018.
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El niño estaba a su lado, la cara sangrienta, el labio partido y el ojo derecho, morado. Le habían cortado la trenza de Padawan, había dicho, aunque Axton pensaba que se la habían arrancado cruelmente durante la primera ronda de interrogaciones. Se había quedado dormido, más bien por el cansancio puro que debía sentir, y la cabeza rubia había caído sobre el hombro del clon.
Todo el equipo recordaba el día en el que habían conocido a Brandar Eross. Un mes después de su primera batalla junto a la general Dhejah Ernark, esta les había presentado al pequeño. Era alto para su edad, Axton supuso, delgado, pero aparentemente fuerte, y aunque era muy joven, la guerra que estaba sacudiendo la galaxia le había hecho convertirse en un aprendiz Jedi a muy temprana edad.
Axton le había saludado al estilo militar, dispuesto a presentarle a sus hombres al Padawan, pero el niño había dado un paso al frente y había abrazado al clon. Bueno, más bien, había rodeado su torso con los brazos de manera muy incómoda, porque, aunque era alto, no lo eran tanto como las tropas. Nunca nadie había abrazado a Axton en su corta vida. Por eso, aunque no había sido más que un saludo poco formal y bastante convencional, el gesto no se le olvidó nunca.
Desde ese día, Brandar Eross no sólo era el Padawan de Dhejah Ernark: también era el hermano de todos los hombres de la Legión 335. Uno más, sí. Y, a su corta edad, el brillo alegre y despreocupado que solía iluminarle los ojos ya no estaba.
Aquellas cosas, aquellos monstruos, se lo habían robado.
Axton escuchó un grito desde la sala de interrogatorios, no muy lejos de la celda donde le tenían a él y a sus hombres. La voz de su general, femenina y clara, era inconfundible.
Frente a él, un novato estaba intentando tragarse las lágrimas. Cerró los ojos para no poder ver la escena.
Pensó en Jira.
Su dulce y pura Jira.
Desde que habían vuelto de Thunij, ella le había contactado todos los días. Antes de separarse, le había regalado un nuevo transmisor, uno que ahora estaba roto, o perdido, quién sabe, y eso había hecho que pudieran tener una vía para transmisiones seguras y privadas esos días. Echaba de menos su voz.
Habían hablado de todo: de la guerra, del Senado... Eso era lo que, al fin y al cabo, consumía sus vidas.
No le había costado darse cuenta de que se había enamorado de aquella mujer. Quizás era porque le escuchaba, más que por su belleza incomparable. Le dejaba hablar durante el tiempo que necesitara, y, después, le regalaba una sonrisa.
Estaba claro que una mujer como ella no podía sentir nada por él. ¿Por qué lo haría? Ella era una senadora de la República. Él, un clon que podría morir en cualquier momento.
Abrió los ojos. Volvió a cerrarlos al instante.
Sí, su final llegaría pronto.
Por eso mismo, se dijo que, si sobrevivía a este asalto, se aseguraría de decirle a Jira Ernark que no podía dejar de pensar en ella. Que, en sus momentos más duros, eran sus rasgos los que intentaba recordar a la perfección.
No estaba seguro de cuándo la línea entre la amistad y el deseo se había difuminado. ¿Cómo iba a saberlo, si, en sus doce (o trece) años de vida, nunca había sentido lo que ella le hacía sentir? Aun así, la proximidad que habían compartido en su despacho, las miradas de anhelo que ella le había mandado al volver a verse... ¿Qué más podían significar?
Brandar se removió a su lado, despertándose cuando Dhejah Ernark soltó otro grito desde la sala de interrogación. Llevaba horas allí dentro...
El niño sollozó, bajito, intentando tragarse el sonido de terror y tristeza.
Quizás Axton nunca volvería a ver a Jira, pero se aseguraría de morir pensando en ella y en cómo, por unos días, se había sentido más que un simple clon.
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Obi-Wan no había podido dormir.
Habían pasado dos días. Dos rotaciones estándar enteras durante las cuales la República y los Jedi no habían podido contactar con Dhejah Ernark o con ninguno de sus oficiales. Lo último que habían sabido de ella era que sus tropas seguían avanzando hacia la capital, que no se habían encontrado con ningún punto de población activo.
Todo parecía ir bien, y, sin embargo, había desaparecido, como si se hubiera esfumado de la superficie de Gasteh.
Kenobi había intentado mantenerse sereno. Lo había intentado de verdad. Sin embargo, cuando Anakin, Ahsoka y él se habían subido en El Resuelto para ir en busca de Dhejah y de la Legión 335, no se le habían escapado las miradas de preocupación que ambos le dirigían.
Había tenido un momento de pánico, en la Sala de Guerra. Mace Windu y Yoda habían reunido a varios generales cuando, por fin, habían decidido que alguien debía ir en busca de Dhejah. Obi-Wan se había presentado voluntario, y había pedido que Anakin y Ahsoka le acompañaran. Yoda había aceptado, y, aun así, quizás los demás Maestros habían podido ver la preocupación en sus ojos tanto como sus amigos.
Sólo había sido un instante, sí. Aún recordaba las palabras de Windu.
—Debemos hacerle frente a la posibilidad de que la Maestra Ernark, su Padawan y sus tropas —había dicho él—, hayan sido derrotados.
Tenía que haber sido ahí cuando Kenobi había hablado con demasiada emoción. Cuando sus palabras se habían teñido de cabezonería y terror inconfundibles.
—Me niego a darla por muerta —había declarado duramente.
Si había sido un error, no le importaba. Ahora, lo único que quería era aterrizar en Gasteh y encontrar a su amiga.
Un par de pasos más adelante, en el puente, Anakin le puso una mano en el hombro a una joven Ahsoka.
—No te preocupes, chulita —le había dicho con una pequeña sonrisa—. Estoy seguro de que Brandar estará bien.
La niña arrugó los labios, asintiendo. Un pitido en su muñeca le hizo activar su transmisor. La voz de una mujer joven, la soldado voluntaria de la 501, Riane Unmel, se hizo oír entre ellos.
—Comandante Tano —dijo la joven—. El capitán Rex y el comandante Cody piden su presencia en la sala de operaciones.
Ahsoka pasó saliva, claramente agotada.
—Claro, estaré ahí enseguida, Ri.
—Está bien, comandante.
Anakin le susurró algo más a su aprendiz y la niña caminó por la pasarela hasta salir del puente. Anakin se unió a Obi-Wan en dos grandes zancadas, colocándose a su lado para mirar hacia donde lo hacía el mayor. El mirador del puente reflejaba claramente el espacio frente a ellos, las estrellas alargadas mientras atravesaban la distancia hacia su objetivo a la velocidad de la luz.
La duda de Anakin era tan grande que Kenobi podía percibirla sin intentarlo.
Suspiró, hablando con voz baja para que los oficiales clon a su alrededor no pudieran escuchar su conversación.
—No puedo percibirla.
Anakin miró hacia él, las cejas alzadas y los ojos muy abiertos.
—Por supuesto que no puedes, Maestro —le dijo como si hablara con un niño—. A esta distancia...
Molesto, Obi-Wan le interrumpió.
—No —zanjó—. Normalmente puedo hacerlo.
Skywalker calló, más sorprendido por las palabras de su antiguo Maestro que por su mal humor.
—Pero...
No terminó la frase: ¿para qué serviría? Sabía que Dhejah Ernark y su Maestro se habían vuelto muy cercanos en los meses que habían pasado desde la misión a la Luna de Clytia. Pero, aun así, ¿cómo de importante era Dhejah para Obi-Wan si compartían un enlace en la Fuerza tan poderoso? ¿Si podía percibirla a tanta distancia?
Eso sólo solía ser común entre aprendices y Maestros... Aunque Anakin tenía un lazo tan potente, de tanto calibre, nada menos que con Padmé.
Sacudió la cabeza y le puso una mano en el hombro a su amigo, intentando ser tan positivo como había sido frente a su aprendiz.
—Estará bien —le dijo—. Tienes que confiar en ella.
Obi-Wan suspiró, de nuevo. Parecía muy cansado.
—Confío en ella —le dijo con un tono que no dejaba lugar a dudas—. Pero hay cosas que están lejos del alcance de cualquiera. —Sus ojos se encontraron con los de Skywalker, más grises que azules—. Incluso del de Dhejah.
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El droide de interrogaciones Separatista levantó una mano metálica. El hombre que estaba a cargo de los controles bajó una de las palancas frente a él, haciendo que la electricidad que recorría a la Maestra Jedi cesara por un momento. Sujeta por la mesa de tortura, Dhejah aprovechó para recuperar el aire. Sus pulmones quemaban, haciéndola boquear por oxígeno.
—La prisionera no está reaccionando como esperábamos —declaró el droide con voz monótona.
El hombre de los controles chasqueó la lengua. Era el único con una insignia sobre el pecho de la chaqueta marrón: una paloma verde, alzando el vuelo.
Aquel hombre era de Thunij. ¿Cómo le iba a explicar esto al Consejo?
Su pasado la perseguía.
—Dooku no estará contento —le dijo él al droide como amenaza—. Deberíamos darle más potencia a este trasto.
Colocó la mano de nuevo sobre la palanca, y, aunque no la accionó, sonrió en dirección de Dhejah, todos los dientes hacia afuera como si fuera más bestia que hombre. La mujer no se movió ni un centímetro. Las ropas se le pegaban al cuerpo por el sudor frío que la bañaba entera, pero su gesto no había flaqueado en ningún momento.
Tenía la garganta seca, y aunque su voz salió rasposa, la usó de todas maneras.
—Si Dooku tiene tantas preguntas que hacerme —le dijo al hombre—, deberías decirle que sería mejor quedar para tomar un té.
Un momento de lucidez la atravesó. ¿Ella había dicho eso? Estaba pasando demasiado tiempo con Kenobi y su sarcasmo incansable...
El hombre arrugó el ceño, aparentemente listo para gritar algo, pero el droide volvió a elevar la mano, callándole.
—Silencio —le dijo—. Según mis cálculos, la tortura convencional no sirve para esta Jedi.
El thunés se giró hacia el droide. Tenía el pelo rapado completamente, la piel morena y curtida. Sus ojos eran oscuros y reflejaban un brillo furioso.
—¡Ya hemos perdido mucho tiempo! —le dijo al droide—. Dooku quiere la información sobre el sistema: si tú no la puedes conseguir, quizás el problema sea tuyo, saco de tuercas.
Al droide no le afectó el insulto. Le respondió con el tono de voz completamente llano.
—Según mis cálculos —dijo de nuevo, haciendo que Dhejah pusiera los ojos en blanco—, la Jedi saca fuerzas de algún lugar poco convencional.
El hombre se cruzó de brazos con gesto escéptico.
—¿De cuál?
Los ojos del droide parpadearon.
—La información que tengo no me deja determinar qué fuente podría ser.
Dhejah comenzaba a salivar de manera excesiva, así que echó el cuello hacia adelante, escupiendo sangre a los pies del droide. Le dolía muchísimo la cabeza y le quemaba el pecho.
Cerró los ojos. Pensó en Brandar, en Axton, en Jira, en Obi-Wan...
—No sabes nada sobre los Jedi, droide —dijo sin abrir los ojos.
Algo la golpeó en el costado. El puño del thunés, ¿quizás? Su piel magullada aulló de dolor, pero ella mantuvo el gesto sereno.
—Cállate —gruñó el hombre. Parecía estar dirigiéndose al droide cuando continuó—: Eres experto en interrogación de Jedis —le recordó—. ¿Puedes hacer que esta hable? ¿Sí o no?
A Dhejah le pareció ver los ojos azules de Obi-Wan en su mente. Pero claro, eso era sólo porque estaba delirando...
—Me temo —respondió el droide—: que ella es más que una Jedi.
Ernark quiso sonreír. Supuso que sí, que o bien era más que una Jedi o que ya no lo era en lo absoluto. Un Jedi no se alimentaba de sus emociones, de su ira, de su tristeza... No actuaban como ella. No dejaban que el lado oscuro los mantuviera despiertos mientras el lado luminoso los anclaba a la realidad.
Pero seguía viva, ¿verdad? Y sus hombres y su Padawan también lo estaban, todo porque ella aún no se había doblegado. Eso era lo que importaba: que seguía viva, caminando en el desfiladero que separaba el lado luminoso del lado oscuro. Se balanceaba sobre la infinita línea gris, donde se sentía plena, uno con la Fuerza.
No hay un lado oscuro ni un lado luminoso, sólo está la Fuerza, se dijo. Haré lo que deba para mantener el equilibrio. El equilibro es lo que me mantiene unido.
Y sabía que Kenobi iba a venir a salvarla. Lo sabía, porque pondría su vida en sus manos ciegamente, porque era su mejor amigo. No sabía cuánto iba a poder aguantar así: tenía que darse prisa en encontrarles si es que quería que sus amigos vivieran.
Él era, en realidad, su única esperanza.
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