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009.

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Dhejah Ernark volvía a plantarse frente al Consejo Jedi. Esta vez, Obi-Wan se había ocupado de hablar la mayor parte del tiempo, lo que la mujer agradecía. Aún le estaba dando vueltas al resultado de la misión.

El Maestro Plo Koon y sus hombres se estaban encargando ahora de barrer el planeta y de comprobar que no había más actividad Separatista. Al parecer, habían intentado hacerse con algunas de las plantas de extracción a través de la vía monetaria, pero con la negativa de los dueños, que eran fieles a la República, decidieron tomar las bases de los clones, para intentar llegar a su objetivo de todas maneras.

—Todo apunta a que su siguiente movimiento era utilizar la fuerza bruta para hacerse con las plantas de extracción —dijo Windu—. Actuasteis justo a tiempo para proteger el mineral, Obi-Wan.

El hombre asintió, pero, como Dhejah, no parecía muy convencido.

Los dos salieron afuera, a los pasillos del Templo, tras la reunión. Dhejah tenía que encontrarse con Brandar para pasar por la biblioteca, pero antes, Kenobi y ella se pasearon hasta la Sala de las Mil Fuentes, absortos en una conversación sobre la misión.

El gran invernadero en la base del Templo era uno de los lugares favoritos de Dhejah. La mujer intentaba meditar a diario, y aunque la Fuerza siempre había sido muy potente en su interior, raras veces podía calmar sus dudas y su ansiedad a través de ella. A veces, sentarse en esa Sala, escuchando las cataratas y los pequeños ríos, despejaba más su mente que una sesión de meditación en el interior del Templo. Dhejah pensaba que quizás se debía a que esa Sala debía de parecerse mucho a Thunij, con su alta vegetación y frondosos árboles. Aunque, por supuesto, Dhejah no podía saberlo más que por las fotos de los archivos o lo que su hermana Jira podía decirle: ella nunca había vuelto a su planeta desde que había sido enviada al Templo con dos años y medio de edad.

Obi-Wan y ella se sentaron en uno de los bancos de piedra. Olía a primavera.

—¿Crees que simplemente querían ese mineral para hacerse más ricos? —le preguntó al hombre.

Él estaba mirando a un par de pájaros naranjas que cantaban sobre una rama de un árbol perlote, propio de Naboo, unos metros más allá.

—Es posible, aunque no sé si puede haber otra razón tras esa invasión.

Dhejah coincidía en las sospechas del otro Maestro. Eran muchos los hombres que habían muerto en esas bases, lo que significaba que Griveous y, en consecuencia, Dooku, se habían tomado muchas molestias para llegar a ese mineral. Demasiadas molestias, quizás.

Dhejah se tragó un suspiro, mirando a Kenobi de reojo.

Tenía puesta su túnica Jedi, marrón y crema, y llevaba su espada láser unida al cinturón. Se había peinado el pelo hacia atrás, y Dhejah se había dado cuenta de que se había recortado la barba castaña. El hombre, que parecía estar demasiado concentrado en sus pensamientos para darse cuenta de que Dhejah le observaba, se pasó una mano por el mentón, aun mirando a los pájaros con los ojos azules más grisáceos de lo normal.

Dhejah se mordió el labio y apartó la mirada, levantándose.

Obi-Wan se giró hacia ella con las cejas alzadas.

—Le dije a Brandar que le vería en la biblioteca para ayudarle con sus estudios —explicó ella.

Kenobi se levantó, asintiendo.

—Por supuesto.

—Te veré por aquí, entonces —le dijo Dhejah.

Obi-Wan ladeó la cabeza.

—Mis hombres y yo nos vamos mañana a Lola Sayu: debemos realizar una misión de rescate. Pero estaré por aquí todo el día si necesitas algo.

La mujer pensó en el nombre del sistema. Era territorio Separatista, donde se encontraba la Ciudadela, y Dhejah sabía que aquello significaba que eran ellos los que iban a encargar de rescatar al Maestro capturado, quien, según Dhejah había oído, tenía las coordenadas de la ruta Nexus, cruciales para el transporte de tropas durante la guerra. Intentó no pensar en el peligro que aquello conllevaba.

Dhejah sonrió, y en un momento de confianza, le posó la mano en el hombro.

—Me aseguraré de ir a despedirte entonces, Obi-Wan.

Él le devolvió la sonrisa, de repente corto de palabras, y la observó mientras atravesaba la frondosa maleza de la Sala de las Mil Fuentes de camino al interior del Templo.

Se volvió a sentar con un suspiro.

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—Llegas tarde, Maestra —le susurró Brandar a Dhejah cuando se sentó junto a él.

Ella levantó las cejas y miró lo que su alumno estaba estudiando en la pantalla. Eran archivos de antiguas rebeliones y guerras en el Borde Medio.

—¿Qué pasa? —le dijo—. ¿Acaso tienes alguna duda?

El niño sacudió la cabeza mientras pasaba la pantalla.

—No, lo único que tengo es aburrimiento. Si quieres un poco, te doy una muestra.

Dhejah le dio una sonrisa de entendimiento mientras encendía la pantalla frente a ella.

—Sé que puede ser tedioso, Bran, pero conocer información puede serte muy útil durante una misión: incluso en el campo de batalla.

El niño puso los ojos en blanco.

—Creo que pasas demasiado tiempo con el Maestro Kenobi —murmuró el pequeño—. Empiezas a sonar tan aburrida como él, por lo menos cuando se trata de estudiar.

Dhejah negó con la cabeza mientras tecleaba, pero estaba sonriendo: aquel niño siempre la divertía.

—¿Antes no era aburrida? —le dijo.

Él pareció pensárselo.

—Bueno, ahora que lo dices, sí. Siempre eres aburrida.

La sonrisa de Dhejah se ensanchó. Los dos se pusieron a estudiar de nuevo.

Jocasta Nu, Jefa Bibliotecaria, se acercó despacio, las ropas con símbolos de la Ansata brillantes por las luces de los escritorios. Habló con Dhejah un momento, en susurros: se conocían bien. Durante sus años como Padawan, Ernark se pasaba muchas horas en la biblioteca. Siempre le había interesado mucho la historia, lo cual complacía a su Maestro. La mujer de pasó una taza de té a Brandar, que la aceptó con gratitud, y se retiró tras guiñarle un ojo al niño.

—No sé qué le echa Jocasta a este té, pero está riquísimo —murmuró.

Dhejah no estaba escuchando. Estaba muy inmersa leyendo lo que fuera que había en su pantalla, así que Brandar se giró de vuelta a la suya: supuso que iba a tener que preguntarle a Nu directamente qué usaba en el té.

La Maestra Jedi había encontrado la información que buscaba sobre la astartita, el mineral que los Separatistas buscaban en el planeta del que acaban de volver. Leyó a través de la información y sus usos hasta ver una palabra que llamó su atención. Un párrafo entero hablaba sobre como la astartita era tan valioso como otro tipo de piedra que se extraía en Thunij, en el borde exterior. La astartita y la coparita conducían muy bien la electricidad, y por eso eran tan caros en el mercado de la República.

Dhejah intentó buscar más información respecto al segundo mineral, pero no encontró nada de valor. Supuso que podía intentar hablar con su hermana, pero tendría que esperar a que volviese de su viaje a Naboo, adonde había ido con su amiga Padmé Amidala.

Ernark cerró el archivo justo cuando Brandar se giró hacia ella.

—Ya está, Maestra: he acabado con los archivos de hoy.

Ella le dio una pequeña sonrisa, pero parecía distraída.

—Genial, Bran.

—¿Te importa si voy a la sala de entrenamiento un rato? —preguntó el niño.

Dhejah negó con la cabeza.

—Adelante —dijo—. De todas maneras, yo tengo algo que consultarle a...

Brandar se levantó, mirando a su Maestra con las cejas levantadas.

—¿Al Maestro Kenobi? —Antes de que ella pudiera contestar, levantó las manos y se giró para irse—. Tienes razón, no es asunto mío, Maestra.

Dhejah puso los ojos en blanco, negando con la cabeza mientras veía cómo el niño se alejaba con aparente prisa.

—No es eso lo que iba a decir...

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Brandar frunció los labios al ver que la sala de entrenamiento que solía frecuentar no estaba vacía. Ahsoka Tano, la Padawan de Anakin Skywalker, se había vendado los ojos y estaba reflectando los disparos de unos droides de entrenamiento.

El chico se sentó a mirarla entrenar. Estaba claro que sus habilidades de togruta la ayudaban a esquivar los disparos con acrobacias y elegancia, pero Brandar tenía que admitir que el reflectar los disparos y acertarle a los droides era cosa de su conexión con la Fuerza.

Aunque al principio le había parecido que Ahsoka era una mocosa pesada, no podía negar que la veía con otros ojos desde la misión en Clytia. Los Jedi no podían tener lazos de afecto, pero Brandar veía a Dhejah como una hermana mayor, puede que incluso como a una madre, y estaba seguro de que la hubiera seguido si ella hubiera actuado como Anakin.

Aún recordaba cuando Dhejah le había encontrado en el mercado de los niveles bajos de Coruscant. Brandar trabajaba allí porque, aunque vivía con su padre, él no se ocupaba mucho de darle de comer. Cuando tan solo tenía unos cuatro años, Brandar había empezado a acudir al puesto de fruta de su familia, para ver si así le caía algo. Dhejah se había acercado en el medio de una tarde muy lúgubre, envuelta en una capa Jedi, y se había arrodillado frente a él. Brandar recordaba pensar que nunca había visto a una mujer tan hermosa y misteriosa en esos barrios, sobre todo no con una mirada tan amable como la de Ernark. Le había dicho que podía sentir la Fuerza en él, y le había preguntado si sabía lo que eran los Jedi. El resto era historia: Brandar había vivido en el Templo desde entonces, y cuando el Maestro Yoda había dicho que estaba listo para ser un Padawan, Dhejah solicitó el honor de ser su Maestra. El Consejo se lo había concedido, y Brandar no se había alegrado más de otra cosa en su vida. Dhejah era una buena Maestra, y aunque el joven siempre había podido percibir el conflicto en ella, Ernark nunca había dejado que eso influenciara la formación del Padawan. Era una buena mujer.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que Ahsoka se había quitado la venda tras acabar con la simulación, y ahora le miraba desde la arena. Brandar se levantó de un salto y se acercó.

La niña togruta le miró con los brazos cruzados, pero él le ofreció una sonrisa de tregua.

—Estaba buscando un sitio donde entrenar yo también. Espero que no te importe que me haya quedado a mirar —le dijo—. Lo has hecho muy bien.

Ahsoka levantó una ceja.

—Mejor que tú, seguro.

Eross no quería más que retarla, pero se obligó a hacer lo contrario.

—Vamos, dejémonos de competiciones, ¿no crees? —intentó—. Ya hay bastante competición entre los Padawans de por sí por las pruebas.

Ahsoka bajó los brazos y le estudió con atención.

—¿Me estás pidiendo ser amigos?

Brandar le dio su mejor sonrisa, imitando la que el Maestro Kenobi siempre le daba a Dhejah. Con ella parecía funcionar, así que supuso que también conseguiría convencer a Ahsoka.

—Si tú quieres.

Ahsoka sonrió también.

—Está bien —le dijo la niña—. Pero deberíamos hacerlo oficial con una batalla.

Brandar levantó las cejas, pero ya había sacado el sable del cinturón.

—Pero una de entrenamiento, ¿no?

Ahsoka rio mientras encendía su espada láser verde. Brandar la imitó y ambos tomaron posición en el centro de la arena de entrenamiento.

—Por supuesto, Eross. No temas, no te mataré.

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—Puedo percibir tu preocupación a través de la puerta, Dhejah.

Ernark no había estado buscando a Obi-Wan Kenobi como su Padawan había dicho, pero él la había encontrado a ella. Estaba en una de las salas del Templo, una oscurecida por la falta de luz al otro lado de los ventanales, que daban a un Coruscant que se preparaba para dar la bienvenida a la noche. Dhejah se había cruzado de brazos tras llamar a su hermana, que había prometido buscar información sobre el mineral cuando llegara de vuelta a la capital de la República en dos rotaciones.

—No puedo evitarlo.

Los dos se sentaron en los sillones de la sala, y Obi-Wan escuchó con atención lo que Dhejah había encontrado en los servidores de la biblioteca.

—¿Y si Thunij es el próximo objetivo de los Separatistas?

A Kenobi le pareció algo muy arriesgado, ni siquiera propio de sus enemigos.

—Ese sistema está muy bien protegido —le dijo él—. Lleva siendo aliado de la República durante muchísimos años, y está densamente poblado, a diferencia de Astarte. No creo que los Separatistas arriesguen tantas tropas como para atacar un sistema tan bien resguardado, por lo menos no por un mineral.

Dhejah negó con la cabeza.

—Pero el gobernador, Istar —dijo, refiriéndose a su propio padre—, siempre ha sido partidario por usar sus propios hombres para la protección del planeta. Thunij es un pueblo pacífico, como Naboo, y no cuenta con un ejército clon.

Obi-Wan suspiró, pasándose la mano por la frente. La mujer había agachado la cabeza, y mirándose las manos con ansiedad, le recordaba a Obi-Wan a una Padawan más que a una Maestra. Levantó la cabeza, y sus ojos oscuros se encontraron con los del hombre. Él frunció el ceño sin saber qué decir.

—No debes dejar que tu preocupación nuble tu juicio —le dijo después—. Si crees de verdad que un ataque es inminente, no voy a dudar de tu percepción, Dhejah —añadió con sinceridad—. Pero deberías decírselo al Consejo.

La mujer giró la cabeza para mirar por la ventana y asintió.

Por un segundo, Obi-Wan deseó no tener que irse a la mañana siguiente. De inmediato rechazó el pensamiento. Aquella nueva amistad estaba haciendo que se preocupara demasiado por el bienestar de Dhejah, y se dio cuenta de que él también debía limpiar su mente.

—Podemos intentar meditar —le propuso—. Quizás eso te ayude.

Dhejah suspiró, mirándole de nuevo, pero asintió.

Ambos cerraron los ojos, cada uno sumido en la Fuerza a su alrededor y en sus propios sentimientos, intentando eliminarlos. Obi-Wan solía meditar a solas, y ahora que lo hacía al lado de Dhejah, sentía a la mujer más que nunca.

En contra de lo que le decía el cerebro, se concentró en ella. Por un segundo, le sorprendieron todas las sensaciones que le llegaron al pensarla. Veía duda y angustia, pero sentía cariño y afecto. El interior de Dhejah parecía estar compuesto de un extraño equilibro que vivía cerca del precipicio, como una vasija llena de agua siempre a punto de desbordarse, pero que no lo hacía nunca. Obi-Wan no había sentido nada así desde que Qui-Gon Jinn vivía, y se dejó embriagar por la fuerza de las emociones de la mujer durante un segundo, hasta que sintió que Dhejah se calmaba y la preocupación se iba.

Intentó transmitirle claridad, pero lo que recuperó fueron dudas y preguntas que le marearon al instante.

Luego, de golpe, percibió calma.

Se resguardó allí, respirando hondo porque le faltaba el aire. Claro que él sentía. Pero nunca de esa forma tan libre. No como ella.

No hay emociones: hay paz, se dijo.

No hay ignorancia: hay sabiduría.

No hay pasión: hay serenidad.

No hay caos: hay armonía.

Y, sin embargo, la mente de Dhejah parecía regirse por otras reglas, como si bebiera de una armonía diferente de la que Obi-Wan conocía.

Intentó serenarse, pero todo lo que sentía era curiosidad.

Curiosidad hacia esa mujer y sus emociones.

Y eso, se dijo, era muy peligroso. Aun así, no se detuvo.

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