011.
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Los dos comandantes clon, Cody y Axton, trabajaban sin descanso, caminando de un lugar a otro en el hangar. Debían movilizar a sus hombres para romper el bloqueo que los Separatistas habían impuesto sobre la superficie del planeta Thunij, y no había tiempo que perder. La Legión 335 contaba con la ayuda de los mejores pilotos del 212 Batallón de Ataque. Los generales Ernark y Kenobi habían fundado la Compañía Ciclón para la misión, unificando a sus hombres en un solo equipo liderado por sus respectivos comandantes.
—¡Quiero esos cazas en el aire en quince minutos! —aulló Axton.
Las órdenes de Dhejah habían sido muy claras: esta vez, él se quedaba en tierra. La Jedi había declarado que no podían perder a ninguno de los dos comandantes en la batalla espacial. Saber que la general Ernark se preparaba para perder hombres, algo que normalmente le costaba sobrellevar, significaba que la batalla iba a ser sangrienta.
Al otro lado del buque El Resistencia, Dhejah y Obi-Wan hablaban con el Consejo Jedi. Al principio, sus miembros se habían opuesto a que Dhejah participara en la misión de recuperación de su planeta natal: su juicio podría verse nublado. Sin embargo, una transmisión de Asajj Ventress les había hecho cambiar de idea. En la imagen, la asesina de Dooku amenazaba con matar al gobernador del planeta, Istar Ernark, si su hija no se presentaba. Todos sabían que era una trampa, pero no podían dejar que el líder del planeta muriera así como así. Si podían evitarlo, entonces lo harían. Mace Windu se había mostrado especialmente en contra de la idea, pero Yoda había zanjado la discusión recordándole que dejar que otros sufrieran no era el estilo Jedi. Dhejah iba a tener que tomar precauciones, eso era todo.
Obi-Wan Kenobi había sido asignado como el otro general al mando de la misión. Las fuerzas de la República no estaban pasando por un buen momento: había muchos frentes abiertos. En aquellos momentos, sin ir más lejos, Anakin Skywalker intentaba liberar el planeta de Mon Cala del control separatista. Era una situación delicada, ya que Thunij era un importante sistema dentro de la República, pero los Maestros confiaban en que aquellos dos Jedi se las arreglarían de nuevo, como habían hecho ya juntos en el pasado.
Tras desearles que la Fuerza los acompañara, la transmisión con el Consejo se cortó.
Dhejah se giró hacia Obi-Wan y los dos intercambiaron una mirada de entendimiento.
El Resistencia y otros tres buques de la República, junto con sus naves escolta, acababan de salir del hiperespacio. Las naves separatistas les esperaban, bloqueando el planeta y dispuestas a teñir el basto cielo negro con explosiones.
El Maestro Kenobi asintió hacia su amiga mientras el almirante Segura se acercaba a ellos, atravesando el puente a paso rápido mientras los oficiales clon trabajaban sin descanso para poner la nave en posición de batalla. Dhejah podía ver perfectamente el planeta al que se dirigían desde donde estaba.
No recordaba haberlo visto nunca en persona, porque no había vuelto a su hogar desde que sus padres la habían cedido al Templo cuando era muy pequeña. Sin embargo, reconocía su aspecto de los archivos del Templo. El planeta era terriblemente verde debido a los frondosos bosques selváticos que llenaban cada rincón. Donde no había vegetación, había ríos y grandes lagos de tonos azules muy variados. Los colores fríos bailaban ante la vista de la Jedi, la cual intentaba mantener la mente en blanco.
Dhejah volvía a casa después de treinta años. Le hubiera gustado que hubiera sido en otra situación.
—¡Listos para la batalla, general! —anunció Segura mientras se ponía firme—. Las cañoneras y los cazas están listos, como ha pedido.
Dhejah se ajustó el cinturón del que colgaba su espada láser.
—Gracias, almirante. —Pulsó el intercomunicador en su muñeca—. Brandar, prepara a tu escuadrón. Despegamos en diez minutos.
—Sí, Maestra.
Obi-Wan la acompañó hasta la compuerta que daba al hangar, en silencio. Los dos sentían ya la anticipación de la batalla, bombeando por sus venas en forma de deliciosa adrenalina.
Era Dhejah la que había trazado el plan para la batalla espacial, y a Obi-Wan le había parecido muy arriesgado. Sin embargo, mientras estaban en la sala de guerra, discutiendo la estrategia, ella se había girado hacia él, guiñando un ojo, y le había dicho:
—¿De qué tienes miedo, Kenobi?
Él no había respondido. Después de todo, él quien se quedaba en el buque y era ella la que se subía al caza estelar.
Los dos se detuvieron en la entrada del hangar principal. Dhejah removió los hombros, sacudiéndolos como si sintiera los músculos agarrotados. Aunque Obi-Wan podía percibir su nerviosismo y su agitación, ella no dejaba que se le notara en el rostro. Dhejah le dio una sonrisa mientras se pasaba las dos manos por la melena castaña y revuelta, pero el gesto no le llegó a los ojos marrones.
Obi-Wan le puso una mano en el hombro, apretando. Ella frunció el ceño, borrando la sonrisa con la que intentaba engañarle. Kenobi sabía que, en ese momento, se sentía de todo menos segura. Apretó un poco más con el pulgar, el mono marrón arrugándose bajo la presión. Ella subió la cabeza para mirarle.
Estaba muy serio, pero, como siempre, sus ojos azules la miraban con amabilidad. Él asintió una vez y ella respiró hondo mientras le devolvía el gesto. Fue entonces cuando él la soltó, cruzándose de brazos. Inclinó la cabeza hacia un lado, alzando la ceja derecha y levantando ese mismo lado de la boca con una sonrisa socarrona.
—La veré allí abajo, Maestra Ernark —le dijo.
Ella se dio la vuelta y comenzó a adentrarse en el hangar, girando la cabeza durante un momento para responderle.
—No me eches mucho de menos mientras estoy ahí fuera, Kenobi.
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—¡Mayday, mayday, me han dado!
No hay emociones: hay paz.
La nave de Baller estalló en un vivo mar rojo mientras en resto del escuadrón intentaba esquivar los cazas separatistas.
No hay ignorancia: hay sabiduría.
—Dhejah —dijo Obi-Wan desde el intercomunicador—. La nave más cercana a nosotros suelta otro escuadrón de cazas.
No hay pasión: hay serenidad.
—Recibido, Obi-Wan —respondió ella, haciendo que su caza girase sobre sí mismo para esquivar los disparos—. ¡Aquí jefe tormenta! —informó a sus hombres—. ¡Más cazas a las seis: formación en siete y despliegue a mi señal! ¡Aguantad!
No hay caos: hay armonía.
—¡Recibido, jefe tormenta!
Las naves se alzaron, siguiendo al caza de la Jedi más allá de los cruceros separatistas. Siguieron a buen ritmo, en formación, los Separatistas pisándoles los talones. Dhejah apretó los dientes con frustración. Su caza mantuvo el rumbo a velocidad vertiginosa, haciendo que el estómago se le apretara por la impresión.
No hay muerte, existe la Fuerza.
—¡Ahora!
Los cazas de la República rompieron la formación, frenando y dividiéndose para rodear a las naves enemigas. Dhejah aguantó la respiración hasta que acabaron con todas, las explosiones tiñendo el basto espacio de amarillos y rojos. Su equipo se reagrupó tras ella.
—Obi-Wan, Brandar, tenéis luz verde —anunció—. ¡Escuadrón: fase dos!
—Recibido, señora.
—Nos vemos allí abajo, Dhejah —respondió Obi-Wan.
Las naves del Escuadrón Gris, dirigido por el Padawan, abrieron un camino para las cañoneras, que salían de los buques insignia mientras nuevos equipos de bombarderos creaban una distracción.
El planeta se acercaba cada vez más y más. Dhejah no sabía si estaba preparada para pisar la superficie, así que se repitió el Código de nuevo.
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Obi-Wan bajó de la cañonera mientras Axton y Cody dirigían a sus hombres hacia los droides, que les esperaban en la superficie. El calor y la humedad amenazaron con marearle de inmediato, pero desplegó el sable láser y se lanzó a la batalla al mismo tiempo que Brandar, que se bajaba de un caza estelar gris mientras más cañoneras con clones aterrizaban en su posición.
Debían darse prisa en acabar con aquellas tropas si querían entrar pronto en la capital del planeta, Tarsu.
Había sido difícil encontrar una zona donde hacer aterrizar a las tropas. La mayoría del sistema estaba cubierto por frondosa maleza, y los densos bosques selváticos que rodeaban la ciudad hacían imposible que las naves descendieran en otra zona que no fueran los alrededores del Gran Lago.
Dhejah les había dicho que Ventress prevería el aterrizaje y que les estaría esperando con droides, y no se había equivocado. Aun así, los clones estaban preparados para la bienvenida Separatista. Obi-Wan destrozó algunos B1 mientras se habría paso en primera línea de fuego con el Padawan Eross al lado. Los caminantes que habían descargado ayudaban contra los droides más grandes, los B2, que avanzaban hacia las tropas con los brazos desplegados y los cañones disparando.
Aquello era una invasión al completo, pero sólo se enfrentaban al primer asalto.
—¡No se quede atrás, Kenobi! —gritó Brandar mientras corría para avanzar.
A Obi-Wan le recordaba mucho a Anakin cuando era un niño. Puso los ojos en blanco, sonriendo débilmente y partiendo a un superdroide por la mitad sin dilación. Se giró un momento para ver cómo los clones se la estaban apañando. Axton y Cody disparaban codo con codo. En naranja y el gris de las tropas contrastaban contra el verde que inundaba el planeta.
Todo estaba cubierto de hierba alta y oscura, y Obi-Wan apenas podía ver dónde comenzaba la orilla del lago desde donde estaba. Sólo veía hierba y, de repente, una gran explanada de agua celeste. La ciudad de Tarsu, con la mayoría de edificios hechos de piedra y cristal, brillaba más allá del agua.
Las naves de la República volaron sobre sus cabezas para destrozar a los droides que estaban más alejados, pero un caza estelar gris oscuro se separó del resto, dando la vuelta para aterrizar.
Kenobi se volvió a girar hacia los droides, devolviendo disparos y avanzando, intentando no separarse del Padawan de Ernark, que se abría paso entre las máquinas con velocidad y propósito.
Dhejah no tardó en unirse a la batalla: los clones la vieron primero. Los hombres más veteranos de la 335 gritaron con emoción, dando vítores cuando su general se unía a ellos. Dhejah les dio un par de sonrisas bromistas antes de dejarlos atrás para unirse a Axton y a Cody en las líneas del frente. Les dirigió un par de palabras de ánimo y dio un gran salto, avanzando con ayuda de la Fuerza.
Kenobi no la vio venir desde atrás: estaba demasiado ocupado vigilando al Padawan mientras luchaba. Inhaló de golpe cuando la mujer aterrizó en el superdroide que estaba frente a él, perforando el metal oscuro con su sable azul.
Recuperándose de la sorpresa, Kenobi puso los ojos en blanco mientras se giraba hacia otros droides enemigos.
—Siempre te gusta destacar con tus entradas, ¿no es así? —le dijo con molestia fingida.
Ella rio, encogiéndose de hombros mientras se ponía a su lado para luchar.
—¿Quién te va a sorprender si no soy yo, Obi-Wan? —respondió con una sonrisa.
Él chasqueó la lengua mientras empujaba con la Fuerza a un B1 que se acercaba mucho por la derecha.
—Comienzas a sonar como Anakin —dijo mientras le partía la cabeza al droide.
Ella perforó el pecho de otro.
—¡Quizás nos parecemos más de lo que quieres admitir! —soltó Dhejah.
Brandar pasó frente a ellos, segando las cabezas de los droides más débiles mientras corría como un niño que persigue una pelota.
Kenobi se giró durante un segundo para mirarla, pero ella estaba aún luchando. Estudió su perfil durante un instante eterno para después negar con la cabeza, volviendo a luchar como si la pausa no hubiera existido.
—No te pareces en nada a Anakin, querida —aseguró él con labia.
Dhejah dio una voltereta en el aire, aterrizando sobre un B2 muy sorprendido y perforándole completamente.
—¡Tienes razón! —dijo antes de dar otra voltereta y brincar en otro droide mientras Obi-Wan la miraba, divertido—. ¡Yo soy mejor piloto!
Eso le arrancó una carcajada a Kenobi.
—¡Que no te oiga decir eso, Maestra! —dijo Brandar mientras la cubría.
El apoyo aéreo había mermado las fuerzas separatistas, y tras otra media hora estándar de lucha, los cuatro escuadrones de droides habían quedado destrozados. Sin embargo, no podían cantar victoria aún.
Dhejah se quedó en silencio, al pie del Gran Lago, mientras los hombres se reagrupaban, preparándose para invadir Tursa. Estaba claro que la capital ofrecería mucha más resistencia, pero era difícil saber cuánta.
Ernark observó el recortar del sol contra los rascacielos de la ciudad. Y allí, mientras los ventanales y los edificios brillaban en un perfecto naranja, se dio cuenta de que no reconocía su propio hogar.
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