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010.

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Jira Ernark esperaba en su despacho del Senado Intergaláctico a que su hermana respondiese a una  transmisión. Acababa de llegar de Naboo, y era hora de volver al trabajo. Pero antes debía de hablar con Dhejah sobre la información que le había pedido que buscase mientras estaba de vacaciones.

Su hermana apareció en el holograma. Llevaba el pelo trenzado, lo cual indicaba que había estado entrenando físicamente: normalmente lo llevaba siempre suelto y completamente alocado, y sólo cuando entrenaba seriamente se lo recogía. Al parecer, también en la batalla lo llevaba al aire, como si fuese un león alocado. Jira nunca haría algo así, pero tampoco lo discutía.

—Hola, Jira —le saludó con voz amable pero monótona.

La pequeña de las Ernark se había acostumbrado rápidamente al carácter algo frío de su hermana. El Código Jedi no le permitía demostrar afecto, y aunque Jira tampoco compartía esa filosofía, nunca se atrevía a mencionar nada al respecto.

—Hola, hermana —dijo sonriendo—. Acabo de llegar de Naboo. Hice un par de llamadas respecto a lo que me pediste que buscara durante el viaje.

Dhejah cruzó los brazos, dispuesta a escuchar. Llevaba puesta esa aburrida túnica Jedi de tonos tierra: siempre llevaba eso o un mono de combate puesto; Jira nunca la había visto lucir otra cosa.

—Genial —le dijo—. ¿Has encontrado algo?

Jira meneó la cabeza.

—Nada que te pueda resultar útil, creo yo —comenzó—. Las minas de coparita son muy antiguas, y están completamente reguladas por el Gobierno Central de Thunij en cooperación con la República. Sin embargo, el café y el cacao son las exportaciones más numerosas ahora mismo. Aunque antes el mercado de la coparita era uno de los sectores más importantes de Thunij, ahora ya no lo es tanto: las explotaciones se secan y el mineral se acaba.

Dhejah asintió, pasándose la mano por el pelo.

—¿Y sabes de alguna petición de la Federación de Comercio para controlar las extracciones?

Jira negó con la cabeza.

—No, según mis contactos las extracciones son únicamente para la República: lleva siendo así desde hace mucho tiempo.

Asintiendo de nuevo, Dhejah soltó un suspiro.

—Está bien —dijo—. Muchas gracias de todas maneras. —Le dio una sonrisa algo falsa—. ¿Qué tal todo de vuelta en el Senado?

Jira se encogió de hombros.

—Como siempre. Padmé y yo estamos trabajando en nuevas medidas para la regulación de armamento: seguir fabricándolo a tanto ritmo no va a hacer más que prolongar el conflicto.

Dhejah asintió.

—Estoy de acuerdo contigo. ¿Todo bien con los guardas?

Jira miró de reojo a los hombres apostados cerca de la puerta. Desde el ataque de los vándalos de su planeta, el Senado le había dado una escolta permanente a la senadora de Thunij.

—Sí —dijo antes de añadir algo más con aire despreocupado—. Pero no son tan guapos como tu comandante.

Dhejah soltó una pequeña risa, algo que solía ser inusual cuando hablaban.

—¿Axton? —preguntó—. Le diré que te gusta su corte de pelo.

Jira se tapó la cara con la mano.

—No lo hagas, qué vergüenza.

Parecía que Dhejah iba a decir algo más, pero alguien pareció dirigirse a ella en la sala en la que se encontraba. Se giró hacia su hermana con una sonrisa de disculpa.

—El deber me llama —le dijo—. Pero hablaremos pronto, ¿está bien?

Jira asintió.

—Claro, Dhejah.

La Jedi cortó la transmisión.

—¿Quién es ese Axton?

Jira se giró. Padmé estaba sentada en uno de los sofás, mirando algo en una pantalla portátil. Jira puso los ojos en blanco mientras se sentaba a su lado tras colocarse los bajos del vestido rojo que llevaba puesto.

—El comandante clon de la Legión bajo el mando de mi hermana —explicó—. Intentó dar su vida por salvar la mía cuando esos hombres pretendían capturarme.

Padmé asintió, los ojos castaños aún fijos en la pantalla, mientras respondía con ausencia.

—¿Y te pareció guapo? —preguntó—. ¿El clon?

Jira se encogió de hombros, mirando por el ventanal.

—Supongo —musitó—. Bueno, no lo sé. Me pareció un hombre muy interesante.

—¿Y eso por qué?

Jira no giró a mirarla.

—Porque es completamente diferente a mí —confesó en voz baja—. Yo soy una senadora, hija del hombre más rico y poderoso de mi planeta, y él... Nació para la guerra, fue creado en un laboratorio para luchar y morir. Nuestras leyes ni siquiera los reconocen como personas...

Dejó la frase en el aire, para darle un efecto dramático, quizás. Padmé apagó la pantalla y miró a su amiga, pero la joven estaba absorta, aún mirando por la ventana. Pensándolo mejor, era probable que simplemente estuviera distraída.

—Por eso debemos luchar, Jira —le dijo a la más joven con cariño—. Debemos luchar para que la guerra termine pronto y que él y los demás soldados puedan vivir en paz.

Jira se giró hacia ella. Padmé parecía estar pensando en alguien más, y Jira recordó a Riane Unmel. Hacía casi un año que se había convertido en la guardaespaldas de la senadora de Naboo, y Jira la había visto un par de veces en los viajes que hacía con su querida amiga. Sin embargo, al ser militar, la mujer se acababa de enlistar como voluntaria en el frente, bajo el mando de Skywalker, en la Legión 501. Padmé la mencionaba a menudo, y ella parecía estar contenta, sirviendo a la República.

¿Acaso su vida tampoco valía nada? La gente más valiente, como ella, era insignificante en los ojos del resto de la sociedad.

Padmé se giró a mirarla a ella, y la observó con detenimiento: tenía los ojos enormes, como siempre, el pelo oscuro y largo y peinado a la perfección. El vestido resaltaba sus labios. La miraba con desesperación, como lo hacía siempre que iba a hablar de una injusticia. Eran precisamente sus ojos y la intensidad de su voz lo que la hacía atraer tanto la atención de los votantes. Siempre hablaba con sentimiento, como si el sufrimiento del pueblo fuera el suyo propio. Por eso Padmé la veía como a una hermana.

—Ni siquiera quiso agua cuando se lo ofrecí —le dijo Jira con amargura—. Parecía creer que no se merecía ni eso. Intenté hablar con él, pero no sirvió para nada. Y sé que luchamos por gente como él, sí, pero muchos parecen pensar que los clones son tan reemplazables como los droides.

Padmé la rodeó con un brazo de forma cariñosa.

—¿Tú qué crees?

—Que es un hombre igual que cualquier otro —suspiró Jira.

Padmé asintió.

—Pues puedes intentar hablar con él —sugirió con una sonrisa—. Si le ves de nuevo, puedes pedir que testifique para nuestro proyecto de reducción de tropas. Tener la versión de uno de los soldados puede ser muy útil.

Jira negó con la cabeza mientras se levantaba con un suspiro. Padmé la miró desde su asiento en el sofá.

—No creo que quiera hablar nada conmigo. Cuando le agradecí su esfuerzo me miró como si fuese una loca.

Padmé puso los ojos en blanco con diversión.

—Eso es porque hablaste como la inalcanzable Jira Ernark, senadora de Thunij.

La chica levantó las manos, exasperada.

—¿Y cómo quieres que hable entonces?

Padmé elevó las cejas.

—Como Jira, la humana simple y normal —dijo—. Para hacerle ver que él es una persona y que sus palabras importan, tendrás que primero hacer que se dé cuenta de que lo dices por experiencia.

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Brandar se cruzó de brazos mientras Dhejah negaba con la cabeza.

—Podríamos haber llevado a la Compañía Tormenta —siguió el niño—. Es una misión muy peligrosa y estoy seguro de que necesitarán todos los refuerzos que puedan conseguir para sacarles de allí con vida.

Dhejah se giró hacia la ventana, intentando evitar su mirada acusadora.

—Es una misión muy peligrosa, sí —le dijo ella con tono duro—. Por eso debemos dejar que los miembros del Consejo se encarguen, Bran.

—Pero...

Dhejah no le dejó continuar.

—Un buen Caballero Jedi sigue las indicaciones del Consejo, mi joven Padawan.

Pudo oír cómo el niño recogía su capa de uno de los sillones y se preparaba para irse.

—Es gracioso que lo digas tú, Maestra, cuando sabes más que nadie que el Consejo también se equivoca.

Se fue sin decir nada más, y Dhejah suspiró.

Brandar crecía muy deprisa, y aunque la mujer sabía que se le pasaría el enfado, cada vez se formaba más sus propias opiniones. Dhejah estaba de acuerdo con él, pero no podían desobedecer órdenes directas del Consejo. No quería que ella o su Padawan se metieran en un lío con los Maestros Jedi: aquello era lo último que le faltaba.

Se le estaba levantando dolor de cabeza.

Obi-Wan había partido con Skywalker y unos clones especializados para rescatar al Maestro Even Piell de la Ciudadela, una antigua cárcel ideada para Jedi. También se habían llevado a una antigua militar de Naboo: Obi-Wan le había hablado de ella y de su unión al Gran Ejército de la República.

Dhejah sabía que era un suicidio, y aunque el Consejo había enviado a varios Maestros para el rescate del equipo, Ernark y sus hombres no estaban en esa lista para la extracción. Sabía que Brandar se sentía decepcionado, y que quería ir a ayudar él mismo (probablemente por el hecho de que su amiga Ahsoka Tano se encontrara allí), pero, aunque Dhejah le comprendía, sabía que no les quedaba más que esperar.

La paciencia era clave una vez más.

Por eso, Dhejah esperó durante horas, de pie frente al ventanal. Brandar no regresó.

—Dhejah, ¿estás ahí?

Se giró de pronto. Obi-Wan la llamaba a través de una transmisión. La mujer se acercó al transmisor y le sonrió al holograma del hombre. Tenía cara de derrotado, los ojos cansados y las ropas sucias de la batalla. Aun así, le sonrío de vuelta a la mujer.

—Obi-Wan —dijo ella, intentando no ensanchar su mueca de felicidad—. Me alegro de que estés bien.

El hombre asintió, sentándose en una cama. Dhejah supuso que ya estaban de vuelta en uno de los cruceros de la República con rumbo a Coruscant.

—Y yo —rio él amargamente—. Ha sido una misión dura: perdimos al Maestro Piell.

Dhejah agachó la cabeza.

—Eso es horrible —le dijo con sentimiento—. ¿Y la información?

El Maestro Piell había sido capturado por conocer los datos de ciertas rutas de vital importancia para la guerra.

—Ahsoka memorizó mitad de las coordenadas. El capitán de Piell tiene la otra mitad. —Obi-Wan se pasó una mano por el pelo—. Perdimos bastantes hombres; todos muy capaces.

Dhejah suspiró.

—Lo siento, Obi-Wan.

—No pasa nada, no hablemos de eso —dijo él de inmediato—. ¿Cómo está todo por ahí?

Ella decidió no decirle nada de Brandar y de su actitud. Se encogió de hombros.

—Mi hermana no pudo encontrar nada sobre el mineral, así que supongo que tenías razón: no hay nada de lo que preocuparse.

Él le dio su típica sonrisa ladeada de socarronería.

—Por supuesto que tenía razón.

Dhejah elevó las cejas, cruzándose de brazos y mirándole con parsimonia.

—Siempre tan vanidoso, Maestro Kenobi.

Él se encogió de hombros.

—Supongo que mi reputación me precede —musitó él.

Dhejah negó con la cabeza, pero sonreía.

—Claro...

La sonrisa de Kenobi pasó a ser más dulce.

—Llegaremos por la mañana —le dijo.

Ella asintió.

—Pues descansa. Te veré en el hangar.

El hombre asintió.

—Hasta mañana, Dhejah.

—Adiós, Obi-Wan.

La transmisión entre los dos nuevos amigos se cortó.

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Obi-Wan y Dhejah paseaban por la Sala de las Mil Fuentes. Los dos estaban ocupados en los tiempos de guerra, pero se reunían todas las mañanas en el mismo lugar para charlar si es que podían. Desde su misión a Astarte los dos disfrutaban de sus conversaciones, igual que lo habían hecho sus Maestros antes que ellos.

Dhejah creía que Obi-Wan era un hombre muy sabio, y aprovechaba su compañía. Tenía más experiencia que ella, algunos años más encima (aunque no muchos), y, por encima de todo, era un hombre muy crítico y habilidoso con las palabras. Ernark intentaba aprender de él todo lo que podía, y eso significaba atormentarlo con preguntas y posibilidades. Así era como había tratado a su Maestro Geral Treye, y estaba claro que no iba a cambiar ahora.

Obi-Wan aún intentaba comprender cómo funcionaba Dhejah. No había descubierto todavía cómo era posible que su interior estuviese construido de manera tan peligrosa y que ella nunca pareciera derrumbarse. Si algo había aprendido en aquellas semanas, era que no todas las opciones que él conocía eran las únicas posibles. Dhejah era más impulsiva de lo deseable en un Jedi, más pasional y arriesgada que muchos, pero siempre parecía saber dónde estaba el límite y cuándo era necesario detenerse y pensar. Era increíblemente paciente, y Obi-Wan no sabía cómo era posible que una persona representase tantos opuestos a la vez.

Ella parecía divertirse cuestionándole todo el rato, y Kenobi se esforzaba por explicar sus razonamientos a la perfección, pero ella siempre sacaba algo que él no previa y de lo que nunca había pensado: daba igual el tema de discusión. A Obi-Wan debería de haberle desesperado, pero la personalidad de su nueva amiga hacía que las mañanas en el Templo fueran su nueva cosa favorita.

Esa mañana en concreto, los dos hablaban de la guerra.

Ahsoka y Brandar se habían vuelto amigos, y cuando los dos niños estaban en Coruscant competían en duelos todo el rato, como si no se cansaran.

—¿Cómo nos diferenciamos tanto de ellos entonces? —dijo Dhejah, refiriéndose a los Separatistas—. Matamos y luchamos en una guerra para hacernos con el control de la Galaxia antes que ellos. Cuando me uní a la Orden, los Jedi éramos pacifistas. Ahora somos militares.

—Juramos proteger a la Galaxia —le dijo Obi-Wan—. Proteger a los que no pueden protegerse a sí mismos. Si no fuera por nosotros, el equilibrio se rompería, la balanza se inclinaría hacia su lado, ¿y entonces qué? Es luchando como podemos preservar la paz en un futuro.

Ella no parecía convencida.

—Pero...

Les cortó una transmisión. Provenía del bolsillo de Dhejah, y cuando ella la aceptó, su hermana apareció en el holograma.

Era visible que había estado llorando, y, cuando habló, lo hizo con desesperación. Obi-Wan no recordaba que se hubiera comportado así cuando aquella sociedad thunense la había secuestrado, y en ese momento su vida había estado en peligro.

—Dhejah, necesitamos que tus tropas y tú vengáis de inmediato —sollozó con rapidez—. Son los Separatistas: han tomado Thunij.

La mayor de las hermanas negó con la cabeza. Sólo pudo emitir un monosílabo hueco, confuso y diminuto.

—¿Qué?

Jira agachó la cabeza. Obi-Wan oyó una conmoción al otro lado de la transmisión antes de que se cortara.

—Por favor, Dhejah: tú y el Consejo sois nuestra única esperanza.

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