021.
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Sólo faltaba una hora estándar para que El Resuelto llegara a Coruscant cuando Kix, uno de los clones en la bahía médica, dejó que Brandar saliera de su habitación y caminara por el Buque Insignia de Skywalker.
Era consciente de que iba a tener que hablar durante mucho tiempo frente al Consejo una vez volviera al Templo, y por eso quería intentar distraerse ahora. Estaba cansado, adolorido, pero lo que más le molestaba era no sentir su trenza de Padawan contra su mejilla derecha.
No había visto a la Maestra Ernark desde que Kenobi la había traído a la nave en brazos. Ambos habían desaparecido tras una cortina con un clon médico y un droide, y Brandar no había podido obtener mucha información respecto a su estado. Sabía que su condición era estable, que estaba inconsciente por el cansancio.
Suspiró, pasando cerca de un grupo de clones con armaduras blancas y azules.
Brandar conocía bien a su Maestra, y casi podía imaginársela diciéndole que no era su trenza lo que le hacía un Padawan. Aun así, se había dejado el pelo largo desde que había llegado al Templo, siempre previendo el día en el que se convertiría en aprendiz. Todo ese tiempo no había servido para nada, se dijo: aquel hombre con la cicatriz en la frente se la había arrancado sin miramientos, usando un cuchillo sin afilar para ayudarse. Se llevó la mano a la cabeza, y sintió un pequeño mechón de pelo rubio, más largo que el resto de su pelo: eso era todo lo que quedaba.
A continuación, movió esa misma mano a la espada láser en su cinturón. Por lo menos esa sí la tenía: los clones de Kenobi habían encontrado su arma en la sala de interrogatorios.
—¡Eross!
Se giró de golpe, sorprendido, sólo para ver a Ahsoka caminando hacia él a buen paso. El Maestro Skywalker venía detrás, caminando con los brazos cruzados y una sonrisa afable en el rostro. Su amiga togruta le abrazó de inmediato, y él le devolvió el gesto amistoso con una pequeña sonrisa.
—¡Cómo me alegro de que estés bien!
Brandar asintió mientras se separaban.
—No voy a mentirte, Ahsoka —le dijo—: fueron unos días duros.
Anakin le puso al joven una mano en el hombro.
—Lo importante es que tú y tu Maestra estáis de vuelta en casa.
Sin saber qué decir, Brandar asintió. Ahsoka se inclinó hacia adelante con una gran sonrisa, como si estuviera muy emocionada.
—¡Tengo algo para ti!
Y entonces se sacó del bolsillo un pequeño hilo lleno de cuentas, igual a su propia trenza decorativa, la cual llevaba detrás de uno de los lekku, porque no tenía pelo que trenzarse. Brandar sintió que se quedaba boquiabierto.
—Ahsoka...
—Vi que ya no tenías tu trenza —le explicó, ahora nerviosa—. Ya sabes, cuando os trajeron a bordo. Así que pensé que...
Brandar estiró los brazos para rodearla con ellos de nuevo. Skywalker rio entre dientes ante la cara sorprendida de su Padawan.
—Gracias —le dijo Brandar de todo corazón.
Ella asintió, y, cuando se separaron, le ayudó a ponerse el hilo de cuentas, uniéndolo al mechón largo con un pequeño nudo. Skywalker y Ahsoka asintieron con aceptación mientras Brandar se pasaba los dedos por el nuevo ornamento, una sensación de felicidad llenándole el estómago. Olvidándose de lo que había pasado esos días durante un momento, les dio su sonrisa más brillante.
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Axton suspiró, por fin encontrando una sala de transmisiones vacía. Se estaba arriesgando, contactando con Jira de aquella manera: utilizando una de las mesas del Buque Insignia de Skywalker. Aun así, no podía esperar.
Había perdido a muchos de sus hombres: entre las batallas contra los hojalatas y la emboscada, la Compañía Tormenta no estaba pasando por su mejor momento. Además, la experiencia había sido traumatizante para todos. Sólo habían vuelto a sentir esperanza cuando los tiros se habían hecho audibles al otro lado de la celda. Después, la 212 les había sacado de allí en una dura operación de extracción con ayuda de la 501.
Y, durante todas las horas que habían pasado allí dentro, el cerebro de Axton siempre había vuelto a Jira. Así que, dejara rastro o no, contactaría con la senadora de inmediato. Le daba igual que eso fuera a tener consecuencias. Con decisión, se quitó el casco e inició la transmisión.
El hermoso rostro de Jira no tardó en aparecer frente a él. Sintió que soltaba un suspiro inconsciente, pero su brazo no dejó de sujetar el casco fuertemente contra su cadera, como si estuviera hablando con un superior.
—¿Axton? —preguntó la mujer, preocupada—. Por el Creador, he oído lo que ha pasado, ¿estás bien? —Él asintió—. ¿Y Dhejah?
Le dio una débil sonrisa.
—La general está estable. Han sido unos duros días para todos, pero se recuperará.
La mujer se pasó las manos temblorosas por la cara.
—No sabes lo preocupada que estaba —le dijo—. Nadie sabía nada de vosotros, y... ¿Es eso una herida?
Axton se llevó una mano a la cabeza, donde le habían rapado un poco del pelo para ponerle un parche de bacta en el lado izquierdo. No era grave, sólo un golpe durante el forcejeo inicial, cuando les habían quitado los cascos y les habían lanzado en la celda como pesos muertos.
—Es sólo un rasguño —le aseguró con voz amable, aunque eso no hizo nada para apagar sus nervios—. Tranquila.
Jira suspiró de nuevo.
—¿Y deberías contactarme así? —le preguntó ella de pronto—. Si alguien lo ve, puedes tener problemas...
Axton negó fervientemente con la cabeza, una mueca de decisión incomparable en el rostro curtido por la guerra,
—No me importan las consecuencias —le dijo, y no mentía—. Necesitaba hablar contigo.
Quería decirle la verdad ya, pero pensó que era mejor hacerlo en persona.
Jira le dio una débil sonrisa, y a Axton le pareció que se había sonrojado, pero no estaba seguro por la débil conexión de la transmisión y sus colores. La mujer alzó la mano derecha, y, aunque no era más que una imagen, el soldado puso su palma contra la suya.
—Te veré cuando llegue a Coruscant —le dijo a Jira—. Te prometo que me escaparé al Senado en cuanto pueda.
Ella negó débilmente con la cabeza. Ambos sentían calor en el estómago, mariposas danzándoles dentro sólo por intercambiar unas pocas palabras.
—Ven a mi piso, Axton —suspiró—. Te estaré esperando.
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Obi-Wan Kenobi encontró a Dhejah Ernark en la Sala de las Mil Fuentes, meditando y rodeada de naturaleza. Habían pasado unos días desde que la Maestra y su equipo habían sido traídos de nuevo a Coruscant y ella había sido completamente curada por los médicos del Templo Jedi.
Desde entonces, las reuniones del Consejo se habían sucedido una tras otra, y Kenobi había estado plagado de trabajo y estrés. No le extrañaba que el Maestro Yoda y Windu estuvieran especialmente preocupados. Vivían tiempos de guerra, y los secuestros no eran nada nuevo. Obi-Wan aún recordaba su misión a la Ciudadela, donde habían intentado salvar al Maestro Piell. Sin embargo, él tenía una información valiosa para inclinar la balanza del conflicto, y esa era la razón por la que los Separatistas habían abordado su Buque Insignia.
¿Qué información tenía Dhejah? A Kenobi no se le ocurría nada. La Maestra había dicho que los Separatistas habían mostrado interés por Thunij, por el planeta en sí, por el sistema, y por el sector. ¿Qué había allí que podría interesarles tanto? Era un planeta bien protegido, fiel a la República desde hacía generaciones. Estaba en el Borde Medio, cerca de Naboo, y Kenobi no podía creerse el interés de los Separatistas por controlar tal sector. Se les estaba escapando algo...
Sacudió la cabeza, sentándose en el banco junto a Dhejah con un suspiro. Ella no se movió ni un centímetro, así que la miró de reojo. Se había recogido el pelo en una coleta, algo a lo que él aún intentaba acostumbrarse. Siempre le había gustado su melena revuelta, tan poco convencional como ella, pero supuso que también le gustaba que se la apartara de la cara: así podía estudiar sin problema sus rasgos.
¿Le había sentido a su lado? Esos días parecía muy distraída.
Para no sorprenderla, le puso con cuidado una mano en la rodilla. Ella abrió los ojos de golpe, pero con el gesto sereno. Obi-Wan le apretó el muslo justo por encima de la articulación antes de soltarla.
—Obi, hola.
Eso era otra cosa a la que Kenobi aún tenía que acostumbrarse. El mote no le molestaba, pero intentaba ignorarlo completamente para no ponerse colorado. Aquello hubiera sido muy poco propio de un Maestro Jedi, quien siempre debería estar en completo control de sus emociones. Le dio una pequeña sonrisa.
—Parecías muy concentrada, no sabía si debía llamar tu atención.
Ella sonrió también, algo que últimamente le costaba.
—Siempre tengo tiempo y ganas de hablar contigo —le aseguró ella—. ¿Se sabe algo más?
Kenobi negó con la cabeza.
No habían llegado a muchas conclusiones respecto a su secuestro. Los Separatistas y Dooku tenían algún tipo de interés en Thunij, y estaban colaborando con los rebeldes del planeta. Además, ya habían tomado el control de Gasteh desde dentro, y por eso la emboscada a las tropas de Dhejah les había resultado tan fácil. Todo había sido una trampa, pero aún debían descubrir el por qué.
—Vuelvo al frente —le dijo Kenobi con un suspiro—. Dentro de dos rotaciones.
Ella no respondió durante un segundo, luego apartó la mirada hacia el riachuelo frente a ellos. Había nenúfares flotando en la superficie del agua en calma, y varios árboles se alzaban firmes en el invernadero.
—Tendrás que prometerme que volverás de una pieza, entonces.
Él se mordió el labio, e, inconscientemente, miró a su alrededor para comprobar que no había nadie que pudiera verle sujetar su mano. Entrelazó sus dedos con soltura y ella no se apartó.
—Sí —le dijo—, yo cumpliré con mi palabra, no como tú.
Dhejah rio entre dientes, y el sonido hizo que Obi-Wan sonriera.
Acabó soltándole la mano, porque el contacto ya había sido lo suficientemente atrevido. Sentía comportarse así, aunque a ella no pareciera importarle lo más mínimo, pero se había preocupado tanto por ella en esos días, que ahora, cada vez que la tenía cerca, sentía la necesidad de tocarla para cerciorarse que no la estaba imaginando.
Y el contacto siempre aceleraba su corazón. Controlar sus emociones se estaba volviendo más difícil, pero no era capaz de contenerlas. No junto a ella, al menos. Frente a otros podía ser el sereno Maestro Kenobi, gran Jedi y luchador, pero junto a Dhejah, era simplemente Obi.
Y ser él, tan simple y crudamente, era peligroso. Lo sabía.
—Brandar acompañará a algunos iniciados a Illum —le dijo ella—. Necesita sentirse conectado con la Fuerza de nuevo, después de lo que pasó, y creo que volver al lugar donde encontró su cristal le ayudará.
Kenobi inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿No vas con él?
Dhejah seguía mirando el riachuelo frente a ella.
—No —susurró—. Le veré allí, quizás. Pero, antes, necesito hacerle una visita a alguien...
Dejó el resto de la frase en el aire, o, quizás, no había más que decir. Obi-Wan se preguntó si debía preguntar, luego recordó esa sensación oscura que había sentido en aquella celda, viniendo de su amiga.
Sabía que Dhejah se había alejado de la luz (en ese momento lo había visto con claridad, lo había percibido irrevocablemente), pero también era consciente de que no se había alejado de su camino, fuera cual fuera. Confiaba en ella, porque Dhejah confiaba en la Fuerza, y, al fin y al cabo, en eso también era en lo que había confiado Qui-Gon Jinn hasta el final.
Se dijo que Dhejah era fuerte, que encontraría las respuestas que buscaba en la Fuerza, y que, probablemente, eso la llevaría lejos.
Le puso una mano en el hombro, y, cuando ella se giró a mirarle, le sonrió.
—Mientras estés bien y a salvo —le dijo con sinceridad—, espero que la Fuerza te acompañe y que encuentres lo que buscas.
Ella le devolvió el gesto afable.
—Gracias, Obi.
Gracias por confiar en ella, quería decir. ¿Y cómo no iba a hacerlo? Obi-Wan Kenobi le confiaría su vida a Dhejah Ernark sin dudarlo. Después de todo, ya había demostrado en varias ocasiones estar en control de su situación, fuera la que fuera.
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