrenado en el Templo, ya no seguía al Consejo de Coruscant. Altis viajaba por el Borde Exterior, dándole ayuda a planetas necesitados durante los tiempos de guerra. El Maestro defendía que no había una edad precisa para convertirse en Jedi, que los Maestros podían tener más que un Padawan, y, a su vez, que el afecto no llevaba al lado oscuro.

Aquella prometía ser una conversación interesante.

Se ayudó de su espada láser cuando la oscuridad la envolvió, pero no tuvo que andar mucho más para encontrarse con el hombre al que buscaba. Altis estaba sentado sobre una piedra, con una lámpara de aceite a su lado, encendida, y unas cuantas capas alrededor de los hombros para salvaguardarse del frío. La mujer no podría haber adivinado cuánto tiempo llevaba esperando, pero parecía paciente y completamente despreocupado.

Dhejah apagó su espada láser cuando sus ojos se encontraron. El hombre era mayor, con el pelo encanecido, pero tenía una mirada amable y llena de sabiduría. Se levantó cuando ella se acercó, y, sin miramientos, se dieron la mano y se la estrecharon el uno al otro. R4 pitó, contento, y se aproximó a la lámpara para colocarse frente a ella.

Quizás sus circuitos le pedían algo de calor.

—Maestra Ernark —le dijo Altis con voz grave—. Me honra que una mujer como usted le quiera dedicar algo de tiempo a un viejo como yo.

Dhejah ensanchó su sonrisa mientras se sentaba en una piedra frente a él. No se preguntó cómo había llegado el anciano hasta allí: sabía que muchos de sus aprendices debían de estar cerca, por si acaso algo se torcía, supuso. Dudaba que estuviese realmente solo, pero eso no le importó.

—El honor es mío, Maestro Altis —respondió cordialmente—. Lo siento si mi mensaje fue algo críptico, pero le agradezco que haya aceptado mi invitación para encontrarnos.

Él cruzó las manos sobre el regazo.

—Hace mucho tiempo que un Maestro Jedi de Coruscant me pide charlar con tranquilidad, Dhejah Ernark. —Se pasó una mano por la barba blanca, sonriendo—. ¿Le puedo preguntar cómo ha sabido de la existencia de nuestra institución?

Dhejah no tardó en responder.

—Mi Maestro fue Geral Treye —le explicó—. Me habló de vuestra rama cuando yo era tan solo una Padawan.

Una luz de reconocimiento atravesó los ojos del hombre.

—Treye —repitió—. Algunos de sus amigos eran amigos míos. —Dhejah asintió. Sabía que estaba hablando de Qui-Gon Jinn, pero no mencionó nada al respecto—. ¿Tienes preguntas? —adivinó él—. ¿Por eso estás aquí?

—Busco respuestas —dijo ella, dándole la razón—. Mi camino se ha alejado de la Orden, pero me veo incapaz de abandonarla ahora: tengo a un Padawan a quien entrenar, una guerra que luchar.

Altis asintió.

—Comprendo lo que dices. Mis aprendices y yo hemos visto a los clones luchar —anunció con pesar—: hemos visto la destrucción que la guerra está ocasionando en toda la galaxia.

Dhejah apretó el abrigo a su alrededor.

—Soy consciente de que los Jedi deberíamos de ser protectores de la paz, no soldados —respondió ella—. La guerra lo ha nublado todo... y quizás nuestro error fue participar en ella en un primer lugar.

Altis se pasó la mano por el pelo, asintiendo gravemente como si estuviera considerando aquello. Siguieron hablando durante otra hora. Dhejah le contó todo sobre su problema con Dooku, sobre cómo la situación de su planeta natal había reavivado sus dudas y sus emociones. El Maestro escuchó con atención, asintiendo cuando Dhejah le hacía ver que, de verdad, se había separado del lado luminoso. Le explicó que sentía el lado oscuro llamándola, pero que de momento se había mantenido fielmente en la franja gris que los separaba.

Aunque eso no acababa con sus preocupaciones.

—A todos nos tienta el lado oscuro, Maestra Ernark —le dijo Altis cuando hubo acabado—. No sólo a ti: también me tienta a mí, y, estoy seguro, también tienta al Maestro Yoda. —Se levantó, caminando hasta el astromecánico y poniéndole una mano encima de la cabeza. Recibió un pitido de alegría como respuesta—. Ser un Jedi Gris no tiene nada que ver con eso, no te salvará del peligro de la oscuridad.

Dhejah miró hacia la lámpara. Nunca había dicho el término en voz alta, pero sabía que aquello era lo que la definía mejor. Había estado siguiendo el Código Gris durante semanas, de todas maneras.

El equilibro es lo que me mantiene unido. No hay bien sin mal, pero al mal no se le debe permitir prosperar.

Dhejah era consciente de aquello.

—No es sólo eso —confesó de pronto, armándose de valor—. Siento que son mis sentimientos, mis emociones —aclaró—, las que me pueden empujar hacia ese lado... si no tengo el cuidado suficiente. Siempre han sido fuertes en mí, confusas. Pero...

Altis se giró hacia ella, complacido. Juntó las manos frente a él con una sonrisa de entendimiento.

—Me preguntaba cuándo ibas a tocar el tema —le dijo—. Es por eso por lo que me has llamado aquí: para preguntarme sobre el afecto.

No era una pregunta.

—Sí —respondió ella.

—No te preocupes —dijo él—. No eres la primera que lo hace.

Dhejah suspiró.

—Me gustaría que me explicara las máximas que usted y sus aprendices siguen: sé que les permite casarse, tener familias.

Altis asintió.

—Para eso es mejor que me expliques lo que sabes tú, primero. —Volvió a sentarse—. ¿Qué es lo que te han enseñado? ¿Lo que le has enseñado a tu Padawan?

Dhejah se mordió el labio y tomó aire antes de hablar.

No hay emoción, hay paz —recitó—. No hay ignorancia, hay conocimiento. No hay pasión, hay serenidad. No hay caos, hay armonía. No hay muerte, existe la Fuerza. —Intercambiaron una mirada larga antes de que ella siguiera—. El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva al enfado. El enfado lleva al odio. El odio lleva al sufrimiento.

Altis asintió, y a ella le pareció que casi reía.

—Yoda os enseña que no debe haber pasión, sino que debéis sentir sólo serenidad —le dijo—. ¿Pero qué es lo que necesita esta galaxia, si no es pasión? Pasión y furia y amor. Pasión que lleve al cambio. Furia ante la brutalidad que se ha desatado. Amor, entre padre e hijo, entre esposos, entre hermanos y hermanas, entre amigos. Necesitamos más cariño, no menos. Es el cariño lo que hace que no nos destrocemos a nosotros mismos.

Dhejah asintió, y el corazón se le aceleró en el pecho al darse cuenta de que, quizás, aquel Maestro entendía su dilema.

—Fue así, como sobreviví en Gasteh. —Altis inclinó la cabeza, invitándola a que continuará—. Pensé en mi Padawan Brandar, a quien quiero como si fuera mi hijo —confesó—. Pensé en mi hermana, Jira, con quien no pude criarme. Pensé en mis hombres, porque son también mis amigos. Y pensé en...

Se atragantó con las palabras, azorada de repente. Altis rio entre dientes, asintiendo divertido con la cabeza.

—Yo no voy a juzgarte, Maestra Ernark: yo mismo estuve casado hasta que mi esposa falleció.

Ella apartó la cabeza.

—Hay un hombre —confesó en voz alta, casi horrorizada con lo que estaba diciendo—. No es como los demás, supongo.

Obi-Wan.

El reconocimiento la golpeó como un cubo de agua fría, helándola hasta los huesos para después calentarle la cara con rubor. Por la Fuerza, ¿cómo no lo había visto tan claramente antes?

¿O es que lo había estado ignorando?

No sabía lo que estaba pasando entre ellos, pero, supuso que, fuera lo que fuera, había crecido desde su rescate. Ya lo había sentido cuando él había entrado en la celda: la había seguido de cerca desde entonces.

Recordó su mano entrelazada con la de Obi-Wan en la Sala de las Mil Fuentes. De verdad había pensado que iba a morir en Gasteh, y, al perecer, a él también le había aterrorizado la posibilidad. Ella le había dado un mote, él había comenzado a acercarse a ella físicamente de pronto. Era como si el otro fuera a desaparecer en cualquier momento y no fueran a poder verse más.

Dhejah no sabía si era miedo, o la simple realidad. Pero quizás, haber estado tan cerca de perderse el uno al otro les había hecho aprovechar cuando estuvieran juntos. Era como si hubieran cruzado una línea sin darse cuenta, de golpe y juntos. Siempre juntos.

¿Se había dado cuenta Obi-Wan de eso? ¿De que ahora él parecía más atrevido? ¿De que, como si nada, comenzaban a sujetar la mano del otro? Ella creía que sí. Pero conocía a Kenobi, y sabía que él intentaría ignorar sus emociones cuanto pudiera.

El cariño podía debilitar el propósito de un Jedi, supuso. Pero había sigo gracias a ese cariño que le tenía a él y a los demás que había sobrevivido a la tortura. El amor que sentía, sus emociones, no la habían traicionado. La Fuerza había estado a su lado y había canalizado sus sentimientos para darle energía y fortaleza. Había sido gracias a esas emociones que la Orden desechaba que Dhejah había seguido luchando por su vida.

—Sí —dijo por fin—. No le veo como a los demás. Supongo que no me he dado cuenta hasta ahora, pero siento algo por él.

Y ahora que lo había dicho en voz alta...

Empujó el horror que sentía hacia un lado, aceptando que, para controlar sus sentimientos, debía conocerlos primero. Aquella reacción era la esperable, teniendo en cuenta que, bajo el punto de vista de la Orden, las emociones de Dhejah estaban prohibidas.

Altis asintió.

—Y a esta persona... ¿podrías dejarla ir?

Dhejah inclinó la cabeza hacia un lado, sorprendida. Se obligó a pensar, a responder con soltura, pero no lo consiguió.

—¿En qué sentido?

Altis rio de nuevo.

—¿Hay más de un sentido? —le preguntó—. ¿O son todos los sentidos el mismo? —Dhejah supuso que tenía razón—. No es el cariño lo que nos conduce al lado oscuro. Es la obsesión. Mientras puedas dejar a las personas a las que amas irse, cuando llegue el momento, entonces podrás seguir sobre el gris. Mientras sepas cuándo debes decir basta, dónde está tu límite, estarás en control de ti misma —le explicó—. Así que, dime, ¿podrías dejarle ir?

Dhejah lo pensó de verdad. ¿Podría dejar que Obi-Wan se fuera, si se lo pedía? ¿Le dejaría alejarse de ella? Dhejah supuso que sí. Obi-Wan era su amigo, antes de todo lo demás. Era una persona en la que confiaba, un gran Jedi y un gran hombre. Sabía que la Fuerza le guiaría, y que, si se alejaba de ella, entonces tendría que respetarlo.

Y supuso que aquello no le daba miedo. Porque, aunque Obi-Wan se fuera de su vida, las sonrisas que le había dado nunca desaparecerían. Siempre recordaría su risa, el apoyo que le había dado desde que se conocieron. Para ella siempre sería Obi, y supuso que nada podía cambiar ese hecho.

—Sí —le dijo a Altis con decisión—. No hay un lado oscuro ni un lado luminoso, sólo está la Fuerza. Haré lo que deba para mantener el equilibrio. El equilibro es lo que me mantiene unido.

Altis asintió, levantándose con un gruñido de esfuerzo. Ella le imitó.

Porque la Fuerza son todas las cosas, y yo, soy la Fuerza. —Le tendió la mano a Dhejah y ella se la estrechó—. Mientras recuerdes eso, Dhejah Ernark, la Fuerza te guiará. El lado oscuro seguirá llamándote, como nos llama a todos en momentos de destrucción, pero, si controlas tus emociones, seguirás sobre el gris. Seguirás donde perteneces: en el equilibrio.

Dhejah asintió.

Sí, Altis tenía razón. Era en esa línea gris donde Ernark siempre había pertenecido. Además, se dijo, siempre se le había dado bien controlar sus emociones: dejándolas prosperar hasta cierto punto, siempre bajo un férreo y extraño control.

¿Qué cambiaba ahora? Siempre había sentido cariño por algunas personas. Había amado a Geral Treye como a un padre, y, también a él le había dejado ir. Todas las decisiones que había tomado hasta entonces la habían llevado hasta allí, hasta ese planeta, lo sabía. La Fuerza estaba con ella, y la había guiado hasta Obi-Wan, a Gasteh, hasta Altis. Todo era cuestión de seguir avanzando, esperando el próximo paso, siempre confiando en el equilibrio en su interior.

Tras despedirse de Altis, salió al exterior, donde una ventisca comenzaba a ganar fuerza entre la nieve. R4 la seguía de cerca.

La figura de una Jedi Gris se fundió con el blanco eterno de un planeta dominado por el invierno.

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