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006.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Dhejah le explicó a Obi-Wan la situación mientras volaban de vuelta al apartamento de su hermana, en la parte rica de Coruscant. Obi-Wan podía percibir su preocupación, pero, al ver su expresión, cualquier persona no sensible a la Fuerza hubiera pensado que Dhejah estaba completamente serena.

Dejaron al droide en la nave al llegar, y ambos entraron en el apartamento cuando Dhejah abrió la puerta con una clave.

Encontraron a Axton en el suelo, sentado, con el casco al lado y un gesto de abatimiento. Intentó ponerse en pie cuando vio a los Jedi, pero su general le pidió que se quedara sentado. Le sangraba la nariz y el corte en la frente. Algo de sangre había caído en la alfombra de color crema, y había marcas de blásters en las paredes. Estaba claro que Axton había intentado defender a la senadora.

Dhejah se arrodilló frente al comandante, y Obi-Wan estudió la estancia mientras hablaban, prestando atención a la conversación.

—Lo siento, general —dijo Axton aceleradamente—. Pero eran cinco, y no tardaron en ponerme una pistola en la cabeza y amenazaron con otra a la senadora...

Dhejah le interrumpió.

—No ha sido culpa tuya, Axton. No debería de haberte dejado a ti solo para esta tarea.

El clon no respondió.

Obi-Wan ya veía cómo habían entrado. Los cristales de los ventanales del salón estaban por todo el suelo, y era probable que hubieran disparado antes de precipitarse por ellos para asegurarse una entrada menos escabrosa. Un sillón estaba tumbado, así como la mesita de café, que era de cristal y también estaba rota. Había habido un forcejeo. Cerca de la pared opuesta había una silla, una de las patas estaba rota: seguro que había sido lanzada a alguien.

Obi-Wan sintió a Dhejah moverse tras él. Se giró, y la vio sujetando un papel, mirando el sello verde de una paloma alzando el vuelo.

—Ese el símbolo del que me habló, ¿verdad? —preguntó Kenobi.

Ella asintió, pasándole el papel para que él lo estudiase.

—¿Cuántos dices que eran, Axton? —preguntó Dhejah.

—Cinco, señora.

Obi-Wan levantó la cabeza para mirar a Dhejah. Se estaba mordiendo el labio y arrugaba el ceño.

—¿Parecían thuneses? —añadió la Maestra.

El clon asintió despacio.

—¿Sabe dónde pueden estar? ¿A dónde se la han podido llevar? —preguntó Obi-Wan.

A Dhejah se le iluminaron los ojos por un instante.

—Creo que sí —le dijo a Kenobi.

—Entonces debemos irnos antes de que ocurra algo indeseado.

Ernark se giró a Axton, que la miraba con nerviosismo.

—Axton, por favor, quédate aquí y avisa al Senado. Volveré pronto con mi hermana.

Obi-Wan se dio cuenta de la pena que el clon intentaba contener. Quizás pensaba que había fracasado, y por eso miraba a su general con tanto pesar. Aun así, Dhejah le puso una mano en el hombro y le dio una pequeña sonrisa. Ernark tenía buen corazón.

El comandante asintió.

—Sí, general.

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Dhejah tomó la delantera para elegir uno de los deslizadores de su hermana. Jira compartía el amor por los vehículos con su padre, y aunque sólo tenía un par de ellos, los cambiaba cada poco. Dhejah saltó en el asiento del piloto de un Canto Bight azul, pero Obi-Wan miraba el vehículo con duda.

Dhejah encendió la ignición y miró al otro Maestro con las cejas alzadas.

—¿Va a venir, Maestro Kenobi?

Él suspiró, pero acabó sentándose en el otro asiento mientras colocaba su túnica.

—Espero que no conduzca usted como Anakin —murmuró quedamente.

Dhejah maniobró para salir del hangar y unirse a todos los vehículos que cruzaban la ciudad en el comienzo de la noche.

—Oh, no se preocupe —dijo con la melena al viento—. No morirá hoy, Maestro.

Kenobi no comentó nada al respecto, pero se agarró bien, por si acaso. Dhejah se saltaba el límite de velocidad, pero por lo menos no hacía acrobacias entre los otros deslizadores, así que Obi-Wan no encontró razones para mostrar su estrés en voz alta.

La Maestra Ernark no dijo nada en todo el trayecto. Tamborileaba los dedos contra los controles con nerviosismo, mientras el caliente aire de Coruscant les golpeaba los rostros por la velocidad.

—¿Es usted cercana a su hermana? —le preguntó Kenobi en cierto momento, alzando la voz por encima del tráfico.

Ella meneó la cabeza, pensándoselo.

—Es la única persona de mi familia con la que mantengo contacto —le dijo—. Pero no nos conocimos hasta que yo fui nombrada Caballero Jedi, así que considerarla mi hermana es... extraño. Nos vemos de vez en cuando, como si fuéramos amigas.

Kenobi asintió. Muchos Jedi no conocían nunca a sus familias si eran entregados al Templo Jedi a una edad temprana, así que era posible que Dhejah nunca hubiera conocido a sus padres, aunque, como Kenobi sabía, fueran los gobernadores de un planeta. Los Jedi no tenían permitido mantener lazos de afecto con otros, pero incluso Obi-Wan, que vivía de acuerdo con el Código, sabía que eso podía ser peliagudo. Él mismo había sentido que Qui-Gon había sido como un padre, y Anakin era como su hermano. Supuso que la Maestra Ernark no quería hablar más de cosas tan personales, así que cambió de tema.

—¿Ha tenido la senadora problemas con este grupo antes?

Dhejah cambió de carril y otro deslizador les pitó porque no había puesto los intermitentes. Kenobi se removió en su asiento, pero ella pareció no darse cuenta.

—Son un grupo de insurgentes de Thunij que están en contra de la unión a la República. Nunca habían atentado contra nadie lejos del planeta, así que esto también le concierne a mi padre.

Kenobi asintió.

Dhejah viró de nuevo para entrar en la zona de casinos y clubs de la ciudad. No era una zona que Obi-Wan frecuentara, eso estaba claro, pero sabía que era probable que criminales de las altas esferas se reunieran en locales como aquellos.

Las luces de colores les iluminaban los rostros y el sonido de la música y los gritos de los borrachos hacían que Obi-Wan frunciese el ceño.

—Según la información que he podido obtener en las últimas semanas —dijo Dhejah mientras bajaba la velocidad—. El grupo y su jefe frecuentan este casino de aquí.

Entraron en un hangar, y Obi-Wan se fijó en el nombre, que estaba iluminado con letras de neón. "Casino 100 Vidas". A Kenobi le daba mala espina.

Dhejah alargó la mano hacia el compartimiento de atrás mientras aparcaba en el hangar, y sacó dos capas Jedi, de color marrón oscuro. Kenobi no preguntó por qué las llevaba allí. Al bajarse, ambos se las pusieron, capuchas hacia arriba.

Obi-Wan siguió a la mujer hacia la entrada. Aún era pronto, pero el local ya parecía estar casi lleno. Dhejah caminó hasta la puerta resueltamente y alzó los dedos cuando el Twi'lek que parecía trabajar de portero le exigió ver su identificación.

—No necesitas ver nuestras identificaciones. Podemos pasar —dijo, manipulándole con la Fuerza.

El Twi'lek sacudió la cabeza azul.

—No necesito ver vuestras identificaciones —dijo con su acento marcado—. Podéis pasar.

Obi-Wan siguió a Dhejah dentro. Enseguida, les invadió el olor a hierbas e inciensos de dudosa procedencia. Pasaron por las mesas de juego hacia el bar. Dhejah se reclinó contra la barra y le pidió una copa al camarero. Lanzó un par de créditos sobre la mesa y se bajó la capucha, echando la melena hacia atrás. Miró de reojo a Obi-Wan y él asintió.

Era hora de ir a dar un paseo por ese antro. Kenobi cruzó las manos por detrás de la espalda y se alejó, mirando a la otra Maestra de reojo de vez en cuando.

El plan de Dhejah funcionó muy eficazmente. Un par de hombres se le acercaron, y ella les dio una bonita sonrisa thunesina.

—Y, díganme, ¿alguien importante por aquí? —les preguntó después de unos minutos.

Los dos borrachos se empujaron mutuamente.

—Claro, claro —hipó uno—. ¡El general Sassun! ¡Por supuesto!

Su amigo asintió enérgicamente, casi tirándole a Dhejah la copa por encima.

—¡En el sótano con el Hutt! Siempre haciendo negocios...

Dhejah les sonrió. Uno intentó inclinarse hacia ella, pero Ernark ya había divisado a Obi-Wan con la capucha hacia arriba, entre las sombras de las columnas, estudiando a todos y a todo con atención. Sus miradas se cruzaron y ambos asintieron. Dhejah vació la bebida de un trago y se dio la vuelta, ignorando las quejas de los dos hombres.

Se unió con Obi-Wan y ambos caminaron a buen paso hacia los ascensores.

—Están en el sótano, reunidos con un Hutt. Su jefe se llama Sassun —dijo la mujer con voz baja—. Y, por lo que sé, es un hombre peligroso.

Obi-Wan la miró de reojo y levantó la comisura de la boca. A Dhejah le hubiera gustado que parara de sonreírle así.

—No se preocupe, Maestra Ernark —dijo mientras los dos se subían en el vacío ascensor—. No le tengo miedo a un par de partidarios de los Separatistas.

Dhejah sonrió también, apretando el botón que daba a la planta más baja.

—No lo dudo, Maestro Kenobi.

Fue cuando se abrieron las puertas que Dhejah pudo sentir a su hermana cerca. Jira estaba viva, pero también percibía su puro terror. Tragó saliva y los dos Jedi se deslizaron fuera del ascensor.

Estaban en el sótano, que, en los casinos de Coruscant, no era más que la planta baja.

Sin embargo, la puerta principal estaba sellada, y no habían traído a R3. Obi-Wan deslizó su espada láser fuera de la capa y se la mostró a Dhejah con una sonrisa.

—Permítame hacer los honores, Maestra.

—Claro.

Kenobi comenzó a perforar la entrada, y Dhejah pudo oír la conmoción de dentro al instante. Ambos se pudieron a los laterales y Kenobi deslizó el agujero en la puerta hacia afuera a través de la Fuerza.

Nada se escuchó durante un instante, y después llegaron los disparos hacia el agujero que habían abierto. Obi-Wan puso los ojos en blanco.

—Tan incivilizados —murmuró—. ¡Sólo queremos hablar!

Dhejah encendió su sable con una risita y saltó dentro de la sala. Obi-Wan la siguió al instante.

Al principio no pudo ver a los rebeldes, y simplemente se dedicó a devolver los disparos de los blásters. Luego, se dio cuenta de que habían tumbado unas mesas y las usaban a modo de barricada.

Aquello no parecía un sótano. Estaba decorado con alfombras y sillones de apariencia aterciopelada, y un gran Hutt de piel viscosa y verde agitaba los cortos brazos tras una cortina de color azul, en pánico. A su lado estaba una joven mujer de melena castaña como la de Dhejah: la senadora de Thunij. La habían esposado de manos y un droide la sujetaba para que no escapara.

Todos los hombres vestían de verde, al menos la parte de arriba, y todos tenían el pelo castaño o negro, con la piel blanca algo bronceada, y miraban a la Maestra Ernark con furia.

La Jedi se había deshecho de la capa y deflectaba los disparos con tanta maestría como Obi-Wan. Consiguió desarmar a un hombre devolviéndole su propio disparo, y el que estaba al lado se puso de pie, pidiendo a los demás que pararan el fuego, lo cual hicieron de inmediato. Estaba claro que ese era Sassun.

No parecía muy peligroso, pero Obi-Wan sabía que uno no puede dejarse guiar por las apariencias. Tenía el pelo negro más largo que el de sus compañeros, y llevaba una camisa verde oscura. Se había tatuado una paloma alzando el vuelo a la altura del ojo.

Levanto el bláster y miró a la mujer con una sonrisa. Ella agarró el sable con más fuerza, y Kenobi avanzó para estar a su lado y vigilar a los otros hombres.

—¡Dhejah Ernark! ¿Quién lo hubiera dicho?

Aquel hombre tenía una voz nasal muy desagradable, y miraba a la Jedi con una sonrisa socarrona que la ponía de los nervios.

—Mark Sussan —dijo Ernark firmemente—. Queda arrestado en nombre de la República por atentar contra la vida de un miembro del Senado Galáctico.

Sussan chasqueó la lengua, mientras movía el bláster de un lado a otro. Otro de sus hombres se había apartado para agarrar a Jira, quien miraba a su hermana con ansiedad.

—Pero eso no puede ser, Maestra Jedi —le dijo con una sonrisa—. ¡Estoy seguro que su padre se achantaría el doble si tuviésemos a sus dos hijas en vez de a una sola!

Obi-Wan sentía la preocupación en Dhejah, pero no era por su propia vida.

—Creo que eso no va a ser posible —declaró Kenobi.

—¿No? Qué pena —dijo Sussan ladeando la cabeza como un niño—. ¡En ese caso, será mejor que nos movamos!

Él mismo se lanzó hacia la terraza, con otro hombre sujetando a Jira detrás.

—¡Dhejah! —pidió la senadora.

La Maestra ya se había abalanzado para seguirlos, dejando a Obi-Wan para que lidiara con los que estaban disparándoles. El Jedi los desarmó rápidamente, devolviéndoles sus propios disparos a las manos o a las piernas, y luego salió a la terraza.

Lo único que podía ver era la marea de tráfico abriéndose paso entre la joven noche. Entonces, vio a Dhejah conduciendo en un deslizador rojo. Conociéndola, era probable que lo hubiese "cogido prestado".

Obi-Wan apagó su espada láser, y con un salto a través de la Fuerza, había aterrizado en el deslizador. Se deslizó hasta sentarse en el asiento del copiloto y se echó el flequillo hacia atrás. Al instante, Dhejah aceleró para perseguir al vehículo en el que tenían a su hermana. Kenobi volvió a agarrarse cuando Dhejah se introdujo en la corriente de deslizadores a una velocidad vertiginosa, virando y dando vueltas para adelantar.

—¿Está usted loca? —gritó Obi-Wan en cierto momento.

Dhejah había pasado terriblemente cerca de otro deslizador, y aunque estaban acercándose al que querían detener, los insurgentes comenzaron a dispararles.

—¡Vamos, Maestro Kenobi! —gritó Dhejah con voz de diversión—. ¡Creo que, a este punto, ya podemos tutearnos!

Con eso, dio una vuelta de campana y se introdujo en la corriente que iba en sentido contrario. Obi-Wan cerró los ojos. Fueron los cinco segundos más largos de su vida.

Al salir, estaban muy cerca del otro deslizador, y, debido a algún milagro, Obi-Wan aún conservaba la cabeza sobre los hombros.

—¡Conduces tan mal como Anakin! —gritó Obi-Wan, aferrándose como podía a los laterales del vehículo.

Dhejah hizo otra caída en picado para seguir persiguiendo a los rebeldes, pero sonreía como si no pasara nada.

—¡Te he dicho que puedes tutearme, Obi-Wan! ¡No insultarme!

El deslizador que perseguían entró en un callejón, lo cual hizo que Dhejah separara el vehículo del carril principal y que Kenobi por fin pudiera respirar tranquilo. Quería gritarle que podría haberlos matado de nuevo, pero se recordó que se trataba de una Maestra Jedi con experiencia, no de su antiguo Padawan, así que se serenó.

—¿Los ves? —le preguntó en cambio.

Ella asintió, señalando hacia arriba. Había bajado la velocidad, y Obi-Wan sabía que se preparaban para otro abordaje.

—Han subido a esa azotea. —La mujer se giró. Justo cuando lo hizo, las luces de los edificios le iluminaron la cara, y los ojos marrones le resplandecieron con astucia y determinación. Obi-Wan tuvo que apartar la mirada—. ¿Listo, Kenobi?

Él blandió la espada láser, listo para saltar a la azotea en cuanto Dhejah acercase el deslizador un poco más.

—Por supuesto, Ernark.

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Rodearon a Sassun y a su banda sin problemas en esa azotea de un edificio residencial. El viento era fuerte tan arriba, y el pelo de Dhejah revoloteaba alrededor de su cabeza sin pausa.

Su hermana seguía en las garras de uno de los hombres, que apuntaba su bláster hacia los Jedi, como los demás. Parecía alegrarse de que los Jedi los hubieran alcanzado, pero Obi-Wan seguía pudiendo percibir la ansiedad de la mujer.

—¡No tienes a dónde ir, Sassun! —gritó Dhejah con su sable láser en alto—. ¡Suéltala y entrégate!

Fue en ese momento que los clones se unieron a ellos, aterrizando en el edificio con una nave de asalto. Obi-Wan había estado mandando una señal desde su transmisor, y ahora, algunos hombres de la Compañía Tormenta se unían a ellos. Axton se unió a su general, con sus hombres detrás apuntando a los insurgentes.

Sassun y sus hombres se miraron: sabían que no había a dónde ir. El jefe asintió, y soltó a Jira, empujándola contra uno de los clones. La mujer soltó un grito, pero Dhejah ya había avanzado contra los raptores.

Muy tarde.

Una nave destartalada ganó altitud frente a ella, y los hombres no tardaron en saltar. Dhejah alzó el brazo, y aunque sus hombres dispararon contra la nave, no hubo nada que hacer. Se iban del planeta.

Obi-Wan maldijo bajo su aliento y le puso una mano en el hombro a Axton para que bajara el arma.

Fue sólo en ese momento que Dhejah apagó el sable láser y se giró a su hermana. Estaba llorando, arrodillada en el suelo, mientras que Liat, uno de los clones, le pedía que se calmara. La Jedi le puso una mano en el hombro y Jira se lanzó a sus brazos.

Aquella había sido una larga noche para las hermanas Ernark.

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La Compañía Tormenta y los dos Jedi escoltaron a la senadora de vuelta a su hogar. El Senado ya había empezado las reparaciones del ventanal, y se le había otorgado una escolta personal de guardias de la República. Aun así, los clones ayudaron a despejar el apartamento y comprobaron que no había nada fuera de lugar.

Dhejah sentó a su hermana en uno de los sillones. Aún le temblaban las manos, pero había recuperado el color en el rostro y había dejado de llorar.

—Pensé que iban a matarme... —susurró Jira.

Dhejah sacudió la cabeza, preparándose mentalmente por si acaso la abrazaba de nuevo.

—No iba a dejar que te hicieran daño —le dijo de buen corazón.

La joven asintió, levantando la cabeza. Sus ojos se encontraron con el casco de Axton, el clon que había intentado protegerla. Podía recordar claramente cómo se había interpuesto entre aquellos desalmados y ella, intentando protegerla de sus disparos con su cuerpo, empujándola contra la pared. Sin embargo, habían sido muchos, y cuando les habían puesto una pistola en la cabeza a cada uno, Jira había dicho que le dejaran vivo y que se la llevaran a ella.

Un hombre como él no tenía por qué morir por proteger a una senadora como ella.

Le miró con atención y le dio una pequeña sonrisa, muy sincera.

—Muchísimas gracias, comandante Axton.

El clon sacudió la cabeza, como sorprendido. Dhejah y Obi-Wan intercambiaron una mirada de curiosidad.

—Con todo mi respeto, mi señora: fracasé en mi labor de protegerla. Yo debería disculparme con usted.

Nadie podía saber qué cara tenía y, además, el modulador de voz le hacía sonar serio, como siempre, sin una pizca de emoción en la voz. Jira bajó la cabeza, pasándose una mano por el arruinado peinado.

—Hizo todo lo que pudo, comandante.

Los clones volvieron del fondo del apartamento y se pusieron firmes frente a su general.

—Todo despejado, general Ernark —informó Ermon.

Dhejah asintió, mirando a Axton.

—Comandante, vuelvan al cuartel y descansen: nos vamos mañana temprano.

Todos los hombres se pusieron firmes y saludaron a los Jedi.

—Ya habéis oído a la general: ¡al transporte! —aulló Axton.

Los clones avanzaron de camino al hangar, dejando a Jira con su hermana y con Kenobi bajo la atenta mirada de los nuevos guardas.

—¿Te vas mañana? —le preguntó a Dhejah la senadora.

Ella asintió.

—El Maestro Kenobi y yo debemos volver al frente de inmediato —dijo Dhejah—. Pero confío en que estos hombres te mantendrán a salvo, hermana.

Los guardas se pusieron más firmes si cabe, y Jira le dio una pequeña sonrisa a Obi-Wan.

—Gracias a usted también, Maestro Kenobi.

Él asintió.

—No hay de qué, mi señora.

Con eso, Dhejah se despidió de su hermana Jira. Tenía la sensación de que se verían pronto, pero Dhejah esperaba que no tuviera nada que ver con su planeta natal. No había vuelto desde que se había marchado al Templo, y no le apetecía hacerlo ahora.

En el hangar les esperaba aún la nave de Dhejah, con un feliz R3 dentro. El droide pitó felizmente un par de veces cuando Dhejah se sentó para volver al Templo con Obi-Wan como copiloto. Kenobi le dio una sonrisa a Ernark.

—Esta noche me ha recordado a cuando la senadora Padmé Amidala fue atacada y Anakin y yo perseguimos a una caza recompensas por todo Coruscant.

La Maestra suspiró, pero sonreía.

—Me encantaría oír la historia, Kenobi.

El hombre se reclinó contra el respaldo de su asiento, comenzando a narrar la aventura mientras atravesaban el cielo nocturno de la capital de la República de camino a casa.

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