005.
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Dhejah se dejó caer en la silla del piloto, con Axton al lado. El hombre se quitó el casco y lo dejó en el suelo para manejar los controles de la nave.
—Todo un éxito, general Ernark.
Ella sonrió mientras despejaba de la plataforma. La luz de la tarde en Coruscant bañaba el transporte, cegándola por momentos con el brillo anaranjado del sol.
—¿Y cuándo no es un éxito, comandante?
Él asintió, casi riendo.
Habían interceptado unos archivos de la República antes de que estos llegaran al mercado negro, y Dhejah se sentía bien en su zona de confort: misiones como ésta, en los barrios bajos de grandes planetas, era las que solía hacer con su antiguo Maestro y como Caballero Jedi. La idea de Dhejah era mantener al cazarrecompensas con vida para poder interrogarlo, pero se había pasado de listo y a Dhejah no le había quedado otra que decapitarlo. El hombre había intentado apuñalar a Axton en el cuello tras sacarle el casco de un golpe, y Dhejah había tenido de actuar rápidamente. El asesinato no era el estilo Jedi, pero por lo menos no había sido un hombre desarmado. Eso sí que hubiera ido en contra de sus morales.
Era raro llevar esa tarea a cabo con la ayuda del comandante, pero Brandar estaba en otra misión junto a la Padawan de Luminara Unduli, Barris Offee. Dhejah sabía que el chico haría un buen trabajo: sólo tenían que asegurarse de que una fragata con suministros llegaba a Kamino.
Aún así, Axton había hecho un gran trabajo, y Dhejah presentía que le había gustado salir de la usual zona de guerra. Sin embargo, a ambos les esperaba la batalla dentro de poco; eso estaba claro.
Ambos pilotaron la nave de vuelta al Templo Jedi, pero antes de llegar, R3 avisó a la Maestra Ernark de había una transmisión entrante.
—¿De mi hermana? —le preguntó al droide—. Está bien, proyéctala.
La figura de Jira Ernark apareció en el holograma sobre los mandos. La senadora de Thunij compartía su melena castaña con su hermana, así como los ojos marrones y brillantes de su gente. Sin embargo, los parecidos acababan ahí. La mujer de la transmisión llevaba puesto un ajustado vestido verde, decorado con encajes negros y blancos, ropas típicas de su planeta natal, y llevaba el pelo suelto y ondulado a propósito, no como los peinados alocados de su hermana. Era preciosa, con rasgos de muñeca de porcelana, y Axton no podía creerse que esa era la hermana de su general, que, como otros Jedi, siempre vestía ropas aburridas y de tonos tierra.
—Hola, Jira —saludó Dhejah.
—Hola, hermana —sonrió la mujer—. ¿Estás en Coruscant?
La Jedi asintió.
—Sí, estás de suerte, ¿qué necesitas?
El holograma de la mujer miró a Axton por un momento. Levantó las cejas y luego volvió a dirigirse a su hermana; de repente parecía desesperada.
—Necesito que vengas de inmediato.
Dhejah pasó saliva, pensando. Señaló al clon a su lado.
—Pero debo dejar a Axton en...
—No puede esperar —interrumpió ella—. Por favor, date prisa.
Sin más, cortó la transmisión.
—Demonios —masculló Dhejah.
—General, no se preocupe por mí —dijo Axton—. Puedo esperar en la nave.
Dhejah le dio una mirada de disculpa mientras presionaba los controles. La nave viró, y la luz del sol en este nuevo ángulo cegó al hombre durante un instante.
—Esto no es propio de mi hermana —le dijo ella—. Suele entender mis compromisos a la perfección... así que temo que sea importante.
El hombre asintió, así que Dhejah hizo a la nave girar completamente, hacia los edificios residenciales.
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Dhejah convenció a Axton para que la siguiera dentro del apartamento. Le dijo que no tardarían mucho, y no quería que el hombre estuviera esperando dentro de la nave como si fuera un simple droide.
El comandante nunca había estado en una casa como aquella. Aparte de tener un hangar privado, las ventanas eran enormes, con muebles caros decorando cada estancia. Axton estaba seguro de que había contado tres salas de estar.
Por fin se reunieron con la hermana de la general. Ellas no se abrazaron o expresaron alegría de volver a verse como el clon hubiera esperado. Dhejah hizo su típica reverencia, y Axton la imitó despacio. Supuso que la senadora era digna de respeto si es que la general Ernark se lo mostraba. Sin embargo, no entendía por qué no se comportaban como hermanas convencionales. Supuso que tenía algo que ver con los Jedi y sus normas en contra del afecto.
—Gracias por darte prisa —murmuró Jira.
Era más joven que Dhejah, pero sólo por unos años. Ahora que la veía en persona, Axton se daba cuenta de que no se diferenciaba mucho del resto de senadores que había visto en sus misiones. Tenía la belleza que le da a uno el dinero y la libertad, si se tienen. Él no tenía ni dinero ni libertad, y por eso había nacido para luchar en una guerra y compartía su aspecto con todos sus hermanos.
—¿Qué es lo que pasa? —dijo Dhejah—. Sabes que no puedo hacer esto; tengo responsabilidades y...
—Lo sé —interrumpió ella con voz tan firme como la de su hermana.
Le tendió un papel a la otra mujer. Dhejah agachó la cabeza para leerlo, y un pequeño droide mayordomo le ofreció un vaso de agua a Axton. Él negó con la cabeza y la levantó para mirar a las mujeres. Jira le estaba mirando, seria y con los ojos tan serios y gélidos como los de su hermana, y por un momento quiso volver a ponerse el casco que sujetaba. Ella apartó la mirada y él relajó los músculos. Cuando estaban serias, las dos mujeres ponían esa expresión fría y calculadora que le helaba los huesos a Axton. Se había acostumbrado a las miradas de Dhejah, pero ver a su hermana poner la misma expresión le hacía sentirse muy incómodo.
—Esto... —Dhejah negó con la cabeza—. Jira, te están amenazando con la muerte.
Axtón levantó las cejas. De todos los problemas que podría tener esa joven, no se esperaba que la muerte fuera uno de ellos.
—Lo he encontrado en mi habitación. No hay nada en las cámaras, o en la memoria de los droides —respondió ella.
Dhejah dio un paso hacia la mujer más joven.
—Tenemos que alertar al Consejo Jedi, o al Senado.
Su hermana se lanzó hacia ella también y le sujetó la muñeca.
—¡No podemos! —Le dio la vuelta al papel y le mostró un logo verde en el reverso: tenía forma de paloma alzando el vuelo—. ¿No te das cuenta? Esto no tiene nada que ver con la Guerra de los Clones. Esto es sobre Thunij.
Axton sentía que sobraba. Intentó pasear la vista por los armarios, que tenían muchas fotos, pero ninguna contenía a la general Ernark. También miró por los ventanales y a los droides. No quería volver a cruzar miradas con Jira.
La Jedi se estaba tomando su tiempo para responder, pero cuando pareció que iba a hacerlo, un pitido hizo que Axton mirara a su general. Era una transmisión desde su comunicador. La mujer suspiró, sacándolo del bolsillo de la túnica Jedi que se había puesto para la misión, y respondió mientras la senadora se apartaba.
El Maestro Kenobi apareció al otro lado de la comunicación. Dhejah intentó no mostrar su sorpresa, pero sus ojos solían traicionarla: solían estar siempre tan serios, que, cuando sentía algo distinto, lo mostraban.
—Maestro Kenobi —dijo—. Es un placer volver a hablar con usted.
Él le dio una cálida sonrisa.
—El placer es mío, Maestra Ernark —aseguró—. Espero que no esté ocupada: el Consejo demanda su presencia en el Templo cuanto antes.
Si a Dhejah le molestaba el corto aviso, no dejó que se le notara. Le dio una sonrisa a Obi-Wan e inclinó un poco la cabeza.
—Por supuesto, Maestro Kenobi. Llegaré enseguida.
—Perfecto —respondió él—. Hasta pronto.
La trasmisión se cortó, y Dhejah guardó el transmisor con un suspiro. Miró a su hermana con las cejas arrugadas y con el gesto agotado.
—No apruebo el no decírselo al Senado o a los Jedi, pero ahora debo irme —le dijo—. Este es Axton, el comandante de la Compañía Tormenta. —Señaló al clon y este se cuadró al instante—. Es toda la protección que puedo proporcionarte ahora.
Jira asintió, sentándose en un sofá.
—Está bien, hermana.
Dhejah se giró para mirar al clon, que ya se ponía el casco y alzaba el bláster, dispuesto a trabajar. La mujer dio otro suspiro.
—Lo siento mucho, Axton —le dijo—. Te aseguro que volveré en cuanto acabe en el Templo, y podrás volver a la base.
Él le dio una pequeña sonrisa, pero estaba claro que no podía verla a través del casco.
—No se preocupe, general. Entiendo la situación.
La mujer le puso una mano en el hombro, y Axton sintió que estaba muy agradecida. Toda la situación le parecía extraña, pero él no dijo nada más.
Dhejah se giró a su hermana antes de salir por la puerta de camino al hangar.
—Volveré cuanto antes —le dijo como si la senadora fuera una niña—. Y vete haciéndote a la idea de decirle esto al Senado.
Jira asintió sin mirarla y Dhejah se marchó.
Axtón miró por el ventanal. El sol se ponía.
Fueron unos instantes algo incómodos. Axton seguía con el casco puesto y el arma alzada, cerca de la pared. Intentaba no mirar a la senadora, pero ésta no se movía de su asiento en el sofá frente a él. Había puesto la cabeza entre las manos, aún sujetando el papel con fuerza.
—Sugiero —soltó él después de un rato— que se asegure de que todas las puertas están cerradas, mi señora.
La joven levantó la cabeza. A Axton se le hizo más humana así, abatida y preocupada, con los ojos menos calculadores que antes.
—Claro —le dijo, levantándose.
Se acercó al panel de control y tecleó en él durante un instante. El panel emitió un sonido de aprobación y la mujer se giró para mirarle.
—Perdone —le dijo, con innecesaria amabilidad—. ¿Cuál era su nombre?
Él seguía mirando al frente.
—Comandante clon marshal CC-9335, señora.
Ella negó con la cabeza.
—No —le dijo como si él hablara otro idioma—. ¿Tu nombre?
Él inspiró despacio.
—Axton, mi señora.
—Axton —probó ella.
Lo había dicho de una manera muy diferente a cómo lo hacía Dhejah, incluso si sus voces se parecían. Hizo que Axton apretase la mandíbula con fuerza y que reajustara los hombros en su sitio mientras se mantenía firme.
—Sí —fue todo lo que respondió él.
Ella volvió a sentarse en el sofá, pero cuando lo hizo, pareció acordarse de algo. Había dejado el papel en una mesa de café cercana, hecha de cristal.
—¿Quiere agua, o algo así? ¿Un té?
Él arrugó el ceño bajo el casco. Le pareció que aquella mujer era muy extraña, y eso sólo le ponía más nervioso.
—No, gracias. Sólo estoy aquí para protegerla.
Ella no se movió durante un instante. Luego asintió con fervor.
—Claro —dijo—. Claro.
Se volvieron a quedar en silencio, pero Axton se limitó a mirar al frente con las orejas bien abiertas. No parecía que nada fuera a suceder pronto, y aunque estaba acostumbrado a mantenerse firme durante largos ratos, le parecía que esa misión iba a ser una de las más aburridas que había tenido nunca.
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Dhejah se dijo que su hermana iba a estar bien bajo la protección del comandante. Le molestaba que se negara a decirle nada al Consejo (o al Senado, al menos) pero también se dijo que no podía pensar en eso ahora. La nave aterrizó en uno de los hangares principales del Templo Jedi de Coruscant.
—R3 —le dijo Dhejah a su droide—. Quédate aquí. No tardaré mucho.
El astromecánico le devolvió unos pitidos alegres, y Dhejah puso la mano derecha sobre la cabeza del droide durante un segundo. Antes de abrir la compuerta, se colocó bien la túnica Jedi.
Respiró hondo un par de veces, sacando todos los pensamientos que tenían que ver con Jira de su mente. Bajó de la nave.
Obi-Wan Kenobi la esperaba cerca de la compuerta del hangar. Dhejah le dio una pequeña sonrisa mientras se acercaba. Esta vez él no estaba vestido con sus típicas ropas de batalla, sino que había dejado atrás las hombreras para ponerse una túnica Jedi parecida a la de la mujer: marrón y crema. Se le notaba descansado, y Dhejah volvió a darse cuenta de lo guapo que era.
Mordiéndose el interior de la mejilla, se preguntó para qué quería verla en persona el Consejo.
Obi-Wan se adelantó para hacer una reverencia antes que ella. Eso le arrancó una sonrisa a la mujer.
—Maestra Ernark —saludó—. Muchas gracias por darse tanta prisa.
Cuando se irguió, Dhejah le dio una reverencia a él.
—No hay de qué, Maestro Kenobi. Es un honor verle fuera del campo de batalla.
Él sonrió, y en la mejilla izquierda le salió un minúsculo hoyuelo, casi oculto tras la cuidad barba castaña.
—Lo mismo digo.
Ambos atravesaron la compuerta, y caminaron por los pasillos del Templo hacia la sala del Consejo. Dhejah miró al otro Maestro de reojo, sin poder evitarlo. No había dicho nada más en todo el paseo, y ella se preguntaba si sería descortés preguntar para qué solicitaban verla.
—Creo que —empezó Obi-Wan, y Dhejah pensó que quizás había percibido su duda a través de la Fuerza—, sería oportuno decirle que el Consejo está a punto de encomendarle una nueva misión.
Dhejah asintió.
—Ya veo —dijo—. ¿Sabe usted por qué el Consejo desea verme en persona para eso?
Normalmente, el Maestro Yoda o el Maestro Windu se limitaban a contactar a Dhejah a través de una transmisión. La última vez que la habían llamado a la sala del Consejo con ese mismo fin, había sido cuando su Maestro aún vivía. A Dhejah le parecía que de aquello hacía ya mucho tiempo, pero su Maestro había muerto en Geonosis, y la vida de Ernark había cambiado para siempre desde esa batalla.
Quizás por eso le daba la sensación de que había ocurrido hacía muchas lunas, incluso cuando la herida que había dejado su partida aún la sentía fresca en el pecho.
Obi-Wan le dio una sonrisa, de lado y amplia, con las cejas hacia arriba y los ojos azules fijos en los de ella. Dhejah se olvidó de lo que estaba pensando al instante.
—Yo solicité su presencia, Maestra.
Ernark tragó saliva.
—Claro —fue todo lo que consiguió musitar.
Ninguno de los dos dijo nada más hasta que entraron en la sala del Consejo. Sólo Yoda, Mace Windu y Plo Koon estaban presentes, así que Dhejah se sintió mejor al darse cuenta de que al menos no todos los Maestros estarían observándola.
Tras darle un último asentimiento con la cabeza, Obi-Wan se sentó en su sillón. Dhejah inspiró profundamente mientras se doblaba en una profunda reverencia. No era capaz de presentarse en esa sala sin hacerla: la cortesía había sido la primera lección del Maestro Geral Treye.
—Maestra Ernark —murmuró Yoda—. La bienvenida de nuevo le damos.
Ella le dio una pequeña sonrisa a Yoda. Aún recordaba cuando él le había dado clases de meditación y de lucha desde sus primeros días en el Templo.
—Muchas gracias, Maestro.
Mace Windu puso los dos brazos sobre los laterales de su asiento. La miro seriamente antes de hablar.
—La hemos llamado porque hemos decidido que sus tropas y usted son las óptimas para una nueva misión.
Dhejah asintió.
—Gracias, Maestro.
Windu elevó las cejas y señaló a Obi-Wan.
—Ha sido el Maestro Kenobi quien la ha recomendado para la tarea.
Dhejah giró la cabeza hacia Obi-Wan y sonrió, asintiendo. Iba a decir gracias de nuevo, pero el hombre le dio una sonrisa y comenzó a hablar.
—Necesitamos que sus tropas y usted liberen el sistema de Astarte, en el Borde Exterior. —Habló con sus ojos azules clavados en los marrones de Dhejah—. El planeta ha sido tomado por los Separatistas, y han acabado con las dos bases que teníamos en la superficie.
—Tu tarea será recuperar las dos bases del sistema —añadió Mace.
Dhejah asintió.
—Mis hombres y yo estamos listos para partir cuando haga falta —les aseguró a los presentes.
Yoda levantó una pequeña mano con tres dedos.
—Contigo el Maestro Kenobi irá. El bloqueo roto por Plo Koon será antes de vuestra invasión a la superficie.
Dhejah se giró hacia Kenobi e intentó no alzar las cejas. Él le estaba dándole esa sonrisa de lado que... Dhejah estaba segura de que sólo él podía sonreír así.
—Solicité su participación en la misión porque creo que juntos, la campaña será un éxito —le dijo.
Dhejah dudó en qué hacer bajo su mirada, así que le dio una nueva inclinación de cabeza. La melena le cayó hacia delante, y se la tuvo que apartar de la cara al incorporarse.
—Por supuesto, Maestro Kenobi.
También asintió con la cabeza en dirección a Plo Koon.
Yoda dijo que el Maestro Plo partiría de inmediato para romper el bloqueo, así que Kenobi y ella debían de prepararse para partir por la mañana. Ambos viajarían en El Resistencia, y sus tropas, el 212º Batallón de Ataque y la Legión 335, servirían bajo sus órdenes codo con codo.
Al acabar la reunión, Kenobi dijo que la acompañaría a su nave. Al salir, Dhejah intentó no pensar en su hermana. Si Axton y ella se iban al amanecer, entonces tenía que convencer a Jira de alertar al Senado de inmediato.
—Espero que no le importe que haya pedido trabajar con usted —musitó Obi-Wan a su lado.
Ella giró la cabeza para darle toda su atención.
—Por supuesto que no, Maestro Kenobi —dijo sonriendo—. Será un honor volver a luchar a su lado.
Él asintió.
—Lo mismo digo.
Fue entonces cuando Dhejah se dio cuenta de que estaban en la compuerta que daba al hangar. La traspasaron y la mujer se giró hacia Obi-Wan para despedirse.
—Nos veremos mañana entonces, Maestro Kenobi —dijo.
Antes de que él pudiera responder, una transmisión pidió ser escuchada en el dispositivo de Dhejah. Kenobi le hizo un gesto para que respondiera, y la mujer lo hizo de inmediato.
Axton apareció en el holograma. No llevaba el casco puesto, y tenía un gran corte en la sien que le sangraba. El corazón de Dhejah comenzó a a latir acelerado con pánico, algo que un Jedi debería intentar controlar.
—General —dijo Axton. Hablaba de prisa, con tono angustiado, algo poco propio de él—. Se han llevado a su hermana. Entraron por la ventana, me inmovilizaron...
—Axton —interrumpió ella—. Tranquilo. Voy para allá ahora mismo.
El clon asintió, pero ninguno de los dos tenía sus nervios bajo control. Dhejah cortó la transmisión y se guardó el dispositivo en el bolsillo mientras miraba a Kenobi, haciendo un gran esfuerzo por parecer serena. Él fruncía el ceño.
—Es una larga historia —se intentó escusar ella con prisa—. Mi hermana, la senadora Ernark, ha recibido una amenaza de muerte, y...
Kenobi dio un paso al frente, tensando los músculos y bajando la barbilla con seriedad.
—Iré con usted.
Dhejah levantó las cejas con ansiedad.
—¿Qué?
Obi-Wan comenzó a caminar hacia la nave, y Ernark no pudo hacer nada más que seguirle.
—No hay tiempo que perder si es que una senadora de la República está en peligro —dijo Obi-Wan con un tono que no daba oportunidad para el reproche—. Me lo puede explicar por el camino.
Ambos subieron a bordo y R3 los saludó con un par de pitidos alegres mientras se sentaban. A Dhejah le temblaron las manos por un instante.
—Claro, Maestro Kenobi.
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