003.
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Al cruzar el umbral que daba a la sala más grande del templo, todo lo que Dhejah podía ver era fría y eterna oscuridad. Apenas podía distinguir la gran estatua en el centro de la habitación circular. Todo estaba sostenido por pilares que daban lugar a un segundo piso que debía de funcionar como palco, pero la Jedi no podía verlo bien.
Anakin Skywalker había detenido a sus soldados y Brandar se movía al lado de Ahsoka con nerviosismo.
—Es... —empezó Ahsoka en un susurro.
La Maestra Ernark asintió.
—Yo también lo siento —murmuró—. Es el lado oscuro de la Fuerza.
Brandar agarró su sable verde con ansiedad, aferrándose a él porque sabía que era su vida.
Dhejah alzó el puño en dirección a Axton y a Rex, para que nadie la siguiera al adentrarse en la sala. Podía sentir a Anakin Skywalker caminar tras ella despacio, mientras se acercaba a la estatua del centro. Era altísima, de tres metros por lo menos, y parecía representar al rey o a la reina de esas extrañas criaturas. Una de las manos se alzaba hacia el oscuro techo abovedado de la estancia, y aunque la cara del ser estaba contorsionada con una mueca de dolor, seguía teniendo los ojos abiertos como un portal y negros como el infierno.
Dhejah bajó la mano derecha, sin apagar el sable láser. Estaba a punto de decirle a Skywalker que mandara a los soldados retroceder al pasillo, pero cuando se giró, él ya les había dicho que avanzaran dentro de la sala. A Ernark no le dio tiempo a gritar con horror.
Los droides habían salido del piso de arriba, de detrás de las columnas y del pasillo que estaba más alejado de donde ellos estaban, disparando de improvisto.
Dhejah comenzó a luchar de inmediato, como el resto de los Jedi, pero pudo oír cómo los soldados jadeaban, sorprendidos por los disparos que de repente les alcanzaban.
—¡A cubierto! —gritó Rex.
—¡Detrás de las columnas! —siguió Axton para los hombres que aún estaban en pie.
Había superdroides, droides de combate B1, y Dhejah sabía que las droidekas estaban a punto de aparecer. Sentía al Sith en el piso superior, pero estaba ocupada con los droides.
—¿Qué has hecho, Skywalker?
—¡No les sentí! —respondió él.
Ella chasqueó la lengua; no podía permitirse dejar de devolver disparos, porque los droides seguían llegando por el pasillo. Eran más que los que había habido en la explanada, estaba segura. Llenaban por completo la sala mientras los soldados intentaban encontrar un lugar donde resguardarse.
Ahsoka y Brandar protegían a los clones como podían mientras Skywalker se adelantaba a intentar acabar con las primeras filas.
Dhejah se detuvo por un instante cortísimo, lo suficiente como parar los dos sables láser que se avecinaban desde arriba en dirección a su cabeza, rojos y mortíferos. La Maestra empujó a su contrincante lejos con su sable y por fin pudo verle la cara.
Reconoció la piel pálida y la cabeza calva de inmediato; había visto a esa mujer en los archivos del Templo. Asajj Ventress, la asesina del Conde Dooku.
—Vas a tener que hacerlo mejor si quieres matarme, Ventress —escupió Dhejah con descaro.
Los droides y los clones habían dejado de disparar, y todos miraban a las mujeres en el centro de la sala. Ahsoka, Anakin y Brandar estaban cerca, los sables en alto y listos para atacar.
—No me esperaba a otros dos Jedi hoy —paladeó ella, mientras movía los sables rojos de un lado a otro.
Ventress se balanceó sobre sus pies, los brazos largos alzados. Dhejah hizo una reverencia sarcástica, alzando más el sable al acabar. Era una invitación a morir.
—Maestra Jedi Dhejah Ernark. —Sonrió. Brandar conocía esa mueca, y no traía nada bueno—. Es horrible conocerte.
Ventress movió los dos sables de empuñadura curva. Derecha, izquierda. Probando el peso.
—Si no te conozco —respondió la asesina—, es que no merece la pena saber tu nombre.
Dhejah levantó las cejas, y cuando Ventress se abalanzó para matarla, ella apagó su sable y dio una voltereta hacia atrás, saliendo de su alcance. Brandar se había quedado con la boca abierta, pero antes de que Ernark pudiera completar su estrategia, Skywalker se había lanzado hacia la aprendiz de Dooku y se había enzarzado en una lucha con ella. Los droides comenzaron a disparar, y Dhejah y los Padawans tuvieron que comenzar a apoyar a los clones de nuevo. Dhejah maldijo al ver a las cuatro droidekas que se acercaban por el pasillo por el que habían llegado los demás droides.
R3 pitaba descontrolado, huyendo como podía de los disparos.
Dhejah movió la cabeza. Había cuatro pasillos: uno por el que ellos habían pasado, otro por el que venían los droides, y dos más, uno a cada lado de la estancia. Kenobi no podía estar lejos.
—¡R3! —gritó mientras devolvía los disparos de una de las droidekas junto a Brandar y Ahsoka—. ¡Cierra la compuerta por donde entran sus refuerzos!
El droide astromecánico pitó con emoción y se dirigió al panel más cercano. Ventress y Anakin seguían luchando sin parar: los sables chocaban sólo para despegarse un momento y volver a golpearse con más fuerza. Dhejah negó con la cabeza mientras luchaba. Ella era impulsiva, pero Anakin Skywalker no parecía conocer lo que era la paciencia.
Había echado su plan por la borda de nuevo.
La compuerta se empezó a cerrar, parando los posibles refuerzos de Ventress, pero la asesina no tardó en darse cuenta de lo que el droide estaba haciendo. Se separó de Skywalker, y Ahsoka se acercó para ayudar a su Maestro a acabar con ella. Sin embargo, Asajj les dio una gran sonrisa a Anakin y a su Padawan, corriendo para deslizarse bajo la compuerta que se cerraba.
—¡Skywalker, no!
El grito de Ernark no llegó a tiempo. No podía moverse para detener a Anakin, que corría detrás de la asesina con su Padawan detrás.
—¡Ahsoka! —gritó Brandar.
Demasiado tarde. Skywalker y Tano se deslizaron bajo la compuerta que se cerraba para perseguir a Ventress.
Ellos no podían parar de devolver los disparos de todos los droides que la asesina había dejado atrás, así que se mordieron la lengua y siguieron luchando.
La sala era enorme, y los droides se refugiaban de los disparos de los clones tras las columnas frente a ellos y en el piso superior, como francotiradores. Eso sin contar las droidekas que utilizaban sus escudos para no ser dañadas y disparaban hacia los dos Jedi.
La Maestra maldijo de nuevo, escuchando los gritos de Axton y de Rex, que intentaban hacer que sus hombres no cayeran como moscas.
Sintió rabia en su interior, incandescente y porpagándose como la pólvora por su cuerpo, y le costó horrores reprimirla mientras intentaba no perder la poca paciencia que le quedaba.
Dhejah no iba a morir hoy.
Pulsó el intercomunicador en su muñeca.
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Obi-Wan Kenobi avanzaba por el oscuro y frío pasillo con sus hombres detrás. Cody ya le había repetido doce veces que no le daba buena espina ese sitio, y Obi-Wan había sentido el lado oscuro alrededor de la sexta. Él también tenía un mal presentimiento. Llevaban avanzando durante casi una hora, y le había llevado la mitad darse cuenta de que los planos no estaban actualizados. Había más giros y más cruces en ese maldito templo de los que mostraban los archivos, y todos los pasillos le parecían iguales.
No había oído nada de Anakin o de Dhejah hasta entonces, y la intensidad del lado oscuro le hacía muy difícil el intentar percibir su ubicación.
El transmisor que tenía en la muñeca pitó dos veces. Lo activó de inmediato.
—No me dijo usted —jadeó Dhejah desde el otro lado— que a Skywalker le encantaba abandonar al equipo.
Kenobi podía oír los disparos desde el otro lado. Quiso maldecir a Anakin: estaba claro que había dejado a Ernark sola y en apuros.
—¿Dónde estáis? —preguntó con rapidez.
—En el punto de encuentro —respondió ella al instante. Obi-Wan oyó el grito de un clon. A Dhejah le cambió la voz antes de decir una última cosa—. Kenobi, date prisa, por favor.
La transmisión se cortó.
—¡Vamos, chicos!
Los clones comenzaron a correr detrás de él.
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Kenobi encontró el punto de encuentro diez minutos después. Había tenido que retroceder dos veces por los planos erróneos, y cuando sus clones y él entraron en la sala circular, no dudó en lanzarse al combate enseguida.
No le extrañaba que Dhejah estuviera tan desesperada.
Los clones apenas tenían dónde refugiarse, y Brandar estaba ocupado defendiendo a los que no tenían dónde ocultarse de los droides que disparaban desde arriba, desde una especie de palco circular bastante elevado. En la sala principal quedaban cuatro droidekas: todas disparaban hacia la Maestra Ernark.
Ella tenía las piernas en V sobre la cabeza de un clon que había caído herido, y le defendía de los disparos, deflectándolos sin poder moverse. Jadeaba, moviendo los brazos a gran velocidad para que ninguno le diera al clon o a ella. Kenobi no tardó el correr para deslizarse bajo el escudo de una droideka y destruírla. Hizo lo mismo con otra, y Cody metió su bláster dentro del escudo de otra para poder dispararle en la cabeza a la tercera.
Fue entonces cuando Dhejah dio un salto y empujó un superdroide contra la droideka restante utilizando la Fuerza, para entonces poder destrozarla con la espada láser.
Cayó de rodillas de inmediato, el sable apagado, pero por suerte los clones de refuerzo habían comenzado a acabar con los droides del piso de arriba. Kenobi agarró a la Jedi del brazo. Estaba herida en la pierna derecha, y se pasó uno de sus brazos por los hombros para arrastrarla detrás de una columna y apoyarla contra ella. Brandar les cubrió en el proceso.
Antes de que ella pudiera decir nada, Kenobi se impulsó con la Fuerza y saltó al piso de arriba. Destrozó a los droides que quedaban tras unos minutos de lucha y sudor, y bajó de nuevo para acercarse a Dhejah.
A esta la perseguía Axton, que le pedía que se sentase, pero ella se había arrodillado junto al cuerpo del clon que estaba en el suelo. Axton le sacudía el hombro mientras Brandar se iba a ayudar a los heridos con Cody. Rex comprobaba que ninguno de los hombres que habían caído aún respiraban.
Obi-Wan se acercó a la escena despacio. Dhejah no estaba llorando, pero le había quitado el casco al clon y miraba su cara con desolación.
Estaba muerto, le había estado protegiendo durante minutos eternos... y estaba muerto.
Kenobi llegó a su altura y Axton negó con la cabeza en dirección al general. Los ojos marrones del comandante le miraban con pena, y Kenobi entendió que esto era algo normal para la Maestra. Obi-Wan asintió y el comandante clon se fue a ayudar a los heridos.
—Maestra Ernark —dijo Kenobi.
No añadió nada más, porque no sabía qué decir. Esto que estaba viendo le era algo desconocido. Él valoraba mucho la vida de sus hombres, y conocía bien al Maestro Plo Koon, que también lo hacía, pero ni siquiera a él le había visto afligirse por la pérdida de un clon de aquella manera.
La mujer subió la cabeza, y entonces Kenobi se dio cuenta de que... no. Su cara no reflejaba pena o furia. Estaba completamente impertérrita, y era la manera en la que le brillaban los ojos la que le daba a su rostro una imagen de desolación. Aunque intentaba parecer serena, Obi-Wan podía percibir la tristeza que sentía.
Le tendió una mano a Dhejah, y ella se agarró de su antebrazo para levantarse. Le soltó al instante.
—Era Sietes —dijo, con la voz casi atascándosele—. Era uno de mis mejores hombres. Me ha salvado la vida y yo no he podido proteger la suya.
Negó con la cabeza, y Kenobi tragó saliva. Ella tenía la pernera del mono llena de sangre, y no parecía darse ni cuenta. Suspiró y volvió a pasarse el brazo de la mujer por detrás del cuello.
La acostó contra la misma columna que antes. Brandar se acercó mientras Kenobi se sentaba en el suelo al lado de Dhejah. El chico se acluquilló cerca la Jedi; Kenobi podía percibir su preocupación.
—Maestra, ¿está bien?
Kenobi levantó la cabeza para observar la conversación mientras se secaba la frente bañada en sudor. Ella le puso una mano en el hombro a su aprendiz y la mantuvo ahí, pero no le respondió. Cuando habló lo hizo con una voz tan estoica que sorprendió a Obi-Wan. Sus ojos volvían a estar completamente fríos, como si no sintiera nada cuando las emociones la estaban consumiendo.
—¿Estás herido? —Él negó con la cabeza—. ¿Bajas?
El chico suspiró.
—Quince hombres: nueve nuestros, seis de Skywalker —dijo débilmente—. Lo siento, Maestra.
Ella le pasó la mano del hombro a la parte de atrás del cuello. Se lo apretó suavemente con cariño y le hizo un gesto con la cabeza hacia Axton, que estaba ayudando a los heridos junto a Cody y Rex. El chico asintió, dándole una mirada a Obi-Wan antes de irse junto al comandante clon de nuevo.
Los dos Maestros se miraron. Los ojos marrones de Dhejah no le dijeron nada nuevo, así que él se removió para mirarle la herida en la pierna. Le rasgó un poco más el pantalón. Ella no se quejó, pero tenía que doler. Le había dado un disparo, y, al moverse, la herida se había abierto más y estaba sangrando bastante.
Un clon le pasó venda y Obi-Wan comenzó a ponérsela en la pierna. El mismo hombre se acercó a Dhejah con una jeringuilla. Ella movió el cuello para que se la inyectase y el clon se fue al acabar.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó por fin a Ernark.
Ella señaló a una compuerta cerrada al otro lado de la estancia. Parecía que daba a uno de los pasillos.
—Skywalker y Ahsoka se han ido a perseguir a tu amiga Ventress. R3 no ha podido abrir la puerta de nuevo, y con la batalla, no pude perseguirlos. —Calló un momento—. No podía abandonar a los clones. No hubieran sobrevivido.
Obi-Wan asintió, acabando con la venda.
—¿Puedes caminar?
Ella se levantó, apoyándose en la columna, y él la imitó.
—Sí —dijo, aunque Obi-Wan percibía su dolor, no sabía si era físico o emocional—. Tenemos que ir tras ellos; Ventress no se esperaba que Brandar y yo fuéramos a estar aquí.
Obi-Wan se pasó la mano por la barba.
—Está claro que era una trampa para Anakin y para mí. —Negó con la cabeza—. Pero Ventress debería de saber ya que no es rival para nosotros.
Dhejah apuntó a la compuerta cerrada, luego a los droides que habían quedado por todas partes.
—Quizá su plan era separaros así. —Cogió aire con dolor—. Ha sido una masacre.
Obi-Wan acabó asintiendo.
El hombre paseó su mirada entre los clones; muchos habían caído, y la mayoría de los que quedaban estaban heridos. Les hizo una seña a Cody, a Rex y a Axton para que movilizaran a los soldados que pudieran avanzar: los heridos iban a tener que quedarse atrás, allí, junto a los cadáveres de sus hermanos. Era una imagen completamente desoladora, pero intentó no pensar en ello.
Era hora de rescatar a Anakin... una vez más.
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